Bellas Artes


Ana Irma canta

Ana Irma Pérez Pereyó canta. Con todos los apellidos se presenta como lo que es, también vicepresidenta de la Asociación Nacional Hermanos Saíz. Pero dígase Ana Irma y estaremos descubriendo una voz, un criterio, un modo de hacer arte, de transmitir la canción cubana que dará que hablar. Prueba: basta con escuchar el disco de ella, Canto, que justamente comienza a circular esta semana, gracias a producciones Colibrí.

 Es un disco hecho de reciedumbre, de buenas maneras. Muy personal, y al mismo tiempo tiene el sabor de algo irrepetible. No porque sea demasiado singular, sino porque la cantante Ana Irma sabe el territorio que pisa. Y eso es importante para todo cantante que da el salto, que va hacia la conquista de nuevos territorios, para establecerse como una voz relevante en el panorama de la música cubana.

Estamos ya cansados a veces de baladistas que repiten fórmulas, que se hacen a sí mismos la trampa de parecerse a otras voces y decimos entonces: ¡ah caramba!, mire usted qué sorpresa lo que nos viene encima.

En el caso de Ana Irma no es así. La innovación no está en tratar de ser absolutamente original, sino en ir a los orígenes, en amasar un territorio de identidad en el cual se sienta cómoda y al mismo tiempo propositiva, y pueda enganchar a públicos tanto de su edad como de otras, porque no es un disco para gente joven solamente, sino para todos los amantes de la canción cubana que van descubriendo en estas canciones un modo de hacer muy particular, del cual estoy seguro se hablará próximamente.

Llama la atención el repertorio. En su mayoría, autores no muy publicitados, pero con talento, al menos evidente en los temas seleccionados. Todo gira en torno a la capacidad de amor y entrega, desde Un bolero para ti, de Alejandro Borges, hasta la exultante Intentando un guaguancó, de Pedro Sánchez, con la que el compositor recrea códigos de uno de los complejos musicales y danzarios que nos definen en una trama que da pie a una nueva codificación por parte de la cantante.

Entre una y otra pieza, Tu canción, de Tony Miranda, aporta frescura y revela la cercanía de la cantante con el danzón; el que titula el material, Canto, de Yaitsel Rodríguez, confirma la convicciones de la intérprete; Ay si pudiera, ratifica la vigencia trovadoresca del número Norge Batista, y la propia Ana Irma, con Soy, muestra las líneas de su arte poética.

Haber convocado a músicos de rutilantes trayectorias implicaba un riesgo, salvado por la profesionalidad y el compromiso del pianista, compositor y orquestador, Alejandro Falcón, a cargo de la dirección del fonograma; por las intervenciones puntuales y exactas del trompetista Mayquel González y el saxofonista Emir Santa Cruz, y por la solvencia de la base rítmica desplegada por el baterista Adner López y el bajista David Faya.

Este sábado 27, el estreno será en la sala teatro de Bellas Artes a las 7:00 p.m. En lo adelante confiamos en una brújula siempre bien orientada.


Réquiem por la escultura

La escultura tiene especificidades materiales que la colocan en una posición desventajosa respecto a otras expresiones de las artes plásticas. No solo producir, sino también exhibir una obra tridimensional –con todas las dificultades de costo, transportación y dificultades de emplazamiento que la misma entraña– es siempre más complejo que tratar museográficamente con las piezas bidimensionales como la pintura y la fotografía.

Cuando a ello se suma la poca atención por parte de especialistas y críticos –que son los responsables, en última instancia, de potenciar su promoción a través de la oportuna evaluación crítica de los resultados artísticos–, más difícil se torna su justa valoración en el ámbito del movimiento plástico nacional.

Durante el período colonial la escultura tuvo un lugar poco privilegiado en el concierto jerárquico de las Bellas Artes. Se mantuvo a la zaga en el constante proceso de renovación que vivía la arquitectura y la pintura, permaneciendo casi “invisible†en los salones expositivos ante la mirada del espectador y desatendida por no pocos historiadores y críticos.

Sin embargo, su condición de Cenicienta[1] se vio favorecida, considerablemente, cuando en la primera mitad de la década del veinte un reducido número de artistas comenzaron a subvertir los cánones académicos que no habían variado desde el período colonial. A ellos les corresponde la primicia, no solo en Cuba sino también en el área caribeña, de haber iniciado el camino de la vanguardia escultórica.

escultura de Roberto Fabelo, en La Habana Vieja

El triunfo revolucionario impulsó sustancialmente el desarrollo de la manifestación. Se crearon cursos de postgrado en el extranjero, se abrieron becas nacionales e internacionales, se fomentó el montaje de exposiciones personales y colectivas. En 1967 se produjo la primera graduación de la Escuela Nacional de Arte donde emergen con fuerza creadora un grupo de jóvenes de avanzada que abogan por temas novedosos y se interesan por la experimentación.

En los ochenta, la fundación de Codema (Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental) repercutió de forma favorable en ambas vertientes –la escultura ambiental y la de salón– estrechando vínculos y apoyando proyectos creativos.

No obstante, pensemos, en los últimos años, ¿cuántos salones nacionales privilegian la escultura? Y en las muestras colectivas, ¿cuántos escultores participan?

Las cifras son extremadamente reducidas en comparación al resto de las manifestaciones, donde destaca siempre la pintura en su variedad de poéticas. Ante las dificultades técnicas y materiales, que la escultura demanda no es de extrañar que sea menor el número de escultores que el de artistas que abogan por otras manifestaciones.

Entonces ¿Cómo estimular su creación?

Sería relevante fundar espacios exposititos dedicados únicamente a la escultura; crear talleres sobre creación escultórica y desde Codema, fomentar más proyectos que embellezcan las ciudades, no solo en sus principales arterias sino también en los repartos y zonas periféricas…para que las comunidades estén más cercanas al arte.

Urge desde las instituciones potenciar el coleccionismo de piezas escultóricas; destinarles becas de creación para financiar su producción, parcial o totalmente; y atender la restauración de las obras emplazadas en espacios públicos, por su deterioro natural o por la acción ciudadana.

La escultura es una manifestación tridimensional que mucho puede aportar a la experiencia artística de quien la aprecia; pero además puede, vinculada a la ciudad, mejorar la sensorialidad y la inteligencia emocional de sus habitantes. Esos rasgos volumétricos, a veces didácticos y lúdicos, ya sea en discursos realistas o abstractos, la acercan al hombre, la enclavan en sus espacios cotidianos, sensibilizan el consumo del arte, atrapan, seducen, interpelan…; de ahí su importancia.

 

Nota:

[1] Término acuñado por la Dra. Adelaida de Juan en el prólogo del libro Escultura y escultores cubanos de la Dra. María de los Ãngeles Pereira.