Con Virgilio López Lemus en complexidad poética

Virgilio López Lemus nos entrega en Complexidad de la poesía (Ediciones La Luz, 2018) un libro de fascinación por el verso. Virgilio se sabe deslumbrado por sus arcanos, pues cada capítulo de este texto destila seducción prístina por la escritura lírica, por los secretos de la poiesis, a la que ha dedicado buena parte de su vida, para reafirmarnos que “todo misterio es de raíz poética”.

El Virgilio investigador, el Doctor en Ciencias Filológicas, el miembro de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba, el ensayista, crítico literario, compilador y prologuista que desde las rigurosas metodologías de la ciencia y el ejercicio de la docencia nos tiene acostumbrados a valiosos textos para comprender y analizar la literatura no solo cubana, sino hispanoamericana y universal, como El siglo entero. El discurso poético de la nación cubana en el siglo XX y Métrica, verso libre y poesía experimental de la lengua española, busca aquí el goce, la mirada íntima y reflexiva, al reunir varios artículos escritos en diferentes momentos en complexidad, o sea, en laberinto, embrollo, diversidad, pluralidad, acopio, complejidad (y complicidad) de la poesía.

Él mismo asegura que estos textos “buscan placer de lectura, no ensayismo de tesis académica o reunión de máximas”, pues, añade, “hemos ido perdiendo un poco el goce de la lectura de textos ensayísticos como si leyésemos novela, poesía, pasión de lector que degusta más que aprehende. No se espera en estas páginas el entramado de la crítica estudiosa y docente, científica, o el análisis por completo racional de los ejercicios académicos; reunidos en torno a la percepción poética, si ofrecen vibración, fruición, ya es suficiente”.

Para ello aquí se entrecruzan literatura y ciencia, cosmología y crítica literaria, reflexiones sobre la poesía, textos sobre autores y una fuerte carga de sabiduría implícita, pues “ciencias y técnicas y religiones y credos de todo tipo, incluso los políticos, encierran dosis elevadísimas a veces (véase las utopías) de poiesis”. Una bella especulación científica puede contener tanta poesía como Los elementales de Paracelso, asegura Virgilio. Y “una maquinación técnica, de sentido práctico puede ser tan poética como las Centurias de Nostradamus”. Virgilio escribe, incluso, como si reflexionara ante un barril de pólvora, que “sin poesía no hay ser”, pues ella “nos identifica”. “La manera en que una nación, un pueblo, un grupo social o una persona manifiestan poesía, es un claro índice de su identidad. La poesía es identidad, identifica”, añade.

En estas páginas nos adentramos –desde la reflexión que se sostiene en un vivaz estilo, en la voz de un ensayista que domina la palabra con la elegancia de un miniaturista medieval– en la poesía como objeto; las cuestiones relacionadas a la versificación y la métrica hispánica, de la cual Virgilio es uno de sus principales estudiosos; el hecho poético; líricas y autores como José Martí, “el Apóstol, la estrella humana de la patria nuestra”; la filósofa malagueña María Zambrano, autora de El hombre y lo divino y La agonía de Europa; el irlandés Oscar Wilde, donde escribe que la poesía “está dentro y fuera del poeta, porque él es una suerte de pararrayos, un médium singular, una fuente”; el español Antonio Machado y su Juan de Mairena, desde la intimidad del ser reflexivo; Francisco de Oraá; el neorromántico José Ángel Buesa, del que incluso rescata un raro poema de corte social que podemos leer íntegramente, o Alberto Acosta-Pérez, su compañero, a quien califica como “poeta esencial, cuya labor perdura”, pero también como poeta fatal al decir de Juan Ramón Jiménez, pues para él la poesía “no era solo una expresión artística, sino una necesidad ineludible, al grado de que él no podía ser otra cosa que poeta. La obra que legó, da el mejor testimonio de tal afirmación”, escribe sobre Alberto, a quien le dedicara esa triste y hermosa elegía que es el poemario Hipno.

Virgilio se detiene en el sentido poético de ciertas utopías (Thomas Moro, Tomasso Campanella y Francis Bacon) para reafirmarnos que tres o cuatro siglos después aún seguimos buscándolas; se apasiona con las Confesiones de San Agustín de Hipona y San Anselmo de Canterbury, manantial de “poesía ardiente” y, para mí, uno de los capítulos más hermosos del libro; se detiene en los arcanos del universo, pues “también desde el lado de la poesía se puede explorar el cosmos, definir al Universo, aprender de la teoría de las cuerdas y especular acerca del Big Bang”, pues, añade, “hay fronteras para las ciencias que la poesía puede sobrepasar”. “La especulación es poesía”, nos dice mientras se sienta a “pensar y poetizar”.

Recordándonos, como escribió Robert Graves, que “el lenguaje de la verdadera poesía” está asociado a los viejos mitos, López Lemus nos devuelve en enjundiosos textos la leyenda de Prometeo, un signo inagotable de la eterna poesía de la praxis y la creatividad; la de Narciso y la idea del juego en la lírica, y la de Perseo, quien nos enseña que también se puede vencer a los monstruos mediante la imagen, pues esta “surca el piélago de la poesía y surge el poema, sea piedra o flor”; o la leyenda del santo católico San Sebastián, cuya historia, nos dice, se convirtió en poesía, mirada desde las artes visuales, pero también en la obra del cubano Eugenio Florit o su siempre admirado autor de Elegías de Duino, de quien publicara recientemente Umbral para una era imaginaria. Acercamientos a Rainer Maria Rilke, e incluso tradujera para el lector cubano –que es de alguna manera versionar– la poesía del bardo checo.

Varias “noticias líricas” –canciones populares cubanas, una mirada a los antecedentes de la poesía social en Cuba, el poema del Himno Nacional cubano, un contrapunteo entre el barroco y el neoclásico a partir de la ceiba y la palma real– concluyen este libro de libre reflexión, de vinculación entre el ensayo y poesía: el ensayo como placer discursivo, como ejercicio dialógico y por demás, poético. En otras palabras: el ensayo como poesía, porque Virgilio López Lemus es, sobre todo, un poeta. Ahí están Hacia la luz y hacia la vida, Aguas tributarias, El peldaño, Cuerpo del día y su antología Un leve golpe de aldabas, entre otros títulos.

Virgilio conversa, pero también versa. ¿Qué es sino “La música de las esferas revisitada”, “Tonto o poeta”? o “Puntas de lo diverso”. Estos textos –y otros tantos– más allá de lo meramente ensayístico o reflexivo, poseen un valor poemático y ahí es donde Complexidad de la poesía seduce y enamora, y recuerda, por ejemplo, los ensayos del poeta mexicano Octavio Paz, quien partía de la necesidad de una “pasión crítica” en este tipo de textos sobre literatura.

Virgilio es nuestro cómplice en los caminos de la percepción poética. Siempre al lado de los jóvenes, quizás para mantenerse lozano en pensamiento y acción, Virgilio sabe que “la poesía vibra en la esencia inteligente del cosmos, en el planeta vivo, en el ser humano reflexivo y pasional” y por eso “goza de la eternidad”. Siempre he creído que Virgilio López Lemus –un ensayista e investigador que desde el verso trabaja con el infinito, un alquimista del saber– porta la luz y la comparte; por la utilidad de esa luz le agradecemos y además, por la fe en la poesía.

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