Cuento


Zapping: botones de cambio sobre la página impresa

En algún momento de esta historia, el Escritor Ambulante muere. No ahora. No en la primera página. Ni en la segunda. Pero en algún momento indeterminado el Escritor Ambulante morirá

Así comienza este libro. Se anuncia la muerte de un hombre desde el primer párrafo. No es un hombre cualquiera: es El Escritor Ambulante. De algún modo protagonizará las historias, unas veces visible, otras desde la intertextualidad del conjunto. Truman Capote, Freud, Kant, Spielrein serán algunas de las voces traídas para  validar la historia. Pero aclaro: el autor no cita de ellas, las trae a la mesa como una confirmación visual, como si su presencia justificara el discurso.

El libro comienza hablando sobre El Escritor Ambulante, pero en la primera página solo hay un flamenco, un bulto rosado que apareció flotando en la fuente de la plaza. Este será, tal vez, el primer movimiento de cámara o el dedo sobre el botón del mando a distancia para cambiar de canal, porque a nadie le interesa otra historia de un escritor que atraviesa con sus problemas la ciudad. El autor lo sabe, pero es un tipo que se burla de lo netamente psicológico y convierte, la narración, en un campo de batalla, donde lo común pasa a ser milagroso.

(Te hablé del flamenco) ¿Recuerdas qué había un flamenco? Bueno, ni el escritor ni el flamenco son por sí solas imágenes afortunadas. Vuelves a cambiar de canal. O eso piensas. Pero ya no eres tú: ahora el autor dicta las reglas y en cada párrafo te hará creer que haces zapping sobre los cuentos para huir de personajes comunes. Como en los grandes comerciales televisivos, no te darás cuenta de la sugestión.

Y vuelves al control remoto para buscar otra historia.

En la página 27 te encuentras un personaje leyendo un libro. Un libro de sexo, que se deja leer con fluidez. El personaje comienza a excitarse. Disfruta de su alter ego protagonista, que se folla a su madrastra viuda. Lo que sucede a continuación, deja ver una ingeniosa habilidad para rematar ideas, una habilidad que se mostrará con exquisita frecuencia en los demás relatos. El personaje está completamente excitado. Ahora pasan anunciando que ha llegado el picadillo a la tienda. Y el picadillo hace que se le baje la erección a cualquiera.

Hay un excelente manejo del sociolecto de los personajes, siendo fácilmente identificables con la primera lectura sus características personológicas. Los referentes contextuales y el expresionismo usado sitúan las narraciones en una Cuba contemporánea. Sirva de ejemplo un fragmento del diálogo en la página 29:

Por la televisión anunciaron un frente frío para estos días y Rubiera nunca se equivoca.

Al fondo Bruno Mars puede cantar Talking to de Moon, un tipo llamado Max Perkins recitar en alta voz El Malestar de la Cultura, e imaginar que sea un largo poema en alemán, pero Rubiera es inevitablemente cubano… y Rubiera nun-ca se e-qui-vo-ca.

Los diálogos cortos, situados en oraciones breves, harán la lectura fácil y atractiva, y servirán para mostrar el pulso del autor que se avalancha sobre el lenguaje con un evidente poder de síntesis.

Estamos en presencia de un libro de cuentos, donde predomina la versificación del texto formando un patrón visual estético atractivo y sin congestionar la página.

El narrador no descuida al poeta. Abundan imágenes con una fuerte carga lírica, como si buscara con ello esponjar la caída brusca que provocan algunos diálogos. Los siguientes casos lo ilustra:

―No sé tú. Pero yo odio al jodido Shakespeare ―me dice

y yo miro sus manos, dos bloques de granito negro que se

alejan y comienzan a marcar, indómitas, el ritmo lujurio-

so de los tambores salvajes.

 

Subo las escaleras de hierro y la tijera en mi mano es un agujero oscuro que amenaza con devorarlo todo.

El autor de este libro se llama Ragnar Wilfredo Robas. Nació en Imías (Guantánamo) en el convulso año de 1989, cuando para el mundo caía el Muro de Berlín y en Cuba, el Héroe de la República Armando Ochoa era acusado de alta traición. Nace el mismo día que los grandes poetas Retamar y Sucre, de madrugada, como para romperles el sueño a todos. Y lo consigue: este libro que presento no te dejará dormir hasta que lo termines.

A sus 33 años, Wilfredo ya tiene una sólida obra en constante construcción. Poeta, narrador, pintor e ilustrador. Su primer libro, Punto de Quiebre, llegó a los lectores por la editorial El Mar y la Montaña, en 2017. Un libro de poesía que disfruté hasta el encogimiento.

Zapping es otra cosa. La prestigiosa Editorial de la Asociación Hermanos Saíz, Ediciones La Luz, tiene a bien publicar estos 17 cuentos, con la edición de Adalberto Santos y el diseño de Robert Ráez. La imagen de cubierta es de Annelí Pupo, que no solo generará el click sobre el disparador, sino que protagonizará la historia. Y digo historia, en singular, porque el lector se enfrentará a una secuencia de imágenes individuales que irán construyendo la panorámica de una historia central. Los personajes interactuarán, como si de una página a otra se gritarán en alta voz los improperios, la lectura de Proust, mientras alguien con los dientes afilados le hace a otro el sexo oral.

Sospecho que al leer este libro reconocerás alguno de los personajes, como un hijo, que con un palo de ocuje, espanta las auras para que no lleguen al cadáver de su padre. Porque, según Ragnar, uno puede matar a su padre, pero no puede dejar nunca que se lo coman las auras.


Ojos para mirar los paraísos azules de Martha

¿Sabes de ese momento en el que te quedas pensando, cómo es posible que no lo hubiese leído antes? Bueno, algo así pasó aquella mañana de jueves (no sé por qué siempre es jueves cuando descubro cosas). Más aún cuando sabes de ese autor, cuando no resulta del todo un “no escuchado antes”, cuando incluso han interactuado en algún que otro espacio. Pero, me agrada que jamás hubiésemos cruzado ni medio saludo, nada. Tengo la firme convicción de que prefiero no conocerlos. Agradezco llegar a sus obras despojada de todo juicio previo, sin saber cómo luce su rostro, ni cómo sonríe, ni el sonido de su voz, sin nada que matice. En asuntos de este tipo detesto los matices, pero no es un privilegio del que goce mucho últimamente, sobre todo con los autores más jóvenes. Y para mi fortuna, así llegué a los dos primeros libros que leí de Martha Acosta Álvarez: Ojos para no ver las cosas simples, Premio Celestino de Cuento, 2018, Ediciones La Luz, Holguín; y Pájaros azules, Premio Pinos Nuevos, 2016, publicado por Letras Cubanas. Ambos los conseguí en la recién Feria Internacional del Libro de La Habana, 2022. Recuerdo que cuando encontré el segundo enseguida me remonté al primero, había fijado el nombre de su autora y lo compré sin pensarlo. Obviamente la sabía una narradora cubana contemporánea, cercana a mi generación. Tenía referencias suyas, pocas, una vez más, repito, toda una suerte según mis gustos como lectora; pero algo siempre sí he tenido claro, y es que: a nuestros colegas hay que leerlos, saber cómo se mueve el quehacer literario que nos circunda, que nos está marcando como grupo, y en este caso, como en no pocos otros de los revisados los últimos meses, sentí orgullo de la joven narrativa de esta Isla poética.

Una tarde de apagón, quizás un mes y pico después, comencé a leer Ojos para no ver… y empezaron a clavárseme los dardos en la diana sensitiva de mis gustos literarios. A la mañana siguiente me fui al dentista, ya saben, colas, siempre las benditas colas que aprovecho para leer así sea recostada a una esquina y comencé a llenar el libro de apuntes. Me preocupo cuando no tengo nada que marcar en los libros.

Leo para reseñar, porque amo hacerlo, para conocer las nuevas voces, (también para de alguna forma estar clara de la competencia). Esta chica es una muy buena competidora. Me ha dado tremendo placer leerme este libro. Tiene un pulso firme, una limpieza estilística envidiable y un total dominio del lenguaje y sus bondades.

Escribí un viernes 3 de junio, sentada en el salón de espera de la Clínica Estomatológica, aguardando para sacarme una muela. Incluso, una vez dentro, boca abierta en lo que el dentista cargaba la jeringa con la anestesia y traían el instrumental, seguía yo pegada al libro, entre otras cosas para enajenarme de la situación. Así avancé luego ese mismo día por las ciento cinco páginas como analgésico alternativo ante el posoperatorio.

Pájaros azules lo comencé poco después de haber devorado el primero y, sin temor a dudas, puede uno encontrarse el libro sin portada ni nada que haga alusión al autor y leer directamente desde el primer cuento: Ojos caleidoscópicos y reconocer a Martha enseguida tras aquellas páginas. Existe una coherencia estilística en toda su obra, una homogeneidad admirable en sus textos, aunque pertenezcan a libros diferentes, que hace que funcionen como una especie de unidad indisoluble. Encontramos en su escritura toda, lo supe luego al leer el plaquet de poesías Distintas formas de habitar un cuerpo (publicado también por Ediciones la Luz, Premio de Poesía El árbol que silva y canta, 2017), una serie de marcas de agua, presentes en sus creaciones, que basta saber apreciar para reconocerla así sea en versos sueltos o algún párrafo de cualquiera de sus cuentos. Tiene todo un stock de recursos literarios que ubica en el momento justo, como si moldeara a mano los vaivenes de las narraciones, y digo esto e imagino unas manos finas pero firmes, de mujer deshabitada por la duda ante lo que hace, modelando un barro literario a su antojo una y otra vez, creando figuras sueltas que luego hilvana con paciencia de tejedora antaña. No encontramos textos densos vanagloriándose de ese stock de técnicas, no, y eso el buen lector lo agradece; encontramos metáforas llevadas sutilmente hasta lograr imágenes claras, pero con la tremenda capacidad de golpearte el rostro de a tajo.

Sergio llegó a la casa. Abrazos, palmadas en la espalda, la voz retorcida por verse luego de tanto tiempo. 

El mar era un rectángulo oscuro que adornaba la pared. Quieto. Manso. Dormido. Me sorprendí también vigilando al mar. Daba miedo que se despertara en algún momento, que rompiera su horizontalidad, que se irguiera y caminara hacia nosotros.

Habitación estrecha con vista al mar

(del libro Ojos para no ver las cosas simples)

 

Hoy vimos un pájaro azul y nos acordamos de la infancia, de la casa de tablones carcomidos por donde entraba la luz en los amaneceres. Los rayos colándose por los agujeros de la madera hasta la pared. El polvo danzando en la luz, partículas brillantes y locas que no se estaban quietas. Movimientos vivos. Pequeños seres mágicos que habitaban la luz, y por eso la luz era brillante. Entonces creíamos que los rayos de sol eran cilíndricos, que los cilindros eran las casas de las criaturas. Tocábamos la luz con la punta de los dedos, despacio, para no espantar a las criaturas, que se revolvían al tacto de los dedos, como si sintieran cosquillas.

 

Escuchábamos a la tía Jimena haciendo sonidos de amanecer…

 

A veces creía que te estabas muriendo, y que la muerte te hacía bien. Daban ganas de morirse contigo.

 

Ojos para no ver las cosas simples

 

Es esta una señora hecha de todas las tonalidades de la frustración.

 Cámara lenta

Difícil pasar por Falsos genitales sin hacer una pausa antes de proseguir. Resulta una tarea ardua establecer una escala sensitiva, sobre todo eso, sensitiva, entre los seis cuentos que conforman su libro Premio Celestino. Por suerte, la literatura tiene esas clemencias al permitirnos concluir a cada quien según queramos, según nos convenga, según sintamos, y yo decido hacer mi pausa en este texto. No aprecio una literatura con marcaje feminista en la obra de Martha, cosa que acoto no me parece ni bien ni mal, solo señalo, sin embargo, es este un cuento que recrea un plano ficcional con una prostituta inflable que no por eso deja se sufrir en su sintética piel los mismos males que una mujer cualquiera, más allá de a lo que se dedique.

Abro la puerta del apartamento.

Veo a la prostituta tirada en el suelo.

Irreconocible la prostituta. (Aquí una de las marcas de agua de la autora, ese rejuego con las palabras repetidas).

¿Quién te hizo esto?, pregunto.

No contesta.

No quiere o no puede contestar.

El aire se le escapa a través de su piel de vinilo soldado.

La prostituta está rota.

Reventada.

Su cuerpo no se parece a su cuerpo.

Su rostro no se parece a su rostro.

No pide ayuda.

No quiere o no puede pedirla.

Los ojos de la prostituta lloran.

(…)

La prostituta se está desinflando en la sala del apartamento. (…)

Estalló por la costura.

Por algún lugar tenía que estallar.

(…)

Va hasta el baño. (…)

Se saca la vagina portable.

La mete debajo del chorro. (…)

La vagina portable se llena de agua.

Se desborda.

Desde la estructura en la que manejó el texto hasta la originalidad de la idea, el enfoque en el que planteó la situación resultan interesantes puntos de vista. Dota a todo el compendio como de una especie de núcleo ya que notamos en otros cuentos una construcción similar en las narraciones y al mismo tiempo se mantiene el ambiente literario, que si bien no se repite sí persiste la uniformidad, siendo historias que, aunque marcadas por lo cotidiano, coquetean con el surrealismo y el absurdo.

En Pájaros azules, el segundo libro de Martha Acosta al que me acerqué, aunque escrito primero que Ojos para no ver las cosas simples, supongo, dado el orden cronológico en el que ganaron los premios (aunque eso bien pudiera no significar darlo por hecho), el cuento que lo nombra tiene una relación cercana con ese otro. Y aquí debo hacer un stop y repensar la sintaxis de la idea que quiero transmitir, verán: el cuento Ojos para no ver las cosas simples hace referencia de alguna forma intrínseca a Pájaros azules. Invaden en ambos una sensación poderosa de tristeza, de agobio tras tiempo de intentar encontrar soluciones. El mismo mal aqueja, y va enmascarándose: El pájaro se va de la casa, se va, pero no se lleva la tristeza. La tristeza se ha metido dentro de la casa, rueda y florece en las paredes, se derrama desde el techo, mancha el tapiz del único sillón que tenemos… Y, casualmente, ambos textos dan título a los libros. ¿Qué complicidad traerán implícita? Cabe preguntarnos. Algo similar sucede con los poemas: Ese día que no tiene para cuándo acabar y Distintas formas de habitar un cuerpo y el cuento Palomitas Company, también contenido en Pájaros azules. Un cuento profundamente visceral, con todo el poder para trastocarnos: mi madre aprendió a aparecer y desaparecer desde mi rostro en el espejo, a decirme hija de mierda con la voz quebrada que simula un “Ay, mija, me estoy muriendo”. Tal vez mamá piensa habitar mi cuerpo y mi espejo cuando su cuerpo pese demasiado para seguir articulando lamentos. Tal vez ya ha comenzado a hacerlo, y lleva años en eso, siglos, no sé.

Fragmento del poema Ese día que no tiene para cuándo acabar:

Mamá está muriendo.

Hace días que está muriendo,

años, siglos, no lo sé.

Lleva mucho tiempo en eso,

y no acaba de morir

ni de salvarse.

Tose como si los pulmones se le salieran por la boca,

dice, Ay, mija,

con la voz quebrada

y se me llenan los ojos de lágrimas…

Paraísos perdidos, Premio Calendario de Cuentos, 2017, hace alusión irónica a nuestros hábitos; como bien definiera su propia autora desde la dedicatoria: … este quimérico museo de formas inconstantes, este montón de espejos rotos. Una vez más recorremos pasillos familiares entre nuestras tristezas y sinsabores de vida. El realismo invade sin piedad en cada uno de los textos paseándonos por una galería de paraísos: El paraíso del cuerpo, el del tiempo, el paraíso vacío, el sumergido y el impronunciable. Y aquí haré mi pausa en Un arrecife en la espalda, que considero bien encierra, como cualquier otro del compendio, la esencia de este libro. No escapo nunca al llamado del mar, donde quiera que esté, y aquí hace su presencia, arrasador, como de costumbre, dejando con cada batida de brisa más dolor que paz.

Esta autora camagüeyana (Sibanicú, 1991) adoptada por la capital, más que por la capital ya por toda la Isla, donde se lee y admira la buena escritura, ha sido ganadora de una larga lista de certámenes literarios entre los que figuran los siguientes premios de narrativa: el César Galeano de cuentos, 2015, año en el que egresó del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso; el Pinos Nuevos, 2016, Calendario, 2017, el premio Dador, 2017 y en ese mismo año el Paco Mir Mulet, Fundación de la Ciudad de Nueva Gerona, el Mabuya; y en poesía El árbol que silva y canta, 2017. Luego en 2018 fue galardonada con el Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar, con la obra El olor de los cerezos, el Celestino de cuentos y el Novela de Gaveta Franz Kafka. Ha alcanzado mención en el premio David de poesía, 2015, primera mención en el premio Emilio Ballagas de narativa, 2016, primera mención en el premio Mangle Rojo, de poesía, 2017 y en el Portus Patris, también de poesía ese mismo año. Además de los libros ya mencionados tiene otros dos fuera de Cuba: Doce años es demasiado tiempo, Editorial Guantanamera, España, 2016 y una novela titulada La periferia por la Editorial FRA, 2018. Varias de sus obras aparecen en revistas tanto dentro como fuera del país y en antologías. 

Su literatura está armada hasta los dientes con un ejército de personajes elaborados hasta el hastío. Pensados a nuestra imagen y semejanza, listos para defenderse de cualquier situación que a su autora se le antoje destinarlos. Cuenta también su escuadra con el ya mencionado stock de recursos literarios cuya función es alivianarte el golpe seco de su prosa. Solo te queda una opción: disponer de ojos para ver los paraísos azules de Martha.


Círculos de agua en la narrativa cubana

“La maldita circunstancia del agua por todas partes” –esa que obligó a Virgilio Piñera a sentarse “a la mesa del café” y buscar “el peso de una isla en el amor de un pueblo”– articula la antología de narrativa cubana Círculos de agua. Nacidos después de los 80, con selección y prólogo de la escritora y editora Dulce M. Sotolongo Carrington, publicada por la Editorial Primigenios.

Un antecedente de Círculos de agua puede rastrearse en Como raíles de punta. Joven narrativa cubana, publicada en 2013 por Sed de Belleza, con selección, prólogo y notas de Caridad Tamayo Fernández. Allí encontramos a escritores nacidos después de 1977 y junto a Raúl Flores Iriarte y Jorge Enrique Lage, leemos a otros jóvenes nacidos en los ochenta, como Abel González Melo, Yunier Riquenes y Legna Rodríguez Iglesias, entre otros que se identifican con la generación conocida como 0, porque vieron impreso su primer libro después del año 2000.

Sin embargo, “existen serias diferencias entre los nacidos en la época del setenta y los que le siguen”, subraya Dulce María, si destacamos que el nacimiento de una generación está respaldada por un acontecimiento histórico: “Nacen aproximadamente en la misma década, crecen en circunstancias semejantes y en la mayoría de los casos se sigue una dirección única: Un líder”. Además de cierta unidad en principios estéticos, éticos y sociales, homogeneidad de lenguaje, actitud negativa ante conceptos establecidos, pero anquilosados u obsoletos”, leemos.

“¿Puede una fecha histórica realmente delimitar a un grupo de otros? ¿Es siempre necesaria la presencia de un líder? ¿Siguen los mismos derroteros los nacidos después del ochenta que la generación que lo antecede, tanto en la forma como el contenido en el que se expresan? ¿Mueren las generaciones literarias?”, son algunas de las preguntas que se (nos) hace Dulce María.

El punto de partida sería el éxodo del Mariel en 1980 y su consiguiente impacto sociológico, y como rompeolas, el llamado Período Especial, con todos los cambios sociales que conllevó (varios de los antologados en estas páginas nacen precisamente en los años iniciales de la década del 90). “También en los ochenta hubo un cambio de política hacia las religiones que poco a poco se fueron incrementando y también visualizando en el país como la santería, abakuas, católicos, protestantes, entre otras”. El siguiente párrafo de Sotolongo resume estas ideas:

“Los jóvenes nacidos después del ochenta se criaron con el Eleggúa en la esquina de la sala y el crucifijo en el cuello, no había que esconder los santos y esto también influyó en su ideología y forma de ver el mundo, no ya a partir del prisma del materialismo con que lo vieron sus padres y abuelos. En lo económico se despenalizó el dólar y empezaron a circular las dos monedas. Crecieron con el Período Especial por lo que sufrieron más carencias que generaciones anteriores. La Unión Soviética desapareció y con ellas las latas de carne rusa, los viajes al campo socialista y hasta los muñequitos que fueron más reacios al cambio e increíblemente quedaron en la memoria común de varias generaciones. Las computadoras fueron fiel compañía de su adolescencia, los celulares parte de su cuerpo y alma y piercing, tatuajes y uñas postizas, la forma de relevarse ante un pasado de melenas cortadas a la fuerza”.

Muchos de estos temas, y la libertad de poder expresarlos en su obra, afloran en Círculos de agua.

El uso de frases en inglés, menciones a figuras de la música y el cine, incluso la auto-referencialidad… caracterizan a varios de estos autores. “Hay que subrayar el preciosismo con que se trató el lenguaje, el dominio de la imagen, facilidad para la metáfora, poder de síntesis, la palabra precisa, desnuda sin afeites con exactitud casi matemática, de ahí una vez más la sumatoria lezamiana, pero ahora con el nombre, el sustantivo pujando por desplazar al adjetivo. Esta generación 0, arrasó con premios y aunque no fueron muy comprendidos por el público lector, si encontraron su propia forma de decir y hoy se puede hablar de ellos como una generación literaria aunque ciertamente no hay una revista literaria que los respalde”, destaca.

Círculos como cuando lanzas una pieza al lago al agua y surgen las olas concéntricas, expandiéndose, pero círculos que se convierten en remolino y arrasan con todo. Si el agua emerge “como línea de separación, horizonte, como algo que limpia o debe limpiar los vicios, aunque sea a través de la muerte”, los jóvenes nacidos después de los ochenta “cambiaron la sangre tan utilizada en cuentos de la generación 0 por el agua”… Nos insiste Dulce María Sotolongo que si “la sangre es la muerte, el agua es renacimiento, bautizo y renacer es cambiar…”

¿A quiénes leeremos en Círculos de agua? ¿Y qué caracteriza su narrativa generacional? Los autores antologados –en el orden cronológico en que aparecen– son los siguientes: Abdel Martínez Castro, Alexander López Díaz, Alexander Jiménez del Toro, Amelia Rabaza, Anisley Miraz, Ariel Fonseca, Claudia K. Evercloud, Daniel Zayas, David Peraza, Daylon W. Hernández, Elaine Vilar, Erian Peña, Eric Flores Taylor, Ernesto A. Díaz, Gabriel Suárez, Gian Carlos Brioso, Gustavo Vega, Hugo Favel, Juan Carlos O´Farrill, Ketty Blanco, Marlos Luis Herrera, Mariene Lufriú, Martha Acosta, Patricio R. Martínez, Ramsés Sotolongo, Raúl Goenaga, Reynier Arro, Rosamary Argüelles, Saíli Alba, Yasel Toledo, Yasmany González, Yeney de Armas y Yonnier Torres. Son jóvenes de diferentes partes del país, varios ganadores de importantes premios, algunos más conocidos que otros, pero todos con similares inquietudes, y sobre todo búsquedas.

Y en cuanto a las características de su narrativa –que la diferencian de las generaciones precedentes– nos dice Sotolongo Carrington que encontramos un profuso tratamiento psicológico en los personajes; la violencia les ha llegado por vías diferentes: el cine, la televisión, los juegos, la música; el miedo a las enfermedades de trasmisión sexual sede espacio ante la pornografía, pero en estos cuentos sus protagonistas son víctimas no victimarios de valores que hay que retomar; tras la aparente apatía del absurdo, hay lucha, sobrevivencia deseos de cambiar; tienen un respeto palpable a figuras de la literatura cubana como José Lezama Lima y Virgilio Piñera. “Son muchachos cultos con un alto nivel de lectura”, dice.

“Estos jóvenes se expresan sin temor, reflejan la sociedad que les tocó vivir desde una perspectiva no tan apática como crítica porque están seguros de la necesidad de un cambio”, resumen Dulce María. Y añade que “ellos han comenzado un viaje sin regreso hacia un futuro prometedor donde son los jóvenes, los protagonistas”. Pistas de este viaje las podemos encontrar en la lectura de los cuentos incluidos en Círculos de agua. Nacidos después de los 80.


Héctor Barrios y su cuaderno Bumbos encuentran un puerto

Cortesía del entrevistado La verdad es que yo llegué al revés a las huellas de este escritor. Acepto que no lo conocía, y que supe de su existencia cuando se anunció el fallo del jurado al xxii Premio Celestino de Cuento. Debía editar un fragmento del cuaderno ganador y apenas tuve en mis manos el texto quedé fascinada, me atrapó una lectura al azar:

La soledad es un árbol que produce frutos contrarios… lo terrible de la soledad es cuando es impuesta.

Héctor Leandro Barrios González es instructor de arte en la especialidad de música y licenciado en Estudios Socioculturales, un cienfueguero que como anuncia la foto de su perfil en Facebook tiene impregnado el azul del mar en sus ojos. Aceptando mi solicitud de amistad y entablando una conversación como amigos de toda la vida, me inicio a husmear en las pasiones que estremecen al autor.

Mi interés por hacer literatura creo que tiene que ver con mi relación con la lectura. Llega un momento en que esa relación que estableces con el lenguaje crea un peso, una acumulación, de tipo interna, digamos, uno llega a sentir que las palabras pesan como decía alguien: las palabras como islas, y luego esa acumulación necesita ser liberada, necesitas desprenderla de ti.

Y en este acto mismo de separación entre las palabras y un sujeto poseedor, no queda otro remedio que ser dueño, a mi juicio, de esas sensaciones de algún modo exorcizadas.

Entonces te sientas, escribes y escribes y sudas escribiendo y te cansas en el proceso, pero no puedes dejar de hacerlo.

Bumbos se titula el cuaderno que anunció la premiación hoy en la tarde, al respecto el ganador comenta:

Yo tenía escritos un par de cuentos y tenía en mi cabeza la idea de otros, la maqueta, pero no sabía cómo o por qué tenían relación. Un día voy a pescar y alguien me dijo que esas balsas en las que pesaban les decían “bumbos” y que eran insumergibles. Luego comprendí que así eran los personajes de mi libro, siempre flotando, sobreviviendo a un entorno hostil.

Barrios ha sido galardonado con el premio Girasol Sediento que auspicia la AHS de Cienfuegos, Paco Mir de narrativa, mención en el concurso Bustos Domenecq y tiene en proceso editorial el libro Las formas invisibles bajo el sello Reina del Mar Editores.

A tientas y haciendo caso a las primeras impresiones, Barrios es un escritor de narrativa con una voz de profundas sensibilidades, al saberse ganador alude:

Esta es la tercera vez que envío. La primera mandé a una dirección errónea. La segunda vez sí fue correcta, pero nada. Y ahora, esta tercera, pues… en fin. No suelo ser adulador pero me siento muy feliz de haber ganado, sobre todo porque mi cuaderno encontró un puerto, no cualquier puerto, sino Ediciones La Luz, y tengo la seguridad que nada podrá salir mal si mi libro está allá con ustedes. A veces, ahora, a solo unas pocas horas de haber recibido la noticia del premio, no llego a procesar del todo la buena nueva y me siento muy feliz y agradecido.


¡Hay un nuevo Celestino!

Después de varios días de tenaz presencia en las redes, de compartir contenidos diversos, desde audiolibros, videocuentos, paneles y talleres de técnicas narrativas, presentaciones de libros y lecturas, ya hay un nuevo Celestino.
Dazra Novak, Emerio Medina y Rafael de Águila integraron el jurado de la vigésimo segunda edición del Premio Celestino de Cuentos, convocado por Ediciones La Luz y la sección de Literatura de la AHS en Holguín. Ellos decidieron, de entre más de 50 obras en concurso, declarar ganador al cuaderno “Bumbos”, de la autoría de Héctor Leandro Barrios, “por lograr de manera acertada y sostenida el tono adecuado que dota de cohesión, organicidad y carácter sistémico un volumen de cuentos que se destaca por el cuidado y corrección del lenguaje, la madurez de las historias y el afán por lograr cierta originalidad de estilo”.
El ganador, además del premio en metálico, una pieza del ilustre artista plástico holguinero Cosme Proenza y el certificado acreditativo, verá su libro publicado en el sello que funge como entidad convocante y abrazará uno de los premios para jóvenes narradores, más anhelados en Cuba.
El jurado determinó, además, de forma unánime, “por el consistente empleo del lenguaje y la solidez de las historias, otorgar la primera mención a la obra Happy Ballantine’s”, de Katherine Perzant. Recibieron igualmente menciones Own Corner, de Erian Peña, y Levitando, de Darcy Bo.
Tras dar a conocer los resultados del Premio, el comité organizador del evento lanzó la convocatoria del Celestino en su edición vigésimo tercera para 2022, año en el que además se estará celebrando un cuarto de siglo de vida de Ediciones La Luz.


La brevedad: Huevos de dinosaurio (dossier+ fotos)

Breve recuento (de la no tan corta historia) del cuento breve en América Latina

Por: Erian Peña Pupo

Julio Cortázar en «El cuento breve y sus alrededores», texto incluido en Último round, de 1969, y que condensa, de alguna manera, su opinión sobre el tema, escribió que “el gran cuento breve (…) es una presencia alucinante que se instala desde las primeras frases para fascinar al lector, hacerle perder contacto con la desvaída realidad que lo rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora”. De un cuento así “se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignación”, añadió.

Muchos de estos cuentos―como los incluidos en Historias de cronopios y de famas―convierten a Cortázar en uno de los paradigmas de lo que muchos investigadores han llamado minificción y que abarca categorías y clasificaciones tales como minicuento, microcuento, ficción breve, cuento breve, microtextos, microficción, nanoficción, microrrelato, entre otros; este último defendido por la crítica cubanoestadounidense Dolores M. Koch en El micro-relato en México: Torri, Arreola, Monterroso y Avilés Fabila, primer libro en habla hispana sobre el tema.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Clasificaciones aparte, todos coinciden en caracterizar a este género―el cuarto de los narrativos, luego de la novela, la nouvelle y el cuento―por su brevedad, su condensación, su carácter proteico, metaficcional e híbrido, y el uso de la elipsis; además, la ironía, el humor, el sarcasmo y la parodia por un lado; y rasgos estructurales como la fractalidad, la epifanía, los finales abiertos, la hipertextualidad y los espacios vacíos, por el otro. Todo ello partiendo de una amplia tradición (parábolas, fábulas, aforismos, haikú, greguerías, viñetas) y más cerca, en el siglo xix, de la portentosa literatura del estadounidense Edgar Allan Poe, quien en «Unidad de impresión», escribió que buscaba una obra que se definiera por su brevedad, su impacto estético y por ser un acto de lectura ininterrumpido, y que así se separara de la novela.

Es curioso como en un continente barroco dado a la desmesura y a las grandes narraciones, a la sombra de los diversos ismos y del boom latinoamericano, y antes de los influjos precursores de Juan Rulfo y Alejo Carpentier; que recolocó la mirada y ejerció (aún ejerce) influencia en varias generaciones de autores no solo del continente, el cuento breve haya gozado de tal suerte desde los años en que el modernismo abanderó la obra de autores como el nicaragüense Rubén Darío y los sudamericanos Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga. Sobre todo este último, nacido en Uruguay, aunque realizó su obra en Argentina, considerado uno de los maestros del cuento latinoamericano, ejemplo de una prosa naturalista y modernista, que desde la selva de la provincia de Misiones enfrentó en sus historias a la naturaleza y al hombre. Y allí mismo, en Argentina, el influjo de Macedonio Fernández llega a Jorge Luis Borges, fabulador por excelencia y creador de una de las cosmogonías más atractivas e inimitables, y quien, junto a su compañero de aventuras literarias Adolfo Bioy Casares recopiló Cuentos breves y extraordinarios, donde antologan relatos de entre dos páginas y dos líneas.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

¿Qué encontramos si leemos una antología sobre el cuento latinoamericano? ¿Un libro, o una selección en un sitio web, que reúna ―como varios de los que se han publicado a lo largo de las últimas décadas―los mejores microrrelatos, las narraciones breves más conocidas, de varios autores del continente? Pues nos sorprenderá encontrarnos allí a autores que conocemos por sus monumentales novelas, por atractivos y sostenidos relatos largos, incluso por su poesía o ensayos. Es como si el relato breve hubiese sido un ejercicio o una necesidad en ellos.

De esta manera en sus páginas se entrecruza la obra―además de los autores ya mencionados―de Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Vicente Huidobro, Ciro Alegría, Vicente Battista, Joao Guimarães Rosa, Álvaro Mutis, Joaquim M. Machado de Assis, Pedro Lemebel, Juan Carlos Onetti, Elena Garro, Rubén Dario, Oliverio Girondo, Rodrigo Rey Rosa, Julio Ramón Ribeiro, Roberto Bolaño, Silvina Ocampo, Octavio Paz, Arturo Úslar Pietri, Guillermo Cabrera Infante, Roberto Arlt, Alfonso Reyes, Gabriel García Márquez, Abelardo Castillo, Luisa Valenzuela, Antonio Skármeta, Salvador Elizondo, José Juan Arreola, Augusto Monterroso, Eduardo Galeano.

Pero son precisamente estos tres últimos ―Arreola, Monterroso y también Galeano―quienes desarrollaron una obra significativa y reconocible donde el relato breve y sus posibilidades resulta centro de su creación, sus experimentaciones y búsquedas, aunque realizaron otros géneros.

Monterroso, hondureño nacionalizado guatemalteco y residente buena parte de su vida en México, es considerado por muchos como el padre del relato breve y uno de los maestros de la minificción. Autor de libros como La oveja negra y demás fábulas y Obras completas (y otros cuentos), que incluye el conocido «El dinosaurio» [Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí], considerado por mucho tiempo como el microrrelato más breve de la literatura universal, Monterroso se caracteriza por una prosa concisa y breve en la que abundan las referencias cultas, la parodia, la caricatura y el humor negro, en inolvidables relatos cortos y fábulas.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Arreola, por su parte, es autor de Confabulario, Palindroma y Bestiario, que influye el conocido «La jirafa». Su obra, inteligente y lúdica, de estilo clásico y depurado, juega con conceptos, situaciones, mediante el uso de símbolos y la parodia, y como han asegurado los críticos, se nota como en el caso de Borges, un escepticismo natural (como también en Monterroso).

Galeano, cuya obra ha sido publicada en Cuba varias veces, incluso El libro de los abrazos integra el catálogo de Ediciones La Luz, trasciende las normativas del relato y otros géneros tradicionales para combinar ficción, periodismo, análisis político e historia, principalmente la americana, en libros que semejan crónicas, microrrelatos o viñetas, entre ellos Las venas abiertas de América Latina, Patas arriba: Escuela del mundo al revés, Espejos y Memorias del fuego.

En Cuba, a la par de América Latina, fueron los principales narradores, incluso los grandes novelistas, quienes, en una vertiente u otra, quizá inconscientemente, escribieron cuentos breves, historias narradas en las posibilidades que la brevedad les otorgaba. Así ―a vuelo de águila― podemos revisitar la obra de Hernández Catá, Eladio Secades, Lino Novás Calvo (La luna nona y otros cuentos), Lydia Cabrera (Cuentos negros de Cuba), Onelio Jorge Cardoso, Alejo Carpentier, Samuel Feijóo, quien transcribe y pasa por el “filtro literario” el folclore y las historias recopiladas principalmente en el centro de la isla, Eliseo Diego, Guillermo Cabrera Infante, sobre todo en las “viñetas” incluidas en Así en la paz como en la guerra y Vista del amanecer en el trópico, José Lorenzo Fuentes, Virgilio Piñera, entre muchos otros autores que, a la par del desarrollo de la propia literatura, incursionan en las tantas posibilidades de lo breve.

Punto y aparte en este breve recuento merece el trabajo del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, dirigido por Eduardo Heras León, y la convocatoria del Premio El dinosaurio, homenaje al maestro Monterroso, y que ha incentivado el género en las últimas décadas, premiando y publicando lo mejor y más significativo del arte de contar mucho con poco.

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Las lecciones de Monterroso

Por: Liset Prego

No hace falta ser un lector muy sagaz para notar la profusión de animales en los textos de Augusto Monterroso. Estas criaturas no son atrezo en las narraciones, toman los roles protagónicos con organicidad, y vuelcan en sus desdichas o peripecias toda la voluntad edificante del autor.

Escritos de este modo los textos se transforman en un espejo burlesco que no refleja al lector, pero quizás sí a su alter ego animal personificado. Aunque el propio Monterroso insistía en que no había en su literatura un afán moralizante, es imposible no encontrar en sus sarcásticas letras, pautas morales, desafíos existenciales resueltos con la sapiencia del fabulista, o magnificados para hacerlos notar.

Él mismo dijo:

“…si alguien quiere extraer de ellos alguna moraleja, está en su derecho y puede hacerlo. Corregir las malas costumbres de la gente es una tarea demasiado fácil que hay que dejar a las autoridades. El escritor debe ocuparse de lo verdaderamente arduo: el buen uso del gerundio, por ejemplo, o de la preposición a, que se acostumbra emplear mal. Yo me gano la vida corrigiendo esta mala costumbre”.

Otra obviedad que emerge de la lectura de este autor es su afán perfeccionista, el cuidado de no permitirse ningún exceso, la precisión, tanto que, parafraseando al genio, aseguró que no escribía, corregía. Noten si le preocupaba la exactitud de sus palabras, de las estructuras. Era un perseguidor de la sintaxis precisa, una virtud valiosísima en su ramo, debo decir.

Augusto Monterroso, apuesta por el no ser, él, que no fue mexicano, ni hondureño, ni guatemalteco, sino todo a un mismo tiempo. El escritor de brevedades más ilustre, quizás, de las letras hispanas, cree que un libro es un zoológico de defectos humanos. Un bestiario de aquello que no teme cuestionar en sus congéneres y que atribuye a los animales, sin importar si el pacto tácito entre el lector y la fábula adjudica tal o más cual rasgo a cada criatura. Monterroso subvierte el acuerdo, lo renueva, cada animal puede ser cualquier cosa y servir de instrumento en sus relatos.

Los disfraces de bestia con los que viste Monterroso a sus personajes son el pretexto para enunciar atributos humanos, conflictos propios de la especie, y cada uno viene además envueltos cuidadosamente en ironía. La nueva fábula donde establece el diálogo con criaturas del mundo animal reconstruyendo una convención que basa en la parodia, en el absurdo, suele tener la misma naturaleza moralizante que es común en el género, pero de una manera inesperada.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Los animales parlantes, en la obra de Augusto Monterroso, vuelven a la literatura para adultos, de la que habían sido cortésmente relegados, como cosa de textos fantásticos y literatura para niños.

En el artículo «Augusto Monterroso y el arte del devenir animal», de Iván Aguirre, el investigador puntualiza que:

“En primera instancia están los animales que representan humanos, aquellos que son más signos retóricos que un ente de ficción con personalidad o rasgos vitales suficientemente desarrollados en la trama. Animales como la oveja negra, el conejo, el león y las moscas que representan algo específico, aunque no sea lo que corresponde en el mundo de la fábula y la mitología popular. Luego están los animales testigo, como la jirafa relativista, que sirven de testigo no-humano ante la ridiculez o absurdo del hombre en su comportamiento destructivo. Y finalmente los animales que están en un proceso erróneo de devenir animal a partir de cambiar o negar su naturaleza: La rana quería ser una rana auténtica, La mosca que soñaba que era un águila y el perro que deseaba ser un humano”. 

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Todo puede ser representado por un animal, cada concepto con el que nos alecciona, o sacude, para decirnos, “miren, qué tontos hemos sido”, aunque él mismo rechace que sea esta su voluntad. Aquí tipo y arquetipo están retratados y el lector puede escoger qué traje usar, si será león o conejo, oveja o dinosaurio, rana o mono, porque están dados así principios éticos, perfiles psicológicos, supuestos estéticos, concepciones sociopolíticas, y la filosofía vital del artista.

Leyendo a Monterroso puedes reír socarronamente, reflexionar, comparar con tus conocidos a tal o más cual personaje, a la manera del mono que quería ser escritor satírico. Siembra dudas, planta cara a la hipocresía, la desafía abiertamente, así que ya no importa si alguien lo creyó un émulo de Esopo. Si alguien quiere vivir bajo sus códigos, será una mejor persona, si quiere disfrutar de su prosa y tomar de ella un patrón de la redacción adecuada, será un mejor lector o escritor, o ambos. Cumple así el autor de «El dinosaurio» su propósito declarado y el que escapó a su intención y domó el espíritu de sus relatos, autónomos una vez que el público se adueñó de ellos.

Porque aún sin quererlo, cien años después y pese a su oposición, la fábula todavía está allí.

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La minificción y sus técnicas

Por: Mariela Varona

Muchos de nosotros, escritores y consumidores de literatura, cuando hablamos de minificción o microficción a veces no tenemos en cuenta las sutilezas de esas clasificaciones. Incluso los teóricos no se ponen de acuerdo muchas veces en el asunto, y un texto narrativo breve se puede llamar hoy minicuento, microcuento, microrrelato, ficción breve, cuento breve, microtexto, microficción, y hasta nanoficción.

El cuento breve clásico —me refiero a relatos celebrados y famosos de Poe, Chéjov, Hemingway, Carver, Cortázar o Borges— conserva un sector fiel entre los lectores, pero resulta demasiado extenso ahora para una gran masa de «digitolectores» que solo consume textos breves. Entonces, cabe preguntarse: ¿podemos analizar literariamente los textos hiperbreves con las mismas herramientas teóricas de siempre? ¿Continúan siendo válidas las técnicas narrativas contemporáneas que hemos estudiado, aplicadas a la minificción?

A través del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, con Eduardo Heras León y su equipo, muchos de nosotros accedimos a una concientización de las técnicas narrativas que en muchos casos ya utilizábamos, pero sin interiorizarlas como parte del oficio; y accedimos también a zonas de la teoría literaria contemporánea que contribuyó a darnos un espectro más amplio para convertirnos en mejores lectores de lo que ya éramos. Entonces, me preguntaba —cuando supe que La Luz estaba organizando este panel—, si no sería conveniente hacer una indagación sobre las técnicas narrativas aplicadas a esa minificción que en estos tiempos parece extenderse, hacerse mucho más visible y, además, con diferentes características de las que tenía en el pasado.

Me parece válido también porque gracias al Centro Onelio conocimos a uno de los teóricos de la literatura más importantes que hay en la lengua española ahora mismo, que es el mexicano Lauro Zavala; y este académico se ha ocupado exhaustivamente de la minificción, de dar pautas, hacer clasificaciones, documentar sus opiniones y publicarlas; es decir, ha estado muy activo indagando, poniendo límites y tratando de escudriñar y ver hasta dónde se extiende el fenómeno.

Él mismo fue quien puntualizó que la minificción actual tenía su origen en las vanguardias del siglo pasado y que también, por supuesto, tenía antecedentes en los textos breves que la humanidad atesora como tradiciones en relatos puntuales, como los que aparecen en las estelas funerarias de las culturas antiguas.

Quisiera referirme a dos categorías que resalta Zavala dentro de las minificciones: el minicuento y el microrrelato. Hay uno de ellos que sí cumple con las especificidades, digamos, de cierta teoría literaria; ciertos cánones que cumple la literatura clásica o tradicional o como quiera llamársele. Porque los minicuentos, de los cuales conocemos montones —por ejemplo, recuerdo ahora uno de Kafka titulado «La verdad sobre Sancho Panza»— sí cumplen con la forma tradicional, o sea, tienen una introducción, un desarrollo o clímax, y un desenlace final.

En esos minicuentos sí podríamos aplicar el análisis literario, tratar de descubrir cuál es la segunda historia de la que hablaba Ricardo Piglia en sus «Tesis sobre el cuento», un ensayo que forma parte del libro Formas breves (aparecido en Buenos Aires en 1999). En mi paso por el Centro Onelio, uno de los textos que más me iluminaron fue este, donde me sorprendió la certera aseveración de que un cuento siempre cuenta dos historias, y de que la estrategia de un relato está puesta al servicio de su historia secreta.

En apenas tres cuartillas, Piglia es capaz de explicar con una contundencia impresionante cómo la historia secreta es la clave de la forma del cuento y sus variantes, y cómo la han manejado Poe, Chéjov, Quiroga, Kafka, Hemingway o Borges. Según él, el cuento clásico a lo Poe «contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola», pues la versión moderna del cuento abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada y «trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca».

En un minicuento es sencillo determinar cuál es la historia secreta y cuál la visible, sobre todo cuando se sabe que potenciar una de ambas depende del autor que escribe. Porque hay escritores que prefieren dejar la historia secreta todo el tiempo subsumida, como lo haría Hemingway, que te da pistas casi insignificantes para que supongas cuál es la historia secreta, pero nunca te la cuenta. Otros prefieren dejar la historia secreta en segundo plano para que explote al final como una bomba que asuste, enamore o apabulle al lector; en resumen, para impresionarlo con una marca que no pueda olvidar. Y otros que sencillamente cuentan la historia secreta y obvian la visible.

Pero Piglia determinó que todo relato contemporáneo —o que pretenda ser llamado así— lo es porque muestra una tendencia cada vez más fuerte hacia la elipsis. Según Piglia, la teoría del iceberg de Hemingway «es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión».

Y ya está: del minicuento, apretando un poco más las tuercas de la brevedad y la elipsis, caemos en el microrrelato. En él, según Lauro Zavala, el empleo de la ironía, del sarcasmo, del humor y de la paradoja es más evidente que en el minicuento. Los personajes, ambientes y escenarios son apenas aludidos, por lo que su significación recae, en la mayoría de los casos, en el rasgo intertextual.

¿Qué es el microrrelato, entonces? El microrrelato no respeta para nada esa estructura canónica del cuento clásico o tradicional. Al microrrelato lo que le importa es lo que se oculta, o sea, en el microrrelato se hace una elipsis total de la historia, tanto de la secreta como de la visible. Y más aun: en el microrrelato lo que estás proclamando es que hay tantas historias secretas o visibles como el lector quiera.

Es un texto, diríamos, interactivo. No es como el minicuento o como el cuento breve, al que llamábamos breve porque tenía una cuartilla y media, tres cuartillas (que para nosotros también era un cuento muy breve). En este punto comenzamos a darnos cuenta de que el microrrelato no es una anécdota. El microrrelato es una idea, un generador de sugerencias.

La elipsis que hace el autor de un microrrelato debe ser inteligente, ingeniosa, muy creativa. Y lo que debe dar es el espacio para que el lector, ese consumidor que va a leerlo, invente la historia que quiera partiendo de códigos conocidos o que el autor da por sentado que lo son.

Tal vez para muchos esa brevedad resulte exagerada, y a veces sentimos que nos hacen falta esos cuentos largos que te permitían, en varias páginas, introducirte en un mundo total —porque, como decía Cortázar, el cuento tiene que lograr eso, el cuento tiene que crear un mundo donde nada más importe— y cuando uno se sumerge en un cuento de esos de seis, siete o hasta veinte páginas, uno se esponja, se siente acunado por una anécdota que ese autor te está proponiendo y te está enamorando con ella.

Pero ¿qué pasa cuando lees un microrrelato? «El dinosaurio» de Augusto Monterroso, que contiene siete palabras, fue considerado el relato más breve en lengua española desde 1959 hasta la aparición en 2005 de «El emigrante», del escritor mexicano Luis Felipe Lomelí, que contiene solo cuatro:

—¿Olvida usted algo?

—¡Ojalá!

Si tomamos solo el diálogo sacado de contexto, sin el título, no se sabe de qué o quiénes están hablando. Pero ese título, «El emigrante», potencia una historia que cualquier lector podrá imaginar al leer el cuento. Un sujeto pregunta: «¿Olvida usted algo?», como cuando ves entrar de nuevo a alguien que acaba de salir de un lugar. Pero quien le responde «Ojalá» desmiente nuestro primer razonamiento.

Ese cuento está narrando, en una sola palabra —en ese ojalá— todos los horrores que obligaron a emigrar a ese sujeto hablante, a ese sujeto del que no sabemos su nacionalidad, pero sí que tuvo que emigrar por razones que quisiera olvidar, pero no puede. ¿Cuántas tragedias hay detrás de esa palabra, «ojalá»? Represión, pobreza, hambre, dolor, asesinato, persecución política, guerra de pandillas o entre estados, tortura y narcotráfico, violaciones y fusilamientos masivos, y un larguísimo etcétera que le toca al lector completar como le parezca.

Cuando tenemos delante un microrrelato como este, nos damos cuenta de que, con esa elipsis, el autor dio por sentado que el lector conoce todas las posibles historias que el emigrante tiene para contar. Y él elige escamotear la historia, nos da solo cuatro palabras para que nuestra imaginación, o el conocimiento que hayamos adquirido sobre los fenómenos migratorios, se encarguen del resto con los ingredientes que queramos. 

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Al año siguiente de ser declarado el relato más breve, «El emigrante» fue desplazado en 2006 por «Luis XIV», del español Juan Pedro Aparicio, que tiene solo una palabra: Yo.

¿Esa única palabra puede contener un cuento? Los especialistas del tema así lo declaran. Nuevamente, el título es parte imprescindible de la historia. En este caso, podría decirse que ES la historia. El lector debe entender que ese «yo» abarca la historia del absolutismo francés desde la subida al trono de este monarca hasta su muerte a los 76 años de edad. Todas las implicaciones del ego y el yo están ahí, no había necesidad de narrar, describir o explicar nada.

Hay que mencionar que Aparicio nació en 1941, o sea, que tenía en ese momento 65 años, mientras que el mexicano Lamelí, nacido en 1975, tenía treinta años cuando se publicó su microrrelato. Digo esto para marcar que la capacidad de elipsis no es distintiva, como algunos piensan, de los autores más jóvenes, los llamados millennials o nativos digitales. Se tiende a relacionar la brevedad, la ironía y el humor con las redes sociales, que suelen manejar estos componentes a toda hora, pero el caso de Aparicio desmiente con creces que el ingenio con que se condensa una idea literaria sea privativo de edad alguna.

Por último, me gustaría recordar que tanto el minicuento como el microrrelato todavía son susceptibles de análisis literario con las herramientas que aportó el peruano Mario Vargas Llosa en su libro Cartas a un joven novelista de 1997. Con ellas podemos deconstruir el célebre microrrelato «El dinosaurio». Primero: el narrador que escogió Monterroso es un narrador omnisciente exterior y ajeno a la historia que cuenta. Segundo: el espacio que ocupa el narrador en relación con el espacio narrado, que en este caso se narra en tercera persona, confirma que es un narrador omnisciente. Y tercero, el narrador de Monterroso está en un tiempo presente y narra un hecho del pasado mediato o inmediato (los verbos despertó y estaba así lo demuestran).

Y Vargas Llosa escogió precisamente el microrrelato de Monterroso para ilustrar el cuarto problema: el punto de vista del nivel de realidad. Ahí demuestra no solo que estamos en presencia de un cuento fantástico, sino también que el narrador está en un plano realista, opuesto a la esencia fantástica de lo que narra, y lo sabe por una de las siete palabras del cuento: el adverbio todavía. Esa es la palabra que permite a Vargas Llosa afirmar que el narrador de Monterroso narra desde una realidad objetiva, pues de otro modo, no nos induciría a tomar conciencia de la transición del dinosaurio del mundo del sueño a la vida real del relato, «de lo imaginario a lo tangible».

De la elección del narrador, y la relación de este con el espacio, el tiempo y el nivel de realidad de lo que se narra, depende que una historia sea eficazmente asimilada por el lector. Según Vargas Llosa: «Esa capacidad de persuadirnos de su “verdad”, de su “autenticidad”, de su “sinceridad”, no viene nunca de su parecido o identidad con el mundo real en el que estamos los lectores. Viene, exclusivamente, de su propio ser, hecho de palabras y de la organización del espacio, tiempo y nivel de realidad de que ella consta».

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El cuento de Monterroso

Por: Manuel García Verdecia

Decir que el guatemalteco Augusto “Tito” Monterroso es uno de los grandes cuentistas en lengua española y, sobre todo, un maestro en el cuento corto, es casi una perogrullada, pero resulta un precedente fundamental para acercarse a su peculiar obra. Monterroso es un contador por los cuatro costados de su persona, que asume el mundo como algo que hay que tratar sin hacer caso a los postulados establecidos, pues solo el que intenta buscar el lado oculto de las cosas puede acercarse a la verdadera realidad. De modo que, festejar el centenario de este autor es como festejar el acto de contar, uno de los elementos más concomitantes y permanentes de la naturaleza humana.

Monterroso escogió como especie literaria fundamental para verter su aprehensión e intelección de la vida el cuento corto. Ya hablar de cuento simplemente presupone la brevedad como característica primordial. Sin embargo este autor se impone a sí mismo límites más sucintos, a veces sin llegar a la cuartilla. Es un ejercicio que demanda de un poder de concisión tremendo. Pero este es solo posible con una capacidad de invención fecunda. Como declara en su texto «La brevedad», que el autor de textos breves ansía escribir textos largos «donde la imaginación no tenga que trabajar» sin la amenaza del punto final. Está claro que es la imaginación la que consigue llegar a los atajos más favorables para evitar los excesos en el contar, presentando solo los datos imprescindibles. De aquí que sea este uno de los subgéneros más complejos de la labor narrativa, pues en un marco muy limitado de exposición se debe tratar el asunto y alcanzar con eficacia la consumación del conflicto planteado.

Como se sabe, todo cuento gira en torno al esclarecimiento de un problema. Hay un vuelco de la lógica de los eventos que hacen que lo que parecía devenir de un modo no lo haga siguiendo esa lógica sino una propia y, hasta cierto punto, imprevisible. Nada hay más dañino para una historia que lo predecible. Monterroso se apoya en un hábil empleo de la elipsis que, con escuetos apuntes sugerentes y cierta reticencia, plantea las coordenadas necesarias para el florecimiento de la microhistoria y deja al lector aportar lo que resulta obvio en las condiciones que él establece. Si la síntesis consigue exponer las circunstancias esenciales del problema que se presenta, entonces no es necesario ofrecer tantos datos o información accesoria al lector. El autor por lo general se apoya en referencias culturales que se presupone domine el lector con lo cual reduce la información que debe aportar. Con esta ayuda y las deducciones que deriva de la situación, el lector entra en juego y participa activamente en el completamiento de la historia.

Veamos el ejemplo de uno de los cuentos emblemáticos de Monterroso, «La oveja negra». Ya decir “oveja negra” presupone un elemento de caracterización del personaje que es conocido para el lector. Se trata de alguien que rompe las reglas de lo establecido, que va contra el espíritu del rebaño. Por esto no es inusitado que a la oveja negra la fusilen. Tiempo después esta resulta comprendida y reivindicada, algo muy típico de Monterroso, lo azaroso del destino, por lo que se le honra con una estatua ecuestre. Sin embargo, y aquí está el giro detonante para el sentido del cuento, esto se convierte en costumbre, no para enaltecer la rebeldía o la individualidad, sino para que las ovejas comunes “pudieran ejercitarse también en la escultura”. Esta mirada cáustica es la que nos ayuda a penetrar en lo esencial humano.  Notemos, de paso, que el cuento corto se acerca al epigrama pues trata una mínima línea argumental con precisión y agudeza.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Hombre sabio, conoce que el humor es el único elemento capaz de hacer que las verdades más indigeribles sean atendidas sin dolor, porque nada duele tanto (a pesar del refrán) como la verdad. De modo que su obra está asistida por este elemento de suprema inteligencia, elaborado con una originalidad fuera de lo común. Escritor irreverente hasta el tuétano y con toda justificación, arremete contra toda convención o axioma idiotizante, apelando a la mueca sagaz para alertarnos y hacernos ver la vida de una manera más productiva. De modo que toda su obra podría estar signada por aquella vieja sentencia: «No os toméis la vida demasiado en serio, pues de ningún modo saldréis vivos de ella».

Dentro del humor su figura preferida es la ironía. Lo hemos visto en el cuento mencionado, las estatuas no buscan exaltar a las ovejas tristemente ejecutadas sino permitir un ocio creativo a sus semejantes que las fusilan. Es esta mirada que descubre el ángulo oculto de un asunto lo cardinal para la ironía. Ella intenta mostrarnos, por el desencuentro entre una proposición y la consecuencia que resulta, las contradicciones en diversos fenómenos. La incoherencia entre lo que parecía ser y lo que finalmente es lograda mediante la caricaturización de un fenómeno ayuda a percibir, por oposición, los verdaderos valores que tal situación refleja. La ironía expone la verdad por un énfasis en lo falso.

No resulta fortuito que, dentro de la narrativa, Monterroso se haya inclinado fundamentalmente por la fábula. Incluso en sus ensayos hallamos presente lo imaginativo, la fabulación, porque esto le permite establecer un acercamiento menos escolástico a los asuntos que trata así como una aproximación más amigable al lector. Quien inicia la lectura de alguno de sus textos no puede menos que quedar rendido a sus pies por lo ameno y curioso de sus formulaciones. Sabe que lo que se vive es común y que «solo la forma de contarlo diferencia a los buenos escritores de los malos» (La palabra mágica). Esa elección tiene que ver con la intención general de la obra de este autor. Monterroso en sus cuentos nos lleva a derivar de cada microhistoria algún juicio oportuno, si no estrictamente como un ejemplo moral a la manera del Conde Lucanor, sí fundamentalmente de corte existencial. El cuentista quiere que, junto a él, aprendamos a entender y ejercer la vida de manera más lógica y cierta, sin regalos a los prejuicios o esquemas falsos.

Leer a Monterroso sirve para no aburrirse y, más, para no aburrarse. Con su lectura acentuamos la significación de mirar a la vida con cordura y amabilidad, en actitud desprejuiciada y dialéctica. Esto nos permite reírnos de nuestras necedades, aceptarnos tal como somos, reconocer la relatividad de cuanto acontece y apreciar los valores ciertos que ella nos ofrece. Que no nos suceda como al Burro de su fábula, que encontró la flauta abandonada, tocó una música sublime y, desapercibido, la tiró, desechando con ella lo único hermoso que había logrado en toda su existencia.

 


“Celestino” convoca en Holguín

Vuelve Ediciones La Luz y la sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en Holguín, a convocar al prestigioso Premio Celestino de Cuento, esta vez en su edición 22.

Podrán participar todos los escritores cubanos, residentes en el país, miembros o no de la AHS, menores de 36 años de edad, con un cuaderno inédito con una extensión mínima de 45 cuartillas y 70 como máximo que deberán enviar a la dirección electrónica: 22premiocelestinodecuento@gmail.com.

Los interesados podrán encontrar más detalles de esta convocatoria en la página oficial de la editorial:
https://edicioneslaluz.cubava.cu/2021/02/convocatoria-xxii-premio-celestino-de-cuento-video/

El evento, que se desarrollará desde el 15 al 18 de junio, de forma virtual atendiendo a las dificultades resultantes de la COVID-19, está dedicado al centenario de Augusto Monterroso y al  aniversario 35 de la AHS.

Las obras serán recibidas hasta el 1 de junio de 2021 y el ganador obtendrá un diploma acreditativo, 1000 pesos, una obra de arte y la publicación del cuaderno premiado a cargo de Ediciones La Luz, a ello se añadirá el pago del respectivo Derecho de Autor.

El jurado lo integrará como es habitual figuras de prestigio en las letras cubanas y darán a conocer su fallo el 18 de junio.

El Premio Celestino es de los más importantes concursos para jóvenes autores cubanos. Sus ganadores más recientes fueron Elaine Vilar Madruga y Robert Ráez.


«Mi intención es estar junto al arte»

Tuve el gusto de presentar online la primera novela de Leonardo Espinoza Benavides, cuando la segunda oleada del coronavirus y la cuarentena amenazaban con transformar nuestra producción del pensamiento y la realidad. Adiós, loxonauta me sirvió como pretexto para (re)visitar la obra de Leo y (re)conocer en ella los signos de lo bien hecho. Novela lúdica, con guiños literarios intemporales, que evidencia una tradición literaria continental enfocada hacia el desarrollo de la ciencia ficción. Además, fue el perfecto motivo que me invitó a dialogar nuevamente con la poética de Leonardo (café de por medio). 

¿Hasta qué punto lo real, esa construcción semiótica que denominamos de dicha forma, impactó en la gestación de la historia de Adiós, loxonauta, tu más reciente novela?

Creo que lo real, en este caso, moldeó la génesis de la obra misma: en medio de una pandemia, como médico trabajando jornadas intensas y otras de completo aislamiento, todo fue adoptando un ritmo particular. La incertidumbre, lo efímero, por momentos una danza con lo aparentemente absurdo y frágil, mi propio oficio en el área de la salud y en el área de las letras, todo en una especie de renovación y redefinición. En ese sentido, en esa forma de realidad en la que nos encontrábamos, fue que esta novela (corta en parte por eso mismo, creo yo) se forjó. Si bien podría lanzar paralelismos de realidad con algunas vivencias personales, eso muy rara vez es mi intención creativa: soy de la escuela de narrar usando la experiencia observada de lo humano más que la interioridad biográfica propia, si bien los pincelazos que mezclan los colores entre ambas son inevitables. Adiós, loxonauta es por completo un hijo literario del año 2020, y todo lo que ello conlleva. Aprovechando la expresión de “construcción semiótica”, soy de los que apuntan a una semiosis que culmine y se determine en el interpretante, desde el cual espero que surja su signo respectivo.

Tus protagonistas apuestan por un space opera donde la especialidad médica de la dermatología es el epicentro que mueve y conduce todas sus aventuras, ¿por qué?, ¿partes también allí de un análisis de tu realidad?

Esta pregunta me acorrala completamente en la respuesta que quise esquivar recién (¡y me saca una risa!). La dermatología: pues, sí. Creo que puedo direccionar esta idea hacia dos caminos válidos. El primero, el universal, el que en cierto modo quise defender en la primera pregunta: cuando narro me gusta crear personajes que han surgido de mis encuentros con personas del mundo real (¡hasta la palabra nos está persiguiendo, lo real!); me gusta trabajar la multiplicidad de opciones simbólicas e interpretativas, cerrando una trama o historia central, por así decirlo, pero dejando, a propósito, el espacio suficiente para que el lector haga suyo este momento novelado incompleto, imperfecto como lo es todo, y que pueda así reverberar hasta quién sabe dónde. El segundo camino, sin embargo, es el que me acorrala siempre: ¿cuánto de mí hay en Ítalo Calvino? Son varios los amigos médicos que me han apuntado, algunos con escepticismo y otros con certeza apodíctica, de que este Ítalo sería yo. ¡No! No, no. (¿O sí? ¡No!). Creo que es un sesgo de convivencia solamente.

Lo que sí es cierto es que intento escribir y crear desde territorios que manejo lo suficientemente bien como para construir sobre ellos de manera cómoda (en este caso, el conocimiento biológico, médico y dermatológico como cimiento). Vuelvo a la semiosis: el lector médico no se detiene con mucho entusiasmo cuando dejo rastros o rutas hacia Calvino (el escritor, no el homonauta), o a Borges o Rufus; mientras que el lector no-médico no se detiene, usualmente —siempre hay excepciones— en el detalle, por ejemplo, de la esfingomielinasa D y la estructura del gremio de la Federación. Así que, volviendo a la pregunta original, sobre dónde comienzo mi análisis de la realidad: desde esto, desde la ambivalencia, la bifurcación, la imperfección, la falta de inicio y final consciente, cualquiera sea el personaje principal, real o fantástico.

En la novela se mezclan los registros de la tragicomedia, con muchos visos lúdicos, incluso irónicos. Esta hibridación de registros, ¿ejercicio de textualidad al azar o pauta consciente?

Pauta consciente. Y gran desafío, por varias razones: hasta entonces, mi obra siempre había estado enmarcada en los cuentos, más o menos largos, pero cuentos al final del día. Y mi voz como autor se enmarcaba en una ciencia ficción con cierta tendencia a lo poético. Algo que me gusta, claro, y que gozo cultivar como parte de mi forma de hacer arte. Pero… no había logrado embarcarme en la novela. Sentí que para lograrlo debía desarmarme y rearmarme, sin temores, sin frenos, a lo que surgiese. Así nació el estilo de Adiós, loxonauta, una comedia por momentos satírica y por momentos tragicómica. Fue la forma espontánea en que pude largarme a una narración más extensa, dejando que los personajes fueran más humanos aún. Y enfatizo lo de humanos porque creo que, por mucho que pueda experimentar y divagar con mi pluma, la esencia de lo que me nace contar se mantiene: historias de gente sencilla en mundos complejos, en busca de sentido y de salvaguardar la ilusión que les permite seguir adelante. Soy incapaz, por ahora al menos, de formar un héroe clásico o una epopeya de final glorioso. Algún día, quizás, pero no por el momento. Me gusta la marginalidad y la confusión existencial. Mi siguiente gran desafío personal es ver qué cosa nacerá entre lo poético y lo tragicómico que he estado cosechando.

¿Has pensado que las aventuras de Ítalo Calvino, homo sapiens, y su colega Krek, loxosceles sapiens, podrían devenir en una saga?

¡Otra vez arrinconado! Debo confesar que no soy muy amigo de las sagas, en general, pero esto me lo han pedido bastante (¡y me alegra mucho, por supuesto!). Cuando pienso en sagas pienso en esos ejemplares de nuestros vecinos anglosajones que sacan tomos y tomos de quinientas y miles de páginas, y de solo verlos me generan ansiedad. ¡Cuántos libros podría leerme en ese tiempo, cuántos autores! Tal vez sea algo regional y vivencial, pero una saga me resuena como inadecuada a la forma en que vivo: entre medicina y literatura suelo dormir tan solo un puñado de horas al día (recuperadas el fin de semana; todo bien), y de tan solo imaginar la cantidad de tiempo que me llevaría leer una de esas sagas… Me pasa lo mismo con las series televisadas, como cuando te recomiendan ver una y al consultar por la cantidad de temporadas resulta que tiene diecisiete y contando. ¡Uf! ¿Y si pasa algo y no logro terminarla? ¿O si no me gusta, pero resuelvo terminar de verla de todos modos? Así que, considerando todo esto, por supuesto que haré una saga con Calvino y Krek. ¿Acaso no les dije que lo mío discurre por la confusión existencial? (Bromas solamente, con una risa a modo de secuela propia del año pasado).

Lo cierto es que sí, creo que haré una saga, ya casi me terminan de convencer, porque el formato me acomoda: Adiós, loxonauta se puede leer en 1-2 días tranquilamente, por lo que respeta lo que por ahora me gusta generar. Tengo pensado el nombre para el segundo libro (pero no creo que esté listo tan rápido).

¿Qué tal la experiencia de publicar con Sietch Ediciones? ¿Qué ha cambiado en los últimos años en el panorama de la ciencia ficción chilena?

¡Gran experiencia! Me tocó ver el nacimiento de esta nueva editorial, así que ha sido toda una vida con ella. Cuando Sietch Ediciones me invitó a publicar, todo era nuevo y todo existía solo a modo potencial. Michel Deb es el responsable de esta aventura: lo conocía lo suficiente, cuando me llamó, como para saber que su intención valía completamente la pena, que era algo a lo cual ameritaba ponerle todo el espíritu y toda la pasión posible. Así, lo que fue primero una publicación en su sello Vintage Pulp, terminó unos meses después convertido en el ofrecimiento de ser parte del creciente equipo editorial de Sietch.

cortesía del entrevistado

Al principio tuve mis temores: la invitación era como editor formal y yo tan solo tenía experiencia editando de manera informal y autodidacta a escritores amigos, lo cual, por mucho tiempo que llevase haciéndolo, no era lo mismo que tomar un cargo como tal. Cuando supe que la editora en jefe del equipo sería Jean Véliz D’Angelo (con formación profesional), entonces me atreví y acepté. Hoy por hoy soy un híbrido editor/agente. Y ha sido maravilloso. Somos una pequeña familia con un mismo sueño: permitir el surgimiento de nuevas historias, acompañando a sus autores y tratándolos como si fueran parte, también, de la gran familia del Sietch. He aprendido un montón, de verdad. Lo que antes conocía solo como autor, ahora lo he podido ver desde el interior de la maquinaria misma, comprendiendo todo lo que implica hacer un libro con cariño y dedicación. Me encanta. Me alegra trabajar con Jean, Michel, Jorge, Iván y los autores y autoras que van sumándose. Y, como si mi alegría fuera poca, aún conservo mi lazo y enorme amistad con Puerto de Escape, editorial en la que soy autor (al mando del genial editor y promotor cultural Marcelo Novoa), de tal modo que he logrado una convivencia aún mayor. Cada una tiene su estilo: cada casa editorial tiene lo suyo, son irrepetibles, creo yo.

Podría entrar a nombrar cualidades de una y otra, y también de las otras editoriales locales dedicadas a la literatura fantástica que han ido surgiendo y que han hecho del panorama chileno actual —respondiendo a la pregunta original— un verdadero momento vigoroso para la publicación independiente, forjando una nueva escena literaria sin lugar a duda, y de la cual veremos su legado en unos años más.

¿Cuál fue el principal desafío textual que enfrentaste al escribir Adiós, loxonauta? ¿Es la novela un género tan complicado como parece a simple vista?

¡Lo es! ¡Vaya que lo es! El mayor de los desafíos fue el convencerme y mentalizarme a, efectivamente, terminarla. Hay algo que siempre comento en entrevistas: soy todo lo opuesto a una persona “organizada”; nunca he usado ni agenda ni mucho menos calendario (dejo notas por ahí y me valgo de buenas amistades para los recordatorios, con la excepción de fechas esenciales, por supuesto). De hacer una analogía que me identifique: soy corredor de los 100 metros planos y jamás podría enfocarme en los 800 metros (dejo de lado los 42 kilómetros de una maratón porque todos tenemos de alguna u otra forma una meta a largo plazo). Llevo toda una vida trabajando y creando de esta forma, desde que lo recuerdo, y me funciona y me fascina. ¿Explosión creativa o umbral motivacional alcanzado? Entonces puedo estar 12 horas sin moverme en una concentración absoluta, por varios días y quizás un par de semanas. ¿Armarme una rutina de escribir un poquitito cada día? Imposible: me aniquilaría mi alter ego de antimateria. Soy un desordenado ordenado, un caótico eficiente (¡quiero creer, al menos!). Mi práctica en el oficio se encuentra, tal vez, en la irregular constancia de tales explosiones. Así que… una novela resultaba complejo en cuanto a logística. Sin embargo, las piezas alcanzaron su alineamiento y me lancé. La novela ya se había armado casi por completo en mi cabeza cuando me senté a escribirla: el aspecto dermatológico ya lo había elaborado mentalmente y el personaje del Inmortal vivía en mi imaginación desde hacía al menos 5 o 6 años, esperando pacientemente el momento de tener un espacio donde desarrollarse (incluida la idea en torno a la medusa Turritopsis dohrnii, que sí, es real); súmesele que estoy realizando un trabajo de investigación clínica en torno al loxoscelismo cutáneo y ¡pum! Era tiempo de apostarlo todo, all in. Inspirado en la extensión de novelas latinoamericanas que me encantan, particularmente Salomé, de una tremenda autora cubana, y Los cuerpos del verano, de Martín Felipe Castagnet, quise apuntar a ese estilo novelístico. Terminar el primer borrador fue intensísimo (benditos sean los momentos de aislamiento pandémico preventivo que tenía que ir tomando, siempre agradeciendo la fortuna de estar sano y salvo, y sin que me faltase nada). Lo demás fue pulir, leer, releer, lectores beta, edición y todo lo que siempre procede. En suma, es una metodología con sus pros y sus contras. El cuento, en contraparte, es un universo paralelo.

Tu personaje Ítalo Calvino es un hombre del Cono Sur, ¿sientes que la condición geográfica, el hecho de nacer en determinado país, define a tus personajes?, ¿cómo manejas las particularidades y rasgos típicos del lenguaje, teniendo en cuenta que tu personaje se relaciona, a gran escala, con otras especies?

¡Uf! Gran pregunta que me llega directo. Sí, creo que el regionalismo de mis personajes es clave fundamental para comprenderlos y descifrarlos. Pero, a su vez, es la forma en que yo mismo incursiono en el tema: me resultaría difícil poner en palabras explícitas mi cosmovisión al respecto y, por eso mismo, lo intento modelar a través de la ficción. En la Feria del Libro Independiente de Valparaíso del año pasado surgió una frase que me atrapó de una forma casi religiosa: “Chile no está resuelto… Chile tiene una pata que cojea”. Si bien creo que la misión es enorme y casi que no logro ver el panorama por completo, sí es algo que intento desarrollar, que intento aportar con mis historias. Hay algo abstracto que tan solo el arte puede moldear. Más que Chile, eso sí, cada vez me siento más atraído por ese concepto geocultural del Cono Sur. No es una atracción que comprenda del todo todavía, pero siento al Cono Sur como un hogar que, a pesar de las turbulencias mundiales que puedan estar ocurriendo, me entrega un cierto cobijo agradable, acogedor, alejándome de posibles nacionalismos fronterizos añejos y, a la vez, configurándome una aldea social abarcable dentro de mi pequeñez humana. De ahí que el español de Ítalo es un híbrido chileno-rioplatense y de ahí que Santiago sea, en aquel futuro, una playa y no una cuenca acorralada por montañas. De ahí nace mi ejercicio de identidad y comunicación. En cuanto al lenguaje entre especies distintas, lo cierto es que no era mi foco en esta novela en particular (el relativismo lingüístico de Sapir-Whorf y las tecnologías traductoras quedarán para otros textos).

cortesía del entrevistado

La relación del ser humano con otras especies inteligentes es uno de los leitmotivs de la ciencia ficción desde sus mismos orígenes como género, ¿por qué te interesa a ti?, ¿sientes que es una corriente de sentido, menos o más subterránea, que atraviesa la poética de tu obra?

Es un tema que me encanta por su enorme cantidad de formas de ser abarcado. Es inagotable, a mi parecer, porque sus límites son los mismos límites de la creatividad. En lo personal, usualmente he usado esas ideas en dos sentidos. Primero, en el incursionar sobre aquello “verdaderamente ajeno” (Stanislaw Lem y Hugo Correa como inspiraciones inevitables); y, segundo, en el aspecto del tropo “espejo”, donde la representación de lo ajeno es tan solo una forma de reflejar algo humano, lo cual sí creo que va con una corriente de sentido que tal vez estoy construyendo de manera no del todo consciente. Confieso, eso sí, que tiendo más al robot-espejo que al extraterrestre-espejo pero, dentro de la variabilidad de refracciones, son dos que gozo tanto leer como escribir. Siempre es desafiante no caer en la mera caricaturización.

¿Es la conquista de un lenguaje particular, de una poética propia, una de tus búsquedas centrales como escritor, o prefieres ir por otros linderos y persiguiendo otros horizontes?

Qué difícil saberlo… (Esta pregunta me hizo parar de escribir, echarme atrás en la silla y mirar el infinito un buen par de minutos… Resultaron ser varios minutos más de lo esperado; pero me tomé un café y volví). Creo que la respuesta es, en primera instancia, que sí: busco una voz propia, de fondo y de forma, aunque tal conquista viene siendo la conquista de uno mismo, acaso un recorrido de por vida. En ese sentido, mi intención es estar junto/con/el Arte. Crear con tal visión y propósito. Hay una pulsión, ¿quizá determinista?, de por medio. Aun así, aunque expresar mi propio desarrollo me resulte complicado, hay algo que sí puedo declarar como horizonte y objetivo, más allá de mi persona: espero que, en algún tiempo y momento, haya al menos un lector que al leer mis historias sienta lo mismo que yo he sentido y sigo sintiendo cuando leo uno de esos libros que te cambian la vida, que te nutren el alma.

Por último, me gustaría que recomendaras un par de relatos tuyos para leer en esta cuarentena, y algunos libros de ciencia ficción que creas pueden acompañarnos bien en estos tiempos que corren.

Para partir el 2021 les recomendaría, o más bien los invito, a que lean los cuentos más nuevos que he publicado por estos días: “Y luego los ángeles olvidan rezar por nosotros”, que apareció recién en la Revista Aeternum, de Perú, en un número titulado “Extrahumanos”; y “Umbrales virulentos: antología de ciencia ficción latinoamericana”, de la editorial venezolana Fundajau, donde aparecen cuatro microcuentos de mi autoría junto a los de otros representantes de la región (¡que están de lujo!). En ambos casos se van a topar con unas ilustraciones increíbles. Pueden dar con los paraderos del material a través de Facebook/Google y, ante cualquier dificultad, me avisan y se los consigo. También les cuento que estoy a la espera de que se publique un cuento al que le tengo un cariño especial, “Dani Dinosaurio (Ve-eleh Shemot)”, pronto a ser impreso en la Revista Crononautas N°2. Y en cuanto a recomendaciones de libros para los tiempos que corren, mis seleccionados vienen siendo: 8 voces: antología de cuentos LGBTIQ+, de Sietch Ediciones (Chile), ciencia ficción fascinantemente novedosa; Recognize Fascism, de la editorial World Weaver Press (Estados Unidos), antologado y editado por Crystal M. Huff, para embarcarse en ciencia ficción y fantasía de corte político, con dos chilenos publicados de por medio; Misión a Laozi, novela del chileno Aparicio N. Frictenns, por Editorial Puerto de Escape, a modo de brindar por el centenario de Lem; y, por último, no puedo dejar de recomendar encarecidamente que lean El Gusano, novela también, del colombiano Luis Carlos Barragán, por Ediciones Vestigio, mi lectura favorita del 2020 (me cambió la vida).


La angustia que nos ofrece el destino

Vasily Mendoza Pérez no se ha propuesto escribir sobre la trascendencia y, sin embargo, en su obra pueden seguirse las señales de lo que es —o, al menos, de lo que yo considero— gran literatura. Desde lo breve y lo fragmentario, desde el punto en que su vida lo marcó para ser creador y usar la palabra como una de las sendas para comunicarse con el mundo, Vasily ha hecho una apuesta: abrir las ventanas a otros universos posibles.

¿Hasta qué punto tu historia de vida signó las historias que, como autor, estabas destinado a contarle al mundo?

Mi historia personal no solo ha signado la literatura que tramo, sin ella no habría narrativa o poesía posible. He sido un vividor de historias fabulosas, desde mi infancia, pero angustiosas. No he sido un delincuente porque estaba signado para otro destino. Tenía todas las condiciones para serlo. Incluso para haber adquirido una conducta o modo de vida más cercano a lo antisocial.

Hijo de padres divorciados que no supieron manejar esa situación familiar y no cuidaron las consecuencias nefastas de ello, tengo huellas de esa infancia, y son las que van saliendo en lo que escribo. Por ejemplo, hay un cuento, Algo que estorba, donde dos hermanos están fabulándose para matar al padre que es un abusador y que, al parecer, mató a la madre de ambos. Este cuento me surgió el día que estaba escribiendo y mi padre y mi hermano me interrumpían a cada rato y no me dejaban concentrar.

Mi proceso de escritura es muy místico. Necesito silencio y concentración para poder escuchar la voz que me dicta lo que transcribo. Y perder esa conexión me es muy doloroso, incómodo, y como soy irascible por arranques, ya te imaginarás cómo terminó la escena en la vida real. Aunque claro, no matamos a nadie, y mi padre no mató a mi madre. Pero son las cosas, verbigracia, que han ido construyendo mi literatura.

Hay cuentos en los que pareciera que escribí en clave para las antiguas amantes, casadas, que me leían buscándose en esos escritos. Y se encontraban. Y nos volvíamos a encontrar en la realidad y todo era mágico. Era, quizás, tan maravilloso como decía Borges cuando se asombraba de que la realidad copiara a la fantasía. Cuando comencé a escribir, bastante en serio, empecé con la poesía. Ahí sí estaba copiando la realidad tal cual era, y no como argumentos sino como sensaciones, porque era el reflejo exacto de mi mundo emocional. Todos mis miedos, mis reacciones, mis afecciones, ahí estaban hechos versos. Cuando estuve los dos años de misión en Venezuela, la poesía vino a salvarme. Y me salvó de todos los colores posibles. Incluso del negro. Y ahí está el libro inédito, En el país de los ruidos, donde estoy yo más lacerado que nunca. Porque esa misión me demostró que nuestro coterráneo puede ser nuestro peor enemigo fuera de los límites de la isla. Es lacerante saber que, en ocasiones, es así.

El argumento, entonces, en mis cuentos viene a ser la historia del otro que me lo dicta. Pero las sensaciones, los afectos, las claves secretas y tácitas, son las mías. Sin eso no tendría razón de escribir ficción.

¿En el oficio de escritor juega algún papel el destino? ¿Es este un oficio como otro cualquiera o comulga con un tipo de espiritualidad distinta, en estrecha conexión con el alma de los receptores?

Siempre he creído en la angustia que nos ofrece el destino. Pero ahora empiezo a dudar de la existencia del destino. Por lo que suponer que uno nace para algo, o está destinado para algo, es como creer en el destino. Y si analizas mi historia personal, como te decía, te darás cuenta de que había algo, secreto y taciturno, que me halaba hacia el arte, hacia la vía del bien. Yo soy rocker, fui friki en la época más dura de nuestro país. Y viví cosas sorprendentes. No consumí drogas, pero sí sus sinónimos, porque la música rock llega a ser una especie de droga y más aún cuando tratas de enajenarte, de irte de vacaciones de tu maldita familia que no está haciendo bien las cosas. Los jóvenes, por lo general, tenemos la sensación o la clara idea de que la familia está haciendo mal las cosas en algún momento de nuestras vidas, y por eso queremos salir un rato a tomar una bocanada de aire. Yo hice muchas cosas en mi adolescencia porque era muy libre. Tenía mucho espacio para mí solo. Por eso pertenecer a una tribu urbana como la de los rockers y hacer música rock en una banda me daba cierta felicidad y consuelo. Pero ese no era mi destino, solo parte de mi anécdota. Y en eso quedó.

Pareciera que, aunque ya no creo tanto en el destino, sí estaba destinado a ser escritor. Incluso ahora, ya más maduro, me doy cuenta de que tengo varias profesiones, pero la que se me da bien, o bastante bien, es la de escribir. De hecho, he tenido relaciones con chicas que nunca me han conocido en persona, pero por los correos y cartas que nos escribíamos ya era capaz de establecer un tipo de relación. Es ahí donde la literatura, sea ficción o no, logra ese acto comunicativo direccional con el que lee: acto que empieza con la actitud del escriba. Ningún escritor escribe sin esa actitud, porque es física. Nuestra mano deja de ser la mano de siempre, la mano de comer y afeitarnos, la mano de saludar o de agarrar las cosas. Entonces se convierte en la mano de alguien que escribe. Alguien que comunica. Eso es algo muy poderoso. Poderoso porque consigue varios niveles de comunicación. Primero, con el que nos dicta lo que escribimos; luego, con nosotros mismos en una especie de introspección; y por último, con el lector que siempre tendrá la última palabra. Pero no acaba. A su vez, el ciclo se repite, pero a la inversa. El lector interioriza lo que lee y lo vive, y luego se lo dice a otros para que compartan las mismas buenas o malas sensaciones. Es pura espiritualidad, sí, claro que sí. Es energía en movimiento. Energía invisible que empieza y concluye en el ser humano.

Lo fantástico, lo mistérico, lo sobrenatural forman parte del sistema de sentido de muchas de tus obras, ¿por qué te interesa cruzar la frontera, la cortina, que separa a la realidad de esas otras realidades probables?

Todo se relaciona. Y habría que volver a la importancia de mi historia personal. Nunca he sido conforme con lo que he vivido. Siempre quiero más. Y siempre me ha dolido mi pasado por no darme lo que necesité justo en la medida y momento adecuados. Por eso la fantasía y esos temas que mencionas han sido como la puerta de escape. Mi primera fantasía, y que nunca escribí, era ser invisible e incorpóreo. Para andar por ahí haciendo maldades al mundo, obtener dinero fácil, ver a las muchachas que amaba en sus casas sin que me vieran a mí, y poder hacer muchas cosas más con total omnisciencia. Eso es algo literario, fíjate, si se quiere, es lo que hacemos los escritores, somos invisibles e incorpóreos en un mundo ilusorio que no existe pero del que sabemos absolutamente todo. Quizás no fuimos sus demiurgos, pero es nuestro mundo y así lo sentimos.

Después, con las lecturas y ese proceso natural de selección, fui descartando temas y quedándome con el misterio, con lo sobrenatural. Eran geniales vías de escape. La realidad me gusta, pero esa la reflejo o la trabajo con el pseudoperiodismo que escribo y con el que me gano la vida, también. Con 18 años entré a formar parte de A.M.O.R.C. y la cuerda mística vibró en mí para siempre. Esa parte genial de la espiritualidad se colmó de alegrías y me hizo el Hombre que soy ahora… y que también reflejo y ha sido determinante en mis lecturas y escrituras.

Háblame un poco de tu proceso creativo…

cortesía del entrevistado

Mi proceso creativo quizás no se diferencie mucho del tuyo o del de otros artistas. Es el mismo para cualquiera de las manifestaciones artísticas que trabajo. Por ejemplo, la primera cosa es la idea en sí que viene sola y sin pedir permiso. Si es un tema musical, tengo que tener a mano algo para grabar o escribir la melodía. Por suerte, sé escribir partituras y tengo el móvil con apks para grabar. Si es un cuento o un texto crítico, siempre a la mano tengo con qué escribir o guardar. Nunca confié en la memoria. Pero siempre confío en ese soplo de la primera línea, en el primer acorde. Y es genial porque me siento como en las nubes. Ya después, cuando me siento a desarrollar esas ideas es como si me distanciara de mí, como si fuera otro y me estuviera viendo hacer el arte que hago. Feliz, vibrante, monárquico. Así termino lo que sea y espero la opinión de mis amigos, los selectos. Una cofradía de humanos que me soportan y dan muy buenas opiniones. Mi mujer es la primera en opinar, periodista de profesión, y con una sapiencia exquisita. Así va rodando la obra hasta que pareciera que ya está terminada. Y cuando sale al mundo, me doy cuenta de que no puedo con ella. No la soporto. Empiezo a verle miles de defectos y la detesto, para siempre. Por eso no puedo leer mis libros ya publicados, ni mis dibujos, ni la música que compongo. Es terrible. Altamente doloroso.

El mundo del teatro forma parte indiscutible de tu realidad como artista, ¿hasta qué punto sientes que la comprensión de la teatralidad ha impactado en el sentido narrativo de tus libros?

Vivir el teatro tanto como aficionado como profesionalmente me ha desarrollado, además, como ser humano. Yo era un rocker tímido y con mucho que callar, pero el teatro me abrió las puertas del pecho e hizo que salieran una a una mis angustias, mis congojas y hasta las piedras de mis zapatos. Me ha dado no solo el sentido de la espacialidad, todo existe con una función determinada en este mundo sino, también, el de la humanidad. Somos humanos por una cualidad y no por otra; y con un fin determinado estamos en este mundo y no en otro. Aparte de ello, el teatro me hizo aprender de la técnica sin necesidad de ir a la escuela, ni de pasarme años estudiándolo. Solo lo viví, y me alimenté, vestí, de ello. Fui muy feliz en el teatro como mismo lo soy gracias a A.M.O.R.C. que también diseñó el dibujo de lo que sería, luego, mi personalidad. Además, me dio todas las herramientas para que en el futuro me dedicara a escribir críticas teatrales, asunto que me fascina.

¿Cómo trazas la arquitectura de un libro de relatos?

A veces un libro me surge con la misma fuerza de la primera línea del primer cuento o parte, así como el título. Muy raras veces desarrollo el libro con los cuentos ya escritos y reunidos después. Es un todo en común que me ayuda a que sea más cerrado el sentido de este. Me ayuda a que, después, se comprenda mejor lo que quise decir, aunque esto no significa que la idea primigenia se mantenga inamovible durante años.

Hay libros que he demorado más de ocho años en publicar desde la primera vez que lo escribí y han sufrido tantos cambios que ya ni se parecen a la idea inicial; pero son los que más me han dado placer y han quedado más en la memoria de algunos lectores. Alguna que otra vez dibujo el libro que quiero hacer y trato de guiarme por ese plano. Así también me funciona. El asunto es que veo al libro de cuentos como un juguete de arme y desarme. En el deseo juvenil de transgredir los límites, intento romper esquemas como los de un cuento detrás del otro aunque, en esencia, sea esa la forma. No creo que exista otra manera de armar un libro de cuentos. Nadie puede poner dos cuentos a la vez, o todos los cuentos a la vez, que no sea uno detrás del otro. Es como la pintura. Uno trata de darle riendas sueltas a la imaginación o a la musa, pero casi siempre traza un plan, una forma.

El diseño, tanto teatral como editorial, ¿de qué manera complementa tu vocación como escritor y qué comprensión del universo de la industria del libro te ha enseñado?

Me veo menos como diseñador. Es así de sencillo. Es un oficio, una manera digna y profesional de ganarme el dinero y asegurar el futuro. Pero no creo que el diseño haya contaminado mi vocación de escritor; más bien a la inversa. Al diseño le hallo correlatos como escritor. Y justifico un trazo o una forma de la manera más conceptual posible, como si con ello estuviese haciendo literatura. Es curioso, pero las cosas ocurren así, a la inversa. No le resto el valor al oficio de diseñar, pero tampoco le doy el papel determinante sobre mis otras profesiones.

Al diseñar a tus personajes, ¿qué recursos empleas? ¿Sientes que la Psicología te dotó de un set de conocimientos sobre la mente y el alma humana que has podido, después, verter en tus historias?

Llegué a la Psicología después de ser escritor. Y me hice consciente de algunos elementos psicológicos de mis personajes cuando estaba en la carrera. Nunca lo hice consciente, ni ahora que ya estoy graduado. Son prácticas que uno va adquiriendo de las lecturas que hace. Creo, como decía Robert L. Stevenson, que los personajes literarios son como cubos de papel. Como cubos de papel que se van armando de personalidad mientras voy corrigiendo las historias. No los trazo. Los veo andar. No les hablo, les permito hablar. A veces, conscientemente, los copio de la realidad o de mí mismo. Y transfiero conocimientos que tengo de otros en ellos y los disfrazo para no descubrir alguna cosa, algún mensaje secreto que dejo en el cuento. Por lo general se me ocurre la historia, no los personajes. Ellos son parte del escenario. Son las herramientas para transmitir una idea. Sé que suena feo. Sé que pareciera una cosa morbosa, cruel. Pero así es. No creo que hacerlo de otra forma sea más caritativo solo por parecer más humano. Los personajes de mis historias son peleles que se mueven a mi antojo. Eso sí, tienen un basamento personológico real, basado en mí y, quizás por eso, parecen más psicológicos o más reales. Pero no dejan de ser cubos de papel.

De tus libros (los inéditos, los publicados), ¿cuál ha quedado tatuado en tu memoria y por qué? Si tuvieran que reconocerte por uno solo de esos libros, por una sola de esas historias, ¿cuál elegirías?

Mi primer libro, en el año 99. Mi primera persona, porque fue Yamilé Tabío Rodríguez la mujer que me inventó como escritor, la que me ayudó y alentó a armar ese libro de cuentos. Lo mandamos a un concurso y fue mi primer concurso nacional en el que saboreé la victoria. En ese primer libro estoy yo más al desnudo. Están historias de fantasmas y cosas imaginarias que siempre me fascinaron. Están Borges y Cortázar, Bach y Picasso. Ahí están mis otras lecturas y mi deseo de ser querido por los lectores y apreciado como escritor. Asuntos que aún están pendientes. Ahí están mensajes en clave para amantes que tuve y que eran casadas y que no se podían decir todas las cosas que normalmente uno les dice a las amantes. Era una gran complicidad. Como mi segundo libro, Esquijarosa, que es el apellido de mi segunda novia en la vida, alguien que significó bastante para mí. Y fue como un punto mágico porque fue, además, mi segunda mujer en la vida sexual y eso, aunque nadie lo diga, tiene tanto significado como la primera.

Mirar con ojos críticos la obra de otro creador es un ejercicio de riesgo, ¿cómo lo afrontas? ¿Cuál es la ética necesaria a la hora de ejercer la crítica? ¿Por qué hemos colocado en picota la cultura del debate y del disentir?

Siempre tengo una opinión sobre cualquier cosa que veo, oigo o digo. Y expresarlo me es fácil. Los pensamientos con criterios fluyen en mí con soltura y logro hilvanarlos. Prefiero más decir que no equivocarme en el criterio. El ejercicio de la crítica es de puro pensamiento. Y no se trata de ser certeros o de poner la verdad al descubierto; se trata de hacer pensar. Cuando tienes un pensamiento genuino es fácil ser polémico. Así soy. Pienso, pienso, y con ello soy polémico. Lo otro es que no tengo miedo de decir eso que pienso, sea bueno o malo. Pero siempre trato de ser constructivo. De que mi opinión sirva para ver la realidad desde otro punto de vista y que la solución parezca, al menos, más palpable. Esa es la ética que me signa.

Disentir no creo que sea el problema. El problema está en disentir un ateo en medio de una misa religiosa, o un satanista en medio de una reunión cristiana. Ese es el punto que muchos no entienden y quieren hacerse entender como disidentes así por así. Es algo complejo, sin dudas. Se ha puesto ahora mismo en la cima de toda la realidad cubana porque muchos no han sabido dialogar y otros no han sabido hacerse entender. A la fuerza no se logra nada. Lo primero es el respeto. Lo primero es escuchar, pero si yo te digo que no quiero dialogar, es mi derecho. Y mi derecho también es entenderlo y aceptarlo.

¿Es la escritura un oficio solitario? ¿Cómo interpretas tú la soledad a la hora de sentarte frente a la potencialidad de la página en blanco?

Si no hay soledad, no hay arte. Porque el arte comunitario existe porque hay un solo y único receptor, al menos, la primera vez. Eso somos los artistas, los primeros receptores. Alguien nos escogió a nosotros para transmitir un mensaje y allá vamos, a duplicarlo y a transmitir. Pero si estamos en compañía de seres queridos, de distracciones y esas cosas, quizás no podamos concentrarnos ni recibir bien el mensaje.

Tengo amigos que escriben en la multitud de un parque, pero cuando les pregunto, no son capaces de decirme que está ocurriendo a solo unos pasos de ellos. Por lo tanto, la concentración es esencial y, con ello, la soledad es tanto íntima como exteriorizante. Te puedes aislar del mundo en medio de una multitud aplastante.

En mi carrera de Psicología, estudié los procesos de concentración y pensamiento, y estaba más que claro que nadie podía hacer más de dos cosas al mismo tiempo. Por lo tanto, si es así, científicamente: ¿cómo puedo yo hablar con mi novia y, a la vez, escribir un gran cuento? No podría, jamás. Por ello, el arte es un ejercicio en solitario. Incluso en el arte grupal, esa de grupos creativos. Tienes que tener un momento a solas para generar ideas y luego ampliarlas en el colectivo o cambiarlas, mejorarlas, en fin.  Siempre la idea base nace en la soledad de uno mismo. Porque es así. Creo yo. No quiero ser absolutista.

¿Cuáles son las principales carencias y excesos, en materia escritural, que acompaña a la literatura que se hace en Cuba, en estos tiempos?

No creo que las principales carencias en materia escritural en Cuba tengan que ver con la censura como algunos predican por ahí. Sin ser un especialista en la materia, pienso que la principal barrera está en lo material. No todo el mundo tiene 600 hojas en blanco para imprimir su obra y mandarla a un concurso, o un poco menos para enviarla a una editorial. Porque para escribir solo se necesita talento y algo que decir. Y, luego, el espacio para que se haga visible tu obra. Al final, la censura siempre va a existir porque es un mal social que no se deslinda de la moral. Sabemos que la moral tiene que ver con las leyes de la convivencia cívica, con lo establecido por una sociedad y su tiempo. Nadie debería ir contra ello y después reclamarle a la censura. Es algo tonto. Porque, de verdad, yo siempre he creído que no hago nada escribiendo sobre abusadores sexuales de niños en una sociedad que deplora ese tipo de actitud. Irremediablemente, seré vetado o censurado en alguna parte del camino. Entonces, ¿en qué sociedad será permitido cualquier tipo de expresión artística? ¿Por qué pensar que ese tipo de actitud solo se tiene en Cuba cuando la historia del arte universal está plagada de actos censurados desde Raphael hasta The Beatles? Y aún hoy. Fuera de Cuba, ¿cuántos artistas no han sido vetados por otros por diferentes motivos? La lista es enorme. Lo triste es que solo los cañones se enfilen hacia Cuba y su Revolución. No creo que la censura sea un mal necesario. No. Es deplorable. Pero orinar contra el ventilador me parece estúpido. Y más aún cuando después se arma una campaña para defenderlo. ¿Alguien tiene derecho a orinar contra el ventilador? Por otra parte creo que, si algún lugar de este mundo es consecuente ahora con el diálogo entre el artista y el Estado, es en Cuba. Stephen King nunca me ha dicho que se ha reunido con los dirigentes del Congreso que él mismo eligió para decirles alguna inquietud social o política que tenga; y nosotros lo hacemos a cada rato desde una asamblea de la UNEAC o de la AHS. Eso es legítimo. Es un logro de esta Revolución.

Ahora bien, que haya artistas que no pertenezcan a ninguna de estar organizaciones y necesiten un espacio de diálogo, es otra cosa. Bien justa y legítima. Pero no tiene que ser a la fuerza. El diálogo para que sea diálogo tiene que partir del consenso de ambas partes; si no, es imposición. El Estado cubano: ¿tiene la obligación de dialogar con todos los habitantes de la isla? Sí, lo creo, pero también tiene el derecho de no dialogar, porque si no estaría siendo esclavizado por una parte de una población que quiere diálogo, que quiere otra cosa. Es algo complejo que merece más de un análisis. Por el momento, yo he tramado mi literatura hasta donde he querido. He escrito lo que pienso y lo he publicado. Nunca he escrito algo que no sienta. La censura nunca me ha tocado un pelo porque mi arte sigue siendo libre y soberano como mi bandera.