José Ernesto Nováez Guerrero


Nuevos tiempos, viejas lógicas

La victoria de Joe Biden en las recientes elecciones de Estados Unidos tiene múltiples implicaciones para la política interna y externa de la nación norteamericana. Uno de los temas donde se espera un cambio de política es en el caso de Cuba, donde muchos consideran que Biden puede dar continuidad a las políticas iniciadas cuando era vicepresidente de Barack Obama.

El posible retorno a una política de relativo deshielo en las relaciones Cuba-Estados Unidos ha llevado a la maquinaria ideológica que adversa el proyecto de la Revolución cubana a retomar una narrativa que ya se aplicó extensamente durante el acercamiento de la última etapa de Obama.

El sentido fundamental de esta narrativa es la de presentar las relaciones entre ambos países como relaciones simétricas, donde ambos deben hacer concesiones para lograr un pleno entendimiento. Así, mientras se espera del gobierno norteamericano un levantamiento o, al menos una flexibilización del bloqueo, se le exige al gobierno cubano una agresiva reforma económica que acerque las dinámicas de la economía interna a las dinámicas de cualquier economía de mercado. Para este fin, se defiende un proceso de privatización que ponga las principales empresas y recursos del país, hoy propiedad del estado, en manos del sector privado y se cuestiona y torpedea la existencia de una economía planificada.

Solo llevando adelante de forma decidida estas reformas, afirman toda una pléyade de analistas, el estado cubano podrá demostrar la buena voluntad indispensable para avanzar en la normalización de las relaciones con Estados Unidos.

Convendría detenernos con más detenimiento en estos supuestos.

En primer lugar se afirma el equilibrio entre ambas partes en la mesa de negociaciones. Este planteamiento desconoce, o pretende desconocer, la profunda asimetría sobre la cual se sustenta lo que los historiadores han dado en llamar “diferendo Cuba-Estados Unidos”.

Dando un vistazo rápido a la historia de las relaciones comunes, Cuba ha sido siempre la parte vulnerada y vulnerable. Desde su inclusión como una apetencia temprana del joven estado norteamericano a principios del siglos XIX, los Estados Unidos no han hecho otra cosa que torpedear por diversas vías el acceso de los cubanos a la plena independencia y soberanía nacional.

Desde las gestiones iniciales por impedir que la entonces colonia española cayera en manos de otra potencia mejor pertrechada para defenderla que la desgastada metrópoli, pasando por las diversas acciones para boicotear el esfuerzo de los independentistas cubanos, hasta su intervención bajo pretexto en la Guerra del 95, cuyo resultado final sería la ocupación militar de Cuba y la exclusión de los patriotas cubanos del Tratado de París.

La república que nació en el siglo XX era una república condicionada por la Enmienda Platt, penetrada y endeudada por el capital norteamericano y con presencia militar permanente, en virtud del Tratado de Bases Navales y Carboneras ratificado en 1903 por Tomás Estrada Palma. Como resultado de este convenio, todavía hoy Estados Unidos mantiene una base naval en territorio cubano, un síntoma más de asimetría.

La Revolución cubana de 1959 afectó sin dudas al capital norteamericano y sus intereses en la isla, a la cual veían como una dependencia privada. La escalada de tensiones posterior llevó a que Kennedy estableciera en febrero de 1962 el cerco comercial, económico y financiero contra Cuba, que será luego convertido en ley en 1992 y 1995. Esta serie de medidas tienen un carácter esencialmente unilateral y han tenido en la administración de Donald Trump una escalada exponencial.

No hay, atendiendo solamente a lo aquí apuntado, simetría posible entre una potencia y una isla asediada que resiste. Aceptar esta lógica sería montarnos en un tren que nos lleva a ceder posiciones y recibir a cambio lo que no es más que el derecho de cualquier pueblo independiente: el respeto de su soberanía.

Otro de los supuestos, que es casi uno de los mitos fundamentales del modelo económico neoliberal que se viene imponiendo en el mundo desde la década del setenta, es el de la necesidad de liberar las fuerzas del mercado como premisa indispensable para cualquier desarrollo futuro en Cuba y cualquier entendimiento pleno con el vecino norteño.

La base de esta tesis es suponer el mercado como un ente abstracto con capacidad de autorregulación propia. Detrás de esta afirmación esencialmente ideológica, lo que se pretende es ocultar el hecho objetivo de que el misterioso mercado no es otra cosa que relaciones humanas. Relaciones de producción, compra y venta. Relaciones que no funcionan al margen de los seres humanos y del control social, sino que por el contrario son producidas por estos y pueden, y deben, por ende, ser controladas por estos.

Imponer esta visión natural del mercado, como un organismo autónomo con capacidad de funcionar al margen de la sociedad, implica también presentar como naturales las relaciones cosificadas que se derivan de la producción mercantil. Presentar como inevitable, como esencia humana, todas las violencias y desigualdades que el sistema capitalista ejerce sobre las sociedades y legitimar, en última instancia, el predominio del gran capital.

Esta lógica es la que subyace detrás de tantos llamamientos liberalizadores a la economía cubana y de tantos enemigos jurados de la economía planificada. Es un elemento que debemos tener en cuenta a la hora de abordar las necesarias reformas económicas en las que está inmerso actualmente el país.

Aceptar entonces el diálogo con Biden, en caso de que se diera, no solo es necesario, sino también positivo para el mejor entendimiento de dos naciones vecinas geográficamente. Puede contribuir al acercamiento entre dos pueblos y a la reconstitución de vínculos con una comunidad cubana en el exilio con la cual las relaciones no siempre han sido fluidas. También puede ser bueno para la economía de un país pequeño, castigado por duras sanciones, que sin dudas se beneficiaría de cualquier alivio relativo que pueda surgir.

Pero todo el proceso se debe llevar con plena conciencia de la desigualdad entre los actores involucrados y de la intención declarada de subvertir el orden político y social existente en Cuba. Es preciso andar con cuidado, sin prisas ni concesiones que puedan comprometer el futuro socialista y soberano de esta isla rebelde.

 *Tomado del blog Me muero como viví



Por la cultura, por Cuba, la AHS siempre acompañará

*Palabras del Vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz a propósito del Día de la Cultura Cubana

Compañero Alpidio Alonso Grau, Ministro de Cultura

Queridos compañeros:

Es un altísimo honor estar aquí en esta celebración dentro de la Jornada de la Cultura Nacional, acompañando este justo reconocimiento a figuras imprescindibles para el imaginario espiritual de la nación. Todos los distinguidos hoy son maestros, son la savia que nutre y sustenta el proyecto soberano de país que desde aquel 1868 venimos defendiendo sin reposo.

La cultura cubana recuerda hoy con alegría aquel hermoso 20 de octubre en que, por primera vez, se entonaron en la recién liberada ciudad de Bayamo las notas del Himno Nacional de Cuba. A la clarinada heroica del 10 de octubre, la siguió el gesto hermoso de un pueblo cantando su libertad.

Las naciones son más que el espacio físico que ocupan. Son imágenes, lealtades, emociones. Ser cubano, nos decía el gran Fernando Ortiz, es amar y aceptar todo lo que hace de lo cubano una condición en sí. Es asumir las glorias y aspiraciones de un pueblo y amarlo y defenderlo en cualquier lugar en que se esté.

El proyecto imperial que nos adversa, sabe que la forma más efectiva del desarraigo y la derrota es aquella que vacía al ser humano de las raíces que lo fundan: quitarnos lo cubano y llenarnos con la vacuidad que promueven las industrias culturales hegemónicas, cambiar el culto a Martí por el culto edulcorado a héroes cinematográficos vacíos, aceptar el anexionismo, el pasado, como único destino posible, asumir la heroica resistencia de más de 60 años como un absurdo, arriar todas las banderas que hemos defendido por la promesa del consumismo, que no es más que la expresión máxima de la enajenación y la soledad del individuo contemporáneo.

Hoy el mundo está viviendo tiempos difíciles. Las derechas asesinas han vuelto al poder en numerosos países de nuestro continente y se prestan al juego sangriento e inhumano de rendir por hambre a la hermana República Bolivariana de Venezuela, como desde hace décadas se prestan al de rendir por hambre a la Revolución cubana. El mayor imperio de la historia vive una etapa de tensión social inédita desde los años de la guerra civil, y en el proceso, canaliza todo su odio contra las fuerzas progresistas del continente y el mundo. Su poderoso aparato militar y de manipulación de la conciencia está enfocado en subvertir y desmontar los procesos que de una forma u otra cuestionan su predominio. Por si fuera poco, una pandemia ha venido a trastocar la normalidad establecida, llevándonos a cuarentenas, aislamientos y nuevas normalidades, planteando retos inéditos para el mundo y para Cuba.

La agresividad contra los intelectuales y artistas que, valientemente, respaldan a la Revolución cubana y su obra va en ascenso, alimentada por los mismos intereses históricos y por la desesperada campaña electoral de un magnate.

Ante el odio, erigimos la certeza de que los artistas e intelectuales verdaderamente valiosos, dentro y fuera de la isla, permanecen al lado de la Revolución. Son a esos a los que ponen en espurias listas y a los que amenazan y sabotean constantemente. Pero nuestros artistas cuentan con un arma inigualable, con el arma que ha sustentado las luchas de un pueblo durante generaciones: la vergüenza. Con la vergüenza respondió el Mayor General Ignacio Agramonte, cuando en una de las desesperadas jornadas de la Guerra de los Diez Años, alguien le preguntara con qué contaba para continuar la guerra. La vergüenza de las mujeres y hombres de bien, de los mejores artistas e intelectuales, es nuestra mayor garantía de continuidad.

Ante este panorama, la batalla que debemos librar como nación ya no es solo económica, sino que es también una batalla de símbolos. Es la batalla por un universo de representaciones. Por qué modelos de ciudadano y de nación queremos para el futuro. Es también la batalla por qué arte debemos privilegiar.

Todos los aquí reunidos y muchos más, muchísimos más, edifican con su labor cotidiana, con las ideas y la belleza que constituyen sus obras, esa defensa esencial, primera, que debe edificar cualquier pueblo contra la avasalladora ola neoliberal. Y lo hacen sin renunciar al pensamiento crítico, ese que, desde el compromiso, no duda en denunciar todo lo mal hecho y cambiar todo lo que debe ser cambiado.

Soy de los que cree, firmemente, que en la cultura se decide hoy el destino de nuestra nación. Que es la cultura, como nos indicara Fidel en múltiples ocasiones, lo primero que hay que salvar. Defender nuestra cultura es defender la Revolución, ese hecho cultural superior, como lo definiera el Presidente Miguel Díaz-Canel. No importa que tengamos la propiedad sobre los medios de producción fundamentales, que demos la pelea a brazo partido contra el poderoso enemigo que nos persigue y ataca, si descuidamos por un segundo el necesario proceso de formar, permanentemente, a todo un pueblo en lo bueno, en lo bello y en lo justo. El socialismo no es una utopía, es el único camino posible ante el absurdo del capital. Como advirtiera hace más de un siglo Rosa Luxemburgo, el dilema hoy sigue siendo entre socialismo o barbarie.

Ayer, 18 de octubre, celebrábamos el aniversario 34 de la Asociación Hermanos Saíz. Todos los jóvenes de esta organización, la juventud toda del país sabemos el inmenso deber que pesa sobre nuestros hombros y aceptamos gustosos el reto de permanecer y continuar la obra de los que aman y fundan. Es un gran deber también el de continuar por la senda que ustedes han abierto.

¡Feliz Jornada de la Cultura cubana para todos!

¡Muchas felicidades por el merecido reconocimiento!

¡Abrazos grandes!

¡Muchas gracias!



La masonería y la Isla de Pinos. Un conflicto por la soberanía nacional

La masonería es una de las instituciones más importantes y, a la vez, menos conocidas de nuestra historia. El mismo carácter de esta forma de sociabilidad, que excluye a los profanos de un acercamiento profundo a la forma en que funciona, lleva a que el conocimiento que se tiene de la relación entre la masonería y la historia de Cuba sea fragmentario.

Quizás el episodio más conocido de este entrelazamiento sea el de la relación de la masonería y los masones con el proceso independentista cubano en el siglo XIX. Muchos de nuestros grandes próceres de esta etapa eran masones y las logias fueron espacios conspirativos de primer orden, a pesar del apoliticismo que profesa la masonería como institución al menos de forma nominal. Esta impronta, no exenta de contradicciones, fue la que determinó el gran prestigio del que gozaba la sociabilidad en las primeras décadas del siglo XX y un lema que resultaba recurrente en esos años: “Masonería es Patria”.

En el período 1903-1925, la masonería fue actor principal en una de las pugnas más significativas que en torno a la soberanía nacional se dieron en esos años. El esfuerzo por lograr en el senado norteamericano la ratificación del Tratado Hay-Quesada, que reconocía la soberanía cubana sobre la Isla de Pinos, espacio geográfico que desde la firma del Tratado Permanente entre Cuba y Estados Unidos, el 22 de mayo de 1903, había quedado fuera de los límites de la joven nación.

El libro de los investigadores Javier Negrín y Jorge Fernández, titulado La masonería cubana y el tratado Hay-Quesada (Ediciones Áncoras, 2018), nos abre una puerta para adentrarnos en detalle en la confrontación que, durante más de dos décadas, enfrentó a cubanos y españoles residentes en la Isla de Pinos con la boyante comunidad norteamericana establecida en el enclave de Santa Fe. Mediante el acceso a fuentes privilegiadas, que comprenden desde las publicaciones de esos años y otros documentos en el archivo municipal, hasta las actas de las reuniones de la logia cubana La Evangelista (protagonista de primera línea en estos hechos), archivos privados, revistas masonas de la época y un largo etcétera, los autores logran reconstruir acertadamente el clima político y social de esos años en la localidad, así como la multiplicidad de intereses y contradicciones que pesaron en el accionar de los actores involucrados.

El hecho de dejar fuera a la Isla de Pinos de la autoridad cubana responde, según refiere Hortensia Pichardo (Documentos para la Historia de Cuba, Tomo 3, Ciencias Sociales, 1969) a dos causas fundamentales. Primero, a la ambigüedad con que había sido redactado el artículo II del Tratado de Paz entre Estados Unidos y España el 10 de diciembre de 1898, que cedía a Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que estaban bajo su soberanía en las Indias Occidentales sin precisar los límites geográficos de esta cesión.

El profesor Javier Negrín tiene un interés peculiar por la investigación, tanto que encontró nuevas aristas en el estudio que lo llevó a conformar junto a Jorge Fernández el libro “La Masonería cubana y el tratado Hay-Quesada”./ Foto tomada de islavisión

La segunda causa está en la ambición de especuladores y empresarios norteños que, desde la etapa de la ocupación norteamericana en Cuba habían comenzado a vender y promocionar en la prensa de su país las extraordinarias posibilidades de la que denominaban como Isle of Pines of West Indies. 

El gobierno norteamericano, que había entrado en una nueva fase de dominación regional, se mostró desde el principio más interesado en cimentar su dominio económico y militar en la región, que en continuar el proceso anexionista que a lo largo del siglo XIX había llevado a la nación del Atlántico al Pacífico.

El Tratado Hay-Quesada, firmado entre el diplomático cubano Gonzalo de Quesada y el norteamericano John Hay, el 2 de marzo de 1904, había sido una migaja diplomática a cambio de la aprobación por el senado cubano, verificada en el año 1903, del convenio que permitía a la nación norteña establecer estaciones carboneras y navales en Guantánamo y Bahía Honda. Sin embargo, el Hay-Quesada quedó desde esa fecha hasta 1925 pendiente de la ratificación del Senado norteamericano.

En ese contexto de 21 años transcurre la pugna entre colonos norteamericanos y habitantes cubanos y españoles de la Isla de Pinos. Pugna que involucró directamente a la masonería, pues tanto la logia pinera como la norteamericana Santa Fe usaron sus redes fraternales para lograr sus objetivos contrapuestos. El papel de la institución se refuerza por el peso que esta tenía en la sociedad pinera de la época y en la sociedad cubana en general.

tomada de juventud rebelde

Mediante un exhaustivo análisis, los autores de La masonería cubana… demuestran la pertenencia tanto a la logia La Evangelista como a la logia Santa Fe, de las más importantes figuras políticas y culturales de la sociedad pinera de la época. Aunque ambas sociabilidades mantuvieron buenas relaciones durante la mayor parte del período, lo cierto es que desde etapa bien temprana e intensificándose hacia 1924-1925, se dio una lucha simbólica entre ambas referente al estatus de la isla. Para esta lucha ambas logias hicieron uso de los lazos fraternales que las unían con otras logias y las relaciones de fraternidad de sus Grandes Orientes.

Aunque por falta de documentación es mucho más exhaustivo el seguimiento que se da a las gestiones realizadas por la logia La Evangelista y su Gran Oriente La Gran Logia de la Isla de Cuba (GLIC), cuyas gestiones con los Grandes Orientes de Estados Unidos, a los cuales los unían lazos históricos profundos, influyeron en la ratificación del Tratado Hay-Quesada en 1925.

Pero también el libro trasluce la magnitud de las gestiones que debió llevar la logia Santa Fe por su parte. Gestiones que incluso en 1914 habían tenido un momento significativo con la visita de la alta jerarquía de la logia estadounidense al presidente cubano Menocal, donde presumiblemente intentaron ganarse las simpatías del ejecutivo cubano con su causa.

La pugna en torno a la Isla de Pinos iniciada en 1903 tiene su culminación en el período 1923-1925, cuando gracias las gestiones del entonces embajador cubano en Washintong, Cosme de la Torriente, se pone nuevamente sobre el tapete legislativo la ratificación del Tratado.

Es en esa etapa cuando la masonería criolla juega su rol político más importante en el primer cuarto del siglo XX cubano. Sumado a las gestiones de la GLIC con los Grandes Orientes norteños y a los intercambios de diversa índole que verificaron las logias cubanas entre sí, se desata una campaña nacionalista que tiene su punto culminante en la llamada Misión Patriótica, donde una serie de importantes figuras de la masonería, las artes y la política de la época, recorrieron diversos puntos del territorio nacional recabando apoyo para la causa pinera.

Además de la cuidada investigación que nos lleva a conocer una faceta poco visitada de la historia republicana, La masonería cubana… también nos da una visión crítica de las características sociológicas de la masonería cubana en esas décadas que derivó hacia una organización de clase media, del proyecto de país que asumieron (Cuba como la Suiza de América) y de las contradicciones que la dinámica misma de desarrollo del país les fue imponiendo.

Entre los dilemas fundamentales que debe confrontar la institución en esta etapa pudiéramos señalar la contradicción entre su carácter patriótico y los vínculos estrechos con los Grandes Orientes estadounidenses, lo cual llevaba a ser sumamente cuidadosos y políticos a la hora de criticar cualquier faceta de la dominación norteamericana en Cuba.

El carácter popular que debían tener las logias y el carácter de clase media que fueron adquiriendo, producto de las cuotas relativamente altas que debían pagar los miembros y que determinó que aquellos más insolventes no pudieran continuar en la institución o lo pensaran para ser parte de ella.

La entrega oficial del premio de la crítica José Luciano Franco al título La Masonería Cubana y el Tratado Hay-Quesada de Javier Negrín y Jorge Fernández, constituyó una de las principales actividades del colofón de la 29 Feria Internacional del Libro/ Foto tomada del periódico victoria

La contradicción entre el antimperialismo franco de muchos de sus miembros, que se puso claramente en evidencia en los discursos e iniciativas que acompañaron la Misión Patriótica de 1925, y la actitud más moderada de las jerarquías masónicas, comprometidas por sus profundas relaciones con las sociabilidades norteñas.

También resalta el conflicto entre el carácter apolítico defendido explícitamente por la masonería y la participación constante de sus miembros e incluso de muchas logias en los problemas políticos del país. Prueba de estos son los muchos pronunciamientos y llamamientos dirigidos al gobierno y la opinión pública en medio de los muchos conflictos políticos y sociales de esa etapa o el estrecho vínculo que durante varios años la organización mantuvo con el General Machado.

Al premio de la crítica histórica fueron nominados cinco libros, de ellos dos de la Isla de la Juventud: La masonería… y El himno nacional de Cuba de la editorial El Abra, perteneciente al Centro Municipal del Libro y la Literatura./ Foto tomada del periódico victoria

La masonería cubana… nos ayuda a comprender con mayor profundidad la profunda imbricación de esta institución en el proceso de construcción del ideal patriótico nacional. La riqueza y contradicciones de su desarrollo son la riqueza y contradicciones de un país que, frustrado su ciclo revolucionario del siglo XIX, debía rehacerse nuevamente, apresado en las tenazas de la permanente amenaza de invasión que la Enmienda Platt ponía sobre su cabeza y el ímpetu revolucionario que renacía vigoroso en la joven generación.



Siempre se debe sospechar de un artista cuando ideologiza sobre su arte*

Roberto Manzano es un maestro en el sentido pleno de la palabra. Cada conversación con él es un atisbo a las múltiples formas de la experiencia humana. Poeta consagrado, uno de los grandes nombres de las letras cubanas contemporáneas y sin embargo, lleno de humildad y sencillez. Sobre poesía en Cuba conversó en La Caldera con un grupo de jóvenes y no tan jóvenes poetas.

Hace un tiempo usted y Teresa Fornaris compilaban un volumen donde incluían, creo, la casi totalidad de los poetas jóvenes en Cuba en esa etapa. Esto lo coloca en una posición privilegiada para emitir un juicio sobre la poesía cubana contemporánea. ¿En qué estado se encuentra?

Describir el panorama de la poesía cubana hoy, es difícil, muy difícil. Tal vez de alguna rama de la economía, de la industria, sea fácil dar un panorama, pues los indicadores son tangibles, están tan bien delineados. Pero con poesía la subjetividad es enorme y a uno no le queda más remedio que dar su visión personal sobre ese fenómeno.

Yo sí acepto que estoy en una posición bastante privilegiada, pues estuve varios años leyendo poesía joven sin detenerme. Cada vez que cobraba mi pensión, que es pobrísima, dedicaba una parte importante de ella a comprar libros de jóvenes. Tengo alrededor de 200 libros, publicados en las editoriales provinciales y nacionales, del año 2000 hasta acá. Son el resultado de cinco años de trabajo minucioso y, puedo equivocarme, pero al menos ejercicio tengo.

Es muy difícil establecer rasgos básicos, sintéticos, sobre la poesía joven cubana. Sin embargo, puedo señalar algunas características.

Hasta principio de los años 90, con el grupo Diáspora, la evolución de los grupos poéticos cubanos era siempre belicosa. Un grupo, una generación, un modelo de la poesía cubana que lucha con otro grupo, otra generación, otro modelo. Eso ocurrió con Heredia, con el segundo romanticismo, el modernismo, con el primer vanguardismo, el segundo vanguardismo, ocurrió con Orígenes, con el coloquialismo, con parte de la generación de los 80, con Diáspora, a principios de los 90. En esta década todos los sucesos históricos que ustedes conocen: la caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la Unión Soviética, el derrumbe del sistema socialista mundial, etc., provocó la entrada en Cuba de toda la filosofía postmodernista, en una avalancha poderosa.

Hasta los 90 vemos entonces que se aplica el viejo principio sicoanalítico para la evolución literaria de que hay que matar a los padres, aunque existe un teórico búlgaro que plantea que la herencia literaria no es nunca por el padre, sino por el tío. Eso pasó. Yo puedo describir ese proceso en la poesía cubana hasta los años 80. Por ejemplo, aquí hubo un momento que se mató a Guillén y se recuperó al tío que era Lezama, después ha habido una muerte lenta, y se recuperó el tío que era Virgilio.

Sin embargo, a partir de los 2000 yo no recuerdo esos asesinatos simbólicos. Los poetas no se sintieron en la necesidad de acuchillar a nadie. Puede que yo no haya estado al tanto de algunas de las batallas invisibles que se dirimen en el terreno de la cultura, pero he estado ojo avizor. Los poetas de los 2000 tienen esa particularidad: una diversidad donde se puede coexistir sin problemas. Yo, que soy de una generación mayor, puedo compartir con los jóvenes, no sienten necesidad de separarme. La lucha no es ni generacional, ni estilística, ni por ocupar un canon, sancionarse, legitimarse, ni por ocupar el poder cultural: las revistas, las editoriales. 

Ocurrieron determinados fenómenos en el panorama cultural cubano, a pesar de las vicisitudes materiales del período especial que facilitaron que entrara la postmodernidad en avalancha y que para ser literato no hubiera que formar grupos belicosos.

La historia de la poesía cubana es un pastel de hojaldre, donde una capa se superpone a la otra. En los libros de historia de la literatura nos muestran que una capa elimina a la otra y se convierte en escuela. Es la historia de cómo un grupo venció al otro. La cadena de diferentes triunfos. Esa no es mi visión de la poesía. Basta con mirar a los jóvenes. Los hay que cultivan la décima. Están en la estimativa de la simetría, del trabajo con las pautas, de la exigencia sonora, de enunciar con elegancia. Hay magníficos sonetistas.

Hay otra capa, sobre todo a principios de los 90, de jóvenes que no querían publicar un libro, que su anhelo era sobre todo performático, hacer un CD, como Alamar Express. Hay otra capa cuyo interés está en la poesía visual, expuesta en galerías y demás. En este mismo momento hay jóvenes cubanos, de origen cubano, escribiendo en inglés.

Cuando uno lee la poesía cubana en las diferentes etapas de la Revolución ve que cada etapa, con las complejidades que la caracterizó, deja una impronta sobre los poetas. Cuando uno compara la poesía de los noventa con la de los sesenta, nota las divergencias temáticas y estéticas. Quería preguntarle entonces ¿cuáles son los temas que van obsesionando a los poetas en cada etapa de la revolución y cómo se manifiestan poéticamente?

Los procesos poéticos se pueden describir por los recambios de temas, pero casi es mejor por los recambios de posturas estéticas ante el fenómeno comunicativo que es la poesía, porque a la larga los temas básicos siguen siendo los mismos. Como decía Miguel Hernández, con tres heridas camina el hombre: la del amor, la de la muerte y la de la vida. 

Es evidente que la Revolución significó un vuelco, pero uno al que acudieron muchas fuerzas literarias. Todas las fuerzas literarias del siglo XX se encontraron en el año 60. Si uno ve este siglo como si fuera una línea, puede decir que en esta ha habido nudos críticos, de saltos, de ficciones poderosas. Uno de los nudos es a finales de los 20, otro es a finales de los 30 y principios de los 40, otro de estos nudos son los años 60. En esos nudos se discute, se forman polémicas, aparecen nuevos nombres, aparecen antologías.

A principios de la Revolución se formó un gran nudo. ¿Qué fuerzas acudieron a ese nudo? En ese momento estaba aún viva la poesía social de los años 30, estaba Guillén, Pedroso, Navarro Luna. Estaba viva y con fuerza una poesía que ha existido siempre en Cuba y que se mueve entre lo culto y lo popular, con el indio Naborí, Raúl Ferrer, José Ángel Bueza. Estaban vivos los origenistas, Lezama, Cintio, Eliseo, Fina. Gaztelu y Baquero luego se marcharían. Y a la vez estaba queriendo imponerse y ser respetada la poesía coloquialista, que recibió mucho apoyo de un disidente del origenismo, que fue Virgilio Piñera. Ese núcleo coloquialista de los años 60 denigró a Orígenes y los otros poetas, bajo el viejo presupuesto de matar al padre.

Los años 60 fueron sumamente complejos en términos políticos, en términos culturales, en términos simbólicos, en términos artísticos. Había entrado el existencialismo. Uno de los primeros intelectuales extranjeros que visita la Revolución Cubana es Jean Paul Sartre. Sin embargo, las corrientes artísticas latinoamericanas y de toda la lengua española consideraban que un hecho histórico como la Revolución cubana había que expresarlo con el lenguaje de la calle.

Hay algo interesante. En la década del 60, no recuerdo bien el año, se organiza un encuentro internacional en Varadero para homenajear a Rubén Darío. Según testigos, este encuentro más que para homenajear sirvió para asesinar a Rubén Darío. Declarar que esa manera evasiva, colorista, esteticista, afrancesada, no cabía en una época como la que se vivía. Hay que tener cuidado entonces cuando uno lee los 60, porque es una época de luchas enconadas y hay que sospechar de todos, pues cada uno acerca la sardina a su braza. Es una época de asesinatos simbólicos, donde hay múltiples víctimas. Una de las más notorias es Lezama Lima.

Pero en esos mismo 60 hay una fuerza joven, porque no todos los jóvenes estaban en el coloquialismo usual, que defendía una especie de coloquialismo existencial, influido por las corrientes existenciales de los años 50. Ese grupo es El Puente. Por allí pasan Nancy Morejón, el primer Barnet, Lina de Feria. Lina representa la primera oleada coloquialista, no exteriorista, no objetivista, no sociológica, sino intimista, existencial.

En el 71 se da el Congreso Nacional de Educación y Cultura que estableció la parametración ideológica, el estalinismo en la cultura. Y comienza su entrada el Realismo Socialista, aunque nunca llegó a asentarse del todo. Pero en los 70, en el interior del país, hay un grupo de poetas que vienen con una estética completamente novedosa para el momento, que es la recuperación de la poesía de tema rural y campesino. Los poetas de la tierra, como los llaman. Esto prueba que lo 70 no fue una época estéril, un decenio gris, como muchos sostienen. Había jóvenes de su época que ansiaban realizar una poesía de su época.

¿Qué ocurre con esta evolución de la poesía cubana en los 80?

Vale la pena hablar de esta década porque fue un momento especial. En estos años ocurrió un cambio de sensibilidad en todo el campo socialista con la Perestroika, la glasnost, etc. Hubo una actitud de crítica y revalorización de todo. Cuba no estuvo al margen de este proceso. Es la época en que los artistas plásticos se bajan de la pared, prima la tridimensionalidad, la instalación. Con la poesía es igual.

Con frecuencia uno ve que toda la poesía de los 80 la representan en una antología que se llama Retrato de grupo y que esos son los poetas de esa época. Es una visión empobrecedora. Secretamente hay alguien manipulando allí, halando la braza para su sardina. Siempre se debe sospechar de un artista cuando habla, cuando ideologiza sobre su arte. De su obra no, pero de las razones que da, sí.  

Lo cierto es que en estos años se da una vuelta a Orígenes, una especie de venganza contra los coloquialistas. Claro, el que recupera una cosa tiene que exagerar y yo oí en aquellos años decir que Lezama era más grande que Martí.

Esta es la época en que una literatura de raíz coloquialista, pero redimensionada, hablando del individuo, vuelve a tomar el poder. Un ejemplo es El correo de la noche, de Frank Abel Dopico. También en estos años la décima explota y ya nadie quiere hacer décima rural, con los 10 versos apretados, sino que sintáctica, versalmente, la décima se revuelve y detona.

En esta década el coloquialismo adquiere otra arista, desencantada y crítica con el sistema. Creo que esta es la postura más representativa de ese momento, con Sigfredo Ariel, Carlos Augusto, Víctor Fowler, y más adelante, casi en los 90, Ismael González, Brito Ramón Arocha, pero ya estos tienen vínculos con Diáspora. Diáspora es el momento de la ruptura. Un nuevo grupo de artistas, herederos de los 80, a las puertas del período especial, que ya no quiere saber nada de instituciones, que se declara beligerante frente a Orígenes, en una postura de transgresión total.

Manzano, si miramos la poesía cubana, en el contexto de la poesía latinoamericana. ¿Qué relaciones y diferencias hay?

Hay que mirar que capa del pastel es la que vamos a comparar. Si miramos la décima y el soneto actual, por ejemplo, la diferencia es abismal en favor de Cuba. El desarrollo que han tenido ambos géneros en nuestro país no tiene comparación en el resto de América Latina. Sin embargo, en ciertas capitales latinoamericanas se ha llevado más lejos la poesía que tiene como modelos a Europa y Estados Unidos y que busca una experimentación, una actualización de vanguardia.

En México, en Chile, en Argentina, te puedes encontrar poetas cultos, de un grado de experimentación muy alto, a veces de un experimentalismo frío o a veces con un nivel de extravagancia supervanguardista, pero que tienen como secreta meta estilística la poesía francesa, alemana o norteamericana.  

En el caso de Cuba la falta de actualización para asimilar rápido todas las experiencias artísticas de Occidente nos han acostumbrado a adaptar los experimentos poéticos, nunca copiarlos al detalle. Entonces nuestros experimentadores, vanguardistas, excéntricos en la escritura, son comedidos y tienen mucha racionalidad y equilibrio.

En términos de poesía popular, Cuba está muy por encima. No se puede comparar un decimista de Yucatán, un payador argentino, un decimista peruano, con los cubanos.

Creo que como masa generacional aquí hay una cantidad de poetas actuando de mayor calidad que en cualquier otra parte. Es muy fácil aquí encontrar un poeta pulcro, que sabe construir bien el poema, como hecho comunicativo artístico. Sin embargo, cuando uno ve revistas, libros editados en Latinoamérica, ve que hay un grado grande de afición en el hecho escritural. Pienso que la poesía cubana es monumental. No sé por qué nos pasó eso. Somos un país pequeño, pobre, con una miseria histórica extraordinaria y con una gran serie de traumas históricos. Y no obstante, tenemos una poesía que cuenta con figuras como Heredia, Avellaneda, Martí, que es un lujo que la humanidad ha demorado en conocer.

Martí no tiene nada que envidiarle a Goethe, a Baudelaire. Para mí José Martí es el primer gran poeta contemporáneo. Cuando Baudelaire, Rimbaud, Whitman, están cantando las angustias individuales, hace rato que Martí pasó del verso libre endecasílabo hirsuto a la experiencia de Ismaelillo que es única en el idioma, a fusionarse con la cultura popular en los Versos Sencillos, a dejar el verso atrás y escribir el Diario de Campaña que, para mí, es la mejor prosa poética que ha ocurrido en Occidente. Cintio Vitier y Lezama Lima coincidían en que el Diario… era un poema.

Borges, en una conversación con estudiosos de su obra, sostenía que toda literatura es artificio. ¿Coincide esto con su visión de la poesía? ¿Por qué?

Todo arte es convencional. Es decir, hay que aceptar la convencionalidad artística. Lo contrario es tener una actitud infantil ante el arte. Un artista tiene que saber que lo que hace es una construcción subjetiva. En esa convención es importante que esté una categoría estética que no se menciona regularmente en la Universidad. Siempre se habla de lo feo, lo bello, lo trágico, lo cómico, pero jamás se dice lo auténtico. El primer rasgo de la poesía, su primera categoría estética, tiene que ser lo auténtico, de lo contrario se resiente.

¿Cuál es el primer acto espiritual de la poesía? Conmover. Pero el poeta tiene que saber que está haciendo algo convencional que es arte. ¿Quiénes movían al sentimiento en los velorios antiguos? Las lloronas, que no eran familiares del difunto. Que eran mujeres diestras en llorar y en hacer llorar. Eran artistas del llanto, que dominaban las convenciones del arte de llorar. Lo habían estudiado.

Un poeta, los griegos lo sabían, tiene dos cosas: ars y téchne. El ars es el duende, es la gracia, es la facultad, el arranque irracional del artista, pero la téchne es la vigilancia de las formas para comunicarlas con eficacia. Muchos poetas creen todavía, sin darse cuenta, en la ideología romántica. Se dejan llevar por el ars y olvidan la téchne.

Entonces estoy de acuerdo con Borges, hay un componente de artificio enorme en la literatura, pero ojo con el artificio, sino se cae en uno de los grados más bajos de la inteligencia. José Ingenieros decía que hay tres grados de inteligencia: el ingenio, el talento y el genio. El ingenio triunfa siempre, tiene éxito, porque es chistoso, sarcástico, costumbrista, es transgresor, pero es el grado más bajo de la realización intelectual porque es pasajero. El talento tiene mucho ingenio, pero es un poco patético, es más grave, puede demorar en tener éxito. El genio, por el contrario, no le gusta a la gente y es vilipendiado con rapidez, hasta que, con el tiempo, el genio es rescatado. Así sucede que Bécquer es más grande que Campoamor, pero en la época de ambos, el grande era Campoamor. Era un hombre rico, poderoso, que regía quién iba a ser poeta en Madrid y quién no. Pero, ¿quién se acuerda ahora de Campoamor?

Siempre he creído que todo escritor se nutre de dos fuentes fundamentales. Una es la realidad, de la cual bebemos constantemente, y otra son las obsesiones que nos acompañan a cada uno. Por eso, cuando se lee la obra de un autor, vemos que hay temas, imágenes, que se repiten y se repiten. ¿Cuáles son las obsesiones de Roberto Manzano como poeta?

Como las obsesiones tienen bases irracionales, uno pasa mucho trabajo para detectarlas y aceptarlas. El inconsciente juega un gran papel en la actividad artística y uno no siempre lo maneja. Por eso yo juzgo que debo tener un grupo importante de obsesiones, pero me resulta casi imposible describirlas.

Creo que una de las obsesiones que se puede rastrear en mi obra es que no me gusta que las cosas se desequilibren. Entonces hago un esfuerzo mental especial por equilibrarlas. Siempre me duele la discordancia del mundo, la desarmonía, pero me doy cuenta de que el mundo no se puede editar, como se edita un libro.

Pero me resulta difícil definirlas. Supongo que cualquier lector estará más al tanto de mis obsesiones que yo mismo.

*(Esta entrevista está recogida en el volumen Pensar el país. Conversaciones en La Caldera. Ediciones Sed de Belleza, 2019)


La nación y los símbolos

En fecha tan temprana como el año 1805, Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos y uno de los Padres Fundadores de esta nación, ya hacía referencia a la necesidad de ocupar militarmente Cuba, en caso de una guerra con España, como única forma de garantizar la seguridad de la Florida Occidental y la Louisiana.

Ya fuera de la presidencia y en carta a su sucesor y amigo James Madison, volvía a insistir sobre la idea de Cuba y agregaba un elemento: la posibilidad de defender la isla sin una marina de guerra, algo de lo que la Unión carecía en ese momento y que resultaba vital frente a poderes como Inglaterra y Francia, interesados en hacerse con el botín colonial americano que se le escurría a España entre los dedos.

Pintura de Maykel Herrera

Cuba sería entonces para Jefferson el nec plus ultra de sus aspiraciones territoriales en esa dirección. El límite extremo fijado en el este por las capacidades de la joven nación a principios del siglo XIX.

La expansión al oeste y el consecuente desarrollo industrial determinaron que, para finales del siglo XIX, ya Estados Unidos estuviese en condiciones de arrebatarle a España por la vía militar el fruto que, mediante amenazas, sobornos y hábiles maniobras diplomáticas, habían contribuido a conservar en las manos más débiles. Exhausta, desangrada y sin recursos para sostener un frente en el Caribe y otro en el Pacífico, España acabó cediendo sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico, Filipinas e Islas Guam.

Comenzaba entonces una nueva etapa en la expansión del imperialismo norteamericano, en la cual la ocupación militar violenta se va a alternar con la penetración del capital norteamericano y su entrelazamiento con las arterias vitales de cada nación.

Esta expansión de los Estados Unidos incluyó también un firme proceso de influencia ideológica cuyas armas y estrategias se fueron afinando a lo largo de todo el siglo XIX y encontraron su forma más acabada en las industrias culturales del siglo XX.

Este proceso estuvo encaminado a favorecer y determinar el surgimiento de tendencias anexionistas o pronorteamericanas en las regiones o pueblos que progresivamente fueron cayendo bajo su esfera de influencia.

En el caso de Cuba el anexionismo tuvo un despuntar temprano. Ramiro Guerra en su importante obra La expansión territorial de los Estados Unidos (Ciencias Sociales, 2008), de donde se han tomado muchos de los datos que anteceden, apunta como elemento fundamental de este anexionismo temprano la circunstancia social y política creada en Cuba a raíz de la revolución en Haití y el consiguiente aumento de la importanción de mano de obra esclava para aumentar la producción azucarera y ocupar así el lugar de la excolonia francesa en el mercado mundial.

El conflicto entre cubanos liberales y hacendados negreros en torno a la esclavitud llevó a que estos últimos desarrollaran la teoría del “equilibrio de las dos razas”. En esencia esta teoría planteaba que mientras hubiera mayoría de negros en la isla, los criollos tendrían buen cuidado de insurrecionarse por temor a una rebelión de esclavos. Ramiro apunta:

pintura de maykel herrera

«De este nuevo dilema, principalmente, surgió el movimiento anexionista. Si existían peligros para la independencia, al menos la libertad, la seguridad interior y la paz podían alcanzarse con la anexión a los Estados Unidos. Esta solución poseía una doble ventaja: satisfacía a los hacendados ―que empezaban a temer la abolición de la esclavitud, bajo la presión de Inglaterra― y a los esclavistas de los Estados del sur de la Unión norteamericana. Sin embargo, planteó otra contradicción de trascendencia. La anexión, a la larga, acarrearía la destrucción de la incipiente nacionalidad cubana.»

Las décadas del 40 y el 50 del siglo XIX en Cuba fueron de gran vitalidad para el movimiento anexionista, el cual, a causa de su inicial vinculación con el esclavismo, comenzó a languidecer luego de la derrota de los estados sureños en la Guerra de Secesión norteamericana.

El independentismo ocupó su lugar y escribió con sangre y heroísmo algunas de las páginas más hermosas de la Historia cubana. En esta gran gesta independentista del siglo XIX cuajaron definitivamente las esencias identitarias que durante cuatro siglos se habían cocinado a fuego lento en la isla de Cuba. En 1868 se fracturó definitivamente lo cubano y lo peninsular. La paz del Zanjón fue una precaria sutura destinada a no durar.

En ese convulso proceso que llega hasta la ocupación norteamericana en 1898, se definieron los grandes símbolos de la nación, símbolos independentistas: la bandera, el escudo, el himno, los próceres con José Martí a la cabeza. Podrá alegarse que la bandera fue enarbolada por primera vez por el anexionista Narciso López, pero desde que los mambises la hicieron suya, desde que ondeó por primera vez en un campamento de la Cuba libre, fue símbolo de una nación soberana, dispuesta a pagar con sangre el precio de esa soberanía.

El proyecto anexionista se vigorizó en la República neocolonial, adaptándose desde luego a la nueva forma de dominación. El servilismo político, económico y cultural encontró su digna contraparte en los herederos del espíritu independentista decimonónico. El proyecto de independencia nacional adquirió en la manos de Mella, de Villena, de Guiteras, de Pablo de la Torriente, un marcado carácter antimperialista que no había tenido, con la excepción premonitoria de Martí y algunos pocos, en el siglo anterior.  

Ya desde esa etapa se fue configurando la lucha en torno a los símbolos fundamentales de la nación, lucha que, con variantes, llega hasta hoy. La postura que se asuma ante estos habla, en esencia, del proyecto de nación que se suscribe. Así, al Martí revolucionario y vivo de Mella y Villena se opuso el Martí formal asumido por las administraciones de turno o el Martí mancillado por los marines yanquis y sus testaferros locales.

Los recientes ataques contra bustos martianos, contra la bandera, las mofas permanentes que desde las redes sociales se articulan contra símbolos y figuras que son vitales para la nación, forman parte de la misma agenda anexionista que, con variaciones de un siglo a otro, sigue estando al servicio de los mismos intereses. Socavar las bases ideológicas, sustituir un universo de representaciones por otro, ir desplazando el horizonte cultural hacia formas en apariencia inocuas pero tras las cuales se esconde y reproduce la lógica de dominación del capital, son premisas claves para desmontar cualquier proyecto nacional.

Es fundamental esclarecer las esencias detrás cada una de estas provocaciones y ataques, desde los más burdos hasta los más elaborados, pero es vital también aprender a manejarlos. Cada error de apreciación, en épocas de internet y redes sociales, se paga con la magnificación de un individuo cuya relevancia como artista no pasa del escándalo. Convertimos en referentes y centro de debate a quienes no pueden ni deben serlo, por carecer de méritos suficientes.

En el plano de batalla ideológico y cultural, que es hoy uno de los más importantes, se impone defender con inteligencia nuestras verdades, ripostar adecuadamente los ataques y ser capaces de colocar nosotros la propia agenda a debatir.



La sociedad de la vigilancia

La ficción orwelliana de una sociedad comunista futura donde el Gran Hermano nos vigila a todos, donde la privacidad de nuestros hogares deja de ser un derecho y es sustituida por el ojo perenne de vigilantes sin rostro, es hoy realidad en los modernos y capitalistas estados de Occidente. Peor aún, en virtud de la prepotencia imperial, es hoy una realidad posible para cualquier ciudadano de la cada vez más conectada «aldea global».

Esta es la lección fundamental que se desprende de la lectura del más reciente libro publicado en Cuba del periodista español Ignacio Ramonet (El imperio de la vigilancia, Editorial José Martí, 2017). En sus poco más de cien páginas el autor recorre diversos aspectos de la múltiple y compleja realidad que se abre más allá de la comodidad de los ordenadores hogareños, con su entramado de grandes empresas, programas espías, gigantescas redes de almacenamiento y filtrado de datos, cámaras de vigilancia, satélites, agencias fantasmas, servicios de inteligencia y los famosos «contratistas», cuyo reconocimiento social descansa en los «importantes» (y costosos) servicios brindados desde la guerra de Afganistán a principios de los 2000 e, incluso, antes.

La «guerra contra el terrorismo» ha escalado hasta convertirse en una guerra de vigilancia, aunque sería más correcto decir que el terrorismo fue la excusa necesaria para la más reciente fundamentación de los modernos estados policiales.

En su momento de esplendor, la temible Gestapo tuvo apenas unas decenas de miles de funcionarios y, por extensa que fuera su red de informantes, no podía llegar a la intimidad de todas las casas, conocer los gustos, expectativas y temores de los cientos de millones de seres humanos que llegaron a estar bajo su control directo o indirecto.

Las modernas redes de vigilancia, fundadas en los recursos de las grandes potencias occidentales, dejan en ridículo a la tristemente famosa policía secreta nazi. La falible y limitada acción humana es sustituida por el impersonal y casi perfecto proceder de las máquinas. Incansablemente, potentes servidores procesan noche y día toneladas de datos, buscando palabras claves que permitan identificar con antelación a posibles enemigos, aunque también captando las expresiones de descontento de sus respectivas sociedades, generando con tiempo los adecuados mecanismos de respuesta que permitan canalizar una posible situación revolucionaria sin perjuicios para el sistema.

Aunque a algunos parece no importarles, otros se organizan en diversas formas intentando articular una respuesta común contra esa violación a la privacidad, que permite a gobiernos y empresas pensar por ellos e imponerles lo que consideran, basándose en fríos algoritmos y los previos historiales en la web. Estas formas de resistencia, que Ramonet recoge en su libro, van desde procesos judiciales hasta difusión de claves que permitan a los usuarios proteger sus datos de una posible intromisión interna.

Sin embargo, la esencia de estas propuestas, y la esencia misma del libro de Ramonet, radica en considerar que la sacrosanta democracia ha sido violentada y es preciso rescatarla. No atinan a articular una crítica coherente a un problema que excede los marcos de una determinada administración y deviene un problema sistémico.

La democracia burguesa contemporánea da el derecho a sus ciudadanos, cada cierto número de años, de elegir quién es la cara visible del aparato estatal, pero nunca somete a votación y control popular los poderosos capitales que son quienes verdaderamente detentan el poder en sus respectivas sociedades. De ahí que apelar a una supuesta recuperación de la democracia, sin romper los mecanismos de reproducción de los intereses del capital y, conectado con ellos, los de la élite política asociada, no llevaría a ninguna solución efectiva.

La respuesta a este «imperio de la vigilancia», como bien lo define Ramonet, no puede ser al nivel de individuo ni puede evitar el cuestionamiento mismo del sistema imperialista, que no es más que una de las fases del capitalismo como sistema.

Vuelve a la memoria una famosa interrogante, entrelazada en el argot de la política norteamericana: si todos somos víctimas de este aparato de vigilancia global, entonces ¿quién vigila al vigilante?



Chernóbyl y la guerra cultural

Las formas en que se manifiesta la guerra cultural en el contexto actual son diversas y muchas de ellas revisten un atractivo innegable. Dicha guerra se libra, fundamentalmente, en el sinuoso campo de batalla de la ideología y las representaciones culturales, de ahí que sus expresiones resulten elusivas o aparezcan como algo diferente a lo que son. Detrás de esta guerra lo que se negocia y decide es la hegemonía simbólica, la de convertir una cultura, una determinada forma de entender el mundo y el modelo económico que subyace tras ellas, en el único modelo válido, en el único posible.

Las expresiones de esta cultura dominante son entonces, por esencia, conservadoras, ya que consagran lo establecido y niegan u ocultan todo lo que adverse el orden que ellas defienden. Reproducir y aceptar estas lógicas es reproducir y aceptar un determinado estado de cosas; desnudar y comprender la forma en que actúan es desnudar y comprender los mecanismos de dominación ideológica y construcción de hegemonía que las sustentan.

Tomada de Internet/Fotos de la serie Chernóbyl

Es en ese sentido en el cual nos proponemos leer la muy aplaudida serie de HBO Chernóbyl, la cual rescata, más de tres décadas después, el terrible accidente en la central nuclear Vladimir Ilich Lenin en la actual Ucrania. Con una cuidada factura, actuaciones de primera, una fotografía impresionante y una recreación detallista de los escenarios y ambientes de la época, la serie nos invita a revivir los trágicos esfuerzos que siguieron al accidente para evitar que los altos niveles de radiación se salieran de control de forma irreversible.

Más allá del desgarrador drama humano, que la serie recrea magistralmente, subyacen discursos que son típicos a esta clase de productos audiovisuales. Usar una historia profundamente humana para pasar de contrabando un contenido turbiamente ideológico es algo que la industria del entretenimiento ha perfeccionado a lo largo de décadas. Una lectura responsable debe pasar entonces por encima de lo emocional e ir directo a las esencias que se mueven detrás de los conflictos.

Surge entonces la pregunta: ¿qué sentido tiene el atacar el socialismo soviético en el contexto actual, décadas después de su colapso? Las respuestas son varias. La primera está en el rescate de una retórica de guerra fría por parte de la ultraderecha en el poder en algunos de los países políticamente más importantes del mundo. Esta retórica viene pareja a la reemergencia de Rusia como potencia fundamentalmente militar y el auge de la economía china.

Tomada de Internet/Fotos de la serie Chernóbyl

Socavar la legitimidad moral y política de la Unión Soviética es socavar la legitimidad de la Rusia actual, la cual es, en muchos sentidos, su heredera política. Así lo interpretaron los rusos, quienes se proponen filmar su propia visión del desastre. Pero también este tipo de productos sirven para desvirtuar la validez misma del socialismo como alternativa.

Esta serie se suma entonces a una larga lista de productos audiovisuales, literarios y de otra índole que insisten en la presentación de las sociedades este-europeas como realidades profundamente opresivas, donde el pensamiento auténtico siempre es vigilado y coartado, donde todos los burócratas son demagogos insensibles, que repiten consignas y no se preocupan por sus ciudadanos, y donde la intelligentsia, que ellos mismos han contribuido a formar, es vista con recelo y temor.

Desde la primera escena, Chernóbyl ya está apelando a estas representaciones. Así acudimos al suicidio, dos años después de los hechos, de uno de los personajes más importantes en todo el drama de la central nuclear: un profesor cuya acción heroica evitó que el daño fuera aún peor y cuya muerte está llena de desencanto e incomprensión.

El progreso de los hechos es narrado contraponiendo constantemente la negligencia criminal de los funcionarios con el heroísmo desinteresado del pueblo soviético, el cual es una víctima de su propio gobierno. Lo que falló en Chernóbyl, comprendemos, fue un modelo. En el capitalismo fallan los individuos; en el socialismo el problema es sistémico.

Sin embargo, esta serie debe servirnos para reflexionar sobre varias cuestiones. En primer lugar sobre las múltiples implicaciones y riesgos de la energía atómica, detrás de cada uno de cuyos fallos los gobiernos, no solo el soviético, han tendido siempre un manto de silencio.

Tomada de Internet/Fotos de la serie Chernóbyl

En segundo lugar, y ya que la serie lo pone nuevamente sobre el tapete, están las insuficiencias reales del modelo soviético y las lecciones que toda práctica socialista debe extraer de sus errores. La extrema verticalidad en la toma de decisiones, el no vincular adecuadamente a los científicos y los resultados de la ciencia con la dirección y la producción, el estalinismo y su influencia en la práctica histórica del socialismo posterior, la inadecuada socialización de la riqueza, la verdadera democratización y control de la dirigencia por las bases, la creación de una propiedad efectivamente social, etc.

Pero está también –uno de los problemas neurálgicos a la hora de analizar la experiencia soviética–, el de la naturaleza de la burocracia en el socialismo; su existencia como un sector que se coloca por encima de la sociedad y cuyos beneficios y posición privilegiada lo llevan a incubar, como un virus, la corrosiva conciencia pequeñoburguesa, más peligrosa porque no va atada a ninguna forma específica de propiedad, sino a la miserable mentalidad del filisteo.

Estas problemáticas y muchas otras deben estar constantemente en nuestro debate público, no solo asociadas al fenómeno de un producto audiovisual determinado. Máxime cuando nuestro socialismo, en el proceso de relativa sovietización de los setenta, incorporó muchas de estas características y deficiencias. Resulta clave entonces aprender de los errores del modelo soviético para intentar resolver en el nuestro las contradicciones que ellos no pudieron resolver.

Chernóbyl de HBO juega todavía una última función. La gran apuesta, en la guerra cultural que se nos hace, es la desmemoria. Presentar el socialismo soviético, aún el de los primeros años de Gorbachov, como absurdo, negligente, ignorante, opresivo, es ocultar la realidad de un siglo XX donde la URSS fue un actor capital. Es construir el olvido de la esperanza que esta potencia representó para millones de personas que emergían del brutal capitalismo colonial y que se resistían a aceptar como única opción para existir como naciones independientes, un capitalismo entreguista y subdesarrollado.

Nuestro primer acto de resistencia radica entonces en salvar la memoria. Salvándola de la reescritura y del olvido, salvamos la certeza del carácter histórico de todas las formaciones humanas, salvamos el sacrificio de todos aquellos que lucharon por un mundo mejor y asumimos sus aciertos y errores. Salvamos la certeza de que hoy, más que nunca, el socialismo es la única alternativa ante la creciente irracionalidad del capital.

Después del disfrute estético que pudieran representar estos productos, debemos siempre buscar las esencias ideológicas que los determinan. Solo así seremos capaces de dar la batalla en el propio campo en que se plantea: el de las conciencias y representaciones de las personas.



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