Liset Prego
Mirar la poesía de Rebeca Torres por un corte angosto
Una nueva voz, potente, auténtica, se abre espacio en el concierto de la poesía holguinera. Joven, pero con resonancias de voces transgresoras, sonoridades de un discurso que emancipa a la mujer.
Así se escucha-lee a Rebeca Torres Serrano, una muchacha nacida en esta ciudad en 1991, licenciada en Lengua Inglesa por la Universidad de Holguín, donde ejerce como docente y que mira a lo femenino desde su Corte angosto, un breve cuaderno, que agrupa once poemas donde la madurez de una mirada introspectiva y de su entorno muestra una conexión con las experiencias individuales de muchas mujeres, sin importar su edad.
Esta joven fue la ganadora de la más reciente edición del concurso de Poesía Nuevas Voces; de su obra el jurado que integraron Ghabriel Pérez, José Luis Serrano y Luis Yuseff, consideró que “es un cuaderno que denota el dominio de los códigos del género desde una visitación moderna, a la vez que indaga en la existencia del ser social que es su autora, una mujer del siglo XXI, con una voz traspasada por un tono incisivo, irónico, directo, que articula con efectividad los cuerpos poéticos que lo conforman”.
El poemario es el número 45 de la colección Analekta, de Ediciones La Luz, donde Lina de Feria, Delfín Prats, Manuel García Verdecia, Eugenio Marrón y otros tantos reconocidos autores han dejado constancia de su obra junto a noveles creadores que apenas despuntan en el circuito editorial.
Con edición de Luis Yuseff, diseño de cubierta de Robert Ráez y corrección de Mariela Varona, se presenta el poemario. Al internarnos entre los versos de la autora, que como tantos escritores hace ya muchas décadas prefieren el verso libre, encontraremos dolor, referencias al cuerpo femenino, literalmente visceral, a veces el corte angosto es una hendidura para observar la vida ajena, a veces un tajazo en el pecho por donde entra la impaciencia, las ganas de decir estas verdades, el intento o la pose de la felicidad por imperativo social.
Hay color, mucho rojo, lipstick cereza, intuyo, y labios, y tetas, así escritas, y lenguas y corazones, pero siempre, invariablemente, hay una mujer, otra mujer, esta mujer, muchas mujeres a las que Rebeca Torres Serrano les encierra en la palabra, o mejor, les deja volar y en este libro crea para ellas un universo.
De algodón, con ribetes lila y bolsillos laterales (poner en los bolsillos un libro de poemas)
Sobre la permanencia de la memoria. Sobre la persistencia de un recuerdo encajado en la psiquis, recuerdo ajeno, heredado, impropio. En la resurrección, en el traqueteo rítmico de la máquina, de la aguja perforando la tela, del mar contra el muro, en el retorno perpetuo de nuestros ancestros a través de cada célula que nos conforma, en el chasquido del melón al romper su corteza; en el reemplazo, la materia que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, incluso la materia que compone las almas; por encima de toda la soledad y el nervio de una mujer nacida un 26 de enero hace casi un siglo, se construye un palacio, un libro.
Martha Luisa Hernández Cadenas dispone este cuaderno como un collage con memorias, páginas de revistas antiguas de moda. Toma recortes de patrones, sugerencias, selecciona texturas entre holanes y tules, cintas, encajes; añade partes quebradas de maniquíes representando cuerpos imposibles; pega botones, cubre con seda.
La poesía es urdimbre, un tejido magnífico donde el verso se incrusta, sin intención de definirse por estilo alguno. Posee la libertad de ser y de decir estas palabras, como si de un mandato supremo se tratase, y de fondo, mientras releo sigo escuchando el ritmo acompasado de la máquina, el pedaleo constante, la violenta opresión sobre la voz que entre las viejas paredes insiste en advertir: No sientas este calor, hija.
Y luego afirma:
No tengo ganas, hoy no tengo ganas de amar a nadie porque me duele la piel.
Ella prefiere llorar, pero no ser domesticada por la bestia, y es en esa fuerza que encontramos registro de una existencia sobreviviente de dolores secretos, que debe vivir bajo la lupa, encorsetada en el deber ser.
Marthica y yo sabemos que un edificio a medio derruir puede ser un templo, la conexión con el pasado, un dejá vú, una máquina del tiempo, también un pretexto, un elogio a la belleza que se intuye, que se eterniza a pesar del desgaste.
A Malú, la teatróloga, performer, definitivamente poeta, la he imaginado enhebrando este libro; cosiendo delicadamente la palabra, hilvanando cada verso.
Una lo lee y piensa en videomaping, en celuloide gastado y un dispositivo proyectando en los endebles muros, sobre los arcos aún hermosos del Palacio de las Ursulinas, estas palabras. Pero no le hace falta este despliegue de artilugios, le son consustanciales a las paredes decrépitas estas y otras vivencias aún por escribirse.
Trebejos en el juego brutal de la vida
El consumo de textos teatrales es poco usual entre la generalidad de los lectores. Esto es fácil de constatar si hacemos entre nuestros conocidos una breve encuesta. Pero Ediciones La Luz insiste en incorporar a su catálogo la diversidad genérica capaz de ofrecer una mirada a la creación literaria de los jóvenes creadores cubanos. Es el teatro una de sus inclusiones más recientes. Suman alrededor de una decena de títulos del género los que se inscriben en esta lista.
Así lo hace Ludoteca, de Leonardo Estrada Velázquez, dramaturgo, crítico, asesor teatral, traductor, entre otros muchos oficios y competencias que sirven de credenciales a este joven.
Con esta entrega el autor no reúne personajes sino jugadores que se mueven en una Habana áspera, en blanco y negro, cuadriculada. Aquí Fabián, Silvia, Frankie, y El Rata conocen bien los pasos que pueden dar, su dirección.
Porque, aunque se crean con libre albedrío y su voluntad o naturaleza les compulse a salir de los designios de la marginalidad intrínseca, de la prostitución como único camino probable, de la cárcel que habita dentro del expresidiario como algo inmanente, no basta.
Frente a un tablero podrían vivir un hombre y un niño. Dilapidar allí sus horas sin pensar en futuros pocos auspiciosos, en presentes lamentables, en pasados de los que abjurar o arrepentirse. En una ludoteca cualquiera esperaría estar a salvo.
El juego puede ser el refugio. El ensayo de la vida. En los juegos prohibidos hay otra manera de vivir, pegada a los límites, entre la fortuna y el descalabro, bien lo saben los que se arriesgan a jugar.
La ludoteca puede ser un lugar para salvarse. Pero hay deudas que condenan a los deudores. Fatalismos. Karma. Elecciones imposibles. A veces un peón se cree que es rey.
A veces un púber, atropellando su infancia y con mucho por andar para llegar a la adultez, se enfrenta a desafíos que lo superan, porque es colocado por las circunstancias ante la obligación, ante la exigencia de crecer a destiempo.
Y hay quien ataca por las esquinas más impensadas, por los flancos desprotegidos que quedan en el tablero. Planeando un jaque falaz, están las ratas al acecho.
Mientras, una mujer que no es dama, pacta entre el abandono y el placer, para regresar a casa con unos centavos, apenas le alcanza para subsistir. Parece que pudiera moverse a todos lados, pero recorre un círculo de vicios, sirva este juego de palabras para evidenciar que es presa de la miseria. Acepta venderse a escondidas para solventar la economía doméstica. No busca pretextos. Hay gente así, que apenas sobrevive, diríase, que agoniza.
Dura en Silvia un modelo de maternidad cuestionable para muchos, y al mismo tiempo un sacrificio, el nacimiento de una heroína contradictoria, que en el acto de defensa de su familia termina exponiéndola, dejándole indefenso. Su vida, presentada en estas líneas, parece la suma de muchas desgracias, a veces, quizás muy seguido, la realidad supera a la ficción.
Saltan entre las páginas, o al abrir las puertas de este sitio de juegos, por momentos macabros, cierta mordacidad, la crudeza del gesto de quien amenaza, de quien hiere; el acto casi animal, instintivo, de defensa; el sexo como un canje, el desamparo, la soledad, el niño que cuida a otro niño, padre de sí mismo y de un hermano expuesto, la niñez como un estado de gracia o de desgracia, la fragilidad del cuerpo chico, lo hostil que puede ser el mundo distanciado de idílicos cuadros familiares, postales que se cuelgan en cualquier anaquel, más no en esta historia.
Como trebejos mueve Leonardo Estrada a sus personajes. Les llama jugadores, pero en realidad nada deciden, son piezas. Construye con ellos escenas cotidianas, atadas al dolor, a la desesperanza. Exhibe al juego constante que es la vida, ajedrez gigantesco, donde el autor escoge estrategias. La apariencia del libre albedrío en contradicción a un destino escrito desde el principio pudiera pensarse que es la premisa de este texto, el hecho de que somos piezas en movimiento, sujetas a una voluntad más alta, esperando, con desasosiego que alguien diga Mate.
Aclaraciones necesarias para entender por qué es ingrato predicar
Que una mujer no es un receptáculo para la vida nueva, aunque a veces lo sea. Que no son sus manos un diseño perfecto para levantar del suelo trastes, poner juguetes en su sitio, enjugar la lágrima del hijo, calmar dolores, aunque continuamente lo hagan, y sea hermoso verlas enmendar lo roto, acallar el llanto.
Que no hay un único modo de “maternar”. Que no esteriliza el intelecto parir, amamantar, cambiar pañales. Que la creación no espera a que acabe el desorden, a que se aquiete el caos, a que sea el tiempo perfecto porque la idea llega y debes tomarla de la mano y apuntar el poema, que es criatura salvaje, se espanta fácilmente si no le miras directo a las palabras.
Que también los relojes de las madres marcan 24 horas para delimitar el día, no, no se multiplican; que sí nos cansamos, que amamos el paso de nuestros hijos por el mundo, su huella, que tememos se tropiecen y acompañamos en un acto de valentía su andar, dejándoles libres, pero mirando atentas.
Que puedes llamar hijo a la criatura libro, y entender como un parto el hecho de escribir la poesía, pero no sabrás, cabalmente hasta que sostengas esa mano, esas manos, que son cosas distintas, cada una en su sitio, cada una con su valor singular.
Que hay honestidad en quien desnuda las cicatrices propias, en la poeta que vuelca en su escritura las vidas, las muertes, las certezas, los bandos, las orillas.
Alguien me dijo que no debíamos seguir intentando desacralizar la maternidad, porque está en ella lo sacro. Es su naturaleza.
Mirémoslo de nuevo.
Por normal que sea dar la vida no deja de ser extraordinario, por frecuente que resulte leer versos y estremecerse, no deja de ser extraordinario. Entonces, hacer ambas cosas, resulta, cuando menos, admirable.
Y así lo muestra Yeilén Delgado en su cuaderno La ingratitud de predicar. El libro que nace tras haber resultado ganadora del certamen de poesía El árbol que silva y canta en 2021, un compendio de nueve poemas atravesados por la fuerza de la voz femenina que los engendró y donde encuentro todas estas verdades antes dichas.
Se puede escribir poesía sobre lo habitual, mientras ordeno y no agonizo, mientras mis manos se parecen cada vez más a las manos de mi madre, como le ocurre a esta matancera amiga, periodista, narradora.
Se puede eliminar la aparente distancia entre lo doméstico y la belleza, entre lo supuestamente pedestre, vacío de vuelo y lo inasible. Helo aquí.
Abandono de Ítaca, la migración entre la pantalla y la hoja impresa
El movimiento perpetuo pudiera ser el sino de la humanidad. Venimos de muchas partes. La trashumancia como una clave para la subsistencia nos habita.
La emigración es una Odisea. En la Cuba de hoy se vive como un asunto cotidiano y no por ello menos punzante. Aquí no se regresa a Ítaca. O se intenta regresar siempre entre el partir y el magnetismo que genera la casa propia. En Cuba, como en tantas naciones del mundo, se busca una vieja promesa de bienestar que no parece encontrarse en el punto de origen, se brega en busca de vida nueva. No importa lo que se arriesgue, no importa lo que se deje atrás, o importa demasiado, por eso cuesta más el viaje. Para muchos se paga con dolor. Con demasiado.
Un libro puede ser también un viaje, una investigación puede ser tortuosa travesía en pro del saber, de exponerlo, de darle alguna forma y representarlo. Ya se conoce que lo que no se nombra no existe, y este dolor, estas verdades, estas experiencias de las que hablan, cine y literatura en un discurso dual dentro de Por la tierra prometida. Migración latinoamericana en el cine, de Amanda Sánchez, es un texto para estos días, que dice claro, oportuno, este discurso de realidad hecha ficción para las salas de cine.
Observando desde el lente que ofrece la complejidad, un paradigma imposible de obviar en estos días, Amanda Sánchez visita preceptos de la sociología, la comunicación, lo demográfico, supuestos teóricos del cine, para analizar, a través de largometrajes de distintos orígenes y con anécdotas diversas, el fenómeno de la migración en Latinoamérica, esencialmente aquella que tiene como destino a los Estados Unido.
Y lo hace entregando en este bello volumen con imagen de cubierta de Norli Guerrero Pi y diseño de Robert Ráez, su capacidad analítica, su dedicación a ahondar frente a la pantalla en las perspectivas de realizadores de cinco filmes: Frontera, La jaula de oro, A better life, Últimos días en La Habana y Desierto.
En cubierta un rail, líneas, un destino incierto, bifurcaciones. Caminos probables, hacia el interior, la indagación acuciosa, sustentada en diversos referentes teóricos que apuntalan las aseveraciones y guían el estudio.
La vida es un divino guion. Pero a veces uno terrible, desgarrador, hecho para conmocionar. Las ciencias sociales pueden conducir también a la emoción, sin obviar la mirada reflexiva. Y este libro puede permitir al lector atravesar el continente montado en argumentos cinematográficos, vivir la migración desde latitudes, perspectivas, estéticas, discursos, edades distintas. Este es un atisbo. La lectura es el camino, no hay en él retenes, coyotes, océanos, disfraces, solo una vía anchurosa que espera por ser recorrida.
Benditos infieles
Ediciones La Luz, la Asociación Cubana de traductores e intérpretes y el departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Holguín gestaron una jornada de mirada plural al mundo literario que durante los días del 25 al 27 de este mes dedicó espacios de intercambio, paneles y presentaciones donde las traducciones literarias son tema central.
El primer día del evento estuvieron invitados Eugenio Marrón, periodista y escritor; Kenia Leyva, autora y miembro del equipo de Ediciones Holguín; Erian Peña, periodista, escritor y crítico de arte; y las traductoras Elizabeth Soto, Rebeca Torres e Irina Chaveco.
Todos fueron convocados para presentar títulos de los catálogos de las ediciones Holguín y La Luz, traducciones o textos bilingües que han acercado al lector nacional a obras y autores muchas veces desconocidos y en otras casi inalcanzables en publicaciones nacionales.
El segundo día, la peña Abrirse las constelaciones, en la serie de entrevistas dedicadas a celebrar el 25 aniversario del sello holguinero de la AHS y las dos décadas de este propio espacio que conduce e poeta y editor Luis Yuseff, tuvo como invitado al intelectual Manuel García Verdecia. El traductor de vasta experiencia ha sido, además, gestor de muchas de las publicaciones locales que buscan acercar a los lectores a piezas cimeras de la literatura en lenguas extranjeras.
Par el último día se realizó un panel que bajo el título “La voz del otro. Un acercamiento a la traducción literaria”, reunió a Irela Casañas, poeta y editora, Irina Chaveco y Manuel García Verdecia, quienes bajo la conducción de Rebeca Torres dialogaron sobre los avatares de un ejercicio que pone en las manos de los lectores una obra de autoría colectiva, singular dependiendo de la mirada y contexto de cada persona que se aventura a entregar en otro idioma lo que originalmente nació en una lengua distinta.
De forma híbrida ha llegado al público esta jornada cuya intención ha sido visibilizar la labor de traductores y editores y resaltar el aporte de las traducciones a la cultura universal.
Entrega ediciones La Luz premio a niños booktubers
Atrapasueños, el primer concurso nacional de booktubers niños y adolescentes, convocado por Ediciones La Luz y con el coauspicio de la Cámara Cubana del Libro, ya tiene ganadoras y fueron dadas a conocer este 30 de septiembre en el salón Abrirse las constelaciones, ubicado en la sede del sello editorial.
El jurado, que integraron el narrador y periodista Rubén Rodríguez, la poeta y editora Elizabeth Soto, y el escritor y periodista Erian Peña escogieron como ganadores a:
Nilsy Bell Rodríguez, de 9 años y estudiante de la escuela primaria Manuel Ascunce, quien reseñó la antología de cuentos “Retoños de almendros”, fue la galardonada en la primera categoría (de 5 a 9 años).
En la segunda (de 10-13) resultó premiada Adela Lucía Morales, de 12 años, alumna del seminternado Dalquis Sánchez. Su video estuvo dedicado a varios títulos destinados a los adolescentes: “Fantasmacromías”, de Maikel Rodríguez; “Oros Nuevos”, de Evelyn Queipo y “Como se escriben los clásicos”, de Idiel García.
En el tercer escaque (14-18) la ganadora resultó Aytana Gabriela López, de 15 años, por su presentación de la antología poética “Dice el musgo que brota”.
El jurado además otorgó reconocimientos a Luis Estrada, Lilia Camila Caramès y Yanay Garcés “por saber atrapar con la magia de un sueño el cotenido literario de los libros escogidos, por mostrar desenfado en las maneras de decir y recomendar siempre el camino de la literatura”.
En el público estaban los niños de la escuela primaria Manuel Ascunce, habituales de este espacio quienes regalaron una sorpresa basada en textos de los libros de la editorial.
El concurso contó con el acompañamiento del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Holguín, Artex, la Asociación Hermanos Saíz y el proyecto de creación artística Virtuarte.
Desde el Centro Provincial del Libro y la Literatura llegó hasta La Luz un reconocimiento por el trabajo cotidiano que entregó Sarai Ferrer, directora del CPLL.
Atrapasueños toma su nombre del espacio dedicado al público infanto-juvenil que conduce el poeta y editor Luis Yuseff. Con su lanzamiento se intentaba promocionar el catálogo dedicado a los lectores más jóvenes y conocer qué títulos del catálogo calan más hondo en los destinatarios del trabajo de Ediciones La Luz y los autores de su catálogo.
Metamorfósis del autor o cómo nacen las islas
En el año de su nacimiento se hundió el Titanic. La maldita circunstancia del agua por todas partes, diría. Un barco no es una isla. Virgilio no es una isla, pero quiere serlo.
Ha viajado, traducido a su amigo polaco Witold Gombrowicz, ha escrito, publicado, fundado revistas como Ciclón, una herejía junto a Rodríguez Feo, ha polemizado, lo hará toda su vida. Ha hecho amigos y enemigos. Ha regresado a su casa y aún no es 1959.
Entonces el país da un vuelco sobre sí mismo y se sacude la sombra del norte, convulsiona, se desprende de la garra. Virgilio escribe. El filántropo y La sorpresa son parecidos a ese tiempo nuevo. Van a escena. Envuelto en la vorágine transformadora de la revolución crea, cree.
Luego Virgilio tiene miedo. Lo ha dicho. Pero sigue siendo Virgilio, el de los Cuentos fríos, irónicos, absurdos, donde están los «puros hechos» y es suficiente; el de las Pequeñas maniobras narrando vidas intrascendentes, tan normales, hechas de gestos nimios, tan parecidos a la realidad; el del mito griego reinventado con ingredientes cubanos en Electra Garrigó, el del absurdo en El flaco y el gordo. Virgilio-Oscar, el poeta de regreso de Argentina, algo cercano a vencido, el mismo hermano de Luz Marina, anhelante del Aire frío, protagonista del ciclo infinito de la pobreza de una clase media en perenne agonía.
En él irradian el lenguaje autóctono, la ironía como firma, el humor negro, una causticidad ontológica, la reinvención del teatro cubano, la búsqueda de desmarcarse del cuórum, la vanguardia de la vanguardia. El hombre que ama a un hombre abiertamente en tiempos de puertas cerradas. Ese es Virgilio.
Busca constantemente la experimentación. Prueba la fórmula del teatro en el teatro. Reta al público, procura la interacción, provoca. Con Dos viejos pánicos gana el premio Casa de las Américas y es publicado en 1968.
¿Sería la maldita circunstancia, la de su nacimiento, la misma de su vida? Virgilio tiene miedo. Cómo no temer. Él es la disonancia. A nadie parece gustarle la estridencia de su otredad. Virgilio escribe, escribe como un modo de oxigenarse el alma, aunque en esta última etapa de su vida nada vaya a escena, nada se publique. Virgilio Atlas. Virgilio carga su isla en peso, la de su apartamento donde náufrago de su propia existencia crea un micromundo al que solo acceden unos pocos, elegidos acaso. Gente con menos miedo, menos grises que los años que viven.
Virgilio, hacia el final, como Rosa Cagí, quien fuera configurada en esa extraña latitud que es ser muert[o] en vida, pensaba en la posteridad. 1979 fue año atroz, al menos para la literatura cubana a cuyo panteón entraba el dramaturgo, el poeta, el narrador. ¡Ah, la oscura cabeza negadora!
De Virgilio se podría decir que ha vivido y… escrito infatigablemente, soñado lo suficiente para penetrar la realidad.
Tomó años devolverlo de una injustificada ignominia. Más de cuatro décadas han pasado desde su transformación. Ahora vuelve a las estanterías, al escenario, a los lectores.
Por eso como en un ciclo perpetuo Virgilio se convierte en isla. Virgilio, frontera del oleaje. Mis piernas se irán haciendo tierra y mar, y poco a poco, igual que un andante chopiniano, empezarán a salirme árboles de los brazos, rosas en los ojos y arena en el pecho. En la boca las palabras morirán para que el viento a su deseo pueda ulular. Después, tendido como suelen hacer las islas, miraré fijamente el horizonte…
- ¿Así que era verdad?
Indagará el poeta de vuelta eternamente a su Ítaca. Y entonces las olas subirán efervescentes por la plataforma insular de su poesía.
HISTORIAS DE VUELOS, MEMORIAS Y SUEÑOS
¡Prohibido venir solos al teatro! Aquí hay que llegar en tribu, traer a la familia toda y observar, escuchar, sentir atentos cómo se deshojan las margaritas en la escena cuando el Teatro Guiñol Guantánamo trae estas Historias de muchachas complicadas.
Contemple la danza de los símbolos, cuelgan en el telón de fondo objetos, sustantivos abstractos que se concretan en el gesto, en el acto, pero remiten al vuelo, al sueño, al recuerdo.
Desde la llegada a la sala vemos sobre las tablas a tres protagonistas femeninas, tres actrices que manipulan muñecos y aprovechan los recursos que el ingenio de este talentoso equipo ha puesto en una escena que se transforma a la vista del espectador, y que se articula al relato basado en un texto de Eldys Baratute, Deshojando margaritas, para narrar lo que se resiste a pasar inadvertido, darle forma, colores, un sentido a las angustias, soledades, preocupaciones que, a veces, parecen solaparse ante la idea de que un niño o un adolescente no tiene ansiedades, que estas son patrimonio exclusivo de los mayores.
Ante nosotros aparece un actor que remarca las esencias, aquello que no debe perderse de vista, el ícono que irradia sentidos plurales al relato, si se quiere el hilo conductor, la brújula: un atrapasueños, un cohete de papel, un cuaderno…
Palmira es sonámbula y su historia es un canto a la libertad, a escuchar el silencio, a interpretarlo. Palmira insta a los adultos a respetar los desvelos de las infancias, a permitir el diálogo, a desechar las jaulas que la sobreprotección arma sobre la libertad individual de cada niño o niña.
Llama la atención cómo por el temor de la pérdida terminamos abandonando aquello que buscamos atesorar. Bien lo aprenderá la madre que, bajo su falda, intenta resguardar el sueño inquieto de una hija que ha inventado un mundo más allá de la vigilia donde reencontrar a los ausentes, donde invocar afectos perdidos.
Cuando marcharse para velar el descanso de la madre es un símbolo demasiado fuerte para dejar de estremecerse, vuela Palmira y deja un regusto que invita a abrazar, a abrir la jaula, a respetar el sueño.
Entonces llega Alicia, y se habla de identidad en su historia. Es un juego de espejos el suyo, el de ver un reflejo otro, el de reconocerse distinta a como quieren los demás que sea. Alicia también quiere escapar, y lo hace hacia el interior, en un viaje introspectivo, va como aquella otra Alicia, hacia el espejo, donde puede verse tal como quiere, asumirse, ser. “Te regalo el nombre que me gustaría tener”, le dice a quien desde el otro lado tiende un puente entre su realidad y su deseo, y lo llama Álex.
Ahora es Aitana la que entrega su historia. Su memoria se ha tomado el día libre y ella debe descifrar cuál de los niños del aula es su novio. Nada recuerda, y las margaritas, lo sabrá tarde, pueden ser engañosas. Aitana es romántica y sueña con idílicos amores. A muchos adultos les vendría tan bien usar su memoria y recordar aquellos primerísimos amores, platónicas cuitas que emergían cuando florecer era el único encargo dado al alma, esos años puente entre la niñez y la juventud: la pubertad convulsa y hermosa, intensa e inolvidable (aunque aquí Aitana no pudiese contar con sus recuerdos).
Hay una delicadeza en esta puesta, una forma de abordar temas tabúes, o poco frecuentados por las obras de teatro donde los niños son público meta, especialmente memorables. Persiste en la representación una voluntad estética que remite a la belleza entendida como la transparencia en el abordaje temático, en la honestidad de los símbolos, que no espanta, sino que invita a replantearse miradas a lo cotidiano. Y otorga la música un caudal de sensaciones que nutren el discurso visual; es sinestesia. En Historias… nada es gratuito.
Las soluciones escénicas que propone el Guiñol Guantánamo, bajo la dirección artística de Yosmel López, dan valor plural a un mismo objeto para reconfigurar la escenografía y arman un eficaz texto (entendido como todo aquello de lo que se pueda realizar una lectura, en tanto código impregnado de significados), que va calando, con sutileza y poniendo allí, en el espectador, una semillita que conduce a la reflexión, una simiente que puede germinar en margarita o en la comprensión de estas Historias de muchachas complicadas que lo son más, acaso, por la incapacidad de algunos de ver, de entender o recordar cuánto necesitan las infancias oído atento, abrazo seguro, acompañamiento respetuoso, libertad, sustantivos abstractos que edifican amor.
EL COFRE DE LEYENDAS DE FERNAN Y DINA
Como los dragones y las brujas, los piratas parecen estar de moda entre los personajes favoritos de los niños de hoy. En animados y películas live action los ladrones del mar dejan de ser fugitivos y timadores para volverse simpáticos aventureros que desafían el peligro del mar en busca de tesoros.
Tal vez por eso Fernan insiste en ser un pirata, un valiente marinero. Para ello Dina lo instruye: necesita un garfio, un parche en el ojo y pata de palo. Pero él, que solo cuenta con su fantasía, únicamente necesita activarla y se zambulle junto a su amiga en un viaje que puede ocurrir cualquier día, al salir de la escuela, aún sin quitarse el uniforme, en un desván o alguna habitación olvidada de la casa.
Cuando estos niños miran por el “ojo de buey” parece que pudieran viajar en el tiempo. Como vigías atisban, su paisaje es la bicentenaria ciudad de Cienfuegos, fértil suelo para las leyendas.
A la Perla del Sur dedica el grupo de teatro Cañabrava la obra Fernandina de la que Rafael González Muñoz es autor y asesor artístico. Las peripecias de dos niños aventureros, Fernan (Dayli Morfi) y Dina (Esther Valladares), conducen al espectador por una suerte de tour por las maravillas que el imaginario popular ha creado para explicar sucesos singulares de la bella urbe.
Un cofre como caja de Pandora o portal a la ensoñación, al fantástico universo de los mitos se ubica en el centro de la escena. La pareja de infantes se dispone a la aventura solo con un catalejo, un pergamino y la más rica imaginación infantil.
Títeres y actrices alternan para divertimento de los niños en el público, que descubre cómo un desván puede ser proa para la embarcación inventada desde la que estos chicos visitan el Caletón de Don Bruno, buscan la explicación para el origen del nombre Pasacaballos, tienen un encuentro con Leonor de Cárdenas, la Dama Azul, y enfrentan al Sur con sus tentáculos gigantescos hasta someterlo.
Cada obstáculo a vencer en esta búsqueda es solo una forma de poner a prueba la amistad. Cualquier tarde volverán a juntarse Fernan y Dina a viajar por mundos irreales, acompañándose en las batallas contra monstruos mitológicos o redescubriendo su ciudad, porque como todos los niños, ellos sin saberlo asumen el juego como ensayo de la vida.