Los años cubanos de Margaret Randall

A Nueve Azul.

 

En el caldeado México de finales de los 60, la poeta y editora norteamericana Margaret Randall decide enviar a Cuba a sus cuatro hijos (Gregory, Sarah, Ximena y Ana). Se reunirá con ellos en la Isla en cuanto encuentre oportunidad de evadir la persecución política. Una vez en La Habana, ella y su familia decidirán «aplatanarse» (imposible encontrar expresión mejor), lo que incluirá no solo trabajar con las instituciones cubanas, sino tener una libreta de abastecimiento, participar en trabajos voluntarios, reuniones del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y ser testigos directos de un proceso que pasa de una fase improvisada, donde sobresalen la épica y el entusiasmo, a otra organizada, sovietizada, con diferentes tonalidades que irán del blanco al negro, pasando por el gris.

Como se ha dicho hasta el cansancio, la memoria reciente del proceso cubano está por escribirse. Los textos de Historia no alcanzan para entender en toda su complejidad lo que en realidad hemos sido ni hasta dónde pudimos ser lo que quisimos. Un libro como Cambiar el mundo. Mis años en Cuba, de Margaret Randall, llega para revelarnos las fotografías de un álbum desconocido: la Revolución Cubana desde finales de los 60 hasta 1980.

La figura de Randall se nos hace más nítida en la medida en que empezamos a conocer los detalles de su vida en la Isla. No se trata, en este caso, de una memorialista que evita mostrar las manchas de su pasado ni ocultar sus errores tanto de pensamiento como de acción: entre la mujer de entonces y la que ahora redacta Cambiar el mundo, se establece un debate de ideas, por momentos, complementarias; por momentos, contradictorias.

Los rasgos del proceso que se presentó ante los ojos de la autora en los 70 son ampliados, corregidos, rectificados por una visión más abarcadora de lo que fue la Revolución Cubana. En ocasiones eso le permite una actitud más crítica ante problemas que décadas atrás no despertaron su indignación. «He reescrito fragmentos aquí y allá, para llenar el vacío que parece hacerse más grande y profundo con el decurso de los años» [179], advierte antes de contarnos sobre la Jornada de la Cultura en Varadero. Más adelante, reflexiona:

Me gustaba lo que veía a mi alrededor: creatividad, experimentación y valentía en medio de tanta adversidad […]. Con frecuencia nos advertían sobre las críticas abiertas a una u otra cosa, y nos hacían sentir que si protestábamos estaríamos dándole armas al enemigo. Por lo general creía lo que me decían. A veces creyendo estaba en lo cierto; a veces no. [226]

Con habilidad y objetividad, Randall logra construir una imagen multidimensional de un período que, generalmente, se nos presenta como consigna impresa en cualquier valla propagandística de la carretera. Podemos decir que Cambiar el mundo nos muestra toda la travesía; sobre todo cuando Randall se embarca en recorridos por el territorio cubano, hace preguntas lo mismo en Pinar del Río que en Santiago, se enfrenta (o no se enfrenta) a los monstruos de los claroscuros que aparecen en cualquier período de transición.

El libro abunda en comentarios reveladores. Según nos hace ver Randall, en ocasiones la práctica de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) la situaba en la avanzada de las luchas por la igualdad de la mujer, pero oficialmente la institución renegó del feminismo al entenderlo como un movimiento foráneo, burgués, que no consideraba que la contradicción principal de la sociedad fuera de clase, sino de género.

Las feministas de países desarrollados [nos dice la autora] eran percibidas como un peligro pues, en el mejor de los casos, estaban completamente ajenas a la realidad cubana y en el peor, podían hasta ser intencionalmente perjudiciales. Muchas de las miembros [de la FMC] más jóvenes de entonces eran feministas en la práctica, aun cuando la teoría les era completamente ajena. Pero la ideología de la organización era y continuaba siendo antifeminista. [127]

Estremecedora resulta la valoración que nos presenta sobre Haydee Santamaría, «mujer apasionada y comprometida, de una creatividad única y una brillantez que parecía intuitiva» [114]. Según Randall, «es difícil saber con exactitud cómo [Haydee] encajaba —o cómo no encajaba— en la jerarquía nacional dominada por los hombres» [114]. Sobre la manera en que recuerda su muerte y funeral, la autora tiene mucho que contarnos. Para ella, «que se guardó todos los secretos» [7], está dedicado Cambiar el mundo.

A propósito del Quinquenio Gris, Randall confiesa no haber estado muy al tanto de la situación, «quizás porque los afectados por lo general se callaban lo que estaban pasando, o porque el mundo del arte era demasiado apasionante —a pesar de las restricciones— , o quizás […] era demasiado lenta para captar ciertas sutilezas culturales» [205]. No obstante, la memorialista cita como contrapartida de su visión personal un artículo de Arturo Arango en Alma Mater, donde el autor de «Lista de espera» la recuerda así:

[Randall] Era demasiado para los cánones de la ortodoxia ideológica de eso que hoy llamamos, amablemente, el Quinquenio Gris. Margaret estaba aislada, le habían echado bola negra, y nosotros le restablecimos el ambiente intelectual y humano de que la habían despojado. [205-206]

La observación de Arango se refiere al segundo quinquenio de la década, que incluye los últimos años de Randall en Cuba, cuando el gobierno le retiró la confianza, «quizás por haber tenido una amistad con el representante espía de CUSO, quizás por la forma directa en que criticaba problemáticas de género e identidad sexual» [251] o quizás porque su grupo de amistades «incluía revolucionarios que no se adscribían a la línea de Cuba» [251].

Cambiar el mundo muestra un ejercicio de autocrítica tan osado como aleccionador, un anecdotario que alterna con muy interesantes reflexiones sobre el poder —pese a la notable influencia hollowayana en sus planteamientos (muy común en la izquierda de principios del presente siglo)— y una zona de la realidad escasamente abordada en libros y documentales afines: la mujer cubana en los 70, sus problemas, proyecciones, luchas cotidianas.

Después de leer el libro de Margaret Randall, que apareció primero en inglés en 2009 por Rutgers University Press antes de ser publicado en español por Ediciones Matanzas en 2016, con una tirada de 3 mil ejemplares, pienso que todos deberían conocer este valioso testimonio de nuestro pasado más reciente.

A finales de 1980, más de una década después de su salida de México, Margaret Randall se despide de la Isla para acompañar a la casi recién iniciada Revolución nicaragüense. Dos de sus hijos la seguirán; otros dos se quedarán en La Habana, por el momento. Con esa decisión, el capítulo cubano de Margaret Randall llegará a su fin, hasta que decida revisar y completar —mucho tiempo después— la memoria perdida de sus años cubanos.

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