«Me gusta el arte contaminado»

Pedro Franco habla limpia y claramente. No parece alguien alocado. Sus criterios a cerca de los asuntos que lo inquietan fluyen de una manera envidiable para todo aquel creador joven que se quiera reconocer en el contexto cubano de estos días. Tiene energía, pero esta no desborda su discurso, esas licencias quizás las deja para las obras que concibe. Pero cuidado, Pedro Franco no regala nada, sostiene sus ideas con argumentos que bien pudieran sonrojar al burócrata más audaz y al artista más conservador. A su edad es uno de los directores de teatro más talentosos y uno de los innovadores de gestión cultural del momento en la Isla. Director del grupo Teatro El Portazo y autor del laureado espectáculo CCPC, además de otras puestas de notable performance, Pedro conversa con este periodista acerca de sus intimidades como creador y sus proyectos como gestor cultural.

¿Pedro por qué actuar y dirigir tan rápido?

Yo llego a la dirección por una cuestión de necesidad, de independencia estética propia, de autorreconocimiento. En el grupo dónde estamos a veces los procesos creativos no siempre intencionan y desarrollan las emergencias, las necesidades de la gente de generaciones artísticas que se incluyen en procesos ya establecidos. Los grupos están afianzados, más en Matanzas que es una ciudad de tradición teatral, de voces autorizadas y figuras prominentes y eventos de calidad, por lo que es muy difícil insertarse y poder oxigenar todos los mecanismos ya instituidos. Entonces, una de las soluciones que encontramos fue fundar un espacio que fuera interactivo y por supuesto que bebiera de toda esta tradición, pero que tuviera una autonomía, sobre todo a nivel temático, el inicio fue a nivel temático, después se habló de poética, después se habló de estrategia de posicionamiento o circulación, se trataba de qué queríamos hablar, de reflejarnos, de devolver como espejo, esa función que tiene el arte, a una generación que, en mi opinión muy particular, se ve poco reflejada en el entramado particular de la nación.

¿Cuéntanos acerca del proceso de fundación del grupo?

Todo surge como un ejercicio de programación de la Casa del Joven Creador de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) de Matanzas, el grupo ejecutivo que estaba en ese momento, en el que yo me encontraba, necesitaba diversificar la imagen de la Casa del Joven Creador también como un espacio de representación, no solamente como espacio de presentación de grupos de rock and roll, poesía, literatura, sino vincular el teatro y la manifestación de artes escénicas a esa programación que teníamos pensada. Entonces, decidimos montar una obra y programarla por un mes a ver qué ocurría, a ver si la gente quería asistir y crear una convención de qué ese era un edificio también teatral y así surge El Portazo, que primero tiene el nombre de la obra porque ni siquiera teníamos nombre para el proyecto, era un nombre que circulábamos y no nos atrevíamos a decir porque no sabíamos qué iba a pasar. Esto fue en el 2011, en abril del 2011 empezó todo el proceso y el 23 de septiembre estrenamos la primera obra.

¿Cómo definiste, después de los temas, la línea estética hacia dónde querías moverte?

A eso que le llaman poética nosotros llegamos poco a poco, a partir de una sinceridad, a partir de la utilización de recursos expresivos que nos quedaban cómodos y que en principio parecían amparados por la zona de intuición, más allá de todo el cuerpo teórico, más allá de una investigación profunda, más allá de una intención, era más bien a nivel intuitivo. Es decir, qué queremos hacer, cómo nos comunicamos, con qué nos sentimos cómodos, qué es lo que creemos que puede funcionar. Situándonos siempre en la posición de la potencialidad de los espectadores que teníamos, de ese público latente que existía en la ciudad y que además ya formaba parte del espacio en el que estábamos trabajando, el público habitual de la AHS. Ubicándonos en cuál iba a ser su sistema de reflexión, empezamos a armar y a construir los espectáculos. Yo creo que en Semen, en septiembre del 2013 nosotros empezamos a teorizar o a hacer conciencia, de lo que se puede llamar, nuestra poética; que por supuesto, está en formación todavía, y que es cambiante, dialéctica, del grupo.

Tú has declarado en otras ocasiones que te gustaría hacer un teatro que fuera útil en el sentido martiano ¿Qué significa eso para ti?

Yo creo que, aunque por supuesto hay mucho de subjetividad, el teatro, la escena, es el mundo de lo concreto. Cuando uno establece un diálogo con un actor o con un técnico le habla en términos muy concretos, o sea, haz esto, entra por acá, establece tal relación, es decir algo que se pueda verificar en el imaginario palpable de la experiencia de esa persona con la que estás dialogando. Me interesa hacer un teatro que pueda ser utilitario, yo no estoy muy seguro de que, por ejemplo, cuando me preguntan por el significado de las obras, de por qué pongo tal iconografía, trabajo tales zonas emocionales y qué significa en verdad, yo no estoy muy seguro de eso. No sé si el teatro en realidad es esa sirena gigante que puede cambiar a una persona. Yo creo que puede modificar con suerte una actitud, que puede registrar una experiencia del espectador sin que corra un riesgo, yo creo que esa es su utilidad, es como un simulador de realidades, como mismo hay un simulador de vuelos, de conducir automóviles, el teatro es como un simulador de realidades donde el espectador puede sentarse e identificarse, o conectarse en la platea, con el espacio de representación sin correr demasiado riesgos; por lo tanto, hay una modificación de su actitud al salir, con suerte, al salir de la función y yo creo que ahí hay una utilidad del teatro, en ese espectáculo CCPC en particular, y la investigación económica que es la necesidad especial de por qué montamos el espectáculo, en eso hay una utilidad económica, o sea, vamos a hablar en números, vamos a hacer el balance de ese espectáculo también en número, vamos a hablar en un lenguaje de contexto, vamos a insertarnos. Yo quiero hablar de la sostenibilidad de la cultura, yo quiero hablar de la rentabilidad, sobre el consumismo, sobre las potencialidades que tienen el sector, el gremio de artes escénicas en el contexto cubano y la necesidad de que se tome en cuenta para que no haya un desfase, para que la política cultural no se convierta en un boomerang sino para que de verdad sea un impulso y un motor y cumpla la función progresista que tiene desde el cincuenta y nueve.

Teatro El Portazo anuncia que trata de «hacer la luchita un arte». ¿Cómo te ha ido con esa idea?

Todo lo que nosotros planteamos como investigación económica de este espectáculo (CCPC) ya no formal, ni siquiera temática, es decir los móviles, la estructura de la puesta en escena puede estar en un informe, es decir yo podría hablar de sostenibilidad, de rentabilidad, de números, de por qué de plantear hipótesis, pero decidimos hacerlo desde el arte, hacer de la «luchita» un arte. Particularmente, yo creo que debemos ir pensando en abrir la posibilidad de que los cubanos tengamos un desarrollo tecnológico de nuestros negocios, de nuestras empresas, de nuestras fundaciones y no detenernos en parcelas o chocar contra desenfocados objetos sociales o ser víctimas de recelos totalmente infundados cuando lo que se trata es de progreso y de prosperidad. En sí este espectáculo y esta investigación está profundamente anclada en una frase de Martí que reza: Para ser dichoso hay que ser bueno, para ser culto hay que ser libre, pero en lo común de la naturaleza humana para ser dichoso y culto hay que ser próspero. Entonces, es una investigación entre la relación individuo-prosperidad, por eso hacemos de la luchita un arte, o sea esa evolución que tenemos los cubanos de a pie, de eso que entendemos como una necesidad de prosperidad, de cómo podemos traducirla en formas sobre la escena, en luces, en músicas en sentimientos, en relaciones, en texto, en arte, en acción, en baile, en choteo y desacralización, en humanización.

¿Qué tal la escena nacional? ¿Qué planes hay para el futuro?

Los planes futuros de estas fórmulas que se están ahora mismo teorizando será franquiciarlas. Lo digo así con total libertad. Intentar hacer de esto una franquicia, hacer de esto una marca de consumo cultural. En Matanzas vamos a continuar con elenco fijo, queremos entrar en La Habana con un elenco CCPC Habana, por ejemplo, aunque sean otros ejes temáticos los que conduzcan esos ejes temáticos del espectáculo habanero, en función del público capitalino, del espacio en el que se representará. En Trinidad también estamos interesados en hacerlo, estamos conversándolo con un núcleo creativo de por allá, pero reproducir la fórmula a ver si funciona. Ver qué pasa cuando interactúe con esos territorios específicos y para abrir la circulación, que no haya una manera única que no sea hegemónica, no puede ser el núcleo de Teatro El Portazo de Matanzas moviéndose por todo el país porque no es viable, no es factible, es muy caro trasladar un elenco de veinticuatro personas por todo el país. De manera que vamos a cerrar la circulación a regiones para que pueda llegar la mayor cantidad de espectadores posibles con los menores costos.

En CCPC rozas aspectos del Cabaret, el burlesque, te interesa interactuar con el público…

En el inicio no había género. La gente iba a satisfacer una necesidad, el espectador que me interesa va al teatro a satisfacer una necesidad, no aquel espectador que va a cumplir con su ascetismo o su recepción «burguesa» de lo que él entiende que es el teatro idea, el teatro convencional, yo me voy a sentar aquí y voy desde mi platea a recibir algún tipo de información, algún tipo de bien cultural. A mí me interesa algo más visceral y para eso mezclé, para poder abarcar a todo el mundo, fue imprescindible. Siempre hay que dejar claro que es un grupo de teatro «jugando» a la ficción del cabaret, porque si habláramos de cabaret tendríamos que trabajar y ahondar en calidad de movimiento de los bailarines o en otros aspectos muchísimos más claros y redondos, trabajamos con el café teatro, con el teatro postdramático y el teatro tradicional y todo lo metimos en una batidora, muy Fernando Ortiz y le dimos play, on, start, a ver qué pasaba y salió CCPC que es una especie de pastiche, que no se sabe exactamente por dónde anda pero nosotros nos concentramos mucho en la organización de la energía del espectador, en la apreciación de esa recepción de manera que las convenciones se abren y se cierran en la medida que el espectáculo va planteando su estructura porque lo mismo la gente se sienta, llora y hace silencio para escuchar el segundo bloque que baila sobre la pasarela y rompe totalmente el espacio de recepción en el tránsito del segundo al tercero que es más el cabaret y donde se me permite hacer lo que quiera. Eso forma parte de esa estructura, de cómo fuimos guiando a ese espectador y hasta el momento ha funcionado.

Pedro ¿Cómo lidias con las etiquetas?

Yo intento ser sincero, de verdad, con lo que necesito hacer en el momento y trazarme estrategias concretas. Después se teoriza. Nosotros ahora mismo estamos en un proceso de revisión de qué fue lo que hicimos. Aunque sí tenemos los referentes claros y ya estamos en un proceso de investigación no solamente intuitivo pero no nos cerramos en leyes, en reglas, en cánones específicos. Decimos vamos a hacer esto y esto fue lo que salió, este número es tal cosa, este puede parecer tal cosa y roza, coquetea con tal cosa. Hay mucho de cita, mucho de homenaje, mucho de ya. A estas alturas todo está hecho lo que nos queda es vamos a hacerlo otra vez. Constantemente, estamos vendiendo la idea de originalidad en los productos artísticos y cuando revisas detrás tienen cinco mil años de tradición, entonces hay que pactar con eso, lo que hace falta es hacerlo otra vez desde tu visión personal y por supuesto dejarse influenciar por el contexto. Yo no creo en un arte puro, a mí me gusta el arte contaminado, sobre todo si contamina toda mi creación con la economía. Me encanta esa mezcla porque me resulta muy interesante, me resulta viva y real.

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