Elaine Vilar Madruga


Nácar en los dedos de los libros

Solo hay que conocer su obra para saber cuánto esplende Lisett D. Páez Cuba. Y en este esplendor no incluyo solo el talento, sino también su humanismo, su capacidad para la fe y el asombro, su infinito abrazo a la poesía de la vida cotidiana. Lisett D. Páez Cuba (Lisy para sus amigos) es una voz que, sin duda, cantará en los oídos de los lectores para dejar en ellos el recuerdo de la música de sus palabras.

cortesía de la entrevistada

¿Cuándo decidiste que la literatura iba a ser el camino que acompañaría tus pasos? ¿Por qué elegiste la literatura como vínculo de comunicación con el otro?

Desde niña siento pasión por la escritura. A los 12 años escribí un cuaderno de versos rimados que solía leer a mi abuelo paterno. Y aunque pensé optar por Filología como carrera universitaria, matriculé Derecho por razones de fatalismo geográfico: soy una pinareña que no quiso irse a estudiar a La Habana. No obstante, el deseo de escribir siempre estuvo latente en mí, hasta que en diciembre de 2019 ingresé al Taller Baragaño, de la Casa de Cultura en Pinar del Río. A partir de entonces comenzó mi era escritural.

Escogí la escritura porque es una forma de compartir las ideas que pueblan mis sueños. Reconozco que esta es mi verdadera vocación y mi refugio. Incluso, he confesado antes que el Derecho es mi esposo, el padre de mis libros, mis artículos; el hombre con el que estoy casada, mas no el amor de mi vida. Ya he advertido en ocasiones que, por suerte, el Derecho y la Poesía tienen algo en común: el poeta intenta hacer justicia a través de sus versos.

cortesía de la entrevistada

¿Cuáles son tus principales influencias creativas?

En narrativa prefiero a García Márquez, Isabel Allende, Cortázar, Galeano y Fleur Jaeggy. En poesía, aunque crecí declamando versos de Buesa, Neruda, Sor Juana y otros poetas latinoamericanos (que eran mis preferidos en la adolescencia), con más tiempo de lecturas descubrí que mi genealogía poética la he encontrado en autores como César Vallejo, Rainer María Rilke y Wislawa Szymborska. En el caso cubano, los que más han calado en mí y me llevan a un estado hipnótico resultan ser José Martí, Dulce María Loynaz y Sergio García Zamora.

¿Qué te mueve a escribir? ¿Qué, en el mundo real, te sirve de material para alimentar la ficción?

El mundo en sí mismo. Cada proceso cotidiano es mi fuente de inspiración. Estar frente al espejo desenredándome el pelo me llevó a escribir El enredo, texto con el cual empieza el poemario premiado, a través de un símil: “Escribir poesía es como desenredar un cabello húmedo…”. Asimismo, estar esperando el ómnibus una mañana para ir a la Universidad me hizo pensar en un poema como Parada de autobús, que ofrece un paralelismo metafórico con el proceso editorial, tal cual esos libros que esperan (sentados) por la publicación que ha de llegar.

Mi profesión es otro incentivo constante para escribir. El Derecho es una fuente inagotable de temas y motivos. De la influencia jurídica y de esa confrontación entre la jurista y la escritora que soy, nacieron textos como Judicatura y Abogacía, declarando mi devoción expresa por la literatura cuando escribí: “Ya no soy la abogada litigante. Soy lectora en privación de libertad. Busco un verso inocente que me salve”.

cortesía de la entrevistada

¿Cómo definirías tu estilo?

Eso mejor lo dejo a la crítica. Soy pésima para autodefinirme. Grosso modo pudiera adelantar que en narrativa me siento surrealista y en poesía, ultra romántica. Suelo tener un tono reflexivo y en ocasiones pasional. Pienso que he sido más bien una escritora emotiva con tendencia marcada a la poesía intelectiva.  

Y tu proceso creativo, ¿cómo transcurre?

La narrativa, el teatro y otros géneros (no poéticos) requieren más dedicación: sentarme en el buró de mi cuarto, estar muy concentrada, exprimir neuronas. Sin embargo, la poesía infantil y la poesía para adultos surgen más espontáneas: ideas que me invaden de repente y tengo que correr a anotarlas. A veces hasta me he levantado de madrugada con versos estructurados ya en la mente y debo escribirlos para no olvidarlos.

Una curiosidad propia es que al crear poemas generalmente empiezo por el último verso. Casi siempre es el primero que se me ocurre. Sí, empiezo los poemas al revés, de abajo hacia arriba, como si la sentencia final ya estuviera predeterminada, como si supiera de antemano a dónde quiero llegar. Y raramente termino un texto la primera vez. Como mínimo mis poemas requieren tres sesiones: las ideas repentinas sobre el papel, el pensamiento articulado para dotar de estructura lógica ese campo semántico y la revisión detallada tras la cual nace, finalmente, el poema.

cortesía de la entrevistada

A tu criterio, ¿un escritor tiene que ser necesariamente un buen lector o basta con que sea un buen intérprete de su propia realidad?

En absoluto: un buen lector. No basta con interpretar la realidad propia, necesitamos leer cómo otros la han interpretado, nutrirnos de la savia poética precedente. Justo cuando descubres que en la lectura está el secreto empiezas a avanzar como poeta. A mí, por lo menos, la lectura me contagia de escritura. En verdad mientras más leo, más quiero escribir. Es curioso porque en el poemario La de abajo constantemente defiendo esta tesis, a tal punto que declaro: “Solía devorar trozos de nácar en los dedos de los libros. Hace un tiempo dejé la tentación de onicofagia, el mero conformismo a los exergos”. Este sentido lúdico entre el proceso escritural y el nutritivo continúa más adelante cuando afirmo: “La energía que el estómago transforma en energía. La lectura que la mente transforma en escritura (…) Un desnutrido nada podría escribir”.

¿Cuál es el lugar que ocupa el escritor en el mundo contemporáneo?

A decir de García Márquez, el oficio de escritor es el más solitario del mundo. Así lo percibo yo: como un solipsista que se aísla de sí mismo para terminar acompañando las soledades ajenas. Gracias a él, “Un lector es el blanco de la refracción. Recibe toda la luz que proviene desde el fondo de una sombra”. Así también declaro en otro de mis poemas, que el escritor no trabaja propiamente para sí, porque la obra no es propiedad suya: “Pertenece a los lectores, a los más necesitados”. Por tanto, a mi juicio, el escritor tiene ante todo una función social, una especie de compañía anticipada a esas almas que necesitan recrear, resemantizar o evadir la realidad.

cortesía de la entrevistada

¿Qué tipo de colaboraciones con otros artistas te interesarían en tu vida creativa?

Me encantaría musicalizar poemas, escribir textos para canciones. Es algo que ya he sentido de manera espontánea al tatarear en voz baja canciones que se han quedado escritas en el bloc de notas de mi teléfono móvil. Me ilusiona también la idea de libros ilustrados para los poemarios infantiles que ya tengo listos; y de manera especial me llama la atención la poesía ecfrástica, tener un cuaderno propio al estilo de Los Rembrandt L’Hermitage de Fina García Marruz. Estas son algunas de las imágenes que ya me han conmovido alguna vez.

Por último, confieso otra de mis quimeras. Sueño con una Academia Cubana de Poesía. Imagino un espacio de confluencia de jóvenes de todo el país, un escenario formativo donde la escritura de poemas sea un proceso consciente y guiado por profesionales con experiencia y experticia, donde sesionen talleres frecuentes de creación y crítica literarias. A su vez, pudiera pensarse en un Centro de Estudios sobre la Poesía Cubana, dedicado por ejemplo, entre otros temas, a uno de los conceptos que hace algún tiempo aguza mis sentidos: las comunidades poéticas. De tal suerte, se brindaría la oportunidad de formación académica a aquellos que, con dificultad, avanzan desde la empiria.

cortesía de la entrevistada

Eres una autora que juega con disímiles géneros (la poesía, el teatro, la narrativa, la literatura infantil, etc.), ¿por qué te interesa cruzar esas fronteras genéricas?, ¿qué nuevas visiones otorga ese cruzamiento a tu escritura? ¿Existe algún género que no te interesa o que no te atreverías a abordar?

Nadie ama lo que no conoce. Por tanto, un primer paso para saber si algo nos interesa de verdad, es acercarnos. De ahí que las pautas creativas (orientadas en cada clase del Laboratorio de Escrituras al que pertenezco) me ayudaran a encontrarme verdaderamente como autora, a descubrir y también a desechar. Por ello confieso que me interesan las fronteras genéricas como mismo me interesan las fronteras espaciales, y que conste: adoro viajar. Toda exploración en la escritura creativa es enriquecedora, es una forma de entender los vasos comunicantes entre el verso y la prosa, lo interesante que puede resultar el empleo de una didascalia en poesía o la inserción de un poema en una obra de teatro. Y para responder a la tercera pregunta: el género con el que menos me identifico es la ciencia ficción. Honestamente es el único en el que me cuesta imaginarme.

cortesía de la entrevistada

¿Cuáles son las principales ventajas que el mundo contemporáneo le puede ofrecer a un artista, y cuáles los principales hándicaps?

¿Ventajas? Muchísimas: divulgar obras con celeridad a través de las redes sociales, publicar en cualquiera de los sitios y revistas disponibles en la web, diversificar formatos de libros digitales (Epub, audiolibros, podscats) y optar por las múltiples convocatorias de certámenes nacionales e internacionales.

¿Hándicaps? El riesgo de la publicación prematura sin la suficiente madurez literaria, la preferencia por los premios antes que por los libros valiosos, las ofertas tentadoras de “los editores caníbales”, el saldo que supone la mercantilización de la literatura: el sello del mercado por encima del sello de la calidad.

cortesía de la entrevistada

El a veces difícil recorrido de los premios literarios ha comenzado a abrir sus puertas para ti. Acabas de obtener el Premio David de Poesía en su más reciente edición. ¿Cuáles son los beneficios puntuales que un premio puede otorgarle a un autor novel como tú?

Primeramente he recibido el beneficio de la crítica especializada: pasar esa prueba de fuego que implica ser juzgada por reconocidos escritores como Rafael Acosta de Arriba, Carmen Serrano Coello y María Liliana Celorrio Zaragoza. En segundo orden, advierto la gran oportunidad de publicar mi poemario por Ediciones Unión y socializarlo en lo adelante por toda Cuba. Ahora me falta el beneficio más gratificante y a la vez el más complejo: el de ser leída por mis contemporáneos y someterme al verdadero juicio, el juicio del lector.

¿Puedes adelantarnos un poco de los temas que pueblan el imaginario de tu libro ganador del David?

El poemario La de abajo no constituye una referencia vulgar (como pudiera parecer), sino un título elegido como intertexto con la novela de la revolución mexicana Los de abajo, de Mariano Azuela. Fue un amigo filólogo y maestro zamoriano quien me ayudó a descubrir que la poética del espacio atraviesa todo el conjunto: drones que “observan como espías desde arriba los sueños que se duermen desde abajo”, un testamento conmovido porque “el espíritu del testador se eleva al cielo mientras la tierra empieza a descomponer la carne”, o aquel Hiperión que “sueña cada noche con la sola compañía de lechuzas, aunque las lechuzas no vuelen tan alto”.

El cuaderno en general ofrece una especie de paralelo entre la literatura y la vida, al exhibir binomios tales como la mujer-palabra o el amante-libro, pretextos escogidos para develar pasiones humanas a través de la escritura. Pudiera exponer temas abordados en el poemario como la lectura, la poesía, la muerte, la soledad, y a su vez motivos elegidos en su correlato, tales como la luz, una niña, la clonación, los pájaros, entre otros. Debo reconocer además una constante referencia (que abordo, a criterio de algunos, de manera sensual o erótica): la de una mujer de ciencias que es constantemente emplazada por una mujer de letras. Tal es así que uno de los poemas nació justo la noche que debía arbitrar un artículo científico, pero un hombre de papel me sedujo y terminé describiendo un servicio de lavandería a su favor; a tal punto que: “Casi amanece cuando empiezo a doblar los uniformes”.

cortesía de la entrevistada

En tu vida como artista, ¿existe algún momento significativo que haya marcado un antes o un después?

Definiría dos momentos clave en mi vida como artista. Ambos se asocian a la incursión en nuevos géneros y coincidentemente corresponden al año 2021. Justo ahora descubro que este es un año crucial en mi vida como escritora.

El primero de estos momentos data del mes de marzo, cuando llegué al “Laboratorio de Escrituras Encrucijada”. Allí te conocí (vía WhatsApp), Elaine Vilar Madruga, a ti que hoy tienes la dualidad de profesora y entrevistadora. Fue así que, al cumplir los ejercicios de tarea semanales, empecé a diversificar mi producción literaria más allá de la poesía: me abalancé sobre el teatro, la crónica, e incluso la novela, que para algunos es el gran amor de los escritores. El Laboratorio representa en mi caso una gran escuela y a la vez un fraterno equipo de amigos, una suerte de complicidad lírica.

El otro punto de inflexión en mi vida como escritora lo ubico en octubre de 2021, cuando me acerqué a la obra de Sergio García Zamora. Leer La Canción del Crucificado, Los conspiradores, Los uniformes, Diario del buen recluso y Los maniquíes enfermos, cambió mi forma de sentir y de entender la poesía. Inclusive, confieso que anteriormente yo solo había escrito verso rimado; de hecho, me creía incapaz de hacer verso libre o prosa poética. Sin embargo, al leer y estudiar a Sergio me animé por estas nuevas formas y sobre todo por esa especie de poesía con ingenio que él logra de manera excepcional. Pudiera decir que en este poeta del centro de la Isla encontré mi verdadera serendipia literaria.

¿Cuál es el libro que te falta por escribir?

A título personal tengo pendiente “La historia de mi infancia”, los relatos de la niña que soñaba ser bailarina, daba clases a sus muñecas guiada por un atlas de Geografía y pasaba noches en un portal junto a su abuelo paterno, esperando ver las lechuzas en el tejado.

A título profesional me falta incursionar en un libro de ensayos. Como investigadora de Ciencias Sociales es una deuda que tengo conmigo misma, algo que en verdad me llama la atención y creo poder asumir sin grandes pesares.

¿Cuál es el libro que ya has escrito y que sientes que aún no le ha llegado su tiempo?

“El hombre sin ombligo” es un libro que terminé desde 2017. Es un poemario autobiográfico y esa es la razón por la cual aún no me animo a compartirlo. Además, es un texto muy incipiente, un cuaderno escrito en verso rimado, dividido en dos capítulos que no rebasan los 60 poemas. Quizás lo publique algún día, siempre alegando la ingenuidad de haberlo escrito como una poeta novel.

¿Qué libro preferirías nunca escribir?

La profecía de mi muerte o un libro por encargo.

Más allá de la página en blanco, ¿quién es Lisy?

Una niña consentida en casa y, paradójicamente, una consagrada Vicedecana en la Universidad. La profesora de Derecho que alterna sesiones con la escritora sentipensante. Ambas viven dentro de mí. Y de todas las mujeres que me habitan, la que más me domina es aquella que tiene una gran fe en Dios, esa que suele repetirle con frecuencia a sus amigos: “El cielo gobierna”.



Una mujer que se desnuda ante la realidad imperfecta

Anisley Fernández Díaz es la poeta salvaje, la niña terrible que juega entre los versos, la mujer desnuda en las metafóricas calles de una ciudad en vilo. Se abre paso en el mundo a golpe de poesía limpia. Cuando se dialoga con ella, a pesar de la distancia, se siente el aroma de algunas palabras indispensables.

En la escritura, en la creación, ¿qué consideras sea esencial o indispensable?

El escritor debe ser egoísta consigo mismo en cuanto a exigencia, transparencia y sentir. Hay que replantearse constantemente el «yo sensorial», el «yo biopsicosocial» porque la vida consiste en movimiento. Todo se mueve, se trastoca, muta, evoluciona. En la literatura de hoy día no es diferente. Ese completo desorden de todos los sentidos debe ser una máxima, o la rebelión al mirar la rosa hasta que se pulvericen los ojos, nos diría Rimbaud, el poeta maldito que revolucionó su tiempo.

fotos cortesía de la entrevistada

¿Consideras la poesía el epicentro de tu vida creativa?

Muchos escritores de la «generación de oro» observan a los poetas noveles como un insumo más de la actual «generación androide» o «de la Internet». En cambio yo me cuestiono diariamente el funcionamiento y accionar de los talleres literarios, los concursos y las editoriales en Cuba. ¡Y ese antagonismo también es poesía! La poesía nos rodea, nos inunda en escenarios reales y ficticios, consciente o inconscientemente. Es una ironía la vida, mi poesía también. Existe un Plan Divino, una Ley de Atracción. Sería poeta de cualquier manera, hoy, antes y después. Amo la textura, el color y el olor de los libros de poesía de cualquier época. Amo tomar una hoja en blanco con ese impulso divino que nos lleva al clímax más visceral, más sentido.

¿Cómo descubres la vocación hacia la literatura?

No sé explicarlo. Puedo decirte que con tres años les declamaba a mis vecinos los Versos Sencillos de José Martí. A los 10, construí muchos poemas rimados, cada uno con un dibujo, mientras mi infancia transcurría en el coro de Belkidia López Fundora, y más tarde en la Escuela Provincial de Arte «Benny Moré», en mi querida Cienfuegos: moraba junto a mis cuadernos de música otra libreta con apuntes personales y frases de autores. Creo que fue mi profesor de Español Literatura del pre, Tomás Aparicio, quien me descubrió. Yo le enseñaba mis textos (sin la más remota idea de lo que escribía) y él sonreía, me decía «la erótica» y que debía estudiar Periodismo. Me dio además el norte amigo que diagnosticó lo que en aquel entonces era una prosa poética: Jesús Candelario Alvarado, gran poeta y narrador cienfueguero.

fotos cortesía de la entrevistada

¿Tiene la literatura/la poesía la capacidad de transformar lo real, en lo micro o lo macro?

Siempre. Hay una triada de oficios indisoluble en toda creación artística: poeta/pintor/escultor. Yo la extendería a una cuarteta con la parte musical que le corresponde a la poesía. Y a la coraza del humanismo. Somos artífices todos los seres humanos pero no todos somos artistas. El escritor/poeta es un restaurador (pintor o escultor) que talla, pule, perfila, acomoda, ensancha, embellece, limpia y ordena desde la espiritualidad una hoja en blanco hasta convertirla en una obra de arte. Desde la intención de tomar la hoja hasta la cumbre de la realización hay un proceso mágico que llegó a deslumbrar al mismísimo psicoanálisis freudiano. Un escritor/poeta es un ente creador de mundos (de lo macro y lo micro). Desde la especialidad que estudié como médico, lo macro es el órgano, pieza fresca evidente, normal o patológica. Y lo micro es la imagen al microscopio en toda su gama multiforme y multicolor de procesos y estructuras increíbles. Lo macro se expande sobre la base de lo conocido. Lo micro, a mi entender, consume la abstracción y responde a lo macro pues deviene en el don de la imaginación, en el juego de las invenciones que pretende convencer y hechizar al lector.

Para llegar a ese lector que mencionas, ¿cuáles son tus principales herramientas?

La intriga y lo confesional: puedo moverme en ambos límites, pero con ironía. El escándalo poético desde cualquier temática. El erotismo. La sátira. Casi siempre pretendo engañarlo o jugar con su imaginación. Pasar inadvertida, impredecible, o semi dicha. Este tipo de escritura me apasiona.

fotos cortesía de la entrevistada

¿Cómo transcurre tu proceso creativo? ¿Existe alguna singularidad de él que puedas contarnos?

Me sucede algo muy eruptivo, como si la fibra cardíaca se abriera literalmente o me saliera un repentino «rash encefálico». Mi mente se torna muy revolucionaria: me llegan palabras muy rebeldes, como desobedientes, desde lugares mágicos, incluso términos que desconozco y tienen que salir. Cuando voy al diccionario… ¡funciona! ¡Eran esas las palabras que iban justo ahí!

Cuando dialogas con escrituras previas a la tuya, por ejemplo, con los clásicos de todos los tiempos, ¿de qué manera te acercas a ellos? ¿Hay que desmitificar a los clásicos para poder tocarlos? ¿El respeto hacia lo creado anteriormente es un freno o sirve como motor de impulso?

Respeto bastante a los llamados «clásicos u obras clásicas» aunque no soy asidua a lecturas volumétricas. Respeto a los escritores de todo tipo y época. Tú y yo podríamos ser «las clásicas» en el siglo XXX y está bien. No creo, por tanto, en los frenos. Todo tiempo es valioso, difícil y limitado. Todo buen escritor siempre tendrá algo que decir y no pasará sin dejarnos algo: por pequeño que sea, es lo mejor que pudo dar.

¿Cómo valoras la competitividad en el plano artístico: un mal necesario, un bien necesario?

Es parte del proceso creativo. Hay demasiada selectividad y jueces por doquier: ojos, lenguas, manos… Lo importante es superarnos, crecer, divertirnos y divertir. Perdonarnos y perdonar. Ofrecer el espacio oportuno al talento de cualquier edad, al estudio, al trabajo en equipo. Transformar la idea de los concursos en espacios para aprender y compartir me resulta más necesario y provechoso que lanzarse al estrés de los concursos inventados por «algo» o «alguien» para la estratificación de los autores, como si fueran clases sociales. Quisiera que los autores regalaran sus libros. Leonardo da Vinci murió y La Gioconda es prácticamente invaluable. Los buenos libros deberían ser así, sagrados.

fotos cortesía de la entrevistada

¿Sientes que los premios transforman, por necesidad, la vida de los creadores que los reciben?

Ciertamente, los premios marcan un estatus, un mejoramiento, e incluso ciertos poderes, pero no definen el talento o conocimiento de un creador. La personalidad polimorfa de los jurados que otorgan influye más en ese sentido. Depende del creador en cuestión: puede disfrutar el premio consciente de su esfuerzo y labor o puede disfrutarlo engañado de sí mismo.

¿Qué resulta, a tu criterio, lo más interesante de la creación joven en estos momentos?

Es interesante la tendencia a replicar un estilo, un esquema de brevedad y concisión, cuando los libros actuales de teoría abogan por que no existen reglas absolutas al escribir. Sin embargo, hay jóvenes (me incluyo) que descartan estos patrones de procedencia más bien editorial y defienden su poema/borrador, se resisten a eliminar palabras, continúan seducidos por el lenguaje coloquial y de alguna manera lo preservan. Esto nos da autonomía, una voz propia y que pretende conservar aún la creatividad. No hay por qué «recortar» un poema. ¿Acaso puede recortarse una canción, un cuadro? El arte es belleza. La belleza es muy libre ante el ojo apreciador, pero será arte cuando se combinan talento y la más sincera introspección del artista.

Si tuvieras que definir tu poesía en pocas palabras, ¿cuáles eligirías?

Lo haría precisamente como en «METAPOIESIS», poema ganador en los Juegos Florales Cienfuegos 2021:

«La noche, el mar, mi cuerpo/

y en mi mano un licor, un pan mohoso, un cigarro/ es mi poema…»

fotos cortesía de la entrevistada

¿Qué palabra te parece la más poética del mundo?

El primer nombre de mi hijo: ¡Allen!

En tu poesía, ¿cuáles temas viajan a bordo?

Me fascinan las metáforas sensoriales, esas que erizan la piel. Trato de sentirlas desde temas como el amor/ desamor/ erotismo, vinculando imágenes de la naturaleza y términos médicos. Tengo un cuaderno en construcción que también refleja la mujer que soy, la mujer cubana de estos tiempos bajo el influjo de la violencia doméstica y psicológica. Desde lo confesional suelo ser la erótica o la niña maldita. A veces «una anciana frágil/ una anciana que observó las calles reciclando las energías…”

Más allá de la página en blanco, ¿quién es Anisley?

Anisley se promete salvaje, como diría una amiga. Es la mujer que se desnuda ante su realidad imperfecta. Madre soltera, dolida por las leyes y estigmas de la sociedad y el tiempo que vive. Dramática, intensa, coqueta. Es la mujer que pretende más que trascender dejar una noción de su voz, su escritura muscular, el olor de su cuerpo por alguna calle de la isla que conduzca al mar.



Jauría: una escritura de la resistencia

Una viaja junto a la literatura de Maielis González con las llagas abiertas. Hay dolor en el acto de leer. La herida escoce. La herida textual arde y esa sensación se agradece porque es la fricción perceptible —y necesaria— entre espectador y mundo nuevo, la fricción que late cuando la puerta de las infinitas posibilidades de la literatura se abre de una vez (para no volver a cerrarse nunca, ni siquiera cuando el libro termina). Desde ese umbral Maielis González escribe en un acto de resistencia. Su literatura habla de la identidad y del cuerpo en contextos donde la realidad —tal y como la conocemos— se bifurca, se trastoca o desaparece. Junto al acto de resistencia persiste el acto de contemplar.

Contemplar es también un ejercicio de resistir y todo esto se evidencia en la antología de relatos Jauría, publicada por la editorial MIG21.

Como lectora siempre he agradecido la literatura que me raspa y me fricciona, la que me obliga a mirar el objeto/sujeto textual con una lupa de aumento, con nuevos espejuelos para entender desde dentro hacia afuera las estructuras tanto simbólicas como aparentes de los relatos. Las historias que conforman Jauría son, de hecho, la precisión de un dedo metafórico que escoce sobre el texto y de una llaga que late —forma particular en que el dolor se hace corazón— dentro de la escritura. Si algo en común tienen los protagonistas de los relatos de Jauría es su condición de mestizos, del poder que confiere la sangre no pura sino hibridada con otras sangres. Casi todos son también nómadas, bien de un espacio geográfico, de una realidad, de un miedo: el sentido del movimiento y de la huida son en los personajes de Maielis González, más que instinto y vocación, una manera de existir y estar en el mundo. La hibridez y el nomadismo son condiciones perdurables en toda su obra, condiciones que hablan además no solo de su escritura sino de lo identitario que subyace —casi siempre visible— en los textos y que hacen tan poderosas, en tanto vivas, a las historias.

El nomadismo como transición por espacios geográficos, virtuales o espirituales es también la capa que oculta una necesidad básica de muchos de los personajes de Maielis González: la búsqueda de un hogar definitivo, la necesidad de no marcar un espacio como perfecto, el miedo y la supervivencia como motores impulsores de las especies (y condición imperecedera de lo humano), la inteligencia como acto de resistencia ante la apatía del mundo y ante los horrores del totalitarismo. Resistir es la palabra que podría definir a todos los personajes que han encontrado nido en el espacio textual que es el libro Jauría. Y esta es una palabra también identitaria, que define a la autora en su condición de mujer racializada, emigrante, sobreviviente, crítica de la realidad que tiene frente a los ojos.

Resistir, combatir, sobrevivir desde las palabras.

Los días de la histeria, quizás el relato más conocido de la producción literaria de Maielis González, habla de la condición del miedo que define y que transforma a los seres humanos en máquinas paranoicas al servicio de la muerte, en aves agoreras de venganza que repiten una misma canción de aniquilación social y colectiva. La historia nos habla de un espacio constreñido de violencia —una ciudad que podría entenderse como un experimento social controlado o como uno de las tantos macabros realities que existen en nuestra cada vez más globalizada aldea—, donde no existen inocentes y solo se habla en la lengua babélica de la destrucción. Lo humano —si es que dicha condición perdurase a pesar de todo— es solo un eco que sobrevive en los instintos (de aniquilar al peligro y de sobrevivir a este). Los días de la histeria podría ser un testimonio de las crisis colectivas que convierten al ser humano en criatura acéfala y es una excelente muestra de escritura que conduce a un viaje a través de la claustrofobia y la agorafobia en partes iguales.

Seudo vuelve a retomar el leitmotiv de la claustrofobia y del espacio vital reducido, desde cierta poesía visual que la autora recrea a través de muy puntuales juegos de lenguaje. Campos de exterminio, aniquilación, distopía del enclaustramiento son las condicionantes sobre las cuales se escribe este texto: un llamado a la libertad individual de los sentidos y de las mentes, y que debate en torno a la condición parasitaria de la sociedad y la política. Ese influjo parasitario que violenta los cuerpos y las identidades marginados históricamente y señalados como prescindibles. Gran parte de la poética de Maielis González se posiciona, es preciso decirlo, junto a esos cuerpos desechados por la Historia (y las historias), lo cuerpos políticamente incorrectos y sus necesidades de contar, de gritar, de experimentar el placer de la libertad o el simple placer erótico del contacto de la carne.

Ángeles caídos vuelve a hablarnos de los cuerpos marginados por un aparato represivo, en este caso un sistema virtual arcangélico que recuerda ya no el Edén devorado —gracias a Dios— por nuestras ancestras, sino que hace referencia clara a las violencias cotidianas que constriñen los cuerpos sexualizados, erotizados, como también la genitalia femenina, la representación más firme de la humanidad que excreta sangre, sueños, mierda, sudor, semen, goce. Quizás de todos los relatos sea este el que menor margen ofrezca a la posibilidad de la resistencia, pues el sistema que amasa a los cuerpos como el horno a sus panes es en realidad un laberinto sin salida. No obstante, el uso de un narrador inmerso en el juego ficcional —ese narrador que hiede y hiere— es una excelente elección para el punto de vista de la ficción.

cortesía de la autora

Jauría, que da título a esta antología personal, es sin duda uno de mis relatos favoritos. Sustenta sus hilos dramáticos en una herder —criatura híbrida de pastor alemán con brazos e inteligencia humanos, una hembra— que lucha por sobrevivir en un contexto de apocalipsis y virus. El detonante es la destrucción total del “dios” de las herders —ese dios creador que somos nosotros mismos como especie—, y de la libertad definitiva que nace en ellas al verse solas, despojadas de la protección y de la garra autoritaria de las violencias de ese dios destronado. Otras violencias vendrán a instaurarse en su lugar: la de sobrevivir, la de ser la hembra alfa de una manada, la de parir a los cachorros que tendrán sobre sus hombros el peso de reconstruir una civilización. No estoy segura de que este sea un relato sobre la maternidad, aunque maternar sea un componente fundamental de su eje temático: maternar cuerpos, maternar muertos, maternar hijos, maternar inteligencia y especie.

Alumbra vuelve a retomar temas ya presentes en la antología, como el derecho a decidir sobre los cuerpos y los mecanismos represivos —tanto religiosos como políticos— que exprimen metafóricamente las carnes de los personajes como sujetos de un experimento de larga data. Es aquí donde, por primera vez, la narrativa de Maielis González se permea de referencias de una realidad perceptible donde escasez, apagones y soledades se encuentran para conjurar un mapa: en este, futuro y presente resultan cada vez categorías más cercanas. Alumbra es un texto cuerpo, un texto útero y amnios que divide a la vida de la muerte, y que alude a la ritualidad de la violencia de quien decide por nosotras, como también alude al cuerpo en su ritual que condensa sometimiento, supervivencia y fortaleza.

Estos cuerpos vivos, paranoicos, rotos desde la mente, aparecen de nuevo como leitmotiv en Ni vivos ni muertos, relato que parodia una circunstancia con tintes de destrucción masiva, un “Armagedón” de la especie humana. El texto juega de manera eficaz con las líneas que denotan el trabajo entre el humor negro y la literatura de postapocalipsis de la más raigal línea. Es un relato, advierto, en el cual una primera lectura no arrojará todas las luces sobre los pespuntes de comedia de humor negro que presenta. Lecturas posteriores permitirán que quien contemple la historia pueda encontrar el filón dorado de la ironía, de esa ironía tragicómica que ha permeado nuestros años más recientes y nuestras experiencias como sobrevivientes de una realidad que, cada vez, se nos hace más parecida a los libros.

Ponzoñas es, a mi criterio, la joya de esta colección. Ubicada temporalmente en una fecha cercana a 1959, este relato juega con el realismo mágico en el ambiente de los campos cubanos preñados de leyendas, horrores y mujeres monstruosas. La violación sistemática de una muchacha en la “casa de las putas” es el punto de quiebre: los hombres que pagan para verla, pagan no solo por el cuerpo de la adolescente, sino también por su don. Este acto la convierte en instrumento de un destino pero también en hacedora del fatum ajeno. La chica deviene objeto de la codicia y del miedo de los hombres. Deviene monstruo de una feria de atrocidades. Deviene cuerpo del deseo lacerado y de esa laceración es que nacen las visiones de muerte. Maielis González lleva a su escritura a un máximo esplendor en este relato que cuestiona las decisiones individuales y que habla nuevamente del cuerpo de las rotas, de las que no pueden hablar, de las putas, de las desechadas, de las violentadas no solo por una estructura histórica sino también por cuerpos también hegemónicamente históricos.

Isla cierra la antología: este cuento casi piñeriano habla de la circularidad de los intentos de escapatoria y de las violencias políticas cotidianas, que hincan la realidad desde todos los planos posibles. Hay dolor en la despedida, en la laxitud con que con los cuerpos aceptan el peligro de la muerte, el peligro de navegar hacia la negrura de un mar contaminado en un brutal paralelismo con esta realidad que creemos conocer. Isla es su cuento más identitario y, por eso, el que más nos fricciona y obliga a contemplarnos en ese espejo de lo humano que tantas veces olvidamos en nuestros múltiples tránsitos de una orilla a otra orilla (no importa cuál sea aquella de la que partimos o aquella a la que vamos).

La literatura de Maielis González no es necesariamente un espejo cómodo donde contemplar el reflejo —siempre parcial— de qué somos y en qué nos hemos convertido. Su literatura es todo menos conformismo e inercia. Nos obliga a movernos, ya sea por el dolor de una herida abierta o porque una historia nos escoce por ser demasiado cercana. Aquí, en estas páginas, en las heridas que nos muestra, existe también una forma de salvación y de resistencia.

Escribir es también un ejercicio de resistencia.



Te la di viva

(Una autopsia a las diferentes maneras de habitar un paraíso)

El paraíso no era tal. Al menos no como nos lo pintó Dante en su Divina Comedia. No está teñido con la lana de la esperanza, no existe bucólica salvación. Cuando más, el paraíso es la autopsia de la utopía que quedó, es la autopsia que nos permite entender en qué se nos ha convertido la utopía. Al teatro joven cubano le ha tocado la ingente tarea de ventilar los tanatorios y ocuparse de esos cuerpos textuales que hablan más y mejor de nosotros —de esa pluralidad que somos en sociedad, en familia, en escuela, en barrio, en comunidad, en isla, en país— que los libros de teoría y los diferentes manifiestos de diversa índole que tanto habitan este, nuestro mundo. Al teatro joven cubano le ha tocado una tarea que no es voluntaria, sino necesaria, y además —aunque muchos lo olviden— también heroica.

Autopsia del paraíso (Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera 2016 y recientemente publicado por la editorial Tablas Alarcos), del dramaturgo Roberto Viña, es la mirada transversal —dura y sin la salvaguarda de anteojos que convenientemente nos muestran lo que nos es más conveniente exhibir— que se transmuta por instantes en el escalpelo del patólogo, tan textual y corrisivo como lacerante es el texto. Ante los ojos del lector ingenuo podría parecer que estamos frente a una obra escrita para jóvenes, que habla de la crueldad de la juventud, de sus aciertos y de las pocas virtudes que han sobrevivido cuando la existencia se ha convertido en un remolino de apariencias, limitaciones, éxodos, migraciones espirituales, violencias cotidianas, violencias sobre cuerpos. Pero alerta: jóvenes son los protagonistas, sí, pero sacados cada uno de su círculo particular del infierno, traidores y traidoras, víctimas y victimarios, habitantes de máscaras, portadores de máscaras. En su juego oscuro van develando que una misiva puede provocar un estallido tan grande como el de una bomba que revienta entre las manos de su portador y que seguramente será mucho más peligrosa. Esa carta, detonador dramático del conflicto, proveniene del mundo más allá de la isla devenida escuela: mundo que se imagina perfecto como perfecto ha de ser para muchos el american way of life de la McDonnal con doble cheese y de Madonna que besa a Britney; mundo delirante donde en apariencia nada sobra porque la abundancia forma parte de una particular manera of being in the world.

Es por eso que el mecanismo articulador de las acciones y, por además, el artefacto dramático que hila la trama y su estructura externa es, con precisión, la carta que llega y que nadie espera ya, a más de un año y medio de lo que parecía ser, para los personajes, el cierre del conflicto y del error trágico. Obligados a mirar hacia el pasado a través de los ojos de Adrián, el otro ausente, Laura, Sheila, Teté, Sergio, Marcos y Ariel empezarán a entender cómo la realidad, vista a través del filtro de la distancia, es más que una autopsia y que un largo viaje, sin regreso, desde una isla física a la isla de la memoria y de la condena. El juego oscuro es aquí una senda dramática que se cruza, de ida y vuelta, numerosas veces en busca de una verdad cacareada y polimorfa, que se estruja y se recompone, y que parece destinada a convertirse en un rompecabezas donde la ficha definitiva falta. Pero he aquí que la verdad, como en esa vida que el teatro intenta mimetizar desde Esquilo hasta nuestros tiempos, es esquiva, se resiente a ser encontrada y definida. Esa definición —al menos, su intento— es lo que Autopsia del paraíso hila, poco a poco, a través de un ejercicio que no pretende la imparcialidad de la justicia sino visiblizar su contracara: la venganza, el silencio, el tiempo y la espera del cuerpo sexualizado a la fuerza, del cuerpo prostituido, del cuerpo racializado, del cuerpo LGBT marginado, del cuerpo sin control, del cuerpo abortado y condenado a la esterilidad, del cuerpo invandido por el tumor, del cuerpo amputado; cuerpos todos no solo físicos sino también simbólicos.

El dramaturgo parece decirnos: la justicia, en la vida real, no existe. Y si existe, no hay espacio para ella en este cacareado paraíso que Viña ha develado en todo su horror, en su inmovilidad, en su moralidad otra. Este paraíso con churre y mugre que se va sedimentando desde la primera a la última página del texto, asume en ocasiones la virtualidad de una carta como espacio dramático (por demás, espacio de encuentro entre los personajes y las categorías presente y pasado), y de la escuela al campo, la litera erotizada a contragolpe, la fotografía robada y el urinario escolar como espacios físicos; también la memoria como el ideal espacio de la acción. Porque en la memoria, y en lo que esta intenta componer de la verdad, ocurre el verdadero ejercicio de la dramaturgia.  

Punto y aparte destaco la voluntad de Viña por develar las identidades lingüísticas de cada uno de los personajes: desde la marginalia del idioma hasta la jerga escolar del dirigente estudiantil hay marca y definición, y estas hacen que el lenguaje sea un cuerpo vivo, que podamos asistir aquí no solo a la autopsia de una juventud que se nos ha convertido en cadáver entre las manos, sino tambien a la biopsia de una manera de utilizar el idioma en beneficio de la ficción dramática. El lenguaje, en Viña, es siempre confrontación. Es duro, es ácido, es vida. Y esa vida suda óxido y semen, suda sangre, suda flujo menstrual, y suda la masa con que se lucha la existencia lo mismo con el sudor de la frente que con el sudor de, ya se sabe, esa otra frente púbica y pública por donde nuestros sueños son penetrados, violados, abortados, legrados, histerectomizados.

Es preciso señalar también, en la estructura externa e interna de la obra, el juego que provoca el dramaturgo entre diferentes planos temporales. Son esos planos los que advierten no solo la consecutividad lógica de la historia, sino el entramado de un tejido dramático que habla de la memoria reconstruida, del ejercicio de rescate de la verdad y del intento grupal de salvación. Pero no se entienda que asistimos en esta obra a ese preterido viaje que ya Dante recorrió mucho mejor que nosotros, de manera evidentemente más clásica, desde la oscuridad del infierno a la luz aburrida del paraíso de los justos. En el paraíso de Viña no hay justos, solo máscaras que se retuercen y se cambian de rostro a rostro porque todos los personajes son víctimas y ejercen también la violencia de su tiempo: no conocen otra forma.

Por eso, más que una obra de personajes, Autopsia del paraíso es una obra coral, de voces que tienen como leitmotiv un espacio común determinado (la escuela) y una temporalidad que los ciñe. En esa temporalidad y en ese espacio, los cuerpos y las voces de la dramaturgia intentan amoldarse, y sobre todo olvidar, porque el olvido viene siendo el espacio de confort, la poltrona cómoda que es necesario desempolvar con una carta y una presencia más potente incluso que lo físico. Resortes dramáticos semejantes no solo sacuden el polvo de una memoria colectiva sino que también reviven la culpa colectiva de una época y un país dramático del cual todos hemos sido cómplices en tanto dura el ejercicio ficcional.

Roberto Viña se ha especializado en escribir una dramaturgia escoriada, una dramaturgia del dolor joven, una dramaturgia donde la juventud no es sinónimo bucólico de belleza y futuro. La juventud que Viña describe y asume como nuestra, la que visibiliza —tan necesario visibilizar y nombrar en este mundo donde lo que no se ve ni se nombra, no existe— es aquella que sabe le toca vestirse con las pieles de la resignación o la escapatoria (si es que aún es posible escapar del recuerdo y de los espacios físicos que ese recuerdo habitó). Autopsia del paraíso es la ventana que se nos abre a medio camino de nuestro viaje desde la oscuridad hacia la luz. Solo que la oscuridad que nos muestra esa ventana no es, en el fondo, tan oscura. Ni la luz tan luz. Escalpelo en mano, sierra en mano, nos toca como espectadores y lectores, en el espacio sagrado de la escena, reconocer el cuerpo (Jane Doe, John Doe) que el dramaturgo nos ha entregado entre los brazos con la esperanza de que, en algún momento, debajo de la piel fría del cadáver, lata un corazón o un texto. 



No hay Annalie sin guitarra, cuerdas o acordes

Pienso en Annalie López y digo Azucena. Hasta tal punto es sonoro su verso en mi cabeza, hasta tal punto se ha prendido en mí. La conocí en su tierra natal, Guantánamo. Escuchar su voz y ver la maravilla son actos que se desprenden el uno del otro. Hoy entrevisto a esta muchacha que piensa en la música y en la poesía como un acto de lo cotidiano, de ese cotidiano de donde extrae sus ideas, de esa guerra del cotidiano donde el trovador es el soldado más fiel.

¿Cómo nace en ti la inclinación hacia el mundo de la palabra y de la música?

Nace gracias a mi padre y a mi madre. Desde muy pequeña, ellos llenaban la casa de música y de sus melodías, ambos además cantan muy bien. Fue como una inyección de vida a mi torrente creativo desde temprano. Incluso llegué a la guitarra porque mi padre me dio la primera. Claro que no era solo mía en ese momento, la compartía con mi hermano. Siempre tuve esa influencia artística a mi alrededor.

Tu tierra natal, Guantánamo, ¿define quién eres, define tu música?

Mi tierra me define en muchos aspectos, pero no del todo. La música que hago también tiene influencia de otras partes del país. Y de lo foráneo, además.

¿Está el músico siempre, lo quiera o no, atado a su terruño, a su geografía? ¿Se puede hablar en la música de una geografía que es más espiritual que física?

Creo en el dicho de que para saber adónde se quiere llegar, se debe antes saber de dónde se viene. Esto último nunca lo voy a olvidar. Como artista defiendo mi identidad. La música es un lenguaje muy amplio y expresivo. Para mí, es el lenguaje más comunicativo en cualquier geografía, porque escapa de límites territoriales. En mi caso, la música surge como una necesidad: no me cuestiono límites geográficos ni otros. Respeto a quien haga música para una geografía.

¿Cómo definirías a un trovador?

Un trovador es un poeta, un soldado más de la poesía. Sobre todo, un soñador.

¿Dónde encuentras el material para escribir tus canciones?

En la propia vida. En la cola del pan, en los cuentos de mi abuela o en los ojos de mi perro Jam…

A tu entender, ¿cuáles son los principales problemas a los que se enfrenta la juventud artística cubana en estos tiempos?

La mayoría de los  artistas jóvenes de Cuba carecen de  materiales para poder mostrar su obra. Y estoy segura de que los mayores ejemplos son los que suceden en las provincias.

Tras el paso de la pandemia, ¿sientes que tu obra ha sufrido cambios o que tu pensamiento creativo se ha condicionado de otra manera?

Mi obra ha cobrado fuerza. El confinamiento ha logrado que tenga más acercamiento conmigo misma y, por ende, un mayor acercamiento con lo que hago. La situación actual me ha condicionado a tener un contacto más próximo con el mundo de las redes sociales, por ejemplo, lo cual me ha servido de publicidad.

¿Hasta qué punto la poesía dicta tu discurso, y de qué manera lo integras luego en tus composiciones?

Veo poesía en todo lo que observo. Es un acto inherente a mí. Y lo aprovecho traduciéndolo en música hasta donde sé, hasta donde puedo. La creatividad es un  modo de vida. Las ideas están ahí, en todas partes. Y donde menos lo esperas.

Has sido nominada a no pocos premios, entre ellos los Lucas y Cuerda Viva: ¿cuál es la función de los premios en la vida de un artista?

Mi compromiso con la música es un hecho, y estas nominaciones son estímulos válidos para afianzar este compromiso. Además, agradezco ser parte de los artistas reconocidos en espacios que honran a los talentos de esta geografía. Llevo al público lo mejor de mí, canto al amor porque el amor está en todas partes.

Estoy segura: el buen arte conquista. Y puede salvarnos incluso de nosotros mismos.

Más allá de la guitarra y de la música, ¿quién es Annalie?

No hay Annalie sin guitarra, cuerdas o acordes.



Buscar una pizca de oscuridad en la belleza

Si digo su nombre completo, Silvia María Becerril Guillermo, quizás no tengas ninguna referencia que te permita saber de quién hablo. Pero si vas a las redes sociales, fundamentalmente Instagram, y buscas a @draw_my_journal, te aseguro que quedarás extasiado ante la belleza, las sombras y luces de la obra de Silvia. Ella es una joven artista visual cubana y una fabulosa ilustradora que vale la pena conocer. ¿Me acompañas en este viaje?

¿Hasta qué punto han influido en tu concepción de hacer arte el uso de las redes sociales? ¿Cuán útiles pueden resultar para un creador?

Las redes sociales brindan posibilidades que están al alcance de la imaginación de un artista. En mi caso constituyen una herramienta fundamental de inspiración, interacción y difusión de mi arte. Me considero una persona introvertida, que hasta cierto punto le cuesta establecer una relación interpersonal de la manera tradicional y, en ese sentido, la pantalla de mi móvil me facilita esa comunicación. Por otra parte, las redes permiten que se establezcan relaciones con otros ilustradores y que se gestionen ofertas de trabajo. Sin embargo, tienen en mi opinión un lado oscuro, pues muchos llegan a desanimarse si no llegan a conseguir suficiente apoyo o seguidores. Por esta razón es importante estar centrado e ir creando una propia comunidad que se identifique con nuestra obra, saber hacia dónde nos dirigimos y ser constantes.

¿Cuáles son tus principales influencias creativas?

Me inspira casi todo lo que me lleve a mi infancia, a las memorias y los sueños que tenía en la etapa más inocente de todo ser humano. Entre los artistas de la animación que más tomo como referente puedo destacar a Don Bluth, Tom Moore, Satoshi Kon, Tim Burton y las producciones del Estudio Ghibli. Recuerdo los primeros libros ilustrados que mis padres me leían y por los que sentía gran fascinación, los cuentos folclóricos y con referencias a sirenas y otras criaturas formaron mi identidad como creadora. Por aquel entonces también llegaba mucha mercancía a Cuba proveniente de Rusia, incluso a nivel audiovisual, por lo que las ilustraciones a acuarela de Nika Goltz u otros ilustradores soviéticos influyeron en mi estilo. Pero sin lugar a duda fueron los cuentos de Andersen y de Oscar Wilde los que claramente me llegaron al alma: esa pizca de oscuridad en la belleza o ese destello de luz en la sombra forman parte de la identidad que he logrado crear como ilustradora.

Soledad. Draw my journal/ cortesía de la entrevistada

¿Cómo definirías tu estilo?

Nostálgico, narrativo y onírico. En los comienzos me enfocaba en realizar ilustraciones estéticas, en tomar muchas referencias de otros artistas o tendencias del momento, creo que con el fin de aprender nuevas técnicas digitales e ir ganando popularidad. Afortunadamente siempre existía una esencia en la mayoría de mis primeros trabajos como ilustradora que fueron imponiéndose a todo y lograron fusionarse en un estilo más propio. Formas anatómicas muy sencillas, el énfasis en la iluminación y en el uso del color son de suma importancia en la conformación de mi estilo de ilustrar. Con el tiempo he creado una paleta de colores propia que toma como referencia los contrastes y destellos sutiles de la ilustración tradicional al óleo y que se focaliza en los detalles de la iluminación presente en la naturaleza. La presencia femenina es casi una constante en mi obra.

¿Cómo transcurre tu proceso creativo?

Me siento ante la computadora o el papel con un café y música, esta última casi siempre expresa mis estados de ánimo. Intento pensar en qué quiero transmitir y voy bosquejando infinitamente hasta que llego a un resultado que, aunque para mi sea un garabato, lo visualice como una imagen. Luego pienso en el aura cromática y comienzo a dibujar sobre ello y a dar detalles directamente, pues soy un poco impaciente y caótica y me gusta ver resultados inmediatos en algunas de las partes, es un proceso que hago de manera desenfadada.

Como dibujante e ilustradora tienes una formación autodidacta, ¿sientes que existen iguales oportunidades para los creadores formados en academias que para aquellos que llegan al mundo del arte por sus propios medios de aprendizaje?

En nuestro contexto nacional creo que no, y esto precisamente está propuesto por el tipo de sociedad que tenemos. Como autodidacta me ha resultado muy complicado darme a conocer, y cuando lo he logrado, en ocasiones confunden mi formación con la del Instituto Superior de Diseño o piensan que mis méritos los tengo porque me formé en alguna academia; simplemente lo asumen. Igualmente, el acceso a medios de trabajo o exposiciones personales, incluso al mundo audiovisual o editorial es juzgado por la procedencia del artista o por sus contactos, en mi opinión, muchas veces sin valorar la calidad del trabajo. Aun así, nada de esto me detiene.

¿Por qué has encauzado tu vida creativa hacia el dibujo y la ilustración? ¿Cómo descubriste que este sería tu camino como artista?

Desde pequeña nació esa admiración por todo lo visual, inspirada por los dibujos animados y también por el hábito de la lectura, cosa que agradezco a mis padres. Ellos sin saberlo fueron de cierta manera mis primeros referentes, aunque sus profesiones nada tienen que ver con el arte (mi madre es microbióloga y mi padre ingeniero eléctrico), ambos tienen habilidades para el dibujo y muy pronto se percataron de las mías y las incentivaron. Desde que logro recordar, fui creciendo como una persona que plantea sus ideas y pensamiento a partir de las imágenes. Como suele suceder en muchos casos, las personas cercanas a mí lo veían como un simple pasatiempo, la idea de no ser práctico o no tener una formación universitaria, la presión del exterior, me hizo poco a poco tomar ese pensamiento. Estudié informática en el preuniversitario y luego comencé la carrera de arquitectura, en la que tenía espacios donde podía seguir refugiándome dentro de la creación, pero no era suficiente. 

Entre el momento en que el artista descubre el llamado de la vocación y ese otro momento en el que el artista sigue sin frenos su llamado puede transcurrir un buen tiempo. ¿Sucedió así en tu caso?

Efectivamente. Luego de mi graduación como arquitecta estuve un buen tiempo desarrollando mi labor como profesora en la disciplina de diseño. Inspirar los primeros años de los estudiantes, que en mi opinión es la etapa más importante de cualquier profesión, me hizo descubrir que faltaba esa chispa en mi vida. Una serie de trabajos técnicos y de situaciones complejas a nivel personal sucedieron en los siguientes años, tiempo en el que prácticamente cualquier bosquejo que salía de mi mano era para fundamentar un trabajo, hasta llegar a un momento de reflexión, de ser impulsiva.

Volver al dibujo fue casi un acto de auto aceptación y una lección crucial sobre la importancia de ser honesto con uno mismo en el arte. Un amigo me prestó mi primera tableta digital hasta que pude comprar la mía propia y así recomenzar algo que nunca debía haber terminado. Convertir la ilustración en una carrera de tiempo completo requiere aprender a personalizar nuestro enfoque creativo.

cortesía de la entrevistada

¿Qué tipo de colaboraciones con otros artistas te interesarían en tu vida creativa?

Me encantaría tener la oportunidad de colaborar con cineastas y escritores. El mundo de la animación requiere de una etapa de diseño conceptual que se adecua a mi estilo, que es más desenfadado. También me gustaría trabajar ilustraciones para el ballet.

¿Has pensado en la ilustración de libros?

Realmente mis deseos radican en esta interrogante. Crecí en un mundo lleno de historias, leí muchísimo en mi adolescencia y aunque actualmente lo hago menos, porque el dibujo ocupa gran parte de mi tiempo, siempre me doy una escapada y al menos busco algún escrito que me motive. En muchos de mis trabajos pueden verse algunas frases que los inspiran o acompañan la ilustración, lo cual para mí es el comienzo de todo, como lo son esas imágenes que hice para el #folktaleweek2020. Ilustrar libros y crear mis propios álbumes ilustrados es mi sueño futuro, transmitir esa sensación que me hizo enamorarme de este universo artístico.

El mundo de lo fantástico y lo onírico forma parte indiscutible de tu trabajo como dibujante, ¿por qué sucede así? ¿Qué es lo que más te atrae de esa mirada a lo extracotidiano y a lo extraordinario?

Al principio de mi incursión en la ilustración digital traté en vano de ser más comercial, entonces quizás mi trabajo llegaba o gustaba más al público, pero yo quedaba rara vez satisfecha con el resultado. Las escenas cotidianas, los autorretratos son imágenes que están presentes en mi vida, pero que no me definen como persona. Como dicen mis amigos, estoy siempre en la luna. Fue asimilar este concepto y comenzar a dibujarlo lo que realmente me hizo desbloquear ese mundo de sueños. Cuando dibujo soy yo y al mismo tiempo soy quien quiera ser, me refugio en mi mundo de historias y personajes, viajo a todas partes desde mi silla de escritorio.

El mundo de Instagram ha sido una plataforma donde expones, a modo de nuevo tipo de galería, tu trabajo como dibujante. ¿Son las redes sociales nuevos espacios de exhibición del arte?

Lo son. ¿Qué mejor manera de mostrar tu trabajo que cuando puede ser accesible a todos? Aun así, desgraciadamente encontramos personas que en ocasiones quieren adueñarse de tu arte y no tienen reparo en hacerlo, por eso es importante establecer límites y con el tiempo poder crear nuestra propia plataforma independiente donde podamos hacer valer nuestro derecho de autor.

Más allá del dibujo, ¿quién es Silvia?

Silvia es una mujer soñadora que intenta vivir el presente sin descuidar sus propósitos futuros. Hija, hermana y sobre todo amiga. Ilustradora comprometida con su trabajo y en ocasiones artesana. Amante de los simples placeres cotidianos como la lectura, el café y el té, los animales, la cocina y los audiovisuales. Caminante urbana empedernida. Curiosa incansable de nuevos desafíos.



La creación en sí es un acto de amor

Aunque no conozco personalmente a Náthaly Hernández Chávez, sus historias me han llevado a sentirme cerca de ella. Al final, esto es lo que la buena literatura consigue. No solo es una mujer que escribe poesía sino que también se ha lanzado a las lides de la ciencia ficción y la fantasía, con tan buenos pasos que su libro Las azules colinas de Europa obtuvo el más reciente Premio David en dicha categoría. Náthaly tampoco cree en las etiquetas literarias y sabe que, cuando se es creador, es imposible no amar al mundo. Nuestro diálogo comienza con una pregunta sencilla.

Háblame un poco de tus procesos creativos. ¿Cómo nace, cómo le das vida al hijo libro? ¿Sientes una relación maternal con las historias que creas?

El nacimiento de un libro viene marcado por la espontaneidad. Le debo mucho de mi escritura al hábito que adopté hace pocos años de anotar las ideas. Antes de eso jugaba con ellas mentalmente, pero jamás las anotaba y con el tiempo se iban borrando para dar paso a otras nuevas. Un libro de Win Wenger llamado Enseñar y aprender en el siglo XXI me dio diversos consejos respecto a la creatividad, entre ellos estaba el de escribir todo lo que se me ocurriera, incluso lo que consideraba insignificante. Lo seguí al pie de la letra (nunca mejor dicho), y comencé a anotar las ideas en libretas, en papeles sueltos, en la computadora, o en la aplicación de notas del celular. Así lo he hecho desde entonces, salvando del olvido a muchas semillas de cuentos y poemas. Después de un tiempo recopilo esas ideas y me dejo llevar por la intuición respecto a cuáles desarrollar. Mientras escribo un cuento la mayoría de las veces uso música que se relacione al tema, el ambiente o a alguna emoción específica vinculada a ese texto, le creo su propia banda sonora, por así decirlo. Cuando tengo varios textos completos intento buscar los mejores en entre ellos, o cualquier relación por tema y forma. Con esta guía armo los libros. Cuando el libro ya tiene un nombre y unos contornos más o menos definidos, deja de ser para mí una compilación de textos para convertirse en un cuerpo único, un individuo.

Más que maternal, es una relación fraternal, de amistad. Las ideas me han hecho compañía desde que tengo uso de razón. Ellas y los libros han sido mis amigos en momentos en que no tuve otros. Uno de los mayores placeres de mi vida es ese momento en que me llega una idea o un verso de un poema; lo que llaman inspiración y que para mí es un sinónimo de alegría. Probablemente cuando vea a mi primer libro impreso se despierten mis instintos materno-literarios.

¿Crees que las etiquetas “literatura joven”, “autor novel”, así como sus antípodas “escritor consagrado”, “escritor canónico” tienen en realidad algún propósito? ¿Definen algo?

Las etiquetas ayudan al lector a navegar por el océano literario, pero también pueden resultar engañosas. Pueden hacerte caer en la trampa de la complacencia, de lo superficial. Cuántas veces no hemos escuchado frases como: “para ser tan joven no está mal”, o “lean a este autor porque es un veterano”, o “que malo estaba el libro para ser de un autor consagrado”. Yugos y prejuicios donde no se compara la obra en sí, sino la obra contra el currículo literario. Esto suele ser injusto con los autores, jóvenes y viejos, los pone bajo una presión innecesaria. Y lo peor es que caemos en estas comparaciones incluso sin darnos cuenta. La realidad es que muchos lectores prefieren adquirir libros de autores veteranos que libros de noveles. Esto es lógico hasta cierto punto, pero constituye una barrera a la hora de dar a conocer nuevas voces creativas. Las definiciones son útiles, siempre que no se las tenga por algo más de lo que son: etiquetas. Y la vida es muy rica y diversa como para que se la pueda definir verdaderamente con un conjunto de estas.

En los tiempos que corren, ¿quién es el escritor?, ¿qué lugar tiene en el mundo?, ¿por qué crear? ¿Existe salvación en el acto creativo?

Pienso que el escritor es el artífice de la más fácil y, al mismo tiempo, la más difícil de las artes. Para la música, la pintura, el baile, se deben tener ciertas aptitudes físico-mentales (habilidad manual, oído musical, orientación espacial, etc.) que nacen con la persona y sin las cuales no pudiera dedicarse a lo que le gusta por mucho esfuerzo que ponga. Aunque hay quienes nacen con habilidad natural para contar o para componer poemas, la literatura es un ejercicio mental, construido a través del esfuerzo de la persona, de su dedicación. Hay quienes a golpe de estudio, lecturas y trabajo se han construido a sí mismos: ese es uno de los regalos de la literatura. La salvación radica en parte aquí y en parte en lo que la literatura representa, al contener belleza y reflexión, hacer pensar y a la vez provocar sensaciones, permitir al lector ser parte activa de la historia al momento de la lectura: un pequeño milagro a dos voces.

cortesía de la escritora

Para mí la literatura es sinónimo de esperanza y libertad, esto último por su capacidad de superar las barreras de tiempo y espacio. Por ejemplo, el autor de ficción realista se convierte en un cronista: gracias a muchos escritores del pasado podemos conocer cómo eran otros lugares y épocas, podemos incluso sentirnos transportados a ellas. Crear nos hace ser parte activa del mundo, sin ello, solo somos consumidores o reproductores. El escritor lo hace a su manera. Quienes practican otras profesiones lo hacen a la suya. Todas son válidas y pueden ser una salvación para quienes crean y para quienes reciben. Además, creo imposible ser un escritor y no amar al mundo a tu manera particular. La creación en sí es un acto de amor.

¿Es mesurable la levedad o la calidad de los libros que hoy se escriben en Cuba? ¿De qué manera contribuyen, a una cosa o a otra, el sistema de premios de nuestro país y los jurados que lo integran?

No sé si es mesurable, creo que no hasta cierto punto ¿será posible hacer esa medición sin que la subjetividad interfiera? Lo que para unos parece no tener calidad para otros representa lo mejor de la producción actual, y viceversa: existen tantos criterios como personas. Pero de ser posible, hay factores que impiden formar un criterio objetivo, como por ejemplo la falta de información debido a la incomunicación actual entre los sistemas territoriales. Los libros producidos por editoriales provinciales raramente llegan más lejos que la misma provincia y la Feria del Libro de La Habana (ahora interrumpida por la pandemia). Por otra parte, los producidos por editoriales nacionales con sede en La Habana llegan de forma dispareja a las provincias. Precisamente la Feria era uno de los pocos espacios para medir empíricamente la producción nacional, pero incluso este criterio puede resultar incompleto.

Precisamente frente a tanto aislamiento, el sistema de premios sirve como una herramienta para darse a conocer más allá de las fronteras naturales. Tanto a la levedad como a la calidad, el sistema de premios hace su contribución, precisamente porque hacen visible a un autor. Ocurre así desde un concurso municipal hasta el Nobel (hay ganadores de este último que eran desconocidos por el público hasta que lo obtuvieron). Cuando se premia en algún concurso se considera esta obra validada para su publicación y consumo. Aunque sea en forma de noticia ocasional, se puede llegar a un público más amplio solo porque conozcan algo tan simple como tu nombre unido a una fecha y un premio.

Sin dudas, el mundo de lo fantástico tiene un especial atractivo para ti, ¿por qué eliges este género?

Amo la mitología desde niña y ese cariño, lejos de menguar, ha crecido con los años. La fantasía es el mundo de lo imposible-posible, el lugar para escaparse o ir a pescar buenas ideas si se cuenta con el anzuelo correcto. Más que elegirla, ha estado conmigo desde que puedo recordar. De alguna manera logré colar a la imaginación en el barco de la adultez. Va de polizón. Los días en que está juguetona se me dificulta concentrarme en las actividades diarias y ando soñando despierta. Aunque no he podido explotar este género en su forma pura, siento que tiñe casi todos mis escritos sin importar el género, como un estado de ánimo.

¿Un autor que cultiva varios géneros tiene menos posibilidades de especializarse en uno?

Por supuesto, por mucho que intente poner igual esfuerzo en todos, algunos le saldrán mejor que otros. Tenemos tiempo y esfuerzos limitados, por lo que dividir este esfuerzo se vuelve una desventaja. Hay quienes recomiendan a los autores centrarse en esos géneros que se les dan mejor y entiendo el por qué lo aconsejan. Sin embargo, me atengo a que la escritura es un placer para quien la hace. Habiendo tantos géneros ¿para qué privarnos de aquellos que nos gusten o de la oportunidad de intentar cultivarlos? No significa que el resultado final en cada género tenga calidad para ser publicable, queda a cuenta de cada autor discernir esto. Parafraseando a Bradbury, la ventaja de hacer varios géneros a la vez es que te permite equivocarte, ser un eterno estudiante. Y esa ventaja es más que suficiente para intentarlo.

¿Existen maneras de frenar la proliferación de la poesía de poca calidad, de la poesía leve? ¿O esa es una labor que se debe dejar al tiempo?

Vivimos en una época de masividad. Nunca habían caminado tantas personas juntas sobre este planeta, las comunicaciones entre ellas nunca habían sido tan fáciles y rápidas, las condiciones de bienestar y el acceso a la educación básica jamás habían estado tan generalizadas. Tendemos que convivir con la masividad con sus ventajas y desventajas. Que haya más poetas que nunca antes puede influenciar en la proliferación de la poesía leve, de la poco seria. Creo que una de las mejores formas de paliar la mala literatura radica en la educación y en fomentar genuinos hábitos de lectura que provoquen riqueza y flexibilidad en la creación literaria. Claro que antes de enseñar literatura, primero hay que asegurarse de inculcar el amor hacia esta, como decía Borges.

Solo en Cuba se pueden contar por centenares las personas que escriben sin que siquiera les guste leer, o que lean poco y reducido a un género o subgéneros específicos (y muchas veces sus peores exponentes). Me he tropezado a algunos en los talleres literarios y hasta cierto punto no los entiendo. Tampoco existen en Cuba escuelas y guías para aprender a escribir poesía, fuera de talleres especializados en pocos lugares. A diferencia de la narrativa, que cuenta con una escuela nacional como es el Centro Onelio y mucho material técnico producido por este, la poesía no cuenta con un lugar donde los jóvenes de todo el país puedan ir a aprender sobre las formas técnicas y las escuelas poéticas. La mayoría se aprende de forma autodidacta en un taller local especializado de los pocos que hay o (si tienes suerte) bajo la tutela de algún poeta que te asesora personalmente. A lo mejor la creación de un centro nacional de enseñanza poética pudiera hacer un cambio en este sentido. O no. Solo estamos especulando. En mayor o menor medida siempre habrá que, a la manera de Eliseo Diego, confiarse al tiempo.

¿Qué, a tu criterio, es lo novedoso o lo esencial de la poesía joven que se crea hoy en nuestro país?

Lo esencial de esta poesía es la multiplicidad. Que existan tantas formas y estilos conviviendo juntas, que autores abracen corrientes de creación que no coincidan con la que está de moda en los ámbitos literarios. Y que otros tantos abracen estas corrientes, pero mantengan su propia voz literaria. Valoro mucho la honestidad. Pienso que uno como autor debe ser honesto, consigo y con los demás. No escribir solo para agradar a un público específico (los académicos, los lectores más o menos cercanos). Hacerlo lo mejor posible para que el poema llegue a ellos en su mejor expresión, pero que el primer lector satisfecho sea uno mismo.

¿Sientes que tu poesía se abraza/emula/se deriva a otros cuerpos poéticos de la tradición canónica, menos o más asentados en cuanto a cercanía temporal?

Mi formación poética es más reciente y menos profunda de lo que me gustaría, con la literatura no se termina nunca de aprender y encontrar tesoros. Al menos tengo la ventaja de que me gusta la variedad, desde los poemas antiguos del Oriente hasta los de más reciente factura. Hay autores que me han marcado, primeramente, José Martí, y luego poetas como Omar Khayyam, Tagore, Keats, Bécquer, Pessoa, Kavafis, Rilke, Whitman, T. S. Eliot, Ezra Pound, Miguel Hernández, Borges, Alejandra Pizarnick, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier y otros. Siento cercana la obra de escritores norteamericanos y latinoamericanos, supongo que por familiaridad de contexto y tiempo. También me he nutrido de mucha poesía contemporánea cubana, especialmente la matancera. Esta es una tierra de excelentes poetas. De Cuba me gusta leer a autores de todas las generaciones, el mosaico que conforman es muy colorido y a veces uno se encuentra con versos maravillosos donde menos se lo espera.

¿Crees en las influencias? ¿Hasta qué puntos son perceptibles en tu obra?

Sí, creo. Por eso mencioné arriba que no entendía a los que escribían sin que les gustara leer. Me parece que lo natural es ser un lector al que en algún momento no le es suficiente con solo leer y quiere crear sus propias historias, estimulado por uno o más autores que le gustan demasiado, y a los que termina emulando en sus primeros textos. Al menos este es mi caso. Hasta ahora mis mayores influencias son Bradbury y Borges, que hacían una prosa muy poética y una poesía muy narrada. También hay otros a los que imito en aspectos específicos, ya sea en los diálogos, en las descripciones, en la construcción de personajes. Con todos esos fragmentos, unidos a los dictámenes propios de la inspiración, he estado construyendo mi voz y mi estilo, arquitectura que está bien lejos de terminarse ya que apenas estoy fundiendo las bases del edificio.

Un libro que cambió tu vida y por qué.

Tengo varios, algunos muy queridos de la infancia, como La edad de Oro, de José Martí, Oros Viejos, de Herminio Almendros, La isla misteriosa, de Julio Verne y Cien años de soledad, de García Márquez, o como mis libros de leyendas pertenecientes a la mitología de todas partes del mundo, que me dediqué a coleccionar. Pero quiero explicar el que me reconcilió con la ciencia ficción luego de que estuviera alejada de este género durante varios años: una selección de cuentos de Ray Bradbury, con la que descubrí a este autor. Me cambió la vida porque encontré a alguien muy afín a la manera en que sentía la literatura. La bibliofilia de Bradbury, su luminosidad, ese sentido de maravillarse con lo que le rodea y soñar futuros posibles centrándose en cómo eso afectará la vida íntima de las personas, todo me resultaba muy cercano. Además de que los cuentos de Bradbury fueron escritos con alegría y amor, y esto puede percibirse en el fondo de cada uno, sin importar su tema.

Háblame un poco de tu reciente Premio David, ¿qué temas aborda el libro, cuál es su estructura? Todo lo que nos puedas avanzar sin spoiler.

Las azules colinas de Europa es una compilación de los mejores textos que he escrito del género hasta la fecha. Así de sencillo. El título del cuaderno es un doble homenaje a dos maestros, uno del realismo y el otro de la ciencia ficción: en este caso, Ernest Hemingway y Robert Heinlein, pues cada uno posee un libro de nombre similar. Me pareció el más adecuado porque el libro está muy influenciado por la narrativa del siglo XX. Por momentos puede parecer inconexo, ya que los cuentos poseen historias muy distintas, ambientadas en diversas épocas de estadio tecnológico: en unos apenas se realizaron leves avances en la actual tecnología y en otros existe el viaje espacial tripulado y la terraformación de otros mundos. Sin embargo, una vez compilados se pueden ver vasos comunicantes que atraviesan los textos a modo de hilo de Ariadna. El amor, la muerte, el sexo, la violencia, la nostalgia, los deseos insatisfechos y la traición a uno mismo y/o a los seres queridos son temas recurrentes en las historias. Es un libro muy centrado en el propio ser humano o en sus derivados sintéticos (robots/replicantes). Una vez terminado también encontré allí reflexiones sobre la guerra, la vejez, la discriminación por raza y género, el medioambiente, la pérdida de la cordura y la alteración de procesos naturales del hombre y la naturaleza. Estos mensajes no fueron colocados de forma panfletaria, sino que crecieron entre las historias. Por momentos no puedo evitar recreaciones poéticas en mis cuentos, ya sea del lenguaje o de las imágenes. Siendo poeta de formación, mi estilo navega espontáneamente hacia esas aguas. El cuento donde más se nota esto es No regreses al lugar donde fuiste feliz, que mezcla poesía con narrativa y hace un homenaje a ese gran poeta cubano que es Delfín Prats.

¿Te obsesiona la perfección? ¿Al menos te preocupa? ¿Crees que es posible lograr la obra perfecta o el proceso sin costuras, completamente cerrado?

Gracioso que lo preguntes, hace poco me percaté de algo que no conocía de mí misma y es sobre ese mismo tema. Me consideraba una persona nada perfeccionista, más bien regada, dispersa. Resulta que todo mi perfeccionismo se vuelca en la literatura: reescribo y reviso mis cuentos y poemas una y otra vez. No he dejado de retocar los cuentos del libro que envié al David, no sé si dejaré de hacerlo cuando el libro ya esté impreso. Eso espero. Lograr una obra perfecta es casi imposible, pero sí creo que cuando un texto ya está impreso te proporciona un efecto de cierre, al menos temporal.

Una mujer que escribe ciencia ficción y fantasía, ¿cuánto crees que ha incidido el recorrido y el legado de otras autoras en la creación que haces hoy y en las posibilidades actuales de publicaciones y premios?

La historia moderna de las mujeres en la ciencia ficción y fantasía fue toda una epopeya. Desde el Frankenstein, de Mary Shelley, y hasta finales del siglo XX estas pioneras tuvieron que luchar para ser juzgadas por su calidad y no por su sexo en un mundo editorial que no concebía que las mujeres se dedicaran a tales géneros. Sin ellas probablemente no tendríamos la igualdad que hoy se da por sentada.

En el caso cubano se ve cómo las mujeres han sabido darse un lugar en los (pocos) concursos y (reducidas) publicaciones del género. Por ejemplo, el primer David de C.F fue ganado por una mujer, Daína Chaviano. Entre el David y el Calendario pueden citarse nombres como el de Gina Picart, el tuyo, el de Malena Salazar Maciá, y otros tantos que se me escapan. Otro ejemplo, y esta vez hablo de un concurso que premia el cuento corto, en el Oscar Hurtado se cuenta con múltiples ganadoras femeninas. En este 2021 los premios para cuento de ciencia ficción, para cuento de fantasía y para poesía especulativa lo ganaron mujeres. Las menciones en la categoría de ciencia ficción fuimos dos mujeres también. Aunque no es una historia tan larga (la propia historia de estos géneros en Cuba es relativamente corta), ha existido una relación entre ellos y las narradoras femeninas, que tuvieron que vencer obstáculos como el machismo y el menosprecio de género (sexual y literario) para ganarse a pulso su más que merecido lugar. En cuanto a premios y publicaciones, a nivel internacional hace tiempo se escuchan los nombres de las autoras cubanas, tanto las residentes como las emigradas. Mientras tanto en Cuba, cuando se trata de lo fantástico (como mencioné arriba), siempre van a ser mucho menos los premios y publicaciones en comparación con otros géneros, algo que afecta a todos sus autores por igual.

¿Qué te gustaría que los lectores hallen en tu creación?

Lo mismo que hallé yo en otros tantos libros de otros tantos autores: reflexión, recreación, ensueño, historias que ocupan de forma más o menos temporal un lugar en otras mentes, poemas que provoquen emoción, sensaciones, semillas de pensamientos sobre sí mismos y lo que los rodea. Borges decía que uno primero escribía para sí mismo y después para la familia, los amigos, para todos los demás. Aspiro que los lectores se sientan tan bien leyendo mis textos como me sentí yo al escribirlos.

Más allá de la página y blanco, ¿quién es Náthaly?

Apenas estoy empezando a descubrirla. Hasta ahora sé que es alguien curioso, en constante cambio pese a su inmovilidad, que ama a los libros y a la literatura, al conocimiento, al acto de escribir, a la música y las artes, a la historia y las ciencias, a todo lo que es bello y bueno. Me maravilla lo que el mundo es y lo que puede ser, creo que por eso escribo ciencia ficción y fantasía, y hago poesía. Ese mismo sentir lo encuentro reflejado de la mejor manera posible en uno de los versos de José Martí: “Todo es hermoso y constante/ todo es música y color/ y todo, como el diamante/ antes de luz, es carbón.”



“El arte de escribir es un salvavidas para muchos”

Jackeline Rojas A. escribe desde la soledad y el silencio, pero también desde el bullicio de las calles donde encuentra material para sus historias. En su creación se mezclan la poesía, la narrativa y la crónica: así construye ese acto imprescindible en la existencia humana que es el arte de la comunicación con los lectores. Esta entrevista es una invitación a conocer la obra de esta autora novel que, sin duda, establece puentes de conexiones visibles entre su realidad y la del público.

¿Cómo nace en ti la inclinación hacia el mundo de la palabra? ¿Por qué elegiste la literatura?

Desde pequeña me gustó leer, y disfrutaba mucho las sesiones de biblioteca que estaban incluidas en el programa escolar. Aún recuerdo a mi primera bibliotecaria, América, quien tenía tal magia al contar fragmentos de libros que era casi imposible salir de la biblioteca sin haberte leído al menos un pasaje. En mi casa también recibí libros: regalos preciados que he cuidado con mucho cariño hasta el día de hoy. No creo que yo haya escogido a la literatura; ella me escogió a mí. Desde la infancia, sin darme cuenta, he estado garabateando ideas y sentimientos en un papel.

¿Cómo definirías tu estilo?

No soy amante de los encasillamientos y clasificaciones, porque creo que limitan la visión que el público pueda tener sobre el artista. Pero si he de responder a la pregunta diría que soy de una autora que posee un estilo elegante y sobrio en ocasiones.

En tu proceso creativo, ¿optas por la rutina, por los ritos o por la improvisación? ¿Puedes hablarnos más de cómo transcurre dicho proceso?

Adoro escribir en las mañanas, bien temprano, antes de que salga el sol. Disfruto el silencio y el susurro de la naturaleza que despierta lentamente. Prendo una vela y después de unos minutos de meditación estoy lista para llenar la página en blanco. En muchas ocasiones me hago acompañar de música instrumental, la cual selecciono según el tema sobre el que voy a escribir.

¿Sientes que la literatura rinde más frutos cuando hay un método de trabajo que la dirige o apuestas por la libertad creativa en su más amplio registro?

He aprendido que sin metodología y organización el camino se hace más difícil. En mi caso, antes de desarrollar una metodología, yo escribía unas veces más que otras, pero no creo que fuera muy regular. Sin embargo, desde que comencé en Laboratorio de Escrituras “Encrucijada” soy mucho más disciplinada y he podido afrontar retos en diferentes géneros que jamás pensé abordar anteriormente.

¿Cómo le das vida al hijo-libro? ¿Sientes una relación maternal con las historias que creas?

Por supuesto, mis historias tienen una parte esencial de mí o me han sido cercanas. Darle vida al hijo-libro es un proceso que disfruto mucho, incluso llego a tener palpitaciones en disímiles momentos del proceso. Existe también un proceso de investigación que adoro porque es como nutrir tu alma y llenarla de diferentes elementos. Mi relación personal con las historias es estrecha, pero a la vez que doy a luz, dejo ir a mi hijo-libro, que sea libre y recorra otros caminos.

Eres una autora que se mueve en diferentes registros y géneros literarios, ¿crees que ese eclecticismo creativo le aporta al proceso escritural del autor?

En mi experiencia, le aporta muchísimo, porque este eclecticismo te hace buscar otros lenguajes, otras visiones para que tu obra no se haga repetitiva, incluso te permite ponerte en la piel de diferentes actantes, imaginar diversas situaciones que, de encasillarse en un solo género, con probabilidad nunca explorarías.  

Para un autor novel, ¿cuán difícil es abrirse paso en la selva de las palabras?

Es muy difícil. Hay todo un entramado preestablecido que a veces, y aunque lo desees con pasión, no te permite llegar a las puertas correctas. O tu trabajo no cae en las manos apropiadas y se duerme entre otros manuscritos. Pero no por eso hay que abandonar; al contrario, no debemos dejar de perseverar.

¿Dónde encuentras material para escribir tus historias?

Me encanta escuchar a las personas cuando camino por la calle, cuando se acercan a ti sin conocerte y te cuentan su vida. A veces simplemente escucho. Me alimento de todo lo que se mueve a mi alrededor y hasta de lo que no se mueve. Encontrarme una ceiba en el medio del campo puede tener una importancia vital para mí. Cuando observo su forma, las ramas, su majestuosidad, estas me hablan tanto como una persona.

En los tiempos que corren, ¿quién es el escritor?, ¿qué lugar tiene en el mundo? ¿Existe salvación en el acto creativo?

El escritor es un mensajero. En estos tiempos convulsos, llenos de apatía y desesperanza en ocasiones, el arte de escribir es un salvavidas para muchos y un acto de esperanzas para otros. Un poema puede cambiar la percepción de un hecho, te sientas identificado o no con este. Crear es imprescindible para la existencia humana. Es el enorme porciento de espiritualidad y de amor que debe seguir acompañando nuestras vidas. No debemos renunciar al gozo y el asombro que puede provocarnos la más mínima brizna de arte.

¿Quiénes son tus principales referentes creativos?

Me nutro de los clásicos y también de los contemporáneos. No tengo un referente en particular, porque temo caer en la influencia indirecta que puedes recibir cuando lees mucho del mismo autor. No obstante, si lees, si contemplas obras de arte en una galería o vas por la calle andando, de alguna manera tu obra va estar influenciada por ese fluir de la vida.

Ser mujer, negra, madre y cubana, ¿define tu escritura? ¿Son la racialidad y lo femenino temas que directamente impactan en tu creación?

Por supuesto que define mi escritura. Mi poesía no es la misma desde que soy madre. Y sí, el hecho de ser afrodescendiente y vivir en una isla me hace ver la escasez de personajes en la literatura nacional que sean como yo, y entender incluso que los estereotipos con respecto a personas negras se perpetúan aun hoy: por eso he decidido crear personajes que dejen una huella, que se conviertan en héroes negros con valores, virtudes y, por supuesto, defectos.

¿Hasta qué punto la literatura tiene el deber de impactar o cambiar la realidad? ¿Debe acaso apostar por otro camino u otras rutas de sentido?

En esta realidad tan ausente de asideros y de rumbo, pienso que la literatura es una fuente de cambio que debe apuntar a ganar, para influir positivamente en un mundo tan bombardeado de informaciones superfluas. Sí, la literatura no debe aislarse de otras manifestaciones artísticas; al contrario, debe estar siempre en juego con ellas para poder llegar de una manera u otra a más público y no quedarse anquilosada en viejas estructuras.

¿Qué, a tu criterio, es esencial para que un texto literario tenga calidad y llegue a los lectores?

A veces la calidad no va de la mano junto al éxito literario, pero considero que un texto debe ser escrito con el alma y sin grandes pretensiones de fondo. Si es bueno, ese texto solo se abrirá camino en el complejo mundo de las letras. No puedo dejar de mencionar que el trabajo editorial es importantísimo. No debemos conformarnos, sino intentar llegar siempre a lo más alto de nuestra escritura.

Más allá de la página en blanco, ¿quién es Jackeline Rojas A.?

Soy una mujer muy espiritual que adora escribir, estoy llena de sueños. Me encanta reír y pasar bellos momentos. Detesto la rutina. Adoro caminar. La vida cultural es parte esencial en mi vida: ir al teatro, disfrutar de un concierto en la salita del Museo de Bellas Artes, ir de la mano de mi pareja mientras contemplo el mar. Considero que disfruto tanto el pasar tiempo con mi familia como el silencio sonoro de una mañana.



La vida de las palabras

Jeiny Caridad Álvarez Valdivia es un espíritu veloz, creativo, que en su poesía habla de piezas cerradas y de las múltiples caras de múltiples dioses. A través de las redes sociales he podido conocer, poco a poco, algunas de las aristas que conforman a esta mujer creadora, fotógrafa, teatrista y poeta. ¿El pretexto para este viaje a través de la vida de las palabras?: su más reciente reconocimiento en el campo de la creación literaria. 

Tu libro Dios era el susto de mi pieza cerrada obtuvo recientemente Mención en el Premio David de Poesía 2021. Háblame un poco de sus temas y del proceso de creación de este poemario.

Siento que mi cuaderno es muy agradecido. Nace de las interpretaciones que me hice durante todo el proceso de creación. Lo concebí como un poema único en el que iba recorriendo todas las partes de mi ser íntimo. La ciudad como lugar de pertenencia, el agua que llega a limpiarlo todo. Las luces y las sombras que me abrazan. Ahí están mis inquietudes, el tratar de comprender de dónde vengo, dónde estuve antes y hacia qué parte se dirige este camino recién descubierto. El gesto de querer cortar el simbólico cordón umbilical que me ata todavía a este plano físico sigue siendo un doloroso grito y representa al mismo tiempo el nacimiento y la muerte.

¿Concibes el proceso creativo poético como una sumatoria de todas las artes a las cuales has dedicado gran parte de tu vida?

Creo que es expresar cómo la vida se pone de manifiesto en la escritura íntima del poeta. En mi caso, el teatro me permitió tener otras vidas, trabajar con los miedos, miradas, sueños y fracasos de los personajes. Todo este descubrimiento de lo cotidiano lo he vuelto a ver en la fotografía: adentrarse en el mundo que existe debajo de las piedras y en los grandes espacios, guardar ese momento, eternizarlo en una imagen. Luego aparece el reto de llevar ese idioma de los gestos y del paisaje a un universo de símbolos que conforman la vida de las palabras.

Fotografía, teatro y ahora poesía, ¿es este un tránsito hacia una forma siempre mutable de creatividad?, ¿una pausa?, ¿un silencio o un grito permanente?

En todo habita la poesía. En su silencio está su grito, leí una vez. Es una rebelión interna que se activa en cada palabra, en cada constante búsqueda de uno mismo. Quiero lograr que la circunstancia de mi poesía venga desde ese fenómeno curioso.

¿Tiene la poesía un papel en el mundo real que vivimos?

Hay que volver a ser cómplices de los símbolos que conforman la esencia de esta realidad, de su música y su memoria. Reconocer nuevamente que hay un gozo profundo ante los milagros. Caminar de vuelta hacia la belleza de vivir. Participar del proceso desde ambos extremos. Se trata del «éxtasis de la vida y el horror de la vida», al decir de Baudelaire.

Sé que existe también una figura poética que quiere aparentar ser elitista y pretende proyectar conceptos muy antiguos como si fueran novedosos y que, a la postre, no es más que una forma heredada. Lenguaje digerido que se separa mucho de la esencia primigenia.

Muchas palabras mal intencionadas separan, hunden y lastiman, es cierto. Pero existen millones más que generan sentimientos de profundo regocijo, aun en épocas oscuras. Hacía ahí debe caminar la poesía. 

¿La poesía reestructura la realidad, cambia esa realidad, o se contenta con hacer de la realidad su objeto de contemplación?

La conciencia social es inevitable. No somos seres aislados y en todo proceso creativo debe existir una indagación psicológica de la realidad. A la poesía no le es ajena esta contemplación, al contrario, ha venido siendo parte activa de la génesis que representa cada cosa en relación con el tiempo cotidiano del hombre.      

¿Cómo defines tu estilo? ¿Crees que el poeta necesita definiciones o le basta la poesía para definirse?

Soy una persona en formación, estoy en el camino de la búsqueda. Estudio mucho. Trato de ser muy disciplinada y respetar las palabras y su simbología. No mentiría con ellas por los códigos que las habitan y por las proyecciones que generan. Creo que definir a un poeta dentro de un estilo creativo es cerrarlo. La poesía fluye, levita, no pertenece a “estilos de creación”. Sí, los teóricos escribieron: modernismo, post y todos los “ismos” que han venido “definiendo”. La poesía no es circuito cerrado, es río, magia que en la nada crea relaciones mucho más complejas, porque si las encasillas con un nombre resultarían esfumadas o remotas.

A tu criterio, ¿cuál es el principal temor de los poetas jóvenes?

Solo voy a hablar por mí. Existe el miedo de no llegar, de quedarse varado en un solo sitio, en llenarse de distracciones que te alejen cada vez más de la palabra. Por eso leo en demasía. Me obligo a disciplinarme diariamente. A respetar este camino que elegí. Buscarme un equilibrio que me ayude a comprender, a padecer las circunstancias externas y tratar de recrearlas luego dentro de los símbolos que se han venido acercando.   

La poesía, ¿define certezas o incertidumbres?

La poesía define todo. Desde las certezas y las sensaciones que se adivinan en el proceso poético y que pueden llegar como un desprendimiento de la realidad, hasta la incertidumbre que se pueda sentir al no poder descubrir nunca la luz o la sombra que habitan desconocidas.

Amén de las lecturas, ¿de qué manera se forma un poeta hoy en día?

No creo que exista para un escritor un mejor método para crecer que no sea la lectura. Si no lees, no te retroalimentas. Es simple. Las palabras no son perfectas por como suenan, sino por lo que significan y la lectura ayuda muchísimo a la comprensión de la escritura.

Investigación. Descubrimiento. Constancia. Humildad y disciplina son algunas de las claves para la formación creativa en general.   

¿Cuáles sientes son los “siete pecados capitales” de un autor?, ¿qué entorpece la creación?

Creo que te he dado algunas respuestas desde las primeras preguntas. Si no trabajo, no soy disciplinada y no me proyecto, el resultado se verá muy lejano. Y sé que no tengo ni experiencia ni camino recorrido pero es lo que yo hago. Es mi método de trabajo. Si nadando tomas mucha agua, terminas hundiéndote por tu mismo peso. Si las distracciones logran ganar al final del camino, entonces ya no quedaría nada. 

 

¿Existen conexiones entre tu poesía, la que escribes hoy mismo, y la realidad cubana; o al menos la realidad de aquellos con los que compartes creación, tiempo y espacio?

Siempre trato de buscar una nueva lectura dentro de mi contexto social, más personal, más desde el fluir interior de mis proyecciones. Vivo rodeada de lo cotidiano y mi realidad no creo que difiera mucho de la de aquellos con los que comparto mis días. Mis escritos, por la lógica de convivir un mismo tiempo y a pesar de todo el trabajo simbólico, reflejan muchas veces ese entorno.  

¿Quién es Jeiny más allá del verso?

Alguien que se desafía a diario. Sufre, se desespera, pero logra vivir. Simplemente eso.



«Soy un explorador, un buscador de fósiles y de maravilla latente»

Este año, la convocatoria del Premio David trajo alegrías a no pocos escritores, entre los que me incluyo. Como jurado de la convocatoria de libros de ciencia ficción, tuve el privilegio de conocer una docena de obras nacidas de las plumas noveles de igual número de creadores: entre ellas, la de Javier Pérez. Luego de que el fallo del premio se anunciara por las redes, quise contactar con este autor y proponerle una entrevista. Javier sabe que los motores del humano—las llaves que abren esas puertas por las que el creador asoma la cabeza para luego contar a otros sobre lo que ha atisbado en una breve ojeada— se ponen en funcionamiento a través de la escritura. Sin duda su voz, en un futuro que ya es casi presente, nos dará alegrías a los amantes del género más espectacular del amplio diapasón de lo creativo.

A la hora de enfocarte en diseñar una historia o un personaje, ¿qué papel juega para ti el lector? ¿Piensas en él en ese momento, procuras complacerle o buscas el camino de la satisfacción personal?

Pues, un poco de ambas cosas, la verdad. Cuando me lanzo a tallar espacios en esos mundos trato de buscar visiones que asombren, habitáculos que quiten el aliento por una razón u otra. Tal vez sea por la rareza; aunque me gusta dejar cierta familiaridad para que el lector pueda introducirse en el mundo y no se sienta excluido por una narración ajena o críptica en la que no podría vivir ni siquiera imaginándoselo. Así que, de cierta forma, yo soy el representante del lector a la hora de recorrer la historia. Si algo me parece cautivante, un ambiente o un personaje, entonces me concentro en eso porque asumo que otros también lo hallarán atrayente. Supongo que me rijo por esa idea de escribir el libro que quisiera encontrar. Por ahora no soy muy bueno en eso de captar mi público objetivo y a partir de ello diseñar la historia. Enarbolo una especie de fe en que haya otros como yo allá afuera y que las “tallas que me cuadran” también resuenen con ellos, porque a fin de cuentas sí me encantaría que el público pudiera acompañarme en esos viajes.

¿Por qué elegiste el mundo de la escritura?

Tengo la sospecha de que fue la escritura lo que me eligió a mí. A los once años yo no leía nada. No podía terminar ni siquiera La isla del tesoro que había que leerse en sexto grado; pero un aciago día me colé en el cuarto de mi hermana mayor (nos llevábamos como Dexter y Vivi, los personajes del animado). Y allí me encontré a “mi precioso”, el cuarto tomo de Harry Potter. Soy uno de los tantos atrapados por ese increíble universo capaz de transformar niños mataperros en fanáticos lectores. Mientras me adentraba en esa saga me percaté del asombroso poder de los libros, o tal vez no sea solo un poder externo que emana de simples líneas en papel. El cerebro de nuestra especie parece tener la insólita capacidad de traducir dibujos en sonidos, sonidos en palabras que forman frases con significado y estos finalmente se estabilizan como mundos internos. ¿Será este rasgo de la imaginación una capacidad inherente de los organismos conscientes en el universo o solo algunos pueden dislocar sus realidades de esta forma? Pero, bueno, mejor regresamos a nuestra Tierra. Como decía, la lectura fue la que me enseñó sobre la creación de mundos y de inmediato, casi como un acto natural, comencé a escribir mis fanfictions. Era tanto mi deseo de vivir esas aventuras que sin tener idea alguna de técnicas o redacción me puse a garabatear una historia donde yo, un pobre muggle, me unía a Harry, Ron y Hermione en sus aventuras. Claro que apenas completé unas diez páginas, pero fue suficiente para darme cuenta de que podía hacer lo mismo que la autora.

Me atrapó esa fascinación por el ensamblaje de realidades, idear personajes, tomar de episodios reales y hacer que vivieran a través de esas vicisitudes. Las infinitas posibilidades, eso fue lo que me atrapó y una creencia personal de que esas historias no son mentiras inventadas sino puertas en las que echamos un vistazo y luego corremos a contarle a otros. Los escritores son los guardianes y tienen las llaves a estas puertas.        

¿Crees que en Cuba existen suficientes oportunidades para el escritor novel?

Hay oportunidades, pero se podría hacer mucho más. El escritor novel necesita preparación en el oficio y conocimientos para poder moverse entre editoriales, concursos, becas y publicaciones. Para aprovechar estas oportunidades estaría bien contar con más cursos de escritura. He visto que en algunas universidades extranjeras se ofrece gran diversidad de clases de escritura creativa y publicación. Yo tengo que agradecer mucho al Centro del Onelio que me dio las herramientas para expandir mis habilidades literarias, pero su matrícula es limitada y hay muchos jóvenes ávidos de aprender. También sabemos de las carencias de papel en las editoriales, lo que dificulta la aceptación de obras de escritores noveles. Así que a veces solo queda la esperanza de ganar algún concurso que premie con la edición del libro ganador fuera o dentro de Cuba. No estoy tratando de decir que todo texto escrito y presentado por un joven debe ser aceptado y publicado, claro que no. Lo importante es que haya más oportunidades de aprender de los buenos escritores y que el mercado editorial se expanda en la medida que lo exija este crecimiento de nuevos escritores.

¿Cuáles son los principales retos que ha enfrentado tu creación hasta el día de hoy?

Hasta ahora, los principales retos se me han presentado en cuanto a la forma de insertar la escritura en medio de la vida social y económica. Durante varios años, en especial durante la universidad, solo escribía de vez en cuando, tal vez en las noches. El estudio me absorbía y luego sucedió igual con el trabajo. Apenas me quedaba energía para teclear un minicuento. Hay quien no se imagina el esfuerzo que lleva escribir cuatro mil o cinco palabras nada más. Uno termina medio grogui como si hubiese corrido diez pistas. Así que el tiempo se convirtió en un gran reto. Solo en estos últimos años, con el trabajo en casa, he podido hacerme con un buen horario para trabajar y escribir. Pero sigue siendo difícil; a veces me pregunto cómo lo logran esos escritores que tienen empleos de jornadas extensas. Pura voluntad y compromiso, porque si uno mismo no se toma en serio lo que hace y dice: “nah, esto es solo un hobby”, entonces la obra final dejará ver esos descuidos. Hay que dar el salto y ser decisivo. El trabajo del escritor que empieza es algo aterrador. Es como un albañil que pasa meses y años levantando esta torre o mansión, y al terminarla, después de todo ese esfuerzo, abre las puertas al mundo. Entonces, existe la posibilidad de que a nadie le guste, que nadie quiera entrar y recorrer sus vericuetos. La construcción quedaría desierta y abandonada (sin comprador). Ese es un miedo contra el que no se deja de luchar, hay que ir ganando confianza y a veces ser bastante testarudo y como hacen en mi barrio, darse dos palmadas en el pecho y decir: “¿Qué pasa? ¡Voy a mí!”        

Rutina o inspiración, ¿qué funciona mejor en tu proceso de trabajo?

He reconocido tres fases en mi desarrollo. Una primera repleta de entusiasmo juvenil en la que escribía como un poseso imbuido en la emoción de una idea que para mí era lo más grande y sin pensar mucho en reglas. Luego, el ritmo de mi producción se redujo mucho. Curiosamente eso ocurrió cuando aprendí sobre técnicas narrativas. Creo que estaba pasando por ese proceso en el que uno empieza a concientizar las partes instintivas de la escritura. Demoré varios años en procesar todas aquellas mudas, caracterizaciones y puntos de vista. Entonces, comencé a leer a mis autores favoritos de una forma distinta. No me puse a diseccionar los textos ni nada de eso, porque no me gusta considerar las obras como trucos del lenguaje cuyo objetivo es proyectar realidades falsas. Aunque suene un poco loco, para mí la historia es anterior y más real que las palabras escritas. Así llegué a lo que creo que es como una tercera fase en la que llevo una libreta con ideas viejas y nuevas, piezas que puedo convertir en llaves para abrir más puertas. Ahora confío mucho en la rutina, la preparación de outlines antes de sentarme a escribir. Soy uno de esos arquitectos que bosquejan sus historias a grandes rasgos y luego cultivan los pequeños detalles a medida que los personajes viven los episodios.   

¿Cómo definirías tu estilo?

Esa es una pregunta difícil. Me cuesta tomar en consideración lo que escribo y darle una descripción distintiva. Supongo que mi estilo actual está muy relacionado a los géneros que prefiero: lo fantástico, la ciencia ficción, el horror y la aventura. Por eso suelo mostrar un lenguaje simple, directo, para contrastar con los argumentos extraños que de repente irrumpen o que son naturalmente aceptados por los personajes. Lo que más me gusta es mezclar elementos inusuales, hacer que mundos y culturas colisionen como nunca lo habían hecho. Y en el fondo de todo esto, algo que persigo y que aún no he conseguido con mi estilo es lograr la completa inmersión, la reconexión sensorial del lector a la realidad tras las palabras. No estaré contento hasta que no presencie el primer caso de pérdida de consciencia inducido por lectura (risas). Esa sensación que nos dan los buenos libros cuando parece que los personajes están vivos y no podemos parar de leer página tras página. ¡Magic!    

¿Es más importante la crítica especializada o la crítica de los lectores? ¿Cuál influye más en la obra?

Creo que ambas críticas pueden influirse una a la otra. Un especialista publica una reseña positiva de tal autor y eso atrae a más lectores. O viceversa, un autor es tan leído que a la crítica no le queda otra que emitir su criterio. Es cierto que en muchos casos ambas críticas discrepan bastante. Yo me decanto más por la crítica de los lectores. La fantasía y la ciencia ficción son géneros muy populares. Le doy un poco más de importancia al hecho de poder llegar a más público que a recibir las alabanzas de los estudiosos. Aunque no estaría mal poder disfrutar de ambas. La influencia de la crítica depende mucho de los objetivos del escritor y las características de su obra, a quién está dirigida y cuál es su propósito. ¿Revolucionar los fundamentos formales de un género u ofrecer una experiencia dramática entretenida y atrayente? Tampoco le veo sentido tratar de encajar en los marcos de lo que se considera la alta literatura, comprometida y realista. Hay escritores que son geniales en esos estilos vanguardistas, pero creo que todavía no he llegado a ese período. Ando por los libros de caballería de la baja edad media (risas).

A tu criterio, ¿qué hace que una obra perdure y sobreviva a su tiempo? ¿Aspiras a la perdurabilidad o te concentras en buscar otros caminos para tus textos?

Esos son los clásicos, los dignos de ser imitados. Las obras así tienen una especie de fragmento muy único contenido en sus páginas. Tanto Homero como Shakespeare o Cervantes destilaron en sus libros una sinceridad muy pura acompañada de otras sustancias ficticias para retocar su buqué. Leerlas es una experiencia casi mágica porque vemos reflejadas allí formas e insinuaciones de la realidad que uno mismo no había tenido la capacidad de vislumbrar o acaso el coraje de reconocer su existencia. Tal vez sea eso lo que los hace perdurables, esa osadía de ser honestos, exponerse y embotellar emociones y naturalezas ocultas.

A mí me gustaría ser inmortal, claro, pero lo que más me atrae de ese sueño es la posibilidad de presenciar el desenlace de nuestra historia, los episodios de esta aventura planetaria y las astutas bacterias adheridas a su superficie. El legado de la literatura es una forma de luchar contra esa fuerza inexorable de la muerte. El hecho de que los libros no ardan de golpe tras la muerte de su autor es una insolencia natural que define a nuestra civilización. Aquí estamos, susurrando los secretos que aprendimos antes de caer hechos polvo. Y fíjate, la antorcha aún no ha caído. Hemos llegado lejos, pero me gustaría ver qué sorpresas le aguardan al homo sapiens en los siglos por venir. Soy muy optimista. No creo en las distopías definitivas. Como algunos de mis textos tratan sobre sociedades futuras, sería genial si llegaran a manos de esos lectores. Imagino que los haría reír. Los escritores de ciencia ficción casi nunca dan en el blanco en sus vaticinios. Suelen proyectar sus épocas sin percatarse de esas cosas que no dejan ir, como en los sets de la vieja serie de Star Trek con ese aire espacial de los sesenta.

Por ahora mis textos están escritos para gente cercana, sí, eso creo. Tal vez, en la medida que madure mi concepción del mundo, pueda invocar escritos con una potencia temporal más larga. A veces me complazco imaginando que tal vez el afterlife de los escritores sean precisamente los mundos que son capaces de crear. Allí es donde terminan luego de esta vida y los habitantes de esos mundos, además de los personajes, podrían ser todos aquellos fanáticos lectores atrapados con el gancho de sus libros. Si nos basamos en esta teoría se podría afirmar que la Tierra Media se ha despoblado un poco en favor del Westeros de Martin, aunque luego de la último temporada de Juego de Tronos asumo que dicha superpoblación disminuyó un tanto.  

¿El escritor necesita formarse?

Ese es un gran sí para mí. En el contexto actual donde no dejan de publicarse miles de libros al año, sin mencionar otros medios como el cine, la televisión, cómics o videojuegos, es imprescindible poner un poco de orden en el caos. Creo que eso es lo que ofrecen los distintos cursos. Un sistema de aprendizaje para poder hacer uso de todo esos adelantos que nos dejan sobrecogidos ante tanta sobresaturación en los medios actuales.

Sin embargo, también habrá narradores y poetas que emergerán autónomos en sus propios entornos con habilidades casi innatas para la comunicación y la captura de imágenes mediante un lenguaje único y sensible. Pero aceptémoslo, el mundo se ha globalizado, las redes transportan obras digitales al otro lado del mundo antes de que salgan de la imprenta. Las artes nacionales y las escuelas literarias se beben entre sí, y los autores más influyentes en sus campos terminan creando verdaderas modas literarias. Es toda una tormenta mercantil que no siempre es justa con las pequeñas naciones así que hay que contar con una formación sólida en nuestros respectivos géneros. Hay que aprender de los métodos de enseñanza exitosos, tener constancia, manejar las industrias editoriales y, por encima de todo, hay que mantenernos auténticos.

¿Qué posibilidades comunicativas, estéticas y de lenguaje te ofrece el género de la ciencia ficción? ¿Sigue siendo un género menospreciado en Cuba?

La ciencia ficción y el género fantástico en general es el espacio que más adoro. Es la posibilidad de conjurar mundos completamente extraños que dejan sin aliento a quienes apenas atisban escenas a través de un libro. Los límites son infinitos. Con la ciencia ficción podemos adelantarnos a nuestro tiempo y mostrar realidades insospechadas y aberrantes de cómo podría cambiar el mundo. Pero no todo tiene que ser distópico y pesimista, yo prefiero usar la ciencia ficción para iluminar ese potencial insospechado de nuestra civilización. Al lector no solo se le engancha con mundos postapocalípticos en los que el hombre involuciona hacia formas socio-biológicas más salvajes; aunque estas historias tipo Mad Max y The Hunger Games sí que son divertidas. El género fantástico abre un espacio no colonizado, un lienzo en blanco no delimitado por razas, culturas o historias conocidas. Es casi un acto divino este de insuflar vida a nuevos mundos, pero también es una responsabilidad de los creadores hacer uso de su mejor lenguaje y conocimientos para obtener un resultado interesante.

En Cuba, entre las esferas especializadas de la literatura y el arte, creo que se menosprecia al género fantástico. Tal vez se subestime por una razón de ignorancia. La ciencia ficción y la fantasía suelen tratar temas extraños con un lenguaje técnico sacado de las ciencias. Estamos en la frontera entre las dos culturas (las letras y las ciencias). La ciencia ficción ha pasado a ser un género muy popular en los medios audiovisuales, así que es fácil para algunos, fuera de ese ambiente, catalogarlo como literatura comercial o chatarra. Sin embargo, no faltan ejemplos que ponen en su sitio a los críticos de la ciencia ficción cubana como: la insólita serie de Shiralad o la novela Espiral, de Agustín de Rojas. Las generaciones de escritores cubanos de ciencia ficción y fantasía no se han extinguido ni el legado ha perdido su agudeza. El templo de los buenos escritores no deja de crecer desde los años de Oscar Hurtado, F. Mond, Gina Picart, Daína Chaviano, Michel Encinosa, Eric Mota y, por supuesto, Yoss. Aunque la promoción de estos autores y sus obras puede que se haya descuidado un poco, ellos y ellas siguen siendo ídolos (the elders) a los que sigo.   

¿Cómo funciona tu proceso creativo?

Bueno, siempre comienza como se podría esperar: por una idea, una noción súbita de algo intrigante, llena de potencialidades. Durante el día me la paso soñando despierto dándole vueltas a esa imagen, circunstancia o personaje; viendo qué se le puede sacar. Es algo así como rumiar, sé que tengo algo entre manos, pero no logro digerirlo. Y ahí se queda en el fondo de mi subconsciente hasta que descubro qué es eso que me atrajo en primer lugar. Entonces escribo la premisa de la historia: “sujeto se enamora de personaje de videojuego que no sabe que es un personaje”. ¡Boom! Ese es el inicio, pero así no sirve para nada, es apenas una postal. Así que me pongo dar pinceladas en el mundo, agrego detalles reales o no que me atraigan e interesen pues este negocio de la creación es agotador y siempre conviene estar a gusto con nuestras creaciones. Al final puede que decida que será un clásico mundo medieval de fantasía en el que se mezclan humanos e inteligencias artificiales “nacidas” en esa realidad. Ahora llega el momento de decidir cómo contar. Elijo un narrador que me convenga para esta clase de historia. Una primera persona en la historia de la chica virtual debe ser interesante. Y partir de aquí es solo cuestión de construir una trama donde el giro final sea la revelación de que el chico es solo un pobre nerd en casa de su madre y no el poderoso paladín que aparenta ser. Muchas veces no logro ver el final exacto. Solo dejo que los personajes avancen en sus comportamientos más lógicos sin inmiscuir mis criterios. Mientras más insatisfactorio e incómodo sea el desenlace, más satisfecho estoy porque significa que las tendencias y modas de mi realidad no se colaron en las páginas. Después de esto toca la parte más dura: la revisión. Hago como mínimo tres revisiones. Después de la primera, trato de enseñarle el texto a alguien o lo mando al taller Espacio Abierto para que me den sus visiones y, a partir de allí, sigo corrigiendo. Es importante poder aprovechar las opiniones de amigos y colegas, saber discernir entre feedbacks útiles que en verdad ayudan a reparar los errores que a veces se nos escapan.   

De todas tus historias, ¿cuál le recomendarías al lector en estos tiempos de pandemia y aislamiento?

Tiempos de pandemia, enclaustramiento, aburrimiento y soledad, ¿qué recomendar para esa depresión que nos persigue tras días y días de monotonía? Pues algo que nos suba el ánimo tal vez, o que por unas horas nos permita escapar de la agobiante rutina. Tiene que ser algo épico e interesante que rete nuestras mentes, nos distraiga y que cuando regresemos estemos como renovados. Bueno, no sé si tendré algo con todas esas propiedades, pero hace poco hice un experimento, escribí uno de esos relatos de “elige tu propia aventura”. La historia se compone de una docena de cuentos cortos interconectados a través de los cuales el lector debe ir navegando para desentrañar el misterio de “Las tinieblas de Hamelín”, así se llama. Pero al final de cada cuento se debe elegir entre dos caminos que nos conducen a capítulos distintos, o sea cada lectura es un recorrido distinto. Y viene al caso pues la ciudad de Hamelín también tiene una plaga o vieja maldición enraizada en lo profundo de sus catacumbas. Pero bueno, no sé si en medio de todas las tristezas que estamos pasando alguien querrá sumergirse en más tinieblas. Si a alguien le pica la curiosidad les hago otro spoiler: el protagonista es un cazador que tiene dos hurones mascotas llamados Lins y Sharl. En caso de que estén aislados y en busca de leer algo raro me pueden escribir al javierpr90@nauta.cu y se los envío. ¡Exterminador de ratas a su servicio! 

¿La realidad puede asomarse al espejo genérico de la ciencia ficción? ¿Cómo manejas lo real, a manera de concepto, en las estructuras de tus mundos?

Lo real me sirve a veces como premisa. En muchas historias el elemento fantástico está oculto en el tejido de la realidad y brota como una anomalía maravillosa o aterrorizante. En otras obras, la ciencia ficción ha retorcido las normas de lo que conocemos por cotidiano. A través de los personajes andamos por planetas lejanos en el que conejos animatrónicos brotan de las madrigueras para servir el té en los picnics. Lo real es esa tierra fértil de la que tomo nutrientes para cultivar formas de vida extrañas. De los sueños también suelo robar mucho, ¡alabada sea mi enloquecida subconsciencia!

Otra dimensión que me gusta aprovechar de la realidad es la historia, el pasado. Todas esas memorias que tenemos ya muy bien aprendidas desde pequeños ahora pueden convertirse en arcilla para tramas ucrónicas y realidades alternativas cuyo objetivo no sea solo el entretenimiento, sino que también contemplen el análisis sobre lo que consideramos el curso inevitable de la Historia. ¿Qué habría pasado si Martí y Maceo no hubiesen caído en combate? ¿Se habría aceptado la ayuda de Estados Unidos o la Enmienda Platt y una república dependiente? La Historia es una ciencia social, así que esto también es ciencia ficción con una larga tradición en autores del género como Philip K. Dick con su obra El hombre en el castillo.

Así que la realidad es un mar de látigos siempre fustigándome a elegir este u otro tema. En su relación con la ciencia ficción y la fantasía, yo le otorgo a la literatura la función soñadora más elevada: proponer y diseñar a partir de nuestros ambientes sociales mundos trastocados, donde se puedan detectar toques de la realidad, pero que esta se vea superada o malograda de acuerdo con la intención de la trama. Para mí la realidad es inspiración, no puedo contentarme con relatar como la madre pone su niño a dormir sin advertirle al lector que una cucaracha con cabeza humana anida bajo el entablado de la cama.    

¿Qué es lo esencial para ti a la hora de diseñar un universo?

Necesito consistencia. Busco que el espacio de mi universo se expanda y haya una estabilidad. Evitar esa sensación de que el mundo es solo un telón de fondo que se desvanece una vez que el foco de la trama pasa de largo. Por eso empiezo dibujando mapas, inventando razas y fronteras, eligiendo varios sistemas políticos y actividades económicas (hay que aprovechar el marxismo). Luego trazo una cronología de algunos siglos y determino qué punto sería interesante ahondar. Y a partir de allí empieza toda esa labor de worldbuilding en el que uno busca nombres (una pesadilla) y distinciones culturales, mágicas o científicas que definan estas nuevas tierras (o fondos abismales).

Lo esencial es que se den los deseos de recorrer esos reinos, que sus horizontes estén vivos en tres dimensiones, que guarden esa sensación de curiosidad y aventura que es la verdadera esencia de los homo sapiens. Eso es algo esencial para mí y que persigo con insistencia pues no es fácil conseguirlo.

Más allá de la página en blanco, ¿quién es Javier Pérez?

Beyond the White Page, ¡qué buen título! Creo que soy un explorador, un buscador de fósiles y de maravilla latente. Agradezco que las estrellas brillen cada noche para recordarnos que hay un universo de misterios silenciosamente girando a nuestro alrededor (no como en “Anochecer” de Asimov, que pueden leer en revista cubana de ciencia ficción y fantasía Korad #40). A pesar de que la rutina anestesie los sentidos para que podamos completar las tareas de vivir en sociedad, siempre trato de mantener alerta ese tercer ojo que te eleva sobre el bosque de concreto, uno nunca sabe cuándo puede pasar una extraña silueta frente al horizonte. Así que sigo el camino de los científicos locos, experimentando por lo imposible en mi laboratorio con una fe que no parece proceder de este mundo. La señorita Shelley no nos explicó bien cómo lo hizo, pero yo sigo galvanizando la página en blanco para que cobre vida. Creo que terminaré con una frase del viejo cuervo E. A. Poe: “Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro.” Bien dicho.