César López, maestro sin ceremonias y ceremoniales

Otra triste noticia en días de por sí aciagos: la muerte del escritor cubano César López, Premio Nacional de Literatura en 1999, hecha pública por Alberto Marrero, desde la Asociación de Escritores de la Uneac, es una pérdida sensible para las letras cubanas, la despedida del necesario autor de Primer libro de la ciudad, Quiebra de la perfección, Ceremonias y ceremoniales, Manos de un caminante, Circulando el cuadrado, y otros libros.

Nacido en Santiago de Cuba, el 25 de diciembre de 1933, César López tenía al morir 87 años. Narrador, ensayista y crítico literario además, cursó sus primeros estudios, hasta graduarse de bachiller en el año 1950, en su ciudad natal; posteriormente cursó Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, en Madrid y Salamanca, donde obtuvo el doctorado en Medicina, graduándose en 1959. Fue también miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española.

César estuvo muy vinculado a Holguín, mi ciudad, y a esa especie de renacimiento cultural ocurrido en sus predios en los años 80. Participó en los días fundacionales del Premio de la Ciudad, de quien fue jurado en más de una ocasión, y la Semana de la Cultura holguinera. Aquí encontró amigos, compañeros de viajes literarios, discípulos, lectores fervientes de su obra, entre ellos: Delfín Prats, con quien compartió el evento La isla entera, celebrado en Madrid en 1994, Manuel García Verdecia, Eugenio Marrón, Lourdes González, Alejandro Querejeta, Jorge Hidalgo, Gilberto González Seik, y otros más jóvenes como José Luis Serrano y Ronel González. Ediciones Holguín publicó una cuidada edición de su poemario Quiebra de la perfección; participó invitado al evento Palabras compartidas en las Romerías de Mayo, el Festival Mundial de las Juventudes Artísticas, organizado por la AHS. Varias fotos lo recuerdan en la Biblioteca Provincial Alex Urquiola, presentando Devoluciones. Acercamientos a la poética lezamiana, publicada por Ediciones La Luz en el año del centenario de autor de Paradiso y La cantidad hechizada. Aquí César López sintió que esta ciudad era también suya, de su poesía.

A diferencia de otros holguineros –por cuestiones generacionales obvias– no lo conocí en esas visitas, ni fui amigo suyo, salvo desde esa amistad sin condiciones que nos proporciona las páginas de un libro. Pero tuve la oportunidad de compartir con él una lectura de poesía antes de que el deterioro producto a la enfermedad y la edad, recrudecido en los últimos años, obligara que César López apenas saliera de su casa. Aquella vez, en 2012 o 2013, asistió a una lectura que, como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro de La Habana, ocurrió en el espacio Hurón Azul, de la Uneac. Los jóvenes, a la sombra de una tarde, compartiríamos lectura con autores consagrados, con maestros a los que admirábamos. Y sin saber cómo, aun no lo recuerdo –aunque pensándolo bien creo que fue la poeta Yanelis Encinosa quien nos invitó–, allí estaba yo, aun sin libros publicados, con apenas unos poemas en revistas, compartiendo lectura con Aitana Alberti, Mario Martínez Sobrino, César López… (Recuerdo que a él, entonces ya casi sin poder hablar, le era muy difícil leer sus poemas).

Como escritor, se dio a conocer en la revista Ciclón, una de las precursoras de la vanguardia literaria cubana, fundada por el importante dramaturgo y narrador Virgilio Piñera. Su poesía lo ha llevado a ser una de las voces más relevantes de Cuba en la segunda mitad del siglo XX, y aunque incursionó en la narrativa y el ensayo, es considerado, con sus tres Libros de la Ciudad, uno de los escritores más significativos dentro de la poesía cubana del siglo XX. Varios de sus poemas y relatos han sido llevados al inglés, francés, ruso, alemán, húngaro, italiano, rumano, checo, búlgaro, griego y japonés. Tradujo del inglés a Lawrence Durrel, y del francés al griego Yannis Ritzos.

Además de los anteriores, reeditados en varias ocasiones, César López publicó los siguientes libros: Silencio en voz de muerte; Apuntes para un pequeño viaje; La búsqueda y su signo; Consideraciones, algunas elegías; Doble espejo para muerte denigrante; Seis canciones ligeramente ingenuas; Pasos, paseo, pasadizos, y Ámbito de los espejos. Además del Nacional de Literatura, César poseía otros reconocimientos, tantos por su trayectoria como por su obra literaria, entre ellos el Maestro de Juventudes, entregado por los jóvenes miembros de la AHS, esos que hoy leen su poesía.

Con su fallecimiento, una generación fundamental en las letras cubanas –con autores como Pablo Armando Fernández y Antón Arrufat– pierde a uno de sus grandes exponentes. Pero queda, ante el adiós a uno de los cimeros nombres de nuestras letras, siempre su obra. Ha muerto el escritor, es cierto, pero está la inmensidad de su poesía.

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