De algodón, con ribetes lila y bolsillos laterales (poner en los bolsillos un libro de poemas)

Sobre la permanencia de la memoria. Sobre la persistencia de un recuerdo encajado en la psiquis, recuerdo ajeno, heredado, impropio. En la resurrección, en el traqueteo rítmico de la máquina, de la aguja perforando la tela, del mar contra el muro, en el retorno perpetuo de nuestros ancestros a través de cada célula que nos conforma, en el chasquido del melón al romper su corteza; en el reemplazo, la materia que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, incluso la materia que compone las almas; por encima de toda la soledad y el nervio de una mujer nacida un 26 de enero hace casi un siglo, se construye un palacio, un libro.

Martha Luisa Hernández Cadenas dispone este cuaderno como un collage con memorias, páginas de revistas antiguas de moda. Toma recortes de patrones, sugerencias, selecciona texturas entre holanes y tules, cintas, encajes; añade partes quebradas de maniquíes representando cuerpos imposibles; pega botones, cubre con seda.

La poesía es urdimbre, un tejido magnífico donde el verso se incrusta, sin intención de definirse por estilo alguno. Posee la libertad de ser y de decir estas palabras, como si de un mandato supremo se tratase, y de fondo, mientras releo sigo escuchando el ritmo acompasado de la máquina, el pedaleo constante, la violenta opresión sobre la voz que entre las viejas paredes insiste en advertir: No sientas este calor, hija.

Y luego afirma:

No tengo ganas, hoy no tengo ganas de amar a nadie porque me duele la piel.

Ella prefiere llorar, pero no ser domesticada por la bestia, y es en esa fuerza que encontramos registro de una existencia sobreviviente de dolores secretos, que debe vivir bajo la lupa, encorsetada en el deber ser.

Marthica y yo sabemos que un edificio a medio derruir puede ser un templo, la conexión con el pasado, un dejá vú, una máquina del tiempo, también un pretexto, un elogio a la belleza que se intuye, que se eterniza a pesar del desgaste.

A Malú, la teatróloga, performer, definitivamente poeta, la he imaginado enhebrando este libro; cosiendo delicadamente la palabra, hilvanando cada verso.

Una lo lee y piensa en videomaping, en celuloide gastado y un dispositivo proyectando en los endebles muros, sobre los arcos aún hermosos del Palacio de las Ursulinas, estas palabras. Pero no le hace falta este despliegue de artilugios, le son consustanciales a las paredes decrépitas estas y otras vivencias aún por escribirse.

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