Corpus Rex

El Pabellón Cuba, sede nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), se viste de lujo al acoger La mística del cuerpo, muestra colectiva integrada por un amplio número de artistas cubanos y extranjeros interesados en abordar problemáticas vinculadas a ese símbolo tan polisémico como antiguo que constituye la anatomía humana. Con curaduría de Samuel Hernández Dominicis, la propuesta destaca ―en primer lugar― por apartarse ex profeso de lo puramente somático, pues rechaza lo fisiológico en sí para conjurar metáforas visuales de marcado lirismo, o reflejar prácticas socioculturales que de alguna manera guardan relación con lo corporal.

Las similitudes entre estructuras fisiológicas y accidentes orográficos, y la poesía inherente al ser humano desnudo interactuando con la naturaleza, fueron respectivamente los temas abordados en el conjunto de cartulinas abstraccionistas: Eco # 3, de Rafael Villares, y la documentación videográfica del performance Isopolis, de Raquel Paiewonsky; esta última, una de las figuras más significativas del arte dominicano y caribeño contemporáneos.

Por su parte, el devenir histórico, político y social de El Chaco (zona geográfica y área cultural sudamericana que incluye varios grupos étnicos, entre ellos el mbaya-guaicurú, el mataco-mataguayo, el tupí-guaraní y el arawak); así como, las condiciones actuales en que viven muchos de sus habitantes constituyen los temas principales de la instalación Chaco, de Joaquín Sánchez. Los temas etnia e identidad también fueron abordados en Bajo sospecha, instalación de Luis Bernardo Oyarzún, que exhibe un retrato hablado de un delincuente. La descripción efectuada por la víctima («Tiene la piel negra, como un atacameño. El pelo duro, labios gruesos, prepotentes. Mentón amplio, frente estrecha, como sin cerebro») se corresponde con los rasgos faciales del propio artista, quien expone fotografías de su rostro junto a una copia del dibujo en cuestión. Las cargas racistas y discriminatorias implícitas en dichos retrato y testimonio trascienden lo puramente coyuntural, afectando o denigrando a individuos que, si bien cumplen con las características fenotípicas del presunto victimario, no han cometido ningún crimen; aunque, a raíz de la declaración, corren el riesgo de ser detenidos y procesados como tales.      

Sin temor a equivocarme, las violencias física y simbólica son las verdaderas protagonistas de la exposición. Ya fuese de manera explícita o sugerida, y asociadas al llamado discurso de género, ambas están presenten en Letime, instalación que incluye fotografías, dibujos y un libro de artista ejecutado por Mireia Tramunt, quien expuso dibujos mezclados con instantáneas que muestran las huellas impresas por la existencia sobre la piel de sus antecesoras (abuela y madre). Huellas similares, dejadas por el incómodo vestuario y las funciones como ama de casa que la cultura occidental ha conferido históricamente a las mujeres, fueron sugeridas por una instalación de Pablo Núñez centrada en los límites que presuponen los espacios y roles de género, el encorsetamiento femenino y el retaceo de derechos u oportunidades a nivel profesional e intelectual impuestos hacia las mujeres por el orden patriarcal.

Asimismo, Pamela Iglesias retomó ―en su instalación Tierra de poder: el cadáver exquisito beberá el vino nuevo― un juego de palabras, inventado por los poetas surrealistas, para reflejar la vulgaridad y el irrespeto con que las masculinidades hegemónicas se dirigen a las mujeres mediante supuestos piropos que, en lugar de agradar, elogiar o conquistar, provocan rechazo y conforman en sí mismos buenos ejemplos de violencia verbal. En cambio, los actos de violencia extrema (incluyendo el asesinato) por homofobia o transfobia hacia sujetos queer fueron abordados en Fatherland, propuesta audiovisual de Juan José Barboza Gubo y Andrew Mroczek, quienes originalmente trabajaron una serie fotográfica que fue vertida a un video arte para esta exposición.   

Especial interés merece Ascensión, performance de Carlos Martiel, que aborda los sacrificios físicos implícitos en la vida militar. En esta pieza, el artista (uno de los más importantes cultores del body art producido actualmente en nuestro país) transforma su piel negra en lienzo al que son cosidos fragmentos de tela, charreteras y tapas de bolsillos extraídos de un uniforme de camuflaje. El hombre visto como carne de cañón, la violencia física como acto creativo y el cuerpo transformado en soporte y artefacto que deviene polisémico objeto-obra de arte por la injerencia del creador, catalogan entre las líneas temáticas o conceptuales presentes en esta significativa pieza.

Abordar detalladamente todas las propuestas de La mística del cuerpo implicaría un ejercicio ensayístico extenso. Hasta el momento me he detenido en aquellos trabajos que, según mi punto de vista, despliegan su corpus semiótico con mayor claridad. No obstante, aún queda mucho por ver y valorar, pues, en primera instancia, la muestra invita tanto a recorrerla con calma como a la reflexión y al diálogo entre los espectadores.

Si bien el título delata cierto carácter extático o espiritual que no transpira ninguna obra (en este sentido hubiera sido muy interesante incluir trabajos que reflejen la estrecha relación entre el cuerpo y lo religioso o místico) y se extrañó una mayor presencia de lo erótico (necesitamos visibilizar más aquellas propuestas que abordan el deseo desde perspectivas conceptuales o alejadas de lugares comunes), estamos ante una exposición coherente y muy interesante que rechaza las formas tradicionales a la hora de trabajar, desde lo curatorial y lo museográfico; temas afines a los símbolos, placeres y sufrimientos del cuerpo.

Desde el verbo que ofende y discrimina hasta los paños que oprimen y enclaustran; desde la silenciosa trashumancia de performers que escalan enormes dunas de arena hasta el puñal invisible que perpetra crímenes de odio hacia gais y transexuales, desde rostros velados y silenciados a medallas y crucifijos que alguna vez absorbieron la calidez de la carne… Los cuerpos, presentes o ausentes, físicos o espirituales, cubanos o de medio mundo, han tomado por asalto las galerías del Pabellón, y no caben dudas de que lo hicieron para bien.

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