Romerías: el síndrome del último día

Después de tres jornadas de trabajo en Memoria Nuestra todo sigue como el primer día, se puede captar un ambiente de entusiasmo por el intercambio. Cuando quedan menos ponencias y ya se ha recorrido la mayoría del camino las expectativas no bajan. No es fortuito, la propia diversidad y profundidad de los criterios de los participantes permiten avizorar un debate rico. Por los temas compartidos desde la jornada anterior se han atizado las ganas de compartir propuestas y experiencias, llegar a la una de la tarde parece una espera eterna.

El tercer día el programa estuvo más cargado, con ocho propuestas se recorrió un amplio espectro que fue desde las representaciones sociales y el patrimonio hasta la socialización del proyecto cultural Nuestro Entorno, pasando por la relación de las mujeres con la prensa en las primeras décadas de la república, un estudio de lo rural en una comunidad holguinera, el análisis de la caricatura editorial en el periódico Ahora!, la proyección sociocultural de la comunidad china en Holguín y las peculiaridades de los velorios y entierros en el municipio Guisa.

Todos esos temas fueron profundamente debatidos por los participantes, quienes mediados por sus formaciones diversas ofrecieron de manera general un enfoque multidisciplinar a los análisis y sugerencias que les hicieron llegar a los ponentes. El debate también llevó a reflexionar sobre los impactos y sobre la necesidad de que los proyectos que se articulen puedan trascender por el hecho de que sus propios miembros sean gestores de la socialización de sus resultados.

Definitivamente este Memoria Nuestra ha sido histórico, es la primera vez que sesiona fuera de sus normas convencionales. Ha tenido la ganancia de que ha podido reunir a mayor cantidad de participantes, ha forjado vínculos nuevos y ha modificado para bien la visión que se tenía de los eventos ligada siempre a cuestiones logísticas, que son importantes pero está demostrado ya que no son imprescindibles.

Sin embargo, el último día también hizo patente una carencia, para la mayoría de los participantes faltó algo, fue un reclamo sostenido la necesidad de verse a los ojos, de tocarse, de intercambiar como estamos acostumbrados los miembros de una generación que se resiste a perder la sensación del calor humano.

Fue posible captar al final del debate que todos padecían el “síndrome” del último día, daba la sensación de que nadie quería perder los contactos, se repetían los deseos de no olvidarse los unos de los otros, de perpetuar el grupo de WhatsApp, lo único que nos ha unido en nuestro paso por Romerías en tiempos de pandemia; ciertamente es lo único tangible, aunque paradójicamente sea virtual.

Participar en el evento fue como si todos hubiésemos viajado cientos de kilómetros para conocernos, como si después de cada jornada hubiera habido tiempo para ir juntos a un concierto, como si la noche hubiera sido suficiente para tejer una urdimbre de complicidades. Por eso quizás había esa necesidad de mirarse a los ojos, porque aún creemos que no son suficientes los abrazos de unos y ceros para complacernos, por eso hay que volver a ser romeros, hay que volver para darnos el cariño que nos debemos.

MADRES INVESTIGADORAS QUE HONRARON EL MEMORIA NUESTRA 2020    

 

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