La cultura del café: Una tradición que nos marca más que el paladar

Casi ningún cubano puede sustraerse al primer café de la mañana, a que  el primer aroma que se respire sea el de una tibia taza de la aromática infusión. No importa si se coló en cafetera o en colador, no importa si es oriental o no, solo importa su presencia cada día en el despertar. Y es que por más de dos siglos el café nos ha acompañado, y a pesar de que fue una planta introducida en Cuba, a nadie se le ocurriría cuestionar el enraizamiento que tuvo, tanto que su consumo es toda una tradición. Si usted llega a una casa de visita lo primero que le brindan es café y si no hay le dicen… espere que vamos a colar.

 

 El café comenzó su reinado en Cuba desde que la inmigración franco-haitiana, conocedora de su cultivo, encontró condiciones idóneas en cuanto a terreno y clima en la Sierra Maestra. A partir de ahí se desarrollaron haciendas cafetaleras que devinieron importantes centros productores y que llevarían a convertir a Cuba, en el siglo XIX, en el primer exportador de café del mundo.

Desde entonces no dejamos escapar nada que refiera al Elixir Negro de los Dioses Blancos, porque es parte de nuestra cultura, de nuestra identidad, de nuestras más genuinas tradiciones.

En todo el país se producen acciones que recuerdan y avivan la historia del grano en Cuba. En La Habana está la Fiesta del Café, dedicada al inicio de su cultivo en el reconocido como primer cafetal de la Isla, La Aurora, que era propiedad de Don José Gelabert, a quien se le atribuye la introducción de la planta en el país.

En el oriente se le ha querido cultivar como tradición desde su carácter de ritual histórico. En Santiago, por ejemplo, tienen «La ruta del Café, la historia del sabor», un recorrido articulado en varios días donde se desandan las barriadas de este lugar vinculadas al grano, las haciendas que en su tiempo fueron grandes productoras como La Isabelica, que es además Monumento Nacional, y las ruinas del Cafetal La Siberia, así como los centros tecnológicos que se encargan en la actualidad del mejoramiento de su producción.

Se le suma la Fondita de Compay Ramón, lugar donde a las tres de la tarde se da el pilonazo que inicia la sesión de tostado, pilado, colado y finalmente la degustación del aromático café. 

Tienen además Café Dranguet, una casa dedicada en su totalidad a la cultura del consumo y producción cafetalera en los siglos XIX y XX. Se le debe el nombre al importante hacendado Carlos Dranguet quien fuera hijo de descendientes de franceses.

 Hasta aquí hemos visto las intenciones de mantener el consumo del café desde el punto de vista cultural, enmarcado fundamentalmente en los inicios y un poco en el aplatanamiento a la sociedad cubana. Pero la cosa cambia cuando se llega a Bayamo, una ciudad muy marcada por la historia, por el despertar de lo cubano y su criollez, por ese crepitar constante de pasado y presente. Allí se encuentra el café mambí, que como su nombre lo indica es la manera en que los mambises en precarias condiciones lo preparaban, pues no podían sustraerse ni siquiera en la manigua del consumo de este líquido, que además, a partir de sus características revitalizantes y excitantes los ayudaba a mantenerse en vilo contra los españoles. Ceremoniosa y atractiva resulta  la preparación del café en los predios del Parque Céspedes, muy cerca del lugar donde se cantó por vez primera el Himno Nacional. En una hornilla encendida con carbón se calienta el agua que se echa en el colador, que ya tiene el polvo que antes fue pilado, comienza a salir el humeante y oloroso néctar que atrae a todos los que están cerca. Se endulza con miel como lo hacían los mambises que no tenían azúcar y se sirve en jícaras hechas con güira, toda una ceremonia que hace que sientas como si dos extremos del tiempo se tocaran, como si al mismo tiempo un grupo de mambises a tu lado también tomaran su café.

Y ni hablar de la señora que prepara tan rica bebida, perfectamente vestida de blanco, con sus sayuelas bien amplias y en la cabeza el sombrero mambí con la bandera cubana pintada en la parte delantera.

A esta altura no habrá quien niegue la pertenencia de este tradicional consumo a nuestra cultura, que aunque fue introducido supo asumir características que los distinguen del resto.

No existe la posibilidad de imaginar que desaparezca la tradición de tomar café en Cuba, cada vez que se cuele para brindar, para celebrar o para enamorar estaremos cargando con una tradición cultural que siempre calentita y olorosa nos recibe.

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