Escena #2: El deseo (otro panfleto escénico)

Cartel de la obra (Diseño de Frank Lahera)

Un grupo de teatro no es una puesta en escena. La construcción de un colectivo teatral depende de múltiples factores mediados por el tiempo como argumento inevitable. Crear un proyecto que pueda trascender a la vida de sus integrantes y perdurar como símbolo de quienes observan para purgar sus deseos, es una tarea casi-utópica en la contemporaneidad santiaguera. La muerte paulatina del siglo XX para mi generación, traerá grandes pérdidas. De ahí la necesidad de entender al teatro como una mecanismo para salvar la memoria, no solo aquella que nos antecede, también la que se edifica desde el ahora.

En el Grupo de Experimentación Escénica LA CAJA NEGRA estamos tentados al constante diálogo con la memoria. La información que se hereda no solo es visible a través de los libros, nuestros cuerpos traducen su existencia y la subvierte. Nuestro cuerpo es un recipiente para la memoria. Todos los conceptos son demostrables a través de nuestra corporalidad. Ahí yace una tesis que forma parte de mi investigación teatral, la cual he desarrollado desde el primer espectáculo.

En septiembre de 2016 estrenamos nuestra primera obra: El Deseo (otro panfleto escénico). La sala Van Troi del Cabildo Teatral Santiago nos acogió durante un mes con gran afluencia de público. Nuestra propuesta causó una entropía en la ciudad, dividió a públicos, especialistas y nos mostró como un proyecto teatral emergente.

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

La obra empezó su recorrido en agosto (de ese mismo año). Varias presentaciones en modo Work in Progress en el patio de la Casa del Joven Creador de Santiago de Cuba permitió nuestros primeros contactos con el espectador. El público es una de mis grandes obsesiones; en gran medida creo que los directores montamos las obras que quisiéramos ver como espectadores. Esos días de agosto fueron vitales para pensar cómo mover al público se su zona de confort. Cada presentación era nueva por la cantidad de cambios que hacíamos antes de empezar.

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

Se trataba de mi primer montaje, el cual había escrito desde el escenario sin que pasara por filtros convencionales ni opiniones externas. Organicé el proceso desde una dramaturgia espectacular condicionada por impulsos y resonancias verdaderas. Fue un proceso de libertad absoluta.

En algún momento empecé a llevar pequeños monólogos al ensayo y lo montaba. Luego llevé diálogos y, por último, fragmentos de obras de otros autores que incluí en el texto espectacular. El poema La isla en peso de Virgilio Piñera fue transversal en todo el texto. Mientras que Máquina Hamlet y Hércules 5 de Heiner Müller dinamitaron las circunstancias e historias de vida de los actuantes. Construimos un discurso estético basados en cajas de cartón desechables. Fragmentos de la memoria colectiva que habita en objetos sin más valor que la comercialización de algún producto. ¿Es la memoria un producto?

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

Nuestra experiencia con el espectador durante los Work in Progress nos ayudó a darle forma a un gran caos. La simbología propia de los objetos a utilizar y el contenido ideológico de la propuesta tenían una fuerza que superaba nuestras intenciones. Durante una de las tantas tardes que pasábamos en el Café Sofía, vi acumulada una gran cantidad de cajas de cervezas, y esa imagen fue el detonante para la visualidad final del espectáculo.

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

La sociedad nos construye con sus marcas y productos. Nosotros (cuerpos para el deseo) somos el resultado de nuestras posesiones. Esta tesis me sedujo muchísimo, gran parte del montaje dialogaba con ella. Por otra parte, los textos que seleccioné y escribí ponían sobre la mesa un espectáculo que diagnosticaba a mi generación dentro de los preceptos que heredamos. Conceptos que para nosotros poseían otras definiciones y práctica social.

  • ¿Qué es la masculinidad?
  • ¿Qué es la heroicidad?
  • ¿Cómo/quiénes son mis héroes actuales? 
  • ¿Qué tan masculinos son mis héroes?
foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

El espectáculo se hizo un parte-aguas. Cinco actores jóvenes, con sus cuerpos semidesnudos en un escenario infinito, viven la experiencia de actuar su primera obra. Una experiencia sincera/indócil sustentada en sus propias vidas.            

Un país. Una familia. Una virgen política. Jóvenes atrapados por el discurso social/histórico. Una madre que sacrifica a sus hijos. Hermanos obligados a matarse entre sí. Hércules sin su fuerza divina. La vida del santiaguero mostrada por Sara Gómez Yera desde su documental Iré a Santiago. Los versos de Virgilio transformándonos en islas sobre un escenario que parece rechazar la ficción teatral. Otro Hamlet traicionado que busca vengar a su padre. ¿Así se construye un panfleto?

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

La obra iniciaba desde que el público se dirigía a la sala. Todo el pasillo del Cabildo Teatral Santiago estaba inundado de cajas y desechos. Allí habitaba un ente protector de los objetos. Un ente conocedor de la memoria vertida en esos objetos. Un ente que sintetizaba lo que sucedería después en la sala.

Recibido por dicha aparición, el público era conducido por un mar de cajas de cartón de diferentes tamaños y radio reloj, el infinito radio reloj. Las cajas invadían toda la platea extendiendo el área para la representación hasta convertir a todo el edifico en un solo escenario. A las 8.30 p.m, hora dada por radio reloj, se proyectaba el documental Iré a Santiago. Un material que ilustra la idiosincrasia del santiaguero y permitía la comparación con el individuo actual, con el espectador presente. 

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

El actor nos cuenta su biografía, no pierde su nombre, no interpreta un papel, es un héroe sentenciado a sobrevivir dentro de una escena atroz y política.   

La deconstrucción conceptual/cultural de nociones tan arraigadas como la masculinidad o la heroicidad y su redefinición desde el sentir de la juventud santiaguera, fue una gran osadía nuestra para el contexto donde habitamos. Los actores llevaban soportes negros como vestuario, imagen utilizada para mostrar al cuerpo como eje de poder. El cuerpo como escudo/imagen de victoria/sexo/acción/identidad/adicción/teatralidad y centro de contradicción. El actor como cuerpo político que todo lo que toca se convierte en símbolo.

El Deseo… supuso para nosotros un auto-reconocimiento como Homo-theatralis. El actor no renuncia a las máscaras, los personajes, los artificios, pero se expone como centro de la polémica y el análisis. Fue nuestro primer intento por llegar a un teatro autorreferencial, con síntomas del bio-drama, el docu-drama, y las libertades creativas del performance.

Desde sus complejidades el espectáculo no solo habla de los conflictos de una historia posdramática donde una generación teatral empezaba a tomar conciencia y control de su medio. La obra también cuestionaba al teatro mismo. Fue un grito generacional incómodo/apasionado/y reflexivo. La puesta permitió mostrar nuestra postura con respecto al teatro pasivo y extremadamente artesanal con el que dialogamos constantemente. ¿Dialéctica?

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

La puesta fue un punto de ruptura al ser divergente con las fórmulas teatrales empleadas en la escena santiaguera. La manera de abordar el tema confrontaba con el análisis del espectador especializado. El intento de mostrar la realidad con tan alto contenido polisémico también resultó polémico en un sector del público. Muchos nunca entenderán el documental de Sara al inicio de la obra, ni la interdisciplinariedad de la propuesta. Sentirse cuestionados todo el tiempo por actores-adolescentes es difícil de asumir desde una inclusión limitada del criterio. Lo cierto es que el actor tuvo la oportunidad de ser libre y cuestionar todo: al director, su condición de actuante, su historia de vida, su masculinidad, la heroicidad de su padre, y su ADN mambí.

La obra estuvo Integrada por un mismo elenco en todas las prestaciones: José Alfredo Peña Ortiz, Erasmo Leonard Griñán Labadié, Diego Alexander Torres Olivares, Ahmed Ramos Lescay, Adrián David Bonilla Chía y Raudelis Torres Maceira. De ellos solo José Alfredo y Erasmo continúan en el grupo, los otros sufrieron el peso de la indocilidad cotidiana de la urbe.

foto: Alcides Carlos Gonzales Díaz (Tití)

El trabajo mostró al grupo como una plataforma para la experimentación y no pocos se opusieron. Muchos vieron al proyecto en quebranto de la enseñanza artística tradicional y el quehacer de los teatristas de la ciudad. Mientras otros encontraron en LA CAJA NEGRA su espacio de realización profesional, estableciendo vínculos creativos con nuestra investigación.

La aceptación entre los más jóvenes nos ha permitido esquivar las trabas y los infundios desde entonces. El público joven representa uno de nuestros mayores retos. De ahí que entre nuestros objetivos de trabajo esté el diálogo con ese sector tan vulnerable y tan falto de atención.

Creo que la obra nos superó. Se nos hizo grande porque su búsqueda lo era. Nos descubrimos en ella y la disfrutamos al máximo. Lo cierto es que no podía montar otra cosa. Lo que expusimos fue un acto de sinceridad absoluta. Un gesto que modificó mi vida y la manera en la que hoy entiendo el teatro.

El Grupo de Experimentación Escenica LA CAJA NEGRA se define como una plataforma de creación que aborda la escena desde todas sus variantes y potencialidades. Es un teatro que no va en detrimento de nada sino a favor de un arte vivo y renovador. Un teatro de la memoria. Un teatro infinito en el cual puedo entenderme con mi generación.

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