guerra cultural


Apuntes en torno a la guerra cultural, pensamiento y acción (+ Video)

Durante los días más recientes he vuelto al libro Apuntes en torno a la guerra cultural, del intelectual Abel Prieto, quien se desempeñó como ministro de Cultura y actualmente es presidente de Casa de las Américas, una persona que ha dedicado la mayor parte de su vida a servir dentro del panorama creativo del país.

Con experiencia también como presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Abel ha sido capaz de construir a la vez una obra narrativa y de pensamiento con valor más allá de lo artístico y literario, como es el caso del título al cual nos acercamos en estos párrafos.

Conformado por artículos, presentaciones de libros e intervenciones de su autor, Apuntes en torno a la guerra cultural forma una especie de manantial de ideas muy actual, del cual debemos beber con más esmero en contextos de disputas ideológicas, cuando los símbolos, sucesos y frases son enarbolados con los más diversos y, a veces, terribles objetivos, aprovechando la complejidad de las circunstancias.

Publicado por la editorial Ocean Sur en 2017 y por La Luz en 2018, esta obra brinda conocimientos, argumentos y visiones que motivan el pensamiento, como una especie de catalejo muy útil en este presente de retos que se redimensionan.

Aquí se perciben el humanismo, el amor al proyecto de nación, el espíritu martiano y fidelista, y la cubanía en general de quien también es autor de otras propuestas, como Noche de sábado y las novelas El vuelo del gatoViajes de Miguel Luna.

En Apuntes… brinda luces sobre cómo en el caso particular de Cuba las vanguardias artística y política, la cultura y su pueblo, han formado un nicho de resistencia y belleza que será siempre fundamental para el avance del proyecto revolucionario. Palpitan la profundidad, el rigor, la ironía y claridad argumentativa de su autor en una mezcla que siempre hace pensar.

Abel no se limita a describir realidades. Insiste en la importancia de articular estrategias a favor de nuestra identidad y la soberanía cultural, con maneras más pertinentes, atractivas e inteligentes para comunicar nuestras verdades en el ciberespacio, con opciones de calidad y el suficiente encanto para hacer frente a la hegemonía que se intenta imponer desde formas diversas. 

“Abel no se limita a describir realidades. Insiste en la importancia de articular estrategias a favor de nuestra identidad y la soberanía cultural”.

El también presidente de Casa de las Américas reitera la necesidad de una mejor formación de los públicos que permita identificar estos fenómenos y adoptar posiciones críticas ante las constantes tergiversaciones o bombardeos de contenidos, en un entramado de móviles, pantallas, tabletas electrónicas, redes, televisores, libros, medios de prensa y las complicaciones de nuestras vidas cotidianas.

Apuntes en torno a la guerra cultural es fuente de reflexiones y certezas, que debemos tener en cuenta siempre, una obra que consideramos imprescindible en el análisis de fenómenos relacionados con el arte, los medios de comunicación tradicionales, las plataformas digitales y las diferentes realidades en la Cuba de hoy y seguramente del futuro.

Recomendamos su lectura como una pieza editorial que se complementa constantemente con nuevos sucesos en el entramado cultural de la nación, y el propio quehacer de su autor. Con su fuerza y poder seductor, argumentos e ideas, este libro amplía las visiones sobre complejidades más allá de la cultura.

* Publicado originalmente en el blog del autor Mira Joven

Bloguerías de Mayo, aliento virtual desde Holguín

El 6 de mayo de 2013 la ciudad de Holguín ya había consumido más de la mitad de sus días de Romerías. Sin embargo, en el año 20 de un empeño artístico único, las sorpresas no se agotaban todavía en la Capital del Arte Joven. Justo en esa jornada, al Festival Mundial de Juventudes Artísticas le nacía el que sería hasta hoy el más joven de sus espacios.

El alumbramiento tuvo lugar en el Teatro Eddy Suñol. Desde la bitácora Visión desde Cuba, un post de su “progenitor” daba la buena nueva. Entre alegre y aliviado, el profesor universitario Luis Ernesto Ruiz Martínez anunciaba la feliz realización de un encuentro entre algunos blogueros cubanos, que sin abandonar sus existencias virtuales, se habían llegado, en cuerpo y alma, hasta la Ciudad de los Parques.

Habían arribado a la urbe oriental desde diferentes partes de Cuba y el mundo. En su post, Luis Ernesto los definía como un grupo bien posicionado en Internet que divulgaba “sistemáticamente la realidad cubana tal cual es”. Pretendían “dar otro paso en la consolidación de un comportamiento propio del bloguero” y se habían encontrado para debatir sus “inquietudes, proyecciones y limitaciones”.

Surgía así Bloguerías de Mayo, evento tan convidante y aglutinador como cualquiera de los que ya conformaban el megaevento romero. Cuenta su gestor que “en 2011 se hizo un primer intento de encuentro de blogueros en Romerías de Mayo. En aquella ocasión participó el escritor Enrique Ubieta, que asumió buena parte de los debates. Asistí como público y saliendo de allí comencé mi andar por las redes y saqué mi blog.

“Dos años después le propuse al Comité Organizador de Romerías retomar aquellos encuentros y nació Bloguerías de Mayo, en 2013. Entre los fundadores destacaría a Arleen Rodríguez Derivet; Rosa Cristina Báez, la Polilla Cubana, lamentablemente fallecida; David Najarro y Fidel Díaz Castro”.

Hoy Ruiz Martínez comenta con humildad que Bloguerías siempre ha combinado paneles para debatir temas relacionados con las tecnologías, Internet y redes sociales. Y ha dado la posibilidad, sobre todo en los últimos años, de ofrecerles a los delegados y la prensa un espacio de conexión para que mantengan actualizados sus perfiles en redes sociales y puedan hacer su trabajo con mejores condiciones”.

Pero la verdad es que, en el transcurso de siete años, ese evento se convirtió en mucho más. Ha sido tribuna para amplificar las voces que narran a la Cuba verdadera y ha batallado fuerte para abrir caminos en medio de la espesura que significa la hegemonía cultural del capitalismo.

Al voltear la memoria hacia aquel encuentro iniciático del 2013, la joven periodista camagüeyana Gretel Díaz Montalvo lo recuerda como una oportunidad para crear nuevas amistades, ponerle rostro y carácter a aquellas que solo conocía a través del chat y compartir inquietudes sobre el universo digital que intentaban conquistar.

También, a partir de ese momento, como asegura Bertha Mojena, periodista del espacio digital Cuba Hoy y participante por dos ocasiones en Bloguerías, “el evento logró aunar a un grupo de intelectuales cubanos de gran talla, académicos, jóvenes historiadores, periodistas y personas que fueron agentes de la seguridad del estado para ponerlos en función de intercambiar sobre la guerra cultural y la batalla ideológica que se le ha hecho a Cuba”.

Agrega que se instituyó como un espacio para el intercambio, la generación de experiencias y para conocer cómo cada uno de los participantes utilizaba el espacio digital en virtud de mostrar la realidad de Cuba más allá de lo que exponían los grandes medios de comunicación mundiales, tendientes siempre a la manipulación.

De ese modo, cada uno de los programas del evento, que desde 2014 contó con el apoyo de la Red en Defensa de la Humanidad, estaba a tono con lo más urgente y significativo del momento. Así, a lo largo de estos siete años tuvieron cabida temas diversos relacionados con buenas prácticas en los entornos hipermedia, la informatización en Cuba o preservación de la identidad cultural. A la vez, fue trinchera de batallas como las que se libraron por el regreso de los Cinco Héroes y en contra del bloqueo estadounidense. 

El afán de mantenerse como un evento siempre actualizado conllevó a que bajo sus alas germinara el noticiero Romerías de Mayo. Juan Pablo Carreras, fotorreportero holguinero y uno de sus coordinadores, comenta: “Hace dos años sentíamos que a las Bloguerías les hacía falta dar un paso más. Entonces consideramos hacer este proyecto audiovisual”.

Fotos/Juan Pablo Carreras

La iniciativa, que asumió en un primer momento la Agencia Cubana de Noticias y a la que después se sumó Cubadebate, se consolidó mucho más en 2019 y se patentizó como la voz oficial de las Romerías holguineras. Carreras puntualiza que “el objetivo del noticiero siempre fue publicarse en las redes sociales y en las nuevas plataformas de la comunicación. Sin embargo, curiosamente el producto acabó siendo consumido por espacios televisivos nacionales”.

Esas pretensiones perennes de atrapar lo nuevo, hacen que ni siquiera ahora en medio de la pandemia por la COVID-19, las Bloguerías pierdan su esencia y valía. Como parte de las Romerías desde casa, convocadas por la Asociación Hermanos Saíz, el viernes 8 de mayo se realizó un panel online enfocado a debatir sobre las alternativas empleadas en Cuba para divulgar el arte aún en las circunstancias actuales.

Carlos Parra Zaldívar, presidente en Holguín de la Unión de Informáticos de Cuba y quien funge como otro de los coordinadores de este evento, explica que “el panel analizó cómo, a partir de las tecnologías y las redes sociales, artistas e instituciones culturales han podido ofrecer su arte al público a pesar del necesario aislamiento social”.

Detalla que la iniciativa se desplegó desde la Casa de Iberoamérica y gracias a la plataforma de videoconferencias Jitsi Meet, un servicio online en Internet, totalmente descentralizado y seguro. “Un pequeño grupo de personas expusimos experiencias sobre el uso de los escenarios digitales para difundir el arte y también la verdad de Cuba al mundo”, apuntó.

Desde La Habana estarán representantes de la AHS nacional, del Ministerio de Cultura, la Unión de Jóvenes Comunistas y la de Informáticos de Cuba. Ruiz Martínez comentó también que se unieron periodistas, trovadores y activistas en un espacio que pudo ser visto desde el extranjero. 

Así, diferentes, pero dinámicas y ajustadas a su tiempo, estuvieron entre nosotros las Bloguerías de Mayo. Aún en condiciones adversas preservaron su “macroesencia”, esa que apunta a sumar voces a favor de la preservación de la especie humana.


Notas sobre resistencia cultural y creación artística (Espacio Dialogar, dialogar + fotos)

Agradezco a los organizadores la invitación. Es un lujo que la Asociación Hermanos Saíz mantenga un espacio como este que nos permite pensarnos y que también, de muchas maneras, nos confronta. “Dialogar, dialogar” nació para rendir tributo a Alfredo Guevara y quiero recordarlo a él hoy de manera especial, en este lugar que fue también su casa y la casa del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano porque él así lo quiso.

El tema que la AHS nos invita a debatir esta vez propone entre otros el análisis de los vínculos entre resistencia cultural y creación artística. Intentaré aquí un acercamiento preliminar a partir de mi experiencia profesional en la cual confluyen mi trabajo con teatrólogo y mi desempeño como director del Programa de Estudios sobre Culturas Originarias en la Casa de las Américas.

No obstante, necesariamente, debo mencionar antes la resistencia popular que emerge en la región –en Ecuador y Chile– como respuesta a la desfachatez del neoliberalismo y también la resistencia indígena que se levanta frente a ese terrorífico Golpe al Estado Plurinacional de Bolivia que ha remontado el proyecto colonial, excluyente, racista y fundamentalista de la conquista. Lo que ocurre hoy en Ecuador, Chile, Bolivia y ahora también en Colombia no solo nos obliga a expresar nuestra condena a las fuerzas coloniales represoras y nuestra solidaridad con los pueblos que luchan, sino que nos exige estar atentos y pensar-obrar-sentir sin ingenuidad.

Al abordar el tema de la resistencia cultural lo primero que salta a la vista es la necesidad de comprender a fondo la diversidad de actores y contextos que hacen parte de los disímiles procesos en los que esta aparece como una imperiosa necesidad de subsistencia. Ello nos permite evaluar la complejidad que entraña usar una noción que, como explicara Néstor García Canclini, en un texto publicado hace ya casi una década, “es una de las más gastadas y menos analizadas en la retórica crítica” (2010).

Hoy, si bien sigue siendo una noción poco estudiada es, además, uno de los términos apropiados por la derecha ultraconservadora e imperial para sustentar amañados procedimientos de subversión. Lo anterior obliga a poner apellidos a los procesos de resistencia siendo aquellos que enfrentan la hegemonía colonial-neoliberal los que en particular me interesan.

En estos tiempos las prácticas revolucionarias y descolonizadoras operan en un mundo en el cual, mediante la fuerza, pero también con la puesta en marcha de estrategias muy sofisticadas de “colonización del deseo” (Rolnik, 2019), se prefiguran escenarios –parques temáticos– para canalización sectorializada de la necesidad humana de expresar disenso.

Estos compartimentos estancos, que nos obligan a enfocarnos en temas específicos al tiempo que invisibilizan otros, buscan estandarizar los comportamientos, controlar las reacciones y conducir la atención de los individuos –individuos cada vez más individualistas–, hacia zonas alejadas de los fundamentales conflictos del mundo.

En estos sitios está permitido ejercer, dinero en mano, la única libertad posible: comprar, consumir. Lo ignoran algunos, pero, en verdad, formamos parte del ciclo que no solo nos hace devenir consumidores, sino que acaba transformándonos en mercancía, de modo que nuestra vida, como la del antiguo Sísifo, es reducida a una puesta en escena en la que permanentemente nos vendemos a nosotros mismos. Siguiendo esa lógica, podemos decir con claridad que la cultura de nuestro tiempo, que es la de un capitalismo neoliberal despiadado, se caracteriza por la manipulación a gran escala de las subjetividades –individuales y colectivas–, a través de muy sutiles e infinitamente diversificadas tácticas de dominación que operan mediante la exaltación de un egoísmo autofágico y sadomasoquista. Vivimos sumergidos y ahogados en un mundo que, al decir de Homi Bhabha, da “a la cotidianidad alienante un aura de individualidad, una promesa de placer” (2007).

No es raro entonces que cualquier vía que socave, aunque sea en muy pequeña escala, los fundamentos de esa cultura global que estandariza, unifica y quiebra todo vínculo con las esencias humanistas, sea asediada de la manera más acerba por el imperialismo y sus élites locales y trasnacionales o glocales, como algunos prefieren decir.

La justicia social, la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad ponen en crisis el sistema totalitario y homogeneizante y escapan de la lógica del carpe diem. La reemergencia de paradigmas alternativos al neoliberalismo, basados en las propias estrategias de resistencia de los pueblos, y el despliegue con éxito de procesos sociales de matriz descolonizadora, han puesto a funcionar la vieja maquinaria del exterminio, siempre engrasada. El golpe de estado en Bolivia viene a ratificar esa práctica en un subcontinente donde el descontento popular y su expresión ciudadana colectiva crecen y se fortalecen considerablemente.

La creación de un nuevo ejército de evangélicos fundamentalistas trae a escena al mismo protagonista con idéntico objetivo: divide y vencerás. Pero nada de esto es nuevo, esa es la lógica tras las sucesivas conquistas de Abya Yala, y, claro está, la que sostiene por casi 60 años un despiadado bloqueo contra nuestro país.

Entiendo la resistencia cultural como la acción-reflexión descolonizadora y despatriarcalizadora, que visibiliza, de manera dialéctica, las tramas subterráneas de la homogenización neoliberal y busca quebrar desde las macropolíticas, pero también desde las micropolíticas, las estructuras y las narrativas de la dominación imperialista.

No hay dudas de que es esta una batalla que se da fundamentalmente a nivel de subjetividades porque una de las tareas cardinales de esa maquinaria es ocultar los conflictos de clase, género y también los que resultan de los procesos coloniales de racialización. Por ello algunos investigadores hablan en la actualidad de la “invención de los pobres de derecha” como uno de los productos más exitosos del capitalismo de estos tiempos, consumidores sin conciencia de clase y sin voluntad transformadora.

Desde luego que si la estrategia es individualizar hasta la máxima expresión posible el mejor antídoto sería constituirse y fortificarse en comunidad, robustecer los lazos y redes que nos hacen uno con el otro y proteger, a lo interno, las dinámicas naturales de la diversidad, de modo que no sean utilizadas para desmontar las bases de una alianza que no ha de tener más aglutinante que la necesidad de defender la vida, de todos y todas, y el territorio donde esa vida se reproduce. Pienso, por ejemplo, en la resistencia de los pueblos indígenas del continente, avasallados permanentemente en la más absoluta invisibilidad y masacrados con las armas, la biblia, los virus, el dinero, el alcohol…

Son, sin duda, los pueblos originarios los que más genocidios y espistemecidios han resistido y de quienes más debemos aprender. Su unidad como pueblos radica quizás en un  hecho que no debemos olvidar. Para los indígenas la tierra es un ente vivo con la que estamos íntimamente relacionados, de modo que comunidad y territorio son una misma entidad no ya desde el punto de vista simbólico, sino también de manera muy concreta.

Si pensamos en la creación artística desde esta perspectiva coincidiríamos, tal vez, en que aquellas obras que contribuyen a la cohesión de la comunidad y a la afirmación de su identidad en un territorio determinado hacen parte de una cultura de resistencia frente al tsunami homogeneizador que individualiza y divide. Sin embargo, hay que ser conscientes de que no basta con sostener y enarbolar ese propósito.

Una obra de arte no es solo resultado de la voluntad del artista sino también de un conjunto de dinámicas institucionales diversas –el propio creador también lo es– y podría reproducir las estructuras e incluso los mensajes de dominación, o en peor de los casos contribuir a la afirmación de estos por un efecto de rebote. Es lo que suele pasar con el panfleto, con las obras que “denuncian” generalizando y con mucha creación-propaganda que acaba repitiendo las mismas fórmulas del melodrama, por ejemplo, y arrastrando, más bien empujando, a los lectores-espectadores con entusiasmo militante al campo enemigo.

No existe la cultura de resistencia sin el arte crítico, capaz de proponer al lector-espectador una estrategia activa de análisis de su realidad, una actividad que en lugar de adormecerlo lo desperece e involucre. Pienso en Bertolt Brecht y en su concepción del teatro épico que no descarta la diversión, pero aspira a una productividad, la cual no puede realizarse sin un creador con sentido crítico y con una intención definida. Al respecto dice Brecht:

Sin criterios y sin intenciones es imposible realizar verdaderas representaciones. Sin saber, es imposible mostrar. ¿Y cómo saber lo que vale la pena saberse? Si el actor no quiere ser ni un papagayo ni un mico debe hacer suyo el saber de su tiempo sobre la convivencia humana, participando en la lucha de clases. Es posible que a alguno le parezca esto rebajarse, ya que -una vez que ha quedado establecido lo que va a cobrar como actor-, coloca al arte en las más sublimes esferas.

Pero las decisiones supremas del género humano se conquistan en la tierra, no en el éter; en el “exterior” y no en los cerebros. Nadie puede estar por encima de la lucha de clases, ya que nadie puede situarse por encima de los hombres. La sociedad no posee ningún altavoz común mientras siga dividida en clases que se combaten. En arte, “permanecer imparcial” significa ponerse del lado del partido “dominante” (1998).

La pregunta “¿Y cómo saber lo que vale la pena saberse?” de Brecht me lleva a pensar en la necesidad de pedagogías decoloniales, las cuales al decir de   Catherine Walsh, son entendidas como:

(…) las metodologías producidas en los contextos de lucha, marginalización, resistencia (…) lo que Adolfo Albán ha llamado “re-existencia”; pedagogías como prácticas insurgentes que agrietan la modernidad/colonialidad y hacen posible maneras muy otras de ser, estar, pensar, saber, sentir, existir y vivir-con (2013).

Solo la voluntad de descolonización y de emancipación que implica la puesta en práctica del pensamiento crítico y de una acción transformadora que vaya más allá de la resistencia misma para “producir modos de subjetivación originales y singulares” (2015), puede activar una creación desregularizada capaz de transparentar los mecanismos de control, problematizar la existencia y poner a funcionar el tejido social en función de ese equilibrio del mundo del que hablaba Martí, o del “buen vivir” andino. Parecerá raro, quizás, que yo hable de buen vivir aquí, ahora que los dos países que han constitucionalizado ese principio indígena en el continente enfrentan una profunda crisis de paradigmas producto de la embestida neoliberal y la traición, porque sobre todo traidores hay en esta historia.

En realidad lo hago por la diferencia esencial entre la idea comunal de vivir bien, en equilibrio y armonía con el otro y con el ambiente, la madre tierra o la Pachamama si lo decimos en quechua o en aymara, y el vivir mejor que implica que algunos vivan mejor que otros, o sea que unos tengan más, acumulen más.

Pienso en el ayllu, la comunidad originaria andina, y pienso en la dinámica creadora del teatro de grupo latinoamericano que, afincado en el deseo de construir una comunidad utópica para la comprensión y expresión de nuestras realidades, ha propuesto, fundamentalmente a partir de la segunda mitad de siglo xx, un sinnúmero de experiencias de convivio que radicalizan la necesidad del ser humano de confrontarse en vida con el otro, interrogar nuestras realidades e interrogarnos.

Ese teatro vivo, inquietante, crítico, incómodo, distinto del drama culinario o antiespasmódico, que junta, en el caso de nuestra América, la práctica de Brecht con la del loco Antonin Artaud, ese amigo íntimo de Alejo Carpentier, que viajó a México para encontrar en los rarámuris o tarahumaras una conexión con la vida, humana y cósmica, que no existía en el París de la primera mitad de siglo. Ese quehacer efímero, pero orgánico, constituye un extraordinario reservorio de  escenarios y experiencias de resistencia.

Habría que mencionar sin duda el quehacer de figuras como Atahualpa del Cioppo, Enrique Buenaventura, Santiago García, Antunes Filho, Vicente Revuelta, Miguel Rubio y Flora Lauten, el trabajo de los grupos que ellos fundaron. Más acá en el tiempo y centrándome en Cuba podríamos mencionar a Nelda Castillo, Carlos Díaz, Carlos Celdrán, Rubén Darío Salazar, Fátima Paterson, como hacedores de una práctica siempre cuestionadora y revulsiva de esa realidad compleja que muchas veces se muestra en blanco y negro, perfecta o imperfecta, y que las obras de estos creadores discuten, porque nos obligan a abandonar nuestra zona de confort y a dirigir nuestra mirada hacia lugares incómodos de los que solemos apartar los ojos y la mente.

Obviamente, no toda creación teatral participa per se de esa cultural de resistencia, sin embargo, creo que en el teatro como manifestación se dan las bases para que esa cultura se exprese. Jorge Dubatti, un notable crítico y teórico argentino, nos recuerda:

(…) que el punto de partida del teatro es la institución ancestral del convivio: la reunión, el encuentro de un grupo de hombres en un centro territorial, en un punto del espacio y del tiempo. (…)  En tanto convivio, el teatro no acepta ser televisado ni transmitido por satélite o redes ópticas ni incluido en Internet o chateado. Exige la proximidad del encuentro de los cuerpos en una encrucijada geográfico-temporal, emisor y receptor frente a frente (…) (2007).

En la reunión de esa comunidad reflexiva que el mejor teatro activa me gusta ver un conjunto de claves que necesitamos comprender. La primera, no estamos solos. La segunda, no somos el centro del universo. La tercera, estamos realmente vivos, no somos zombis, podemos impedir ser convertidos en zombis, quizás, si el mal ha avanzado demasiado, podemos incluso dejar de serlo. “Que nos vean la vida”, decía Martí a sus colaboradores del Partido Revolucionario Cubano, y es recomendación totalmente vigente y lo será aún en este mundo atestado de muertos vivientes, gente hastiada, malgeniosa, amargada que se cruza en nuestro camino diariamente y que a veces se convierte en el camino mismo.

La cultura del mundo occidental actual impone el miedo al otro y propone la soledad del corredor de fondo como salida o refugio. El teatro que prefiero rompe ese aislamiento, busca complicidades y, aunque presente las cosas más terribles, esclarece y conjura, dos cosas que arte en resistencia está obligado a hacer.

Meyerhold y Vajtangov, ambos discípulos de Stanislavki, solían decir, a contrapelo de los postulados de su maestro, que en el teatro el único estado posible era la alegría (Ver Meyerhold, 1988 y  Gorchakov, 1962). Sé que hay mucha gente enojada que ha hecho grandes obras que nos enseñan mucho sobre los fracasos del ser humano, pero creo que la mejor de las batallas es la que se combate usando, lo que refiriéndose a Martí, Fina García Marruz denominó, “el amor como energía revolucionaria” (2004).

No sé si el amor de Martí es exactamente el mismo de los Beatles – por aquello de “all you need is love”–– pero sí estoy seguro de que es el mismo estado que Meyerhold y Vajtangov llama alegría, un estado que congrega en la disposición a actuar, que conmina a hacer lo que hay que hacer. El amor y la alegría, no solo son las armas de la resistencia, son las herramientas de la resiliencia, los motores de la acción transformadora que se necesita, sea cual sea la escala de esa metamorfosis.

Porque podemos asumir que hemos perdido la guerra cultural o seguir pelando, sin odios como también decía Martí – en frase que, por cierto, ha sido recordada recientemente por un autoproclamado maestro de democracias—, sin odio, sí, “pero –y vuelvo a Martí— ni una línea atrás de nuestro absoluto derecho” (en García Marruz, 2004). Qué es digo yo el derecho fundamental, obvio, a la vida.

Vivir una cultura de resistencia nos exige no dar nada por sentado, preguntarnos una y otra vez con qué espejuelos miramos el mundo, desmontar el colonialismo internalizado en nosotros mismos y a interactuar conscientemente con los demás, lectores, espectadores, y también con el resto de las instituciones no para afincar nuestro ego, sino para disolverlo en esa acción que transforma y construye. No será fácil claro, habrá traiciones, distorsiones, derrotas, y aprenderemos de ellas si estamos en vida y no nos dejamos matar.

En su último ensayo, Roberto Fernández Retamar, a quien no puedo dejar de recordar si se habla de creación y resistencia porque a él debemos ese Caliban nuestro americano, que sigue siendo una extraordinaria metáfora de la potencia emancipadora y descolonizadora que hay que preservar, proponía una interrogante que hoy, si miramos a Bolivia o a Haití es aún más pertinente. Se preguntaba el poeta:

¿Qué destino es dable esperar, para un mundo sumido de modo creciente en la barbarie, de quienes, mientras consideran inferiores a etnias que no son la suya y como tales las tratan (así habían actuado los nazis), niegan cosas tan obvias y tan peligrosas para todos, incluso desde luego para los Estados Unidos, como el calentamiento global?

“A pesar de la respuesta que al parecer se impone –proponía el autor más adelante— volvamos a confiar en la esperanza” (2019).

El amor de Martí, la alegría de los directores de teatro rusos y la esperanza que siempre invocaba Retamar soy hoy mis calves para entender la resistencia. Confiemos en los pueblos y asegurémonos que estamos del lado de los que aman y construyen esa sociedad más justa que traerá, en palabras del paradigma indígena andino, el tiempo del Buen Vivir.

 

Referencias bibliográficas:

Bhabha, Homi K. (2007). El lugar de la cultura. Manantial. Buenos Aires.

Brecht, Bertolt (1998). “Pequeño órganon para el teatro”, en Conjunto, No. 110, julio-septiembre, La Habana, pp. 4-16.

Dubatti, Jorge (2007). Filosofía del teatro I, Atuel, Buenos Aires.

Fernández Retamar, Roberto (2019).”Notas sobre América”, en Casa de las Américas, No. 294, enero-marzo, La Habana, pp. 27-37

García Canclini, Néstor (2009). ¿De qué hablamos cuando hablamos de resistencia?, Estudios visuales: Ensayo, teoría y crítica de la cultura visual y el arte contemporáneo, No 7, España, pp. 15-36.

García Marruz, Fina (2004). El amor como energía revolucionaria en José Martí, Centro de Estudios Martianos, La Habana.

Gorchakov N. (1962). Lecciones de Regisseur por Vajtangov. Editorial Quetzal. Buenos Aires.

Guattari, Féliz y Rolnik, Suely (2015). Micropolíticas. Cartografías del deseo, Casa de las Américas, La Habana.

Meyerhold, V. E. (1988). El teatro teatral. Arte y Literatura, La Habana.

Rolnik, Suely (2019). Esferas de Insurrección: Apuntes para descolonizar el subconsciente, Tinta y Limón Ediciones. Buenos Aires.

Walsh, Catherine (Ed) (2013). Pedagogías decoloniales. Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir, Abya Yala, Quito.

* Versión de las palabras leídas en el Encuentro “Dialogar, Dialogar” convocado por la Asociación Hermanos Saíz bajo el tema Creación y resistencia. La cultura de nuestro tiempo”. El encuentro se realizó el 27 de noviembre de 2019 en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba con la conducción de Yasel Toledo Garnache y la participación de Abel Prieto Jiménez y Gisselle Armas.


Los jóvenes cubanos siempre cantarán a la paz

La jornada juvenil por la paz y contra el bloqueo tendrá lugar el sábado 21 de en el Pabellón Cuba, sede de la Asociación Hermanos Saíz, donde cientos de jóvenes se unirán para, desde el arte, continuar luchando por un mundo mejor para todos.

Obras ganadoras del concurso Un mundo de paz es posible, auspiciado por la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales, integrarán la exposición que será inaugurada a las 2:00 P.M. como una de las acciones convocadas por la AHS, las federaciones estudiantiles de la Enseñanza Media y Universitaria, el Movimiento Juvenil Martiano y la Brigada de Instructores de Arte José Martí, para celebrar el Día Internacional de la Paz y contribuir a la Campaña Nacional contra el Bloqueo.

Los jóvenes cubanos, representados en las organizaciones estudiantiles y culturales, expresaremos el rechazo al fortalecimiento de la política de Estados Unidos hacia Cuba, agudizado con la administración de Donald Trump, refirió Aymeé Pujadas Clavel, de la Asociación Cubana de las Naciones Unidas, organización que también se suma a la convocatoria.

Agregó que la jornada por la paz es también un grito contra la intervención extranjera en los asuntos internos de nuestros países y la utilización de la guerra cultural, mediática y subversiva contra gobiernos electos democráticamente.

Póster de la Jornada.

En la jornada también será presentado el libro 5 temas polémicos sobre Cuba, de Elier Ramos y Rodolfo Romero; y los asistentes podrán disfrutar de la proyección del documental Derechos de Revolución, de la realizadora Karen Brito, en la sala Alfredo Guevara.

Yasel Toledo Garnache, vicepresidente de la AHS, destacó el gran concierto con el cual concluirá la actividad en el Pabellón Cuba, y que tendrá como protagonistas a jóvenes creadores cubanos, y estará bajo la dirección artística de Nerys González.

Añadió que esta iniciativa tiene una importancia vital en las actuales circunstancias que vive el país, ante el recrudecimiento del bloqueo impuesto por los Estados Unidos a Cuba hace más de 60 años. “Este va a ser un canto a la alegría y una demostración de que el arte siempre será esencia del pueblo cubano sin importar cuan complejas sean las circunstancias”, afirmó.


Chernóbyl y la guerra cultural

Las formas en que se manifiesta la guerra cultural en el contexto actual son diversas y muchas de ellas revisten un atractivo innegable. Dicha guerra se libra, fundamentalmente, en el sinuoso campo de batalla de la ideología y las representaciones culturales, de ahí que sus expresiones resulten elusivas o aparezcan como algo diferente a lo que son. Detrás de esta guerra lo que se negocia y decide es la hegemonía simbólica, la de convertir una cultura, una determinada forma de entender el mundo y el modelo económico que subyace tras ellas, en el único modelo válido, en el único posible.

Las expresiones de esta cultura dominante son entonces, por esencia, conservadoras, ya que consagran lo establecido y niegan u ocultan todo lo que adverse el orden que ellas defienden. Reproducir y aceptar estas lógicas es reproducir y aceptar un determinado estado de cosas; desnudar y comprender la forma en que actúan es desnudar y comprender los mecanismos de dominación ideológica y construcción de hegemonía que las sustentan.

Tomada de Internet/Fotos de la serie Chernóbyl

Es en ese sentido en el cual nos proponemos leer la muy aplaudida serie de HBO Chernóbyl, la cual rescata, más de tres décadas después, el terrible accidente en la central nuclear Vladimir Ilich Lenin en la actual Ucrania. Con una cuidada factura, actuaciones de primera, una fotografía impresionante y una recreación detallista de los escenarios y ambientes de la época, la serie nos invita a revivir los trágicos esfuerzos que siguieron al accidente para evitar que los altos niveles de radiación se salieran de control de forma irreversible.

Más allá del desgarrador drama humano, que la serie recrea magistralmente, subyacen discursos que son típicos a esta clase de productos audiovisuales. Usar una historia profundamente humana para pasar de contrabando un contenido turbiamente ideológico es algo que la industria del entretenimiento ha perfeccionado a lo largo de décadas. Una lectura responsable debe pasar entonces por encima de lo emocional e ir directo a las esencias que se mueven detrás de los conflictos.

Surge entonces la pregunta: ¿qué sentido tiene el atacar el socialismo soviético en el contexto actual, décadas después de su colapso? Las respuestas son varias. La primera está en el rescate de una retórica de guerra fría por parte de la ultraderecha en el poder en algunos de los países políticamente más importantes del mundo. Esta retórica viene pareja a la reemergencia de Rusia como potencia fundamentalmente militar y el auge de la economía china.

Tomada de Internet/Fotos de la serie Chernóbyl

Socavar la legitimidad moral y política de la Unión Soviética es socavar la legitimidad de la Rusia actual, la cual es, en muchos sentidos, su heredera política. Así lo interpretaron los rusos, quienes se proponen filmar su propia visión del desastre. Pero también este tipo de productos sirven para desvirtuar la validez misma del socialismo como alternativa.

Esta serie se suma entonces a una larga lista de productos audiovisuales, literarios y de otra índole que insisten en la presentación de las sociedades este-europeas como realidades profundamente opresivas, donde el pensamiento auténtico siempre es vigilado y coartado, donde todos los burócratas son demagogos insensibles, que repiten consignas y no se preocupan por sus ciudadanos, y donde la intelligentsia, que ellos mismos han contribuido a formar, es vista con recelo y temor.

Desde la primera escena, Chernóbyl ya está apelando a estas representaciones. Así acudimos al suicidio, dos años después de los hechos, de uno de los personajes más importantes en todo el drama de la central nuclear: un profesor cuya acción heroica evitó que el daño fuera aún peor y cuya muerte está llena de desencanto e incomprensión.

El progreso de los hechos es narrado contraponiendo constantemente la negligencia criminal de los funcionarios con el heroísmo desinteresado del pueblo soviético, el cual es una víctima de su propio gobierno. Lo que falló en Chernóbyl, comprendemos, fue un modelo. En el capitalismo fallan los individuos; en el socialismo el problema es sistémico.

Sin embargo, esta serie debe servirnos para reflexionar sobre varias cuestiones. En primer lugar sobre las múltiples implicaciones y riesgos de la energía atómica, detrás de cada uno de cuyos fallos los gobiernos, no solo el soviético, han tendido siempre un manto de silencio.

Tomada de Internet/Fotos de la serie Chernóbyl

En segundo lugar, y ya que la serie lo pone nuevamente sobre el tapete, están las insuficiencias reales del modelo soviético y las lecciones que toda práctica socialista debe extraer de sus errores. La extrema verticalidad en la toma de decisiones, el no vincular adecuadamente a los científicos y los resultados de la ciencia con la dirección y la producción, el estalinismo y su influencia en la práctica histórica del socialismo posterior, la inadecuada socialización de la riqueza, la verdadera democratización y control de la dirigencia por las bases, la creación de una propiedad efectivamente social, etc.

Pero está también –uno de los problemas neurálgicos a la hora de analizar la experiencia soviética–, el de la naturaleza de la burocracia en el socialismo; su existencia como un sector que se coloca por encima de la sociedad y cuyos beneficios y posición privilegiada lo llevan a incubar, como un virus, la corrosiva conciencia pequeñoburguesa, más peligrosa porque no va atada a ninguna forma específica de propiedad, sino a la miserable mentalidad del filisteo.

Estas problemáticas y muchas otras deben estar constantemente en nuestro debate público, no solo asociadas al fenómeno de un producto audiovisual determinado. Máxime cuando nuestro socialismo, en el proceso de relativa sovietización de los setenta, incorporó muchas de estas características y deficiencias. Resulta clave entonces aprender de los errores del modelo soviético para intentar resolver en el nuestro las contradicciones que ellos no pudieron resolver.

Chernóbyl de HBO juega todavía una última función. La gran apuesta, en la guerra cultural que se nos hace, es la desmemoria. Presentar el socialismo soviético, aún el de los primeros años de Gorbachov, como absurdo, negligente, ignorante, opresivo, es ocultar la realidad de un siglo XX donde la URSS fue un actor capital. Es construir el olvido de la esperanza que esta potencia representó para millones de personas que emergían del brutal capitalismo colonial y que se resistían a aceptar como única opción para existir como naciones independientes, un capitalismo entreguista y subdesarrollado.

Nuestro primer acto de resistencia radica entonces en salvar la memoria. Salvándola de la reescritura y del olvido, salvamos la certeza del carácter histórico de todas las formaciones humanas, salvamos el sacrificio de todos aquellos que lucharon por un mundo mejor y asumimos sus aciertos y errores. Salvamos la certeza de que hoy, más que nunca, el socialismo es la única alternativa ante la creciente irracionalidad del capital.

Después del disfrute estético que pudieran representar estos productos, debemos siempre buscar las esencias ideológicas que los determinan. Solo así seremos capaces de dar la batalla en el propio campo en que se plantea: el de las conciencias y representaciones de las personas.


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