Poemas para ciudades sin nombre

La ciudad es una madre que ve crecer a sus hijos. Una canción triste en los ojos del que ya casi parte al monte final de las contiendas como un peregrino rumor de viento dulce. Una ciudad que resurge en la palabra parque y se hace tiempo en los pasos del mendigo. Otra vez la llovizna y los repiques de campana en la iglesia del pueblo.

Elizabeth Casanova Castillo hace la ciudad sobre la mesa, le pone fango nacional y se duele en sus calles que gritan la ausencia de sus hombres.

La viste con sábanas y la humedece con versos que van desde la conversación hasta la más metálica de las metáforas. Ahí la poeta nos muestra su carácter, con voz de mujer entera, de bagaje límpido, azúcar y caña brava.

Asistimos a la primera comunión con batas blancas, impecables ante los brillos y el asfalto…

La personificación de la ciudad-país es la felicidad de las tabernas. Sus paisajes de orfandad y de inopia brotan desde sus esquinas donde abundan las formas.

Una mujer que dice como una mujer.

Que busca constantemente no prevalecer sobre la soberbia que supone la ciudad en su derrumbe.

La cuidad no tiene nombre, puede ser Berlín, Grecia o simplemente el monte.

La ciudad también es un monte.

Una poeta que sabe lo que intenta.

Que asume sus tantas flores de estación.

La poeta no impone su voz como una calle. Es una sinfonía honestísima la que ejecuta. Una poeta que no le teme a la resaca después de beberse todo el rocío de los jardines populares.

Una poeta con un pulso calmo, sin pretender el caos. Una poeta que se arriesga a dar voz a la ciudadela como si en su humanidad estuviese todas las bondades de los que intentan luz.

Una poeta que cuestiona, desde el más claro civismo, la existencia de sus referentes que son estatuas habitando el espacio ciudad como una casa, como un auditorio donde no hay orden y la polifónica impotencia se esparce como un cáncer y ella, desde su palabra, le dice, le pregunta porque sabe que también las revoluciones se ponen viejas.

Se le caen los dientes, se tuerce en la intención del gran aplauso y la limosna.

Elizabeth Casanova Castillo es también una madre, una amante, un ser que cuenta y canta el son de los antiguos desde sus años. Ella, sincera y sensual, nos habla como se habla en las tabernas, en los parques sin columpios, en las calles desiertas, en los bancos rotos, en las despedidas, en el te quiero todavía…

En esa brecha abierta que es su revolución implacable en cada verso, en cada manifiesto que rechaza.

Poemas sin ciudad, es un libro-poema-acierto. Poemas sin ciudad es eso, un trozo de país, como una firmeza que se sostiene a pesar de los olvidos, las parrandas, los velorios, los crepúsculos y las marchas militares.

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