San Antonio de los Baños


Un Almacén 30 años más joven (+Fotos)

Un Almacén diferente, pero que no pierde su esencia y creatividad, gracias a la luz joven del audiovisual cubano y al amor incondicional de quienes trabajan durante todo el año para lograr que cada edición del Almacén de la Imagen sea el espacio idóneo que dé riendas sueltas a la originalidad de las nuevas generaciones de cineastas de la isla y del mundo.

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Mundos insospechables que invitan

Idán Luis Ferrán ha mapeado la ciudad de sus experiencias, la ciudad de sus memorias. En la composición abstracta de la poesía —las calles del recuerdo— construye mundos insospechables que invitan. Esta entrevista busca un acercamiento con este joven creador ariguanabense que confía en que el arte es, sin dudas, materia trascendente.

¿Cómo llegas al mundo de las artes visuales?

Desde niño siempre tuve una marcada inclinación por dibujar, por llevar casi siempre un pedacito de creyón en la mano, decía mi madre. Vigilaba sigiloso para no ser atrapado mientras garabateaba alguna pared que encontraba. Tenía una afición casi inconsciente por los murales. No corrí con la suerte de beber directamente del arte visual o del arte en general; crecí lejos de esos caminos y, por alguna extraña razón, cuando cumplí 16 años, ingresé a lo que fue una excelente escuelita de arte en mi localidad llamada «Eduardo Abela». A partir de ahí, empecé a encontrar la paz y a viajar finalmente por el sendero más indicado para mí, pues creo que no pudiera haber sido otra cosa en esta vida.

cortesía del entrevistado

¿Cómo defines la poética de tu visualidad?

Esta pregunta en particular está relacionada con el proceso de mi trabajo. Sería bueno saber de antemano que mi definición de la realidad esta inherentemente vinculada a mi visión como artista: la poética viene a mí horas antes de pintar algún cuadro. En este método que desarrollo conviven la subjetividad y el propio destino de la obra. Decía Cortázar: «La obra ya está hecha antes de hacerla», y en mi caso necesito inspiraciones que confluyen entre la familia, los amigos, gentes y lugares que me son importantes. Ahora, creo que el pintor también pinta lo que quiere ver, lo que desea apreciar después de limpiarse las manos manchadas, porque en su búsqueda visual no encuentra lo que anhela contemplar más tarde en lo real, en lo vivo o muerto que le rodea. Yo defino la poética de mi visualidad como algo enérgico, como mundos insospechables que invitan.

En tu producción, ¿cómo se entroncan la investigación y el proceso creativo?

La investigación es mi vida. No puedo acostarme a dormir sabiendo que necesito investigar algo, tengo la maldita —o bendita— manía del bichito inquieto, “sabelotodo”. Esto inevitablemente se relaciona con el proceso creativo, existe el entroncamiento entre los dos en el punto en que surge el milagro: la idea. Como dije antes, todos los procesos e investigaciones que necesito para hacer una obra vienen casi siempre tomados de la mano. Uno me dice qué hacer con el otro. Son como los estudios previos que hace cualquier escritor que arruga un trozo de papel y se dispone a ordeñar otro tintero. Ya después vienen los bocetos, las restauraciones de ideas, las reinversiones, los cambios, los rescates y los accidentes.

cortesía del entrevistado

Tu experiencia como artista, ¿cuánto te ha aportado a la hora de ejercer como maestro de niños y adolescentes en el Proyecto Cultural Casa Miqueli, en San Antonio de los Baños?

Tuve la oportunidad —más que eso, la dicha— de conocer a Raúl Bonachea Miqueli, director, fundador y promotor principal de este magnífico y ansiado centro artístico multidisciplinario para niños y adolescentes. Recuerdo que cuando no sabía pronunciar bien su nombre me hizo saber, por intermedio de un amigo en común, la idea de fundar este proyecto. Hacía ya algún tiempo que yo había impartido de manera muy conservadora un taller de pintura para niños en la ciudad, con fines de proyecto comunitario.

Desde ese entonces surgió en mí cierta vocación por el magisterio dirigido especialmente a los niños. De alguna forma aquella experiencia me marcó, y finalmente me he reencontrado otra vez como profesor del taller de pintura de la Academia Casa Miqueli de San Antonio de los Baños.

El aporte ha sido tanto que creo no hay mejor regalo. No paro de aprender, de tal forma que planifico una clase para enseñarles los colores primarios, secundarios y complementarios, y termino aprendiendo de los niños. Ellos tienen esa capacidad de enseñarle a uno, incluso sin planificarlo. El premio es que se descubren cosas que quedan para toda la vida y yo, como «el profe», tomo nota, y formo parte de ese hermoso y longevo sentimiento.

¿Asumes la abstracción como una forma de reflejar los mapas visuales de tus experiencias o como un lenguaje de posibilidades ilimitadas?

La asumo de las dos formas, y que la primera pregunta sería el pretexto para seleccionar la manera en que se dice, el famoso cómo. Sin duda alguna hay posibilidades ilimitadas en la creación de mis cuadros abstractos, el solo hecho de que escoja este lenguaje para manifestarme y comunicarme, extralimita toda frontera y a la vez vence a la censura.

La abstracción es uno de los mejores derroteros para decir, sin olvidar que —detrás de todo esto que explico— también subyace una expresión exacerbada del individuo a partir de su propia validación: puedo reflejar no solo mapas o planos urbanísticos, sino toda una inmensidad de mundos y misterios.

En buena parte de tu trabajo, la abstracción se asume como la imagen que define mapas aéreos de tus propias geografías en la memoria. ¿De qué manera comienzas a trazar estos recorridos?

De cierta forma ya hice un pequeño argumento antes, a manera de introducción de los procesos y de mis experiencias. Ahora me gustaría responder esta pregunta a modo de relato:

                                              A ojo de pájaro

cortesía del entrevistado

En el meticuloso desorden de un saloncillo estrecho puede surgir la magia de los altos vientos y de las entrañas vivas de la tierra; en el salón más pequeño de un edificio como cualquier otro, la magia surge siempre —como el diamante del carbón oscuro— hasta en el sitio más común y vulgar que hayamos visto: la magia surge siempre que esté el mago, con su ancestral oficio de aparecer y desaparecer las cosas, con su olvidado oficio de las fantasías de niño. Sabe hacernos ver un conejo en una nube, y una forma en donde no la esperábamos, como la de la reina de corazones entre los bastos de la baraja española, todo por arte de magia. El mago hace ver por su espíritu de niño, y hace niños a los demás cuando les muestra la imagen de lo que ve. Es mago el obrero que muestra con entusiasmo e ilusión cómo la máquina hace una cuchara, porque sabe ver la magia que hay en ello, así como es mago todo aquel que conoce que existe magia en su trabajo y sabe mirarlo con ojo de niño en un juego. La magia verdadera, la de los altos vientos y las entrañas vivas de la tierra, nace en cualquier sitio donde esté la inocencia, incluso en el salón más estrecho y con balcón de un edificio como otro cualquiera; donde un mago enjuto, delgado y de sonrisa temblorosa, se asoma a su balcón y mira, lánguido, y ve el espíritu de nuestras calles, y las pinta como en un mapa, en un lienzo geográfico, vistas desde arriba en una noche difusa. Porque como en difusa noche se anda por nuestras calles, y todo es oscuro y borroso recuerdo de la luz que en algún momento fue, y todo es ruina y nostalgia que nos hace ver el mago, porque es sincero, y no puede más que mostrarnos lo que de veras ve, sin lugar a engaño alguno.

¿Hasta qué punto, en la abstracción, consigues revelar un estado de la memoria, de tus ánimos y tus propias reflexiones?

Es sumamente importante, al menos en esta etapa de mi obra abstracta, el reflejo de una ciudad vista desde arriba. Siempre me pregunté cómo se vería mi gente y cómo me vería yo —hormiguitas en este pedazo de tierra que nos vio nacer y crecer. Fue una necesidad, casi física, de homenajear la villa con este lenguaje abstracto.

La parte difícil fue reconstruir algunos planos de los lugares más representativos del pueblo, esos que habitan en mi corazón, pues yo quería, como bien dices, pintar memorias, sucesos, gentes, y no tenía planos de las zonas ni ningún aparato viable como recurso para alcanzar una foto tan alta del barrio.

Recuerdo que una vez me subí en el cuartel «Roberto Valdés Santos», que se encuentra en una loma y que supuestamente es el sitio de más altitud del pueblo. Desde allí tampoco pude obtener lo que quería. Entonces hallé una fórmula de imaginarlo, mirando desde abajo y calculando cómo se vería desde arriba. Para ello también recreé a escala varios bocetos y estudios de campo visual. Ya tenía el terreno, ahora faltaban los entes y las emociones que convivirían en el cuadro. Para ello ideé una tabla de color de la tez de la piel de personas con un papel protagonista, y obtuve así una paleta llena de colores de distintas gamas de pieles que iban a ser plasmadas a manera de manchas (sueltas, caminantes y fugaces) en el formato y plano escogidos. Entonces mis propios ánimos y reflexiones se fueron empinando como papalotes, satisfechos poco a poco.

¿Cómo valoras la salud de las artes visuales jóvenes en la Cuba de hoy? ¿Existen suficientes oportunidades para que el talento sea reconocido o aún faltan espacios?

cortesía del entrevistado

Aún faltan espacios. Por ejemplo, sin ir tan lejos, aquí mismo en mi localidad no existe un salón dedicado al arte abstracto, y considero que eso es una pena, pues tales inquietudes palpitan entre varios colegas pintores de nuestra comunidad.

De igual forma considero que sí existen espacios muy oportunos para impulsar y difundir el arte de los jóvenes creadores cubanos de hoy, como la AHS, entre otras instituciones; pero tampoco creo que sean suficientes las oportunidades ni los recursos. Sé que la palabra recursos no se encuentra en la pregunta; pero también se hace indispensable hablar de ella, dado que sin pinceles, pinturas, lienzos, papel, marquetería, etc., no se confecciona la obra deseada, y en este tema sí es verdad que las artes visuales están enfermas, más que en la cuestión de los espacios y las oportunidades. Hay mucha escasez de materiales en el país. Es lo que puedo decir a partir de mi propia experiencia.

En tu obra también trabajas la figuración. En ella, el cuerpo humano ejerce una fuerza de imán, pero a manera de un cuerpo otro, híbrido, metafórico, donde el hombre se transforma en ave y donde se cuestionan los cánones sociales de los femenino y lo masculino. ¿Qué exploraciones te conducen a esa senda?

El primer impulso está en que identifico a los cuerpos humanos como una materia que, con una solapa, salvaguarda o encarcela un alma o un espíritu diferente en cada uno de nosotros. Lo que hago es que manipulo dicha materia a mi antojo y la fusiono con otro ser, en este caso con las psittacidaes: familia de loros que carecen de dimorfismo sexual. Uso esa lógica conceptual para discursar a partir de nuevos seres que nacen en un contexto social. Hace mucho tiempo iba por la calle y miré a una mujer caminando que no era una mujer, pero tampoco era un hombre. ¿Qué era ese (o esa) no mujer/no hombre?, me pregunté. Ahora propongo nuevos seres en pos de una nueva especie humanoide. Simplemente propongo.

cortesía del entrevistado

¿Sientes que en tu obra existe el erotismo, ya sea el de los cuerpos o el provocado por la intervención de los espacios mentales a los cuales haces referencia en tus obras abstractas?

El erotismo también es «energía» y creo que está marcada para mí, más que para muchos, en la parte abstracta de mi trabajo. La obra, cuando nace, se construye de cierta manera independiente en varios puntos y aspectos, deja de ser inocente y se relaciona más allá del propio creador, se convierte en amor deseoso y puro. La obra deja de ser solamente de alguien para enamorar a muchos más, e incluso ir a la cama con otros. ¿Acaso no hay erotismo en estas líneas?

En la evolución de la poética de tu visualidad, ¿qué te interesaría descubrir?, ¿cuáles serán tus próximos caminos?

Mis próximos caminos seguramente serán los que aún no conozco, pues todavía no los tránsito. El coterráneo y maestro Silvio Rodríguez parafraseaba así: «Mi canción favorita es la que escribiré mañana». Esa idea empática me hace pensar que mi tránsito o camino será el que necesite para continuar la búsqueda, esa travesía que respiraré en un momento futuro e incierto.

Por ahora sé pocas cosas sobre él: ¿por qué pinto?, a veces creo que esa pregunta latirá en mí muchos años, y que funcionará también como un motor con todo su mecanismo intacto, el cual no me deja parar de crear o de, al menos, intentarlo.

En cuanto a lo que me interesa descubrir o redescubrir, solo podría hablar de mis deseos inmediatos, de lo que persigo muchas veces sin un éxito del ciento por ciento: las «ENERGÍAS» que subyacen en la propia pieza, en su entorno, o en la relación obra-espectador. Claro que tengo ambiciones, ¿quién no? Me gustaría descubrir muchas cosas; pero me gusta más ser consecuente con ciertos principios del pensar que me hacen feliz.

cortesía del entrevistado

El laboratorio teatral de Raúl Bonachea (+ Fotos)

El teatro forma parte de su vida desde las primeras imágenes, los pasos, gestos y sonrisas iniciales… Creció entre actores, vestuarios, guiones, libros y sueños en los escenarios, adonde sube para intentar cautivar al público desde los cinco años de edad.

En su mente palpitan las escenas de su abuelo Miguel Migueli en la casa cuando en noches de apagones durante el denominado Período Especial interpretaba para él personajes, incluidos héroes de la historia cubana. En sus palabras está también el cariño a la madre, Maridely, instructora y directora en su localidad durante más de cuarenta años.

Nacido en el municipio de San Antonio de los Baños en 1988, Raúl Bonachea se mantiene fiel a ese anhelo grande, que guía sus pasos desde pequeño. Mejor graduado integral de la Universidad de las Artes en 2018, es autor del libro 1 + 2 igual 3, y conjuga una incansable labor teatral con el magisterio. Licenciado en Derecho y director del proyecto Laboratorio fractal, posee diversos reconocimientos como creador, incluidos el Premio nacional de Talleres Literarios en 2014 y el Premio a la Mejor Puesta en Escena en el Festival Nacional de Teatro Olga Alonso en 2015.

El 2019 fue como manantial de aplausos para él, pues culminó la Maestría en Dirección Escénica, obtuvo el premio Abelardo Estorino; una beca otorgada por la Universidad de las Artes para la producción de su obra La Caída; y también la Milanés, entregada por la Asociación Hermanos Saíz, gracias al proyecto Cuerdas Percutidas, con texto dramático de la escritora Elaine Vilar Madruga.

Respecto a esa obra, manifiesta que conjuga varias de sus obsesiones creativas. “Trata de la exclusión, la memoria de un país y las personas más vulnerables. Aborda la locura, los miedos y pesadillas de tres mujeres para intentar desde la oposición creativa develar sus sueños, para construir una realidad poética, donde se sublime lo que en la vida olvidamos, lo que aborrecemos.

“Trata de lo que desechamos, los recuerdos, los maltratos y de los seres humanos que a veces eliminamos en lo social, porque son diferentes o incómodos. Queremos reescribir una narrativa mejor para los que no tienen nada”, expresa quien en 2011 fundó como director el grupo teatral Imágenes, en su su municipio natal, cuando apenas tenías 22 años de edad.

Ese fue un gran reto para él, pues “ser el responsable principal del proceso me hizo crecer, los aciertos o fracasos dependían en gran medida de mis decisiones, de mi carácter y de mi propia cosecha intelectual, por lo que estaba expuesto como nunca, inclusive más que como actor en un escenario. El juego se convertía en oficio.

“En ese momento no comprendía todo lo que eso representaba. En el 2011 tenía un grupo de amigos universitarios que, después de los primeros años de estudios y de tantas luces de ciudad, extrañaban nuestro pueblo y las ricas tertulias sobre cómo transformarlo. Todas las noches, aun teniendo becas en nuestros centros de estudios, veníamos y nos veíamos en el parque, guitarra en mano, con nuevas ideas en la lengua y con ganas incontroladas de transformar el municipio, azotado por ciclones y la emigración temprana de sus pobladores.

“El teatro se volvió la plataforma donde toda esta energía se canalizó en un universo, tal vez más organizado y acorde a nuestros deseos. Fue muy difícil, lo que en un principio creía resuelto. El primer reto era que ninguno de los amigos tenía formación actoral, incluso la mía venía de la ´empiria´, por lo que desde el primer encuentro me fui trasformando en una especie de profesor, camarada de sus alumnos y a la vez el estudiante más preocupado de la clase. De profesor solo tenía el personaje. Claro, con el tiempo y la superación individual, mi roll suprimió al empirismo de esa primera intentona.

“Después de un año de madrugadas donde el cuerpo y la mente recibían otros conocimientos muy distintos a los libros de textos, nació un montaje donde el negrito, la mulata, azuquita el gallego volvían a ser los voceros del pueblo. Estos personajes de la obra Dándose Lija, de la escena ariguanabense de inicios del siglo XX, se transformaron en los recipientes de seres del siglo XXI que luchaban por hacer teatro, por cambiar su realidad”.

Amante también de la historia y la literatura, asegura que el sainete (la comedia) coqueteaba con el drama, y con el propio hecho de hacer teatro, política y experimentación escénica. Una búsqueda, tal vez inocente todavía, que lo condujo a la dramaturgia.

“En un año me trasformé en una suerte de maestro de actuación, director, productor y “dramaturgista”, a la par que terminaba mis estudios como licenciado en Derecho. Después del primer estreno del grupo dejé de ser un adolecente inquieto para asumir una responsabilidad y oficios propios de un hombre, no de un muchacho. El teatro una vez más me hizo crecer como ser humano”, dice con satisfacción.

 ¿Cuánto se diferencia aquel proyecto inicial del actual Laboratorio Fractal Teatro?

—Ahora no se trata de poner una obra en pie, es más complejo, se trata de una actitud ante la creación, una filosofía. Rigor, superación, entrenamiento corporal, militancia teatral si se quiere, efectividad de la experimentación, integración con otras disciplinas artísticas, dan coherencia a un sueño que empieza a bocetarse menos amorfo que hace diez años. Cambié las noches de tertulia y la complacencia de un grupo de seguidores incondicionales, por estar casi las veinticuatro horas del día pensando y haciendo por el teatro.

En Laboratorio… busco resolver mis preguntas estéticas y mis cuestionamientos intelectuales, ahí puedo fragmentar y replicar en pequeñas porciones, que son deglutidas por los actores, equivalentes a horas, días y años empleados en esta carrera que da sentido a mi personalidad, a mi yo social y psicológico.

Cuando dirigía Imágenes soñaba con tener un Laboratorio, ahora quisiera tener la inocencia de esos primeros días, así que entre recuerdos, descubrimientos y retos continuos trato de reinventarme sin perder de vista quien soy y donde estoy. Imágenes era un sueño, una etapa de conquistas menos complejas, de formación. Laboratorio Fractal es la puesta en marcha de esos objetivos hasta sus últimas consecuencias.

 En 2019 los aplausos fueron frecuentes…

— Creo que ese año marcó el punto fronterizo entre estas dos etapas creativas que te comentaba, pues esos procesos silenciosos o a veces ignorados por los artistas coronaron en mayores resultados.

El Premio Estorino fue desde la dramaturgia la concreción de un crecimiento hasta espiritual, donde a partir de la figura de Ignacio Agramonte colonizo la historia y mi realidad. Aquí pude desarrollar mis roles dentro de la porción que me corresponde en la rica tradición del teatro en nuestro país.

Articulé desde la dramaturgia una respuesta posible a una angustia histórica que es la muerte, inexplicable para muchos como yo, de la figura de El Mayor. Me serví de un argumento metateatral para refractarme en una especie de héroe, antihéroe, insomne y obcecado de la escena. Critico la escena contemporánea, tan fácil de caer ante los cantos apolíticos y de banalidad que a veces afectan a sus ejecutantes más jóvenes.

Un proyecto bastante ambicioso que de inmediato puso en marcha una puesta en escena que fue mi tesis de Maestría en Dirección Escénica. En un mismo proyecto confluyeron todos estos oficios, ahora de una manera profesional, con los tiempos, compromisos y responsabilidades correspondientes. Cuando terminé el proceso fue que tomé conciencia de lo que representó, un salto a un circuito, a un público que no te conoce y que espera recibir una experiencia artística que de alguna manera, le haga reflexionar sobre su propia existencia y su país.

Fue un año de mucho trabajo, de expandir mis límites y de cerrar el perímetro de los estudios formativos. En ese año resultados y proceso creativos encontraron la satisfacción del reconocimiento, que siempre es un impulso para llegar a nuevas fronteras.

Raúl Bonachea en la obra La caída.

 Precisamente en La caída, estrenada en la sala Raquel Revuelta, uno percibe tu interés en la historia y la capacidad para revisitar hechos y personajes de gran trascendencia, desde una visión reflexiva y muy particular…

 La principal motivación para esa obra fue responderme preguntas, reconfigurarme como creador y como cubano. La muerte de Agramonte, ese final tan ambiguo para una vida tan luminosa, era algo que desde pequeño, en esas historias nocturnas de mi abuelo siempre me había generado una respuesta poco convincente.

Partí de ese héroe en un foso común, de esa muerte sin mucha explicación para entrar en su vida, sus conflictos y sus errores y descubrí que los míos en el teatro eran muy similares. Estaba al frente de un grupo de jóvenes, que no cobraban por su trabajo, que no estaban respaldados, aun con una producción. Jóvenes que viven en un país que lucha diariamente contra adversidades económicas y donde ellos se desconectan con facilidad de la historia y el ideario que nos conforman como nación, problemáticas que en otras circunstancias también tuvo que abatir, machete en mano, El Mayor en la manigua.

Convertí mi teatro en el campo de batalla donde se forja la nación y la asamblea donde se discute la Constitución de Guáimaro, pero también la más reciente. Yo soñaba con Agramonte y él de alguna manera conmigo.

El proceso fue agónico, productivo, idealista y pragmático a la vez como fue la Guerra de los Diez Años, muy contradictorioLa investigación histórica en cuanto a personajes, documentos, citas, circunstancias históricas, tonos, leguaje de estas personalidades me tomó casi tres años, por lo que fe un proceso de escritura y de puesta en escena largo y enjundioso que incluyó, además visitas al terreno, museos y entrevistas con especialistas, entrenamientos de danza, circo y algo de esgrima.

Luego lo más difícil en cuanto dramaturgia fue hacer posible y orgánico mi visón escénica, la investigación y dar respuesta a la incógnita de saber lo que pasó el 11 de mayo 1873, además hacerlo en el tiempo lúdico y maravilloso de una puesta en escena.

Vale aclarar que no son el Ensayo y la Narrativa géneros que tienen un tiempo y una mediación. En el escenario el problema está vivo, el argumento no se cuenta sino que se ejecuta porque hay espectadores y actores que en un tiempo determinado activan la emoción, la ciencia y el juicio político, desde lo simbólico y lo kinestésico. Si no tomamos bien el pulso de lo que queremos hacer, el espectador se levanta de su silla y vuelve a su vida lejos de la escena, por eso el texto nunca debe transformarse en un panfleto. En el escenario todo se carnaliza.

Luego fue arrancar las máscaras al resto de los intérpretes, desmovilizar o reubicar la contradicción de ellos con la historia y con su contexto para que lograran salir a la carga, con un sinnúmero de obstáculos en su contra, pero desnudos y sin miedo como en las cargas mambisas. No  retrocedieron hasta la última función.

¿Ese ha sido tu mayor desafío profesional…?

 Sí, La Caída. Con la escritura de esta obra me evalúe como licenciado en Arte Dramático, pero después cuando el texto y la puesta en escena estuvieron listos, fue mi tesis de la Maestría en Dirección. No era un ejercicio facilista, pues tenía que desempeñar el rol de actor, director y dramaturgo con un tema que también revaloraba la historia y nuestro presente político más inmediato. Fue un momento donde muchas variables se combinaron para articularse en un complejo entramado emocional que incluso socavó hasta mi salud, pero aún así fue una experiencia maravillosa. Representó un crecimiento muy fuerte en lo personal y lo creativo.

¿Qué tipo de personajes prefieres? ¿Por qué?

 Prefiero a los personajes secundarios, porque ellos no tienen el espacio suficiente en casi ninguna obra de desarrollarse, están mutilados y guardan muchas preguntas desde el punto de vista sicológico. Tienen lagunas en su caracterización, agujeros en sus biografías, por lo tanto siempre hay que completar estos vacíos, esta situación es claramente un nicho que atrae a la creatividad.

Los personajes secundarios son individuos que necesitan, lejos de lo que muchos piensan, de un actor lo suficientemente sagaz para que partiendo de las claves textuales viaje el mundo interior que no nos cuenta el texto, hacia lo imaginado o lo probable. Desde la dirección son verdaderas fuentes para dar nuestro punto de vista del protagonista, son depositarios de nuestros juicios estéticos. Si estás en el proceso como dramaturgo con dos o tres giros en sus parlamentos, imperceptibles en apariencia, o la transformación de una acción sugerida en la versión original, se puede cambiar radicalmente el discurso.

Los prefiero por el estado permanente de construcción que nos brindan, por sus preguntas más que por las respuestas.

¿Cuán favorable resulta para ti la conjugación de tus conocimientos y la práctica como actor, director escénico, dramaturgo y también profesor?

 No hay separación entre estas categorías en la práctica, sólo que cada roll subsume a los demás según sea el contexto. No sé cómo lo hacen otros colegas, pero para mí lo que la mente puede separar, la práctica lo amalgama, un ensayo se transforma en un segundo en una clase, un texto toma cuerpo en mi voz cuando hago una pausa en la escritura y lo interpreto en casa para sentir su pulso o cuando se lo leo a los actores. El teatro es el punto de encuentro, es un espacio espiritual, creativo e intelectual que arropa una conferencia con la piel de mis personajes, que trasmuta mis memorias. En ese el lugar que está en mi cabeza, más que el espacio, las letras se vuelven cuerpos en tensión.

Cada oficio es una parte del todo, diferente pero similar. La pedagogía, la actuación, la dirección, la dramaturgia, solo son fractales para enfrentarme a un escenario, a un público y para sentirme parte de la isla, yo como otro fractal entre once millones.

Raúl Bonachea en el programa televisivo Paréntesis, de la Asociación Hermanos Saíz.

¿Asumes el aula como otro escenario? ¿Cuánto te aporta el intercambio con los alumnos?

De alguna manera todo es un escenario. Esto me facilita mucho el diálogo y entender también los procesos de mis estudiantes, siempre los incentivo a encontrar los caminos entre la teoría, la historia del teatro y lo que están haciendo ellos, lo que está pasando en la escena actual cubana. Me encantan las clases con el curso por encuentros, muchos son profesionales en ejercicio y sus inquietudes están muy aterrizadas en la técnica y la cotidianidad de lo que hacen.

También trabajo con niños en mi pueblo, puedo confesar que son las clases para las que más me preparo, las que más disfruto e incluso las más profundas, ellos son como profesionales pero con altas dosis de sensibilidad y creatividad, son mis fractales más puros, por eso con ellos me exijo más. Cuando siento que una clase es un encuentro entre colegas, que me aporta a mí como ser humano entonces le encuentro sentido a estar ahí para ellos y a que ellos me devuelvan las ganas de seguir adelante. De esa manera borro tantas clases que recibí en mi vida donde el aula era una especie de tribunal, en el cual el profesor juzgaba y los demás acatábamos sentencias.

¿Cuáles son los riesgos de actuar en una obra que también es dirigida por ti? ¿Se puede ser suficientemente exigente con uno mismo y los demás?

 Es cómo saltar de un avión sin paracaídas, solo puedes aterrizar en una pieza si los que te acompañan en esa caída libre te dan la mano. A la vez debes asegurarte antes de saltar que ellos tengan el equipamiento para aterrizar sanos y salvos. Tiene que haber un verdadero equipo creativo, una democracia teatral, lo cual es muy difícil de lograr y sostener por largo tiempo.

Creo que un director en cualquier proceso debe ser primero exigente consigo mismo, debe aplicarse el rigor máximo a su tarea y, si además actúa, debe saber comprender a los otros y trabajar mucho en solitario para que su proceso de actor no nuble su juicio como líder. Para mí siempre exigencias, creo que demasiadas.

En proceso de la obra Cuerdas percutidas.

¿Cuánto le temes o no a las reacciones del público?

 Con el tiempo he dejado de temerles. Es lo que necesito, así sean las más duras, porque hago teatro para compartirlo y comunicarme desde el cuerpo, desde mi espíritu. Escucho a mis espectadores. Nunca termino una obra porque cuando ya está lista para recibir la mirada del público, esta interacción riquísima hace que vuelva sobre mis pasos para que la obra siga creciendo, siga mutando. Público y artista son parte de la obra de arte. No funciona muy bien esta ecuación cuando se tergiversa público por populismo, por producto comercial, por propaganda, eso son residuos de la relación emocional principal: actante-obra-público.

 ¿Cuáles son tus referentes en el teatro, cubanos y extranjeros?

 Tengo varios superhéroes teatrales que vinieron después de mi abuelo y mi madre, entre ellos puedo mencionarte a Meyerhold, Augusto Boal, Richard Scheckner, Stanislavsky, Eugenio Barba y más recientemente Michael Chekhov. En la escena cubana a Vicente Revuelta, Eduardo Martínez y Lola Amores, mis maestros Carlos Celdrán y Raquel Carrió; pero no hay nada más importante en mis referencias teatrales que el juego de mi familia de hacer lo cotidiano teatral, cuando estoy perdido vuelvo a esa casa vieja a encontrar mi camino.

El teatro constituye parte del patrimonio espiritual de la nación, por lo tanto siempre va estar de una forma u otra. Es un diálogo con el presente, con nuestros maestros y los espíritus que nos guían.

En tu opinión, ¿cómo deben ser los jóvenes creadores la Cuba de hoy?

Debemos ser actores y nunca espectadores de nuestra realidad social, por muy compleja que esta sea, sin miedos, ni justificaciones para expresar el pulso de nuestro tiempo. Con nuestras creaciones tenemos que labrar algunos de los destinos de Cuba, que nunca podrá ser un futuro ajeno a una tradición y a la idiosincrasia que nos caracteriza.

¿Nos quieres adelantar algo de tu segundo libro, que está en proceso editorial por Tablas Alarcos…?

Es precisamente La Caída. Habla de la muerte y el renacer de un héroe, de una manera de interpretar la cubanía, pero también de un director que expone su cuerpo a la necropsia de los espectadores y de los otros actores. Intenta ser un proceso alquímico para hacer renacer a un héroe y explicar una angustia histórica.

¿Qué importancia le concedes a la Asociación Hermanos Saíz como aglutinadora, impulsora de proyectos y defensora de los jóvenes escritores, artistas e investigadores?

Creo que es la plataforma principal para los jóvenes creadores y gracias a ella se visualizan muchos artistas. Si nosotros tenemos que preguntarnos qué tipo de jóvenes somos y que queremos hacer por el futuro de la nación, la Asociación debe estar preparada para ese diálogo y creo que muchos de sus directivos asumen esa responsabilidad desde la comprensión, el apoyo y la promoción, venga de donde venga la obra o el artista. Es ella la que tiene la misión de encausar este impulso hacia los mejores puertos.

¿Principales sueños en el mundo creativo…?

Tener un espacio para que mi Laboratorio deje de latir dentro mi cuerpo y aterrice en algún lugar donde se cumplan los otros sueños. Hacer una obra donde niños, estudiantes, profesionales, artistas sin formación académica y de otras disciplinas se agrupen en pos de un objetivo, ni docente, ni creativo, sino espiritual que engloba a ambos. Unir todos los fractales posibles para transformarnos en mejores seres, que es una manera más efectiva de obtener resultados humanos perdurables en la sensibilidad de una época y sus creadores.


Imágenes juveniles legitiman Cuba

Más de un centenar de obras audiovisuales concursan en el esperado Almacén de la Imagen, evento de gran prestigio, liderado por la Asociación Hermanos Saíz (AHS).

La cita novel, espacio que promueve lo mejor de la creación juvenil, vuelve del del 24 al 28 del presente mes, en las salas Palatino, del Multicine Casablanca y la Hitchcock, en el Café Literario de la Casa del Joven Creador (CJC).

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A propósito de La Peña de Piña

“Dar un poco de visibilidad a un grupo de animados cubanos —que prácticamente no se conocen— fue la idea principal de este programa”, así recalcó su realizador Ernesto Piña a propósito de esta interesante propuesta televisiva, diseñada como espacio, para que el público de todas partes del mundo —especializado o no—, pueda apreciar estos animados, y los demás realizadores del género sientan que en ese espacio pueden exhibir sus obras.

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