Bomba, manana, corazón: diálogo con Jorge Serpa

Desde que llegó a Guantánamo, Jorge Serpa no ha dejado de trabajar. El joven trovador capitalino no solo participa en los espacios y eventos que promueve la Asociación Hermanos Saíz —desde la cual ha propuesto, dada su experiencia, ideas que enriquecen y amplían el radio de acción de los jóvenes creadores—, sino también le caracterizan la disposición, la entrega, el sentido crítico y el desenfado con que interpreta la realidad.

En el «Alto Oriente Cubano» tuvo su primer concierto, encontró «el amor, el talento de muchos artistas, una Casa del Joven Creador con muy buena gestión», se convirtió en papá: hechos por los que pretende seguir nutriéndose de los ritmos y el acervo cultural del territorio, pues su meta no es otra que convertirse en «un buen músico», al que todos reconozcan por su trabajo. «Porque a la larga, refiere, esa es la meta de todos los artistas».

Pero el autor de Qué pasa, Pa’ quí, pa’ llá o Tipo importante, entre otros temas aplaudidos por el público guantanamero, no se inició en la música. Sobre algunas problemáticas relacionadas con su trayectoria nos comenta…

¡Electricista, actor, músico…!

Empecé por el teatro, aunque desde la Primaria cantaba. En Gervasio Cabrera, Politécnico del Cotorro, había una profesora de Español que dirigía un grupo de teatro. Un día vi al grupo ensayando y le pregunté si podía entrar y ella me dijo que sí. Después, con un integrante de ese grupo que, a su vez, pertenecía a otro de la Casa de la Cultura, la profesora me llevó a hacer las pruebas para formar parte de este último y las aprobé. Estuve dos años allí hasta que me incorporé a otro grupo teatral: Adoquines 7.0. Con uno de sus integrantes formé mi primer grupo de música, fusión en este caso.  

¿Y la trova?

Ya graduado de Técnico Medio, le compré a un socio una guitarra y con la ayuda de algunas amistades fui aprendiendo a tocar. Pero no es hasta mi entrada en Korimakao (el Conjunto Artístico de la Ciénaga de Zapata), donde estuve por espacio de dos años, que me perfeccioné, gracias a los músicos de la orquesta que conocí; y más tarde, con algunos de estos, organizamos la Coritrova, una peña mensual en la galería de arte del Conjunto, y creamos Trovacuerdas, un grupo de pequeño formato en el que yo componía, cantaba y tocaba la guitarra.

Foto: Yoan Rodríguez Valle

¿Por qué abandonas Korimakao?

Decido hacer un proyecto en solitario, siempre con la visión de pertenecer a la Asociación Hermanos Saíz (AHS), pues el artista plástico Maikel Muiño, actual Coordinador de la Célula del Cotorro, ya me había hablado de la organización.

Pero antes, después de Korimakao, cuando entré a trabajar como electricista en la Empresa Siderúrgica Antillana de Acero, fundo Quimera, grupo de trova-fusión cuyos temas, en su mayoría, eran míos, y cuando íbamos a tocar a algún lugar pues la gente se quedaba… En fin, me di cuenta de que mis composiciones gustaban. El demo que grabamos ―y con el que me presenté al proceso de crecimiento de la Asociación― era de temas míos. Fui aprobado como cantautor cuatro meses antes de que se fundara la Célula del Cotorro, en la que me convertí en Vicecoordinador.

¿Tienes algún método para componer?

Creo que no existe un método específico, sino que la capacidad de escribir y crear nace con la persona, aunque luego se perfecciona.

En mi caso, a veces, primero tengo una idea de lo que va a tratar el tema; luego hago la armonía y, seguidamente, nace la letra. Hay ocasiones que he estado durmiendo y me he tenido que levantar a componer. Otras, yendo por la calle, he tenido que sacar el teléfono móvil y grabar para que no se me escape la idea… (Sonríe). Después viene el trabajo…

Me interesan la crítica social, la equidad de género, el amor; sin amor dejaríamos de ser seres humanos. Me he fijado en las cosas mal hechas como pueden ser el machismo, la corrupción, en la gente que cree que es mejor que los demás porque tiene dos kilos… Extraigo las ideas de la vida cotidiana, eso no tiene discusión.

Integraste el ejecutivo de la Asociación, fuiste promotor del sistema de cultura en Guantánamo, ¿cuáles han sido tus mayores preocupaciones desde este punto de vista?

Me preocupa mucho la promoción de los jóvenes trovadores, de los guantanameros como los de todo el país. Hay mucho talento, nos faltan espacios. Muchos jóvenes cantautores reflejan temas humanos, interesantes, transformadores, y estoy seguro de que la gente no los consume más porque no se les promociona, y en los casos en que sí, pues a veces no de la manera adecuada.

Pienso que se deben grabar más discos a los trovadores; que disqueras cubanas como EGREM, Colibrí o los Estudios Abdala, por ejemplo, abran su espectro. Aun cuando creo que no todos tenemos que grabar un disco sino cuando se alcance la calidad artística requerida, hoy importa más la comercialización y lo que más se comercializa ahora es lo banal.

¿Qué crees que se necesita para ser trovador profesional?

No estoy profesionalizado aún, empecemos por ahí. Para ser músico se necesita bomba, aparte de todos los requisitos técnicos que uno debe tener. Y no digo que la escuela sea mala, pero la escuela no te enseña a tener bomba, manana, corazón. Conozco músicos que no son de escuela y son muy buenos. De hecho, la historia cuenta con ejemplos extraordinarios. Lo más importante en el proceso de profesionalización es que, aparte de poder presentar un buen demo y un dossier, la comisión técnica te escuche en vivo. Si cuando estás en vivo no haces vibrar no vale la pena. La profesionalización no es más que poder cobrar por lo que tú haces; no existe papel que pueda encerrar el talento.

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