Réquiem por la escultura

La escultura tiene especificidades materiales que la colocan en una posición desventajosa respecto a otras expresiones de las artes plásticas. No solo producir, sino también exhibir una obra tridimensional –con todas las dificultades de costo, transportación y dificultades de emplazamiento que la misma entraña– es siempre más complejo que tratar museográficamente con las piezas bidimensionales como la pintura y la fotografía.

Cuando a ello se suma la poca atención por parte de especialistas y críticos –que son los responsables, en última instancia, de potenciar su promoción a través de la oportuna evaluación crítica de los resultados artísticos–, más difícil se torna su justa valoración en el ámbito del movimiento plástico nacional.

Durante el período colonial la escultura tuvo un lugar poco privilegiado en el concierto jerárquico de las Bellas Artes. Se mantuvo a la zaga en el constante proceso de renovación que vivía la arquitectura y la pintura, permaneciendo casi “invisible†en los salones expositivos ante la mirada del espectador y desatendida por no pocos historiadores y críticos.

Sin embargo, su condición de Cenicienta[1] se vio favorecida, considerablemente, cuando en la primera mitad de la década del veinte un reducido número de artistas comenzaron a subvertir los cánones académicos que no habían variado desde el período colonial. A ellos les corresponde la primicia, no solo en Cuba sino también en el área caribeña, de haber iniciado el camino de la vanguardia escultórica.

escultura de Roberto Fabelo, en La Habana Vieja

El triunfo revolucionario impulsó sustancialmente el desarrollo de la manifestación. Se crearon cursos de postgrado en el extranjero, se abrieron becas nacionales e internacionales, se fomentó el montaje de exposiciones personales y colectivas. En 1967 se produjo la primera graduación de la Escuela Nacional de Arte donde emergen con fuerza creadora un grupo de jóvenes de avanzada que abogan por temas novedosos y se interesan por la experimentación.

En los ochenta, la fundación de Codema (Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental) repercutió de forma favorable en ambas vertientes –la escultura ambiental y la de salón– estrechando vínculos y apoyando proyectos creativos.

No obstante, pensemos, en los últimos años, ¿cuántos salones nacionales privilegian la escultura? Y en las muestras colectivas, ¿cuántos escultores participan?

Las cifras son extremadamente reducidas en comparación al resto de las manifestaciones, donde destaca siempre la pintura en su variedad de poéticas. Ante las dificultades técnicas y materiales, que la escultura demanda no es de extrañar que sea menor el número de escultores que el de artistas que abogan por otras manifestaciones.

Entonces ¿Cómo estimular su creación?

Sería relevante fundar espacios exposititos dedicados únicamente a la escultura; crear talleres sobre creación escultórica y desde Codema, fomentar más proyectos que embellezcan las ciudades, no solo en sus principales arterias sino también en los repartos y zonas periféricas…para que las comunidades estén más cercanas al arte.

Urge desde las instituciones potenciar el coleccionismo de piezas escultóricas; destinarles becas de creación para financiar su producción, parcial o totalmente; y atender la restauración de las obras emplazadas en espacios públicos, por su deterioro natural o por la acción ciudadana.

La escultura es una manifestación tridimensional que mucho puede aportar a la experiencia artística de quien la aprecia; pero además puede, vinculada a la ciudad, mejorar la sensorialidad y la inteligencia emocional de sus habitantes. Esos rasgos volumétricos, a veces didácticos y lúdicos, ya sea en discursos realistas o abstractos, la acercan al hombre, la enclavan en sus espacios cotidianos, sensibilizan el consumo del arte, atrapan, seducen, interpelan…; de ahí su importancia.

 

Nota:

[1] Término acuñado por la Dra. Adelaida de Juan en el prólogo del libro Escultura y escultores cubanos de la Dra. María de los Ãngeles Pereira.

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