El biodrama de una generación en Selfie: Carlos Sarmiento en la crisis de los 30

  • Cuando la vida se deja penetrar en el corazón mismo del teatro…

Jacques Derrida

 

Como parte de un ciclo de entrevistas, iniciado desde la Casa Editorial Tablas-Alarcos con el objetivo de registrar el diálogo con creadores, dramaturgos, teatrólogos, teatristas durante estos 20 años, converso con Carlos Sarmiento, teatrólogo, director y actor, que integra nuestro catálogo con su investigacion El largo viaje hacia la verdad, dedicada al director y actor cubano Vicente Revuelta.

Y también sobre la verdad, la reconstrucción de la realidad, la vida como fuente inagotable de ficción, el biodrama, la crisis de los 30, la necesidad y posibilidad de multiplicarnos en diversos roles desde el trabajo, el latido de una generación y sus resonancias conversamos Carlos y yo, hace ya unos meses en la sala de su apartamento.

–¿Cuáles son las fuentes que tuviste en cuenta para la escritura de Selfie? ¿En qué circunstancias comienzas a escribirla?

Selfie surge de una manera curiosa. Habitualmente, se tiene una idea antes de escribir una obra, una esencia que luego se materializa, en mi caso, ni me había pasado la idea por la cabeza de escribir un texto. La motivación nace a partir de la investigación que estaba realizando sobre la autoficción en la Maestría de Dirección Escénica que estaba cursando en la Universidad de las Artes.

En la asignatura Metodología de la Investigación pedían un proyecto investigativo, recuerdo que estaba en casa de Eberto García Abreu mostrándole lo que ya tenía hecho y me dijo: Bueno, ahora tienes que ser consecuente y escribir tu propia autoficción.

En principio no me pareció necesario, pero fue una provocación que se me quedó en mi cabeza. Tiempo después empiezo a pensar en esa posibilidad, a preguntarme qué pudiera encontrar en mi vida de interesante para ser contado, pero aún no estaba decidido. Incluso, pensé en buscar a un dramaturgo para que escribiera a partir de las fuentes que yo le diera, porque nunca había escrito una obra antes, ni siquiera estudié dramaturgia; hasta que me decidí.

No quería retratarme a mí mismo, hacerme el selfie, más bien quería desde mi imagen poder retratar a una generación, hablar de nuestras vivencias y traumas. Empecé a pensarme en sociedad, había una línea en el texto que se refería a la nuestra como una generación maniquí, fue un concepto que trabajé muchísimo aunque para la puesta se quitó.

También sentí que tenía una deuda grande con mi familia y que debía sacarla a la luz, precisamente porque siempre digo que las decisiones más importantes de nuestra vida cuando nacemos ya han sido tomadas: venir al mundo, cómo te llamarás, la crianza que vas a tener. A partir de ahí tienes que romper esa herencia, seguirla o cuestionarla; a algunas personas hacen más o menos rupturas, otras consolidan esa tradición con mayor o menor éxito.

Comencé con un espectro de cinco o seis de mis familiares de los que quería hablar, luego me quedé con menos personas. Mi vida, solamente, no era interesante y decidí incluir el personaje de Fanny, inspirado en una muchacha que había conocido tiempo antes en Trinidad. La historia de amor entre ella y mi personaje no existe en la realidad, es parte de la ficción, pero me parecía interesante porque es una joven que no ha podido salir adelante porque está marcada por un pasado del que no logra salir.

Todo fue muy curioso con la zona de esa historia que es real. La conocí durante mis viajes de trabajo a Trinidad, me quedaba en su casa porque ella alquilaba. Un amigo me dice “ten cuidado que te estás quedando en casa de la nieta de… (el nombre real nunca lo digo por una cuestión de ética), esa gente es peligrosaâ€. Yo le respondí que ella no me parecía mala persona y que no debía pagar por lo que hizo su abuelo, pero mi amigo me refutó que no solo era el abuelo, su mamá también había estado presa. Igual me parecía injusto que si ella había tratado de romper con ese pasado siguiera siendo juzgada.

La vida de ella me pareció muy interesante para la obra, porque es muy azarosa. A partir de ahí, salió el personaje de Fanny, aparentemente vulgar. Creé la historia de amor porque me interesaba la contraposición de esta muchacha y un artista que se debate entre su ideal creativo y la realidad. Ella, sin embargo, es una persona con los pies bien puestos en la tierra porque ha sufrido mucho, esa polaridad entre los dos personajes me atraía.

Para este texto yo investigué mucho sobre el psicodrama, y lo usé como concepto para trabajar la puesta en escena: yo en una butaca viendo la representación de mi propia vida. Ojalá y también Fanny pudiera estar a mi lado, en un momento del espectáculo ocurre, la actriz se sienta a mi lado en el público y los dos vemos juntos la puesta en escena. Originalmente el texto está hecho para que en las representaciones que se hacen no intervengan ninguno de estos dos actores/personajes, que siempre estén viendo sus dobles en escena desde la platea.

La imagen del director que interviene en escena y observa el espectáculo junto a los demás espectadores parte del concepto de Sergio Blanco sobre “el guía turístico o Estado de GTâ€.  Yo pasé el taller Construcción y Deconstrucción del Monólogo con este dramaturgo y director en el año 2014; durante el que hicimos muchos ejercicios con la premisa del efecto GT que me sirvieron enormemente.

–¿Esta es una conexión con el trabajo que realizas en el sector del Turismo?

Elegí poner al personaje Daniel que hace referencia a mí mismo como guía turístico para enfatizar la frustración, pero en realidad yo trabajo como animador en un show de música tradicional cubana para extranjeros no como guía. Cuando trabajo como animador no me siento frustrado pero pienso que si fuera guía turístico tal vez sí.

Claro que también está el paralelismo entre el guía como el manipulador del relato, el conductor de la historia, el que lleva la historia hacia donde quiere, esa idea que propone Sergio me interesaba mucho desde lo artístico y tenía conexiones con parte del trabajo que realizo fuera del teatro. Me he encontrado en varias ocasiones a teatristas trabajando como guías turísticos. Recuerdo que una vez, uno de ellos me dijo: “esto se trata de saber un poco de idioma y de actuar la Cuba que ellos quieren comprarâ€.

Esa es una gran verdad y lo he comprobado en los shows que he animado, si no vendes esa Cuba que ellos quieren comprar y representas a ese cubano bailador, mujeriego, que siempre sonríe a pesar de los problemas y que nunca está triste, pues entonces no les interesas.

Otro acontecimiento de mi vida que me sirvió como referencia, ocurrió en la noche del 24 diciembre. Ya sabía que quería escribir el texto y me tuve que ir a trabajar a Trinidad. Esa noche estaba floja la venta y tuve que salir con unos volantes a venderle el show a los extranjeros. En ese instante mis familiares me llamaron y  hablé con ellos; me puso un poco triste pensar en lo lejos que estaba de casa en una noche como esa que es para celebrarla en familia. Como el parque estaba al lado de la iglesia pude ver el nacimiento del Niño Jesús por largo rato, ahí fue que me dije “aquí está la historia para escribirâ€.

También fue una época complicada de mi vida, no sé si fue llegar a 30 años y tener que replantearme muchas cosas, en ese período no estaba haciendo nada para el teatro, solo trabajaba para el turismo. De hecho tuve que desprenderme un poco porque económicamente iba bien pero era muy triste. Creo que todo eso está en la escritura de Selfie. Fue una obra que fui escribiendo en lugares distintos, lo mismo escribía en la casa, que luego unas escenas en Cayo Coco, otras en Cayo Santa María y algunas en Trinidad. Me pasaba hasta una semana sin regresar a mi casa. Siempre quise escribir un texto que fuera honesto.

Con respecto a la ficción y otros elementos que cambié y moví, por ejemplo, el abuelo de la muchacha en la realidad no era masón, pero en la ficción de la obra es un personaje que luchó en la Sierra Maestra, todos sabían que era masón y cuando terminó la guerra no lo dejaron tener ningún cargo y por eso se alzó.

 Lo del masón fue otra historia que supe, un hombre que luchó también pero cuando acabó todo lo sacaron del proceso por pertenecer a esa hermandad, aunque no se alzó fue una pérdida pues es una persona que hubiera aportado mucho porque verdaderamente era y es aún, muy revolucionario. En ese caso, uní dos historias de vida en la biografía de un personaje.

–¿Cómo fuiste tejiendo el texto? ¿Cómo esta escritura fue invadiendo la escena y al mismo tiempo cómo lo que quedaba en escena cambiaba el texto?

El texto que concebí inicialmente cambió mucho durante la puesta en escena porque al principio tenía demasiadas referencias al Nacimiento, a la Navidad, demasiado poético; era una poesía que para el concepto de puesta en escena que tuve después no funcionaba. Ante todo por el ritmo que yo quería, también porque siempre quise comunicarme con un público joven, entonces ese exceso de alegoría y de poesía en detrimento de la acción la empecé a sustituir por otros recursos porque me parecía que para el público que yo quería no iba a resultar.

Fue un texto que trabajamos mucho a partir de improvisaciones, los recursos de Layton para improvisar, y sin dudas, ya cuando tienes el cuerpo de estos actores cambia mucho porque sabes que es un texto escrito para ellos. Los actores me hicieron propuestas desde el principio, a tal punto que la versión del texto aún se está rehaciendo porque ha seguido variando con el trabajo y las sugerencias de los elencos. Todos los días se actualiza, hoy en la mañana estuve introduciendo algunos cambios a partir de parlamentos que han surgido en escena y, como son valiosos, merecen quedarse.

Algo muy bonito que ocurrió durante el montaje fue el proceso de que los actores se fueran enterando de “los chismes de mi vida†(risas). Logré que tuvieran contacto con las personas reales que citaba en la obra y que conocieran a mis padres; no con el objetivo de que los imitaran pero sí de que supieran quiénes eran. Ni siquiera fue con el estilo más usado de que parte de mi familia fuera a un ensayo, ocurrió en una casa en la playa donde estaban todas las personas que yo mencionaba en la obra, los actores fueron y así se conocieron. También fueron muy útiles los videos que conservo de Gustavo Saffores, Bruno Pereyra y Gabriel Calderón, actores que trabajan muy a menudo con Sergio Blanco, donde ellos explican cómo construían el personaje para la autoficción, cómo se apropian de Sergio sin ser él.

Tal vez el mejor ejemplo para explicar ese proceso de construcción del personaje, donde no se imita al referente real si no que se registra de otra manera, está en el actor que “hace de mí†en la obra. Se llama Carlos, tiene mi edad y estudiamos juntos, tiene también muchos traumas que quería expresar de alguna manera, a partir de esa necesidad de expresión común y del contexto que compartimos como generación, se unió mi biografía a la de ellos.

En la obra hay textos creados por los actores, hay un intermedio (que no está en el texto original, solo en la puesta en escena) donde yo les di la pauta de que pensaran lo que era Cuba para ellos, cómo se sentían, qué era la Patria, todo eso cada cual lo expresó en un monólogo. Incluso, si ves a una actriz (Aydana Febles) y ves a la otra  (Alessia Delgado) no es igual, porque cada una tiene su monólogo. Si algún día yo doblara a Carlos Alberto, o Carlos dejara de hacer la puesta, ese actor que lo asuma no haría el monólogo de Carlos, tendría que hacer el suyo propio.

Estuvimos casi seis meses en el proceso de montaje. Todo los actores están viviendo circunstancias muy parecidas a las de Daniel, el personaje inspirado en mi, les encanta el teatro pero por varias razones tienen que hacer otros trabajos. Por ejemplo, Carlos hace televisión y trabaja de Barman en el Restaurant Habana Blues, Aydana produce videos de reguetón, Hamlet hace radio, Lily también trabaja en el restaurante Habana Blues y Cuza tiene que trabajar en varios grupos a la vez. Eso que aparentemente es muy poético para la construcción de la obra, es un problema a la hora de encontrar horarios afines para ensayar y concretar la puesta en escena.

Después de terminado el montaje y correspondiente estreno, nuestra dinámica no es la de un grupo común, nos reunimos una semana antes para ensayar cuando hay temporada. Son nuevas formas que hay que poner en práctica si quieres subsistir como artista y como ser humano. 

cortesía de Carlos Daniel Sarmientos

–Hay creadores que insisten en defender una dinámica de grupo más tradicional porque dicen que las formas alternativas terminan lastrando el trabajo; pero la verdad es que la mayoría de los proyectos y compañías teatrales sobre todo en la capital, funcionan bajo presupuestos abiertos y cambiantes, y gracias a eso logran sobrevivir. 

Recuerdo mi primer grupo serio, fue Pequeño Teatro de La Habana, tiene una dinámica en la cual no se puede faltar a ningún ensayo. Estaba recién graduado y aprendí mucho en la Academia de José Milián, acepté esa dinámica durante un tiempo pero llegó un momento en el que necesité hacer además otras cosas. Actualmente hay muchos grupos que no están funcionando en buena medida porque no han logrado aceptar y adaptarse a nuevos modos y mecanismos para hacer teatro, variar la frecuencia de ensayo, y aún así, preservar la vocación hacia el teatro, sin renunciar por eso a otras zonas de interés ya sea por necesidades creativas y/o económicas.  

–Algunos teóricos y escritores sostienen que a pesar de todo el auge de la autoficción en tanto escritura y del aparato teórico desplegado a su alrededor, siguen prefiriendo la autorreferencialidad como categoría. Sostienen además que la autoficción no es más que una autobiografía, lo único nuevo es que deja por sentado algo que ya se sabe de antaño: lo real siempre tendrá ficción porque el soporte artístico lo transforma.

La autoficción tiene detractores, que incluso, no subestiman las creaciones que de ahí han surgido, sino que la consideran infundada como distinción de otras formas de escritura que parten de premisas similares. Después de haberla investigado teóricamente y luego de escribir una obra bajo sus presupuestos estéticos, me gustaría conocer tu postura al respecto.

Soy de los que la defiende. Creo que es muy raro un arte que no esté ligado a la autorreferencialidad, siempre hay al menos un componente autorreferencial, pero creo que la autoficción lo hace de manera más clara. Además me interesa como término. Dentro de las investigaciones al respecto se habla mucho del “pacto ficcionalâ€: el espectador va a la sala a ver una historia que sabe que no es real, va a ser engañado y se deja engañar. Pero este juego que te propone la autoficción de “sí, tiene mucho de realidadâ€, o ponerte al tanto de que alguien que está ahí muestra parte de su vida verdaderamente, genera en el público otro tipo de recepción. Tal vez, en algún momento, yo lo investigue más a fondo, pero desde la perspectiva del público, porque en la investigación de la Maestría lo hice desde la relación actor-director.

He vivido con Selfie cómo cambia la recepción, siempre que se me acerca alguien a hablar de la puesta en escena en el fondo lo que quiere es deslindar la verdad de la mentira. Por supuesto, reitero que el arte está lleno de autorreferencialidad, pero me interesa defender el pacto autoficcional porque además se mezcla mucho con el teatro documental y con las “escrituras del yo.â€

La variante de la autoficción que más disfruto es en la que está incluida la figura del director, y si él además, puede ser parte de la representación mejor, por eso decidí estar en Selfie aunque sea del lado de la platea e intervenir en algunas escenas. En principio tenía pensado buscar un actor que hiciera de director, pero decidí que debía ser consecuente con esa pauta. Incluso, si yo tuviera más experiencia como director yo hubiera representado el papel de Daniel, pero me resulta muy complejo aún, necesito mirar desde afuera.

Como espectador, la autoficción también me atrae mucho. Me sucedió con Diez millones de Carlos Celdrán y con Jacuzzi de Yunior García. Cuando el autor dentro del texto lo va construyendo y me asegura “es realâ€, y tengo ciertos referentes que puedo asociar, intuir, además de esa sospecha con la que juega la autoficción, es evidente que me genera una actividad más como público y un placer añadido. El siglo XXI ha demostrado que es el tiempo del “yoâ€, unido al auge de las redes sociales donde cada cual puede desde su cuenta personal representar su propia historia y administrar su perfil, que no es más que una reconstrucción del “yoâ€: mis amigos y yo, yo en mi casa, yo en México; los canales de YouTube que han ido robándole espacio a la televisión. Para mi, Facebook es la autoficción perfecta en la que uno construye identidades múltiples a partir de sí mismo, precisamente porque en las redes hacemos un proceso de selección donde no lo mostramos todo, posteamos solo aquello que nos parece relevante.

Siempre existirá la polémica. Solo hay una autoficción que no defiendo, la que está escrita “a la fuerzaâ€, ese texto que desde su lectura o respectiva puesta en escena, hace evidente que no necesita como obra acogerse a ese pacto. Pero por lo demás, creo que es un género con grandes potencialidades para trabajar desde la dramaturgia, la puesta en escena, el trabajo con los actores y el público.

–He notado que cuando se trata de autores y/o directores que tienen una experiencia precedente, incluso en formas de teatro con presupuestos estéticos distintos a los de la autoficción, por lo general el resultado es superior porque son obras sustentadas por una investigación profunda sobre las pautas del género, escritas desde la consciencia de lo que se está tejiendo e interviniendo y sobre todo en una necesidad de desahogo que encuentra en la autoficción la mejor manera de manifestarse.

Sí, efectivamente. No puedo asegurar que lo próximo que haga será una autoficción, pero sin dudas, este trabajo me ha marcado mucho y a los actores también.

–La autoficción está muy validada en la narrativa, de hecho, empezó por ahí, asociada a grandes novelas que implicaban un cambio de perspectiva de acuerdo con las nociones más tradicionales de autobiografía y exposición de “lo realâ€. Sus orígenes se remontan a 1977 en Europa, con la novela Fils de Serge Doubrovsky, el que se considera el fundador del género. En los Estados Unidos ya desde la década del ´60 había una corriente llamada non-fiction-novel que agrupada todo una generación de grandes periodistas y cronistas, encabezada e iniciada por Truman Capote con la célebre novela A sangre fría (1966). 

Creo que en la narrativa tiene otra dimensión, en los libros alcanza una verdad distinta, otra fuerza. Pienso en Yo, Publio, Confesiones de Raúl Martínez, en Antes que anochezca de Reinaldo Arenas. Son libros que me marcaron y ahora que lo pienso, ese pacto ambiguo que lograron sus autores fue el que me sedujo tanto. 

–¿Para qué otros públicos, además del capitalino, han representado Selfie?

Estuvimos en Cienfuegos, Holguín y Sancti Spíritus. A partir de una vivencia que tuvimos en esta última provincia, decidí que siempre la primera función sería para los universitarios. Allí llevaron a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Médicas a ver la obra, cuando los vi llegar con bocinas con reguetón puesto pensé que la función sería un desastre. Pero la verdad, es que ese público disfrutó mucho la obra y la percibieron de una manera que hasta ese momento no había visto. Era un público muy desprejuiciado y con otros referentes que necesitaba el espectáculo de otra forma. Esperaban el final, como si estuvieran viendo una telenovela (risas).   

–Como espectadora también sucumbo a la necesidad de deslindar la verdad de la mentira, a la curiosidad de saber qué tomas, qué dejas de tu vida, qué alteras (risas).

Es una verdad maquillada, en la salida ilegal del país que se representa en la obra, por ejemplo, la ficción está en que yo no estuve allí ni la vi, pero es un cuento que mis padres han hecho tanto que es como si hubiera estado presente. Ni siquiera le consulté a mi mamá para refrescar la memoria, cuando ella lo vio se molestó, pasó unos días sin hablarme.

El personaje de Nelson existe en la realidad, es mi mejor amigo y cuando fue al estreno me contó que se escondía en la butaca por miedo de en cualquier momento que yo lo parara a testificar (risas).

La historia de Fanny está bastante cercana a la real, pero hay muchos elementos que fueron construidos, como aquello que apuntó Sergio Blanco: “es la verdad, pero movida de lugarâ€.

–En ese sentido hay una cuestión ética que tiene que ver con referir sucesos que acontecieron en las vidas de otros. ¿Cuál es la delgada frontera en la que te mueves para no dañar el espacio privado de los otros? ¿Cómo pactar con eso que tú conoces de los demás pero que no te pertenece del todo?

Precisamente como no voy a contar la historia real y voy a cambiar y a mover muchos aspectos de lugar, mi deber es cambiarles el nombre y proteger sus identidades. Creo que en Selfie la autoficción fue un recurso que utilicé para ser honesto. Es una obra que tanto desde la construcción del texto, así como desde la puesta en escena, tiene mucho de psicodrama. Por ejemplo, las fases por las que pasa el psicodrama están en este texto a nivel de estructura. Selfie es como una sesión de psicodrama, incluso, trabajamos mucho las improvisaciones a partir de las pautas del psicodrama.

Hay una pauta fundamental que empecé a escribir la obra: mostrar a jóvenes que no quisieran irse del país y aun así desearan una vida digna, y por ende, exponer lo que tenían que hacer para salir adelante, para superarse profesional y económicamente.

Queríamos además, dejar un sabor grato en los espectadores, aunque tocáramos temas fuertes, a veces dolorosos, no queríamos dejar en el público un sentimiento derrotista. Para eso, jugamos mucho con los cambios de tono, algunas escenas las contamos desde un enfoque más de comedia, y otras desde un tono más serio y dramático.

Esta obra es muy susceptible de caer en el melodrama, y por eso la cuidamos mucho con la variedad en los matices. Otro elemento que quise mantener y sacarle partido desde la puesta en escena fue el de teatro dentro del teatro. Los actores debían actuar como ellos mismos en la situación de los personajes, esa fue la premisa. No quería una caracterización forzada y ajena a ellos, por eso el pullover que trae cada uno tiene su fecha de nacimiento, aunque interpreten un personaje nunca dejan de ser los actores, los jóvenes y los seres humanos que son en la realidad.

En ese aspecto fue fundamental la asesoría del director Carlos Celdrán, en todo el trabajo con el comportamiento de los personajes, él fue mi tutor en la Maestría de Dirección Escénica y su influencia fue clave.      

–Muchos creadores hablan de cómo se enriquece un texto cuando es pensado por su autor para llevarlo a escena inmediatamente después de su escritura. ¿Fue este un elemento que te ayudó a ti en particular?

Ciertamente. Me bastaron dos lecturas de los actores antes de empezar a montarlo, para cambiarle el final. Ya la dramaturga y maestra Raquel Carrió había entrado en crisis con el final y me dijo entonces que no le gustaba, pero me aconsejó que no me apurara en encontrarlo, que en cuanto empezara a trabajar con los actores, ellos mismos se encargarían de mostrarme el camino, y así fue.

–La autoficción es un doble pacto, convive entre dos mundos, lo real y lo ficcional, la verdad y la mentira, lo documental y lo reconstruido. Tal vez por eso Selfie es tan honesta, porque tiene ese dolor que nace de la dualidad, de la ambivalencia, de la ambigüedad, del desdoblamiento, de lo mutable.

Eso es Selfie. Quería de alguna manera retratar mi generación, creo que nosotros hemos tenido que pactar con muchas “Cubas†al mismo tiempo. Yo trabajo casi todas las noches en shows donde tengo que vender la Cuba del Buena Vista Social Club, Guajira guantanamera, chan-chan y mojitos. Ese es un acto complicado, la gente que lo mira desde afuera lo puede ver desde un punto de vista idealizado, pero tener profesiones tan distintas al mismo tiempo, ver tantas realidades diferentes todo el tiempo es sumamente complejo y agotador.

Ese es el dolor que llevo a Selfie, un padecimiento en el que estoy preso, no puedo salir de ahí porque lo necesito para tener una economía mejor. Entonces hago teatro en el tiempo que me queda para salvarme la vida. He tenido la suerte de poder cohabitar en los dos mundos al mismo tiempo, como muchos de mi generación.

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