Fernando Pérez


Fernando Pérez: «Ustedes tienen que crear»

Fernando Pérez es director de cine y escritor cubano licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad de La Habana, profesor de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Tiene una larga carrera como cineasta y documentalista y numerosos galardones y reconocimiento por sus producciones cinematográficas. Este hombre, con largas luces en el universo del séptimo arte, nos comparte acerca de la historia de la Muestra Joven ICAIC y su importancia para lo que hoy se conoce como el cine independiente cubano.

¿Cómo fue su entrada a la Muestra Joven ICAIC?

No recuerdo el año especifico, pero sí fue en un momento de mi vida que yo sentí después de mi larga trayectoria en el ICAIC y estar haciendo películas, que la Muestra significaba el espacio más dinámico de la realidad cinematográfica cubana y del ICAIC y recuerdo que ya Jorge Luis no iba a seguir más y me habló y dije “¡Sí! ¿Cómo no yo voy para allá?”

Nunca me había gustado ostentar un cargo o tener una responsabilidad que no fuera más allá de la de hacer mis películas y ser el director de ellas. Pero, estar al frente de la Muestra me motivó muchísimo y me planteé realmente dirigir la Muestra como dirijo mis películas. En plena responsabilidad y en plana libertad, es así como se lo planteé al presidente del ICAIC en ese momento, Omar González. Otra motivación fundamental era incorporarme al trabajo de todo un equipo que admiraba muchísimo. En primer lugar, la presencia de Marisol como directora de la Muestra, para mí eso era una posibilidad de desarrollar una línea de trabajo muy abierta.

Había también toda una historia de la Muestra por delante, no iba a empezar de cero, iba a trabajar con un equipo que tenía no solo una trayectoria sino un horizonte, una perspectiva y mucho de ellos jóvenes. Una de las cosas que me planteé cuando entré fue conservar su estructura, pero en algunos casos esbozar nuevos principios.

¿Qué cambios estructurales se impulsaron con el cambio de dirección en el evento?

La Muestra estaba generalmente encaminada por directores y cineastas de otra generación por lo tanto yo puse hincapié, por ejemplo; el comité de selección de la Muestra integrado por diversos especialistas que escogían y seleccionaban las películas estuviese compuesto solo por jóvenes. Hasta ese momento lo integraban distintas figuras, no importaba la edad.

También hice que el consejo de redacción y la dirección del tabloide Bisiesto que se editaba durante la Muestra fuera escrito y organizado solamente por jóvenes. Este era el punto más importante para mí porque traté que la revista no se convirtiera en el tabloide que únicamente recogía las incidencias de la edición, sino que se convirtiera poco a poco en ese espacio escrito que representara el pensamiento teórico de los jóvenes sobre ellos mismos y sobre el cine que estaban haciendo. Que no fuera el cine joven analizado por especialistas, críticos y ensayistas de otra generación, sino que allí estuviera reflejado el pensamiento y se desarrollara ese nuevo pensamiento de jóvenes críticos, ensayistas y pensadores del cine cubano. Incluso, nos planteamos y se logró hacer en el último año que fuera una publicación periódica, no solamente durante los días de la Muestra, sino que pasara a ser una publicación trimestral, pero eso después desapareció.

¿Qué importancia le otorga a la Muestra Joven ICAIC como parte del audiovisual cubano?

En cuanto a la Muestra, creo que ella me mejoró a mí, me sirvió para dinamizar mi pensamiento y estar dentro o mucho más cerca de ese movimiento que ya es hoy una realidad absoluta que es el “cine independiente cubano”.

La Muestra tenía una cualidad, ella reunía por una semana, o propiciaba el encuentro de cineasta jóvenes que durante todo el año estaban dispersos y fragmentados. No era la experiencia que había vivido cuando joven, que la mayoría, o casi la totalidad de los cineastas, estaban alrededor del ICAIC; era una concentración.

A partir del periodo especial se demostró que con el cine independiente el signo de “la independencia” tenía una fragmentación la cual se avizoraba. No había un núcleo alrededor del cual se reuniera o concentrara ese fenómeno que todavía no era un movimiento. La Muestra lo hacía, pero temporalmente, aunque trabajaba el año entero, pero no con actividades que hicieran que eso se convirtiera en una realidad cotidiana y no en un evento temporal.

Creo que de todas maneras la Muestra se convirtió en el espacio de referencia para los jóvenes. Recuerdo que cuando me veo obligado a dejarla por discrepancia con la política de programación alrededor de un documental, que no era un buen documental pero que era interesante discutirlo y no había por qué negar su exhibición, decidí no refrendar como presidente del evento. Esa política de exclusión creo que de alguna manera propició que la Muestra pasara a ser dirigida por jóvenes, y recuerdo que antes de irme o de recesar en ese cargo se los dije a algunos de ellos, “ustedes tienen que crear y ser ustedes mismos quienes dirijan la Muestra para que puedan tener esa personalidad jurídica, esa responsabilidad real”, para que pasara a ser un evento dirigido por jóvenes. Creo que eso propició que se continuara el evento, pero en una etapa totalmente nueva, donde l fue dirigida totalmente por jóvenes.

Dirigir este espacio fue una experiencia bien bonita. Nunca dejé de colaborar con ellos. Nunca dejé de ver lo que se exhibía en el evento que era el termómetro del cine independiente cubano, de ver por qué curso o qué cauce se mueve hoy en día. Trato de hacerlo también, y eso me va a mantener muy ligado, y por el cine joven independiente cubano que es el audiovisual de hoy.

¿Considera que la Muestra Joven ICAIC es un festival o como una muestra?

Recuerdo que discutíamos mucho en el equipo porque el criterio de que había que ser muy selectivo con lo que se exhibiera y ese era el camino, afirmaban. Pero siempre preferí defender, y todavía pienso, que el camino de una posible Muestra es que ella fuera una muestra inclusiva y no exclusiva.

El evento era un muestrario de lo que pudiera ser una obra insipiente en el caso de algunos jóvenes y en otros, aunque no alcanzara el ciento por ciento (si es que se puede medir por porcentaje la dimensión o la calidad artística de una obra), que tuvieran por lo menos la posibilidad de juzgar, de discutir, de evaluar, de probar un lenguaje insipiente incluso individualmente. Que los jóvenes que estaban comenzando a hacer cine pudieran ver el resultado de su trabajo en pantalla grande y que se discutiera era una línea muy inclusiva. Incluso en uno de los catálogos de la Muestra hay una reflexión que escribí sobre eso, por qué una Muestra exclusiva y no una muestra inclusiva.

No tenía que aspirar a ser un festival de Cannes –no se trataba de eso–, no solo por la alfombra roja, sino porque no era una selectividad lo que iba a demostrar su posterior importancia y proyección, sino la confrontación de un fenómeno que estaba creciendo que era el cine independiente cubano. ¡Claro que no se admitía todo! Esto no era un saco roto sin fondo donde se admitía todo. Pero bueno, que los criterios selectivos fueran lo más amplio posibles, que a lo mejor había un corto o un documental que tenía valores fotográficos o valores de puesta en escena que no estaban totalmente logrados, pero allí se avizoraba algo. No ser tan exclusivos o exigentes en ese sentido.


Los condenados del silencio

Oh habla del silencio

                                                                                                                                      Alejandra Pizarnik

 

Un muro de incomprensión se erige en el sanatorio de Santa Fe donde invade la “peste a silencio”, y Luis (Jorge Perugorría) y Orquídea (Laura de la Uz) visualizan el mundo más allá de las rejas. Su pequeño universo se advierte como trasfondo de una acertada crítica a la sociedad contemporánea. Se cuestiona el concepto de lo que es “normal”: hasta qué punto son más salvajes quienes existen al otro lado de la cerca del sanatorio que los propios pacientes.

Por otra parte, Isabel Santos es el engranaje universal de la historia por medio del personaje de Elena, madre de Luis. Ella ilustra el sacrificio extremo y, como una casa vieja, se derrumba en silencio. Su instinto maternal la convierte en un arma de doble filo, pues la resignación y la incapacidad para comprender al hijo enfermo, le impiden disfrutar de Alejandro (Carlos Enrique Almirante), su hijo menor.

También el personaje de Maritza refuerza la tesis de la incomunicación humana, en todo momento, ella busca el reconocimiento de los otros: las maracas que tanto desea poseer devienen símbolo de ello. Desde la ingenuidad propia de una niña construye su ideal de familia y aboga por su derecho a amar. La relación afectiva establecida con Luis, los besos, las caricias, incluso, el acto de hacer el amor, demuestran, una vez más, como la capacidad de sentir no es exclusiva de los “normales”.

El filme está narrado desde una dimensión realista, desde los conflictos y situaciones humanas propias de nuestro entorno más inmediato. Fernando Pérez logra narrarnos la historia mediante un lenguaje que sorprende por su valentía, su sinceridad y su descarnado discurso existencialista; los internos en el sanatorio personifican la catarsis de esta sociedad mezquina.

La estructura dramática se construye desde una dimensión simbólica y deviene polémica en sus grados de lectura. El realizador propone una reflexión sobre la necesidad de la comunicación entre las personas, la tolerancia y el respeto, la aceptación del otro.

La Habana, leitmotiv recurrente en los filmes de Fernando Pérez, resulta el escenario escogido para develar su historia. El sanatorio de Santa Fe se devela por medio de una edificación en decadencia; sus interiores claustrofóbicos y con escasa iluminación producen una sensación de ahogo y desesperación.

Los reiterados encuadres de los pacientes detrás de la puerta cercada connotan a un nivel simbólico el enclaustramiento, la sensación de estar presos, no solo desde un punto de vista físico, sino desde sus propios subconscientes. Destaca en el filme el trabajo de la dirección de arte de Erick Grass con un diseño de vestuario descolorido, sucio y desaliñado, el cual sugiere la uniformidad, la alienación a que son sometidos los hospitalizados.

El tratamiento de los espacios fríos y claustrofóbicos, con la cercanía de los contenedores de basura, fungen como signos que connotan el encerramiento, la pérdida de libertad, de la utopía, y reflejan la marginalidad, el rechazo al cual son sometidos quienes son “diferentes”. Estos elementos refuerzan la tesis del filme que nos habla de conflictos desde lo micro: una familia disfuncional la cual tiene como problemática la enfermedad de uno de los pacientes del sanatorio; hacia lo macro: una sociedad alienada y deshumanizada.

La ambientación de la casa de Elena, unido a su aspecto demacrado, evidencian el abandono de su propia vida. La penumbra de los interiores, el mar agónico y las caóticas ruinas que bordean su hogar, nos sumergen en un estado de desasosiego y nos reafirman la idea de cómo el hijo enfermo no le da cabida a sus proyectos personales.

A un nivel intratextual el filme es construido sobre personajes-símbolos quienes nos revelan los disímiles conflictos de la trama: Luis en su empeño de sembrar un árbol refiere el deseo de ser independiente y de poder decidir sobre su propia vida; el árbol se convierte en su voz. Orquídea con sus constantes referencias al Partido, al socialismo, a la Revolución, desmitifica y pone el dedo en la llaga sobre la pérdida de la utopía. A su vez cuestiona la pérdida de la esencia de una sociedad que desde el comienzo apostó por el ser humano.

Desde un tono nostálgico y un acuciante lirismo, La pared de las palabras construye una vez más un discurso autoral, crítico, sobre temas recurrentes en la obra fílmica de Fernando Pérez donde el ser humano deviene sujeto protagónico y eje de sus múltiples historias.

La acertada fotografía de Raúl Pérez Ureta, con los primerísimos planos de los rostros desconcertados y dolorosos de los pacientes, los planos generales de edificaciones en ruinas, del sanatorio, de la propia casa de Elena corroboran la tesis del realizador. De igual forma, el personaje de Luis percibe el resquebrajamiento de una sociedad hostil y fría que se burla y rechaza aquello que no comprende, en los trozos de hielo que detrás de una puerta observa. Se realiza una introspección en la vida de los personajes que connota a un nivel simbólico la tesis de Fernando Pérez y la necesidad de hurgar en el universo íntimo de estos.

La deshumanización a los cuales son sometidos los pacientes se aprecia en muchas de las escenas del filme, ejemplo de ello es la escena en el mercado donde Luis es agredido por un cliente, o el desprecio que hacia él profesaba Niurka (Yaremis Pérez), la pareja a medio tiempo de su hermano.

Jiménez (Alejandro Palomino), el administrador del sanatorio, concibe a los pacientes como meros objetos decorativos; él es la representación del burocratismo y de la pérdida de la sensibilidad. Jiménez no puede apreciar el cuadro de Alejandro más allá de un paisaje, más allá de lo representado.

La abuela Carmen (Verónica Lynn) resulta el personaje sensato y equilibrado dentro de la historia, ella es quien recrimina a Elena por la actitud obsesiva y su relación enferma con Luis. Uno de los parlamentos sostenidos con su hija lo evidencia claramente: “Tu amor por Luis, se tragó tu amor por los demás. Yo no sufro por mi nieto sano o mi nieto enfermo, yo sufro por ti, por ver como sacrificas tu vida. La vida es una sola, no la machaques”.

El personaje de Alejandro también devela los estragos de la sobreprotección extrema de Luis. Él se siente rechazado por Elena y la comunicación con ella es prácticamente inexistente; la situación del hermano enfermo lo deja huérfano de amor filial.

Un mar de clavos y anzuelos en lo incierto de la oscuridad componen el cuadro de Alejandro, “pero también puede ser muchas cosas más, depende de quien lo mire”. El cuadro, personaje esencial dentro de la trama, encierra en sí mismo el deseo de comprensión, la búsqueda del entendimiento, la necesidad de expresión de aquellos a quienes tildan de diferentes. Allí donde la sociedad deshumanizada no quiere ver, no responde y obvia el hecho de que, de cierta forma, todos somos únicos, un océano en la noche será la respuesta de los incomprendidos.

La pared de las palabras resulta entonces una propuesta cinematográfica signada por un alto nivel de simbolismo, que propone un discurso complejo y polemiza sobre conflictos de la contemporaneidad. Fernando Pérez nos seduce con la destreza narrativa de una historia desgarradora, pero bella en lo sutil de su lirismo. Un filme signado por el dolor, la impotencia, la incomprensión de quienes perdieron su voz y se les prohíbe expresarse, o de aquellos que, como Elena, sobrepasan los límites del sacrificio. Desde una sólida estética: ahora, que hablen los condenados del silencio.


«Seca» de Caminos Teatro: ¡Hay que verla!

Con el montaje de “Seca”, de Roberto D. M. Yeras, la agrupación Caminos Teatro vuelve a salir airoso en el panorama teatral avileño. Pero el nivel de las actuaciones todavía le dará algunos dolores de cabeza, antes de que entorne por un mejor camino.

Considero que una de las debilidades de su montaje está en que el espectador no podrá encontrar una escuela de la actuación donde apoyarse para entender de qué se trata. Y pareciera que todavía las cosas no cuajan del todo a la hora de decidirse por la actuación basada en el modo preferido de Bertolt Brecht, la experiencia y la identificación para producir asombro y educar a las masas; o en el método de Serguei Stanislavski, donde lo vívido tiene la preponderancia y se lleva a su máxima expresión el asunto de caracterizar a los personajes y situaciones.

Digo esto porque en la hora y cuarto que dura la puesta no hay algo que nos desvíe el interés para hacernos mirar el reloj. Nos quedamos en nuestra silla más que interesados en la trama que se desarrolla ante nuestros ojos.

Seca, por Caminos Teatro/ foto de vasily m. p

Por lo tanto, tiempo y ritmo van de la mano, buenamente, para que la historia se vaya desenrollando de manera veloz y sin atolladeros. Nos llega a cautivar todo lo que ocurre en escena y hasta nos hace ser partícipe de cada suceso. Si algún personaje tropieza, nos reímos; si alguno hace algo que da lástima, pues nos acongojamos; y así, la puesta nos atrapa desde el mundo afectivo hasta el raciocinio.

Pero, ¿qué es lo que pasa que no nos podemos centrar en los personajes tranquilamente? Es más sencillo de lo que parece. Por lo general, cuando un grupo de teatro hace su trabajo de mesa, valora las posibles escuelas de actuación por la que ha de erguirse su trabajo escénico. Y hacia esa pauta se dirige la dirección de actores.

Con esto se consigue que los niveles de actuación estén lo más parejo posibles para no “marear” al espectador y conseguir que el mensaje de la obra llegue lo más pronto y certero posible. Además de que se perfila mejor el objetivo del montaje y se refuerzan las debilidades dramatúrgicas que pudiera tener el texto.

Claro que esto no tiene que ser una camisa de fuerza. Cada grupo trabaja a su manera y como mejor le parezca, pero en una cosa sí parecen coincidir todos, y es en la manera en que cada uno de los actores interpretan sus personajes y lo que obtiene con esto.

Si vemos el montaje que ha imaginado Juan Germán Jones (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/artes-escenicas/juan-german-jones-pedroso/), y la preparación actoral que ha venido supervisando Jenny Ferrer (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/jenny-ferrer-diaz/) con cada uno de los actores, enseguida se echa a ver que algunos de ellos están sobre la línea de lo conversacional. Un tanto a tono con los cánones más contemporáneos de la dramatización cubana donde se apuesta por el discurso verbal más que por el escénico o imaginario.

En este tipo de línea actoral podríamos ver a Roberto Castillo en su personaje del Nene, Jorge Luis Sardinas en El Papi, esencialmente. A pesar de ser un teatro arena, y de no exigir una grandilocuencia en el actor, sus representaciones descansan sobre algunas caracterizaciones físicas, y casi ninguna psicológica. Muy a pesar de que ambos tienen historias personales como para sacarles todo el jugo interpretativo.

Por el contrario, la Raza, interpretado por Mercedes Mesa, tiene una profundidad psicológica que lo lleva a echarle mano a recursos como la tartamudez, los tics nerviosos, las grandes gesticulaciones, y otros, que hacen que su personaje sea más disfrutable en cuanto a las posibilidades histriónicas de la actriz. Pero como que desentona, un tanto, ante una Yamara Pereira y Yanelis Velázquez en los roles como La Chula y la Jefa, indistintamente, y el resto del grupo. Y hasta pudiera crear ese ruido molesto, cual motor de una turbina de agua, a los que quieren concentrarse en la dramatización en sí.

La actuación de Mercedes, para los que gustan de la “vieja escuela”, es memorable y con una fuerte dosis de credibilidad. Porque el uso que hace de la personificación es mesurado y logra que se dibuje un personaje maltratado por la vida y las situaciones familiares inapropiadas. Por lo que su personaje cala en el espectador y se vuelve identificable.

Mercedes Mesa en el presonaje de la Raza/ foto de vasily m. p

No quiero decir con esto que la obra adolece de una dirección actoral más precisa. Todo lo contrario. Llegar a este tipo de representación y con la calidad que tiene, en apenas cinco puestas, es un mérito.

Una pieza teatral todavía no llega a “cuajar” todo lo que tiene para ser considerada un verdadero ejemplo de genialidad, con muy pocas puestas ante el público. En la medida que más personas la ven, y los críticos hagan su trabajo, pues ganará en precisión y calidad.

Con una esmerada concepción escenográfica, la puesta nos revela una especie de cárcel circular, donde los personajes interactúan y sueltan al viento los textos tan paradigmáticos y esclarecedores.

Los elementos escénicos cumplen su función al montar y desmontar el espacio de realidad en que descansa la obra. Por momentos es una cárcel, en otros, un espacio arquitectónico; también es la habitación donde ocurren los interrogatorios y la calle donde se citan el Nene y la Jefa. A veces es un ring de boxeo.

En más de tres líneas de tiempo, donde se juntan pasado y presente, las historias de los personajes se entrelazan y generan nuevos conflictos que van in crescendo hasta dar con el desenlace ¿trágico?

Y estos puntos de vista hacen que la puesta se vuelva interesantísima al colocar al concurrente en función de anotar y recordar los “bocadillos” más importantes, y a descartar aquella información que no esclarece ninguno de los subtramas.

Es casi un ejercicio intelectual donde el espectador asume el mayor protagonismo. Y eso es una cortesía. Se agradece. La acción intelectual del espectador siempre traerá consigo la mejor retroalimentación posible. Es casi el objetivo supremo de una obra de arte: la comunicación.

En este sentido, creo profundamente que la pieza se inscribe dentro de aquellas “raras avis” en el panorama teatral cubano, que no echa a mano al fenómeno “Cuba” para achacarle las culpas de todos los males que cohabitan con los cubanos. Asunto que me ha llevado a pensar en una crisis de la dramaturgia en esta isla, en los últimos diez años, porque no todo en el teatro tiene por qué ser la oscura realidad ni la espina contra el sistema político que hemos decido llevar sobre los hombros.

Recuerdo obras como las del grupo El Portazo, algunas de Teatro del viento, y otras a todo lo largo de la ínsula, que repiten el nombre CUBA como si quisieran encontrar en ello a un culpable, un redentor o una tabla de salvación, en vez de ponerle el nombre que llevan los responsables de las cosas nefastas que ocurren a diario.

Recuerdo, también, a Fernando Pérez con su multipremiada de 1996, donde es evocada Cuba, el nombre un  personaje, con el doble sentido a su máxima expresión y una fuerte carga dramática.

Historia aparte, pareciera que nadie quiere ponerse el arma de la censura sobre la sien, o se la pasan de mano en mano, provocativamente, para armar cierto caos y para ello, disfrazan un discurso adverso a la política cultural de la Revolución, y a la Revolución misma, tras ese sustantivo provocativo.

¿A quién critican cuando evocan a Cuba ante los males que denuncian? ¿Quién es Cuba?

Por suerte, en esta obra, es una palabra apenas dicha. Bastante tenemos ya con nuestras cruces como para querer convertir el teatro de esta nación en calvario.

Caminos Teatro tiene, aquí, obra para seguir trabajando y reestrenar una vez que la pandemia de la COVID-19 abandone para siempre nuestro terruño. Con perfilar un poco más los hilos de la actuación se conseguirá que la pieza gane en sostenibilidad y coherencia. Así, su estructura escénica y dramática se erguirá hasta los mismos cielos.


«Los personajes me ayudan a vencer los miedos»

*Tomado de Cubahora

Ella sonríe. Responde con naturalidad, hace algunos gestos, y otra vez la alegría en sus labios. Parece un personaje, tal vez uno de antes o ensaya para la próxima grabación. Quizás es su manera de esconder el nerviosismo que dice sentir en cada entrevista.

Yeny Soria ha entrado varias veces a nuestros hogares mediante pantallas de televisión. La hemos visto en obras de teatro, películas, series y videoclips. Mucho ha cambiado desde su comienzo en el grupo de teatro Olga Alonso, en la Casa de Cultura de Calzada y 8 en La Habana, pero en sus palabras permanece el amor a esa familia que tanto la ayudó en su formación.

Su desempeño en la película Insumisas, en el año 2018, volvió a despertar aplausos y reconocimientos, incluido el premio Adolfo Llauradó, que entrega cada año la Asociación Hermanos Saíz, el cual había obtenido por primera vez cuando cursaba el primer año en el Instituto Superior de Arte, por su rol protagónico en el teleplay Abre los ojos, mami.

Para esta carismática actriz, quien debutó en el cine con la película Bailando con Margot (2015), “el Llauradó es sin dudas uno de los reconocimientos más importantes para los jóvenes actores en Cuba. Sobre todo el primero que obtuve, me tomó totalmente por sorpresa, pues la verdad no sabía que lo podía ganar siendo estudiante. Lograrlo fue muy significativo en mi carrera. Me dio la posibilidad de trabajar posteriormente con varios directores de la televisión, quienes me ofrecieron personajes llenos de matices y profundos sicológicamente. Ahora la felicidad es enorme otra vez”, expresa con un brillo especial en sus ojos.

—Comenzaste tu camino en la actuación en el Grupo de Teatro Olga Alonso ¿cómo recuerdas aquellos días?

—El grupo Olga Alonso fue, es y será siempre mi familia. Eran días con muchas ganas de aprender, de hacer, de reinventarnos… Días de mucha inocencia, de luchar contra el cansancio, el hambre…, y de estar muy unidos siempre como equipo.

“Humberto Rodríguez, director de ese conjunto, me dio oportunidades de interpretar personajes del teatro cubano y norteamericano, que contribuyeron a mi madurez en la actuación”.

¿Qué tipo de personajes prefieres o los asumes todos con el mismo entusiasmo? ¿Por qué?

—Para mí no existen diferencias en la preparación, en apropiarme de ellos, pero prefiero los personajes que sean muy distantes de mí, con lados oscuros, profundos sicológicamente, pues siempre ha sido una parte del ser humano que me interesa contar e indagar.

“Cada uno viene con algo muy importante para decir. Eso es lo que siempre trato de encontrar,  qué quieren decir y por qué. Son preguntas básicas para mí. Así particularizo la información sicológica e intento descifrar cuánto de similares y diferentes somos ellos y yo”.

—Has dicho en otras entrevistas que lo más difícil es ser una misma. ¿Por qué?

—Como actriz, los personajes me ayudan a refugiar mis miedos y me obligan a vencerlos. Me es más difícil mostrarme como soy en verdad. Por ejemplo, las entrevistas como esta me ponen un poco nerviosa.

—¿Cómo es Yeny Soria cuando está fuera de los escenarios o del alcance de las cámaras? ¿Qué te gusta hacer?

—Me encanta pasar tiempo con la familia y amigos, pues las grabaciones y ensayos suelen exigir mucho tiempo. Me encanta bailar, es otra forma de expresarme artísticamente y lo disfruto a plenitud.

—¿Cuál consideras que ha sido tu mayor desafío profesional?

—Interpretar el personaje de Enma en una obra de teatro llamada Personas, lugares y cosas. Era una mujer alcohólica y drogadicta. No fue solo un desafío por el intenso trabajo de investigación, sino por todo el compromiso de trabajo físico que exigía en cada función.

—En el caso particular de Insumisas, ¿cómo fue la experiencia de trabajo con los directores Laura Cazador y Fernando Pérez?

—Todos los días aprendía algo nuevo en cuanto a los códigos de cómo contar como actriz en el cine. Fue una experiencia retroalimentadora, de escucharnos todo el tiempo en cuanto a propuestas, y demás está decir cuánto aprendí de ellos como seres humanos, de cómo respetar un equipo de trabajo, cómo ganarse el respeto y amor. Ahí entendí por qué tantas personas aman, por ejemplo, a Fernando. Tuve la dicha de compartir escenas con grandes actores y amigos, que en todo momento estaban conectados con el proceso en lo artístico y humano.

—¿Qué sientes en el escenario y delante de las cámaras? ¿Cuánto le temes o no a las reacciones del público?

—Siempre que voy a interpretar cualquier personaje me pongo nerviosa, pero a la vez con mucha fuerza interna, una adrenalina que me da una seguridad para salir al escenario o para que me atrape una cámara.

“Realmente no me asustan las reacciones del público, para eso también trabajamos, para ponerlos incómodos, hacerlos sentir, pensar… Cada espectador tiene el derecho a reaccionar como desee”.

—Por lo general, se piensa que las actrices son desinhibidas. ¿Cómo es en tu caso?

—Pues en la actuación me considero totalmente desinhibida, sin temores de nada, porque somos un instrumento completo de trabajo para expresar, pero en mi vida personal me considero un poco tímida.

—¿Sientes algo especial por algún personaje en particular? ¿Por qué?

—El personaje de Blanche Dubais, de la obra teatral Un tranvía llamado deseo, ha sido uno de los personajes que más me ha marcado en mi vida profesional y personal, pues significó mi premier premio de actuación en un festival de teatro. Tuve que estudiar su sicología con apenas 17 años de edad, y eso me ayudó a ver la vida desde otros puntos de vista y a madurar más rápido de lo habitual.

Seguramente has tenido experiencias muy especiales con el público a partir de los efectos de algunos personajes, ¿puedes compartir alguna anécdota con nosotros?

—Me parece mágico el efecto que puede provocar un personaje en las personas, en ese punto uno comprende que el arte puede transformar. He tenido varias experiencias donde las personas se han acercado personalmente para agradecerme lo que sintieron con mi interpretación de Juana de León, en la película Insumisas…

“Días después de terminar el ciclo del filme en los cines, se me acercó una muchacha en el Vedado para darme las gracias, porque desde hacía tiempo ella tenía una relación con otra joven, pero escondidas por miedo a los padres. Luego de ver la película juntas salieron tomadas de la mano y decididas a ir por encima de todo para salvar la relación.

”No se puede explicar la sensación de sentirte útil, de saber que alguien está feliz o cambió su vida para bien, gracias al granito de arena que pusiste”.

¿Cuáles son tus referentes en la actuación?

—Me encanta el trabajo actoral de Isabel Santos y lo que proyectaba Betty Davis. Entre los hombres Dustin Hoffman y mi eterno profesor Mario Guerra.

¿Qué piensas del teatro y la actuación en general en Cuba? ¿Cuáles son sus principales desafíos?

—Hay un movimiento artístico en la actuación muy progresista, dispuesto a crear proyectos que muevan los asientos a los espectadores, sobre todo en el teatro, pero pienso que la principal dificultad es tener pocas sedes para trabajar, y poco tiempo en cada una para la funciones.

—¿Qué importancia le concedes a la Asociación Hermanos Saíz como aglutinadora, impulsora de proyectos y defensora de los jóvenes creadores?

—Respeto mucho el trabajo que realiza la AHS, pues brinda oportunidades a nuevos proyectos de trabajo que necesitan una guía y un patrocinio para concretar parte de sus sueños como artistas.

¿Principales anhelos en la actuación?

—A veces siento que estoy en un punto cero, donde deseo volver a comenzar de nuevo, y eso me gusta mucho… Lo que más deseo como actriz es que mi trabajo, con cualquier personaje, mueva siempre sensaciones, transforme personalidades…. Y en el futuro ganar un Oscar —concluye sonriente.