La Luz
En 2023 “La Luz te pertenece”
La figuración del mítico personaje de Ícaro a partir de los versos del querido poeta holguinero Delfín Prats, Premio Nacional de Literatura 2022, identifica la gráfica de la nueva campaña de promoción de la lectura que para los próximos 12 meses propone Ediciones La Luz, sello editorial de la Asociación Hermanos Saíz en la provincia de Holguín.
Con el eslogan “La Luz te pertenece” la campaña que durante todo el 2023 acompañará la creatividad del joven colectivo contó con el talento de Alejandro Zaldivar, como diseñador, y Robert Ráez en la edición editorial.

Según trascendió en sus redes sociales y plataformas digitales, Zaldivar explicó que la esencia siempre estuvo en la poesía, lirismo que hoy corona la campaña con el anuncio en dias recientes de la entrega del Premio Nacional de Literatura al poeta mayor Delfín Prats.
“En mi trabajo suelo mezclar lo humano a lo fantaseoso, de ahí que a partir de una fígura de Ícaro que ya existía se fue creando toda la imagen que revela la existencia en su cuerpo de un par de alas extras, esas que regala la osadía de perseguir sus sueños y alcanzarlos con el poder de la literatura, el sol personal que cada uno tenemos”, apuntó el joven.

“Este Ícaro posmoderno que bebe del pastiche y el arte digital, vuela de noche y lleva el corazón expuesto”, comentó el escritor y crítico Erian Peña Pupo en sus palabras de presentación y añadió que este ángel lírico no tiene rostro y en su cabeza porta el sol finalmente alcanzado.
Los rayos que hicieron caer a Ícaro la primera vez, subrayó, “fueron testigos de como tras la caída, con el paso del implacable tiempo, una legión de Ícaros soñadores se levanta; porque eso tiene el viaje, el esfuerzo y el sueño: hacen crecer alas en los brazos a quienes persiguen idénticos senderos; alas líricas, resonancias en forma de versos…”
La campaña que asegura que “La Luz te pertenece” prevé su presentación por varias partes de Cuba durante todo el año, destacando entre estos espacios la Feria Internacional del Libro que tendrá lugar en el mes de febrero próximo.
Desde el 2014 cada inicio de año el sello editorial La Luz lanza su campaña de promoción de la lectura con la aspiración de llegar a los lectores desde diversas perspectivas y maneras de entender. Diseños que se promueven desde disímiles formatos como: gigantografias, marcadores y calendarios y posee la colaboración del Centro Provincial del Libro y la Literatura.
La luz te pertenece y el viaje en ascenso de Ícaro
Es 1968 y en Cuba un ángel asciende al firmamento literario nacional. La fuerza de su vuelo se sostiene en la poesía. Es un ángel hermoso de solo 22 años y va en pleno ascenso. Podríamos decir que lleva una túnica griega y que en su lírica hay reminiscencias clásicas, ecos del mundo grecorromano; podríamos decir, además, que la túnica le sirve para sostener las flores recogidas seguramente en la mañana, en del campo húmedo del paisaje natal; y que esas flores le dan a su poesía un olor a campiña, a juventud, a vida, a celebración del goce y los sentidos, al desborde de ellos… Este ángel vuela alto y tras sí destellan unos pocos rayos de sol que realzan su figura… Y en ese vuelo en vertical, el ángel se trastoca en Ícaro. Es un Ícaro de enormes alas que entonces no sabe –¿cómo saberlo, si él solo quiere gozar la felicidad?– que el ascenso, llegado a un punto, contempla la caída, y que la osadía conlleva al castigo, pero que solo los osados, los que corren el riesgo de perseguir un sueño, cualquiera, hasta el final, pueden llegar a tocar con un dedo, al menos con un dedo, el sol y su poderosa imantación lírica. Este ángel-Ícaro no tiene cabeza, es una figura descabezada la que sobrevuela, y a falta de ella habla, en cambio, un lenguaje de mudos. Es un ángel-Ícaro descabezado en cuyo cuello, como en susurro, se advierte que a sus palabras –casi en tono profético– le acompañarán un bregar por la mudez, pero no una carencia de lenguaje. Después de la tormenta, el bosque reverdecido –donde, como un animalillo, se resguardaba la poesía– se abría a la mañana, a los ecos de la gratitud al ángel-Ícaro.

Darío Mora, al ilustrar y diseñar el libro ganador del Premio David de Poesía de 1968, partió de esta imagen hermosísima y enigmática, para dialogar con los versos nuevos (y no por ser inéditos) de un muchacho llamado Delfín Prats Pupo que, en La Cuaba, donde nació y estaba en ese momento, demoraría en conocer la noticia de los ecos y respuestas de su lenguaje de mudos.
Tal vez quiso el azar lezamiano, que sabemos todos custodia ciertos trances poéticos y cotidianos –o porque todos los diciembre, mes de su nacimiento, desde hace varios años, soñábamos, pedíamos y reclamábamos el justo reconocimiento humano e institucional que merece–, que Ediciones La Luz escogiera otro Ícaro, más de cincuenta años después de aquel, para sobrevolar el cielo y enrumbar el viaje a otras galaxias. Esas galaxias –que me hacen recordar la galaxia Gutenberg y la aldea global que anunciaba en los años 60 el teórico Marshall McLuhan– tienen matiz digital y recorren las redes sociales a través de likes… De alguna manera es un Ícaro virtual, cibernético, pero igual de tozudo y soñador… La Luz –que desde sus inicios hizo suyos los riesgos y las osadías de poeta, y reclamó su vuelo y esparció sus ecos en los jóvenes; y publicó sus versos en modestos cuadernillos y más cerca en el tiempo, en una hermosa edición que recogió su poesía completa hasta entonces; y que resguardó su voz, sí, las formas de la voz del bardo, que como ninguna otra lee sus poemas; y que nombró una colección y hasta este salón con el título de uno de sus textos– ahora hace suyos estos versos para encabezar la campaña de promoción literaria que este 2023, con el llamado La luz te pertenece, conducirá el viaje a otras dimensiones del mito: Del infinito, del universo/ de la sustancia exterior:/ patria, bosque, ciudad, jardín,/ regresar a uno mismo, al yo primordial. Este Ícaro posmoderno, que bebe del pastiche y el arte digital, vuela de noche y lleva el corazón expuesto. Todo el pecho está abierto, ofrecido al otro, al prójimo, con la sencillez de lo cotidiano. Después del largo viaje, de andanzas y recorridos, el corazón late fuera, a la vista de todos, ofrecido al dolor y al amor… Ha resistido las batallas, y aun las cicatrices laceran el cuerpo. Este ángel-Ícaro –también con flores, como aquellas enigmáticas en los versos de Julián del Casal, y con alas duplicadas, enormes y hermosas, nocturnas como las aguas y como el caracol– no tiene rostro y en su cabeza porta el sol finalmente alcanzado… Los rayos que hicieron caer a Ícaro la primera vez, como lo pintara Brueghel El Viejo en la Holanda medieval, fueron testigos de cómo tras la caída, con el paso del implacable tiempo, una legión de Ícaros soñadores se levanta; porque eso tiene el viaje, el esfuerzo y el sueño: hace crecer alas en los brazos a quienes persiguen idénticos senderos; alas líricas, resonancias en forma de versos… Este ángel-Ícaro no se detiene, y como porta la luz y vio abrirse las constelaciones, indica con su mano que el viaje y la vida siguen. Otro ángel-Ícaro, uno que mira de frente con los ojos desorbitados desde un dibujo a tinta china, tiza y acuarela sobre papel de Paul Klee, el Angelus Novus, y en el que se basó Walter Benjamin, el filósofo judío exiliado Walter Benjamin, para conformar su teoría del Ángel de la Historia, nos asegura que una legión de ángeles nuevos es creada a cada instante para, tras entonar su himno ante Dios, ir disolviéndose en la nada. A este viaje de regreso al yo primordial y a las esencias de la poesía, nos invita Ediciones La Luz. Aceptemos, todos, esta invitación y el riesgo del vuelo, por favor, que la luz nos pertenece y hacia ella vamos.

Palabras de presentación (y de elogio) a la campaña de promoción “La luz te pertenece” de Ediciones La Luz, presentada el pasado 30 de diciembre en el salón Abrirse las constelaciones del sello de la AHS en Holguín.
Benditos infieles
Ediciones La Luz, la Asociación Cubana de traductores e intérpretes y el departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Holguín gestaron una jornada de mirada plural al mundo literario que durante los días del 25 al 27 de este mes dedicó espacios de intercambio, paneles y presentaciones donde las traducciones literarias son tema central.
El primer día del evento estuvieron invitados Eugenio Marrón, periodista y escritor; Kenia Leyva, autora y miembro del equipo de Ediciones Holguín; Erian Peña, periodista, escritor y crítico de arte; y las traductoras Elizabeth Soto, Rebeca Torres e Irina Chaveco.
Todos fueron convocados para presentar títulos de los catálogos de las ediciones Holguín y La Luz, traducciones o textos bilingües que han acercado al lector nacional a obras y autores muchas veces desconocidos y en otras casi inalcanzables en publicaciones nacionales.
El segundo día, la peña Abrirse las constelaciones, en la serie de entrevistas dedicadas a celebrar el 25 aniversario del sello holguinero de la AHS y las dos décadas de este propio espacio que conduce e poeta y editor Luis Yuseff, tuvo como invitado al intelectual Manuel García Verdecia. El traductor de vasta experiencia ha sido, además, gestor de muchas de las publicaciones locales que buscan acercar a los lectores a piezas cimeras de la literatura en lenguas extranjeras.
Par el último día se realizó un panel que bajo el título “La voz del otro. Un acercamiento a la traducción literaria”, reunió a Irela Casañas, poeta y editora, Irina Chaveco y Manuel García Verdecia, quienes bajo la conducción de Rebeca Torres dialogaron sobre los avatares de un ejercicio que pone en las manos de los lectores una obra de autoría colectiva, singular dependiendo de la mirada y contexto de cada persona que se aventura a entregar en otro idioma lo que originalmente nació en una lengua distinta.
De forma híbrida ha llegado al público esta jornada cuya intención ha sido visibilizar la labor de traductores y editores y resaltar el aporte de las traducciones a la cultura universal.
Entrega ediciones La Luz premio a niños booktubers
Atrapasueños, el primer concurso nacional de booktubers niños y adolescentes, convocado por Ediciones La Luz y con el coauspicio de la Cámara Cubana del Libro, ya tiene ganadoras y fueron dadas a conocer este 30 de septiembre en el salón Abrirse las constelaciones, ubicado en la sede del sello editorial.
El jurado, que integraron el narrador y periodista Rubén Rodríguez, la poeta y editora Elizabeth Soto, y el escritor y periodista Erian Peña escogieron como ganadores a:
Nilsy Bell Rodríguez, de 9 años y estudiante de la escuela primaria Manuel Ascunce, quien reseñó la antología de cuentos “Retoños de almendros”, fue la galardonada en la primera categoría (de 5 a 9 años).
En la segunda (de 10-13) resultó premiada Adela Lucía Morales, de 12 años, alumna del seminternado Dalquis Sánchez. Su video estuvo dedicado a varios títulos destinados a los adolescentes: “Fantasmacromías”, de Maikel Rodríguez; “Oros Nuevos”, de Evelyn Queipo y “Como se escriben los clásicos”, de Idiel García.
En el tercer escaque (14-18) la ganadora resultó Aytana Gabriela López, de 15 años, por su presentación de la antología poética “Dice el musgo que brota”.
El jurado además otorgó reconocimientos a Luis Estrada, Lilia Camila Caramès y Yanay Garcés “por saber atrapar con la magia de un sueño el cotenido literario de los libros escogidos, por mostrar desenfado en las maneras de decir y recomendar siempre el camino de la literatura”.
En el público estaban los niños de la escuela primaria Manuel Ascunce, habituales de este espacio quienes regalaron una sorpresa basada en textos de los libros de la editorial.
El concurso contó con el acompañamiento del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Holguín, Artex, la Asociación Hermanos Saíz y el proyecto de creación artística Virtuarte.
Desde el Centro Provincial del Libro y la Literatura llegó hasta La Luz un reconocimiento por el trabajo cotidiano que entregó Sarai Ferrer, directora del CPLL.
Atrapasueños toma su nombre del espacio dedicado al público infanto-juvenil que conduce el poeta y editor Luis Yuseff. Con su lanzamiento se intentaba promocionar el catálogo dedicado a los lectores más jóvenes y conocer qué títulos del catálogo calan más hondo en los destinatarios del trabajo de Ediciones La Luz y los autores de su catálogo.
Retoños de almendros en animados
Los Estudios Anima de Holguín en coproducción con Ediciones La Luz, sello de la AHS en esta provincia, prepara una serie de cortos de animación inspirados en el audiolibro Retoños de almendros. Cuentos para niños de jóvenes escritores cubanos, publicado por el sello.
Rosell Morales, a cargo del proyecto junto a José Calzadilla Fernández, comentó que actualmente se han producido seis de los animados en proyecto: “Tristán”, de Mariene Lufriú; “La ventana”, de Marcia Rodríguez; “Lazarita”, de Yamil Díaz; “Funfún”, de Teresa Cárdenas; “El mago Prosococoff”, de Yohan Balón; y “Llegó septiembre”, de Yanira Marimón. Historias de Legna Rodríguez, Sigrid Victoria, Ronel González y Eric Adrian Pérez completan la propuesta de esta serie que Anima pondrá a disposición del público de todas las edades.

Los materiales, que utilizan las técnicas de animación vectorial y escenografía en 3D, abordan temas como el amor a los animales, la discriminación racial, las relaciones interpersonales y familiares, y las leyendas tradicionales.
Jóvenes realizadores como Orlando Díaz, Ramón Jesús de la Peña, José Calzadilla, Carlos González y Jean Fernández Figueredo, tienen el reto de realizar los cortos, añadió Rosell, estudiante de la Facultad de Artes de Medios Audiovisuales (FAMCA) de la filial de la Universidad de las Artes en Holguín.

El audiolibro Retoños de almendro. Cuentos para niños de jóvenes escritores cubanos, merecedor en 2014 de la Beca de Creación El Reino de Este Mundo que otorga la AHS, contiene varios de los cuentos de la antología homónima publicada por Ediciones La Luz en 2012.
Dicho material estuvo dirigido, de manera especial en esa ocasión, a un público infantil minoritario por sus limitaciones visuales: invidentes y débiles visuales, y contó con las voces de los actores de la compañía de Narración Oral Palabras al Viento.

“Fue un regalo de La Luz a los niños y los amantes de la literatura infantil, que permitió escuchar estos cuentos dramatizados y musicalizados; y que ahora llegarán en formato más amplio a partir de estos cortos animados abarcando la mayoría del público”, dice Luis Yuseff, editor jefe del sello.
Durante los últimos años Estudios Anima ha trabajado en varias producciones, especialmente dedicadas a las guerras de independencia, como la serie de cortos de animación Campanas de fuego, el mediometraje Forja de Cubanía y un largometraje sobre la vida de Carlos Manuel de Céspedes.

Se prevé convertir este estudio en una productora transmedia, que ofrezca una amplia cartera de productos y servicios que favorezcan el desarrollo del mismo y el autofinanciamiento de las propias producciones, añadió Rosell Morales.

Ojos para mirar los paraísos azules de Martha
¿Sabes de ese momento en el que te quedas pensando, cómo es posible que no lo hubiese leído antes? Bueno, algo así pasó aquella mañana de jueves (no sé por qué siempre es jueves cuando descubro cosas). Más aún cuando sabes de ese autor, cuando no resulta del todo un “no escuchado antes”, cuando incluso han interactuado en algún que otro espacio. Pero, me agrada que jamás hubiésemos cruzado ni medio saludo, nada. Tengo la firme convicción de que prefiero no conocerlos. Agradezco llegar a sus obras despojada de todo juicio previo, sin saber cómo luce su rostro, ni cómo sonríe, ni el sonido de su voz, sin nada que matice. En asuntos de este tipo detesto los matices, pero no es un privilegio del que goce mucho últimamente, sobre todo con los autores más jóvenes. Y para mi fortuna, así llegué a los dos primeros libros que leí de Martha Acosta Álvarez: Ojos para no ver las cosas simples, Premio Celestino de Cuento, 2018, Ediciones La Luz, Holguín; y Pájaros azules, Premio Pinos Nuevos, 2016, publicado por Letras Cubanas. Ambos los conseguí en la recién Feria Internacional del Libro de La Habana, 2022. Recuerdo que cuando encontré el segundo enseguida me remonté al primero, había fijado el nombre de su autora y lo compré sin pensarlo. Obviamente la sabía una narradora cubana contemporánea, cercana a mi generación. Tenía referencias suyas, pocas, una vez más, repito, toda una suerte según mis gustos como lectora; pero algo siempre sí he tenido claro, y es que: a nuestros colegas hay que leerlos, saber cómo se mueve el quehacer literario que nos circunda, que nos está marcando como grupo, y en este caso, como en no pocos otros de los revisados los últimos meses, sentí orgullo de la joven narrativa de esta Isla poética.
Una tarde de apagón, quizás un mes y pico después, comencé a leer Ojos para no ver… y empezaron a clavárseme los dardos en la diana sensitiva de mis gustos literarios. A la mañana siguiente me fui al dentista, ya saben, colas, siempre las benditas colas que aprovecho para leer así sea recostada a una esquina y comencé a llenar el libro de apuntes. Me preocupo cuando no tengo nada que marcar en los libros.
Leo para reseñar, porque amo hacerlo, para conocer las nuevas voces, (también para de alguna forma estar clara de la competencia). Esta chica es una muy buena competidora. Me ha dado tremendo placer leerme este libro. Tiene un pulso firme, una limpieza estilística envidiable y un total dominio del lenguaje y sus bondades.
Escribí un viernes 3 de junio, sentada en el salón de espera de la Clínica Estomatológica, aguardando para sacarme una muela. Incluso, una vez dentro, boca abierta en lo que el dentista cargaba la jeringa con la anestesia y traían el instrumental, seguía yo pegada al libro, entre otras cosas para enajenarme de la situación. Así avancé luego ese mismo día por las ciento cinco páginas como analgésico alternativo ante el posoperatorio.
Pájaros azules lo comencé poco después de haber devorado el primero y, sin temor a dudas, puede uno encontrarse el libro sin portada ni nada que haga alusión al autor y leer directamente desde el primer cuento: Ojos caleidoscópicos y reconocer a Martha enseguida tras aquellas páginas. Existe una coherencia estilística en toda su obra, una homogeneidad admirable en sus textos, aunque pertenezcan a libros diferentes, que hace que funcionen como una especie de unidad indisoluble. Encontramos en su escritura toda, lo supe luego al leer el plaquet de poesías Distintas formas de habitar un cuerpo (publicado también por Ediciones la Luz, Premio de Poesía El árbol que silva y canta, 2017), una serie de marcas de agua, presentes en sus creaciones, que basta saber apreciar para reconocerla así sea en versos sueltos o algún párrafo de cualquiera de sus cuentos. Tiene todo un stock de recursos literarios que ubica en el momento justo, como si moldeara a mano los vaivenes de las narraciones, y digo esto e imagino unas manos finas pero firmes, de mujer deshabitada por la duda ante lo que hace, modelando un barro literario a su antojo una y otra vez, creando figuras sueltas que luego hilvana con paciencia de tejedora antaña. No encontramos textos densos vanagloriándose de ese stock de técnicas, no, y eso el buen lector lo agradece; encontramos metáforas llevadas sutilmente hasta lograr imágenes claras, pero con la tremenda capacidad de golpearte el rostro de a tajo.
Sergio llegó a la casa. Abrazos, palmadas en la espalda, la voz retorcida por verse luego de tanto tiempo.
El mar era un rectángulo oscuro que adornaba la pared. Quieto. Manso. Dormido. Me sorprendí también vigilando al mar. Daba miedo que se despertara en algún momento, que rompiera su horizontalidad, que se irguiera y caminara hacia nosotros.
Habitación estrecha con vista al mar
(del libro Ojos para no ver las cosas simples)
Hoy vimos un pájaro azul y nos acordamos de la infancia, de la casa de tablones carcomidos por donde entraba la luz en los amaneceres. Los rayos colándose por los agujeros de la madera hasta la pared. El polvo danzando en la luz, partículas brillantes y locas que no se estaban quietas. Movimientos vivos. Pequeños seres mágicos que habitaban la luz, y por eso la luz era brillante. Entonces creíamos que los rayos de sol eran cilíndricos, que los cilindros eran las casas de las criaturas. Tocábamos la luz con la punta de los dedos, despacio, para no espantar a las criaturas, que se revolvían al tacto de los dedos, como si sintieran cosquillas.
Escuchábamos a la tía Jimena haciendo sonidos de amanecer…
A veces creía que te estabas muriendo, y que la muerte te hacía bien. Daban ganas de morirse contigo.
Ojos para no ver las cosas simples
Es esta una señora hecha de todas las tonalidades de la frustración.
Cámara lenta
Difícil pasar por Falsos genitales sin hacer una pausa antes de proseguir. Resulta una tarea ardua establecer una escala sensitiva, sobre todo eso, sensitiva, entre los seis cuentos que conforman su libro Premio Celestino. Por suerte, la literatura tiene esas clemencias al permitirnos concluir a cada quien según queramos, según nos convenga, según sintamos, y yo decido hacer mi pausa en este texto. No aprecio una literatura con marcaje feminista en la obra de Martha, cosa que acoto no me parece ni bien ni mal, solo señalo, sin embargo, es este un cuento que recrea un plano ficcional con una prostituta inflable que no por eso deja se sufrir en su sintética piel los mismos males que una mujer cualquiera, más allá de a lo que se dedique.
Abro la puerta del apartamento.
Veo a la prostituta tirada en el suelo.
Irreconocible la prostituta. (Aquí una de las marcas de agua de la autora, ese rejuego con las palabras repetidas).
¿Quién te hizo esto?, pregunto.
No contesta.
No quiere o no puede contestar.
El aire se le escapa a través de su piel de vinilo soldado.
La prostituta está rota.
Reventada.
Su cuerpo no se parece a su cuerpo.
Su rostro no se parece a su rostro.
No pide ayuda.
No quiere o no puede pedirla.
Los ojos de la prostituta lloran.
(…)
La prostituta se está desinflando en la sala del apartamento. (…)
Estalló por la costura.
Por algún lugar tenía que estallar.
(…)
Va hasta el baño. (…)
Se saca la vagina portable.
La mete debajo del chorro. (…)
La vagina portable se llena de agua.
Se desborda.
Desde la estructura en la que manejó el texto hasta la originalidad de la idea, el enfoque en el que planteó la situación resultan interesantes puntos de vista. Dota a todo el compendio como de una especie de núcleo ya que notamos en otros cuentos una construcción similar en las narraciones y al mismo tiempo se mantiene el ambiente literario, que si bien no se repite sí persiste la uniformidad, siendo historias que, aunque marcadas por lo cotidiano, coquetean con el surrealismo y el absurdo.
En Pájaros azules, el segundo libro de Martha Acosta al que me acerqué, aunque escrito primero que Ojos para no ver las cosas simples, supongo, dado el orden cronológico en el que ganaron los premios (aunque eso bien pudiera no significar darlo por hecho), el cuento que lo nombra tiene una relación cercana con ese otro. Y aquí debo hacer un stop y repensar la sintaxis de la idea que quiero transmitir, verán: el cuento Ojos para no ver las cosas simples hace referencia de alguna forma intrínseca a Pájaros azules. Invaden en ambos una sensación poderosa de tristeza, de agobio tras tiempo de intentar encontrar soluciones. El mismo mal aqueja, y va enmascarándose: El pájaro se va de la casa, se va, pero no se lleva la tristeza. La tristeza se ha metido dentro de la casa, rueda y florece en las paredes, se derrama desde el techo, mancha el tapiz del único sillón que tenemos… Y, casualmente, ambos textos dan título a los libros. ¿Qué complicidad traerán implícita? Cabe preguntarnos. Algo similar sucede con los poemas: Ese día que no tiene para cuándo acabar y Distintas formas de habitar un cuerpo y el cuento Palomitas Company, también contenido en Pájaros azules. Un cuento profundamente visceral, con todo el poder para trastocarnos: mi madre aprendió a aparecer y desaparecer desde mi rostro en el espejo, a decirme hija de mierda con la voz quebrada que simula un “Ay, mija, me estoy muriendo”. Tal vez mamá piensa habitar mi cuerpo y mi espejo cuando su cuerpo pese demasiado para seguir articulando lamentos. Tal vez ya ha comenzado a hacerlo, y lleva años en eso, siglos, no sé.
Fragmento del poema Ese día que no tiene para cuándo acabar:
Mamá está muriendo.
Hace días que está muriendo,
años, siglos, no lo sé.
Lleva mucho tiempo en eso,
y no acaba de morir
ni de salvarse.
Tose como si los pulmones se le salieran por la boca,
dice, Ay, mija,
con la voz quebrada
y se me llenan los ojos de lágrimas…
Paraísos perdidos, Premio Calendario de Cuentos, 2017, hace alusión irónica a nuestros hábitos; como bien definiera su propia autora desde la dedicatoria: … este quimérico museo de formas inconstantes, este montón de espejos rotos. Una vez más recorremos pasillos familiares entre nuestras tristezas y sinsabores de vida. El realismo invade sin piedad en cada uno de los textos paseándonos por una galería de paraísos: El paraíso del cuerpo, el del tiempo, el paraíso vacío, el sumergido y el impronunciable. Y aquí haré mi pausa en Un arrecife en la espalda, que considero bien encierra, como cualquier otro del compendio, la esencia de este libro. No escapo nunca al llamado del mar, donde quiera que esté, y aquí hace su presencia, arrasador, como de costumbre, dejando con cada batida de brisa más dolor que paz.
Esta autora camagüeyana (Sibanicú, 1991) adoptada por la capital, más que por la capital ya por toda la Isla, donde se lee y admira la buena escritura, ha sido ganadora de una larga lista de certámenes literarios entre los que figuran los siguientes premios de narrativa: el César Galeano de cuentos, 2015, año en el que egresó del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso; el Pinos Nuevos, 2016, Calendario, 2017, el premio Dador, 2017 y en ese mismo año el Paco Mir Mulet, Fundación de la Ciudad de Nueva Gerona, el Mabuya; y en poesía El árbol que silva y canta, 2017. Luego en 2018 fue galardonada con el Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar, con la obra El olor de los cerezos, el Celestino de cuentos y el Novela de Gaveta Franz Kafka. Ha alcanzado mención en el premio David de poesía, 2015, primera mención en el premio Emilio Ballagas de narativa, 2016, primera mención en el premio Mangle Rojo, de poesía, 2017 y en el Portus Patris, también de poesía ese mismo año. Además de los libros ya mencionados tiene otros dos fuera de Cuba: Doce años es demasiado tiempo, Editorial Guantanamera, España, 2016 y una novela titulada La periferia por la Editorial FRA, 2018. Varias de sus obras aparecen en revistas tanto dentro como fuera del país y en antologías.
Su literatura está armada hasta los dientes con un ejército de personajes elaborados hasta el hastío. Pensados a nuestra imagen y semejanza, listos para defenderse de cualquier situación que a su autora se le antoje destinarlos. Cuenta también su escuadra con el ya mencionado stock de recursos literarios cuya función es alivianarte el golpe seco de su prosa. Solo te queda una opción: disponer de ojos para ver los paraísos azules de Martha.
Todas las cabezas se unen (dosier)
A 110 años del aniversario del nacimiento de Virgilio Piñera, se celebra en Holguín el xxiii Premio Celestino de Cuento, otros autores como Marcel Proust y José Saramago también recobran merecida pleitesía.
Ediciones La Luz desarrolla en el marco de las festividades, paneles, conversatorios, entrevistas, que propician la necesidad de compartir anécdotas, cuentos, relatos vivenciales, de modo que Virgilio pulula en nuestra luz para no morir y llevarlo como el insomnio, una cosa muy persistente. Su controversial vida y prolija carrera literaria, hacen de los invitados y seguidores de su obra, el punto de giro y el principal foco que ronda en el evento. Este dosier, además de ofrecerles a los lectores un amplio panorama de las actividades, funde a escritores del país en el acto propiamente dicho de la creación y el ejercicio de la crítica.
Piñera 110: ¿Cómo sobrevivir a un centenario y una década?
Por: Norge Espinosa
Empiezo a hacerme a la idea de que, en efecto, hace ya una década nos movilizamos en La Habana, Miami, y otras ciudades del mundo para recordar a Virgilio Piñera en el centenario de su nacimiento. En Miami, en Puerto Rico, en Argentina, en otros cardinales, el rostro de ese hombre al que Bioy Casares retrató con cara de «perro flaco de empuñadura de paraguas», cuando le conoció junto a José Rodríguez Feo («dos maricas cubanos», apuntó en su Diario), se hizo visible entonces con una rara intensidad. En La Habana, donde murió sin que nadie le llamara para que su rehabilitación rompiera el silencio en que se ahogaba, pudimos hacer un festejo que tal vez le hubiera sorprendido. Costó no poco, pero se consiguió, y con Antón Arrufat a la cabeza de la Comisión del Centenario, la fecha no pasó por debajo de la mesa. Como secretario de esa Comisión, fui parte del conjunto breve de personas que tuvo que bajar a tierra la idea del coloquio internacional que se efectuó en el Colegio Universitario San Gerónimo y que trajo a la Isla a estudiosos extranjeros no solo de Hispanoamérica, sino también de latitudes acaso impensables, llegados desde Inglaterra o Noruega, atraídos por el opaco imán del verbo piñeriano.
En realidad, como bien dijo Arrufat, ese coloquio no fue la culminación, sino la dilatación de una serie progresiva de acontecimientos. El gradual retorno de Virgilio Piñera, tras su muerte, ha sido registrado por Dayneris Machado, repasando la prensa cubana y dando pruebas desde ahí de su resurrección mediante estrenos, recuperación de sus piezas teatrales en nuevos montajes, revistas, y libros que primeramente se dieron a la tarea de dar a conocer los escritos de sus días finales. Teatro Estudio anunciaba Aire frío, en 1981. Electra Garrigó era un desafío que el Ballet Nacional de Cuba y el Teatro Buendía leían, cada cual a su modo, a mediados de la década de los 80. La Gaceta de Cuba publicaba el último relato que aparentemente firmó, «El crecimiento del señor Madrigal», y una foto del autor se dejaba ver en su portada. El Caimán Barbudo rescataba «Oda a la vida viril», por otro lado: un texto del Piñera joven, escrito en sus días de Camagüey. Y en las librerías iban apareciendo Un fogonazo, Muecas para escribientes (sus relatos póstumos), y Una broma colosal, que recogía parte de su poesía no publicada. En enero de 1990 Roberto Blanco estrena por fin Dos viejos pánicos (Premio Casa de las Américas, 1968), y ahí cambia todo.
La Década Piñera nos abrió el camino hacia sus inéditos y revisiones más atrevidas, y sumó nuevos homenajes. En 1995, en la Uneac se celebra el coloquio Barómetro de Ciclón, como tributo a la incendiaria revista que Piñera y Rodríguez Feo fundaron en 1955 como francotiradores contra Orígenes. En 1997, desde la Asociación Hermanos Saíz, y tomando como eje el repaso de lo que en ese decenio se había acumulado como rescate del legado piñeriano, a través de nuevos espectáculos exitosos (La niñita querida, Teatro El Público; La boda, de Raúl Martín, y los ecos piñerianos en la estructura de El ciervo encantado, dirigido por Nelda Castillo), nos fuimos a Ciego de Ávila. Desde la danza, llegarían otras provocaciones: El pez de la torre nada en el asfalto, de DanzAbierta, y María Viván, de Rosario Cárdenas, entre otras coreografías de Danza Espiral y Raúl Martín. En 1999, en la librería El Ateneo, convocamos a sus fieles para recordarlo a 20 años de su fallecimiento. Y en el 2002, desde la revista Tablas, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y el Instituto Cubano del Libro, lanzamos el evento Noventa Piñeras, el primero de una serie que rendiría tributo a otros autores de nuestra escena (Estorino, Hernández Espinosa), y que tuvo como colofón la presentación de los Cuentos completos de Piñera, dentro de la colección Ateneo del Fondo para el Desarrollo de la Cultura. Recuerdo todo eso (y muchas otras celebraciones y diálogos piñerianos) porque en esos diálogos y mesas me crucé con personas memorables, desde las que ya conocía y apreciaba, como el inefable Juan Piñera, sobrino de Virgilio, hasta Ana María Muñoz Bachs, Humberto Arenal, Enrique Pineda Barnet, Verónica Lynn, Yonny Ibáñez, y tantos otros, que me permitieron entender más a fondo a ese hombre incómodo, de quien me contó las primeras revelaciones su discípulo Abilio Estévez. El tributo que le rinde en sus memorias Reinaldo Arenas, a quien Piñera ayudó a revisar el original de El mundo alucinante, es también imprescindible en esa recuperación, que afortunadamente aún no termina, y dista mucho de ser la lápida bajo la cual quedaron tantos ya atrapados.
A la vuelta de cien años y una década, lo asombroso es que hayamos sobrevivido ese siglo que tuvo su cierre en el 2012, y que Piñera haya salido ileso de tal celebración, sin perder un ápice de lo que lo caracteriza: esa visión crítica, amarga y al mismo tiempo de trasfondo romántico, que lo une a Cuba, a su historia en una lectura desacralizada, y a los gestos y esperanzas del Cubano, al que retrató desde el choteo, sus obsesiones más teatrales, y sus obsesiones recurrentes. En el coloquio de ese centenario, Julio Ortega nos recordó que Piñera es una figura marginal, algo ya señalado por otros investigadores, pero que en palabras del peruano se volvió eje de su intervención fundamental. Ese subrayado perdura como la imagen de Virgilio que nos legó el evento y la celebración de su centenario en general, librándolo de haberse convertido en un icono domesticado, en un autor libre de conflictos, en un intelectual desproblematizado, como a ratos sucede cuando se traspasa por ese filtro a otros creadores a los que debemos recordar desde sus interrogantes y no solo desde la «mala lectura».
Alguna vez el poeta Manuel Díaz Martínez contó que fue a visitar a Piñera en el pequeño apartamento donde se mudó tras perder la casa de Guanabo, en N y 27. Virgilio le abrió la puerta en camiseta y bermudas, con el palo de trapear en la mano, pues estaba limpiando en ese momento. Manuel le preguntó: «¿Estás en las tareas propias de tu sexo?», a lo que Piñera replicó: «¡Búrlate! Tú no sabes lo que es ser maricón en este país y vivir solo». La anécdota es una de esas bromas amargas que lo persiguieron sin descanso: parte de la «nadahistoria», eso que él patentó como concepto para definir los giros y vueltas cíclicas, aparentemente inútiles, que nos caracterizan en la vida cubana. Marginal en su obra y en su vida, consciente de la extrañeza que encarnaba con su cuerpo magro y su rostro de sabueso, Virgilio Piñera es uno los héroes de esa nadahistoria, probablemente a pesar suyo.
No sé si el 4 agosto de este 2022, cuando los 110 años de su nacimiento sean una fecha inocultable en nuestro calendario, pensemos en él con la misma intensidad con la cual lo hicimos hace ya una década. En aquel momento, nos ayudó mucho que la mayoría de sus libros fueran reeditados (aunque nos debemos aún una edición digna de sus ensayos, de su poesía completa, y sobre todo, de su teatro, pieza esencial de su perfil, y que aún espera por una edición verdaderamente integral). Verlo en las librerías y en los teatros nos confirmó que él es un enlace ineludible con una imagen trascendente de lo que somos, así sea desde su nadahistoria, y que en su obra nos reflejamos y reconocemos. Virgilio en estado puro, solo así puede calificarse mucho del absurdo que aún nos tropezamos cotidianamente. O lo vemos reaparecer en algún detalle descacharrante, y al mismo tiempo enternecedor, como aquella entrada de Mercedes, la sobrina de Yonny Ibáñez, que llevó a una sesión del coloquio del 2012 una jaba llena de los mangos que inundaban el jardín de su casa en Mantilla, aquella que Piñera visitó tantas veces, y a la que él acabó rebautizando como La Ciudad Celeste.
En esas mismas páginas donde Manuel Díaz Martínez relataba su llegada al apartamento piñeriano, también recuerda la última vez que se lo tropezó, en la calle Infanta. Debió haber sido en 1979, poco antes de su muerte. Piñera le contó que había ido a Cárdenas, donde nació en 1912, y que para sorpresa suya los funcionarios de cultura lo habían agasajado como «hijo ilustre» de la localidad, y lo habían invitado a dar conferencias. «¿Crees que esto significa que ya estoy rehabilitado?», le dijo, como prueba de esa asfixia que nunca dejó de acosarlo, mientras le correspondía ver cómo a otros, poco a poco, les llegaba el momento de la reaparición en público. El susto final, que lo sorprendió en aquel 18 de octubre, no le permitió saber la respuesta definitiva. Por eso, también, es poco todo lo que hagamos para tenerlo entre nosotros. En Cárdenas, tantos años después, frente a su tumba, recordé algunos de sus versos. Porque hay que ir a él, a sus márgenes, en lugar de esperar a que venga hasta nosotros. Porque a Virgilio Piñera, 110 años más tarde, le corresponde al fin saberse reclamado, como un maestro tan incómodo como imprescindible.
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Metamorfósis del autor o cómo nacen las islas
Por: Liset Prego
En el año de su nacimiento se hundió el Titanic. La maldita circunstancia del agua por todas partes, diría. Un barco no es una isla. Virgilio no es una isla, pero quiere serlo.
Ha viajado, traducido a su amigo polaco Witold Gombrowicz, ha escrito, publicado, fundado revistas como Ciclón, una herejía junto a Rodríguez Feo, ha polemizado, lo hará toda su vida. Ha hecho amigos y enemigos. Ha regresado a su casa y aún no es 1959.
Entonces el país da un vuelco sobre sí mismo y se sacude la sombra del norte, convulsiona, se desprende de la garra. Virgilio escribe. El filántropo y La sorpresa son parecidos a ese tiempo nuevo. Van a escena. Envuelto en la vorágine transformadora de la revolución crea, cree.
Luego Virgilio tiene miedo. Lo ha dicho. Pero sigue siendo Virgilio, el de los Cuentos fríos, irónicos, absurdos, donde están los «puros hechos» y es suficiente; el de las Pequeñas maniobras narrando vidas intrascendentes, tan normales, hechas de gestos nimios, tan parecidos a la realidad; el del mito griego reinventado con ingredientes cubanos en Electra Garrigó, el del absurdo en El flaco y el gordo. Virgilio-Oscar, el poeta de regreso de Argentina, algo cercano a vencido, el mismo hermano de Luz Marina, anhelante del Aire frío, protagonista del ciclo infinito de la pobreza de una clase media en perenne agonía.
En él irradian el lenguaje autóctono, la ironía como firma, el humor negro, una causticidad ontológica, la reinvención del teatro cubano, la búsqueda de desmarcarse del cuórum, la vanguardia de la vanguardia. El hombre que ama a un hombre abiertamente en tiempos de puertas cerradas. Ese es Virgilio.
Busca constantemente la experimentación. Prueba la fórmula del teatro en el teatro. Reta al público, procura la interacción, provoca. Con Dos viejos pánicos gana el premio Casa de las Américas y es publicado en 1968.
¿Sería la maldita circunstancia, la de su nacimiento, la misma de su vida? Virgilio tiene miedo. Cómo no temer. Él es la disonancia. A nadie parece gustarle la estridencia de su otredad. Virgilio escribe, escribe como un modo de oxigenarse el alma, aunque en esta última etapa de su vida nada vaya a escena, nada se publique. Virgilio Atlas. Virgilio carga su isla en peso, la de su apartamento donde náufrago de su propia existencia crea un micromundo al que solo acceden unos pocos, elegidos acaso. Gente con menos miedo, menos grises que los años que viven.
Virgilio, hacia el final, como Rosa Cagí, quien fuera configurada en esa extraña latitud que es ser muert[o] en vida, pensaba en la posteridad. 1979 fue año atroz, al menos para la literatura cubana a cuyo panteón entraba el dramaturgo, el poeta, el narrador. ¡Ah, la oscura cabeza negadora!
De Virgilio se podría decir que ha vivido y… escrito infatigablemente, soñado lo suficiente para penetrar la realidad.
Tomó años devolverlo de una injustificada ignominia. Más de cuatro décadas han pasado desde su transformación. Ahora vuelve a las estanterías, al escenario, a los lectores.
Por eso como en un ciclo perpetuo Virgilio se convierte en isla. Virgilio, frontera del oleaje. Mis piernas se irán haciendo tierra y mar, y poco a poco, igual que un andante chopiniano, empezarán a salirme árboles de los brazos, rosas en los ojos y arena en el pecho. En la boca las palabras morirán para que el viento a su deseo pueda ulular. Después, tendido como suelen hacer las islas, miraré fijamente el horizonte…
- ¿Así que era verdad?
Indagará el poeta de vuelta eternamente a su Ítaca. Y entonces las olas subirán efervescentes por la plataforma insular de su poesía.
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Virgilio Piñera, un narrador convertido en isla
Por: Alberto Garrandés
1.
Estábamos en 1979, a un paso del Gran Éxodo, y a Virgilio Piñera le dio un infarto y se murió. El Viejo Papagayo Graznador, la criatura enjuiciadora de «Grafomanía», emitió, como aquel personaje de Samuel Beckett en Cómo es, su último cuac. Dijo cuac-cuac y dejó de respirar en el acto.
2.
Salvo José Lezama Lima, no existe otro escritor cubano que haya dejado un reguero de huellas tan dilatado y en permanente expansión. Huellas que perviven ahí mismo: en el contén de las aceras, en la cola del pollo de población, en las fiestas de cumpleaños, en el tumulto hablador de las guaguas. Donde sea. Sin embargo, tengo la impresión, cuya verdad será difícil comprobar, de que es más sencillo ver y admitir las pisadas lezamianas desde fines de los años 70 hasta hoy, que las pisadas piñerianas. ¿O será que las de Piñera son más sutiles, o que se envuelven en la cotidianidad hasta confundirse con ella? Esta isla se entiende mejor con lo sentimental, lo dramatúrgico, y se apega a ciertos lirismos, a la devoción exaltada.
3.
Nunca se aludirá bastante a las condiciones en que Piñera hizo su obra en los últimos diez años de su vida. Algunas personas se incomodan al escuchar eso, no porque sea incierto sino porque se repite mucho: que fue silenciado, que le impidieron publicar, que solo podía ejercer como traductor, que lo vigilaron y que vigilaron a quienes se reunían con él. Pero cuando ocurre algo de ese calibre, donde un escritor queda aplastado por el Peso del Poder (y no cualquier poder, sino un Poder-en-Revolución), y el fenómeno ni se ventila ni se discute ni se examina a fondo, y tampoco se piden disculpas (como las disculpas que se esperan por la creación y existencia de las UMAP), de cierta manera el suceso empieza a parecerse a ese fantasma intemporal que prospera en la reiteración, como el padre de Hamlet, armado hasta los dientes y buscando justicia en las almenas del castillo de Elsinor.
4.
El Piñera que muere en 1979 es, me parece, el mismo que en 1942, con solo treinta años, le dice a Jorge Mañach: «No pactar, no capitular, meterse de lleno en la obra es nuestra misión. La posteridad se encargará de confirmar o desmentir».
5.
En ese espíritu se halla el Piñera de La isla en peso, su más célebre poema, y el Piñera de Cuentos fríos, ese libro solitario y de estética insobornable que aparece en 1956 y donde, quizás por primera vez en la literatura cubana contemporánea, hay una auto-revelación acerca del hecho de que escribir es un acto de construcción y presentación y no un acto de edificación subsidiaria y representativa.
6.
Acabo de hacer una distinción propia de los estudios de poética. De hecho, se trata de un principio de poética, la poética del Viejo Papagayo Graznador. La literatura no refleja nada ni quiere hacerlo. Tampoco se ata a nada. Ella, la literatura de verdad, preferiría no hacerlo, como Bartleby. Un escritor es, entre otras cosas, una tumba anticipada y sin sosiego, para decirlo con las palabras de Cyril Connolly.
7.
En 1964, Piñera publica una importante compilación de sus relatos. Ahí los graznidos son más altos. Y en 1963 y 1967, sus novelas Pequeñas maniobras y Presiones y diamantes, precedidas ambas por un libro rarísimo, La carne de René, aparecido en 1952, donde sin duda hay un diálogo (yo diría que ventajoso) con la novela Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, traducida en Buenos Aires a fines de los 40 por Piñera y otros escritores.
Después de 1967 no pasó mucho tiempo antes de que llegaran, juntos, el silencio y los Caballeros Oscuros, escoltados por una opinión oficial, tan despreciativa como censora, sobre Dos viejos pánicos, la pieza de teatro con que Piñera ganó, empero, el premio Casa de las Américas de 1968. Pero volveré atrás: por aquella misma época de mediados de la década del 40, cuando al poeta Gastón Baquero se le concede el Premio Nacional de Periodismo «Justo de Lara», Piñera alude, irritado (y refiriéndose a Baquero), a una «vida muy recta, muy ciudadana, llena de cívicas virtudes /…/, pero en todo diferente a aquella vida llena de exilio, silencio y astucia con que Joyce se fortificaba». Baquero: el hombre que participaba en la creación de revistas como Espuela de plata y Clavileño. Un poeta crucial.
9.
Exilio, silencio y astucia. He aquí tres patas para una mesa que no cojea. Que Piñera haya invocado al Joyce del silencio, el exilio y la astucia (y esas palabras son del propio Joyce, puestas en boca de aquel personaje suyo, tan tremendo: Stephen Dedalus), tiene que ver, creo, con esa condición de pez peleador del escritor que defiende su escritura por encima de todo, a pesar del exilio o gracias a él (el exilio es un estado que también puede ser muy ondulante y muy metafórico), a pesar o gracias al silencio (la invisibilidad civil, por ejemplo, en medio de la construcción de una literatura), y gracias a la astucia de ser un sobreviviente de la penuria, de la homosexualidad y de la riesgosa entrega al arte. Se trata justamente de eso: un escritor fortificado, amurallado, reforzado en esa idea.
10.
En realidad, el Viejo Papagayo Graznador estaba preparándose para el futuro. Para pronunciar el último cuac-cuac. Eso era, en definitiva, lo que oían sus censores, incapaces de percibir otra cosa: un cuac-cuac tan ininteligible que resultaba indecente en tiempos de heroísmo. Citaré con corrección las palabras de Joyce, que están en Retrato del artista adolescente y que siempre le vienen bien a cualquier escritor que lo sea de veras: «No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo, en vida y en arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las únicas armas que me permito usar: silencio, exilio y astucia».
11.
La narrativa de Piñera presenta al lector varios dilemas: el de la imposible postergación del enjuiciamiento, el de la referenciación indirecta de la parálisis de lo real, el del desajuste, la obturación, el atasco, la agresividad, el desconcierto, el antiheroísmo, la demostración de la pérdida, la comprobación de que lo único en verdad sólido es el yo y las confirmaciones del yo.
Más en concreto yo prefiero aludir, en el caso de un hombre como él —a quien siempre he visto como ese sujeto que construye tenazmente su yo, que levanta su yo como dentro de un viaje encarnizado dentro de la escritura—, a la libertad intelectual y a la identidad literaria, a lo deliberado de una personalidad creadora, pues se trata de un escritor donde, en lo concerniente (por ejemplo) al relato en prosa, desde sus inicios conviven esas dos maneras de producir escritura y producir realidad: por un lado, la posposición clásica, la narración que posee estructura clásica —el discurrir del relato hacia su desenlace, entre personajes, paisajes, acciones y efectos de acciones—, aunque esa escritura esté intervenida por lo grotesco, el horror simpático, la crueldad, la somatización de lo incómodo y lo fantástico, que son circunstancias de dramatización o des-dramatización concertadas en una lógica singular. Por otro lado, el encapsulamiento de los hechos en un estado de cosas, una composición como de naturaleza muerta sin estar muerta, en esos textos que Antón Arrufat ha calificado de «ficciones súbitas» y que son, a fin de cuentas, lo contrario de la posposición, puesto que fotografían un momento arrancado de su pretérito y su futuro presumibles. Textos de una situación especial, o que describen la atmósfera de pequeños dramas estacionarios, de índole más o menos episódica y donde sus elementos constitutivos aparejan una especie de pintura en lo simultáneo (me refiero a la simultaneidad de muchas de esas prosas, que juntas arman un mundo exclusivo, casi sin parangón).
- La convivencia a que aludo —posposición clásica y encapsulamiento de estados— hablan de un escritor proteico que, en apariencia, se desdobla. Ahí ya aparece no una poética doble, sino más bien una poética con dos fases sincronizadas desde (ojo con esto) inicios de los años cuarenta. Lo diré de antemano: al leer los relatos de Piñera estoy releyendo siempre a un escritor del futuro. Y, constantemente allí, la precisión de lo helado (los hechos, siempre los hechos), la expulsión sistemática del adorno o la abolición del estilo (metáfora y estilo, según la idea de Proust), en el viaje de la sinrazón y el desorden dionisíacos a cierta razón y cierto orden. No puedo encontrar en sus ficciones ningún atisbo de apego romántico, de sentimentalidad, de pathos amoroso.
13.
El acatamiento de la riqueza de lo discontinuo, lo inarmónico, lo fragmentario, lo oscuro, lo supuestamente amorfo, podían conducir y de hecho condujeron a una poética de la discreción y la sobriedad, o una poética de contornos y entornos realistas, independientemente de su soporte más o menos fantasioso. Piñera emulsiona y acrisola lo real, lo muy inmediato, y después cuenta historias como si nada. El efecto, cuando menos, es extraño.
Estamos en presencia de una lengua magra que fluye anclándose con fervor en las frases lexicales y que en no pocas ocasiones se sumerge en una especie de manierismo displicente, donde la sospecha de lo ramplón se articula, anómala, con una idea de lo literario en la cual no comparecen los pactos habituales de la tradición con lo bello. En ese sentido la belleza de su escritura es muy anticanónica. Esa lengua es la de la negación y la imagen multiplicable de la negación, más el predominio de una lógica (o la aceptación de una lógica) donde la voz autoral (o lo que se parece a esa voz) se refiere, más o menos histriónica, al trastorno tragicómico del mundo. Una voz que no pierde jamás su histrionismo, de «La carne» y «La boda» a «Tadeo»… de «El Gran Baro» a «Belisa»… de «Natación» y «La montañ» a «El caramelo», «Salón Paraíso» y «Fíchenlo si pueden». O del sentido del escape del dolor y la lascivia, en La carne de René, al sentido de la renuencia al compromiso en Pequeñas maniobras hasta desembocar en esa descacharrante fuga distópica que presenciamos en Presiones y diamantes.
14.
A propósito de esa novela, publicada en 1967, es obvio que allí hay un catastrofismo y un ensueño tragicómicos, y también una advertencia sobre la de-sustanciación del espíritu, si así pudiéramos hablar. De-sustanciación. Una advertencia, claro está, en un estilo lenguaraz y que está contra toda suntuosidad. Por aquella época estruendosa (estruendosa de veras) había en Cuba escritores muy hábiles y fuertes y lectores muy inteligentes, pero también había funcionarios culturales tocados por la soberbia, ensombrecidos por el ejercicio del desprecio y, al cabo, por una maldad épica, consagrada a las tonterías de la idea del compromiso social e inmediato de la literatura.
15.
El denominador común de la actitud humana en las novelas de Piñera: escapar, desbandarse (por miedo, pero también por aversión), huir, desertar, escabullirse, ocultarse, desaparecer de todo excepto de la literatura, o más bien de lo literario, de ese estado mental que el sujeto podría elaborar para sí. Y resistir hasta el fin. El denominador común del estilo: objetivismo, austeridad, ausencia (lo dije ya) de lo sentimental (una suerte de estoicismo impasible), impersonalización y facticidad (preeminencia del detalle).
Una voz que declara, con su hacerse y sus fluencias, que la devoción por la literatura no se determina en la comprobación narcisista del yo durante el proceso constructivo de su lenguaje, sino más bien en la adherencia gravitacional de ese lenguaje con respecto a los mundos que funda y los mundos donde interviene. Ese es el campo de fuerza que le sirve a Piñera de territorio de radicación y emplazamiento y que, luego de sucesivas lecturas, tiende a convertirse en uno de los núcleos esenciales de sus ficciones.
La inspección desvivida del sujeto.
- Pero recuerden ustedes ese maravilloso texto titulado «Grafomanía». He ahí a Su Excelencia el Viejo Papagayo, un personaje que, colocado en otras perspectivas, podría burlarse con acierto de las solemnes falsedades, de la cargante machaconería del realismo lógico, del detritus de la literatura y, a la larga, de quienes creen —alucinando gracias a discursos encharcados por la mística de lo utópico— que la literatura posee una «misión social».
Y, sin embargo, ahí está el personaje de Tadeo, que necesitaba ser cargado en brazos y que le impone al mundo su osadía. Tadeo, el hombre que, como si tal cosa, propaga un mensaje de humanismo entre la comicidad y lo ilógico. A Tadeo no le da pena, no siente pudor, no es sentimental. Él pide ser cargado en brazos y ya. Es un individuo separado. ¿Pero acaso no va el humanismo, hoy, en contra de la lógica de eso que se llama «desarrollo del mundo»? Claro que sí.
17.
Nunca he visitado la tumba, en Cárdenas, de ese hombre que amaba el erotismo en su vertiente helenística, el sexo conjeturado es los lujos sudorosos de la varonía, que se dejaba fascinar por la desnudez de la masculinidad y que era un jesuita de la escritura que plantó, para siempre, dos o tres hitos en la cultura de su país. Espero que, convertido en isla, no le falten esas flores sencillas que suelen merecer los mártires.
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Receta para preparar espaguetis a la Piñera
Por: Rubén Rodríguez
La pasta:
Llena una cazuela con la maldita circunstancia del agua por todas partes.
Adiciona un puñado de sal gruesa. La salación es un rasgo imprescindible en la cocina virgiliana.
Calienta a fuego alto hasta el punto de ebullición, aunque debes evitar que la marmita pierda el fondo.
En ese momento, vierte para que se cueza un paquete de personajes, entre los cuales se contará el propio autor autoinmolado.
Tapa la cazuela y mantenlos cociéndose a fuego bajo hasta que estén «al dente». Esto se comprueba tomando un personaje con el tenedor y lanzándole contra la pared: si se adhiere, se encuentra a punto; de lo contrario, requiere más cocción. Trata de que no se ablande demasiado o se rompa, pues no sería considerado un personaje de Virgilio.
Para evitar que se peguen o queden chiclosos, pon en el agua donde se cuecen un chorrito de aceite de oliva y unas goticas de vinagre: el ácido es consustancial a la cocina de Piñera.
No destapes la cazuela durante el proceso; déjales hervir y retorcerse en las calientes aguas territoriales. Pero, si lo haces, no te dejes conmover por las súplicas del narrador, o el sujeto lírico para que les saques. Ese es su lugar y deben estar prontos para el servicio del dolor.
Cuando estén a punto, cuela, lava con agua de Evian y reserva.
Bota esa agua turbia; el drenaje del fregadero es el mejor destino para las impurezas sintácticas, métricas y dramatúrgicas.
La salsa:
Prepara el sofrito con ajo -que es la picardía para el adobo de la carne-, ají -pues debe importarte un pimiento el qué dirán-, cebolla -con la que deberás llorar un poquito sin que te vean-, una pizca de comino -por lo mismo que el pimiento y por su aroma a pubis masculino sin lavar-, una hojita de laurel -¡qué es Virgilio sin laureles!-, una libra de tomates, que deberás transportar dentro de un cartucho confeccionado con papel craft, y este, a su vez en una jabita de yarey o de yute; y una pluma de pato mandarín. Evita quemarla, la pluma quemada le otorga a la obra un insoportable tufo a melodrama.
En el momento oportuno, añade el conflicto y el contexto cortados en juliana y la técnica picada a la jardinera. Revuélvelo, sufriendo lentamente, hasta lograr la cocción adecuada.
Salpimentar con fino humor.
Mezcla con la pasta y ralla encima una barra del mejor absurdo. Mételo en el horno hasta gratinarlo. El absurdo debe quedar como una hermosa pátina dorada.
Si no deseas un plato de pasta ordinario y has pensado tirar la casa por la ventana, te sugiero el picadillo de madre o hermana jamona, bien molidas en una vieja máquina de hierro. Revisa las cuchillas para lograr la textura adecuada de la carne molida, que irás mezclando con especias y sacrificio. Elige bien la carne a moler, una madre displicente o una solterona concupiscente, darán al picadillo una consistencia correosa poco deseada.
Si eliges la carne de René, recuerda macerar de un día para otro; si los pies de Flora, que reciban los beneficios de la pedicura.
Adiciona sal y pimienta de Cayena a gusto de los comensales. Recuerda la preferencia del autor por la salación… perdón, la salazón.
Vigila que, durante la preparación, tu cocina se halle profusamente iluminada por esa luz marina que solamente se encuentra en ciudades costeras que hayan visto partir a muchos de sus hijos.
Con la ayuda de una balanza de cocina o la solicitud del bodeguero, al que, según la circunstancia, se le habrán insinuado las tetas o la verga por sobre el mostrador, cerciórate de que los ingredientes posean el peso de una isla en el amor de un pueblo.
Vuelve a salar.
El plato se sirve frío y se come con miedo, con mucho miedo.
Para los interesados en la ensayística, de las recetas preparadas a partir de enlatados, hablaremos la próxima semana.
¡Bon appetit!
Una última recomendación: si vas a comer, espera por Virgilio.
Saramago: un siglo de luz
Por: Moisés Mayán
En el espléndido otoño de 2019 crucé la frontera apenas perceptible entre España y Portugal en compañía de unos estudiantes de la Universidad de Salamanca. La tarde anterior cuando me anunciaron que visitaríamos algunas aldeas del Portugal profundo en busca de castillos medievales, pensé de manera instintiva en Saramago. A la mañana siguiente, quedaron atrás las dehesas de alcornoques y los campos de olivos de Cáceres y entramos silenciosamente en tierra lusitana. En la frontera, el círculo de estrellas de la Unión Europea nos anunciaba el ingreso a Portugal, sin necesidad de engorrosos trámites migratorios.
Nuestra lengua materna se transfiguraba en los carteles y anuncios de los pueblitos contiguos a la carretera, y el tradicional «buenos días» tenía que mudarse de pronto al «bom dia». El asunto era, que yo desde el asiento del copiloto, continuaba de forma imperturbable pensando en José Saramago. Hay un momento en la línea «evolutiva del lector» donde dejamos, casi sin darnos cuenta, de perseguir libros dispersos para consumir la plenitud de un autor. Por razones que ahora no recuerdo demasiado bien, Saramago fue el primero en mi lista.
Ante el revuelo causado en Portugal por la salida de El evangelio según Jesucristo (1991), y gracias a su publicación en español como parte de la campaña promocional del Nobel, decidí que comenzaría por esa obra. A partir del encontronazo inicial rastreé como un sabueso cada una de sus novelas. Justo es que reconozca que la Editorial Arte y Literatura aligeró un poco mis pesquisas bibliográficas publicando además de El evangelio…, Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, Historia del cerco de Lisboa, Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante, In nómine Dei (teatro) y más recientemente Levantando del suelo.
En esas grutas de tesoros que son las librerías de viejo compré Todos los nombres con el sello de Alfaguara en cubierta y traducción de Pilar del Río, y a cambio de un ejemplar de El nombre de la rosa obtuve Caín, otra novela generadora de múltiples polémicas. El hombre duplicado, La caverna, La balsa de piedra, y hasta la inconclusa Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, no tuve más remedio que leerlas en la pantalla del tablet. Recibí en préstamo Manual de pintura y caligrafía, y oh dolor supremo, al término de su lectura tuve que devolverla.
Los relatos de Casi un objeto y El cuento de la isla desconocida, también pasaron por mis manos; para ser exacto por mis ojos. Me resultaron pocas las páginas de Las pequeñas memorias, así como los apuntes recogidos en Cuadernos de Lanzarote. En fin, no es de extrañar que cuando alguien mencionó la palabra «Portugal» mi cerebro de forma automática remitiera a José Saramago. En junio de 2021 me topé con un post de la narradora cubana Dazra Novak, donde recordaba el encuentro que sostuvo Saramago en 2005 con los alumnos del Centro de Formación Literaria «Onelio Jorge Cardoso». De hecho, en la fotografía, la mano derecha de Saramago descansa sobre el hombro de Dazra, que no imaginaba que llegaría a dirigir el Onelio.
Mientras trato de utilizar todas mis herramientas informáticas para hacerme con una copia de La viuda (Terra do pecado), publicada por un muy joven Saramago en 1947 y que gracias a las gestiones de Alfaguara ha retornado a los lectores, celebro junto a Ediciones La Luz el centenario de este singular novelista nacido en los años veinte del pasado siglo. Su prosa, un poco densa (es cierto), me reconcilia vez tras vez con la literatura. Cuando subí aquella mañana de octubre de 2019 al Castillo de Monsanto, a solo veinte kilómetros de la frontera y contemplé la aldea incrustada en granito, los molinos de viento, los olivares y membrilleros, la campiña portuguesa en todo su esplendor, supe que antes, mucho antes, ya había estado allí.
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Nadie conoce a Pessoa como Saramago
Por: Lourdes González Herrero
Con algunas obras una tiene una difícil relación, así me sucede con las de José de Sousa Saramago. Mientras Ensayo sobre la ceguera me produce desesperación lectora, y Levantado del suelo abulia, su novela de 1984, El año de la muerte de Ricardo Reis me seduce completamente. El ejemplar de Arte y Literatura permanece en mi pequeño librero pase lo que pase. He sido una vendedora de libros sistemática, porque no me gusta retener, pero esa genial novela seguirá allí hasta el final.
Recuerdo que comenzaba a pensar que me sería posible escribir narrativa justo en aquellos días en que Joaquín Osorio me entregó la novela para presentarla en una Hora Tercia del año 2001. Su libertad manifiesta me asombró, sentí que el libro estaba escrito con la conciencia de que los lectores deberían participar y ser capaces de descubrir qué parlamento correspondía a cada personaje, me sigue fascinando esa complejidad suya que sin duda me llevó a elegir el párrafo indirecto para mis textos, y provocó que insistiera en dejar bien claro las diferencias entre una voz y otra.
Pero El año de la muerte de Ricardo Reis es una prueba de lectura: comas seguidas de mayúsculas en diálogo del poeta muerto y el iniciado vivo en la poesía; combinaciones de versos de ambos sin señalamientos; dibujados sintagmas que ocultan intenciones.
Y luego, es una novela con superficie y hondura poéticas, como demandaba Ricardo Reis, ese heterónimo de Pessoa que es médico y trabaja en Brasil.
Saramago continúa el mito del poeta. Hace viajar a Reis de regreso a Lisboa cuando se entera de la muerte de Pessoa, y construye una de las mejores novelas inspiradas en personajes de ficción que ya cuentan con otra vida gracias al poder de la literatura.
El enigma de Pessoa queda al descubierto en las páginas de El año de la muerte de Ricardo Reis, porque el novelista entiende perfectamente el porqué de los heterónimos, sabe que Pessoa no se esconde detrás de ellos, sino que se expone en sus multiplicidades. El hombre múltiple fue capaz de crear universos literarios diversos, y Saramago entiende y disfruta esa elección.
Por qué Ricardo Reis y no Álvaro de Campos, el ingeniero homosexual, o Alberto Caeiro, que negaba la prosa, o cualquiera de los setenta y dos inventados por Pessoa. No lo sabremos, pero podemos intuir que Reis resultaba cercano a Saramago, cómodo a la hora de enfrentarse a esa bilateralidad narrativa.
El ejercicio que realiza el novelista, insertándose justo en el medio de dos historias, para enlazarlas y expandirlas, es perfecto. El ritmo que le imprime para que ambos personajes corran por su patria la suerte que les ha tocado, y sean capaces de amar, dialogar, poetizar, mientras los paisajes detrás develan una parte de la historia de Lisboa en 1936, es magistral.
Cuando termino otras lecturas, me acerco siempre a esta página del libro que permanece en mi librero:
La muerte de Fernando Pessoa le había parecido suficiente razón para atravesar el Atlántico tras dieciséis años de ausencia… Ahora duda. Fernando Pessoa, o eso a lo que da tal nombre, sombra, espíritu, fantasma, pero que habla, oye, comprende, lo único que ya no sabe leer, Fernando Pessoa aparece de vez en cuando para decir alguna ironía, sonreír benévolo, y luego se va, no valía la pena haber venido por él, está en otra vida pero está igualmente en esta, cualquiera que sea el sentido de la expresión, ninguno propio, todos figurados.
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Breve simpatía y afinidad con un escritor estéril
Por: Guillermo Betancourt
Sospecho que la cercanía de los idiomas, al crearnos una sensación de ambigüedad, es la causa de que seamos tan desconocedores de la literatura portuguesa. El país luso es extraño para nosotros, y me atrevería a decir que, ajenos a su vasta historia, hemos encerrado entre paréntesis a esa franja de tierra al occidente de la Península Ibérica y, si acaso, nos acordamos alguna vez que el oporto es un vino y que allí se juega muy bien al fútbol. Lo portugués nos resulta, en fin, tan distante como las apagadas melodías del fado o como el sonido pastoso y dulzón que adquieren, en esa lengua, palabras que nos son de sobra familiares.
Pocos escritores nos han hecho violar la especie de Tratado de Tordesillas que seguimos manteniendo los hispanohablantes con ese país, y uno de los más notables es sin duda José Saramago. Creo que este anciano de aspecto apacible, este relojero que se estrenó como novelista rondando los cuarenta años, y que como al descuido se llevó el Nobel de 1998, es uno de los imprescindibles de nuestra época, un autor a quien sería imposible imitar sin delatarse, y uno de los seres humanos de imaginación más poderosa que hayan existido, o al menos de los que se tenga registro.
En una época no muy distante (ya creo que no sucede en igual medida), los libros de Saramago eran entre nosotros best sellers, o al menos así nos funcionaban. Recuerdo haber leído Memorial del convento, La balsa de piedra, La caverna, Historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo y algunos otros; todas son novelas formidables, todas son entretenidas y brillantes, pero si hay un libro del autor de Aizinhaga que pudiésemos nombrar con el feo lugar común de «obra cumbre», ese es sin duda Ensayo sobre la ceguera.
Imagino que, en estos últimos meses, en los cuales han cambiado tantas cosas y el mundo ha pasado por su prueba más difícil desde la Segunda Guerra Mundial, muchos hayan recordado esta novela. La literatura sobre epidemias, aun cuando es propensa a deslizarse hacia catastrofismos efectistas, ha dado grandes obras, como La máscara de la muerte roja, de Poe, o La peste, de Camus, pero por algún motivo tengo una simpatía y una afinidad mayor con Ensayo sobre la ceguera, tal vez porque, incluso siendo un libro muy entretenido (a pesar del título), es también una novela que desnuda sin misericordia la gran fragilidad inherente a nuestra organización social, y nos obliga a cuestionarnos cuál es el punto (no muy lejano, por cierto), en el cual se pulverizan los valores «inamovibles» que nos definen como civilización.
El argumento es bastante conocido: una misteriosa epidemia de ceguera blanca que se expande por un lugar y momento indefinidos pero que sin problemas podemos asumir como contemporáneos, provoca en poco tiempo unas consecuencias materiales y morales devastadoras. Saramago aprovecha esta situación delirante para mostrarnos lo dependiente que es nuestra condición humana de algo tan en apariencia prescindible como el sentido de la vista. El escenario, que es apocalíptico, convierte a la mayor parte de los individuos en salvajes; mantener el decoro en una situación extrema y sin perspectiva de solución conocida es extraordinariamente difícil, pero no imposible. Los principales personajes (que, por cierto, no tienen nombre), incluso con debilidades eventuales, son la representación de que, hasta en las circunstancias más complicadas, preservar la dignidad es una elección individual, aun cuando acarree consigo sacrificios dolorosos.
Hay aspectos en Ensayo sobre la ceguera que son muy importantes y que no pueden contarse sin sabotear la lectura ajena. Es un libro que, si bien posee una tesis de orden ético, un elevado nivel simbólico, que lanza preguntas muy incómodas y en consecuencia puede leerse desde un punto de vista casi filosófico, es también, como ya dije, una novela que despierta en quien la lee una curiosidad muy fuerte por conocer el final de la historia; he tratado de bordear lo más posible los detalles que hagan spoiler, pero diré para quienes lo lean completo que el misterio llega hasta la última línea del libro. Después el propio Saramago arruinaría el encanto reciclando los personajes en Ensayo sobre la lucidez, otra muy buena novela, pero que, remake al fin, no es comparable con el primer texto, del que, sin ser una continuación, tampoco es independiente.
Quienes hayan leído a este escritor, sabrán que su estilo es muy peculiar, sobre todo en cuanto a la puntuación. Saramago hace caso omiso de la existencia de signos diferentes a la coma y el punto, y ello les da a sus largas oraciones un ritmo a veces risible, que acentúa la mordaz ironía que empapa toda su obra. Los largos párrafos, que suelen agotar en otros autores, en él fluyen de una manera tan normal que nos asombra; por eso decía más arriba que imitarlo es prácticamente imposible. La manera en que ubica los diálogos, siempre una piedra en el zapato para los narradores, es muy ingeniosa y original, tanto que cualquier otra persona que la use atraería sobre sí los nada agradables focos del plagio.
Es muy probable que Saramago sea un autor sin discípulos, un «escritor estéril», como se ha dicho alguna vez, si bien ya eso tiene toda la pinta de ser un concepto obsoleto. Por otro lado, las imitaciones no son buenas para nadie. La vida misma, en 2019, quiso copiar su obra. Los resultados han sido terribles.
El indiferente: las flores diamantinas de Marcel Proust
Por: Adalberto Santos
Al recorrer la catedral suntuosa que es En busca del tiempo perdido, no puede uno evitar, por momentos, la sensación de vértigo ante la grandiosidad de pasajes, hondura, y magnificencia de esta obra proustiana. Y abrumado y perplejo, se buscan señales, indicios para orientar la mirada fascinada, visitando tentaciones, ensayos, correspondencia de su autor, que siempre nos devuelve, con renovado entusiasmo, al esplendor y deslumbre inicial. Y en esa persecución de senderos transitables, se encuentran obras anteriores que, algunas como tentativa y ejercicio, muestran ya la silueta, esbozada, de la albañilería magnífica desplegada posteriormente.
Una de ellas, recuperada de los extravíos del tiempo es El indiferente, publicada originalmente en 1896, y al parecer redactada en 1893, cuando Proust contaba apenas con veintidós años y que emparenta con Los placeres y los días, por ser obras de ejercitación, donde se tienta el estilo y esbozan temas, que serían luego desplegados, ya maduros, en la gran obra proustiana.
A Proust le preocupaba «no poder decirlo todo». No alcanzar, a través del lenguaje, esa magnífica exploración de temas que luego abordaría. Así que en esta nouvelle, que prácticamente pasó inadvertida entre sus contemporáneos, y a la que el propio autor no le concedió mayor valía, trata la «cristalización» del amor en la figura de un ser infame. La historia de Madeleine, joven viuda aristocrática, y su pasión por Lepré, un ser ruin y distante de ella social y moralmente que no le corresponde, escrita en tercera persona desde la perspectiva de su protagonista, Madeleine, y con un cierto amaneramiento desdeñoso en el trato de los personajes y sus afanes. En esta especie de «ensayo desmañado», Proust se decanta y apuesta por un tema que le interesaba: la proyección del yo en las relaciones amorosas, predicado por Stendhal, y resumido en que el hombre «en todo halla pretexto para descubrir en el objeto amado nuevas perfecciones», utilizando el símil de un ramo de flores lanzado a un agujero salino, y meses después recobrado en diamantinas fulguraciones de cristal.
Proust, que trata esta aproximación amorosa desde una perspectiva casi de comedia moral, lo hace aún de manera superficial, exaltando la visión amorosa de la protagonista en maridaje con los objetos y paisajes, que ofrecen una sensación de excelsa beatitud. Claro está, que esta conceptualización del amor basada en la «cristalización» del sentimiento en un ser vil y en plena contradicción, es una falacia, pues en realidad remite a la proyección del yo en el espejo deformado de un ente exterior. No son el refinamiento interior ni el alma virtuosa, ni la gracia reales los que percibe Madeleine en Lepré, sino una visión distorsionada de un anhelo interior, que se alimenta de las propias virtudes para recrear el amor en un otro, que no resulta vehículo de amor per se, sino tramoya de los sentidos, el «maya» budista que nubla la percepción por los afanes del alma humana. Claro está, que tal acercamiento a lo amoroso no puede ser más que epidérmico, pues simplifica las complejas articulaciones y matices de cada ser humano, que tornan en mucho más que una simple simulación la auténtica representación del amor, elemento que posteriormente Proust desarrollará con más detalle y complejidad en su gran catedral de palabras.
Un elemento que resulta interesante, además de exploración del sentimiento amoroso transfigurado en búsqueda y reconocimiento del yo, es la recuperación de una experiencia dolorosamente viva para el autor: el asma. Estableciendo un paralelo entre la partida del amado Lepré y la angustiante sensación de pérdida de Madeleine, Proust se permite acotar una pequeña reflexión más que personal sobre este padecimiento, relacionando su sufrir con el del personaje de la joven y la sensación de desesperanza y soledad que parece provocarle el sentirse enfermo y solitario en su calvario. Este pequeño recordatorio personal salta a la vista en el texto, y muestra que entre las búsquedas de estilo y temática proustiana, hay elementos muy suyos que inevitablemente confluyeron y fueron asimilados en la búsqueda de ese summum, al que Proust tendía: la búsqueda y definición del amor, la presencia de su adorada madre que le acompañó aun en su muerte en dolorosa peregrinación, la soledad, el hastío, y la homosexualidad, fantasma que se empeñaba en mantener a salvo, quizás por temor a las repercusiones y recepción de sus historias.
Revisitar obras como El indiferente, considerada joya extraña dentro del cosmos proustiano, nos permite desandar un tanto esos azarosos resortes que se juntarían en la excelsa maquinaria de En busca del tiempo perdido, y acompañar junto a su autor, las fortunas y despojos en la gestación de un obra, como esas flores que lanzadas a la sal fermentan su naturaleza en joyas luminosas, que le ha trascendido y forma coro, en su propia luz, dentro de la herencia literaria universal.
Premio Celestino de Cuentos 2022 para Katherine Perzant
La obra “Las mujeres que no amaban a los hombres” de la holguinera Katerine Perzant fue galardonada este sábado con el Premio Celestino de Cuentos, certamen literario que auspicia cada año Ediciones La Luz, sello de la Asociación Hermanos Saíz en la provincia de Holguín junto a los jóvenes miembros de la sección de Literatura.
El jurado integrado por el reconocido ensayista Alberto Garrandés, la joven escritora Elaine Vilar Madruga, una de las ganadoras del Celestino, y el editor holguinero Adalberto Santos, quien tiene a su cuidado esta colección valoraron en esta oportunidad unos 29 cuadernos inéditos de jóvenes autores representantes de la mayor parte de las provincias de Cuba.
Los evaluadores coincidieron que en “Las mujeres que no amaban a los hombres» más allá de la sugerencia de reorganizar los textos destacó la facturación del tipo de escritura que este libro defiende a través de una voz de elegante sobriedad que pone en práctica con cierto extrañamiento un mundo propio, cuyos personajes buscan explorar sin miedo su paisaje interior y hacer de la existencia cotidiana un territorio para la aventura del conocimiento.
Además de la posibilidad de ver su texto publicado al amparo de “La Luz”, Katerine Perzant recibió el correspondiente diploma acreditativo así como una obra original del maestro de las artes plásticas Cosme Proenza, asiduo colaborador del certamen.
Sobre el texto ganador, la autora explicó a la prensa que el volumen recoge unos 10 relatos en los que se habla de desamor asi como de las angustias de su generación, cuentos que escribió entre sus 20 y 25 años y reescribió en tiempos de pandemia, labor a la cual le presta especial interés.
Significó su orgullo por obtener el Premio Celestino que otorga Ediciones La Luz, sello al que la une muchos afectos y ganarlo a diferencia de otros fue también una oportunidad de regresar a «casa», pues natural de Velazco muy cerca del poblado de Aguas Claras donde naciera Reynaldo Arenas tiene -justamente- en el Celestino su personaje literario favorito.
Asimismo se conoció que el cuaderno «Caras largas, huesos cansados” mereció Mención dado su doble sensibilidad, tanto en la prosa como en los personajes, en los que se evidencia cierta prudencia pero sin renunciar a la emoción ya que es moldeada en un tono que se torna tan diáfana como eficaz.
Como antesala de la ceremonia de entrega, desde el propio salón Abrirse las Constelaciones se presentó de la colección Celestino de Cuentos, el volumen “Las fauces”, de Lourdes Mazorra, Premio 2019, el cual presentado por Adalberto Santos apuntó constituye una propuesta encaminada a la exploración interior, cuya prosa queda envuelta en una grumosa incertidumbre que la declara silenciosa y espectadora.
Mientras que de Robert Ráez se presentó «Bustrophilia», texto que de acuerdo con Miguel Montero entra con audacia a la escena literaria y lo hace a través de una arquitectura linguistica suigéneris. Ráez agradeció al colectivo editorial por el empeño y leyó un fragmento que practicamente impulsó al auditorio escaleras abajo para adquirirlo de inmediato en la libreria Celestino, en la propia sede de la editorial.
Dedicado a los 110 años del controversial y fascinante escritor cubano Virgilio Piñera, el Celestino de Cuentos que ya dejó abierta la convocatoria para su próxima edición en 2023 desarrolló un amplio programa de actividades desde el 15 de junio último entre las que se incluyó exposiciones, conversatorios, lecturas y novedades editoriales.
Crónica de un ritual masturbatorio
Reseña narrativa al libro de cuentos para adultos Sexo chatarra, de María Liliana Celorrio
Me acerqué con ganas y descubrí su texto. Pasaron años y siempre que limpiaba el librero releía, releía entre otras cosas, a veces inevitables. Té con limón, así tuvieron la gracia de llamar Dulce María Sotolongo y Amir Valle a aquella compilación que tanto dio de hablar en el gremio y que descubrí a muy temprana edad, en mi precoz adolescencia, cuando nadie estaba pendiente de lo que devoraba en materia de cine o literatura, y menos mal que así fue. Ella, que describió a sus amantes, los reales, los imaginarios, los que idealizaba tal cual sus gustos, me los fue presentando uno a uno en aquel relato contenido en dicha antología, antesala de la revisitación por la que, como íntima amiga, me haría partícipe ahora en Sexo chatarra. Dedico estos cuentos a sus protagonistas: mis amantes. A los que vendrán, los espero en el próximo libro. Quedó claro desde la dedicatoria, la cual me remontó enseguida a todas esas ocasiones en las que leí Mujer cómica mirando fotos de hombres.
Ediciones La Luz hizo alardes ante la publicación de este libro en 2019, y no es para menos; como todos los ejemplares de este sello, el resultado es admirable en cuanto a formato, estética y por supuesto, de más está decir, calidad literaria. Y fue justo de ese modo cuando me lo topé en las redes, deseando desde entonces poder tenerlo en mis manos para degustar su lectura plácidamente, como los anteriores volúmenes de la autora de Mujeres en la cervecera y Las Hijas de Sade, entre no pocos otros títulos. Dos años de tortuosa pandemia demoraron los encuentros de Ferias, la posibilidad de ir a por él y mientras tanto de vez en cuando me saltaban en Facebook las imágenes de Sexo chatarra en manos de colegas holguineros. Pero como decía mi abuela, quien de paso digo, bien pudo haber sido protagonista de alguno de estos textos, “nada llega con más placer que cuando no se espera”. Estuve entonces invitada a la Feria Internacional del Libro de La Habana y allí, en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, sentada justo a su lado, compartí con María Liliana Celorrio, autora de este compendio de cuentos, tan despojado de formalismos innecesarios y hermetismos insípidos. Maikel Rodríguez Calviño hizo de la presentación una fiesta y mientras yo, tuve una especie de deja vú en la que me invadieron sensaciones conocidas provocadas por la fuerza de la literatura celorriana.
Llegué al libro, y como a todo espacio de confort que habito, dediqué tiempo a cada esquina. Conversé un poco con la Liliana en la foto de contraportada, como evocándola aquella mañana de presentación, o en el salón de espera de la terminal de La Habana años atrás, cuando se despedía de Julian, compañero de aquel año en el Onelio donde nunca tuve claro que era hijo de quien se convertiría en una de mis autoras de cabecera. Allí tuve el placer de conocerla en persona, y por extasiarme casi pierdo el viaje a Pinar, rumbo a una expedición. Mariela Varona, otra de las mujeres en mi lista, me dijo: La voz narrativa de María Liliana Celorrio es una tromba de mar. Nadie puede quedar inerme ante la marea de palabras que trae a nuestra orilla. Sus historias sacuden cada rincón de lo prohibido, de lo que no debe mencionarse. El erotismo y sus pulsaciones, la repercusión de la conducta privada en lo social, la violencia doméstica y varias estratagemas para llenar las carencias afectivas, se mezclan en este libro con otras obsesiones de la autora. Sus personajes retozan o sufren con una pasión que parece inabarcable. Aquí hay cuentos que pueden hacer reír y llorar al mismo tiempo. Y el lienzo dorado con pespuntes negros de su fibra poética los convierte en piezas para redecorar. Por su desenfado, Gertrude Stein los hubiese llamado relatos inaccrochables como los del joven Hemingway. Porque son tan auténticos y honestos como la mismísima naturaleza, como trombas marinas y también como flujo y reflujo de olas mansas en nuestra conciencia. Así son estos cuentos de la Celorrio, donde hay sexo chatarra y crímenes perfectos contados con el oficio y la potencia que sus lectores necesitan. Entonces, sucumbí ante el poder embriagador de esta narrativa, donde cuento a cuento me acompañaron situaciones un tanto místicas que solo hicieron más orgásmica su lectura.
Luego del primer día de Feria en la capital, reencontré a una coterránea con la que compartiera algunos años antes en un evento literario. Juntas nos fuimos a la Casa de la Poesía donde un programa bastante interesante esperaba por nosotras. Ese día hablamos de Sexo chatarra y compró dos ejemplares: uno para ella y otro para su novia. Varias veces comenzamos a leer La besadora, ¡que ganas de leer teníamos!, pero la adrenalina de tantos libros, lecturas, presentaciones, vida nocturna, nos desvirtuaban de llegar a él con la concentración necesaria. Pero un día, luego del almuerzo, tirada sobre el sofá de su cuarto, mientras el frescor de la tarde entraba por el portal abierto hacia el Capitolio, logré ver en el libro cómo se besaba con extraños, y sentí ganas de ir a sentarme en un parque y comenzar a escudriñar. Fue inevitable pensar en Liliana, acechante en las sobras de un banco. Luego supe que mi amiga había podido ya, más calmada, comenzar a leerlo y presa, ahora no podía parar. Vamos a… había escuchado en boca de su propia autora, vamos a… se enredaba el Coralillo del Sexo chatarra de la Celorrio, mientras la escuchábamos en la presentación y no pocos desde sus asientos cambiaron de color. Vamos a… palabras mágicas que entraban por su oído y se dormían en el pabellón de su oreja para después despertarle los pulsos. Los poros recibían una lluvia y la piel se estiraba y por una extraña reacción química se volvía resplandeciente… Vamos a singar… Pero este no es un libro sobre sexo, no es literatura netamente erótica que existe para removernos la libido, no, hay un equilibrio magistral entre los textos, que inicia con La cadena de oro. Confieso que tuve que releer el cuento más de dos veces para sentir que su esencia me envolvía, en ese afán de sentirme abrazada por lo que ansío. El surrealismo en el relato es notable y nunca pude imaginar que semejante mezcla fuese a albergarse entre las páginas de este tomo. También lo lírico de su autora toma partido y resaltándolo con bolígrafo encerré entre corchetes gigantes el siguiente párrafo: Aprendió a escribir poemas por la revelación de un poeta que profesaba la idea de que la poesía debía nacer naturalmente como las hojas de los árboles, si no, sería cadáver o farsa. Escribía lo que bajaba de su corazón hasta su mano, deprisa, palabras como tiernos brotes que después se desparramaban en cuadernos, cajas de cigarrillos o servilletas.
—A mí me gustan los negros. Siempre me han gustado.
Todas la miramos. No pasaba de ser la mujer correcta, sesenta y tantos años, casi anodina.
—Los negros no huelen bien. Cuando se “calientan” huelen a petróleo quemado.
Ahora fue ella la que nos miró, no fue una mirada común, tenía un leve destello de sabiduría y yo no quería pasar de algo así. (…)
Así se asoma narrando la protagonista del cuento que da título al libro y la naturalidad del discurso es rotunda, presta para que de pronto te asalten las ganas de gritar a todo pulmón: “a mí también me gustan”, confieso, aunque tampoco sea muy ducha del góspel ni el blues, ni haya leído a Toni Morrison. Va entonces uno, descubriendo ya en éste, el tercer relato del libro, la armonía narrativa de la que les hablaba y me es tan familiar que sonrío, pues, eso mismo intento en mis libros cuando armo un cuaderno, intercalar las intensidades de los textos con el fin de que no haya saturación posible al lector. Un grupo de mujeres conversan hasta que dos amigas quedan solas y establecen un diálogo coloquial sobre los negros y sus bondades. —Pero tú tan blanquita, ¿Cómo fuiste a empatarte con un niche? (…) En resumidas cuenta lo que tenías no eran penas de amor, sino fuego uterino, hambre de sexo chatarra. (…)
El confort, lo digerible y ameno de la lectura te hacen eco de ese acto de antropofagia amorosa y la escuchas decir desde cerquita mientras llena de pasión se saborea los labios y sonríe: musitaba una oración cuando estaba eyaculando dentro de mí, yo sentía sus espasmos, su semen limpiándome toda la hojarasca, llenándome de cauces y riachuelos y entonces comprendí el poema de Emilio Ballagas, la sandunga de Lorca, la voz pastosa de Carbonrell, me entró un patriotismo extraño porque descubrí mi identidad en un instante y en ese instante besé la memoria de Fernando Ortiz. Dicen que el amor es la causa perdida entre el sexo y la risa, pero descubres lo antagónico de la frase hacia el final de este cuento, pese a su desgracia no podrás evitar reír.
El perfecto sexo vs sexo chatarra o la vida es una reverenda mierda…
Deus ex machina se me antoja real y maravilloso y por momentos viajo al Reino de este mundo y Carpentier se me asoma entre líneas, no sé, quizá sea solo producto de mis aberraciones makandelianas. En Ensarta de pescados tuve que detenerme y respirar profundo. Es innegable la relación de Liliana con el mar, lo lleva en los genes y en los últimos tiempos yo también he sido adoptada por él; ¿será acaso una estrategia? ¿Nos colecciona? Marcela se había reconciliado con el mar y soñaba mudarse para la costa con su perro Gandalf. La casa de madera estaría cerca del agua y ella podría corretear con el perro al amanecer y verlo saltar y morder la espuma, a los extraños, esa felicidad no tendría comparación, oír el chirrido de las gaviotas y el sonido del océano grande y macilento, verde u oscuro, con caracolas y pedazos de conchas partidas (…)
Detalla esa escena, ¿acaso no eres capaz de sentir el olor a mar, la brisa golpearte el rostro al punto de saberte ahí, saludando a quien pase, como si llevaras toda la vida postrada en la arena? Conforme avanzas en la historia las ganas no se quedarán solo a la sombra acechante mientras te revuelcas a su par sobre el camastro, en el fervor del ritual masturbatorio que un extraño invade, su placer tenía que ver con el silencio, el ruido del mar por la madrugada como si se hubiera vaciado de toda podredumbre y en el agua solo quedaran relámpagos de bondad.
El desamor también tiene cabida en estas páginas ante La soprano del vestido rojo. Nunca quedamos inerves ante tal sentimiento. The mamadas and the papis llega casi hacia la mitad del libro una vez más con la intención de mezclarnos sensaciones y al final, sin darnos cuenta reímos macabramente, sintiendo que somos culpables al recordar “mil maneras de morir”. Un texto fresco, necesario e ingenioso en el libro, como todos. Lamento griego hace un stop para que tengamos tiempo a reposar antes del Mirahuecos, amante con fatídico desenlace como aquel comprador de cuadros de mamadas… Confundida llegué a pensar en él, a cogerle cariño. A esperar que dejara más flores sobre su cama la mañana siguiente, como anunciando el regreso a la ventana cuando se hiciese de noche. Al principio el morbo embriaga con fuerza, pero luego el pulso narrativo de Celorrio convida y bastarán tres páginas para querer uno igual para ti. Tranquilas aguas te anudará el pecho. Deberás cerrar el libro de un tirón y mecer el balance con la intención de acomodarte dentro el vaivén las emociones. Y volverás a mecerlo, quizá con más fuerza Bajo las frondas.
A mi manera, en el menú, es como la especialidad de la casa, oasis donde convergen las intencionalidades del libro. Un recorrido donde los gustos musicales de la autora encierran la provocación que traen las canciones y músicos a las que hace referencia. Siendo el texto más largo de Sexo chatarra el cual transitarás sin reparos, bien cabe extasiarse en Caetano, Gal y María Bethania. Fue inevitable no sentirme cómplice ante tales conclusiones y divertida ver cómo se ponían rojos mis mofletes ante la cara de madre, que abanicaba su angustia una tarde de apagón. A veces me gustaba tener monilias, porque eran exquisitas para masturbarse, no así para templar porque inmediatamente pensaba en enfermedades venéreas y era mejor ponerse los óvulos (…) Recordé que mi amiga había puesto este mismo fragmento días antes en sus estados de WhatsApp alegando las geniales ocurrencias de Liliana. Sin duda alguna ya se había devorado el libro.
Sexo chatarra: las provocaciones de María
El hijo del sol tuvo la gracia de llenarme de ternura, de ganas. Me encantan los hombres con el pelo largo, y aquí, no solo tiene una trenza infinita, sino que lleva el color de la tierra árida de Centro América, sus antepasados tatuados en el alma y la convicción de amar una sola vez. Tiene que haber tenido todo el propósito su autora para quizá derretirnos, más allá de comprender a la protagonista con sus ansias de contaminar la inocencia de un hombre. Cuando lo vi, un poncho multicolor escondía su espalda maciza y su sexo morado, por eso del cuento de los aborígenes. Era del cantón de los Saraguro y hablaba quechua. Tocaba una flauta que llamaba dulce y dijo se llamaba Inti Yupanqui y que su nombre significaba hijo del sol, yo imaginaba su pelo suelto sobre mis senos, aspirando subrepticiamente su olor de hombre primigenio.
La homogeneidad del libro es indisoluble y así se transita entre Traspolación (menos intensidad), Mentiras piadosas (más intensidad) otra vez entre mujeres agobiadas por la inopia de los amores; Máscaras y Los perfectos crímenes del corazón, enlazados precisamente por las pasiones malditas, terminan de entretejer junto a Diario la diversidad temática que aborda este volumen, eco poderoso de todas nuestras voces juntas: Aún puedo respirar. Soy Borka, la reina del África. El monzón del Sur. La piedra del camino. INVENCIBLE…
Así se sienten mis manos luego del peregrinaje…
¿Quieres ser escritor?: Escribe
Entrevista a Náthaly Hernández Chávez
Por experiencia propia, puedo decir que El Taller de Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción “Espacio Abierto” o EA, como lo conocen muchos, es una gran familia que abarca toda Cuba. Esa fue la principal razón que me llevó conocer a la joven escritora matancera Náthaly Hernández Chávez, a quien conocí por uno de sus seudónimos: Náthaly Vega. Podría comenzar a enumerar sus premios y títulos, pero creo que nada de eso es más importante que el público conozca su obra, tanto la literaria como la personal.
Náthaly, se dice que lo que el escritor lee, sus conocimientos y sus vivencias influyen en su obra. Tú eres Licenciada en Periodismo de profesión, te desempeñas como profesora en la Universidad de Matanzas y al mismo tiempo como promotora en Ediciones Aldabón. ¿Han influenciado tu profesión y el trabajo de promoción en tu obra?
A mi profesión de periodista le debo el que me acostumbrara a escribir regular, disciplinadamente y para otros. Comenzar la carrera de periodismo y unirme a mi primer taller literario provocó que tuviese acceso a literatura especializada y pudiera ampliar mis horizontes intelectuales. Me aportó, además, una seguridad para escribir que no logré antes; cuando ser escritora no era más que un sueño de la infancia, en apariencia imposible. De mi quehacer literario devuelvo al periodismo por las vías de la enseñanza: de las asignaturas que imparto en la Universidad de Matanzas, mi favorita es Técnica y estilística narrativa. Incontables técnicas de la ficción me han ayudado a la ahora de enseñar osugerir distintas maneras de pensar y escribir el periodismo.
La promoción me ha servido para sensibilizarme más con los procesos de producción y venta de un libro. La mayoría de los autores se mantienen ajenos de tales procesos y le pierden la pista a su libro una vez publicado. Yo he tenido suerte de poder interactuar con las personas que los editan, encuadernan, presentan y los venden. Tal experiencia me hace agradecerles y apreciarlos. Son pequeños héroes anónimos que hacen posible que el libro llegue a manos del público. Ser promotora me ha ayudado a acercarme más a otros autores de mi generación, compartir con ellos la experiencia de publicación de sus primeros libros, sentirme feliz de sus éxitos como si fuesen míos. Es un trabajo para quienes aman la literatura.
Eres miembro de los talleres de literatura Cintio Vitier, Grafómanos y Espacio Abierto. Cuéntanos un poco de qué representan o han representado estos talleres en tu crecimiento como persona y escritora.
Los talleres han sido vitales para convertirme en escritora. Sin ellos no hubiese llegado tan lejos. A diferencia de muchos que escriben durante años hasta dar con un tutor literario o un taller que los ayude a pulirse, yo no había escrito más que poemas aislados antes de entrar a mi primer taller. Nunca había plasmado las ideas que tenía, apenas si podía empezar a darles forma. En el Cintio Vitier me volví poeta de verdad. Los Grafómanos fueron la continuación de un proceso donde, junto con otros jóvenes veteranos del taller, pasamos a hacernos responsables de nuestra escritura en un doble papel de aprendices y de consejeros para los novísimos que se unieron. Ser miembro del Taller Espacio Abierto es también una de las mejores cosas que me ha pasado como autora, me permitió encaminarme en la CF y F., lograr seguridad para escribir cuentos largos y crecer mucho. Les estoy muy agradecida a los tres talleres y a sus coordinadores, por lo mucho que me han ayudado y ayudan a crecer.
En una visita que hice a Matanzas (cuando nos conocimos en persona) pude ir a la sede de Grafómanos en Aldabón y me encantó lo que hicieron con el local. Háblanos de los proyectos que tienen planificado ustedes los escritores para ese espacio. Tengo entendido que fueron ustedes los impulsores de ese espacio.
El principal impulsor de este espacio fue y es su actual coordinador, Daniel Cruz Bermúdez; él se hizo cargo de la editorial hace años cuando estaba cerca de ser desintegrada. Se iba a refundar una nueva cuando las condiciones fueran más propicias. Daniel asumió ese barco casi naufragado y trabajó de forma incansable, gestionando medios con la AHS de Matanzas y reconstruyendo el local que esta proporcionó, contratando buenos editores y diseñadores, fundando el Premio Aldabón, haciendo énfasis en la promoción y la venta. Hoy este espacio es una editorial con librería, taller gráfico y sala de conferencias, sede oficial de Los Grafómanos y lugar de referencia para todos los jóvenes y no tan jóvenes de Matanzas. En un futuro esperamos tener también un café literario. El espacio es reducido, pero se aprovecha al máximo. A los miembros del Taller nos ha servido mucho la sede de Aldabón. Cerró la época en que éramos gitanos y deambulábamos en busca de un lugar para tallerear nuestros textos con tranquilidad. La editorial se convirtió además en nuestro principal apoyo, dispuesta a publicar el primer libro de los miembros del taller si este libro tiene la calidad suficiente. Ese es el mayor voto de confianza a Los Grafómanos: la mayoría de mi generación cercana ha publicado o publicará en algún momento su primer libro en Aldabón, confiada en la calidad del producto final y en que se harán todos los esfuerzos por promocionarlo.
Has ganado varios concursos en poesía, ensayo y cuento tanto de realismo como de ciencia ficción. O sea, escribes todos esos géneros… que sepamos. ¿Has incursionado en otros géneros literarios, como el teatro, la novela o la literatura infantil, por ejemplo?
No, no he incursionado en ellos. Me interesaría en un futuro acercarme a la literatura infantil, pero quiero hacerlo como lo hice con la CF y F, buscar algún taller especializado o alguien que me guíe en ese aspecto. El infantil tiene sus formas, códigos, temas y características individuales que me parece necesario conocer o al menos familiarizarme antes de intentarlo.
¿Qué géneros literarios prefieres leer y cuáles o cuál escribir? ¿Cuál género o tema nunca escribirías?
En cuanto a géneros literarios soy bastante abierta. Leo casi todo excepto literatura rosa-erótica y terror, que son los que jamás escribiría. Tampoco me veo escribiendo realismo sucio, aunque sí lo leo ocasionalmente. Disfruto escribir tanto el cuento como la poesía. No sé si algún día lograré escribir una novela. Mi lejanía y falta de formación con el teatro hace muy improbable que alguna vez lo escriba; en cuanto a la crítica y el ensayo los respeto demasiado para ejercerlos más que de forma especial, solo cuando estoy muy segura del tema: son géneros que llevan un conocimiento y una formación profundos.
Constantemente leo poesía. Es como la música, si paso par de días sin leer un poema o escuchar música me siento extraña. En el pasado fui de leer muchas novelas, pero actualmente y debido a la falta de tiempo me inclino más por leer cuentos, tanto de realismo como de CF y Fantasía. Sin embargo, cuando puedo leo alguna novela histórica, de CF, fantasía o de realismo de un autor clásico. De vez en cuando leo literatura infantil –sobre todo la relacionada a mi trabajo de promoción– y me gustan las obras del teatro clásico griego, las de Shakespeare y G.B. Shaw. Leer muchos géneros es la causa directa de que me aventure en varios a la vez, porque uno escribe según lee. Me gusta cuando termino un libro o saga buscar otro de estilo o género distinto; mantiene activo al cerebro y es una de las razones por las que nunca me aburro: leer varios géneros es como estar frente a una variada mesa buffet que sabes nunca se agotará.
Te he visto y escuchado en varios espacios virtuales de la AHS y Ediciones Aldabón, como Colección La Brevedad, cápsulas en las jornadas del Premio Celestino de cuentos de Ediciones La Luz, y en Ivoox. Háblame de esas experiencias. ¿Qué te parecen estas alternativas realizadas por la pandemia? Luego de que superemos la pandemia y volvamos a los encuentros presenciales, ¿crees que desaparecerán estos espacios?
Estos espacios son muy beneficiosos a la hora de vencer las barreras espaciales. Durante años autores de Cuba (en especial los alejados de la capital, que es el lugar donde se hacen en mayor número) se han visto limitados a participar en eventos que se desarrollan en todos los lugares del país por una cuestión de logística. Ahora estas alternativas permiten una mayor participación sin apenas costo para quienes convocan los eventos. Aunque nada supera a la presencia física, la virtualidad permite mayor promoción y representación de los autores. Mi experiencia ha sido provechosa en estos: he interactuado con personas interesantes de todo el país, me ha servido para aprender, he dado a conocer mi obra y conocido la obra de muchos otros jóvenes –y no tan jóvenes- de gran talento. Soy partidaria de conservar tanto lo presencial como lo virtual; no cambiar unos por otros, sino imbricarlos, que se enriquezcan mutuamente.
¿Qué otras iniciativas conoces que se hayan realizado y en cuáles participas o participaste? ¿Cuál te parece más interesante y por qué?
Tengo varias en mente. Una que se me ocurre ahora es la de las Romerías virtuales. Para mí, que jamás he podido asistir a las Romerías en persona, fue la oportunidad de participar de algún modo. Lo mismo ocurre con la peña Contar con la luz, en su versión de chat de Telegram, donde he podido leer textos de jóvenes de toda la Isla e incluso pude conocer a Ana G. Ramos, la ganadora del David de Poesía de este año. Ya que ninguna pudo estar en la premiación debido a la pandemia, al menos pudimos coincidir, hablarnos e intercambiar nuestros libros en formato digital.
¿Cómo ha sido tu experiencia con la AHS de Matanzas y con Ediciones Aldabón? ¿Cuáles crees que sean sus puntos fuertes y débiles para con los escritores?
Ha sido una experiencia buena en general. Cuando varios de mis compañeros del “Cintio Vitier” nos unimos a la AHS, había solo un par de miembros de la sección de Literatura. Nuestro grupo vino a revitalizar esta sección. No se logró de la noche a la mañana, pero poco a poco nos hemos acoplado. Con Aldabón la experiencia ha sido muy buena. El rescate de la editorial por parte de quienes la asumieron, también demoró su tiempo; pero en pocos años se han visto los logros, y no es un trabajo terminado porque siempre está en constante mejora.
En este último año y medio la AHS en Matanzas no se ha dejado amilanar por las restricciones de la pandemia y sigue promocionando la obra de sus asociados a través de espacios virtuales y cápsulas de video promocionales que incluyeron tanto a narradores como a poetas. En ocasiones falta un poco de organización a la hora de concretar proyectos con la sección, donde ambas partes pongan de su parte; o de integrar nuestra sección en proyectos conjuntos con las otras, pero hay también muchos deseos de hacer y de hacerlo cada vez mejor, que es lo importante.
Eres promotora de la Editorial Aldabón. Sin embargo, para nadie es un secreto que, en Cuba, y sobre todo en las editoriales, la promoción es casi nula y cuando menos, muy ineficiente. ¿Qué crees de esta afirmación y por qué crees que se afirme esto? ¿Cuál sería el fallo? ¿Cuál sería la (o una) solución?
La promoción lleva rato siendo una deficiencia. En ocasiones cuesta hacer llegar los libros más allá del círculo de lectores habituales que asisten a las presentaciones y las tertulias literarias. Para ser promotor cultural, lo primario no es solo conocer las cuestiones técnicas de la profesión, también está en conocer y que te importe aquello que promueves. Mucha gente lo ejerce como un trabajo más, pero para que funcione tienes que estar comprometido con ello. No significa que para ser promotor halla que ser escritor/editor, pero sí tener nociones básicas y un interés genuino por la literatura. Cuando menciono a promotores, incluyo a los vendedores de libros estatales y particulares, quienes en ocasiones muestran un total desentendimiento de la literatura y apenas pueden orientar al lector-comprador. Pero no toda la responsabilidad recae en los promotores, sino también en las instituciones que muchas veces dejan la promoción en el fondo de sus prioridades y le destinan recursos insuficientes.
En el caso de la literatura hay un producto que ofrecer a la hora de promocionar a un autor y este es el libro. Incluso con los aquellos que, aunque no tengan publicaciones propias, pueden verse incluidos en selecciones y antologías. Una de las fallas actuales y algo en lo que se debe trabajar, es la cuestión económica. La editorial, la institución y el promotor tienen que querer vender el libro. Si es infantil, presentarlo en escuelas o actividades infantiles; si es narrativa o poesía para adultos, presentarlo en tertulias culturales o llevarlo a eventos en empresas y lugares donde pueda haber un público adulto; si es teatro, venderlo a la salida de una sala de teatro o cerca de una representación callejera.
Hay que buscar alternativas y ser creativos. Una solución es crear y conseguir respaldo económico e institucional para campañas de lectura y promoción literaria bien organizadas y con metas concretas que puedan lograrse según el o los medios que se utilicen. En el caso de Aldabón, nos hemos apoyado en reseñas y noticias a través de Facebook y otras redes, pero sobre todo en la radio provincial de Matanzas, haciendo reseñas semanales de un libro de nuestra editorial o del resto de las editoriales matanceras, libros que están a la venta en la librería adjunta a la sede de Aldabón. La radio es un espacio maravilloso, te permite llegar a un público muy amplio, nos alegra cada vez que alguien llega a la librería a preguntar por un libro que oyó mencionar por la radio, significa que la promoción dio resultado.
En los últimos años, varios jóvenes escritores matanceros han ganado importantes premios nacionales e internacionales, han publicado libros y/o participado en diversos proyectos y espacios literarios de Ciencia Ficción y Fantasía. Ejemplo de esto son, por solo mencionar dos, Raúl Piad Ríos y Marien Cabrera, a quienes conocemos muy bien. Tú también formas parte de esta lista. ¿Qué ha cambiado o sucedido en Matanzas que, de prácticamente desaparecer del mapa literario en Cuba hace cinco años, ahora muestra una gran cantera de escritores? ¿Por qué, sobre todo, escritores de Ciencia Ficción y Fantasía?
Es cierto que antes de que mi generación comenzara a despuntar en Matanzas hubo un vacío generacional, con autores muy aislados, remanentes de los que emigraron o cambiaron de profesión. En condiciones normales una generación da paso a la otra, pero el ciclo estaba interrumpido. Lo que ayudó a recomenzarlo fueron los talleres literarios. Entre ellos el más fuerte fue el Cintio Vitier, conducido por Yanira Marimón. Antes de este taller, varios de mis compañeros estaban avanzados, habían asistido a otros talleres más irregulares en cuanto a tiempo de duración y seriedad. Para otros como yo, esta fue nuestra primera escuela. Ya fuera para los del primer caso como para los del segundo, el Cintio Vitier ayudó a unirnos y consolidarnos como un grupo, al punto de que una vez nos sentimos “graduados” del taller decidimos crear uno propio solo para jóvenes que fueran en serio (al Cintio Vitier asistían personas de todas las edades y algunos asumían la escritura como pasatiempo). Resultado de esto son Los Grafómanos, que está abierto para los de nuestra edad y también para los de la generación siguiente, en el recomienzo de nuevos ciclos.
Creo que ahora hay más escritores de CF/F que nunca en toda Cuba, y Matanzas no está ajena a este fenómeno. El libro digital y la informatización de la sociedad han contribuido a que se lea más ambos géneros, a que se tenga acceso a centenares de libros clásicos, pero sobre todo de contemporáneos. La CF y F todavía son recientes en Cuba, comparadas con los otros géneros, y es natural que atraigan a los más jóvenes por sus contenidos y posibilidades creativas. Ambos son muy llamativos para el grupo de novísimos narradores matanceros que rondan los veinte años, quienes aparte de la literatura también se les acercan mediante el anime, los videojuegos y el cine.
¿Qué crees de la Ciencia Ficción y Fantasía que se ha hecho y hace en Cuba? ¿Cómo ves el futuro de la CF y F para la post pandemia?
Desde que Oscar Hurtado introdujera el género en Cuba se ha contado con figuras puntuales, pocos autores en comparación con los de otros géneros. Estos pioneros fueron muy incomprendidos y son los que labraron un camino a través de las editoriales y el gusto popular. En las últimas décadas el número de autores va en ascenso. Actualmente coinciden veteranos de la CF y la F, autores maduros, y jóvenes promesas, por lo que creo que es uno de sus momentos más interesantes y mejores en Cuba. El futuro de la CF y F post-pandemia me parece muy esperanzador, el género tiene menos de un siglo escribiéndose en el país y sin embargo cada vez este cuenta con mayor difusión y aceptación sin llegar aún a ser un género de consumo masivo, como ocurre en otros países. La CF enseña que el futuro puede ser ¿pronosticable?, la fantasía muestra que puede ser imprevisible. Solo nos queda esperar para verlo con nuestros propios ojos. Me parece que, aunque la CF y F sufran sus normales altibajos en algunos períodos, la dirección va en un constante hacia arriba y adelante, en dirección a las estrellas.
En tu experiencia como miembro virtual (hasta el momento) de Espacio Abierto, te hemos visto como promotora de la literatura y muy participativa en las actividades del taller. ¿Qué piensas de este taller? ¿Cuáles crees que son sus puntos fuertes y débiles? o ¿qué deberían mantener y qué mejorar?
Me parece que Espacio Abierto es un proyecto muy especial, del tipo que generan cambios reales y perdurables. Algunos de sus miembros se han mantenido desde el principio, otros siguieron rumbos propios, otros nos incorporamos después, algunos incluso pasaron al nivel de meros miembros a volverse coordinadores (Tú, Abel, eres un buen ejemplo). En sus épocas difíciles se mantuvo solo gracias a la dedicación de unos pocos y si ahora está en momento tan bueno es gracias a aquellos que lo sostuvieron durante los malos. Todas estas experiencias acumuladas lo convierten en más que una escuela, en una familia.
Sus puntos fuertes están en lo abiertos que son, como el nombre lo indica. Cualquiera que demuestre un serio interés en la literatura de CF y F. puede unirse. También en el nivel de profesionalidad y diversificación; la primera a la hora de corregir y comentar los textos que se leen en el taller, la segunda en los ejercicios individuales y conjuntos, los retos constantes y en cómo se desarrolla la vida del Taller en general. Los puntos débiles en su mayoría escapan de la mano de sus coordinadores: tener más apoyo y respaldo económico, condiciones para que el evento teórico cuente con una sede específica, recursos, etc. Constantemente los coordinadores deben disponer de sus propios medios para sostener el evento, algo abusivo para ellos si consideramos cuánto trabajo hacen de por sí. Con más recursos se les podría aligerar la carga e incluso se podrían generar más encuentros, conferencias y toda clase de actividades en que pudiéramos incluirnos de forma presencial autores de toda Cuba. Pero bueno, con los medios actuales se ha hecho lo mejor posible, y es muchísimo.
¿Cuáles son tus influencias en la literatura? Autores, libros, etc.
Mis influencias en la literatura han sido en los inicios causa del azar. Siempre fui de leer todo lo que me cayera en la mano, fuera adecuado a mi edad o no. Los libros que primero recuerdo son una mezcolanza entre Julio Verne, Salgari, Oscar Wilde, Edgar Alan Poe y Gabriel García Márquez; con libros infanto-juveniles como Corazón, El principito, La edad de oro y La noche. Desde siempre he sido entusiasta de la mitología y las leyendas de todo el mundo. Me encanta la historia y la fantasía, todavía hoy me entretengo en traducir metáforas o buscar puntos de contacto entre los mitos. Leía por etapas, en una época me daba por los novelistas europeos de entre el siglo XVII y el XIX; en otra época por los norte y latinoamericanos del siglo XX; en otra por la poesía hispanoamericana; en otra por la poesía asiática o por la árabe, y así sucesivamente. Mucho de esto dependía de un acceso escaso y arbitrario. Muchas veces releía los mismos libros por no tener nuevos, pero desde que tuve medios para leer en digital literalmente se me abrió el mundo y he recuperado el tiempo perdido en cuanto a lecturas.
Me han impactado, más que influenciado (creo) narradores del realismo como Alejandro Dumas, Hesse, Dostoievski, Wilde, Hemingway, Faulkner, Carson McCuller, Fitzgerald, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Quiroga, O Henry y Robert Graves. Narradores de ciencia ficción y fantasía como Verne, R.L. Stevenson, Asimov, Poe, Heinlein, Phillip K. Dick, Orson Scott Card, Úrsula K. Le Guin, Tolkien, Terry Pratchet y G.R.R Martin. Poetas como Rilke, Baudelaire, Kavafis, Tagore, Omar Khayyam, Pessoa, T. S. Eliot, Keats, Whitman, Ezra Pound, Yeats, Miguel Hernández, Cintio Vitier, Delfín Prats, Dulce María Loynaz y José Martí.
Aunque no tengo autor favorito les tengo un cariño muy especial a Shakespeare, a Borges y Bradbury. Considero a Ray Bradbury mi Maestro literario, ese con el que un escritor se siente identificado, que le marca el estilo de por vida, el mismo que me desesperé por encontrar durante años hasta que llegó a mí de forma casual. No he leído nada suyo que no me encante. Lo que más me une a estos autores es la total admiración por su obra; y, en el caso de Borges y Bradbury, la bibliofilia y el amor al acto de la escritura.
De las voces cubanas actuales que conoces, conocidas o no por el público o crítica, ¿Cuáles de ellas recomiendas?
Me gustan los cuentos de Emerio Medina; los poemas de Luis Manuel Pérez Boitel, Jesús David Curvelo, Sergio García Zamora, Giselle Lucía Navarro y Milho Montenegro; narradores del género fantástico y CF como Carlos Duarte, Álex Padrón, Elaine Vilar Madruga, Malena Salazar Maciá y Raúl Piad. Esto solo por citar. Nuestro país es muy rico en escritores de todos los géneros. En las páginas de la revista digital Korad[ii] he leído textos maravillosos de jóvenes ganadores/ menciones del Oscar Hurtado que aún no tienen libros publicados o tienen solo uno o dos. Si no conociera esta revista digital me los hubiera perdido, ello solo es un ejemplo de la buena literatura que se queda dentro de un círculo pequeño de lectores.
¿Qué libro, o libros, quisieras haber escrito?
La lista es larguísima, incluye casi toda la obra de Borges y Ray Bradbury, el teatro de Shakespeare, los poemarios de Pessoa, Kavafis, Rilke y Ezra Pound, la trilogía de El señor de los anillos de J.R.R Tolkien o La Saga de Ender de Orson Scott Card. De libros específicos pondré solo algunos ejemplos: El tambor de hojalata de Günter Grass, El lobo estepario de Herman Hesse, Hojas de Hierba de Walt Whitman, Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, El corazón es un cazador solitario y Reflejos en un ojo dorado, ambos de Carson McCuller, La tierra baldía de T. S. Eliot, Historias de cronopios y famas de Cortázar, El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, Un mundo feliz de Aldous Huxley o La mano izquierda en la oscuridad, de Úrsula K. Le Guin.
Si te dieran el poder de eliminar un libro, o varios, de la historia ¿cuál sería y por qué?
Para serte sincera, aunque hay libros e incluso géneros que me desagradan, nunca haría uso de ese poder ni me gustaría que nadie lo tuviera. Siendo una fiel seguidora de Bradbury, el creador de Fahrenheit 451, me parece que todos y cada uno de los libros merecen existir. Fueron muestra del pensamiento y el trabajo de alguien, probablemente le gustaron a alguien, aunque solo fuera a quien lo escribió. Lo que hacemos es un reflejo de nuestra vida: la Humanidad mostrándose desde lo sublime hasta lo ridículo. Borrar algo de ese registro sería negarnos a nosotros mismos como un todo.
¿En qué proyectos andas en estos momentos?
Tengo varios a medio hacer, pero no me gusta hablar de ellos hasta que no estén terminados. Por ahora escribo, leo y estudio constantemente; y espero a que salgan mis dos primeros libros: el de poesía, titulado La hora violeta, que debe publicarse por Ediciones Aldabón el próximo año, y el de cuentos que ganó el David, Las azules colinas de Europa. No puedo esperar a tenerlos en mis manos, poder palpar sus portadas, pasar las páginas, abrirlos y cerrarlos, solo para volverlos a abrir. Son ansias de primeriza, supongo.
¿Crees que los premios validen o legitimen a un escritor? Si tu respuesta fuera negativa, entonces, ¿qué legitima o valida al escritor?
Mi respuesta sería sí y no. Es indudable que los premios otorgan validez social, y son un importante medio de promoción. Hasta que no gané el David muchas personas no me conocían; otras sí me conocían, pero no como narradora. No se puede negar la visualidad que otorgan los premios: abren oportunidades y aseguran que la gente se interese por tu obra. Al mismo tiempo, los premios no son todo en cuanto a validez, el lector común y la crítica también tienen mucha voz en esto porque ¿de qué te sirve ganar un concurso si a nadie le gusta cómo escribes? Pocas cosas me hacen tan feliz que el que alguien me comente que le ha gustado un texto mío. Significa que mi trabajo tuvo una utilidad para alguien, que le proporcionó entretenimiento, placer estético, o lo hizo reflexionar. Esa una alegría casi infantil, cálida, luminosa, y es una alegría tanto o más grande como la de ganar un premio.
Si tuvieras que dar cinco o más consejos, o un decálogo, a jóvenes escritores como tú sobre el hermoso oficio de escribir, ¿cuál sería este?
Ocho consejos. No son originales, pero son los que más me han ayudado:
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1- Lee y sigue leyendo. Lee constantemente, pero no lo hagas una obligación. Mantenlo como un placer que además te es productivo. Si lo que lees ahora mismo no te motiva, busca el libro o el género que sí lo haga. Es mejor librarte de los prejuicios y estar abierto a aventurarse con toda clase de géneros literarios. Puede que te lleves algunas sorpresas. Cualquier experiencia aporta conocimiento si sabes aprovecharla.
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2- Mantente activo en acción y en mente. Solo caminar o cualquier otro ejercicio físico sencillo te harán bien tras largas horas sentado(a) en el acto de escribir. Descansar a intervalos gasta tiempo, pero ahorra cansancio. Si mantienes la mente activa tampoco te faltarán ideas. Aprender a diario pequeñas dosis sobre otras manifestaciones del arte, sobre historia, ciencia y cualquier tema de interés, harán que siempre tengas algo sobre lo que pensar, y sí, sobre lo que escribir.
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3- Crea tus propios hábitos de escritura. Casi todos los escritores recomiendan los suyos propios, prueba los que puedas hasta que encuentres aquellos que funcionan para ti: trata, equivócate, cambia, innova. Los resultados varían en cada persona.
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4- Sé paciente y constante. La literatura lleva mucho esfuerzo y durante un tiempo indefinido no se verán los resultados o estos serán magros. Quién se dedique a esta profesión debe tenerlo presente. Pasan años entre el momento en que comienzas a escribir seriamente y el que puedes verte publicado. Es una carrera de resistencia, no de velocidad.
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5- Haz vida literaria. Ir a eventos teóricos, lecturas de poesía, talleres de escritura, peñas y tertulias artístico-literarias, etc., puede enriquecer tu obra y visión de la literatura más cercana en tiempo y espacio. Conocer a escritores consagrados y a jóvenes aspirantes, a editores y promotores, te permite acercarte al mundo editorial y conocer su funcionamiento. Aprenderás de ellos y esa experiencia te será útil para adquirir madurez como autor(a) y a la hora de publicar tus textos.
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6- Ponte metas a la hora de escribir, como una cierta cantidad de palabras o páginas al mes. Ray Bradbury decía que, si escribías un cuento a la semana, al terminar el año tendrías 52, y que era muy difícil escribir 52 cuentos malos seguidos. La práctica te ayudará a pulirte. Eso sí, de lo que escribas no todo será publicable. De 100 poemas, a lo mejor 30 o 50 lo son, con los cuentos o los capítulos de las novelas ocurre igual. Pero es mejor exceso que defecto, en estos casos.
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7-Ten siempre a mano una libreta o un blog de notas, puedes usar incluso un celular o una computadora portátil. Anota cualquier idea, por insignificante que parezca. Lo más probables es que si no las anotes, las olvides después. Describe tu ambiente, conecta ideas que en apariencia no tengan relación. Acostúmbrate también a anotar tus pensamientos e impresiones, o frases dichas por otros, palabras que te llamen la atención o que desconozcas. Todo puede ser el germen de una buena historia.
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8- Lee tus textos con ojo crítico. Reescribe. Autoedita tus textos. Por muy buenas que parezcan las ideas, no se van a escribir solas. Ponte metas, ponte a trabajar. Todo el conocimiento teórico-literario del mundo no te servirá de nada si no lo pones en práctica. Aprendes más creando tu propio estilo que memorizando los de otros. ¿Quieres ser escritor? Escribe.
Nota:
[i] En la foto (de Izquierda a derecha) Marien Cabrera, Raúl Piad Ríos, Náthaly Hernández Chávez, María Elena Heernández y Abel Guelmes Roblejo, Matanzas, Cuba.