«Escribir para mí es un acto de placer»

María Karla Águila escribe desde Montreal sobre las formas de interpretar la belleza (siempre efímera y cambiante). Su Cienfuegos natal la acompaña y también la obsesión —esos motores también efímeros y cambiantes— de encontrar al personaje roto, al fragmento de una historia o de un verso. Poesía y narrativa tejen sus hilos sobre esta joven escritora que ha empezado a recorrer los pasillos amplios de la literatura.

¿Cómo construyes, desde lo emocional, lo espiritual y lo racional, tu propio ejercicio creativo?

No hay nada que piense que no pueda ser dicho por uno de mis personajes. Cuando me encuentro frente al papel, la historia parece ser dictada por otra persona, yo soy más bien la copista. No sé cómo funciona. A veces todo empieza por una frase, el recuerdo de mi madre diciéndome que si no me bañaba me iba romper los dientes. Es una frase que puede resultar violenta, pero mi madre es una santa y en el cuento, la madre de la muchacha también la quiere mucho, pero la muchacha no soy yo, es otra. La muchacha puede ser una compañera de clase que tuve en la primaria y que vi hace unos días. Es algo así, es un efecto collage o Frankenstein.  

En tu viaje desde Cienfuegos a Montreal, ¿sientes que tu mirada hacia la creación y hacia la narrativa ha cambiado sustancialmente? ¿La migración física conduce, de manera obligatoria, a una mutación estética? ¿Cómo asumes, además, el cambio de una lengua hacia otra?

La Karla que partió de Cuba en abril del 2017, ya no es la Karla que responde a esta entrevista. Yo cambié, cambió mi manera de ver las flores, los animales y mis semejantes. Ya no veo a mi país igual, ya no veo a mi familia igual, ni a mis amigos tampoco. Mi literatura (eternamente mutante) heredó, por suerte, este principio orgánico y evolutivo. Creo que la migración física conduce de manera obligatoria a la mutación estética. Las formas de interpretar la belleza cambian, porque la belleza no es la misma.   

El francés, como lengua proveniente del latín, guarda bastante hermandad con el español. Una vez que conoces un poco de vocabulario te vuelves especialista traduciendo mentalmente de una lengua a la otra, ya que ambas guardan estructuras gramaticalmente idénticas. Aunque por el momento no escriba en esta lengua, no abandono la idea de que algún día sea capaz de hacerlo.    

En el año 2019 obtienes el premio que otorga la Universidad de Montreal y la revista Hispanophone por tu cuento Un tren sin puertas ni frigorífico. ¿Cómo se abre paso un artista joven en un contexto geográfico que no es el suyo?

No tengo muchos consejos que dar respecto a ello. Realmente participé en ese concurso porque soy estudiante de la Universidad de Montreal en Estudios Hispánicos. La convocatoria llegó directamente a mi correo y vi en ella una oportunidad de probar suerte y ser leída por otras personas que no fueran cubanos. Fue una sorpresa. Un premio siempre se recibe con inmensa sorpresa y sobresalto, cuando dijeron mi nombre casi me desmayo.

Días después me invitaron a una clase de práctica del español, que se imparte en la misma universidad, y los estudiantes me hicieron algunas preguntas con respecto al acto de creación. Era una experiencia que vivía por primera vez en un país que no era el mío. Mis compañeros de clase me hablaban en los pasillos de los personajes de mi cuento, les intrigaba el hecho de que fueran reales. Hermosísimo.       

¿Sientes que el escritor tiene alguna responsabilidad de mapear o retratar su realidad y su tiempo, o debe enfocarse en otras búsquedas?

No creo que necesariamente tenga que retratar su realidad; cuando el acto creativo se convierte en un deber deja de ser arte por arte y comienza a tener otros apellidos. No me considero una escritora militante, no estoy comprometida con mi realidad, ni siquiera estoy comprometida conmigo.

Los temas, los personajes, los versos surgen de una manera inexplicable, vienen en forma de obsesiones o de imágenes. Algunos hablan de lo que he vivido o he visto, pero no surgen de una necesidad social o de un comprometimiento con alguna causa. No me veo hablando de reciclaje, ni de consumismo, ni de maltrato animal. Me veo hablando del ser humano, de mí, buscando…    

De tu experiencia como escritora en Cuba, ¿con qué te quedas? ¿Y qué desecharías?

Me quedaría con casi todo. Desecharía la parte de imprimir y buscar sobres para enviar a concursos, la parte de enviar por correo mis textos y que casi nunca lleguen.   

La diáspora de autores cubanos, diáspora ya sea temporal o permanente, ha provocado una cierta dispersión en el conocimiento que los creadores tenemos unos de otros; y también una cierta dispersión entre los lectores que pierden de vista a determinados autores. ¿Crees que exista una estrategia, así sea mínima, para establecer puntos y puentes de conexión entre las escrituras de la Isla, con independencia del área geográfica en que su creador se encuentre?

Creo que es buena cosa esto que haces, por ejemplo. Mediante las entrevistas podemos conocer lo que piensan otros autores, lo que nos separa, pero principalmente lo que nos une. Admiro la labor de Milho Montenegro. Quisiera, algún día, tener esa dedicación de promover a otros escritores, esa dedicación que hace que nos acerquemos a otras maneras de crear.

Pienso que otra buena estrategia serían las antologías; en medio de esta crisis editorial, creo que son una buena solución. Dar paso a la publicación colectiva. Cada cual, con su estilo y su propia búsqueda, pero tomados de la mano, en un mismo libro. La antología como un espacio de socialización.

Háblame un poco de tu libro La que debe morir, Premio Reina de Mar 2017 en el género narrativa…

La que debe morir es un libro que me hace siempre sonreír. Es un libro que adoro y del cual me siento súper orgullosa. Está dividido en dos partes: la primera se desarrolla en una ambientación rural y la segunda en una ambientación urbana. Es un libro de mujeres, de mujeres al borde de la fatiga, de la existencia. Mujeres tratando de lidiar con la miseria personal y colectiva. Hay risa y llanto, fango y asfalto. Son cuentos breves, medios acabados, como la vida de sus personajes.

¿Cuáles son los temas/obsesiones/seducciones que intenta tocar tu literatura?

Me interesa el sexo, todo se trata de sexo, como dijo Oscar Wilde. Me interesan las dinámicas callejeras, cómo habla la gente, me interesa la gente anónima, los que acompañan a los héroes, los que no se atreven a matar, pero lo piensan. Me divierte hacerlos hablar porque tengo alma de titiritera. Poner esperanza allí, donde se supone que no había espacio para una puerta, entonces la puerta se abre y el ladrón se escapa del policía.

En la poesía soy otra, la poesía es un espacio más personal. Cada verso es una imagen que creí ver o que quise que sucediera. Escribo poesía porque no se cantar, ni tocar ningún instrumento musical.   

¿De qué manera se imbrica, en tu trabajo, la poesía?

La poesía está presente en todos los aspectos de mi vida. Sin embargo, cuando escribo narrativa, hay textos que me demandan alejarme de ella, mientras que en otros se entremezclan “lo narrativo” y “lo poético”, creando así lo que algunos definen como “texto frontera”. Pienso que de una manera u otra, la poesía está presente porque siempre va conmigo, forma parte de lo que soy y de cómo interpreto cada acontecimiento.

¿Cuánta importancia le concedes a la disciplina y al rigor del oficio en tu ejercicio creativo?

Una vez leí o escuché que si no sentías la necesidad de escribir no eras un escritor. Estuve torturándome mucho tiempo, incluso, cuando me dicen “escritora” algo en mí tiembla de inseguridad.

No siento la necesidad de escribir. Puedo pasarme meses sin hacerlo y no me castigo, ni me deprimo, ni me juzgo mal por ello. Cuando me siento frente a la computadora, el poema se teje solo, el cuento se sucede sin trabas, todo fluye. No veo mi escritura conectada a una estrategia, escribir para mí es un acto de placer… como hacer el amor. 

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