Liset Prego


Liset y sus gatos singulares en una casa fraterna

Dicen que los gatos siguen llegando como si por el mundo se hubiera regado la voz de que este es un refugio seguro. No es una invasión felina. ¡Qué va! Los mininos llegan de paso, en una casual manera de cambiar de aires, vacacionar y hasta “socializar”. Y muchos se marchan con la misma espontaneidad con la que llegan, relamiendo sus bigotes y con la cola en alto.

Aseguran que es fácil encontrar el lugar si preguntas la dirección: lleva por nombre “La casa de los gatos perdidos”, y ya casi todos la conocen por las historias que allí suceden, y porque hasta un asunto de redes sociales se ha vuelto este hogar de tránsito, que con amor sostienen Ricardo y su hija Ana. Una vivienda singular que ha creado para el disfrute de los niños y de la familia toda, la periodista, escritora y editora Liset Prego (Holguín, 1988) como un “hermoso canto a la fraternidad y la tolerancia”.

tomada del facebook de ediciones la luz

La casa de los gatos perdidos (Ediciones La Luz, 2019) reúne un manojo de historias entretejidas en la realidad animal que sucumbe al mundo de los humanos. En sus páginas, donde todos son cuidados con igual dedicación, ronronean gatos pardos, blancos, rayados, con manchas, de razas envidiables y comunes felinos de apariencia simple.

En un entramado diverso de voces gatunas, emergen una serie de caracteres felinos totalmente inadaptados a la sociedad, y que para sobrevivir tratan de encontrar fĂłrmulas que le permitan adaptarse a su entorno. Cada uno de ellos: Pimienta, Susana, Tito, Garabato, Lilita, Osiris, Cosme, Fiona, Shakespeare, Macusa, opta por resistir a su manera, pero sin dejarse vencer por las situaciones diversas que enfrentan.

Camas, alimentos, peines, cascabeles, juguetes y otros objetos dispersos en cada una de las historias hablan mucho de la personalidad de estos gatos, porque si algo tienen ellos es personalidad; son felinos que brillan con luz propia. Son seres libres, empoderados, tecnológicos, enamorados, independientes, empáticos, orgullosos, protectores, ingeniosos y luchadores, a pesar de las circunstancias que mueven sus siete vidas.

Por otro lado, prevalece un largo viaje hacia la libertad, que se muestra como un derecho inalienable de cualquier criatura: escoger un destino o camino variable a cada uno, sin que lo obstruya el deseo de un dueño.

tomada del facebook de ediciones la luz

Esta primicia literaria de Liset Prego, con edición de Luis Yuseff, diseño de Robert Ráez y con las sugerentes ilustraciones de Dagnae Tomás, deja entrever su instinto maternal, que con la dignidad y prestancia que la caracterizan, apuesta por un futuro mejor para sus gatos, convirtiéndolos en seres emancipados para la gran aventura de la vida.

Historias divertidas que, con un lenguaje sencillo abarcan un contenido que cuestiona patrones y conductas sociales, a partir de argumentos que apuestan decididamente por el bienestar animal y el mejoramiento humano, logrando un libro tan trepidante como el ritmo de cada relato.

Estoy segura, como afirma Rubén Rodríguez en las palabras de contraportada, que “estos gatos singulares encontrarán lugar en el corazón de los pequeños lectores, donde se ovillarán para ronronear sus lecciones de amor y vida”, pues el afecto en este libro fluye de inicio a fin. Y muy atento siempre, quizás sea usted de los seres felices que mantiene abiertas puertas y ventanas, y nunca se sabe por dónde puede entrar un gato perdido.


Las voces de La Luz y los hombres del centenario (+ audio)

El sonido se disipa y si quedan los falsos abalorios, no habremos comprendido nada. Los podcasts precisan necesariamente el sentido directo de las palabras. Liset Prego, editora de Ediciones La Luz, es la voz que incita a la lectura en colaboración conjunta desde su proyecto La NarraTK y nuestra casa editora.

El podcast Los hombres del centenario es un tríptico donde se recogen cuentos de Charles Bukowski, Isaac Asimov y Ray Bradbury. Tienes la facilidad de ir haciendo varias cosas mientras consumes literatura, la rutina se hace más llevadera, sobre todo en tiempos donde la tecnología ha apartado a muchos del placer del olor al libro impreso, he aquí otra manera de estar conectados. Prego y su esposo Marjel Morales Gato, quien precisa la edición, alojan estos proyectos en la plataforma spreaker.com. En esta edición del Celestino de Cuento, nuestro sello insiste porque #ElSonidoEsUnaPuertaSeguraHaciaElCorazón.

Clase, de Charles Bukowski

No estoy muy seguro del lugar. Algún sitio al Noroeste de California. Hemingway acababa de terminar una novela, había llegado de Europa o de no sé dónde, y ahora estaba en el ring pegándose con un tío. Había periodistas, críticos, escritores —bueno, toda esa tribu— y también algunas jóvenes damas sentadas entre las filas de butacas. Me senté en la última fila. La mayor parte de la gente no estaba mirando a Hem. Solo hablaban entre sí y se reían.

El sol estaba alto. Era a primera hora de la tarde. Yo observaba a Ernie. Tenía atrapado a su hombre, y estaba jugando con él. Se le cruzaba, bailaba, le daba vueltas, lo mareaba. Entonces lo tumbó. La gente miró. Su oponente logró levantarse al contar ocho. Hem se le acercó, se paró delante de él, escupió su protector bucal, soltó una carcajada, y volteó a su oponente de un puñetazo. Era como un asesinato. Ernie se fue hacia su rincón, se sentó. Inclinó la cabeza hacia atrás y alguien vertió agua sobre su boca.

Yo me levanté de mi asiento y bajé caminando despacio por el pasillo central. Llegué al ring, extendí la mano y le di unos golpecitos a Hemingway en el hombro.

—¿Señor Hemingway?

—¿Sí, ¿qué pasa?

—Me gustaría cruzar los guantes con usted.

—¿Tienes alguna experiencia en boxeo?

—No.

—Vete y vuelve cuando hayas aprendido algo.

—Mire, estoy aquí para romperle el culo.

Ernie se riĂł estrepitosamente. Le dijo al tĂ­o que estaba en el rincĂłn.

—Ponle al chico unos calzones y unos guantes.

El tĂ­o saltĂł fuera del ring y yo le seguĂ­ hasta los vestuarios.

—¿Estás loco, chico? —me preguntó.

—No sé. Creo que no.

—Toma. Pruébate estos calzones.

—Bueno.

—Oh, oh… Son demasiado grandes.

—A la mierda. Están bien.

—Bueno, deja que te vende las manos.

—Nada de vendas.

—¿Nada de vendas?

—Nada de vendas.

—¿Y qué tal un protector para la boca?

—Nada de protectores.

—¿Y vas a pelear en zapatos?

—Voy a pelear en zapatos.

Encendí un puro y salimos afuera. Bajé tranquilamente hacia el ring fumando mi puro. Hemingway volvió a subir al ring y ellos le colocaron los guantes.

No habĂ­a nadie en mi rincĂłn. Finalmente alguien vino y me puso unos guantes. Nos llamaron al centro del ring para darnos las instrucciones.

—Ahora, cuando caigas a la lona —me dijo el árbitro—, yo…

—No me voy a caer —le dije al árbitro.

Siguieron otras instrucciones.

—Muy bien, volved a vuestros rincones; y cuando suene la campana, salid a pelear. Que gane el mejor. Y —se dirigió hacia mí— será mejor que te quites ese puro de la boca.

Cuando sonó la campana salí al centro del ring con el puro todavía en la boca. Me chupé toda una bocanada de humo, y se la eché en la cara a Hemingway. La gente rió.

Hem se vino hacia mí, me lanzó dos ganchos cortos, y falló ambos golpes. Mis pies eran rápidos. Bailaba en un contínuo vaivén, me movía, entraba, salía, a pequeños saltos, tap tap tap tap tap, cinco veloces golpes de izquierda en la nariz de Papá. Divisé a una chica en la fila frontal de butacas, una cosa muy bonita, me quedé mirándola y entonces Hem me lanzó un directo de derecha que me aplastó el cigarro en la boca. Sentí cómo me quemaba los labios y la mejilla, me sacudí la ceniza, escupí los restos del puro y le pegué un gancho en el estómago a Ernie. Él respondió con un derechazo corto, y me pegó con la izquierda en la oreja. Esquivó mi derecha y con una fuerte volea me lanzó contra las cuerdas. Justo al tiempo de sonar la campana me tumbó son un sólido derechazo a la barbilla. Me levanté y me fui hasta mi rincón.

Un tĂ­o vino con una toalla.

—El señor Hemingway quiere saber si todavía deseas seguir otro asalto.

—Dile al señor Hemingway que tuvo suerte. El humo se me metió en los ojos. Un asalto más es todo lo que necesito para finalizar el asunto.

El tío con la toalla volvió al otro extremo y pude ver a Hemingway riéndose.

Sonó la campana y salí derecho. Empecé a atacar, no muy fuerte, pero con buenas combinaciones. Ernie retrocedía, fallando sus golpes. Por primera vez pude ver la duda en sus ojos.

¿Quién es este chico?, estaría pensando. Mis golpes eran más rápidos, le pegué más duro. Atacaba con todo mi aliento. Cabeza y cuerpo. Una variedad mixta. Boxeaba como Sugar Ray y pegaba como Dempsey.

Llevé a Hemingway contra las cuerdas. No podía caerse. Cada vez que empezaba a caerse, yo lo enderezaba con un nuevo golpe. Era un asesinato. Muerte en la tarde.

Me eché hacia atrás y el señor Hemingway cayó hacia adelante, sin sentido y ya frío.

Desaté mis guantes con los dientes, me los saqué, y salté fuera del ring. Caminé hacia mi vestuario; es decir, el vestuario del señor Hemingway, y me di una ducha. Bebí una botella de cerveza, encendí un puro y me senté en el borde de la mesa de masajes. Entraron a Ernie y lo tendieron en otra mesa. Seguía sin sentido. Yo estaba allí, sentado, desnudo, observando cómo se preocupaban por Ernie. Había algunas mujeres en la habitación, pero no les presté la menor atención. Entonces se me acercó un tío.

—¿Quién eres? —me preguntó—. ¿Cómo te llamas?

—Henry Chinaski.

—Nunca he oído hablar de ti —dijo.

—Ya oirás.

Toda la gente se acercó. A Ernie lo abandonaron. Pobre Ernie. Todo el mundo se puso a mi alrededor. También las mujeres. Estaba rodeado de ladrillos por todas partes menos por una. Sí, una verdadera hoguera de clase me estaba mirando de arriba a abajo. Parecía una dama de la alta sociedad, rica, educada, de todo —bonito cuerpo, bonita cara, bonitas ropas, todas esas

cosas—. Y clase, verdaderos rayos de clase.

—¿Qué sueles hacer? —preguntó alguien.

—Follar y beber.

—No, no, quiero decir en qué trabajas.

—Soy friegaplatos.

—¿Friegaplatos?

—Sí.

—¿Tienes alguna afición?

—Bueno, no sé si puede llamarse una afición. Escribo.

—¿Escribes?

—Sí.

—¿El qué?

—Relatos cortos. Son bastante buenos.

—¿Has publicado algo?

—No.

—¿Por qué?

—No lo he intentado.

—Dónde están tus historias?

—Allá arriba —señalé una vieja maleta de cartón.

—Escucha, soy un crítico del New York Times. ¿Te importa si me llevo tus relatos a casa y los leo? Te los devolveré.

—Por mí, de acuerdo, culo sucio, sólo que no sé dónde voy a estar.

La estrella de clase y alta sociedad se acercĂł:

—Él estará conmigo. —Luego me dijo—. Vamos, Henry, vĂ­stete. Es un viaje largo y tenemos cosas que… hablar.

Empecé a vestirme y entonces Ernie recobró el sentido.

—¿Qué coño pasó?

—Se encontró con un buen tipo, señor Hemingway —le dijo alguien.

Acabé de vestirme y me acerqué a su mesa.

—Eres un buen tipo, Papá. Pero nadie puede vencer a todo el mundo.

Estreché su mano: —No te vueles los sesos.

Me fui con mi estrella de alta sociedad y subimos a un coche amarillo descapotado, de media manzana de largo. Condujo con el acelerador pisado a fondo, tomando las curvas derrapando y chirriando, con el rostro bello e impasible. Eso era clase. Si amaba de igual modo que conducĂ­a, iba a ser un infierno de noche.

El sitio estaba en lo alto de las colinas, apartado. Un mayordomo abriĂł la puerta.

—George —le dijo—, tómate la noche libre. O, mejor pensado, tómate la semana libre.

Entramos y habĂ­a un tĂ­o enorme sentado en una silla, con un vaso de alcohol en la mano.

—Tommy —dijo ella—, desaparece.

Fuimos introduciéndonos por los distintos sectores de la casa.

—¿Quién era ese grandulón?

—Thomas Wolfe —dijo ella—. Un coñazo.

Hizo una parada en la cocina para coger una botella de bourbon y dos vasos.

Entonces dijo:

—Vamos.

La seguĂ­ hasta el dormitorio.

A la mañana siguiente nos despertó el teléfono. Era para mí. Ella me alcanzó el auricular y yo me incorporé en la cama.

—¿Señor Chinaski?

—¿Sí?

—Leí sus historias. Estaba tan excitado que no he podido dormir en toda la noche. ¡Es usted seguramente el mayor genio de la década!

—¿SOlo de la década?

—Bueno, tal vez del siglo.

—Eso está mejor.

—Los editores de Harperis y Atlantic están ahora aquí conmigo. Puede que no se lo crea, pero cada uno ha aceptado cinco historias para su futura publicación.

—Me lo creo —dije.

El crítico colgó. Me tumbé. La estrella y yo hicimos otra vez el amor.

CĂłmo ocurriĂł, de Isaac Asimov

Mi hermano empezĂł a dictar en su mejor estilo oratorio, ese que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.

—En el principio —dijo—, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosiĂłn, y el universo…

Pero yo habĂ­a dejado de escribir.

—¿Hace quince mil doscientos millones de años? —pregunté, incrédulo.

—Exactamente —dijo—. Estoy inspirado.

—No pongo en duda tu inspiración —aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas)—. Pero, ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un período de más de quince mil millones de años?

—Tengo que hacerlo. Ese es el tiempo que llevó. Lo tengo todo aquí dentro —dijo, palmeándose la frente—, y procede de la más alta autoridad.

Para entonces yo habĂ­a dejado el estilo sobre la mesa.

—¿Sabes cuál es el precio del papiro? —dije.

—¿Qué?

(Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro).

—Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabarían cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tú tengas la voz y yo la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?

Mi hermano pensĂł durante un rato. Luego dijo:

—¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?

—Mucho —puntualicé—, si esperas llegar al gran público.

—¿Qué te parecen cien años?

—¿Qué te parecen seis días?

—No puedes comprimir la Creación en solo seis días —dijo, horrorizado.

—Ese es todo el papiro de que dispongo —le aseguré—. Bien, ¿qué dices?

—Oh, está bien —concediĂł, y empezĂł a dictar de nuevo—. En el principio… ÂżDe veras han de ser solo seis dĂ­as, AarĂłn?

—Seis días, Moisés —dije firmemente.

El tĂ­o Einar, de Ray Bradbury

—Llevará sólo un minuto —dijo la dulce mujer del tío Einar.

—Me opongo —dijo el tío Einar—. Y eso sólo lleva un segundo.

—He trabajado toda la mañana —dijo ella, sosteniéndose la espalda delgada—, ¿y tú no me

ayudarás ahora? El tamborileo anuncia lluvia.

—Pues que llueva —dijo el tío Einar con despreocupación—. No dejaré que me traspase un

relámpago sólo por airear tus ropas.

—Pero lo haces tan rápido…

—Repito, me opongo.

Las vastas alas alquitranadas del tío Einar zumbaban nerviosamente detrás de los hombros

indignados.

La mujer le alcanzó una cuerda delgada con cuatro docenas de ropas recién lavadas. El tío

Einar sostuvo la cuerda entre los dedos, mirándola con profundo desagrado.

—De modo que hemos llegado a esto —murmuró amargamente—. A esto, a esto, a esto.

Parecía a punto de derramar unas lágrimas tristes y ácidas.

—Anda, no llores, o las mojarás de nuevo —dijo la mujer—. Salta ahora, paséalas.

—Paséalas. —La voz del tío Einar sonaba hueca, terriblemente lastimada.— Pues yo digo: que

truene, ¡que llueva a cántaros!

—No te lo pediría si fuese un día hermoso y soleado —dijo la mujer, razonable—. Todo mi lavado

serĂ­a inĂştil si no me ayudas. TendrĂ© que colgarlas en la casa…

Esto convenciĂł al tĂ­o Einar. Sobre todas las cosas odiaba las ropas que cuelgan como banderas

o festones, de modo que un hombre tiene que arrastrarse por el suelo para cruzar un cuarto.

SaltĂł en el aire, y las vastas alas verdes zumbaron.

—¡Sólo hasta la valla de la pradera!

Una sola voltereta, y arriba: las alas mordieron el hermoso aire fresco. Antes que uno pudiese

decir: «el tío Einar tiene alas verdes» ya navegaba a baja altura por encima de la granja,

arrastrando las ropas en un largo lazo aleteante detrás de los golpes pesados de las alas.

—¡Ahora!

De vuelta ya del viaje el tĂ­o Einar trajo flotando las ropas, secas como granos de maĂ­z, y las

depositĂł en las mantas limpias que la mujer habĂ­a preparado.

—¡Gracias!

—¡Bah! —gritó el tío Einar, y voló a rumiar sus pensamientos debajo del manzano.

Las hermosas alas sedosas del tío Einar le colgaban detrás como las velas verdes de un barco,

y cuando estornudaba o se volvĂ­a bruscamente le chirriaban o susurraban en los hombros.

Era uno de los pocos de la familia con un talento claramente visible. Todos los primos y

sobrinos y hermanos oscuros vivían ocultos en pueblos pequeños del mundo entero, hacían

cosas mentales invisibles o cosas con dedos de bruja y dientes blancos, o descendĂ­an por el

cielo como hojas en llamas, o saltaban en los bosques como lobos plateados por la luna.

VivĂ­an relativamente a salvo de los seres humanos comunes. No asĂ­ un hombre con grandes

alas verdes.

No era que odiara sus alas. Lejos de eso. En su juventud habĂ­a volado siempre de noche,

pues las noches son momentos excepcionales para un hombre alado. La luz del dĂ­a tiene sus

peligros, siempre los tuvo, siempre los tendrĂ­a; pero en las noches, ah, en las noches habĂ­a

navegado sobre islas de nubes y mares de cielo de verano. Sin correr ningĂşn peligro. HabĂ­a

disfrutado realmente de aquellos vuelos.

Pero ahora no podĂ­a volar de noche.

De regreso a un alto paso en ciertas montañas de Europa, luego de una reunión de familia en

Mellin Town, Illinois (hace algunos años), había bebido demasiado vino tinto. «Pronto estaré

bien», se había dicho a sí mismo, vagamente, mientras volaba bajo las estrellas del alba,

sobre las lomas que se extendían más allá de Mellin, y soñaba a la luz de la luna. Y de

pronto…, un crujido en el cielo…

Una torre de alta tensiĂłn.

¡Como un pato en una red! Un tremendo siseo. La chispa azul de un cable le cruzó y

ennegreciĂł la cara. Las alas golpearon hacia adelante parando la electricidad, y el tĂ­o Einar se

precipitĂł cabeza abajo.

CayĂł en el prado iluminado por la luna al pie de la torre y fue como si alguien hubiese arrojado

desde el cielo una voluminosa guía de teléfonos.

A la mañana siguiente, temprano, se incorporó sacudiendo violentamente las alas empapadas

de rocío. La única luz era una débil franja de alba extendida a lo largo del este. Pronto esa

franja se colorarĂ­a y todos los vuelos quedarĂ­an restringidos. No habĂ­a otra soluciĂłn que

refugiarse en el bosque y esperar escondido en los matorrales a que otra noche ocultara los

movimientos celestes de las alas.

AsĂ­ conociĂł el tĂ­o Einar a la que serĂ­a su mujer.

Durante el día, un primero de noviembre excepcionalmente cálido en las tierras de Illinois, la

joven Brunilla Wexley salió a ordeñar una vaca perdida; llevaba en la mano un cubo plateado

mientras se deslizaba entre los matorrales y le rogaba inteligentemente a la vaca invisible

que por favor volviera a la casa o la leche le reventaría las entrañas. El hecho casi seguro de

que la vaca volverĂ­a sola cuando las ubres necesitaran realmente atenciĂłn no preocupaba a

Brunilla Wexley. Era una buena excusa para pasear por el bosque, soplar flores de cardo y

morder hojas; todo lo que estaba haciendo Brunilla cuando tropezĂł con el tĂ­o Einar.

Dormido junto a un arbusto, parecĂ­a un hombre debajo de un alero verde.

—Oh —dijo Brunilla, entusiasmada—. Un hombre. En una tienda de campaña.

El tío Einar despertó. La tienda de campaña se abrió detrás como un alto abanico verde.

—Oh —dijo Brunilla, la buscadora de vacas—. Un hombre con alas.

Así se lo tomó ella. Estaba sorprendida, sí, pero nunca le habían hecho daño, de modo que

no le tenĂ­a miedo a nadie, y esto de encontrarse con un hombre alado no pasaba todos los

dĂ­as, y se sentĂ­a orgullosa. EmpezĂł a hablar. Al cabo de una hora eran viejos amigos, y al

cabo de dos horas Brunilla habĂ­a olvidado las alas. Y el tĂ­o Einar le confesĂł de algĂşn modo

cĂłmo habĂ­a llegado a parar a este bosque.

—Sí, ya noté que estás golpeado por todos lados —dijo Brunilla—. Esa ala derecha tiene mal

aspecto. Será mejor que te lleve a casa y te la arregle. De todos modos, no podrías volar así

hasta Europa. Y además, ¿quién quiere vivir en Europa en estos días?

El tĂ­o Einar se lo agradeciĂł, aunque no entendĂ­a muy bien cĂłmo podĂ­a aceptar.

—Pero vivo sola —dijo Brunilla—. Pues, como ves, soy bastante fea.

El tĂ­o Einar insistiĂł diciendo que todo lo contrario.

—Qué amable eres —dijo Brunilla—. Pero soy fea, no me engaño. Mis padres han muerto. Tengo

una granja, grande, toda para mĂ­ sola, lejos de Mellin Town, y necesito a alguien con quien

hablar.

Pero Âżella no sentĂ­a miedo?, preguntĂł el tĂ­o Einar.

—Orgullo y celos sería más exacto. ¿Puedo?

Y Brunilla acariciĂł las membranosas alas verdes con una envidia cuidadosa. El tĂ­o Einar se

estremeciĂł y se puso la lengua entre los dientes.

De modo que no habĂ­a otro remedio: ir a la casa de ella en busca de medicinas y ungĂĽentos,

y qué barbaridad, qué quemadura en la cara, ¡debajo de los ojos!

—Suerte que no quedaste ciego —dijo Brunilla—. ¿Cómo pasó?

—Bueno… —dijo el tĂ­o Einar, y ya estaban en la granja, notando apenas que habĂ­an caminado

un kilómetro y medio mirándose a los ojos.

PasĂł un dĂ­a y otro, y el tĂ­o Einar le dio las gracias desde el umbral y dijo que debĂ­a irse, que

apreciaba mucho el ungĂĽento, los cuidados, el alojamiento. CaĂ­a la noche y entre ahora, las

seis, y las cinco de la mañana tenía que cruzar un continente y un océano.

—Gracias, adiós —dijo, y desplegó las alas y echó a volar en el crepúsculo y se llevó por delante

un arce.

—¡Oh! —gritó Brunilla, y corrió hacia el cuerpo inconsciente.

Cuando el tío Einar despertó, al cabo de una hora, supo que ya nunca más podría volar en la

oscuridad; habĂ­a perdido la delicada percepciĂłn nocturna. La telepatĂ­a alada que le habĂ­a

señalado la presencia de torres, árboles, casas y colinas, la visión y la sensibilidad tan claras

y sutiles que lo habían guiado a través de laberintos de bosques, acantilados y nubes, todo

habĂ­a sido quemado para siempre, reducido a nada por aquel golpe en la cara, aquella

chicharra y aquel siseo azul eléctrico.

—¿Cómo? —se quejó el tío Einar en voz baja—. ¿Cómo iré a Europa? Si vuelo de día, me verán,

y ay, qué pobre chiste, ¡quizás hasta me bajen de un tiro!

O quizá me encierren en un jardín zoológico, ¡qué vida sería esa! Brunilla, ¿qué puedo hacer?

—Oh —murmurĂł Brunilla, mirándose los dedos—. Ya se nos ocurrirá algo…

Se casaron.

La Familia asistió a la boda. En una inmensa precipitación otoñal de hojas de arce, sicómoro,

roble, olmo, los parientes susurraron y murmuraron, cayeron en una llovizna de castañas de

Indias, golpearon la tierra como manzanas de invierno, y en el viento que levantaban al llegar

a la boda sobreabundaba el aroma del pasado verano. La ceremonia fue breve como una vela

negra que se enciende, se apaga con un soplido, y deja un humo en el aire. La brevedad, la

oscuridad, esa cualidad de movimientos invertidos y al revés se le escaparon a Brunilla, atenta

sĂłlo a la pausada marea de las alas del tĂ­o Einar, que murmuraban dulcemente sobre ellos

mientras concluĂ­a el rito. En cuanto al tĂ­o Einar, la herida que le cruzaba la nariz estaba casi

curada, y tomando del brazo a Brunilla sentĂ­a que Europa se debilitaba y desvanecĂ­a a lo lejos.

No tenĂ­a que ver demasiado bien para volar directamente hacia arriba o descender en lĂ­nea

recta. Fue pues natural que en esta noche de bodas tomara a Brunilla en brazos y volara

verticalmente hacia el cielo.

Un granjero, a cinco kilĂłmetros de distancia, a medianoche, le echĂł una ojeada a una nube

baja y alcanzó a ver unos resplandores y unas débiles estrías luminosas.

—Luces de tormenta —dijo, y se fue a la cama.

El tío Einar y Brunilla no descendieron hasta la mañana, junto con el rocío.

El matrimonio prosperĂł. Le bastaba a Brunilla mirar al tĂ­o Einar, y pensar que era la Ăşnica

mujer del mundo casada con un hombre alado. «¿Qué otra mujer podría decir lo mismo?», le

preguntaba al espejo. Y la respuesta era siempre: «¡Ninguna!».

El tĂ­o Einar, por su parte, pensaba que el rostro de Brunilla ocultaba una verdadera belleza,

una bondad y una comprensiĂłn admirables. ConsintiĂł en algunos cambios de dieta para

conformar a Brunilla, y tenĂ­a cuidado con las alas cuando andaba dentro de la casa; las

porcelanas golpeadas y las lámparas rotas irritan siempre los nervios, y el tío Einar se

mantenía a distancia de esos objetos. Cambió también de hábitos de dormir, pues de

cualquier modo ya no podía volar de noche. Y ella a su vez arregló las sillas, acomodándolas

a las alas, poniendo unas almohadillas extras aquí o quitándolas allá, y las cosas que decía

eran las que más agradaban al tío Einar.

—Estamos aún encerrados en capullos, todos nosotros —decía Brunilla—. Mira qué fea soy, pero

un día romperé la cáscara y extenderé un par de alas tan delicadas y hermosas como las

tuyas.

—Has roto la cáscara —dijo el tío Einar.

Brunilla pensĂł un momento.

—Sí —admitió al fin—. Hasta sé qué día ocurrió. En los bosques, ¡cuando buscaba una vaca y

encontré una tienda de campaña!

Los dos rieron, y sintiendo el abrazo del tĂ­o Einar, Brunilla supo que gracias al matrimonio

habĂ­a salido de la fealdad, asĂ­ como una espada brillante sale de la vaina.

Tuvieron niños. Al principio el tío Einar temió que nacieran con alas.

—Tonterías, ojalá fuera así —dijo Brunilla—. Nunca les pondríamos el pie encima.

—No —dijo el tío Einar—, ¡pero se te subirían a la cabeza!

—¡Ay! —lloró Brunilla.

Nacieron cuatro hijos, tres niños y una niña, tan movedizos que parecían tener alas. A los

pocos años saltaban como renacuajos, y en los días calurosos de verano le pedían al padre

que se sentara bajo el manzano y los abanicara con las alas refrescantes y les contara

historias fantásticas a la luz de las estrellas acerca de islas de nubes y océanos de cielos y

formas de nieblas y viento y el sabor de un astro que se le disuelve a uno en la boca, y de

cómo bebes el helado aire de la montaña, y cómo te sientes cuando eres un guijarro que cae

desde el monte Everest y te transformas en un capullo verde abriendo las alas como los

pétalos de una flor poco antes de golpear el suelo.

Eso habĂ­a sido el matrimonio del tĂ­o Einar.

Y hoy, seis años después, aquí estaba el tío Einar, aquí estaba sentado, envenenándose

debajo del manzano, sintiéndose cada vez más impaciente y malévolo, no porque así lo

deseara sino porque después de la larga espera era todavía incapaz de volar en el abierto

cielo nocturno; nunca habĂ­a recuperado el sentido extra. AquĂ­ estaba, desalentado, convertido

en un mero parasol, descartado y verde, abandonado ahora por los veraneantes infatigables

que en otro tiempo habĂ­an buscado el refugio de la sombra translĂşcida. ÂżTendrĂ­a que estar

aquĂ­ para siempre, sin atreverse a volar de dĂ­a porque alguien podĂ­a verlo? ÂżNo serĂ­a ya otra

cosa que un secador de ropas para Brunilla o un abanico para niños en las noches calurosas

de agosto? Hasta hacía seis años había sido siempre el mensajero de la Familia, más rápido

que una tormenta. Volando sobre lomas y valles, como un bumerán, y aterrizando como una

flor de cardo. Siempre había dispuesto de dinero; ¡a la Familia le era muy útil el hombre con

alas! Pero Âżahora? Amarguras. Las alas estremecieron y barrieron el aire y sonaron como un

trueno cautivo.

—Papá —dijo la pequeña Meg.

Los niños miraban la cara pensativa y oscurecida del padre.

—Papá —dijo Ronald—, ¡haz más truenos!

—Hoy es un día frío de marzo, lloverá pronto y habrá muchos truenos —dijo el tío Einar.

—¿Vendrás a vernos? —preguntó Michael.

—¡Corred, corred! ¡Dejad reflexionar a papá!

Estaba cerrado al amor, a los hijos del amor y al amor de los hijos. SĂłlo pensaba en cielos,

firmamentos, horizontes, infinitudes, de noche o de dĂ­a, a la luz de las estrellas, la luna o el

sol, cielos nublados o claros, pero siempre cielos, firmamentos y horizontes que se extendĂ­an

interminables en las alturas. Y aquí estaba ahora, navegando en el césped, siempre abajo,

para que no lo vieran.

¡Qué estado miserable, en un pozo hondo!

—¡Papá, ven a mirarnos, es marzo! —gritó Meg—. ¡Y vamos a la loma con todos los niños del

pueblo!

—¿Qué loma es ésa? —gruñó el tío Einar.

—¡La loma de las Cometas, por supuesto! —cantaron los niños.

El tĂ­o Einar los mirĂł por primera vez.

Cada uno de los niños tenía en las manos una cometa de papel, y el calor de la excitación y

un resplandor animal les encendĂ­a las caras. Los deditos sostenĂ­an unas pelotas de cordel

blanco. De las cometas, rojas y azules y amarillas y verdes, colgaban colas de algodĂłn y

trozos de seda.

—¡Remontaremos las cometas! —le dijo Ronald—. ¿No vienes?

—No —dijo el tío Einar tristemente—. No tiene que verme nadie o habrá dificultades.

—Puedes esconderte y mirar desde los bosques —dijo Meg—. Hicimos las cometas nosotros

mismos. Pues sabemos cĂłmo.

—¿Cómo lo sabéis?

—¡Porque somos tus hijos! —fue el grito instantáneo—. ¡Por eso!

El tío Einar miró a los niños largo rato. Suspiró.

—Un festival de cometas, ¿no es así?

—¡Sí, señor!

—Ganaré yo —dijo Meg.

—¡No, yo! —contradijo Michael.

—¡Yo, yo! —pió Stephen.

—¡Dios de las alturas! —rugió el tío Einar, saltando hacia arriba, batiendo el ensordecedor timbal

de las alas—. ¡Niños, niños, os amo tiernamente!

—Papá, ¿qué pasa? —dijo Michael, retrocediendo.

—¡Nada, nada, nada! —entonó Einar. Flexionó las alas hasta el punto máximo de propulsión y

embestida. ¡Bum! Las alas golpearon como címbalos. La ola de aire tiró a los niños al suelo—

¡Lo conseguí, lo conseguí! ¡Soy libre de nuevo! ¡Fuego en la caldera! ¡Pluma en el viento!

¡Brunilla! —Einar llamó a la casa. Brunilla apareció en el umbral.— ¡Soy libre! —llamó Einar,

emocionado y alto, de puntillas—. Escucha, Brunilla, ¡ya no necesito la noche! ¡Puedo volar de

día! ¡No necesito la noche! ¡De ahora en adelante volaré todos los días y cualquier día del

año! Pero… pierdo tiempo, hablando. ¡Mira!

Y mientras Brunilla y los niños lo miraban preocupados, Einar sacó la cola de algodón de una

de las cometas y se la atĂł al cinturĂłn, a la espalda; tomĂł la pelota de cordel, se puso una

punta entre los dientes y les dio la otra punta a los niños ¡y voló, arriba, arriba en el aire,

alejándose en el viento de marzo!

Y los niños de Einar corrieron por los prados, cruzando las granjas, soltando cordel al cielo

soleado, trinando y tropezando, y Brunilla, de pie en el patio, saludaba con la mano y reĂ­a, y

los niños fueron a la loma de las Cometas sosteniendo la pelota de cordel entre los dedos

ávidos, y orgullosos, todos tirando y tironeando y dirigiendo. Y los niños de Mellin Town

llegaron corriendo con sus pequeñas cometas para soltarlas al viento y vieron la gran cometa

verde que saltaba y oscilaba en el cielo y exclamaron:

—¡Oh, oh, qué cometa! ¡Qué cometa! ¡Oh, cómo me gustaría una cometa parecida! ¿Dónde,

dĂłnde la consiguieron?

—¡La hizo papá! —gritaron Meg y Michael y Stephen y Ronald, y tironearon animadamente del

cordel y la zumbante y atronadora cometa se zambullĂł y remontĂł en el cielo, y cruzando una

nube dibujó un largo y mágico signo de exclamación.


DecamerĂłnicos: Cuentos de jĂłvenes escritores

Decamerónicos. Cuentos aislados es un podcast creado por Liset Prego que da voz a 10 jóvenes autores  cubanos con 10 relatos breves en 10 jornadas. Voces que unen en proyecto surgido en cuarentena con música de Manuel Leandro Sánchez y con la realización de Marjel Morales Gato.

El lanzamiento en este día es un homenaje a Ediciones La Luz por sus 23 años de fundada. 

Puedes acceder de manera gratuita a través de los siguientes enlaces https://t.me/lanarratk o https://www.ivoox.com/podcast-decameronicos-cuentos-aislados_sq_f1908329_1.html

 


Diario luminoso

Son las 2 de la mañana y el grupo Luminosos creado en WhatsApp se mantiene activo. Liset Prego incita a colaborar en su narraTK, un proyecto para compartir literatura en la voz de sus propios creadores o de sus lectores, y lo hace a través de audios por Telegram o Messenger, se escucha de fondo las voces de sus hijos y me dice: Elizabeth, cuando te grabes trata de que Luna y Mhía se hayan dormido (se ríe) y de evitar el sonido ambiente.

Es una locura, me entran mensajes por todos lados de los mismos. El diagramador Norge Luis Labrada decide que hablemos solo por WhatsApp, pero el diseñador Robert Ráez, propone que mejor en Telegram porque si hay que mandar una imagen no pierde calidad.

Luis Yuseff está online y es todo un acontecimiento, sabemos que tecleará un poco lento porque no ha tenido tiempo de ajustar la graduación de sus espejuelos después de la operación de miopía. El avatar del grupo es una taza de café, esto sin dudas nos recuerda los días en que estábamos juntos en la oficina del Yuse, como le decimos en la intimidad del trabajo.

oficina de Diseño de la Editorial.

LY: Vamos a escoger algunos relatos del Libro de los abrazos, de Eduardo Galeano (Ediciones La Luz, 2016) para hacer postales digitales; Robert, trabaja en eso y lo iremos publicando en las redes poco a poco; Ely, tú eres la encargada para que no tengas que salir a la editorial a diagramar que yo sé que las niñas con este encierro se alteran. Ve haciendo reseñas de lo que hubiésemos presentado en la Feria del Libro, si se pudiera dar promoción por la AHS, en Facebook, en todas las redes, me etiquetas, acuérdate.

Ely: Claro, cómo no te voy a etiquetar si tú eres trending… Ay, a ustedes no les duele el pecho, como una sensación de ahogo…

Norge: Eso es estrés, yo estoy igual.

Ely: Yuse, ya Robert me mandó las imágenes, pero le viré una porque se había desajustado una línea, más o menos 1mm, te imaginarás que no íbamos a poder dormir esta noche, tú conoces mi TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo).

LY: jjajaja, ok no se preocupen fĂ­jense en los track (espacio entre caracteres)

Ely: Sí, eso le dije que hay una que está demasiado apretada, es que tiene el display roto y además en Corel se pierde la perspectiva, no es como en Indesign. De todos modos, yo llamo a Mariela (Mariela Varona, la correctora) para que revise.

oficina de Diseño de la Editorial.

El libro de los abrazos, del periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) fue publicado en nuestro sello en el año 2016 bajo la rigurosa edición de Luis Yuseff, editor y director de nuestra casa editora, Ediciones La Luz. Un ejemplar prácticamente agotado en las librerías holguineras que mantuvo los grabados e ilustraciones que el propio autor concibió para la edición paradigmática de Siglo Veintiuno Editores, gracias a la colaboración y el empeño de Eduardo Heras León, Ivonne Galeano y Eduardo Freitas.

Si bien es cierto que la aproximación a su lectura puede ser hecha de dos maneras: de un tirón o por partes, porque son relatos cortos donde algunos no tienen una secuencia. En este libro la belleza radica en las palabras, aunque hable a veces de dolor o exilio, es el peculiar estilo de Galeano que entreteje lo místico y lo jovial, una síntesis perfecta del imaginario del autor, donde celebra o reflexiona, satiriza y encuentra múltiples miradas esperanzadoras a los estados de ánimo, al corazón. Un libro que debe ser leído despacio para que no se acabe. Su lenguaje recto, facilita la comprensión íntegra, absorbe al lector en un acto que hipnotiza y lo devuelve a la realidad con optimismo y otras maneras de enfrentar la vida. 

Dicen las paredes

Ediciones La Luz también reajusta su programación en esta difícil etapa que estamos viviendo. Seguimos con el plan editorial, los editores desde sus casas y luego la misma cadena de diagramación, corrección, edición… Somos un equipo, que extraña sin dudas nuestra Casa Editora, porque es precisamente así, una casa, con aires de institución.

La ventaja y la alegría es que todos somos escritores, de esta manera a la hora de trabajar podemos lograr una empatía tal con el autor y comprender sus interioridades. Al estar paralizados por el Coronavirus, hemos querido insistir y hacerle comprender a los jóvenes, a las personas en general, que este es el momento crucial donde el arte salva. Desde sus casas y a través de las redes estaremos incitando a la lectura, porque nuestro sello ha publicado todos los géneros literarios a lo largo de los años. En la última campaña comunicativa, el equipo editorial estuvo inmerso en la creación de libros electrónicos y audiolibros, spots radiales y televisivos haciendo alusión bajo la etiqueta #alaluzseleemejor, porque leer poesía constituye un acto de sanación.

Ofrecemos estas postales digitales que poco a poco se irán compartiendo a través de las redes, como alternativa o abrazo, percibiendo que desde la lectura lo imposible tiene otra perspectiva. Eso lo dicen hasta las paredes…

Dicen las paredes

Dicen las paredes


Liset Prego DĂ­az | La NarraTK es una biblioteca sonora, colaborativa y virtual

*Publicado en Claustrofobias

Mamidela solo puede ser una anciana especial, una abuela seguramente. Eso es lo que uno piensa y afirma en cuanto observa en la imagen a la viejita en un sillón, muy cerca un niño, una niña y un gato. Uno se da cuenta que va a encontrar en Los cuentos de Mamidela un universo fabuloso, como es el universo de los narradores de cuentos.

Y estos cuentos tienen otra magia, se escuchan en la propia voz de sus escritores o un lector muy atento lo reproduce en su voz. También tienen la particularidad de ser introducidos por un breve texto jocoso, dulce, de su guionista y directora Liset Prego Díaz. Liset aporta guion y voz. Pero antes de que existiera la imagen, parece que en la misma convocatoria Mamidela enviaba un susurro para que los amigos colaboraran con su nieta de la tercera generación de Adela.

Los créditos de Los cuentos de Mamidela

Liset me cuenta que entre las colaboraciones imprescindibles está la de Alain Romero Cuba, el ilustrador que ya ha puesto su talento al servicio de libros cubanos dedicados al universo infantil, aceptó de inmediato a darle imagen a Mamidela, a quien conoció en la Feria del Libro de Holgúín 2019. Le propuso el proyecto y a él le encantó la idea. En pocos días creó la imagen que sirve de portada al podcast Los cuentos de Mamidela.

Por su parte, Alain me escribe:

“Desde que empezó el aislamiento por la pandemia del COVID-19 vi que muchos artistas contribuían ofreciendo su arte al público para ser disfrutado desde sus casas: canciones, conciertos, libros y lecturas, videos de danzas en las redes, entre otras. Siempre consideré que era una actitud muy noble y me preguntaba, como ilustrador, qué podía hacer yo, cómo aportar a esta causa común y ofrecer algo también. Al recibir la invitación de Liset para hacer la portada de Los cuentos de Mamidela, me sentí muy feliz, pero, sobre todo, útil. Este es mi primer aporte a la campaña para que la población disfrute desde casa y, ojalá, no sea el único“.

Pero en la misma ilustración se lee que la edición corresponde a Marjel Morales Gato y aquí no se sobreentiende ni se piensa que Marjel y Liset tienen una familia: Adela Lucía (otra generación de Adela), y Marjelito; sus hijos.

En los créditos de la música aparecen nombres de creadores cubanos que viven dentro y fuera del país: Edelis Loyola, Rita del Prado, Dúo Karma y el trovador Alito Abad. En cuanto a la música he sido muy dichosa al recibir la autorización de creadores cubanos, escribe Liset, con ellos voy conformando el resto de la sonoridad de los cuentos de compañía. En la ilustración se escribe también el título de cada cuento y el nombre del autor.

El ejercicio de la promoción es mágico, retador, y necesario…

Liset, la directora y madre, es periodista del semanario ¡ahora! de la oriental provincia de Holguín. Máster en Ciencias de la Comunicación y editora de Ediciones La Luz. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Su primer libro La casa de los gatos perdidos, está en proceso editorial y fue incluida en la selección La joven luz: Entrada de emergencia. selección de poetas en Holguín, ambos preparados por Ediciones La Luz.

Desde el 5 de marzo de 2019 emprendió en el portal Cubadebate el podcast Manual para padres impacientes. Pudiera decirse que este trabajo y sus resultados ha sido la confirmación para explorar el mundo del podcast. Recientemente, en la entrevista La escritura como un obstinado ejercicio de expresión vital, que le concediera al periodista Erian Peña para el portal de la Asociación Hermanos Saíz, Liset afirma que ha redescubierto, desde que trabaja en La Luz que el ejercicio de la promoción es mágico, retador, y necesario. Y deja claro:

“…la hipermedia es el presente, no ya el futuro, el mundo se mueve en bits y quien no se adecue a esta realidad simplemente se estanca. No se trata de abandonar al libro tradicional, tan necesario, sino de abrir el abanico de posibilidades para los lectores, la pluralidad de soportes y lecturas desde códigos diversos y el establecimiento de un diálogo con la generación emergente”.

ÂżEntonces cĂłmo llegan los escritores al proyecto Los cuentos de Mamidela?

Lancé la invitación en Facebook y etiqueté a algunos amigos del mundo literario cubano. Enrique Pérez, Eldys Baratute, Rubén Rodríguez, Maikel José Rodríguez Calviño, Leonel Daimel, Yadián Carbonel, algunos periodistas, amigos, promotores, en fin mucha gente, y a ti. Algunos respondieron encantados, otros han prometido ayudar. Al momento de esta entrevista han salido tres episodios pero tengo en producción al menos cinco más. Han colaborado con sus textos Rubén Rodríguez, Yadián Carbonell, Yunier Riquenes, Lilibeth Alfonso, Leonel Daimel, y Adela Lucía, mi hija, que es otra lectora voraz, leyó poemas de Alexis Díaz-Pimienta.

ÂżCĂłmo naciĂł esta idea de la NarraTK?

Hace unos meses le comenté a mi papá que me gustaría hacer un podcast o repositorio de cuentos en audio para los niños que no tenían cerca a sus padres o para que los padres les dejaran a los hijos en su voz por si estaban fuera de casa. En principio era para los niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Luego comenzó la cuarentena y fue el momento de hacer algo, por los otros y para mantenernos activos.

Siempre digo que tengo musa hidráulica, las mejores ideas me surgen cuando friego o lavo, tengo mucho tiempo conmigo misma para cavilar mientras corre el agua. Con los cuatro en casa todo el día por semanas hay mucho por fregar. Así sugió la NarraTK, con el propósito de acercarnos con la voz y con el basamento además de la literapia, la literatura como recurso terapéutico. Bajo el principio de la construcción colectiva de sentidos producimos un texto sonoro, en este caso para comunicar la literatura. Es a fin de cuentas una biblioteca sonora colaborativa, virtual y gratuita para los niños que están en aislamiento social o enfermos para los que tienen a sus padres lejos por trabajo o causa de la pandemia y para cualquier amante de la narración oral. O sea, la NarraTK es un proyecto más ambicioso que aún no termino de dimensionar y vislumbrar y el podcast Los cuentos de Mamidela está dentro de él.

¿Cómo fuiste recibiendo los audios, en cuántos formatos los recibiste?

Ha sido una aventura, porque las vías son electrónicas y no todos son muy duchos o tienen saldo y megas, además descargar los archivos de audio que han llegado por WhatsApp, Facebook o Gmail ha sido en muchos casos un reto. Pero hemos buscado alternativas para por fin obtenerlos. Algunos con mejor calidad que otros lo que me ha llevado a seguir el consejo de un amigo realizador de establecer algunas pautas básicas para la grabación y envío, nada complicado solo rudimentos elementales que ayudarán a la calidad del podcast.

¿Quién edita los audios? Es como un ejercicio familiar donde participa la familia. ¿Cómo es el proceso?

Es preciso trabajar en equipo porque no soy machete – bumerán – mortero. Mi esposo, Marjel Morales Gato, que tiene una inteligencia muy diversa, es el editor, diseñador y Comunity Manager del proyecto. Lucía es sujeto de prueba junto a su hermano de 3 años, Marjelito. Aún probamos para diseñar la dramaturgia de cada podcast, porque todo es muy espontáneo y urgente. Por el día escribo los guiones, gestiono los audios de los amigos colaboradores y muevo las cosas en las redes. Edito los libros pendientes de Ediciones La Luz y escribo y gestiono cosas para el periódico ¡ahora! Ah, igual lavo, cocino, friego, recojo regueros infinitos, regaño a los niños que están impacientes por la cuarentena, los acompaño en algún invento y tomo café hasta la gastritis irreversible. Grabo de madrugada cuando los niños se han dormido y sorteo los romances de los gatos callejeros, las serenatas de los gallos de los vecinos, los sonajeros de mi terraza y los perros guardianes dando el parte. Mi estudio es la cocina. Mi equipo la grabadora con la que hago periodismo, una Olympus digital. Nuestra computadora una laptop anciana que comparto por turnos con Marjel. Luego él edita, también de madrugada. Por el día somos zombies, porque los niños se levantan normalmente y nosotros estamos muertos. Por eso a veces me sale la voz un poco cansada.

¿Por qué el nombre? ¿Por qué Mamidela?

NarraTK es obviamente la conjunción de narrar y biblioteca, o sea es una biblioteca de narraciones. El podcast se llama Los cuentos de Mamidela como homenaje a mi abuela Luz Adela Beltrán Sarracén, primera de su nombre, reina del arroz con leche, quién era una extraordinaria narradora y a quien mis primos le acortaron el nombre hasta que comenzó a sonar Mamidela. En este momento su matriarcado llega a las ocho Adelas, yo soy la tercera: Liset Adela. Hace tiempo estaba por hacer como un homenaje a ella, siento que se fue y yo me quedé con muchas deudas. No creo que esa sea la solución, pero creo que es un ejercicio de sanación, de duelo necesario y más allá de eso lo hago a partir de las cosas buenas que me dejó. De ahí salió ese cuento el primer podcast, ahí está todo lo que quería haberle dicho.

HabĂ­as tenido antes un trabajo con los audiolibros, con la producciĂłn de Ediciones La Luz, ÂżcĂłmo ha sido ese recorrido?

En realidad mi trabajo en La Luz con los audiolibros ha sido más de promoción, pues aunque participé en el audiolibro La joven Luz: entrada de emergencias, fue como autora y editora de textos; en Dice el musgo… Lucía hace las presentaciones de las pistas. Donde tenía un poco más de experiencia era en los podcast, en los cuales incursiono desde hace un año en Cubadebate y en ¡ahora! con Manual para padres impacientes. Un podcast utilitario con consejos, recetas de cocina, comentarios y reseñas literarias escritas y en la voz de Lucía, que comenzó a hacerlos con 8 años. Con este podcast ganamos el premio de la ciudad en Comunicación Promocional, en Hipermedia. Ahora también estamos sacando unos podcast de cuarentena del Manual, vamos por cuatro episodios hasta hoy, sale lunes y viernes.