Miguel Ángel Castiñeira García


Villa Clara convoca al Premio Fundación de la Ciudad

Ya es un hecho la convocatoria al Premio Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara, uno de los acontecimientos editoriales más esperados por los escritores de la provincia y un poquito más allá. En esta XXXV edición, se convocará en los géneros de poesía, cuento y periodismo; además, se otorgará un premio especial dedicado a Santa Clara, donde el requerimiento no será genérico, sino temático: la propia ciudad.

“No se convocó en teatro, aunque tocaba. Decidimos retirarlo de la convocatoria porque el plan editorial va a ser más reducido en relación a otros años”, aseguró al Portal del Arte Joven Cubano el escritor villaclareño Idiel García Romero, director de la Editorial Capiro.

El plazo de admisión vence a las 24:00 del 30 de mayo de 2023. Se entregará un premio único e indivisible en cada categoría, que consistirá en 10 000 pesos cubanos. Dicho monto no incluirá el pago por derechos de autor (según la ley vigente), una vez que la obra se publique por Capiro.

Según García Romero: “El Premio Fundación de la Ciudad antes se convocaba para autores cubanos residentes en Cuba. Después se abrió para quienes no residían en el país, pero muchas veces no podían participar en la ceremonia de premiación o en la presentación de sus libros, hecho que afectaba las actividades del programa”. Por tanto, se estableció que solamente podrán participar escritores cubanos residentes en Cuba durante el año en curso.

La convocatoria, divulgada el 1 de mayo por el Centro Provincial del Libro y la Literatura de Villa Clara en su página de Facebook, también explica qué se deberá enviar:

Un correo electrónico con el asunto XXXV edición del Premio Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2023, a este correo deberán adjuntarse dos documentos en PDF: uno con la obra, identificado con la palabra OBRA, seguido del título y el seudónimo (este documento no debe incluir ningún dato de autor); y otro documento con la plica, identificado con la palabra PLICA, seguido del título de la obra y el seudónimo. En la plica se consignará el nombre completo del autor, dirección, número de carné de identidad, teléfono, correo electrónico y un breve currículo literario, así como una declaración de que el libro no está comprometido con ninguna editorial ni participa simultáneamente en otro concurso pendiente de resolución.

Las obras inéditas se deberán enviar al correo capiroeditorial@gmail.com. El formato del documento responderá a los siguientes requerimientos: tamaño carta, a doble espacio, con tipografía Arial, 12 puntos, y 3 cm de márgenes.

Las entidades convocantes de la XXXV edición del premio son el Centro Provincial del Libro y la Literatura (CPLL) de Villa Clara, la Editorial Capiro, la filial de escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) de la provincia, la Asociación Hermanos Saíz y la Casa de Cultura Juan Marinello.

El 15 de julio de 2023 se realizará la premiación durante la celebración por el 334 aniversario de la fundación de la ciudad de Santa Clara.

Convocatoria al Plan Editorial 2024:

Junto a la noticia de la convocatoria al Premio Fundación, el Portal del Arte Joven Cubano supo que la Editorial Capiro convoca, desde el 25 de abril de este año hasta el 30 de mayo, al Plan Editorial 2024 a todos los escritores cubanos residentes en Cuba que deseen participar en el proceso evaluativo con textos inéditos de cualquier género y temática.

Explica Idiel García, quien antes de dirigir Capiro estuvo al frente de la editorial Sed de Belleza: “La convocatoria se limitará a autores cubanos residentes en Cuba. ¿Con qué objetivo? Ya nos ha pasado que algunos mandan a evaluar y, después que el libro está listo para imprimir, lo retiran del plan porque quieren publicarlo fuera de Cuba. Eso no quiere decir que renunciemos a publicar a autores que vivan en el extranjero, sino que este tipo de publicación la vamos a hacer por solicitud. Eso nos va a permitir contar con los textos de escritores que no viven aquí, pero tienen una obra de valía. Sobre todo los villaclareños, que son la razón de ser de la editorial”.

Se recibirán originales de los escritores que hayan publicado al menos un libro, no necesariamente en la propia editorial convocante. Los autores inéditos deberán presentar sus obras con una autorización de su Consejo Editorial Municipal.

La convocatoria explica:

Se enviará un correo electrónico con el asunto PARA VALORACIÓN (PLAN EDITORIAL 2024 EDITORIAL CAPIRO), a este correo deberán adjuntarse dos documentos en PDF, uno con la obra, identificado con la palabra OBRA, seguido del título y un seudónimo (en la página 1 de la obra aparecerán el título, el género, el seudónimo y una sinopsis no mayor de 350 palabras, este documento no debe incluir ningún dato de autor); y otro documento con la plica, identificado con la palabra PLICA, seguido del título de la obra y el seudónimo. / En la plica se consignará el nombre completo del autor, dirección, número de carné de identidad, teléfono, correo electrónico y un breve currículo literario, así como una declaración de que el libro no está comprometido con ninguna editorial ni participa simultáneamente en otro concurso pendiente de resolución.

Este año Capiro se compromete a la publicación del libro en formato digital, con el correspondiente pago del derecho de autor en caso de que sea aprobado.

“Este es un plan atípico. En 2024 se convoca solo para libros digitales, debido a la situación que hay con el papel. Con esto pretendemos mantener el trabajo editorial, no estancarnos y buscar un alcance más nacional, aprovechando las potencialidades de los libros digitales para la promoción”, comenta García Romero.

Los originales deberán enviarse al correo capiroeditorial@gmail.com. Los requerimientos de formato son los mismos que anteriormente se mencionaron para la convocatoria al Premio Fundación.

Sobre Capiro y el Premio Fundación

El Premio de la Ciudad (así se llamó al principio) surgió en 1989 con el objetivo de celebrar los 300 años de la fundación de la urbe villaclareña. Niurka Toledo, Clara Beltrán y Karlowa López —quienes se ocupaban entonces de los talleres literarios— fueron sus principales impulsoras. Los miembros del jurado de la primera edición fueron Félix Luis Viera, Norge Espinosa y Ricardo Riverón. Solamente se convocó en poesía.

En su libro 5350 días en la vida de un(a) editor(ial) (Capiro, 2020), cuenta Riverón que los ganadores de ese año fueron los cuadernos Algunas elegías por Huck Finn, de Frank Abel Dopico, y Relaciones de Osaida, de Jorge Ángel Hernández Pérez. “A raíz de aquel suceso — escribe quien al año siguiente fundará la Editorial Capiro— las autoridades que dirigían o atendían cultura decidieron darle carta blanca a nuestra petición de crear una editorial para un movimiento que ya rebasaba el estatus aficionado”.

Más de tres décadas después, tanto el Premio Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara como la Editorial Capiro (con el apoyo del CPLL de la provincia, además de otras instituciones) insisten en apostar por la literatura contra viento, marea y falta de papel.

Parafraseando al poeta, esperemos que en el futuro puedan tener mejor suerte imprimiendo.



Santa, clarísima canción

Pensar en el Encuentro Nacional de Trovadores Longina Canta a Corona es recordar descargas, confluencias, descubrimientos; es evocar los nombres de quienes han decidido compartir su obra con el público de Villa Clara (quiero decir: del mundo entero); es lamentar el manto de silencio que se extiende como un sudario sobre festivales verdaderamente valiosos. Pensar en el Longina es recordar la locura de nadar a contracorriente en tiempos que nos lanzan por el barranco de las candilejas.

Juan Carlos Travieso y su muy diligente equipo de trabajo lo saben mejor que nadie. Por eso, cuando llega el Longina, aprovechan cualquier rincón de la ciudad de Santa Clara para grabar entrevistas y conciertos que luego disfrutaremos en el nunca suficientemente bien ponderado espacio televisivo Entre manos. Y quién mejor que Travieso y su equipo para romper (otra vez) la barrera del silencio, para contarnos la historia completa de un encuentro que ha sido escuela de casi todos los trovadores del país.

“El día que se cuente con un poquito de más seriedad, el Longina va a tener que ser Patrimonio de la Cultura Cubana”, dice el trovador Ariel Barreiros en Santa canción, el documental que intentará saldar esa deuda ya histórica. La obra, además de repasar los momentos más significativos de esta fiesta, se propone diseccionar el presente a partir de las ideas de quienes viven, sueñan, analizan y, sobre todo, defienden la trova, en sentido particular, y la canción cubana contemporánea (el término es de Joaquín Borges-Triana), en sentido general. Cuestión de tiempo para que se anuncie su estreno.

A propósito de Santa canción, las historias que narra y los temas que aborda, el Portal del Arte Joven Cubano conversa con su director, Juan Carlos Travieso.

¿Cuándo empiezas a interesarte por la trova?

“Desde la infancia, pero los dos momentos más importantes en mi vínculo con la trova tienen que ver con Argentina: el primero fue cuando vi la película Darse cuenta [Alejandro Doria, 1984], que terminaba con la canción `La masa´, de Silvio Rodríguez. El segundo fue cuando Silvio dio un concierto multitudinario en Buenos Aires, en los 80. Entonces me digo: ¿qué pasa con esta música?, ¿qué tan importante es? y ¿por qué no la conozco? A partir de ahí empezó una motivación por conocer a Silvio y a todos los trovadores de Cuba. Fue tan fuerte que, años más tarde, cuando a partir del 87 comencé a trabajar en una emisora de radio como guionista y director de programas, difundí la trova en mis espacios. Hacía programas de hit parade, donde colocaba temas de trova aunque no estuvieran en la preferencia generalizada.

“Luego estudié en el Instituto Superior de Arte. Mi tesis fue un documental sobre Frank Delgado, trovador que había descubierto en mis andanzas por la radio, en una época en que su obra no se difundía en ningún medio masivo de comunicación. Me fascinaron sus canciones underground, conecté con su discurso, y por eso me propuse hacer ese trabajo. De ahí en lo adelante, mi amor por la trova ha sido totalmente declarado. 

“Un poco después de que se funda Canal Habana, comienzo a dirigir Entre manos. El programa nació —por cierto— en El Mejunje de Santa Clara. Visité la ciudad, invitado por Yamil Díaz, para hacer un documental sobre El Mejunje. Pasé como una semana conociendo el lugar, fascinado con todo ese mundo… Por muchas razones, el proyecto no se realizó. Sin embargo, estando en la descarga del jueves de La Trovuntivitis, le digo a Yamil: `no voy a parar hasta hacer en la televisión eso que estoy viendo aquí. Me encantaría llevar ese espíritu de descarga a la televisión´. Y así surge Entre manos, que va a cumplir 15 años al aire y ahora finalmente está realizando el objetivo de llegar a la pantalla de Cubavisión. En eso estamos.

“Bueno, con 15 años haciendo un programa de trova, es muy difícil que no conozca a un trovador en la Isla, su obra, su nombre y muchas de sus canciones. Lo mejor es que la trova es una fuente inagotable: cada día aparecen nuevos, cada día aparecen mejores. Una fuente inagotable de la que siempre estoy bebiendo”.

foto del proceso de grabación./ cortesía del entrevistado.

¿Cuándo empezaste a asistir al Encuentro Nacional de Trovadores Longina canta a Corona?

“Creo que en 2016 o 2017 nos invitan por primera vez al evento. Incluso, Raúl Marchena y el resto del piquete proponen que hagamos un programa con público. Descubrir el Longina, vivir tantos días de actividades y, a la vez, tener la posibilidad de hacer ese programa, fue una novedad para nosotros. Espectacular, la verdad.

“Desde ese momento aproveché para grabar muchos de los conciertos con la colaboración de sonidistas y realizadores de la provincia. Todo lo que nos ha hecho falta, siempre lo hemos encontrado en esos amigos y colaboradores”.

¿Qué importancia tiene la ciudad de Santa Clara para la trova cubana?

“Bueno, creo que hoy la ciudad es, sin dudas, la cuna de la trova joven. La trova transgresora, que intenta romper esquemas, que busca estéticas nuevas y vínculos con referentes de la cultura cubana y universal. En Santa Clara hay un diapasón muy amplio: se pasean por el jazz, el blues, el rap, incluso hasta por el reggaetón. Es un lugar donde todo el tiempo están creando, compartiendo y consultando sus canciones. No viven en una burbuja: siempre se están inyectando vitaminas nuevas al invitar al Longina a creadores de todo el país. Hay eventos en otras provincias que son más parcializados, pero el Longina ha intentado romper esa barrera, con la ventaja de estar en el medio de la Isla, donde el viaje a nadie le resulta demasiado largo”.

foto del proceso de grabación./ cortesía del entrevistado.

¿Cómo surge la idea de hacer un documental sobre el Longina?

“Nace de los propios realizadores del festival. En algún momento Yordan Romero y Marchena se sientan conmigo y me hacen la propuesta. Ciertamente, yo tenía una buena colección de archivos que me permitían ya hacer un balance del evento y no quedarme en las vivencias de un solo año. Cada vez que voy, grabo muchos conciertos y hago muchos programas. Eso me ha permitido hacer un documental lo más equilibrado posible. Después he tenido que acudir a los mismos trovadores, a periodistas de Villa Clara como Hilda Cárdenas Conyedo, quienes me han facilitado materiales de archivo para el trabajo”.

En Santa canción prescindes del narrador tradicional y la voz en off para que los protagonistas cuenten su propia historia. ¿Cómo viviste el proceso de montaje?

“Me gusta recurrir a esa estética. Pocas veces, cuando me ha sido estrictamente necesario, he utilizado el narrador. Fundamentalmente trato de que los personajes cuenten su historia. En este caso tenía muchas entrevistas: cuando las uní, sumaban siete horas. Había para escoger, y eso me permitió darme cuenta de todo lo que me faltaba. También influyeron otros factores en su realización: el hecho de no hacer el trabajo con apuro, el que viniera la pandemia de Covid 19, la posibilidad de entrevistar a algunas de las grandes figuras que habían participado en el festival para que me hablaran específicamente del Longina… Todo eso llevó a que el documental tuviera testimoniantes de peso como Silvio Rodríguez, Silvia Pérez Cruz, Pedro Pastor. Pude filmar a muchos trovadores, tanto cubanos como extranjeros”.

foto del proceso de grabación./ cortesía del entrevistado.

El documental, además de hablar del Longina, aborda la canción cubana contemporánea y la propia sociedad en la que se desarrolla. ¿Desearías que Santa canción propiciara un debate sobre las maneras de optimizar los procesos de promoción y comercialización que giran en torno a la trova cubana?

“Mi propósito no fue nunca hacer un documental que recogiera solamente la historia del evento. Me interesa mucho el porvenir, el futuro, y todo lo que pasa hoy con la trova, que es Patrimonio, pero todavía no está lo suficientemente cuidada. Falta mucho para que haya un trabajo consecuente a favor de su promoción y la preservación. Hoy en día los problemas tecnológicos y materiales nos ocupan y complican demasiado el tema de patrimoniar algo. Llevo 15 años realizando Entre manos, y todos los programas que se conservan del espacio es porque los tengo guardados en mi casa o los subí a YouTube. Algunos que se guardaron en el Canal Habana, por ejemplo, se borraron porque dio problemas un servidor. De esos no me quedé con ninguna copia.

“Creo que no ha sido coherente el sistema de conservación de los materiales fílmicos. Si hoy uno hace un levantamiento de los documentales que se han hecho sobre la trova, puede que te encuentres cinco o seis, siete, ocho. Y yo estoy seguro de que hay muchísimos más. Pero no existe una preocupación por saber dónde están esos materiales, a quién se les dedicó, cuál es el archivo. Todo eso tiene un valor inigualable, y se pierde porque no se le brinda la atención que debería tener. Es lamentable.

“Hoy declaramos a la trova Patrimonio Cultural de la Nación, y puede que existan algunas acciones en las disqueras, en el Icaic [Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos]; pero a nivel de telecentros y trabajadores independientes faltan muchas puertas por tocar. Falta un trabajo sistemático. No puede ser que hoy sí, y mañana no. Tiene que ser todos los días y a toda hora”.

Una pregunta casi obligatoria: ¿Te sientes satisfecho con el documental?

“Siempre uno se queda con la idea de que sería bueno que la gente conectara con la obra. Ahora que estoy terminando el documental —viene un proceso de posproducción; de sonido, sobre todo—, mi sueño es estrenarlo en Santa Clara, por supuesto. No hay sitio mejor para exhibirlo. Lo más importante es que quede como registro, como testimonio, como provocación, incluso, para entender lo que ha venido pasando con la trova y lo que puede significar a nivel internacional.

“Cuando pienso en trova, pienso en la canción de autor: un movimiento que trasciende nuestras fronteras. En esa internacionalización tiene que proyectarse el festival Longina, y cualquier otra cosa que intente mostrar la trova como un fenómeno cultural. Hacia ahí me gustaría que apuntara el documental: hacia la idea de que la trova es, como dice uno de mis entrevistados, un suceso que atrae a muchos públicos; y culturalmente debería potenciarse también para el turismo, para lo que de Cuba se enseña al mundo. Generalmente no es así: desde las altas esferas en ocasiones se piensa a los trovadores solo para eventos políticos. Sin embargo, existe un trasfondo cultural muy fuerte y muy desaprovechado. Nos hace falta traer gente a la Isla, y la cultura tiene que ser un puente para establecer esos vínculos».



Cienfuegos: otra vez al sur de mi guitarra

Esta semana comenzará en Cienfuegos la edición XXIV del Festival Al sur de mi mochila. En esta ocasión, la escasez de recursos ha llevado a los organizadores a hacer de la necesidad, virtud, como en aquellos tiempos iniciales cuando las cosas eran tan recientes que para nombrarlas había que señalarlas con el dedo, se apostará por un regreso a las raíces: el arte joven ocupará los espacios que por derecho propio le pertenecen.

“Van a ir llegando los participantes del evento en la medida en que vaya transcurriendo el festival. Todos los días tendremos actividades, generalmente en las tardes y las noches; a excepción del sábado, porque a las 10:00 a.m. de ese día planificamos la proyección del documental La otra trova, del realizador Daniel Díaz”, asegura Selena Ferrer Llanes, afiliada a la Asociación Hermanos Saíz e integrante del comité organizador de Al sur de mi mochila.

Dedicado a Lázaro García, el festival contará con las presentaciones de los tuneros Amaury del Río y Jesús Pérez. Desde Camagüey llegarán los muchachos del Dúo Mantra. Por Villa Clara, Yeni Turiño, Pedro O’Reilly, Yatsel Rodríguez y los integrantes de La Trovuntivitis compartirán sus creaciones con el público perlasureño. Por la casa, los cantautores Ariel Barreiros, Nelson Valdés, el dúo Como 2 manda y los artistas agrupados bajo el nombre de Los juglares de Aida serán los responsables de defender la canción contemporánea cienfueguera.

“El viernes tendremos la inauguración de una exposición fotográfica en homenaje a Lázaro García, que agrupa fotos suyas en eventos culturales, con amigos y en su día a día. La idea surgió de la Asociación, pero también contamos con el apoyo de los familiares de Lázaro. Las palabras de presentación estarán a cargo de Roberto Novo. A partir del 14 de abril, las imágenes permanecerán durante tres meses en el patio de la AHS”, comenta Ferrer Llanes al Portal del Arte Joven Cubano.

Una de las actividades que más llama la atención en el programa es la Trovada Homenaje a Lázaro García, planificada para el sábado, 15 de abril, a las 9:00 p.m. en el Parque José Martí, donde los artistas locales e invitados interpretarán las composiciones más significativas del repertorio del extraordinario creador cienfueguero.

“El domingo cerraremos el evento en el patio de la AHS con la presentación de Yeni Turiño y Jesús Pérez. Pretendemos hacer un brindis en el que nos acompañará Habana Club. Pero Al sur de mi mochila cierra oficialmente a las 9:00 p.m., con el concierto en el Parque Martí de La Trovuntivitis junto a los creadores que habitualmente participan en el espacio El patio de mi casa”, agrega Ferrer.

Otro de los momentos más importantes del programa es un concierto de Tony Ávila en el patio de la Asociación, ubicado en el Centro Cultural Benny Moré, justo al frente del Parque Martí. Aunque se pretende íntimo, sin otra compañía que la de su “guitarra limpia”, sabemos que en un festival de trova cualquier cosa puede suceder.

Sorprende que a nivel logístico no se apoye lo suficiente un evento como este, sobre todo cuando todavía está “caliente” el nombramiento de la trova cubana como Patrimonio Cultural de la Nación. La situación está difícil; pero a veces parece que, para la trova cubana, más. Sin embargo, los cienfuegueros pretenden hacer un evento que centre su atención en los creadores jóvenes, sin renunciar al talento de los ya consagrados. Al sur de mi mochila intentará la sencillez, sin renunciar a la dignidad. Aspira a ser un justo homenaje a ese grande de la cultura cubana que se llama Lázaro García. ¿Existirá aspiración más noble?



Una cena traspapelada

¿cómo daba vuelta las hojas?: ¡con la lengua,

como deberíamos hacerlo todos!

Roberto Bolaño.

 

Hay muchos tipos de lectores, así que no pienso enumerarlos disciplinada y rigurosamente. Tampoco creo que pueda. Pero hay dos en los que sí me detendré: el primero es aquel de alta categoría, que solo prueba comida certificada por los mejores críticos literarios del mundillo. El segundo es más aventurero: aunque no deja de probar las recomendaciones, de vez en cuando se arriesga en fondas de mala muerte, bares y cantinas, con la esperanza de toparse con los secretos mejor guardados de la gastronomía. Quiero decir, de la literatura.

Ahora bien, para fijarse en un libro como Archivos traspapelados (Ediciones Matanzas, 2017),[1] hay que ser del segundo tipo. Y no porque Mirta Yáñez, Premio de la Crítica en varias ocasiones y hasta Premio Nacional de Literatura, resulte una completa desconocida en el panorama literario insular; sino porque una obra que reúne textos “traspapelados”, no publicados o poco divulgados, que además no clasificaron (algunos de ellos) en un primer intento por reunir esta clase de materiales—Del azafrán al lirio (Ediciones Extramuros, 2006)—, parecerá una total pérdida de tiempo para aquellos lectores refinados que mencionamos al principio.

Como pertenezco al segundo grupo, confieso sin ruborizarme que estuve en el pequeño restaurante de Cojímar que lleva por nombre Archivos traspapelados. Y no bastándome con eso, les diré que me sentí como en la sala de mi casa, aunque de vez en cuando, y quizás para recordarme que no lo estaba, alguna que otra (er)rata me pasara por entre las piernas.

Lo primero que hizo el camarero fue leerme la cartilla: me dijo que este lugar era para lectores que tuvieran interés real en conocer a la chef en su día a día, no en banquetes de exhibición donde Mirta Yáñez “sangra por la herida”. También me recomendó que tuviera paciencia, pues en ocasiones los alimentos podían ser muy variados y con imperfecciones que no a todos podían resultarles igual de encantadoras.

Como aperitivo me sirvió un plato sobre el Día Mundial del Idioma Español, en el que pude saborear la gracia con que Mirta Yáñez relaciona temas en apariencia inconexos, estructura opiniones, defiende argumentos con elegancia y poder de convencimiento. Desde el principio sentí el picante que me acompañó hasta el final de la cena; un ingrediente, digamos, muy común en la obra de la autora.

Acto seguido, devoré “De visitantes, cambios y la picaresca cubana”, mirada crítica, en caliente, al fenómeno que desde hace años ha empezado a producir, en frío, mucha prosa reflexiva e incluso narrativa. Me refiero al efímero restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Aquí pude sentir en la mirada de Yáñez un conocimiento nada superficial de las sociedades cubana y norteamericana, evidenciado por las múltiples interrelaciones que establece, sobre todo al final del trabajo, entre las esencias de dos culturas que en modo alguno deben considerarse antagónicas. También identifiqué sabores que regresarán más adelante, en tanto forman parte de sus preocupaciones como narradora, poeta y ensayista.

El camarero me trajo de entrante los personalísimos “Sobre Albertico”, “Algunos recuerdos de Pipo” y “Mi primo Felo, más conocido como Raval”. En el primero, la autora demuestra que también sabe condimentar sus trabajos con esa arma letal de la inteligencia que es el sarcasmo. Imposible pensar en una vindicación mejor ejecutada, un homenaje mejor logrado que el suyo al hermano y también escritor Albertico Yáñez:

Por suerte, sus muchos libros siguen guardados en la gaveta y mantengo la esperanza de que no se los publiquen de ningún modo, ni siquiera en provincias. Y miren si tengo razón en mis objeciones que al tal sujeto, Albertico Yáñez, JAMÁS le han dado el Premio La Rosa Blanca… ¡bien merecido se lo tiene! [47]

Del texto sobre su primo, el caricaturista Raval, me quedo con una frase que impresiona por su demostración de síntesis: “la caricatura personal, una deformación intencional para llegar a verdades que no se han dicho o visto antes, en ocasiones es retenida por la memoria de manera más indeleble que una foto” [53]. Acaso podemos llevar esa idea más lejos y decir que la memoria siempre recuerda de manera deformada, caricaturizada, pero esa modificación inconsciente puede ser más reveladora que cualquier retrato fotográfico. Así lo demuestra Yáñez en textos como “Envejecer con dignidad”, “Discursito para Teté”, “Operativo `Nostalgia´”, “`Somos estudiantes´” y “Mis evocaciones de John Lennon”.

Como plato principal, el camarero puso a prueba mi autoestima de lector al servirme la profundidad ensayística de Yáñez. Entonces aparecieron sobre la mesa textos de difícil, pero imprescindible digestión, como “Piglia, la inclusión perenne”, un estudio brillante sobre el escritor argentino, aunque con el desequilibrio típico de los trabajos con dos ideas centrales en competencia por sobresaltar. Me enfrenté después al atrevido “El regreso de Krause Parky y otros problemillas”, donde, al juzgar la obra de un escritor entonces desconocido (y ahora poco recordado), la autora demuestra su valentía al salir de la zona de confort que tanto aprisiona a críticos y reseñistas. Por último, “Acerca de algunos locos sueltos” me puso al corriente de los cambios y rupturas de una literatura escrita por mujeres que desdibuja las líneas impuestas entre locos y cuerdos. Mejor dicho: entre “locas” y cuerdos.

En estos momentos de la cena, el orden de los platos me mostró las intenciones de la autora por representar un péndulo que se acerca y se aleja, que va de lo público a lo privado, y viceversa. Por fortuna logré identificar el cosmos presente en el aparente caos de cada célula de su pensamiento reflexivo.

Por eso no me sorprendió un texto sobre Carson McCullers, que en realidad aborda la manera en que Yáñez entiende su propia obra narrativa. Tampoco otro sobre la antaño conocida como Isla de Pinos, una inmersión en el pasado y un cuestionamiento al antiguo capricho de mandar a estudiantes de Letras a expurgarse en el surco de sus (al parecer, exclusivos) “pecados originales”.

Sí me impresionó, en cambio, la calidad de las entrevistas a Ezequiel Vieta y al Caballero de París, tanto por los entrevistados —más del 50% de la calidad de una entrevista depende de la selección del entrevistado— como por la agudeza de las preguntas de la entrevistadora. Con Vieta asistimos a una luz que nos hace ver mejor en la oscuridad de nuestra deficiente memoria colectiva; con el Caballero de París, a la humanización de un símbolo, así como a dos de los temas que más interesan a Yáñez: La Habana y la locura.

Me guardé para el postre una pequeña joya que la autora decidió titular “Historia cortaziana”. En lugar de referirse a lo relativo a Cortázar con el adjetivo cortazariano, emplea un término igual de válido, pero menos frecuente, que remite — ¿involuntariamente? — al vocablo que se encuentra en las antípodas de su “historia” y del propio Julio Cortázar: cartesiano. Curiosamente, la autora narra un hecho que en verdad ocurrió, quizás para ratificar la tan cacareada frase de “en ocasiones la realidad supera a la ficción”.

Por textos como este, que son tesoros, que son regalos, vale la pena llegar hasta el restaurante de Cojímar donde un camarero anónimo sirve de enlace, con igual movimiento pendular, entre Mirta Yáñez y yo. Por textos como los de Archivos traspapelados —sobre todo por “Historia cortaziana”—, vale la pena llevar esta vida de lector de segunda categoría, con instantes reveladores que alejan (lectura mediante) la miseria que tanto persiste en acompañarnos.


[1] Todas las citas pertenecen a esta obra.



Viaje imaginario al centro de la Tierra

Cada vez que escucho el disco, no dejo de imaginar cómo será el concierto de presentación en Santa Clara.

Frente al Centro Cultural El Mejunje, imagino que a las nueve de la noche nos impiden el paso mientras la lluvia nos bendice con una debilidad que no atenúa la impaciencia de los potenciales espectadores.

De repente, silencio: por la puerta aparece uno de los artífices del milagro. Dicen —a mí no me crean— que Diego Gutiérrez vino por el placer de regresar al centro de la Tierra. Dicen que en el concierto lo acompañarán Merlin Lorenzo, Rolando Morales, Armando Osuna y Raulito Prieto, además de miembros de La Trovuntivitis y algunos de los autores de los poemas musicalizados en el disco.

Casi a las 10 de la noche entramos a la Sala Margarita Casallas. La lluvia amenaza con volver, pero ahora tenemos un techo para protegernos. En asientos frente al escenario se ubican Edelmis Anoceto, Alexis Castañeda, Ricardo Riverón, Yamil Díaz y Arístides Vega Chapú. Por algún lugar del público vemos a Alain Garrido, Yaíma Orozco, Roly Berrío y Leonardo García.

Los poetas, que ya no son los veinteañeros o treintañeros de cuando Diego erraba elegantemente por Santa Clara, matando el tiempo y componiendo algunas de las canciones más eminentes de su generación; los poetas, que ya no son los de entonces, comienzan a manifestar la incomodidad y el cansancio de quien hace tiempo desacostumbró su cuerpo a estos lances. Por aquí, por allá, se mueven los encargados de ajustar los recién trasladados equipos de audio. Y justo cuando parece que el concierto va a terminar sin haber empezado, aparecen Diego Gutiérrez (nariz de águila, pelo largo recogido en un moño) y su banda.

Para presentar el acto surge de entre la multitud nada menos que Samuel Feijóo, quien vino “de un país lejano […] / con bellas noches / y árboles […] / amigos, / voces”.

Y así comienza, al menos en mi imaginación, lo que será la presentación del disco Viaje al Centro de la Tierra, musicalización de textos de poetas villaclareños, que tiene como antecedente el concierto Comité Central, realizado en junio de 2008 en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.[1]

Avanza la noche, y Diego invita al escenario a Arístides Vega Chapú, quien lee un poema desgarrador, de ritmo diluviano, que pone a todos a sufrir el gran dolor que últimamente nos visita con la insistencia de los malos presentimientos. Acto seguido, Diego canta “Definición del cariño”: “La suerte de tus manos / me está cubriendo el pecho de vicarias, / me está cubriendo el pecho de vicarias”.

Así va recorriendo autores, desde Yamil Díaz hasta Pedro Llanes, desde Alexis Castañeda hasta Ricardo Riverón, desde Carlos Galindo hasta Edelmis Anoceto. Entonces los poetas por fin entienden, o vuelven a entender, que un día, “sin sospecharlo siquiera”, escribieron la melodía misteriosa que jamás planificaron para acompañar sus versos.

Y al mismo tiempo que Diego evoca un Ulises que ya no es el de Homero ni el de Dante, porque es el de Edelmis y viene desde la mirada aleccionadora de Penélope, asegura que “nadie te mata, sino la propia gloria”.
“Tu risa de entonces era, / casi anuncio de un convite”, canta Diego, y enseguida pienso en ti, “mi novia primera / —casi alondra, casi beso—”. Y también pienso en el amigo sincero / que me dio su mano franca.

Luego “pasa flotando en las aguas la casa de la muerte”, e imagino que junto a Feijóo (arrinconado en una de las gradas de la sala) se sientan Carlos Galindo, Sigfredo Ariel y Frank Abel Dopico. Este último un poco más cerca de Roly.
En mi imaginación, la incomodidad inicial se trasmuta en calma. La voz de Merlin es un embrujo que de a poco se apodera del ambiente. Armando Ozuna marca el ritmo con una precisión carente de estridencias. Raulito Prieto se muestra seguro tras el bajo a la par que se deleita con cada verso de los poetas homenajeados. Mención aparte merecen los riffs de Rolando Morales, sobre todo cuando interpreta “A many splendored thing”, de Sigfredo Ariel. Quiero decir, cuando Diego canta:

Que has sido o eres el amor

el gran amor de dos o tres personas

te lo han dicho en momentos

suficientemente graves

esas dos o tres personas.

Entonces despierto. Entonces descubro que en realidad viajo al centro de la Tierra en el ómnibus que me conduce a Santa Clara. Miro por la ventana. Los campos de mango, las lomas del camino y las pequeñas casitas aisladas se trasmutan en el escenario donde imagino que ocurrirá la presentación del más reciente álbum del autor de “Sabor salado”.

Así lo imagino todo mientras escucho Viaje al Centro de la Tierra. Así lo imagino mientras los acordes se apoderan, se van apoderando de esta voluntad de imaginarlo todo. Así lo imagino mientras deseo secretamente que algún día Diego vuelva a presentarlo en Santa Clara. Quiero decir, que vaya a presentarlo en ese lugar que lo vio nacer por segunda vez. Ese lugar que nos une a todos en procesión milagrosa, en un viaje que va desde la raíz hasta el mismísimo centro de la Tierra.

 

 

***

[1] Así como antecedente de este texto es “Diego Gutiérrez, por el centro”, del poeta y ensayista santaclareño Yamil Díaz Gómez, Presidente de Honor de la 31 Feria Internacional del Libro en Villa Clara.



No importa, otra vez

Ítaca te dio el bello viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene más que darte.

Constantino Cavafis

 

Jorge Luis Borges —lo ha contado Eduardo Galeano— impartió una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día y a la misma hora en que la selección argentina de fútbol jugó su primer partido en el Mundial del 78. En Santa Clara, más de cuarenta años después, al programador de la Jornada “Teatro de la Resistencia o La Utopía Cierta” le salió una broma parecida: A la vez que No importa, de la Compañía Teatral Mejunje, hacía de las suyas en el centro cultural homónimo, el grupo Estudio Teatral representaba al otro lado del parque una obra inspirada en un cuento de Borges.

El tema es que el patio de El Mejunje vibró con el latido de quienes se amontonaron para ver la puesta de No importa, un espectáculo estrenado a finales de 2021, con dirección artística de Adrián Hernández y general de Ramón Silverio.

Porque jamás he simpatizado con las columnas agrupadas en el libro que inspiró la obra (¿Quién le pone el cascabel al látigo?, de Rodolfo Romero Reyes, Nemo), decidí no asistir al estreno. Pero al terminar aquella función, sucedió que mis amigos comenzaron a compartir fotos, videos, mensajes de “No importa” en sus estados de WhatsApp. La obra recibió palabras de elogio en medios provinciales y nacionales, algo que puede— aunque no necesariamente— ser sinónimo de calidad. La Compañía Teatral Mejunje la representó en La Habana, Ciego de Ávila, Bayamo, Holguín… Y así llegamos a la noche del lunes, cuando la Jornada “Teatro de la Resistencia o La Utopía Cierta” irrumpió en Santa Clara con la fuerza de lo inesperado.

Poco antes de las 9:00 p. m., la cola para entrar a El Mejunje parecía la versión a escala teatral de una feria de fin de año. En el público, lo suficientemente variado como para juntar rostros de pepillas y pepillos con los de esa comunidad “sapinga” a la que orgullosamente pertenezco, había lo mismo trovadores, ensayistas, periodistas, actores, que personal completamente ajeno al mundillo artístico de la ciudad. De todo en la casa del señor Ramón. Y fue precisamente Silverio quien leyó, justo antes de presentar la obra, las palabras que saludaron el comienzo de la Jornada.

No importa —sospecho que inspirada en referentes de tan variada calidad como Regreso a Ítaca, del cineasta Laurent Cantet; No tengo saldo, del grupo Teatro del Viento y el libro (en este caso, referencia declarada) ¿Quién le pone el cascabel al látigo?, de Nemo— se vale del pastiche para entregarnos un producto acabado, equilibrado, hilarante. Una función que no subvalora la inteligencia del espectador ni busca forzar su emotividad con un sentimentalismo porno.

Para no meterme en el terreno pantanoso y por mí desconocido de la crítica teatral, mejor les diré que No importa forma parte de las representaciones artísticas que está generando un contexto signado por el hierro candente de la emigración. Cuando se lea este presente como pasado, habrá que analizar producciones tan disímiles como reggaetones, sones, boleros, rocanroles, novelas, cuentos, poemas, documentales. Y habrá que detenerse obligatoriamente en la aplastante popularidad de No importa, así como en su incisivo abordaje de la crisis migratoria.

Dice el escritor argentino Martín Caparrós: “Un migrante es alguien que se escapa: se desespera, se va a buscar sus esperanzas a otra parte. Nadie deja su lugar si su lugar lo satisface. No hay mejor evidencia del fracaso; no hay peor”. Soy de los que considera que la emigración responde a una determinación política, como también su contrario: la permanencia (voluntaria o involuntaria) en el espacio concreto del lugar de origen. No importa recoge estos debates, los procesa y devuelve a un espectador quizás por primera vez consciente de la realidad que está sufriendo.

Y lo hace con el tono cabaretero, carnavalesco, que tanto éxito de público (y de crítica, dicho sea) está alcanzando en grupos de teatro como El Portazo. Se apoya, además, en parlamentos correctamente seleccionados del libro de Romero Reyes. Las columnas que no lograron sacarme una sonrisa en mi condición de lector, se vuelven carcajada explosiva gracias a la actuación de Leisy Domínguez, Lizandra Martín, Yuniesky Bermúdez y Adrián Hernández.

Su estreno ocurrió justo antes de que empezara este nuevo éxodo masivo, que ha potenciado el impacto de la puesta en la medida en que se han ido sumando números fríos a la estadística del desastre. El espectáculo analiza el conflicto entre arraigo y desarraigo, así como la necesidad que sienten los jóvenes por abandonar la idea de un proyecto colectivo para buscar un escape individual. Su fuerza radica en el descarnado tratamiento de la actualidad cubana, sin caer en el panfletarismo, la barricada, el mensaje extremadamente directo, el post de Facebook escrito en mayúsculas y con errores de ortografía. Su debilidad, en el frecuente manejo de códigos cerrados, que limitan el alcance de un mensaje universal.

Excepto el juego de La Botellita, que me pareció extenso e innecesario, asimilé con fortuna cada escena. No importa se vale de pocos recursos, pero los aprovecha inteligentemente. Todo el tiempo el espectador (¿debería hablar por mí?) se mantiene en estado de tensión, pues no sabe por qué camino lo conducirá el siguiente diálogo. A fin de cuentas, hoy casi cualquiera puede mirarse en el espejo de una obra como esta. Y es un espejo afilado, no recomendable para quienes utilizan máscaras fuera del teatro.

“Los jóvenes admiradores de Cavafis —lo ha contado Margarite Yourcenar— se desilusionaron al descubrir que los gustos literarios del poeta eran más atrasados que los de ellos”, escribe Jorge Fornet en Salvar el fuego. Y aunque estamos, o podamos estar, en presencia de un caso similar con esta función y algunos de sus referentes (salvando, más que el fuego, las distancias), pienso que la desilusión podría nublarnos el disfrute de un trabajo valioso, donde la carcajada y el llanto se alternan para removernos la imagen que hasta entonces habíamos tenido de Cuba, del mundo. En fin, de todo aquello que verdaderamente importa.



Alcides D Portal y la fotografía de lo humano

“Le debo un poema al circo de mi infancia”, escribió Carlos Galindo Lena poco antes de confesar la causa de su temor a la aparente fragilidad del trapecista: “pienso que alguien puede cortar el hilo que va de la vida a la muerte”. Yo también siento que debo (no un poema, sino) una nota a las fotografías de Alcides D Portal, joven artista visual espirituano devenido cienfueguero, con un trabajo que demuestra el compromiso de un creador serio, maduro, arriesgado. Yo también siento “que alguien puede cortar el hilo que va de la vida a la muerte” cuando miro algunos de sus ensayos fotográficos.

alcides D Portal/ foto tomada de su perfil de facebook.

El conjunto Del Escambray a la Sierra, por ejemplo, transmite una serenidad que amenaza (y pienso que de eso se trata) con transformarse en tedio. Vemos una mano cubriendo una cara, un puño sosteniendo una barbilla, unos brazos cruzados sobre el pecho, un campesino que se enfrenta a un horizonte cerrado por la neblina. Así nos miran los pobladores que habitan, como pueden, las zonas montañosas de las instantáneas de Portal. “Con esta muestra, el fotógrafo […] explora temas tradicionales en las artes visuales cubanas, pero aristas poco exploradas de la fe de estos cubanos del siglo XXI”, publicó en Cubadebate la crítica de arte Elianet Medina Abreu.

Entonces llega el mar, y llegan los niños. El autor busca en este segundo grupo de instantáneas, Gente de mar, la infancia que él no tuvo. Busca su historia perdida, “la que pudo haber sido y no fue”, en el júbilo de muchachos que saltan, se sumergen, incluso disfrutan ser capturados por esa red en forma de cámara que Portal les lanza con inesperada habilidad de pescador. Esos muchachos, que parecen nacer de la bahía cienfueguera, nacen por segunda vez en los retratos del artista.

autoría alcides D Portal/ foto tomada de su perfil de facebook.

Humano animal se titula otro de los ensayos fotográficos de Alcides D Portal. El más cotidiano, en este caso, porque refleja una preocupación nada novedosa: la humanidad en su relación con la naturaleza (a la que pertenece y no viceversa), pero actualizada con acierto en fotografías que saltan el blanco y negro para regalarnos una calidez sobrecogedora. Aunque algunas como la del hombre que sostiene la jutía o la mujer que empuja la ternera pierden valor si se observan individualmente, integradas al conjunto demuestran que, en este caso, la preminencia de la idea central resulta para el autor una máxima inviolable.

autoría alcides D Portal/ foto tomada de su perfil de facebook.

El interés del ensayista visual por las artes escénicas se expresa en la muestra Sobre el alma humana, nada superficial indagación en las emociones de un ser tan peculiar como el actor. Al ver las imágenes recuerdo aquella frase shakespeariana que se refiere a la vida como un pobre actor que se pavonea sobre el escenario hasta que ya no se le escucha más.[1] También pienso en el libro Humano, demasiado humano, donde Nietzsche habla del “comediante”, que “aun en medio del más profundo dolor” no puede dejar de pensar en “su persona y en el efecto del conjunto escénico”, incluso “en el momento de la inhumación de su propio hijo”, y esta idea me sirve para regresar al tema del arte como línea entre la eternidad y la intrascendencia, como cuerda floja sobre la que el trapecista (el equilibrista, corregirían Eliseo Diego y Raúl Hernández Novás) se sostiene con la aparente inseguridad que tanto asustaba a Galindo.

autoría alcides D Portal/ foto tomada de su perfil de facebook.

Como dije al principio, en las fotografías de Alcides D Portal enfrento la sensación de que en cualquier momento “alguien puede cortar el hilo que va de la vida a la muerte”. Ese alguien es el artista, por supuesto. Y más que artista, equilibrista que se aventura a cruzar por la cuerda floja de un mundo sin red que pueda proteger su cuerpo humano, demasiado humano, de la inminente caída al vacío.

En la obra de Portal, el ser humano vuelve a estar en el centro del universo; pero no para ser exaltado, sino para que podamos entender los claroscuros de ese lugar sereno, recobrado y dulce llamado humanidad.

 

 

***

[1] “Life’s but a walking shadow, a poor player / That struts and frets his hour upon the stage, / And then is heard no more”.



Indagaciones al olvido

En Santa Clara, ciudad sin mar, todos los días se multiplican los acontecimientos artísticos. Cada mañana, cada tarde y cada noche tropezamos con avalanchas de informes que demuestran la efervescencia creativa de una urbe que se desvive por las artes. Las noticias de hoy sustituyen a las de ayer, como las de ayer sustituyeron a las de antier y las de mañana lo harán con las de hoy. Pero, ¿dónde encontrar un periodismo cultural que articule elementos, historias, fuentes en apariencia inconexos?, ¿dónde uno que rescate el pasado? Hasta con eso cuenta la más letrada de las ciudades del centro del país.

Villa Clara, específicamente Santa Clara, acoge revistas que abordan lo cultural desde concepciones nada superficiales o limitadas. También puedo nombrar una interesante página de la editora Vanguardia donde jóvenes periodistas intentan, con audacia y rigor, la crítica de arte; así como el periodismo que se publica en libros, aunque más bien debo decir: los libros que reúnen textos de género periodístico.

Los premios Fundación de la Ciudad de Santa Clara en el apartado de Periodismo dan buena cuenta de la salud de esta modalidad literaria (sí, dije literaria) en la provincia. Hace poco leí uno (otro) de ellos: Introspección detrás del olvido (Editorial Capiro, 2019), del poeta, crítico y ensayista Alexis Castañeda Pérez de Alejo y, como agradecimiento al buen rato que pasé consultando sus casi 130 páginas, me propuse escribir esta reseña.

Castañeda, graduado de Historia y Ciencias Sociales por el Instituto Superior Pedagógico Félix Varela, se ha dedicado a historiar los pequeños grandes acontecimientos de la Villa Clara de otros tiempos, y un poquito más acá. Su trabajo como promotor del Centro Cultural El Mejunje le ha permitido convertirse en una suerte de cronista del lugar y sus alrededores. Así lo demuestra en Yo simplemente hago o La Aventura de El Mejunje (Sed de Belleza, 2001) y La vena del centro. Trova santaclareña (Sed de Belleza, 2010).

Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en 2018, Introspección detrás del olvido llama la atención desde la cubierta. Y lo hace con una obra de Susana Trueba Veitía que recrea el centro neurálgico de la urbe santaclareña: el parque Leoncio Vidal. Aunque difícilmente podría pensarse en una ilustración más apropiada si se pretende reflejar la cultura santaclareña en todo su dinamismo, hay que decir que la idea no es del todo original, pues ya existe un título (al menos, que yo conozca) con similar diseño de cubierta: Después del huracán (Sed de Belleza, 2007), de Yamil Díaz Gómez.

“De todos los libros que ha escrito Alexis Castañeda, tal vez este sea el más íntimo, el más enfebrecido”, asegura el poeta y narrador Geovanny Manso en su reseña “Memoria y más memoria en Introspección detrás del olvido”. Se trata de un volumen asimétrico, con una primera parte breve, personal, integrada por crónicas que funcionan como cuchillas que van abriendo la carne donde habita el olvido, y otra de carácter testimonial, más extensa, que podemos identificar como la esencia de las intenciones del volumen.

Sobre la primera parte, “Historias de pasión y credo”, diré que me impresionaron las crónicas “Elena Burke en El Mejunje cantando, cantando”, “Alcides y Silverio cabalgan en un caballo de palo” y “Meme Solís: la dicha de poder soñar y amar”. Los textos que menciono tienen en común —además de la batalla contra la desmemoria, presente en todo el volumen— la capacidad de concentrar la energía evocadora en un pequeño punto del recuerdo, para de esa manera transmitirnos un relato con sabor a bolero de victrola, copa rota y mucha, muchísima nostalgia.

La curva de intensidad dramática de la primera sección está correctamente diseñada: va subiendo en “Los villareños siempre cumplen su parte” y “El valor de una mañanita de enero”, llega a un pre-estribillo/pre-clímax con el trabajo sobre Luis Carbonell, explota en un coro integrado por Elena Burke, Rafael Alcides y Ramón Silverio, desciende con el trabajo sobre el Centro Experimental de Teatro de Las Villas y vuelve a ascender con El Pamperito y Meme Solís, para entonces terminar arriba, muy arriba:

Perdona este destilar, pero aquí en Santa Clara las mañanas de domingo son demoledoramente lentas, y nos vamos arrimando a ese rinconcito llamado nostalgia. Espéranos, Meme, que con muchos otros nos encontraremos en un “nuevo amanecer” y tendremos “otra vida para darla nuevamente”, pues a mí también “me ha crecido el corazón para anidar las ilusiones que anhelaba” y no dejaremos que muera “la dicha de poder soñar y amar”.

La segunda sección de la obra se me antoja fácil de entender y difícil de explicar. Intentaré aproximarme diciendo que se trata de la historia de alguien o algo a partir de la voz de un testigo privilegiado. En el caso de “Juanito Sarmiento. Pasiones en la arena”, el entrevistado narra únicamente su vida, pero en realidad está hablando de lo mismo que todos los testimoniantes del libro: de las injusticias del olvido. 

Qué, si no eso, nos revela Osiris Aguiar Valdés cuando recuerda al invisibilizado Meme Solís; María de los Ángeles García cuando evoca al maestro Raúl Ferrer; Juan Campos cuando nos refiere los pormenores de un tiempo en que Fernando Borrego todavía no era Polo Montañez; Juan Manuel O´Farril cuando extraña sus tragos compartidos con grandes de la música cubana; Eusebio Guerra cuando rescata los años perdidos del cabaret Venecia; Roberto Pérez Elesgaray cuando dibuja el boceto de lo que fue y pudo ser el grupo Raíces Nuevas, de Pucho López; Elena O´Farril cuando dice, justo al final del libro: “Doris [de la Torre] era mi hermana”; Valentín Díaz Contreras, El Diablo, cuando asegura que “en el entierro del Benny, el 20 de febrero de 1963” hizo un compromiso “allí en su tumba, que iba a seguir su legado, cantando sus canciones”, y eso lo ha cumplido.

No creo que pueda ser justamente valorado en el breve espacio de una reseña cuánto contribuye al rescate de la historia cultural de Santa Clara un libro como Introspección detrás del olvido. “Quizás la motivación de fondo sea intentar corregir un error del pasado, hacer justicia. Acaso una pulsión justiciera sea lo más característico de estos textos diversos”, explica en el prólogo el crítico Dean Luis Reyes.

Por eso agradezco esta obra, que transita silenciosa, sin llamar la atención sobre sí misma, por una autopista de eventos culturales que seguramente olvidaremos mañana. Una autopista que espera por que los Alexis Castañeda del futuro realicen el trabajo que hoy algunos (no los suficientes) se deciden a emprender: el de rescatar el pasado con nuevas e imprescindibles indagaciones al olvido.



«Longina»: Hasta pronto diosa de lira e inspiración

Durante cinco días Santa Clara celebró la reciente edición del Encuentro Nacional de Trovadores Longina canta a Corona, en esta ocasión dedicada a Lázaro García, a los 50 años del Movimiento de la Nueva Trova y los 25 de La Trovuntivitis. De todas las regiones del país llegaron cantautores a celebrar un estilo de vida único, una idea del mundo fundamentada en la canción como elemento esencial de todo lo que nos rodea, una corriente ideo estética, un sentimiento.

El día 5 se abrían las puertas a los invitados del “Longina” en la Casa del Joven Creador de Villa Clara. De las paredes del patio colgaban los cuadros de la exposición del cantautor Leodanys Castellón, quien realizó y agrupó un conjunto de retratos digitales a exponentes de la trova cubana de todos los tiempos. Yasmany González, escritor y actor “pinaclareño”, dijo las palabras de presentación e invitó luego al propio Castellón para que compartiera su obra musical con los presentes. Cantaron, además, Jesús Pérez y Pedro Zapata, como estaba previsto en el programa; sin embargo, las ganas de trovar subieron al escenario a Nelson Valdés, Amaury del Río, Ariel Barreiros, Freddy Laffita, Alain Garrido, así como al poeta y repentista Marcos David Fernández, el Quíquiri de Cisneros.

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¿La luz, bróder, la luz?

Desde el inicio, el Centro Cultural El Mejunje estuvo a la altura de sus mejores tiempos. En los últimos meses la peña La Trovuntivitis había vivido algún que otro momento de declive. La ausencia temporal de trovadores importantes, los problemas con el audio y la energía eléctrica, por solo mencionar las razones que conozco, amenazaban con pasarle la cuenta a un espacio icónico de la ciudad. Pero La Trovuntivitis, ya lo sabemos, retrocede únicamente para coger impulso. En esta ocasión la presencia de Yaíma Orozco, Yordan Romero, Leonardo García, Roly Berrío, Yatsel Rodríguez, Alain Garrido, Michel Portela y Migue de la Rosa, regaló a los presentes una peña para el recuerdo. Y entre canciones, risas, bailes, invitados, más canciones, improvisaciones, controversias, nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y juntos al amanecer nos encontró la Luna.

Uno de los periodistas culturales más importantes de Villa Clara, Alexis Castañeda Pérez de Alejo, fue el responsable —en la tarde del viernes 6 de enero— de presentar la ponencia “La Trovuntivitis: algo más que 25 años de historia de canciones”, en la sala Margarita Casallas del propio Mejunje. Como aseguró Castañeda, actualmente existe una necesidad ineludible de estudiar en profundidad un fenómeno tan peculiar como La Trovuntivitis, extraña cofradía de cantautores que durante un cuarto de siglo no han dejado morir el fuego de la canción de autor cubana. El responsable de libros como La vena del centro. Trova santaclareña (Sed de Belleza, 2010) e Introspección detrás del olvido (Editorial Capiro, 2019) se refirió también a la importancia de la relación estrecha que existe entre poetas y trovadores en la ciudad de Santa Clara, un fenómeno que funciona, al decir de Yamil Díaz, como dos caras de una misma moneda o dos monedas de una misma cara.

Ese día se desarrollaron, respectivamente, los conciertos del Dúo Fábula y Maikel Mora, en la Sala Margarita Casallas, y el de la peña La Caña Santa junto al grupo D´Cuba, en la Casa del Joven Creador. Me gustaría que en próximas ediciones La Caña Santa pudiera disponer —porque desde hace años lo merece— de un concierto programado para alguno de los horarios estelares del Longina.

El Parque de Las Arcadas se hizo eco, a las 9:00 pm, de las voces de Eduardo Sosa y José Aquiles. El primero, con sus excelentes cualidades interpretativas, recordó muchas de las grandes canciones de la Trova Cubana, recientemente declarada Patrimonio Cultural de la Nación. El segundo, con una obra no muy conocida por el más joven público santaclareño, aunque muy admirada por los creadores de la ciudad, dejó en los asistentes las ganas de buscar y disfrutar un repertorio que espera, escondido pero vibrante, un más que necesario redescubrimiento futuro.

Junto al aprovechamiento de la todavía inconclusa Luna Naranja, uno de los mayores aciertos de la presente edición del Encuentro Nacional de Trovadores Longina canta a Corona fue, sin duda, el haber traído a escenarios santaclareños a varias generaciones de creadores de las provincias orientales del país. La noche del viernes, por ejemplo, se iluminó con un concierto de artistas mayoritariamente tuneros: Amaury del Río, que además de su proyección escénica, su aprovechamiento de códigos y estilos de la música rock y una voz que lo distingue de entre todos los intérpretes de su generación, cuenta ya con un repertorio sólido, maduro y atrevido; Jesús Pérez, una de las voces más dulces de la reciente hornada de cantautores cubanos; Richard Gómez, trovador de una amplia carrera, pero no tan conocido por estos lares; el manzanillero José Alberto Sánchez, con una obra que ya despierta respeto entre los grandes exponentes de la canción cubana contemporánea y, para finalizar, el inefable Freddy Laffita, creador que desde hace años se ha convertido en imán para trovadictos de todo el país a fuerza de parir canciones que no se parecen en nada a nadie, pero que tienen mucho de Vallejo y mucho del rock que tanto influyó a lo mejor de la trova cubana desde los años 60 hasta la actualidad.

El sábado 7 de enero, la sala Margarita Casallas de El Mejunje acogió la conferencia sobre el trovador cienfueguero Lázaro García a cargo del crítico e investigador musical Joaquín Borges-Triana, quien se valió de su amplio y profundo conocimiento de la canción de autor en la Isla para situar a Lázaro en el lugar que merece: junto a los grandes de nuestra riquísima historia musical. En poco más de una hora, Borges-Triana demostró cuán justificado es el respeto que sintieron y sienten por este trovador sus compañeros de generación, integrada nada menos que por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, Sara González y Augusto Blanca, entre otros.

La celebración por la declaración de la Trova Cubana como Patrimonio Cultural de la Nación ocurrió en el patio de la sede provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El acto contó con la participación—y perdonen mi estilo notarial— del Trío Palabras, Juan Campos, Yudi Herrera, La Trovuntivitis, Augusto Blanca, entre otros. La Trovuntivitis recibió, casi al finalizar la actividad, la importante distinción El Zarapico.

A las once de la noche vivimos, como en la edición pasada, el concierto de los cienfuegueros Ariel Barreiros, Nelson Valdés y el Quíquiri de Cisneros. La presentación compensó la falta de novedad con un espectáculo bien estructurado. Esas joyas de la canción cubana que son los temas de Ariel Barreiros, la fuerza interpretativa y calidad compositiva de Nelson Valdés, así como las décimas del prodigio de veinte años que todos conocemos como “El Quíquiri de Cisneros”, sin duda uno de los grandes repentistas de Cuba, brillaron en un concierto que reunió a un público numeroso en La Luna Naranja.

Asimismo, el evento llegó hasta el Museo de Artes Decorativas, y allí se pudo disfrutar de la explosión artística incontenible que identifica la peña del trovador Rolando Berrío. La argentina Adriana Martínez y el holguinero y fundador del Movimiento de la Nueva Trova Augusto Blanca, artistas invitados al espacio, regalaron una muestra de sus repertorios. “Amenazo con volver”, bromeó Augusto Blanca al despedirse.

Roly Berrío compartió, mientras lo permitió la lluvia, algunas de sus excelentes creaciones. Su espectáculo es uno de los más atrayentes, como se reafirmó en esta edición XXVII del festival. En uno de los momentos finales de la actividad, varios trovadores cantaron “Gracias a la vida”, de Violeta Parra, como una manera de decir también: “¡Gracias a la trova!”.

La Luna Naranja, frente al Parque de Las Arcadas, fue el lugar de cierre del Longina canta a Corona. En esta ocasión, como en la edición pasada, fue Polito Ibáñez el encargado de abrir las primeras horas de la clausura. Los temas de Polito forman parte de lo mejor de la canción cubana contemporánea. Sin hacer concesiones de ningún tipo, el cienfueguero de nacimiento logró que muchas de sus creaciones se volvieran hits todavía coreados y venerados por cubanos de todas las edades, como se pudo ratificar esa noche.

Tanto él como Hansel Arrocha, la guitarra prima, se encontraban mal de salud desde antes de empezar el concierto. En esas condiciones iniciaron y terminaron su sencilla pero genial presentación.

El cierre estuvo a cargo del trovador Yatsel Rodríguez, presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Villa Clara, junto a Yeni Turiño, una de la figuras más prometedoras de la actual generación de trovadores cubanos. Luego comenzaron a sumarse intérpretes como Leodanys Castellón, Ernesto González Choy, Juan Pablo Palmero, el Círculo de Tiza, entre otros, para así articular una descarga final que supo estar a la altura de un evento decoroso, aunque discreto, si tenemos en cuenta factores como: la situación económica del país, el poco o nulo apoyo de organizaciones que antaño habían acompañado más al Longina, el pobre trabajo de difusión en plataformas digitales y la no realización de un concierto homenaje a Lázaro García en el que todos los trovadores participaran, como acertadamente se hizo el año pasado con María Elena Walsh.

También se aprovechó la ocasión para homenajear a destacados cantautores con la entrega de la Moneda conmemorativa Aniversario 50 del Movimiento de la Nueva Trova cubana.

En la última jornada un grupo de artistas viajó hasta el municipio Caibarién, para rendirles merecido tributo a Manuel Corona y Longina O´Farrill. La peregrinación es uno de los momentos más significativos, además de una tradición que, en la medida de lo posible, siempre se ha tratado de respetar.

Parafraseando a Yordan Romero: “Los trovadores son mortales, pero la trova cubana es eterna”. El mejor ejemplo de ello sigue siendo este legendario Encuentro de los artistas de la pluma y la guitarra, porque si algo pudo demostrar la actual edición es que sigue estando en la cima de los festivales de trova del país, ¿o no?



¿La luz, bróder, la luz?

La noche empieza como siempre: las pruebas de audio, la música colándose entre los cigarros y el murmullo, las gradas llenándose de habitués, la felicidad que va contaminando. Pero en esta ocasión algo cambia, algo suena mal: las antaño botellas de matapájaro anuncian un licor rojo con olor a plátano y sabor a ponche aguado. La luna marca un paso lento con su recorrido, pero las gargantas toman vino caliente, o vinagre. Quién sabe. Así: igual, estuvo ayer pasando por detrás de tu conversación. Porque estamos aquí, con la sensación de no ver la luz (sobre todo eso) y de sentir cómo atravesamos, cómo somos atravesados por el recuerdo de los años noventa. A fin de cuentas, luces nunca tuvo nuestra casa.

Es jueves, 22 de septiembre de 2022. La peña de La Trovuntivitis espera por nosotros en El Mejunje de Santa Clara. No están Yaima Orozco, Yordan Romero, Raúl Marchena, Karel Fleites; pero tenemos a Roly Berrío, Leonardo García y Alain Garrido, veteranos de las míticas primeras peñas. Y también a Michel Portela, Migue de la Rosa y Yatsel Rodríguez, quienes sumaron su arte a un proyecto que mezcla, con mucho acierto, diferentes estilos, edades, voces, mentalidades y proyecciones.

Empiezan a sonar las cuerdas, pero el audio, como ya nos tiene acostumbrados, demuestra no estar a la altura de su ubicación. Para que la Luna siga encerrada en el agua, entre todos intentamos convencer al mar. El público no abunda, pero el patio parece lleno, aunque extrañamente tranquilo para quienes han vivido en este lugar la cotidianidad de las más impensables extravagancias.

foto: Melissa Maura

Más o menos todo marcha según lo previsto, hasta que el sonido definitivamente se nos pierde. Sin demasiado nerviosismo, los trovadores agarran unas sillas y las colocan frente al público. Leonardo García pide silencio. Las conversaciones de quienes van a oír la trova, más que a escucharla o cantarla, amenazan con ahogar un concierto literalmente acústico. “Santa, clarísima Santa”, corean los trovadores minutos antes de que también se vaya la corriente. Entonces los teléfonos iluminan como pueden el escenario improvisado. Alguien saca, no sé de dónde, una linterna. En ese momento descubro que mi teléfono también puede aportar y me digo: por qué no, quizás otra golondrina sí anuncie la primavera. Por qué no, me digo.

Aunque no estoy seguro del orden de las canciones, recuerdo que Alain Garrido cantó a petición de Roly ese clásico de Pepe del Valle que se llama “Con tanta presión”. Cantó “María de mi dolor”, su magnífica musicalización de un romance de Yamil Díaz; “Veleidades de la Gloria”, que es un himno absoluto de la trova santaclareña; y cantó “Diario”, que no es, pero se parece mucho a la esperanza que tanto necesitamos.

Michel Portela cantó “La raspadura” e hizo una genial versión de “Quise”, aunque debo confesar que en la memoria me quedará, como un tesoro, su imperfecta pero sublime interpretación de “Será ayer», porque a fin de cuentas siempre hay un sitio al que tengo que volver. Y ese sitio —estoy completamente convencido— es una canción.

Creo que Migue de la Rosa no llegó hasta el final, como tampoco lo hicieron algunos del público. Yatsel Rodríguez cantó varias de sus populares canciones y apoyó haciendo coro en el turno de sus compañeros. De todos me llevo un recuerdo limpio, cargado de agradecimiento y admiración; pero qué decir de Leonardo García. Fue emocionante verlo forzar sus cuerdas vocales con temas que, en sentido general, no acostumbra a cantar los jueves. Sobre todo “Días corriendo”, esa pequeña pieza de orfebrería que dice: hay que morir un poco cada día, para escribir el cuento, para intentar la vida.

Y porque estábamos como atravesando los años noventa, cantó su oda a la alquimia etílica de finales del siglo pasado. Porque estábamos en la inopia, pero en el éxtasis de la fe trovera, cantó “Oración del remanso”, de Jorge Fandermole. Porque estábamos desesperanzados a más no poder, cantó su “Rock and Rap de la esperanza”, porque se nos va la vida, se nos va, sí, se nos va… Porque hay luces… en la distancia, y sin embargo, te quiero, mi SantaPorque puedo verla allí en tu pecho, y puedes verla tú en el mío. Ni vencedores ni vencidos. Y porque si no sueño el país, siento frío. Siento frío…

Después Roly Berrío improvisó. Punto y seguido. Quien ha ido a La Trovuntivitis (según cuenta la leyenda, ese nombre surgió por una improvisación suya), sabe lo que significa que Roly improvise. En estado de trance, habló de los poderes curativos del ron, llegó a las termoeléctricas, volvió al ron, pasó por no sé cuántos lugares, hizo de todo por sacarnos una sonrisa, hasta que por fin lo consiguió. Al menos yo sonreí, aunque también pudo ser la mueca que me produjo el vinagre con azúcar que me estaba tragando. 

Creo que así terminó la noche. Recogimos los bártulos y nos fuimos, pero no sin antes acercarnos a Leo, “ese farol gigante en medio de la oscuridad más plena”, como una vez lo definieran. Recuerdo que le dije: linda peña. Recuerdo que me dijo: gracias. Recuerdo que le dije: lo único que falta es que venga la luz ahora mismo. Pero la broma no pudo ser perfecta: la luz llegó cinco minutos después, cuando ya habíamos salido de El Mejunje y apenas pasábamos frente a la —Santa, clarísima Santa— Catedral de la ciudad.