Los monstruos del sueño de Goya

Cuando se está en la juventud se aprehende todo sin mirar las raíces, se succionan los más diversos pistilos para concentrar en una personalizada sustancia, lo que realmente nos definirá como individuos particulares. Entonces, ocurre la conversión, no en mariposa, sino en monstruo: licantrópico y visionario, como debe ser cada emisor de fantasías que se respete.

La Academia de Bellas Artes San Alejandro es un zoológico con muchos de esos seres al descubierto. Los estudiantes van por los pasillos conversando, intercambiando los referentes, rumiando la última información descargada del documental que se pirateo de la memoria de fulano. Pero así funciona el hervidero que es la academia de artistas.

De esos pasillos sale Daian Estival Carvajal (Coco), un estudiante de tercer año que expone en la galería del Centro Cinematográfico del ICAIC, Fresa y Chocolate, sin otro interés que expurgar esos demonios que ya azotaron a Goya. La exposición se llama Ahí viene el Coco, está curada por Evelynn Álvarez y es uno de los primeros resultados del proyecto La Profe.

La muestra de pintura no pretende insuflar en el ánimo de las producciones de sus semejantes una línea a superar, una medida para levantar una premisa de cuestionamientos, una lectura alterna y suspicaz de lo expuesto. Cada imagen de las propuestas en los lienzos son pequeñas ensoñaciones. Procesos captados desde lo consciente para emitir una voz que les aporte forma, y para eso es la pintura y el dibujo.

Cuando, como artista, decidimos ofrecer la ilustración de un imaginario, la clave del éxito está en la multidimensionalidad que podamos re-crear. Así, la escena de despedida del hijo con su padre, la foto de familia del cumpleaños, la imagen del cuarto en el ático y las reprimendas de las pesadillas sobre el infante, tejen la personalidad de un individuo sin rostro, pero con voz.

Por eso, Ahí viene el Coco se muestra en la galería del Proyecto 23 del ICAIC, pues rodeado de fotogramas de películas de nuestra filmografía, la exhibición se convierte por mutación en otra narración audiovisual más, sin audio ni lunetario, pero con la animación que cada espectador le puso a esos personajes de Coco-miyazaki.

Muchos son los artistas que se han visto iluminados por estas preocupaciones para crear paralelismos con su obra. Bien, de ellos, este joven ha bebido lo suficiente para dibujar su propia esfera sincrónica, a la diestra de sus alter egos. Las figuraciones de la muestra tienen una raíz histórica en las corrientes expresionistas que utilizaban el color para filtrar subtextos de representación, a partir de los símbolos enervantes de sus retinas, por eso los contrastes en las piezas, por eso los fondos a veces neutros, por eso también, la oscuridad en muchas locaciones y las luces en los rostros de sus habitantes.

Los formatos y las composiciones museográficas son algo a destacar en la exhibición, pues pocos curadores se detienen ante la oportunidad que esta herramienta les brinda. Los cuadros hablan, narran su historia, porque la voz curatorial así lo permite, porque el segundo cuadro, el tercero y la dupla gigante que abre sus puertas al público, gritan las verdades de ese Coco que todos tuvimos en la infancia.

Ahí viene el Coco es la oportunidad de vivir una pesadilla agradable, es la muestra de los entuertos de una personalidad atormentada, que no la de Goya, pero con semejantes monstruos asechando.         

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