¡Atiéndeme!, quiero decirte algo

¿Alguna vez se ha preguntado qué es el bolero? ¿Siente que su vida misma es un bolero? Recuerdo que de niña una de mis canciones favoritas hablaba de gardenias. Yo sabía que eran cosas de adultos, pero Isolina desde el dial me había dejado para siempre aquel golpe de pecho.

Sin pretensiones de iniciar una reseña-bolero, lo que resulta cierto es esa capacidad intertextual del género de escapar del soporte musical e instalarse en otras formas discursivas. Daysi Cué (Chaparra, 1942), autora de Los narradores cubanos también cantan boleros, le invita a encontrarse con el soporte literario de esta expresión musical bajo la denominación de narrativa del bolero.

Nosotros, hombres y mujeres del Caribe y Latinoamérica, probablemente seamos en cierta medida pueblos-bolero. Distante de cualquier intención melosa, comparto el criterio de Cué al sostener la idea de que nuestros géneros musicales contribuyen a delinear nuestras identidades culturales y viceversa. Le sugiero hurgar en algunas expresiones afectivas de la cotidianidad, postales, e-mails, power point, o en los propios shows y telenovelas que circundan la geografía.

No ha de sorprendernos entonces el diálogo establecido entre música y literatura. Si bien la música ha sido vehículo para canalizar crónicas individuales y colectivas, también la literatura hace apropiaciones y sostiene un diálogo con la primera. Es el caso de la narrativa del bolero, cuyo devenir particular para el caso de las letras cubanas, coloca la autora del volumen ante el enjuiciamiento crítico-literario.

El bolero como expresión de las letras es una modalidad que emerge y se desarrolla en el seno de la literatura posmoderna. Sus cultivadores en vertientes como la novela bolero, la narrativa de culto al ídolo y el cuento de bolero, apelan a una serie de préstamos, rejuegos intertextuales por cuya vía asumen recursos y modos culturales acuñados por esta forma de hacer la canción.

Como expresa la propia autora, el interés del texto traspasa la naturaleza en sí del género musical, para detenerse en el “fenómeno psicosocial” que representa en el ámbito hispanoamericano y caribeño, permitiendo la aparición de esta singular narrativa. Tal enfoque nos acerca a un análisis desprejuiciado en el que se cuestionan los límites entre lo que ha dado en entenderse por “alta cultura” en oposición a “contracultura” y “subcultura”, términos cambiantes y dependientes de quienes legitiman cánones y expresiones del arte en determinado contexto.

La colección Diálogo de la Editorial Oriente en el 2012 apuestó por un texto polifónico, en tanto la voz autoral propone al lector categorías y argumentos que avalan sus criterios y, al unísono remite y convoca a la lectura de las obras conformadoras del corpus teórico. El bolero, sus atribuidos ambientes de recreación y consumo, figuras emblemáticas, subjetividad de los personajes, soportan los argumentos de las piezas traídas a colación en siete acápites, que semejando algunas de las características atribuidas a las piezas descritas, asumen títulos o frases célebres de este cancionero.

Con el repertorio entonado por narradores cubanos, la autora sintetiza el resultado de una investigación acuciosa socializada en diferentes espacios teóricos y publicaciones. Muestra de tal dedicación lo constituye la revista Clave en las ediciones correspondientes al número 2 de 1999 y el dossier dedicado a este género musical del 2011.

El encuentro con títulos como Tres tristes tigres y Ella cantaba boleros, de Guillermo Cabrera Infante; Bolero, de Lisandro Otero; Te di la vida entera, por Zoé Valdés; Gestos, de Severo Sarduy o El zafiro gris del santiaguero Roberto Leliebre, constituyen solo algunas de las razones suficientes para sumarse desde la lectura a este cubanísimo concierto literario.

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