Crítica de arte


¿Del lienzo a la crítica y viceversa…? (I)

Diálogo con Manuel López Oliva

Por varias décadas Manuel López Oliva (Manzanillo, 1947) llevó a la par su quehacer como artista visual y crítico de arte. Ambas, cree, se complementan. La primera le exterioriza en términos imaginativos y la otra opera desde el pensamiento y los conceptos de un cuerpo teórico. Así le respondió, años después de graduado en la Escuela Nacional de Arte, a Jorge Rigol, entonces director de docencia de Artes Plásticas, cuando este le preguntó qué le interesaba más, si la pintura o la crítica. Al mismo Rigol, luego de ganar una beca por oposición, le había dicho que él «no quería ser solamente artista, sino también crítico de arte».

Hoy cuando mira hacia atrás o revisa su currículo artístico, López Oliva nota que sacrificó parte de su «nombradía y ganancias como pintor y creador performántico» en «beneficio del desarrollo, valoración, docencia, conocimiento y proyección del arte visual autóctono y auténtico de Cuba y América Latina». Puso su interés humanista y su conciencia crítica frente a los resortes —esos que ha analizado— que mueven la producción de un «arte para mercado» en el mismo país en el que, interrogado al respecto en 1969, Juan Marinello habló de la existencia de una «indigencia crítica» con «raíces universales y causas específicas». Aun así, Manuel López Oliva es uno de los más reconocidos exponentes de la plástica cubana y de la crítica de artes visuales, aunque actualmente no la realice con la sistematicidad de antes.

Pero el crítico persiste y la interpretación y sustentación de criterios —eso que Octavio Paz llamó «pasión crítica»— no abandona al pintor. Él sabe que «la palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla» (José Martí). Por eso muchas veces retoma aquel «oficio abandonado, en pos de buenas y útiles razones» y encontramos artículos suyos en algunas publicaciones impresas y digitales, o textos breves y puntiagudos en su perfil de Facebook. «Pero nada más», advierte. Sus respuestas a esta entrevista, que pensamos para publicar en dos partes, podrían funcionar casi como un ensayo, como una indagación crítica al arte contemporáneo cubano, al ejercicio del criterio y su necesidad, y a temas que le preocupan, como el mercado del arte (incluido el nacional) en el contexto actual del país. Pretendo en este diálogo con el artista y crítico Manuel López Oliva, intentar al menos expandir ese «nada más».

En 1967, siendo estudiante, inicias la escritura y la publicación de textos sobre arte, manteniendo un ejercicio constante de la crítica por varias décadas. ¿Qué te motivó a adentrarte en los terrenos de la crítica? ¿Y por qué decides llevar ambos ejercicios a la par?

Tuve una inducción casi natural, desde la niñez, para el arte, la escritura y el teatro. Mi casa era, a la vez, el taller del pintor decorativo, publicitario y escenográfico que era mi padre: Manuel López Montero, el más reconocido en tales labores dentro de la localidad de Manzanillo. Y mi progenitor trabajaba también dentro de un pequeño local del Teatro-cine Manzanillo, realizando los anuncios de las presentaciones teatrales esporádicas, variedades, actividades musicales y filmes diarios de los cuatro cines de esa ciudad. También hacía las escenografías. De ahí que yo tenía al teatro como un área de juego y asistía constantemente a ver las películas que no eran prohibidas para menores. Asimismo, en mi casa se hacían las carrozas, el atrezo, las banderolas y aditamentos de muchas comparsas de los carnavales manzanilleros.

Pero hay más: a unos cuarenta metros de mi hogar de la calle Calixto García estaba la Imprenta El Arte, de Juan Francisco Sariol, donde se producía la célebre Revista Orto, y exactamente al lado, el local del Grupo Literario de ese municipio del sur de la antigua provincia Oriente. En tal sitio de lo editorial, la literatura y el pensamiento solía sentirme atraído por el linotipo y la composición tipográfica, a la vez que leía libros, textos originales de grandes escritores y hasta cartas de Martí, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Mañach, Lizaso, Marinello y autores locales como Sariol, Navarro Luna, Luis Felipe Rodríguez, Aza Montero y otros.

Mi casa era sitio de visita casi obligado de todos los creadores e intelectuales que llegaban a Manzanillo. De modo que ese peculiar ámbito de cultura fue conformándome la percepción, definiendo mis gustos y caracterizando mis juegos. Martí afirmaba que «por sus juguetes se conoce al niño y se conjetura cuáles han de ser sus obras». Desde muy temprano la vida misma que me tocó, diseñó mi vocación plural; así como la lectura de artículos de naturaleza cultural en los periódicos y revistas, la completaría, sumándole otro ingrediente: la atracción por la crítica de las artes. Fue de esa manera que se gestó todo cuanto yo sería en la existencia adulta.

Yo era, desde mi infancia y adolescencia, un lector febril. Leía de todo y, por supuesto, a Martí y los textos sobre arte. Así, ya en la primera juventud, pude leer en mi pueblo libros de Juan Marinello, Hipólito Taine, Eugenio d´Ors, Luis de Soto, Aragón y hasta el absurdo Manual de Estética Marxista Leninista de la Academia de Bellas Artes de la desaparecida URSS.

Igualmente leí artículos críticos en revistas y periódicos cubanos, escritos por Loló de la Torriente, Graziella Pogolotti, Mario Rodríguez Alemán, Adelaida de Juan, etc. De manera que desde temprano comprendí la necesidad de la crítica y ensayística de arte como recursos analíticos de valoración, guías, mediadoras, formadoras de sentido, reveladoras y problematizadoras respecto de lo estético y la cultura artística. Por eso, cuando llegué a la Escuela Nacional de Arte, luego de haber obtenido beca por oposición, le dejé claro al director de la docencia de Artes Plásticas, Jorge Rigol, que no quería ser solamente artista, sino también crítico de arte. Años más tarde, cuando ya era uno de los profesionales que integraba el grupo asesor de Alfredo Guevara, él me preguntó sobre si me interesaba más la pintura o la crítica; y le respondí que ambas, pues una me exteriorizaba en términos imaginativos y en la otra operaba desde mi pensamiento y conceptos. Las veía como complementarias.

¿Por qué en un momento determinado, luego de un trabajo amplio como crítico de artes visuales, regresas completamente a la creación plástica y solo vuelves a la escritura crítica de forma ocasional y/o eventual, o recientemente a través de tu perfil de Facebook?

Nunca hice crítica de arte como primera labor, ni dejé de pintar. Como fui simultáneamente profesor de arte, fundador y asesor de entidades culturales y del Ministerio de Cultura, gestor de publicaciones, crítico de arte, ensayista y artista plástico… lo más lógico es que alguna de esas tareas fuera un tanto relegada por entidades y medios publicitarios, para exaltar más las que respondían a necesidades e intereses del Estado, la sociedad y el sector productivo artístico.

Aunque nunca abandoné el hecho de exponer mis obras pictóricas y concebir formulaciones estéticas —pero lo hice siempre con mis principios y mis imaginarios raigales—, lo que más respondía a requerimientos oficiales y privados de los otros era el hacer del crítico, el divulgador, el promotor, el profesor y el asesor institucional. De ahí que en cierto sentido, durante buen número de años de cumplir esos deberes humanos y culturales, tales actividades fueran más conocidas que lo que era sustancial en mí: la creación artística. Pero en todo lo que hacía estaba presente, como visión y como fuerza sensible primordial, la naturaleza peculiar del artista con personalidad propia.

Quien revisa mi currículo artístico o lee cuanto ha sido escrito sobre mi itinerario creador por diversos críticos y estudiosos del arte, de inmediato advierte lo que alguna gente amiga y justa afirma: que en parte sacrifiqué algo de mi nombradía y ganancias como pintor y creador performántico en beneficio del desarrollo, valoración, docencia, conocimiento y proyección del arte visual autóctono y auténtico de Cuba y América Latina. Mi conciencia humanista era un valladar inconsciente frente al egoísmo y la personalidad unidimensional característicos de innumerables artistas, lo que quizás sea el factor que les empuja a devenir con frecuencia reconocidos «productores de arte para mercado», miembros de un star system de nuestra manifestación y hasta mitos deslumbradores.

Cuando tuve una razón subjetiva intensa, llegué a la certeza de que había cumplido con mi responsabilidad en el apoyo al arte y la cultura nacional desde la crítica y el trabajo institucional, así como supe que había surgido un grupo de valiosos profesionales de la crítica y la curaduría (por lo cual yo no era imprescindible); además de que experimenté «olvidos» venidos de algunos, que me demostraron que en nuestro subdesarrollado país no se consideraba al buen crítico como un equivalente del buen artista. Comprendí que había llegado el momento de retirarme del diarismo y otras funciones del crítico de arte, para poder tener más tiempo y concentración (lo que Marinello llamó «ocio expectante») en función de mis necesidades expresivas fundamentales de artista.

Tampoco recibí nunca un vehículo, ni pude adquirirlo con lo que nunca gané como crítico de arte, posibilidad esa que —de haberla tenido— quizás me hubiera ahorrado tiempo que he perdido en el transporte público, destinándolo a las, para mí, secundarias ocupaciones del crítico y teórico cultural especializado. De modo que algunas de las operatorias intelectuales e intuitivas de la crítica de arte, se fundieron dentro de los procesos de mi imaginación, para quedar como aspectos distintivos del carácter conceptual, abierto, polisémico y crítico existente en mis realizaciones artísticas.

A veces ese resorte del crítico y pensador libérrimo de arte que una vez fui me compulsa circunstancialmente a tomar aquel oficio abandonado, en pos de buenas y útiles razones; por lo cual aparecen textos míos en alguna publicación impresa y digital, o mediante los hoy dominantes canales «internéticos»… Pero nada más.

Pintar para almacenar… Has insistido en ese punto varias veces. A partir de esto hablemos sobre el mercado de arte Cuba, si es que existe algo que podríamos llamar así….

Cada una de tus interrogantes puede ser una convocatoria a realizar un artículo y hasta un ensayo. Pero como carezco de tiempo vital para dedicarme a tratar los distintos aspectos que contienen, intento responderlas en lo esencial. Por eso comienzo por decirte que si bien en Cuba, a raíz del extraordinario proceso cultural desatado por la Revolución transformadora de los 60, se gestó una enseñanza artística gratuita y avanzada verdaderamente masiva —como consecuencia de la cual hemos contado con enormes y sucesivas oleadas de artistas integrantes de un movimiento colosal de profesionales que no deja de crecer—, también debemos tener claro que no en todas las manifestaciones del arte se han concretado necesarias funciones y fuentes de ingreso económico para tantos egresados de la docencia artística y del igualmente mayúsculo movimiento de aficionados. Las denominadas artes plásticas o visuales constituyen, quizás, el sector donde menos destinos reales para estas y vías de ganancias monetarias para sus productores existen a lo largo del territorio nacional. Eso, independientemente de que grupos de artistas, según coyunturas y compradores de otras nacionalidades, casi siempre esporádicos, lográramos vender cierto número de nuestras realizaciones.

Pero aquí me refiero a la norma, a lo general, y no a las excepciones. Se trata de una constante que no solo ha sido preocupación de los creadores y especialistas más lúcidos y realistas, sino que también, en determinados momentos, ha constituido motivo de reflexión y búsqueda de soluciones por algunos que han trabajado —como ejecutivos y asesores— dentro de las instituciones y organizaciones profesionales específicas de ese campo de nuestra cultura.

A raíz de lo anterior, ¿por qué crees que en Cuba está ausente un mercado nacional de recepción de arte? ¿Qué factores influyen en esta ausencia y cómo se podría revertir? Esto conlleva has dicho a una situación que hace «de sus creadores seres un tanto disfuncionales, con destino incierto para lo que han forjado con amor y sacrificios, y que en las actuales condiciones de inflación desordenada están entrando en situación real de pobreza vital».

Podría decirte que en la primera etapa de existencia del Ministerio de Cultura, tanto la Dirección de Artes Plásticas y Diseño del mismo, como el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC), tuvieron entre sus finalidades fundamentales encontrar formas efectivas de puesta en función —en espacios interiores y públicos del Estado y la sociedad— de los distintos géneros y subgéneros de esa manifestación artística.

Quienes tuvimos responsabilidades fundacionales —de asesoría o dirección— en el trabajo institucional de las artes visuales, no nos engañábamos: sabíamos que si en la Cuba anterior a 1959 nunca pudo estructurarse un mercado nacional interno de arte con amplia clientela receptora, muchos menos podría constituirse dentro de un sistema económico-social carente de apreciables niveles de ganancias en las personas, y con significativas cantidades dispuestas para coleccionar o invertir en arte, producto cultural este que por muchas razones es caro. También comprendíamos que si en países de alto desarrollo, solo entre un 7 % y 15 % de los artistas que los habitan viven de comerciar arte, sería una ilusión demasiado tonta pensar que en nuestra patria subdesarrollada, la gran masa de creadores en crecimiento numérico permanente con que contamos podría beneficiarse de la compraventa artística.

De ahí que decidiéramos activar alternativas complementarias para la utilización del arte y la sobrevivencia de sus autores; entre ellas, la inserción de imágenes estéticas en el medio urbano de todos: en edificaciones de uso social y cultural, centros de producción, escuelas y hospitales, etc. También lograr la elevación de los salarios para la actividad docente especializada, a la vez que estimular una adecuación de los creadores a los diversos campos del diseño. Y facilitar, con apoyo bancario, la venta de obras originales de arte a plazo (lo que nunca se logró), a la par que comercializar múltiples gráficos y cerámicos, en precios asequible a sectores amplios de la población. Otros campos apropiados para el hacer artístico en Cuba, que tuvimos en cuenta, eran las artes decorativas y artes industriales, las ambientaciones y la decoración de calidad, así como la invención de juguetes y medios lúdicos en parques para el disfrute de los niños. Surgieron entonces Telarte, Arte en la Carretera, el Taller de Serigrafía del FCBC, los proyectos de escultura monumentaria y ornamental, la interrelación efectiva entre artes plásticas y artesanías, y el mejoramiento estético de los ámbitos turísticos.

Parecía que el camino quedaba despejado y no se graduarían jóvenes artistas sin asegurarles un destino concreto para aportar y recibir los medios económicos del sustento. Sin embargo, lo que fue una valiosa ejecutoria de comienzos, poco a poco se fue perdiendo en el olvido, no solo por causas materiales, sino igualmente por no persistirse en una relación objetiva con el conjunto del Estado, así como debido a la incultura característica de muchos funcionarios y por otros factores subjetivos. Aparecieron, incluso, galeristas y ejecutivos que creyeron que debía copiarse el modo de ser del mercado capitalista global, valerse casi únicamente de lo que el Che consideró «armas melladas por el Capitalismo»; por lo cual devinieron replicantes.

Sentirse de buena fe «promotores» y dealers, pero a la vez asumir inconscientemente el modelo típico de las operatorias y tipologías del mercado capitalista, desató una contradicción que no diferencia mucho el modo de ser de una galería y gestor estatal del de los emprendedores y galeristas privados (algunos representantes de intereses externos) que se multiplican «totalmente por la libre» en La Habana. Así que se perdió la posibilidad de tener hoy dónde ocupar la imaginación artística de tantos buenos profesionales, dar presencia útil a nuestras obras, limitar algo el éxodo en este sector y proveer a los artistas visuales auténticos de todas las provincias de un financiamiento ganado para vivir y desplegar la creatividad.

La pérdida del sentido común, una visión limitada y dependiente de lo externo en el entendimiento de la gestión con el arte visual, además de errores sustanciales en la aplicación de la Política Cultural, dieron al traste con la idea de poner en práctica la diversificación de destinos y funciones para el hacer de los artistas correspondientes. Y en su lugar se impuso la absolutización del mercado de arte como el único objetivo de la formación y el desarrollo de los creadores de la visualidad.

¡Tremendo disparate: intentar vender arte de miles de hacedores en un país sin coleccionismo y sin posibles compradores nacionales! Pues claro que en tales coordenadas, la única limitada salida para las obras de arte ha sido la venta hacia el exterior, casi siempre mediada por mercaderes foráneos y sus agentes vernáculos, que ofertan solo lo que responde a las solicitudes de clientes de otras nacionalidades; lo que en la mayoría de los casos no coincide con el arte que expresa nuestra condición nacional y nuestros sentimientos, valores, sueños y pesadillas.

Era lógico, a raíz de semejante distorsión, que el destino más extendido de nuestra producción artística auténtica sea acumularse como «cosas inutilizadas» en los talleres y casas de los artistas. E igual, que paulatinamente —sobre todo en las condiciones actuales de crisis e inflación— se genere determinada división económica en el sector: entre los artistas que venden y la mayoría que no vende, entre los que tienen condiciones de desarrollo y los que solo hacen lo que pueden, entre los pícaros y los honestos, y entre quienes mantienen una sacrificada fidelidad a la expresión legítima y aquellos que asumen el pragmatismo, la neo-colonización voluntaria y el «arte-mercancía» como recursos de vida y de proyección foránea.

Muchas veces va por un lado el aporte estético de un artista y por otro las ganancias recibidas por este… En una ocasión hablaste de la alienación y desnaturalización del creador, «condicionadas por las señales del consumo o las coordenadas curatoriales y los paradigmas foráneos donde encarna la fuerza dominante, y por costumbre arraigada o deslumbramiento interiorizado, no advertido». El artista en la encrucijada y/o la misión institucional de salvaguardar «la soberanía en la espiritualidad y las expresiones identitarias, así como en la conservación de la conciencia cultural y estética propias, frente a la sutil desnacionalización que nos impone imaginarios neutros casi siempre derivados del mercado externo y las tipologías curatoriales globalizadas», anotaste.

¿Crees que esta alienación, este «deslumbramiento interiorizado», ha estado presente en muchísimos artistas y condicionado obras que hoy sabemos clásicas sin percatarnos en el contexto en que fueron creadas? En el caso cubano, ¿cómo estas señales de consumo, las coordenadas curatoriales y los paradigmas foráneos, pueden modificar el panorama local? ¿Dónde crees que falla el papel institucional frente a esta desnacionalización sutil?

Debo empezar aclarándote que no se trata de negar ni el mercado de la imagen, que anticipa al de la obra de arte en su materialidad, ni el de los disímiles géneros de lo artístico visual. Pues existe un buen mercado, que aunque se sostiene en el «interés interesado» —y no en el «interés desinteresado» propio del acto creador y el consumo estético legítimos— permite a la obra alcanzar un rango, la convierte en tesauro medible de modo monetario, constituye otro medio para su internacionalización y permite la satisfacción económica de su autor.

Alerto en los fragmentos que citas sobre ese otro mal mercado, que casi tiende a convertir a la obra en una mercancía de lucro más, y al artista en un productor amarrado por el «fetichismo de la mercancía», que lo obliga (consciente o inconscientemente) a fabricar el mismo producto o una simple variable «automática» de la fórmula productiva de éxito comercial, propia o adoptada, que algunos denominan de modo simplista «estilo». Es una realidad inevitable que tiene lugar en los diferentes contextos nacionales, con características locales; y de lo cual un país sin mercado normal dentro de frontera y solo con ventas inconstantes hacia el exterior, como es Cuba, tampoco escapa.

Así que para poner los pies sobre la tierra —como sucede en la ya puesta en escena del Teatro de Relaciones de Santiago de Cuba sobre Santiago Apóstol— me concretaré mejor a lo que ha ocurrido al respecto en el caso cubano; a partir de que la idea rectora de retomar a inicios de los años 80 una comercialización especializada de las artes plásticas cubanas, era para darle relieve mundial a estas, valiéndonos de los circuitos de mercado, a la vez que eliminar el predominio del «dirigismo político» o «mecenazgo estatal» sobre lo artístico, que tienden a reducir la diversidad de lo estético.

También se pensó en una opción justa de mercar para promover siempre a nuevos grupos de nombres, lo que saldría de las ganancias que se obtuvieran de los primeros en establecerse en circulación externa de mercado; de manera que todos o casi todos los creadores cubanos con calidad y personalidad estilística (de La Habana y del resto de las provincias) pudieran llegar a ser comercializados adecuadamente. Se trataba de una inversión consecutiva lógica, coherente con los principios de la utopía social vigente, diferenciada de la capitalización por medio del comercio de arte (que engendra riqueza en unos y carencias en la mayoría); y a la vez capaz de servir como catalizadora del proceso de afirmaciones y cambios inherentes a ese campo de la cultura.

Hubo entonces en nosotros cierta dosis de idealismo que dio por sentado que aquello era posible, y no se contó con las desviaciones de conciencia y los facilismos que condujeron —cada vez más— a que las acciones de mercado exportador de arte fueran una copia de las propias del capitalismo tradicional o «posmoderno». Esto último no solo aceleró el comportamiento migratorio de artistas que fueron tras los mercados que en Cuba no había (ni hay todavía), sino que convirtió en modelos y paradigmas de nuestra gestión comercial a lo que corresponde a otros contextos antropológicos, económicos y sociales. Pesó la sólida estructura universal de un mercado de tipo capitalista clásico y alternativo; se desintegró el sistema nacional de producción, valoración, circulación y consumo del arte visual, imponiéndose un criterio ejecutivo de líneas paralelas (y no integradas) de trabajo; y se pasó así a una circunstancia donde el mercado necesario era sustituido por el mercantilismo, la equidad comercial de los artistas cubanos por la lucha individual para abrirse paso, el valor cultural por una noción de simple mercancía, la autenticidad por lo que responde a las solicitudes de dealers y coleccionistas foráneos, y el sentido de proyección desde lo nacional por una dependencia casi ciega al mercado artístico transnacionalizado.

El principio que se mantuvo en la fase fundacional del mercado estatal cubano de arte de los ochenta: promover comercialmente las expresiones legítimas de calidad y cubanía, además de nombres emergentes renovadores en lenguaje y con ideas audaces, después del cruento «Período Especial» de los noventas —que generó una economía de sobrevivencia y la desesperada búsqueda institucional y empresarial de divisas para el país— fue desapareciendo, para abrir rutas a un pragmatismo en las ventas de arte que implicaba situar la ganancia por encima del valor cultural del producto artístico. Estar dispuesto a responder a las solicitudes externas de mercado, para poder ganar, era menos complicado que desplegar gestiones que requerían inversión y conocimientos específicos.

De alguna manera el enfoque de «negocios son negocios» empezó a primar sobre la nociones de justicia en el sector, así como sobre la defensa de lo auténticamente nuestro universalizable. Requerimientos de dinero fuerte impostergables abrieron las puertas a lo que no se quería. El arte que más se vendería a partir de entonces estaría determinado por requerimientos de los galeristas, dealers, intermediarios y capitalistas de inversión «de afuera», quienes de inmediato advirtieron en nuestra plástica una fuente de riquezas en un «ejército» de artistas valiosos, a quienes se suman constantemente juveniles profesionales en condiciones de ser conformados para producir lo que los compradores y revendedores esperan.

El siglo XXI llegó —para los hacedores de la imaginación visual cubana y sus realizaciones— con la presencia activa de concepciones de mercado subalterno, equivalentes a las del comercio artístico capitalizador. Los paradigmas de comercialización ya eran semejantes a los del trabajo de compraventa de los demás países subdesarrollados de América Latina.

Aumentó la asimilación de las obras de cubanos por amantes de arte de otras nacionalidades, sobre todo por norteamericanos. Las exhibiciones de arte cubano realizadas por muchos de nosotros en Estados Unidos se convirtieron en dato de currículo sustancial para vender lo que imaginamos. Las «ideologías de mercado» fueron ocupando el espacio de las verdaderas ideologías estéticas. Tampoco se pudo desarrollar un mercado interno con compradores nacionales, que sirviera como destinario fundamental a las creaciones de cubanos, a la vez que contribuyera a la elevación escalonada de sus rangos de precios para una posterior exportación.

En la actividad comercial ha primado la visión que considera a lo artístico en condición de mercancía exportable, y no como emisión concreta de un estado de la conciencia de la nación y de la subjetividad de los autores. Esa tendencia mundial a valorar al artista por las ventas alcanzadas y su aceptación mercantil se ha ido imponiendo en las coordenadas promocionales del arte cubano.

Además de los vendedores oficiales, se multiplicaron los «vendedores cuentapropistas» no autorizados, los curadores-enlaces al servicio de coleccionistas hábiles y ambiciosos foráneos, las ventas en estudios y casas de artistas (programadas por vía turística), así como el crecimiento de la desigualdad económica y productiva dentro del enorme movimiento artístico existente en la capital y las demás provincias.

La imposibilidad real de un mercado de cubanos para cubanos, debido a los límites financieros de vida que impiden a la población adquirir arte por deseo o como inversión, completa un panorama artístico de la visualidad que a la postre ha resultado complejo, inseguro y propiciatorio de una crisis de superproducción artística que parece ser actualmente insoluble.

La falta de autonomía financiera de las galerías estatales para reinvertir lo ganado en otros artistas de su nómina, la actitud refleja de ciertos negociadores empresariales de arte, el desplazamiento del pensamiento de los vendedores hacia arquetipos y enfoques del capitalismo cultural, ese sumarse algunos al «coro globalizado» de propulsores del exitoso y pre-fabricado «arte-mercancía», además de la adopción del punto de vista «estético» del probable comprador como sustituto de la poética esencial del artista, condicionan las oscilaciones entre el buen mercado y el mal mercado, así como entre el modo de comerciar genuino y útil para artistas y mediadores, receptores y trascendencia de las obras, y ese otro que vacía al creador, lo desnaturaliza en su expresión, no aporta a la cultura nacional y convierte al arte en un objeto solo de varia utilidad financiera, que a veces no es más que lo que muestra en la «cáscara»…

Crees que no se ha desplegado en Cuba una acción equivalente a la formación docente de artistas y «especialistas en disciplinas conectadas al arte», para «formar el gusto de públicos y funcionarios, los sentimientos culturales correspondientes, así como una amplia recepción estética y pasión por el arte». ¿Por qué consideras que esto ha sido así?

El gusto de los públicos —para la recepción culta de las artes visuales y el diseño en su diversidad— no se forma con un tipo de acción equivalente a la alfabetización, ni con cursos, ni tampoco solo mediante las habituales formas gremiales e intra-institucionales; es decir, por conducto de galerías, salones, eventos elitistas de arte, etc.

Tampoco son opciones suficientes las actividades ambulantes a barrios y otras zonas habitadas, en las cuales la pintura y la gráfica se manejan en condición similar a como puede presentarse un grupo musical, un sainete teatral, malabaristas y payasos, o titiriteros y marionetistas, etc. Cada manifestación de la cultura espiritual y artística posee sus especificidades, también en los requerimientos para educar a los receptores que les han de corresponder.

La formación de públicos, del gusto individual, e incluso del profesional de los artistas y demás personas que operan con el arte, parte de un conjunto de factores interrelacionados en el hábitat humano. Cuando Martí afirmaba que «no existe un gran arte sin una hermosa vida nacional», nos indicaba una verdad de trabajo fundamental: es lo bello y armonioso, ingenioso y creativo de los espacios, cosas, visiones, criaturas y formas naturales y artificiales que nos envuelven y palpamos diariamente, lo que realmente tiende a prepararnos, en lo sensorial y emocional, para la recepción de atrevidas construcciones e imaginarios de las realizaciones artísticas. Aunque puede ser efectivo el contacto cercano y sistemático con obras de arte (cuadros, grabados, cerámicas, dibujos, esculturas, fotografías con atributos estéticos, arte objetual, murales y vitrales…), al nutrir la percepción y predisponernos para sentir la necesidad del arte. De ahí que Marx lo definiera en El Capital del modo siguiente: «La producción artística y literaria no produce solo un objeto para el sujeto, sino a la vez un sujeto para el objeto».

Te decía lo anterior porque no se hace nada con tener maravillosas modalidades docentes de instrucción para críticos, museólogos, curadores, galeristas, publicistas, teóricos, ejecutivos del sector y gestores comerciales de arte, si estos no cuentan con las coordenadas ambientales de vida apropiadas para conformarles la sensibilidad y el sentido de multiformidad imprescindibles en su posteriores labores por el desarrollo del gusto de la población, la recepción estética con alcance social y el incremento de públicos adecuados para el arte. No tenerlo en cuenta ha sido contraproducente en el destino de cuanto crean los artistas de nuestro país.

Como también nos ha faltado una abarcadora concepción programática del trabajo institucional y social en las artes visuales que incluya darle prioridad a otras funciones, soportes y medios de la producción artística que trasciendan a los reiterados y magnificados por costumbre; es decir, no contentarnos con la parcialidad del único museo sacralizador habanero de arte que tenemos para tal fin, con las exposiciones y salones o los concursos temporales, y con nuestra espectacular Bienal, que por lo menos en su última concreción se propagó más por otras provincias.

Sería a partir de esa amplia visión del panorama cubano de artes visuales, como se debía concebir la acción pedagógica y didáctica de los «especialistas en disciplinas conectadas al arte». Por ello, tengo la certeza de que aun cuando han sido entidades de estudios superiores con cierto grado de utilidad y aportes de importancia, las Escuelas de Historia del Arte de nuestro país debían transformarse en facultades para el estudio de esas diversas disciplinas y funciones de lo artístico y lo cultural, en nexo fecundo con la Universidad de las Artes y sus filiales. Ese cambio, sin temor paralizador ni conservadurismo empobrecedor, es condición sine qua non para enrutarnos acertadamente hacia un desarrollo integral en el arte… y ascender.


No es solo otro congreso

o es solo otro congreso de la AHS, sino la oportunidad de abogar para que se llegue a un consenso en torno la necesidad de jerarquizar y establecer pautas en torno al arte joven en el país. La Asociación Hermanos Saíz se ha reunido y en ello existe la certeza de que hay una vanguardia articulada que requiere de los mecanismos para su posicionamiento. No solo se trata de dineros, ni del recurso o el respaldo de las instituciones. Los creadores son esa porción de la sociedad que no va a pedir permiso para expresarse y que hará su obra a contrapelo de lo que sea. Toca a las entidades entenderlo, crear espacios de diálogo y darles protagonismo a esas voces que pueden transformar las comunidades no solo en entornos en desarrollo material, sino con una proyección más allá de las limitaciones que nos impone el momento. La cultura no solo se trata de bellas artes, de manifestaciones de lo hermoso o lo trágico, sino que es todo aquello que actúa sobre el ser humano.

De manera que se trata de un terreno mucho mayor que la simple conceptualización de las cuestiones del arte. Y en eso la AHS posee todo un recorrido como organización que conoce las inquietudes de los jóvenes y sabe canalizarlas. Hoy se entiende la creación solo en el sentido de las presentaciones de teatro, de la literatura, de la pintura, pero en realidad el nuevo horizonte de las redes sociales y del cambio de paradigma ha hecho que todo se torne híbrido. Las distancias desaparecen y las instituciones que eran mecanismos de comunicación con el mundo, extensiones de la universalidad hasta lo concreto de nuestro contexto, se tornan en brazos inanimados que no alcanzan a poner en movimiento lo que se requiere en materia de promoción, de posicionamiento. Por ello, en el caso sobre todo de Cuba, se impone una revisión de lo que está pasando con el sistema de jerarquías de las artes y a partir de ahí trazar las acciones de la política cultural vigente. Uno de los elementos que más saltan en el proceso de análisis de las problemáticas de la cultura es que no hay una correspondencia entre los diagnósticos y el sistema de prevención y de programación de las actividades. Con contadas excepciones en la geografía nacional, está primando un toque de esnobismo y de importación que no mira con criticismo el tema del consumo. A la vez, los artistas del patio son llevados de la mano de estas pretensiones para poder subsistir en un ecosistema cada vez más marcado por las relaciones de mercado.

¿No es esto competencia de la AHS y de su congreso? Más que eso, tendría que haber una correspondencia entre los factores a nivel nacional para que desaparezcan los escollos que niegan la naturaleza de un decurso artístico necesitado de otra mirada. El papel de la crítica de arte, de los espacios de debate, la superación y el vínculo entre las instituciones y la gente; son cruciales en la manera en que se repiensa la cultura. La cuestión pasa por formas de entender no solo la creación sino la regulación de la conducta, el adecentamiento de los valores y la construcción de entornos de convivencia. Por ahí van los disparos de todo debate que se haga desde y para la cultura, sin demeritar las disquisiciones más concretas de cada sector.

La sociedad de los artistas no pertenece a la univocidad de sentido, sino que hay en su interior las frases más diversas y las esencias más dispares en torno a lo que debe ser la expresión humana, de ahí que sea necesario que los cubanos tengamos sentido de lo que allí se decide. No es solo un congreso, sino la manera en la cual miramos la construcción de sentido. Los creadores son a la vez que demiurgos de la realidad más hermosa, cocreadores de un sistema de apreciación de la vida y de las esencias sociales. Eso hace de los espacios de la AHS algo aún más trascendente, ya que no se niega que haya diversidad, sino que se la promueve y en tal sentido se hace una fortaleza en medio de las más duras condiciones de hoy. En el país no existe todo para que florezca un creador, de hecho, se atraviesa por un periodo de escasez de los mayores. Bienvenida la iniciativa que rescata las voces, que las reposiciona y les da el matiz necesario dentro del concierto de las polémicas en torno al arte y su papel.

Pudiera pensarse que es solo otro congreso para decir lo mismo o evaluar lo que se acordó y que no se ha llevado a cabo. Pero más que eso, la gente requiere verse las caras, concretar desconciertos, hacer de su vida algo más allá de la desazón. Los artistas poseen todas esas sinergias y donde estén harán de los espacios algo que no caída en las conformidades, en las enrarecidas aguas del desasosiego o la apatía. Más allá de reunirnos, los artistas que somos miembros de la AHS siempre podemos hacer las tormentas perfectas en torno a lo que somos y queremos ser. De ahí que no haya oportunidad menor, ni detalle que se salga del tiesto en estos quehaceres de la organización. Si en un sitio se es disconforme a la vez que trabajador y se hace por la cultura en su más amplio espectro ese es la Asociación Hermanos Saíz.

El congreso no va a arreglarlo todo, de hecho, no es el mecanismo idóneo ni único en tal sentido, pero resulta vital para que se concrete una parte de la utopía. La AHS es eso, a fin de cuentas, la imposibilidad de quedarse quieto en la realidad llana e inmóvil, la necesidad de ir más allá.

*Tomado de Cubahora


La crítica de arte y su indispensabilidad cuestionada

La crítica de arte es también una forma artística y por tanto emana de las imágenes conscientes e inconscientes del propio crítico. Se sabe que cada obra, con independencia de las sensaciones y las emociones que la pulsan, tiene una parte objetiva y concreta que puede verse, palparse u oírse; y esa parte es la que evalúa el crítico a través de su filtro subjetivo, valiéndose de herramientas académicas.

En los últimos tiempos, en que el mercado parece obviar el ejercicio del criterio especializado, cuando compra y vende la obra de los artistas a su antojo, o cuando los creadores se autopromueven en las redes sociales ante una masa numerosa y explican su obra sin intermediarios, ¿cuán necesaria es la crítica de arte para los artistas? ¿Pueden los creadores prescindir de ella?

La función de la crítica no es precisamente “despedazar” y “matar” la creación. Existen juicios a favor de la obra de arte que la prestigian, explicando sus valores. Incluso, cuando el ejercicio crítico niega esos valores y reprueba la obra, pretende generar un gusto estético y estimular el ingenio de los artistas en la búsqueda de originales formas de expresión.

La doctora Graziella Pogolotti dijo al respecto: “La crítica tiene entre nosotros un sentido negativo… Esa opinión bastante difundida, oculta el verdadero sentido de la labor que corresponde a un crítico, limita su actividad y no tiene en cuenta el papel que le toca, situado entre el autor, la obra creada y el público, el de hoy y el de mañana”.

La crítica debe entenderse también como un proceso comunicativo en el que intervienen emisor, contenido, canal, receptor y efecto.

El emisor es el especialista: el teórico, investigador…; el contenido es el mensaje, el criterio en sí. El canal sería el medio donde se transmite el mensaje, entiéndase prensa plana, digital, radio, televisión o revista especializada. El receptor claramente es la audiencia que leerá, verá o escuchará el juicio experto, y el efecto se asocia a la sugestión que el mensaje sobre la obra transmitió o no.

No existe un manual reducido para el oficio crítico, y sí criterios encontrados sobre cómo debe ser el discurso especializado en función del canal (el medio comunicativo que promueve esas disertaciones).

La profesora, investigadora y crítico, Adelaida de Juan, estimaba la interpretación y el juicio de valor según el destinatario y los soportes en los cuales sería publicado. Un texto escrito para el periódico debía ser más claro y conciso en su lenguaje, para que los lectores no entrenados pudiesen comprenderlo. Un texto publicado en una revista especializada podía permitirse un lenguaje más técnico y enriquecido en tropos.

En cambio, el periodista, investigador y curador Israel Castellanos León, en una de sus reseñas concluyó que la esencia de la crítica se resume a un estilo especializado y asequible al mismo tiempo, al margen del soporte en el que aparezca: ya sea un catálogo, un periódico o la revista más elitista.

A estos criterios sumo otro, atinadísimo, que hallé revisando distintos libros y ensayos. Fue el razonamiento del historiador, crítico de arte y poeta, Orlando Hernández, que vio la luz en una edición de la revista La Gaceta de Cuba de 2004. Han trascurrido cerca de 17 años y todavía está vigente:

“Me molesta la jerga tecnicista y el bizantinismo en que tan a menudo se enfrasca la crítica de arte, su exceso de conceptualización, de teorización, de generalidades y su poca confianza en la sencillez de expresión y en el sentido común, que oculta a menudo un vergonzoso vacío de criterios propios, de inteligencia, de sensibilidad real. Este lenguaje de capilla, retórico, falsamente teórico y escasamente sensible, constituye por su ilegibilidad un obstáculo para el acercamiento del público al fenómeno artístico y para la comprensión de sus mensajes”.

Los artistas necesitan la crítica; no la halagadora que acomoda el hacer cotidiano. Necesitan una que demarque los terrenos estilísticos con análisis serios y plausibles, que arroje luz y de “tamaño de bola” sobre la actualidad de la creación, los discursos, los públicos. Esa que “peñizque” al artista cuando se atrofie en caminos autocomplacientes.

La crítica impulsa y promociona los procesos artísticos. Y el arte, como es sabido, tiene una función social. Digo más, el crítico puede contribuir a educar el gusto de las personas y a acercar el arte a los públicos, porque también es un promotor.

La crítica llena vacíos teóricos y contribuye a la historiografía. ¿Ello no significa también contribuir al patrimonio cultural de una nación? Cuando el experto reseña, deja testimonio histórico de un suceso artístico y sus protagonistas. El crítico hace futuro desde sus palabras; y no solo porque guía procesos culturales (eso queda claro) sino porque los valora y atestigua.

No seré absoluta. El artista contemporáneo no precisa (forzosamente) intermediarios para explicar su obra, es autosuficiente y puede hacerlo él mismo. Conoce sobre edición, fotografía, diseño, marketing y otras materias que le permiten gestionar su promoción en Internet. No ocurre con todos, pero sí en la mayoría. Apunto: vivimos un arte cada vez más conceptual, que obliga a sus creadores a mostrar no solo sus piezas sino los argumentos que las rigen.   

“Esclarecer, promover y testimoniar son tres posibles atributos de la crítica que bien vale considerar para poder reconocer su importancia en un mundo en que la información deviene hecho imprescindible de supervivencia y conocimiento”, subrayó el ensayista, profesor, bailarín y coreógrafo habanero Ramiro Guerra.

No obstante, pese a esa autonomía del artista, apoyada en las tecnologías y la accesibilidad de información, la crítica resulta imprescindible si está en constante diálogo con el creador, si lo dota de lenguaje, si llama la atención sobre estilos y conceptos que ni él había percibido en su trabajo. La crítica siempre convidará a degustar la obra de arte, haciéndola atractiva a los sentidos de la audiencia.

Sirva ella, no como dictador sino como redentora: argumentación de base para reflexiones propias, traductora del arte para la sociedad, promotora de la experimentación y el talento.


Bernardo Cabrera y los desafíos del periodismo cultural

Llevar las artes a la pantalla, hacerlo con dominio y elaboración, con conocimientos y sensibilidad es un reto al que está llamado el periodismo cultural más allá del medio para el que se realice. Esta máxima impregnó el trabajo de Bernardo Cabrera, joven periodista holguinero que obtuvo el Premio de Periodismo Cultural Rubén Martínez Villena en televisión.

“Este es el segundo año que participo, ya había estado en la edición pasada. En esta ocasión presenté dos trabajos, el que resultó premiado fue Danza la vida, testimonio homenaje a la bailarina y coreógrafa de Codanza, Vianki González. Lo grabamos cuando tenía 45 años, ahora tiene 47 y sigue danzando, algo bastante inusual porque los bailarines tienen una vida útil muy corta, cuando terminan se dedican a ser coreógrafos, directores o regiser y no bailan durante tanto tiempo, no se mantiene en forma. En cambio, Vianki es de esas personas que se mantiene en el escenario bien, grácil, por eso quise hacer este trabajo pues la considero una de las mejores bailarinas del país en interpretación, y siempre que está en el escenario las miradas van hacia ella”.

¿Qué características tuvo este material que crees pudo haber llamado la atención del jurado?

“Pensé en hacer algo sencillo y luego se fue complejizando. En la preparación me planteé una historia que narraba su vida desde sus inicios y cómo fue creciendo. Busqué a Rafael Oramas, el camarógrafo de la televisión, quien es excelente fotógrafo y me gusta trabajar con él porque tenemos el mismo espíritu cinéfilo. Y sin el trabajo en equipo no hubiera logrado nada.

“La intención era narrar la historia sin que yo apareciera, pero con mi presencia todo el tiempo detrás. 

“Me basé más en un trabajo de realización donde la protagonista contara su historia apoyada en imágenes, montaje e iluminación. Creo que eso fue lo que más sorprendió al jurado. Ese modo de narrar que termina con un mensaje contundente que es: aunque ella deje de bailar en un escenario, seguirá danzando toda la vida, como ha demostrado con su actitud de ser madre, de tener problemas, confrontaciones, y aun así mantener esa pasión, es increíble”.

¿Cuáles consideras son desafío del periodismo cultural en Holguín?

“Llevo muy poco tiempo haciendo periodismo cultural. Hasta que el año pasado comencé a trabajar en el Centro de Comunicación Cultural La Luz y eso fue un impulso más grande, porque a mí siempre me ha gustado la cultura; soy de las personas que no falta al teatro, pero solo como espectador.

“Ahora miro el periodismo cultural desde otra arista, a veces lo subestimamos, la gente cree que es algo muy fácil y no es así, lleva mucho estudio y preparación, esos son los retos y esa preparación permitirá luego poder hacer la crítica, de la que tanto se habló en los debates del evento”.

¿Y qué crees del ejercicio de la crítica en este contexto?

“A la gente le molesta la crítica. A los artistas, sobre todo, porque lastima el ego. La crítica puede ser constructiva, edificante o destruir una obra. Pero a veces no se dan cuenta que con la crítica les estás ayudando; creo que ese es también un reto del periodismo cultural.

“También intentar no solo verlo en el diarismo. Ir un poco más allá, a la especialización.

“En el caso del periodismo televisivo nos afecta muchísimo que en los espacios nacionales se prioriza mucho la información y los trabajos breves. Entonces es complejo ¿cómo hacer un periodismo diferente si no tienes dónde publicarlo? Hay algunos programas, pero los noticieros son muy seguidos y es un espacio para educar al espectador en que no solo el periodismo cultural es “se hizo el concierto tal”, que es importante, pero debe haber un balance con los trabajos de otros géneros”.


Intermezzo para la vanguardia: las artes plásticas en un poema de Reinaldo Cedeño*

La poesía nos eleva hacia las cumbres más altas del espíritu.

La pintura es la más alta expresión de la capacidad y la belleza.

Fidelio Ponce de León

 …pintura y poesía nacen de una misma matriz, aunque ambas crezcan por caminos propios.

Gabriela G. Azcuy

I

El arte, plantean los investigadores Luis Álvarez Álvarez y Juan F. Ramos Rico, “es una modalidad especial de la cultura que se desarrolla ante todo como un lenguaje específico en la que el conjunto de sus lenguajes estéticos se interrelacionan (la poesía sirve de texto para la canción y el aria; la escultura se vincula con la arquitectura y la literatura se relaciona con el cine, el teatro, la danza, la pintura)”[1]. Por su parte, la Doctora en Ciencias Filológicas Amparo Barrero Morell enfatiza en que “el tema de las relaciones, influencias e interferencias entre las distintas artes, […] es un problema complejo”[2] que críticos, académicos, entre otros especialistas, han intentado resolver desde diferentes perspectivas. O sea, estamos ante un campo de estudio vasto y diverso, en donde la relación entre artes plásticas y literatura, probablemente es el de más quehacer investigativo.

En el universo de los estudios literarios cubanos, no pocos se han ocupado de revelar el intríngulis de los nexos entre ambos lenguajes expresivos. En la nómina tenemos, por ejemplo, al escritor José Lezama Lima, miembro del Grupo Orígenes,[3] quien se interrogaba, en el libro La cantidad hechizada (Letras Cubanas, 2010), sobre: ¿Qué brújula adoptar para la navegación de poesía y pintura cubanas en siglos anteriores?, desarrollando, en lo sucesivo, un sistema de pensamiento al respecto. Posteriormente el narrador y ensayista Reynaldo González, con Lezama Lima: el ingenuo culpable (Letras Cubanas, 1994), escudriñaría lo derivado de ese cuestionamiento a partir, sobre todo, de anécdotas personales del autor de Paradiso, que arrojan luces acerca de las múltiples reflexiones,  enfoques y definiciones que tuvo acerca de un fenómeno conocido, entre otros nombres, como intertextualidad y transposiciones.[4]

Resulta oportuno destacar, que otros origenistas igualmente buscaron explicaciones a las relaciones plástico-literarias, de lo cual da fe el poeta, narrador y ensayista matancero, ensayista Aramís Quintero en El tiempo y el grabado en la poesía de Eliseo Diego, donde particulariza en la producción poética del Premio Nacional de Literatura (1986), y el reflejo de ese género de las artes plásticas. Roberto Méndez Martínez, también ensayista ―y poeta―, estudioso de diversos procesos relacionados con la poesía insular, y conocedor de los aportes del citado grupo,[5] de cuya membresía salieron otros premios nacionales de literatura como Cintio Vitier (1988) y Fina García-Marruz (1990), publicaría el artículo “Las Artes Plásticas en la poesía de Fina García-Marruz”, [6] en el cual repasa la fecunda confluencia que establece la poetiza entre su discurso poético y las artes plásticas, en los poemas Transfiguración de Jesús en el Monte,  Ama la superficie casta y triste y El retrato de Ponce.

Las referencias anteriores manifiestan el interés por explicar estas relaciones, y que las mismas constituyen un área abierta a diversas indagaciones. Méndez Martínez, sabiendo la necesidad de dirigir las miradas hacia ese punto, escribiría, que  “el nexo que se establece entre la literatura y la plástica, específicamente entre poesía y plástica, en la cultura cubana [aún] han sido muy pocos estudiados, a pesar de la riqueza manifestada por ellos en la historia del arte insular”.[7]  No es de extrañar entonces que en reseñas, artículos y ensayos disponibles, fundamentalmente, en las revistas culturales,[8] palpiten los actuales derroteros acerca del tema. Estos trabajos convergen, de un modo u otro, en que la plástica como dominio del espacio y la poesía como dominio del tiempo “coquetean” desde complejos sistemas simbólicos, para dar material creativo a los “poetas gráficos”, cultivadores de la denominada pintura escrita o literatura de la plástica.

Cualesquiera sean los apelativos, lo primordial en ellos es que no se desvirtúa la esencia de ese tipo de creación, con las se que llega a describir características puntuales de obras y autores de la plástica, a través de imágenes (alegorías) para emitir respuestas emocionales: “recurso sumamente útil ya que le permite al autor agregar profundidad y textura a su obra, en forma similar a como un escultor agrega niveles de refinamiento a su estatua”,[9] Esta tesis, de conjunto con los criterios hasta ahora abordados, servirán de preámbulo para vislumbrar tales convergencias en la poesía contemporánea santiaguera, heredera de la rica tradición literaria, de la isla y la región, por donde desfilan el dibujo, la escultura, la pintura, el grabado, el retrato, entre otras técnicas.

II

Poetas de generaciones y épocas diferentes nacidos Santiago de Cuba, pueden catalogarse como poetas gráficos si leemos atentamente algunos de sus textos, pues salta a la vista el cultivo de esta manera de canalizar sus inquietudes a través de la poesía. En apretadísima síntesis:[10] Manuel J. Rubalcaba (1769–1805): A Nise bordando un ramillete; José María Heredia (1803-1839): En un retrato. Del autor proscripto…);[11] José Manuel Poveda (1888–1926): La Estatua y Ante el retrato de Madame A.D;[12] Efraín Nadereau (1940);[13] Jesús Cos Causse (1945-2007): Retrato al óleo, El pincel y el pintor y[14] Elogio y elegía a una mujer;[15] Antonio Desquirón (Santiago de Cuba, 1946): Fra Giovanni da Fiésole decora el landhuis Cenepa;[16] José Orpí Galí (1953): Un pincel para Frida Kahlo;[17]

tomada del blog la isla y la espina

Y dos exponentes, de los nacidos después de los años 60´ del pasado Siglo XX: Frank Dimas Fuentes Danger (1966): Para el fantasma de Van Gogh en el camino y Dimas mirando un cuadro de Gauguín.[18] Y  Reinaldo Cedeño Pineda (1968) con Toulouse–Lautrec e  Intermezzo para Fidelio Ponce de León,[19] este último asumido como objeto de análisis en el presente trabajo, debido a que en él, claramente, dialogan dos métodos, considerados substanciales para exponer y desarrollar una composición poética de esta naturaleza: el biográfico (indagando en la vida del artista, conocer de su obra y elementos anecdóticos) y el iconográfico (estudiando las imágenes y los elementos que se derivan de la obra).[20]  

Brevemente, la obra de Cedeño posee características que la hacen cercana a la estética de la denominada, por el investigador literario Virgilio López Lemus, promoción Juvenil; poetas nacidos entre 1959 y 1975, de la que López Lemus destaca, de Santiago de Cuba, a Reynaldo García Blanco y Teresa Melo Rodríguez. Es una promoción “donde la palabra y musicalidad dentro del texto cobrar un interés valioso interés experimental. […] es muy nutrida […] lectores de mucha poesía europea [y de otras latitudes] leen lo que está sucediendo en el mundo [y Cuba] entre las cercanías de las artes visuales, […];” [21] he ahí algunas claves para acceder a Intermezzo…

Pinta el otoño, Fidelio, pinta un pez ocre y el/Pulmón que te falta. Puerto Príncipe parece una/ campana, un vaho de letanía; las beatas se/cuelgan del rosario. / Fidelio, pinta una mancha blanca, una cólera/helada. Pinta un niño en penumbra, pinta detrás/de un cuadro de Academia, pinta por la/ comida, pinta todos los años extraviados. / Fidelio tiene la oreja intacta, pero sangra. /En su sombrero cobijó el amanecer, sus manos/son dos surcos su nariz una daga. /Un espectro de luz en la pared, Fidelio Ponce de León/ un pulmón que nos falta.

Construido en 13 versos y cuatro estrofas, el poema gravita en torno a la recapitulación de la vida y obra del pintor cubano, de la primera mitad del siglo XX, Fidelio Ponce de León (Camagüey, 1895–La Habana, 1949). Lo presenta rodeado en una aureola romántica, conformándose una imagen de ida y vuelta propia del alimento literario, asimismo de la plástica.  Intencionalmente el pintor es definido como un pulmón que nos falta, por la ponderación que primará en la simbiosis pintor (humano)–obra, necesidad de un acercamiento (conocimiento) para el receptor (lector). Por ello, en el poema se introduce y pone énfasis en el drama humano: estados mentales, inquietud, preocupación, goce, perplejidad y cólera. Así el lector entra en consonancia con el drama del pintor, marcado por los avatares de la época que le tocó vivir y por la enfermedad (tuberculosis), que se reflejaría como una constante en su obra pictórica, la cual puede resumirse como, “óleos muy empastados, lechosos, figuras alargadas y poco definidas (monocromatismo), ciertas abstracciones, temas melancólicos relacionados con enfermedad, muerte y religión”,[22] que no eran para él temas literarios.

La línea dramática, que tiene por asunto el conflicto humano, se va observar en Intermezzo…  como elemento conmovedor. Debe destacarse además, a propósito de Alfredo Ramón Jesús de la Paz Fuentes Pons (nombre real de Fidelio), que ese halo casi mítico, que en torno al mismo –y su obra- se generó, sirvió de inspiración, con anterioridad, a poetas de la talla Nicolás Guillén, Fina García Marruz, Eliseo Diego y Cintio Vitier. En el caso del Fidelio de Guillén, poema que aparece en el libro La Rueda Dentada,[23] hay solo una devolución al ser físico del pintor.  Mientras que Fina García, Eliseo Diego y Cintio Vitier llegarían a caracterizar a Ponce, a través del motivo de un retrato que el propio pintor realizara a la persona de la García-Marruz, empeñados en el desciframiento del texto visual a partir de la resonancia afectiva y las interrogantes filosóficas, que despertaba el retrato en cada uno de ellos.[24]

Los textos poéticos de estos escritores, establecen otros referentes imprescindibles para entender a Intermezzo…, en cuanto a lecturas de aspectos necesarios para desdibujar los nexos artísticos. Quizá uno de los nexos más llamativos es que Fidelio, por los años 30 del siglo XX, asistió a las tertulias literarias del doctor Emilio Rodríguez Correa, coleccionista de arte y gran amigo del pintor en vida de este,[25]  por lo que se infiere que el mundo literario no le fue, en absoluto, ajeno, como no lo fue para muchos otros artistas plásticos de la época.

Aunque del autor de Tuberculosis no constan publicaciones u otros referentes afines, el último proyecto literario de Guy Pérez Cisneros,[26] amigo del pintor, tributó a compilar los pensamientos de Ponce ordenados, para su publicación, en diez capítulos, que van desde el artista visto por sí mismo, su inspiración, Dios, hasta pensamientos sobre música (un arte por el que tuvo singular apego). De pintura y poesía se accedieron solo a los dos que fungen como exergo en este artículo, una suerte de revelaciones para ahondar en el poema Intermezzo…  Su poesía, a saber, permanece inédita al igual que su epistolario y refranes, empeño del propio Cisneros que aseguraba que los amigos del pintor “muy pronto recibirían noticias sobre este particular”. [27]  

Pérez Cisneros enfatizaba que Ponce, “es el único de nuestros pintores que consigue ponernos cara a cara con la muerte y con el tiempo”,[28] por lo que no caben dudas que en su obra se encierran ya determinados motivos “recurrentes” de la poesía. Así Cedeño Pineda realiza con Intermezzo… su propio “cuadro escrito” del artista, incorporando y recontextualizando, a través del discurso poético, tres obras pictóricas emblemáticas: Las Beatas, Tuberculosis (1934) y Niños (1938), trilogía donde se sustenta, según los críticos, el peso de la obra de Ponce.

Inicialmente el poema muestra una transición simbólica, que parte del motivo del otoño (situación atmosférica), conectándose sucesivamente con alusiones a los tonos y a los colores que corporizan la existencialidad lacerante del pintor: Pinta el otoño, Fidelio, pinta un pez ocre y el/ pulmón que te falta/pinta una mancha blanca, una cólera/ helada. Pinta un niño en penumbra  El otoño, como recurso poético, se utiliza en el verso para introducir el tiempo (situación temporal), en tanto razonamiento sobre el misterio que implica esta estación para el hombre. Este tiempo en Intermezzo… lleva cuotas del pasado y el presente (viaje de ida y vuelta), y  aboga por un coloquio (a)temporal donde la palabra pinta, imperativa dentro del poema constituirá la respuesta ―simbólica― del pintor, con los códigos propios de su conglomerado creacional, denotando una acción comunicativa que a su vez es la acción posible para su mundo.  

El modo que se utiliza para ´´dialogar’’ con el sujeto lírico (el pintor), es significativo en tanto no se comprende a este desaparecido. Se le trasmite seguridad para continuar con su creación pues Ponce, incomprendido por muchos, tuvo una ejemplar dedicación al arte, de una lucha “triunfante” contra la miseria, la enfermedad y la academia.[29]  De él se dijo que pintaba con desprejuicios técnicos y motivos de tradición clásica con estilo vanguardista y fueron sus obras enigmáticas y míticas.  La atmósfera irreal, matizada por los colores otoñales, será su sello en contraste con otros creadores que para la época (década de los años 30 y parte de la década de los 40 del pasado siglo XX) se afanaban por expresarse mediante un “color cubano”. Ponce hace suya una pintura sin color, con la que logra sus obras más elocuentes y que el poeta como “grafía” no desdeña y le da seguimiento hasta la última estrofa: espectro de luz en la pared.

La insistencia en la palabra pinta, extrapolada al contexto de Ponce, se enarbola como una filosofía de resistencia y de fuga a sus horizontes imaginarios, a la lucha del pintor, entre otros capítulos, contra la corriente académica en las artes plásticas cubana de su tiempo: pinta detrás/ de un cuadro  de Academia, un contenido  que se constata a través del testimonio del propio pintor en el que se define esta “cruzada” creativa: “En mi adolescencia […] fui el primero en combatir a la academia, […]: con mis obras echadas de dentro y afuera y trazadas con las líneas de mi espíritu, trataba de romper, de aniquilar toda forma carcomida de la mediocridad”. [30]

A pesar de los detractores, el vagabundeo, la inestabilidad y el alcoholismo, predominó en él el talento, que lo llevó a exponer en importantes salones nacionales e internacionales. Pudo conocer y compartir además con pintores como Wilfredo Lam, Servando Cabrera, Carlos Enríquez, Amelia Peláez, por solo citar algunos. La dimensión conmovedora y sui géneris de Ponce contribuyó a penetrar en el importante círculo de creadores de la plástica de la primera mitad del siglo XX. Incluso Servando Cabrera Moreno, en ocasión de visitar una exposición en el Capitolio quedó absorto frente a un cuadro de éste expresando que “la pintura era algo más de lo que yo estaba haciendo”.[31] Se desconoce cuál fue la obra que afectó el ojo avezado de Servando, pero con los ejemplos del poema, utilizando la holística en la comprensión del fenómeno artístico, se pueden ilustrar algunos hechos trascendentales del imaginario de Ponce.

En Niños, una de las piezas más conocidas y apreciadas del pintor, los personajes, aparentemente, se presentan como si habitaran en otra dimensión, envueltos en una atmósfera de irrealidad. En Intermezzo… encontramos a un niño en penumbra, detalle de singular referencia que adquiere una dimensión altamente sensible y de significativa importancia sujeta a dos posibles variables desprendidas de un rápido bosquejo biográfico: el Ponce profesor de pintura de niños pobres en sus andares y el Ponce niño en su tierra natal.

La segunda variable puede ser análoga con la obra Niños, en la que Cedeño Pineda, al plasmar el nombre de Puerto Príncipe en la primera estrofa del poema, deja entrever un mensaje que conlleva a otras búsquedas, sino todo quedará a medias.  Tal es así que ese Puerto Príncipe que parece una campana, / un vaho de letanía, en la obra de Ponce, según estudiosos de su vida y obra, es el lugar que “se revela como factor modélico de comportamiento regional, pero indiscutiblemente de repercusión nacional: la cultura camagüeyana.[32] Y si de analogías se trata, entre el Fidelio de Cedeño y el de Guillén hay una comunión en ese sentido: al Fidelio de Guillén lo buscaban un sábado del siglo XVI nada más y nada menos que en Camagüey, “porque Ponce de León ha llevado de él, como el más firme equipaje, una incalculable fantasía para la lectura y escritura de los más profundos e íntimos mensajes”.[33]

De la mano Marcos Antonio Tamames Henderson, investigador camagüeyano, nos llega una referencia acerca de lo que puede ser ese niño en penumbra (a propósito con el desciframiento de los mensajes del texto poético) cuando se alude al mundo infantil de Fidelio Ponce, desde lo externo, lo social, inmerso en una conservadora y tradicional familia de esa tierra, heredera del más auténtico catolicismo en Cuba:

Con tan solo 8 años, tras la muerte de su madre y un infructuoso intento de relación con su madrastra, Fidelio Ponce se distanció de su padre, quien cubría las crónicas religiosas en la prensa local, y pasó a vivir con sus tías [quizás las beatas que cuelga del rosario], solteronas de fuerte religiosidad y vida introspectiva, quienes no dudarían en inscribirlo en las Escuelas Pías, espacio que terminó por marcar en él un mirar franciscano al entorno.[34]

La religiosidad se sumará, indisolublemente, a lo subjetivo de Ponce, quedando evidenciada desde la aprehensión de su experiencia infantil.  El amor a Dios, en una paradójica manera de materializarlo en su adultez, lo llevó a la convicción que la inspiración para sus cuadros estaba tomada de su mundo interior, del mundo de Jehová y el mirar franciscano del entorno, herencia familiar, justifica la menguada economía a la hora de vivir de sus cuadros, sobre todo los retratos, que según él le permitían vivir hasta los hombros, pero lo demás le permitía vivir hasta el más allá.[35] O sea, la posteridad que siempre buscó, un ítem socrático de sobrevivir a la propia muerte.

Ponce hizo suyo el adagio popular que los locos y los niños dicen la verdad y llegó a firmar algunas sentencias o reflexiones donde se catalogaba como “El Loco Ponce”. La penumbra es una de sus verdades (las artísticas y las vividas); la locura, otro estado de creación que en la metáfora del poema se le relaciona con un icono de la pintura universal, Van Gogh: Fidelio tiene la oreja intacta pero sangra…/ En su sombrero cobijó el amanecer, sus manos dos surcos, su nariz una daga.

De pronto el pintor cubano se transfigura y se hace partícipe de las características de un análogo cultural, de un sujeto simbólico fundamental de las artes plásticas y la cultura universal.  Fidelio se entrevé entonces como nuestro Van Gogh tropical, recurriendo a un apelativo más idóneo, que a través de la función tropológica de esta parte volvemos a la fuerte lucha Contra la Academia propuesta con anterioridad.

Este recurso en el poema lleva a otras lecturas como, puntualizar en el sustrato cultural general requerido para enfrentar textos con dichos nexos.  Van Gogh, como artista, perteneció a una generación de pintores seguidores del Impresionismo, movimiento pictórico francés de finales del siglo XIX que apareció como reacción contra el arte académico. El movimiento impresionista, un arte de vanguardia, es considerado el punto de partida del arte contemporáneo mundial, de ahí que Ponce signifique un punto de partida, referente a técnicas pictóricas, para el arte contemporáneo cubano.

Los impresionistas, en contraposición con el academicismo francés, llevaron la pintura al aire libre y los temas de la vida cotidiana a un punto significativo. Y aunque estos y los postimpresionista, como Van Gogh, estuvieron muy influidos por la vivacidad del colorido, hecho artístico ajeno para los cuadros de Ponce, la intención en el poema está más bien dirigida a legitimar los postulados de la vanguardia. Con la “oreja sangrante” el poeta proporciona a Ponce otro itinerario, de los muchos que imaginariamente siguió, esta vez como discípulo o compañero del holandés, quizás en el soñado Taller del mediodía,[36] enfatizándose que con estos itinerarios se recalca el carácter de “caminante” de Ponce, que decíase además del linaje del El Greco y pariente de un pintor europeo de apellido Henner, que según él había sido su abuelo.

Todo ello resulta ilustrativo para la batalla precisamente que Fidelio libró contra el academicismo cubano y contra aquellos que devaluaban su obra, aún cuando desde su fuero interno se sentían atraídos por la magnificencia y espiritualidad del ocre místico, y en consonancia se nos remite (en la doble lectura) al violento enfrentamiento de Van Gogh con otro grande de la pintura universal: Paul Gauguin; resultado por lo cual se cercenó la oreja.  

El poeta, dramaturgo, novelista y actor francés Antonin Artaud, proclamaba que van Gogh no era loco, pero que sus cuadros mezclas incendiarias, bombas atómicas, cuyo ángulo de visión, comparado con el de todas las pinturas que hacían furor en la época hubiera sido capaz de trastornar gravemente a la burguesía dominante.[37] Fidelio también padecía de una locura justificada. Y Si Van Gogh se coronaba el sombrero con velas para pintar paisajes naturales, Fidelio no se separaba de su sombrerón, una extensión de sus pensamientos, para visualizar sus temas cotidianos e íntimos, viendo llegar e irse las horas, cobijando el amanecer cual fenómeno de la iluminación personal.

III                            

A modo de conclusión, con Intermezzo para Fidelio Ponce de León, se denota las posibilidades que estos textos ofrecen para los estudios de y sobre poesía en el territorio santiaguero. Con él se corrobora la armonía entre las estéticas del lenguaje visual (como medio de conocimiento y reflejo de la realidad expresiva). Y el literario (donde el escritor afirma ―o niega― y expresa emoción personal para reflejar un hecho real o ficticio), en función y sentido de lo traslaticio, simbólico, sugestivo, sugerente e imaginativo. Da cuentas de los empeños por revisitar las artes plásticas (extensivo a otras artes), desde la apoyatura que ofrece la coexistencia fenomenológica de la contemporaneidad, que amalgama y exige del creador (los creadores) miradas criticas y múltiples, para tributar expeditamente a la construcción del tejido cultural. 

El poema es un replanteo del simbolismo pictórico y personológico del pintor, sin traicionar la organización ideológica del sistema que le dio origen. El resultado de estas asociaciones, por sobre todas las cosas, es reflejar el espíritu del ser humano, lugar donde los matices psicológicos, cual recursos literarios, ofrecen las mejores perspectivas a la hora de producirse el intercambio, redescubrimiento, entre otros aspectos, los colores propios en las creaciones de Fidelio.  

 

NOTAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[*]Reinaldo Cedeño Pineda. Poeta y periodista. Miembro de la UNEAC y de la UPEC.  Obstenta importantes premios como el Nacional de Periodismo Cultural (prensa escrita), 1998 y 2001; el de Crítica de Artes Plásticas Santiago de Cuba 2004; 26 de Julio, Unión de Periodistas de Cuba, 2000 y 2012; Caracol, UNEAC, 1999, 2002 y 2004 y el Hermanos Loynaz de poesía en Pinar del Río, en 2011. Colaboraciones suyas aparecen, entre otros periódicos, en el Juventud Rebelde, Tribuna de La Habana y Sierra Maestra, así como en las revistas Revolución y Cultura, Bohemia, Del Caribe, Sic, Mujeres y El Caimán Barbudo. Entre sus libros publicados se destacan Nadie se llama tristeza (Ediciones Inspiración, 1997); Son de la loma. Los dioses de la música cantan en Santiago de Cuba (Editorial Musical de Cuba, 2002); Cartas a Saturno. Dulce María y Flor Loynaz (Ediciones Santiago, 2003); A capa y espada, la aventura de la pantalla (Fundación Caguayo/Editorial Oriente, 2011); El hueso en el papel (Periodismo literario. Editorial Oriente, 2011); Poemas del lente (Ediciones Loynaz, 2012) y La edad de la insolencia (Ediciones Caserón, 2013). Es creador del blog La Isla y la Espina y del Concurso Nacional de Promoción de la Lectura, Caridad Pineda in memorian. Conduce además la peña literaria Páginas Abiertas.  

[1] Luís Álvarez Álvarez  y Juan Francisco Ramos Rico: Circunvalar el arte. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2003, p. 61.

[2] Amparo Barrero Morell: Julián de Casal y la transposición de las artes. Editorial Oriente,1995, p.4

[3] El Grupo Orígenes (1944-1954), nucleado en torno a la revista Orígenes, cuyos miembros asumieron el encargo de construir el canon de la poesía cubana, tuvo una particular inclinación hacia el tema de las relaciones artísticas así como por sus aportes a la cultura nacional desde discusiones sobre arte y nacionalismo, nacionalismo literario e historia política.

[4] La intertextualidad, básicamente, es la relación entre textos escritos u orales. Sin embargo, algunos consideran que lo intertextual va más allá de esta visión, ya que los textos son ideas que viajan, metamorfoseadas o transfiguradas, de una obra a otra.  El escritor Franz Kafka, decía que las “ideas” están allí, en el aire, para todos, y alguien tiene la suerte, pero la vista de apropiarse de alguna. Por ejemplo, la obra plástica (Entendida como texto objeto de lectura. Un texto cultural si se prefiere) contiene ideas de las que se apropia, en un determinado momento, el escritor.

Las transposiciones, según definición del historiador de literatura hispanoamericana Ivan A. Schulman, son prácticas escriturales, caracterizadas por transferencias de técnicas asociadas comúnmente con la pintura, o en otros, de “traducciones” verbales ―narraciones descriptivas― en las que se intenta fijar en el arte literario lo que se había dado antes en la creación plástica.  Sobre esto consultar artículo “La vida es la ancha arena: de la pintura a la poesía, “(Disponible en http://epoca2.lajiribilla.cu/2002/n49_abril/1266_49.html), a propósito de un análisis de las transposiciones en la poesía de José Martí.

[5] Roberto Méndez. La dama y el escorpión. Editorial Oriente, 2000.

[6] Disponible en el sitio digital CUBARTE, martes, 14 de Mayo, 2013.

[7] Roberto Méndez. Ob.Cit, p.27.

[8] En nuestro país estas, según el Catalogo Nacional de Publicaciones Seriadas 2010-2011, entre impresa y digitales, superan el centenar y se clasifican en artísticas-literarias y temáticas.

[9] Tomado de la enciclopedia libre Wikipedia.

[10] Otras figuras que ameritan mencionar son Richard Bruff Bruff, quien fuera conocido como el poeta pintor. Y al que la Doctora Luisa M. Ramírez Moreira le dedicó un aparte en el libro Pintura Ingenua: reino de este mundo (Ediciones Catedral, 2001). Así mismo, en el Gabinete Metodológico del Departamento de Historia del Arte de La Universidad de Oriente (UO) constan dos investigaciones sobre la combinación del oficio de la retórica y el pincel en los artistas Luis Novúa y Eduard Encina Ramírez. Refiérase a “Luis Novúa” maestro y continuador de la caricatura en Santiago de Cuba (UO, 2003) de Yudelkis Calaña Guevara y Poesía y pintura un universo estético en la obra de Eduard Encina Ramírez (UO, 2005) de Yaneiquis Sotomayor.

[11] José María Heredia: Poesías del ciudadano. Tomo I. Ediciones Toluca, México, 1832. , p. 51. (Fondos raros y valiosos Biblioteca Provincial de Santiago de Cuba Elvira Cape)

[12] Órbita de José Manuel Poveda. Instituto de Literatura y lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, 1975.

[13] La obra de Efraín Nadereau (Cubano nacido Haití, 1940 pero inscrito en Santiago), es muy singular en este sentido y fue estudiada por el escritor Roberto Leliebre para el texto compilatorio Poesía de Efraín Nadereau. (Ediciones Santiago, 2010). En la página 61 dice Leliebre […] ´´En Nadereau la fiebre pictórica es sustancial con su yo creativo, y a falta de oficio empezó a sudarla a través de las palabras […].´´ Para demostrarlo reunió, para un capítulo, veinte poemas que constituyen una galería de lo más representativo de la pintura del territorio: Adagio Benítez, Aguilera Vicente, Pedro Arrate, Lincon Camué, Ferrer Cabello, Pedro Jorge Pozo, Julia Valdés, Luis Novúa y Carlos Carballo.

[14] Jesús Cos Causse: Crónica del crepúsculo, p.31

[15] Jesús Cos Causse: Concierto de Jazz. Editorial Oriente, 1994, pp. 37-38

[16] Antonio Desquirón Oliva: Vista aérea. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, pp.61-63

[17] José Orpí Galí: El encantador de serpientes Ediciones Santiago, 2001,  p. 13.

[18] Frank Dimas: Bajo Mundo. Ediciones Santiago, 2001,  pp. 49-51.

[19] Reinaldo Cedeño Pineda. Los corderos a la vista. Ediciones Santiago, 2005

[20] Otros poemas suyos tienen nexos con la plástica, véase Toulouse – Lautre (Los corderos…p.14).  Asimismo pone en relación otras artes, ejemplo, Poemas del lente dedicado al cine.

[21] Virgilio López Lemuz. Oro de la crítica. Editorial Oriente, 2013, p.119.

[22] Fidelio Ponce de León En Galería Cubarte. Disponible en http://www.galeriacubarte.cult.cu/g_artista.php?item=129&lang=sp

[23] Nicolás Guillén: La rueda dentada. Ediciones Unión, La Habana, 1976, p. 44.

[24] Roberto Méndez Martínez: Op. Cit, pp. 41-42.

[25] Guy Pérez Cisneros: ´´Pensamientos de Ponce.´´ En Revista Cúpulas. Instituto Superior de Arte. Número 13, 30 de marzo/2002, p. 57.

[26] Murió repentinamente mientras revisaba las pruebas de imprenta del mismo.

[27] Guy Pérez Cisneros: Op. Cit, p. 59.

[28] Tomado de Roberto Méndez Martínez: ´´Museo ideal. Salón independiente.´´ En SIC  Revista Literaria y Cultural, No. 28, 2005, p. 8.

[29] Guy Pérez Cisneros: Op. Cit, p. 59.

[30] Ibídem, p. 61.

[31] Gerardo Mosquera: Exploraciones en la plástica cubana. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de la Habana, 1983, p. 92.

[32] Marcos Antonio Tamames Henderson. ´´Fidelio Ponce: pintor de vanguardia, insoslayable huella en la plástica cubana.´´ En  Revista Digital Senderos, www.ohcamaguey.co.cu [ s. n. p ]

[33]  Ídem.

[34]. Ídem.

[35] Guy Pérez Cisneros: Op. Cit, pensamientos 5 y 6, p. 62.

[36] En 1888 Van Gogh dejó París y se trasladó al sur de Francia con la esperanza de atraer allí a algunos de sus amigos y fundar con ellos un Taller que llevaría el nombre de Taller del Mediodía.

[37] Antonin Artaud: ´´Van Goh el suicidio por la sociedad.´´ En La Letra del Escriba, octubre 2006, No. 54, p.10.


Disparos teóricos a las artes visuales en tiempos de Internet

y cartel cortesía del evento

Con el tema “La hiperconectividad actual y el ejercicio de la crítica de arte. ¿Positivo o negativo?” se realiza del 9 al 11 de septiembre de 2020 la IV Jornada de Teoría y Crítica de Arte “Un disparo en el hueco”, organizada por el Centro Provincial de Artes Plásticas de Holguín, en la sede de la institución y desde diferentes plataformas digitales.

Esta edición –aseguran sus organizadores– está estimulada por el auge alcanzado por las nuevas tecnologías y las prácticas de su uso extendidas a las artes visuales, y además, por el pensamiento crítico sobre estas mismas prácticas en tiempos de Internet.

El programa, en su primera jornada, contempló las conferencias “La galería de Gorilla Glass” y “Apuntes a una crítica de arte en una era informada”, por los críticos Julio César Aguilera Rodríguez y Danilo Vega, respectivamente. Ambas conferencias se trasmitieron, además, por el canal de YouTube Artistas holguineros. Asimismo “Un disparo en el hueco” cuenta con la conferencia “Arte y Crítica 3.0”, con Lino Verdecia, Fernando Almaguer y Ronald Guillén, que tendrá como sede la sala Electa Arenal del Centro. Como colofón se realizará un forodebate sobre estos temas desde el portal Baibrama, sitio de la cultura holguinera: http://www.baibrama.cult.cu/foro/index.php.

Fotos Erian Peña Pupo

El evento alterna con el Salón Provincial de Artes Visuales del territorio y su primera edición ocurrió en 2014, cuando estuvo dedicada al consumo cultural y contó con la presencia de Hamlet Fernández, Magalis Espinosa y Ramón Legón. La segunda sucedió en 2016, abordó la problemática de la pedagogía en el arte y tuvo entre sus conferencistas a Aireem Reyes, con su estudio de los Proyectos Artístico-Pedagógicos en el Instituto superior de Arte (ISA), Ramón Legón, con su visión de una pedagogía artística efectiva, y Linet Oquendo, y sus experiencias como estudiante y joven profesora.

Fotos Erian Peña Pupo

Fotos Erian Peña Pupo