Geidis Arias Peña


“Cada cubano tiene un Martí dentro”

En aquel mundo abstracto, donde es capaz de engendrar las más disímiles sensaciones desde la duda o la afirmación, Raylven Friman laminó de acero a José Martí con la misma fortaleza que se les agiganta en el pecho a los cubanos.

Unos 14,50 metros de alto por 7,50 metros de ancho totalizan las dimensiones del monumento, único emplazado en ese formato dedicada al Apóstol en Bayamo, una ciudad que avistó de “alma intrépida y natural” como reza en lumínico la esfinge.

“Se me ocurrió lo del rostro porque buscaba algo muy sobrio y realmente fuerte. Esa imagen es la que más conocemos, entonces a esa traté de darle fuerza.

“Se trató de buscar un material que le diera perdurabilidad, que la composición de las letras figurara una tipografía manuscrita en correspondencia con los colores de la bandera, tratando de dar sobriedad a la pieza”, precisa Friman.

No obstante, su poca experiencia en el trabajo con metal y las luces, una marcada tendencia por estos días, constituyó a la vez un desafío, aparejado a una pieza que rompió con el arte figurativo que le apasionó desde alumno en la Academia de Artes Plásticas de Las Tunas.

Martí, pieza escultórica inaugurado el 30 de diciembre de 2019/ Ibrahin Sánchez

En la ocasión, el joven granmense no solo concebía de manera habitual en sus trabajos figurativos funcionales el diseño, sino que se adentraría en la nueva meta de redescubrir de cerca la conjugación entre el acero y la luz.

En ese paso fue indiscutible, para desdoblar las varas de hierro en un antojo de creación propiamente, el enlace con Osdanis Antúnez Roselló, y su grupo de creación Divo, adscripto al Fondo Cubano de Bienes Culturales.

“Tienes que combinar la parte tuya creativa con la manufactura que esa persona tiene. Estoy muy agradecido de trabajar con ese equipo. Ellos saben mucho del trabajo de la materia, es decir de hacer una silla, un mueble, que armar una obra que lleva contenido artístico.

“El proyecto se empezó a gestar en octubre (2019). Cuando se aprueba, a partir de noviembre, se comienza a trabajar al entrar en el taller”, detalló.

Las líneas esta vez no precisaron el lenguaje figurado ni los colores se combinaron atractivamente sobre el lienzo. Prefirió el urbanismo, una tendencia retomada para no solo acercar el público al arte sino para hacerlo partícipe de la creatividad.

La pared en blanco de un edificio y chapas de metal fueron el tapiz para moldear en exquisita semejanza el ímpetu de la mirada que emana del rostro del Héroe de Dos Ríos en una arteria que crece desde lo moderno, llena de simbolismos culturales e histórico, el Prado bayamés.

En el Martí de Friman, con un tono serio en su rostro, se advierte la sabia mirada al futuro del más universal de los cubanos, la reflexión temprana, o encuentras la firmeza moldeada en el alma de un patriota digno de su tierra, y acapara la atención entre La Bayamesa y otros íconos de la Cuna de la Nacionalidad Cubana.

Cada mañana, desde el cercano 30 de diciembre de 2019, cuando el sol le descubre, anida en el universo la sospecha de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.”

“Mi vínculo con Martí es como el de todo cubano. Creo que cada cubano tiene un Martí dentro”, afimó.







El Rey del Changüí vuelve a sonar los timbales

Con una sonrisa escondida entre sus labios, Elio Revé (1930-1997) hace sonar los timbales y al unísono indica el camino de la música cubana, eternizándose desde el cerón en la memoria de todos.

El museo bayamés de la cera es ahora el escenario perpetuo del conocido Rey del Changüí que el Día de la Cultura nacional “regresó” con los acordes que se desprenden de la anécdota y el verso musical y, sin pretenderlo, robó lágrimas, sonrisas y reflexiones.

Frente a él, sus seguidores, amigos de desafíos y fortunas “cantan” las dulces melodías emanadas de su alma en hechos y desnudan recuerdos de tenacidad que archiva un historial de méritos y reconocimientos.

Tras caer el manto que le abriga, lo extraordinario y bello de las palabras asombran pupilas con el rejuego del pasado y el presente, de lo vivo y lo ausente.

Son 70 años, arropados en una guayabera, que una que otra vez lució en sus espectáculos, y un pantalón gris ceñido a su cuerpo –muy propio de su estilo y cubanía–, donados por la familia con el ánimo de contribuir a la majestuosidad de una obra excepcionalmente lograda.

Elito Revé, hijo a la izquierda, y Cándido Fabré. Foto: Luis Carlos Palacios Leyva.

Papá Changüí parece despertar una nueva década de sentimientos dentro de su carrera artística, desde el retrato de su humildad y la sinceridad de la mirada no se consigue menos que el mérito del cariño popular, ese que se ganó mediante la creatividad.

Elito (hijo), su mejor seguidor, palpita de emociones y resume en el original ¡Uea!, símbolo del Charagón que hoy comenda.

Rafael Lara no se reserva la intimidad en medio de tanta gente que asiste al convite y saca de sus crónicas un pasaje inolvidable.

“Revé fue a La Habana para hacer conocer o implantar el Changüí, acto fallido, porque el chachachá era el dueño de América y había que esperar, pero Revé era muy paciente y esperó 10 años y nació el chan guisé”, contó como preámbulo en la cita.

Mientras, con un orgullo que le empujó el llanto fuera el sonero mayor Cándido Fabré siente aún las tantas veces que le abrazó, confió en el talento incipiente y le dijo “te quiero”.

El regocijo terminó por multiplicarse y  ada palabra al aire encontró imborrables huellas, porque papá Changuí vuelve a sonar los timbales.






Carlos Puig: Ademanes imborrables de la música cubana

Exactamente hace 66 años que Santiago de Cuba se estremeció. Un llanto primogénito, de varón, de buena suerte y de gran corazón, salía del vientre de Dulce María Premión mientras Ramiro Puig impaciente aguardaba en el salón por el muchachón.

El largucho, de sobresalientes ademanes, bautizaron como Carlos Rafael Puig Premión, y sin darse cuenta criaron al director, avezado flautista, saxofonista que también supo clarín, y del llano y la Sierra se adueñó.

El niño ya convertido en un “jovenzón” hacía las primeras señas a la Banda para acomodar las notas musicales Do-Ré-Mí-Fa-Sol, que orquestaron desde un buen rumbón hasta el simbólico canto que a la Patria enardeció.  

Cuando el clarinete, el trombón, la flauta y los platillos, junto al resto de la banda provincial de conciertos de Granma se guiaban por las señas de Puig, lo mismo se alzaba el clarín mambí, que sonaban los cañonazos de La Habana.

La interpretación del Himno Nacional ha sido de esas presentaciones que te erizan por la majestuosidad y exactitud de sus acordes. 

Tampoco se puede olvidar entre sus actos de solemnidad a la Marcha del 26 de Julio que hizo temblar a todos en medio de tanto fulgor, como bien retumba en emoción la Internacional de Mayo.

Cada encuentro con el Maestro y su banda de conciertos, llena de historia y tradición, hinchaba de solemnidad y reconfortaba el alma de la gente porque adquirieron el don de explicarte de dónde vienes y a dónde vas.

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El simbolismo que encarna Carlos Puig Premión dentro de la cultura local y nacional pasa de acordes bien orquestados a creador de luces sin sombras. Eso lo aprehendió con apenas 13 ó 14 años en las rigurosas filas del Ejército, donde se fomentaron las primeras Bandas de Concierto del país.

Fue en la década del 70 del siglo XX, cuando se definió como hijo indiscutible de la tierra natal de Céspedes, que comenzó su ajetreo incansable por recuperar las sinfonías de una institución musical en peligro de extinción.

Buscando sonoridades para salvar al conjunto incluyó un alto rigor técnico y los sintetizadores, lo que le atribuyó originalidad y lo distinguió del resto del país, al extremo de musicalizar los oídos más necios e ignorantes en fascinantes melodías.

El desafío continuo y su pasión desmedida por la música lo llevaron a permanecer a deshoras frente al teclado de una computadora, detrás de un piano o manoseando una flauta para lograr las piezas icónicas como la música que acompaña el izaje de las banderas de Carlos Manuel de Céspedes, en la Plaza de la Revolución, y del mausoleo de la Plaza de la Patria, ambos sitios emblemas de la ciudad de Bayamo.

Con ese empuje tremendo, que aún muchos buscan descifrar, enrumbó miles de sueños de jóvenes cubanos mediante la creación del programa para la primera Escuela de Bandas de Música de Concierto, que dio sus pasos iniciales en 2004 en Granma, donde egresaron más de un centenar de bandas.

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El currículo de Puig, quien hace solo nueve meses nos dejó físicamente, aún con obras inéditas y cientos de historias que te estrujan el alma, archiva un sinfín de méritos como ser creador del método para la aplicación de la Metodología de Evaluación en todas las especialidades de la música de Concierto y Popular; brindó aportes significativos a la documentación del Sistema Evaluativo para los músicos del país y forjó los festivales Sindo Garay y el infantil Reparador de Sueños. Además, fue miembro de la Comisión Nacional de Evaluación.

A tan elevado nivel llegó su virtuosismo. Cuentan que en una ocasión, en un festival de la música en la Tropical, Puig en plena presentación saltó de la flauta al clarinete, del clarinete al saxofón, del saxofón al trombón. Dejó a no pocos estupefactos en ese afrodisiaco rincón de La Habana.

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La música no fue el único don de Carlos, quien, como hombre previsor, vio la importancia de crear un archivo de la música más significativa de la provincia, que legó a su hijo Carlos Puig Battle, heredero de la batuta de su padre en la Banda Provincial de Conciertos.

En casa se sobran las anécdotas del excelente electricista, mecánico, electrónico…que una vez desarmó el polki y lo tuvo por un año guardado en piezas junto con las esperanzas familiares de volverlo a contemplar y, para asombro del familión, un día despertaron con el rugir de los motores del carro.

Recordado como un hombre de una entera humildad y una desmedida entrega a la música, Carlos Puig Premión caló en el corazón de los artistas e intelectuales cubanos, quienes le agraden y le recuerdan a ratos en la ingratitud de no llevarse, a consideración de muchos, un premio nacional de la música, que se repone con el aplauso permanente y cariño de su gente.

El músico no se retira, muere con las botas puestas, decía Carlos Puig, quien hoy cumpliría 66 años de edad. Sin otro fin que enseñar, elevar la cultura y llevar enriquecedoras propuestas al público, se convirtió un referente para las artes en toda Cuba.