“Sigo armándome de un dedal y una aguja”

Luego de largos meses de espera —meses sin saber qué tal marchaba el mundo interno de estas preguntas— descubrí que aguardar por esta entrevista y por Eudris Planche tenía todo el sentido. Desde que leí Hermanas de intercambio, su opera prima, supe que se me hacía necesario dialogar con un autor como Eudris, uno capaz de hablar de lo crudo y de lo hermoso, uno que renuncia a las etiquetas de la literatura y conversa sin tabúes de los males —y la belleza— del oficio.

La pregunta podría parecer redundante: se habla mucho de literatura infantil y juvenil, ¿crees que hay paternalismo en la forma en que sus autores entienden sus propias obras? ¿Somos conformistas los escritores del presente?

Comenzaré también por una introducción: se habla mucho de literatura infantil y juvenil (LIJ) entre los autores que la cultivan o leen. Para otros todavía sigue considerándose un género menor. No es algo nuevo. Aquellos que se creen “verdaderos” escritores la desechan. O se acercan convenientemente a ella con la convicción de que es un género fácil.

En esa ruta dejan caer algunos textos bastante cuestionables. A veces se reconoce una supuesta novedad en las obras literarias que clasifican “para adultos” y son temas más que trillados en la LIJ. Y viceversa. Diciendo esto, me es imposible dejar de reflexionar en una cuestión: ¿quiénes son los escritores verdaderos? Un autor como Roberto Bolaño utiliza en varias ocasiones ese término, “escritores verdaderos”. ¿Es verdadero Faulkner y Hemingway no, solo porque este último no me guste tanto como el anterior? ¿Qué define lo verdadero? ¿Quién los clasifica? ¿Son ambos verdaderos o tengo el don, como lector/escritor, de decidir quién no lo es? ¿Puede uno mismo insertarse y salirse de lo verdadero como si se tratara de un templo? ¿Qué es lo verdadero?

Considero que deberíamos leer más. O sencillamente como ya he dicho en otras entrevistas: no clasificar. El mal viene de ahí. Aceptemos de una vez que existe la literatura sin apellidos. Voy a citarte, y puedes usarlo como pie de página, la respuesta que di en entrevista a Enrique Pérez Díaz. Un fragmento de ella:

“Decir que solo existe una literatura, en un mundo donde como concepto existe algo a lo que se le conoce –queramos o no– como Literatura Infantil y Juvenil, sería negar la gran tradición de este género y los alcances que ha logrado. Quizás deberíamos llamarle solo literatura. Sin apellidos. Porque, ¿acaso no lo es? Una literatura que puede ser buena o mala según percepciones. Yo le llamo LITERATURA. Y la verdad es que detesto esas divisiones (me cuesta emplearlas) que surgen a veces con el objetivo de entender mejor de qué se habla. (…) Más que comprensión, lo que veo es gran confusión. De aquí la génesis de muchos de los problemas, que aún hoy, atraviesa esa literatura que clasificamos como Infantil y Juvenil.”

En cuanto a lo referente al paternalismo y la forma en que los autores entienden sus propias obras, fíjate que usas el posesivo “su” dos veces para dejarme bien claro el centrarme en los autores de LIJ, pero cumpliendo con mi propia introducción, hablaré de manera general. Creo que el paternalismo es un fenómeno que compete a toda la literatura, a sus creadores. Tu pregunta deviene en afirmación. Hay paternalismo y mucho.

 Semeja a algunas formas del patriarcado: voy a cuidar de ti, hijo (libro), voy a protegerte. Devuélveme el favor más tarde. Garantízame el lobby, mal que bien yo te cuido. Te protejo. Soy tu condón. Y nada de autocrítica. Ni admitirlas del exterior.

Parados frente al espejo pareciera que los autores dijéramos “mi criterio es el mejor, el verdadero” (internalización: pura y total convicción de que lo que hago está bien). Mi consejo: sin (auto)crítica no hay auto que camine por la carretera de lo auténtico. Y cuidado con aquel que haga uso de la crítica que tanto clamamos. Me recuerda aquella advertencia bíblica: “si alguno añadiere (…) Dios traerá sobre él las plagas”. ¿Estaremos preparados para ser criticados o para el halago?

Hay mucho ego umbilical. Demasiada premura por el parto en la literatura contemporánea. Y contemporánea es. En cuanto a “literatura” tengo mis dudas. La velocidad, la aspiración al lobby más que a calar en lo profundo, me parece arbitraria si de calidad hablamos. “La literatura no es para apurados”, diría una gran maestra (Liliana Heker) desde su ejemplo y experiencia de escritora. Pero al parecer, el siglo de seguir consejos quedó atrás.

En cuanto al conformismo: si vamos a lo general, si se trata de encajar, ser simpático, no buscarse problemas, coincidir con las opiniones del grupo… hay conformismo por doquier. Hay mucha militancia en la literatura. Y habrá que ir un poco a la historia (informarse) para corroborar que a la larga eso solo tendrá el valor de panfleto. De la epidermis no pasará.

La crítica entre nosotros semeja al Facebook. Consiste en decir (léase dar clic) Me gusta/Me encanta/Me divierte/ Me asombra/Me enoja/ Me entristece. Y solo un pequeño grupo emite comentarios, que casi nunca son profundos. O simplemente nos regalamos caritas (emoticones).

Acostumbramos a llamar “doble moral” (y es un error) a lo que el psicólogo social Kelman identificara como un subtipo de conformidad (el cumplimiento). En público estoy de acuerdo, me reservo mis verdaderas opiniones. Habría mucho que decir de eso. Subtipos sobran en relación a este fenómeno que vivimos.

Mimetismo es otro de los grandes males. Uno de sus objetivos claves: la cultura del camuflaje. Me uno a ti o me institucionalizo para sobrevivir. Es una tendencia que se acerca a la selección natural.

Pasa inadvertido y sobrevivirás: otro mandamiento. La literatura es desenfado. Cualquiera con un poco de cultura lo sabe. La sapiencia está emigrando de nuestras mentes para ser sustituida por lo ridículo, si tomamos ridículo como una palabra menor que no define este fenómeno. En Walden, Thoreau decía: “Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escucha un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota”. He ahí una gran enseñanza.

¿Cuál es la principal carencia estética de la literatura infantil y juvenil en los tiempos que corren?

La misma que ha tenido siempre: ponerle un apellido. Para mí ese es el mayor problema. Pero ya instaurado y conviviendo con él, la principal carencia pasaría a no tener en cuenta el destinatario. Existen otras…

¿Consideras que haces una obra novedosa?

Considero que trabajo y leo mucho. Que sé muy poco aún e intento saber más. Que mis búsquedas son variadas y no tienen fronteras. Que a la hora de contar de mis “vivencias” hago preguntas. Cuestiono esa realidad que a veces no lo es tanto, sabiendo que lo real es solo un criterio social. Y las sociedades son múltiples, así como los individuos que formamos parte de estas. La habilidad estará en cómo hacer de eso una herramienta.

¿Crees que existe un “caldo de cultivo”, menos o más dañino, en la literatura nacional, donde los mismos autores una y otra vez se reciclan?

Podrían enumerarse dos vertientes: una (con el permiso de los tibetanos) semeja al Dalai Lama, que aun estando en vida tiene siete reencarnaciones. Por supuesto, en este caso no hay divinidad ninguna. Simples y vulgares “corta y pega”.

 Número dos: tendencia a repetirse libro tras libro sin un ápice de evolución. Y resulta que a eso le están llamando estilo. Pasa como en la agricultura: emplear productos químicos para acelerar la cosecha. De ahí semejantes malformaciones literarias. Y OJO, no son solo fenómenos nacionales. Pero pongámonos de acuerdo en algo, seamos sinceros: lo nacional siempre se va a leer en un sentido más crítico. No podemos escapar de ello.

¿Qué calificas como buena y mala literatura?

Ya no se trata de lo bueno y lo malo. En la actualidad y ante las circunstancias involutivas que están sucediendo, donde el “sujeto” no tiene la mayoría de las veces (ni lo reconoce, probablemente no pueda) conocimientos que respalden criterios, hablar de lo bueno y malo en términos de bien y mal, normal y anormal, correcto e incorrecto al estilo Foucault, está desfasado. Demasiado manido.

Los libros no son libros. Los escritores no son escritores. Una reseña en una revista es una nota asumiendo una falsa identidad. Lees un comentario de un libro y para comparar o festejar lo literario prevalecen más las referencias al cine o a la televisión. Y no por cultura, no porque el arte beba de todo. Aspiramos a que nos lean, pero no somos capaces de estar media hora sin comprobar las notificaciones de Facebook, sin aspirar a ser observados.

cortesía del entrevistado.

¿Es posible lograr que dejen de ver series y nos lean si como escritores no somos capaces de hacerlo para ponernos a leer? No digamos ni siquiera escribir. Igual no hay fórmulas. Tengo que hacer la aclaración para los lectores menos inteligentes. La literatura siempre se ha tratado de apostar horas y a lo mejor no te sale bien. De eso hay que estar claro y aun así intentar avanzar y superarse. Un autor como David Foster Wallace en un momento determinado fue un adicto de la televisión, reflexionó sobre ello. Dejó también una obra literaria que lo convirtió en un escritor de culto. Pero solo hubo un Wallace.

En los tiempos actuales de la escritura, donde todos los temas parecen ya haber sido tocados, donde ya nada parece tabú, ¿existen aún historias que tengamos miedo a contar? ¿Qué frontera temática aún no conquistamos?

¿Frontera temática? La de volver atrás. Ser escritores verdaderamente y no otra cosa. Se supone que el camino esté ahí. Hay una aceleración enorme por escribir sobre temas de los cuales en el pasado solo se tocaban aristas, pero en muy pocos autores hay una investigación a fondo de la génesis de un conflicto, de la reflexión. A veces parecemos malos periodistas y no escritores de ficción. Tengamos mucho cuidado con eso, en querer sustituir una carencia de nuestro mundo cotidiano.

Considero que los autores de no ficción, están logrando un fenómeno literario bastante interesante y de calidad. Hay que prestarle atención, nos puede aportar con creces.

Como escritor, ¿a qué le tienes miedo? ¿Y cómo lector?

Te voy a contar algo: el día que murió Saramago tomé todos los libros que tenía de él y armé una especie de altar en mi biblioteca. Encima de un mantel los coloqué y delante prendí una vela. Me quedé dormido y desperté por el humo de un pequeño incendio. Nadie nunca supo de este incendio. Escondí la evidencia.

Yo le rendiría culto a cualquiera que escribiera una novela tan simbólica como Ensayo sobre la ceguera. En ese libro (en lo que revela) y en todo lo que he dicho está la respuesta.

¿Existe el llamado de la vocación o, simplemente, se elige ser escritor?

Es mejor saberse lector que escritor, la palabra escritor está demasiado prostituida y cualquiera la ejerce. En las filas hay personas que no lo son o no lo son tanto. El llamado de la vocación quedó atrás. La palabra escritor habría que actualizarla. Redefinirla. Encontrarle otras aristas porque en la contemporaneidad se le usa mucho y a veces sin sentido.

Hubo un tiempo en que venía enlazada a lo culto, quizás lo culto podría eliminarse teniendo en cuenta algunos autores que nunca lo fueron. Pero la palabra lectura, lector, estaría siempre ligada a ello.

Una definición más contemporánea de escritor, que este a tono con todo lo que hemos venido conversando vs. criticando, podría provenir del diccionario satírico de Andrés Neuman. Me refiero a BARBARISMOS. Ahí se define a escritor como “individuo que fracasa en el intento de ser exclusivamente lector”. A lo que debería añadirse, “para intentar ser exclusivamente famoso sin el más mínimo sentido de la autocrítica”.

Quién mejor para hablar de libros que un escritor. Bella frase. Pero vivimos en la época en que los escritores hablan más de series que de libros Con un escritor ahora también se habla de premios. Muy pocas veces de libros. Y eso tiene otras causas, lógicas causas para detenernos en otro momento a hablar más. Como diría Bolaño: “No todo está perdido, ferdydurkistas”.

¿Cuánto impacta en ti el criterio de los otros; sea ese otro lector, crítico o autor que comparte contigo tiempo y espacio?

El criterio de los otros para mí es pura selección. A la hora de crear, lo que considero y me sirve, lo exploto. El resto pasa al olvido. Disfruto escuchar tanto a los personajes de ficción como a los de este mundo no tan real. Lectores hay muchos y con diversos criterios. Hay que estar claro en la vida. Cada respuesta que te doy, Elaine, podría beber de la anterior. Yo bebo del pasado. Lo hago de mi presente. Y de ese cauce vivo. Ahora mismo no dejo de pensar en el mundo que estoy creando.

¿Qué es lo que consideras arte joven? ¿Se fundamenta solo en un criterio de edad o existe una fórmula para evitar el inmovilismo, el anquilosamiento de la obra?

Movimiento. Aventura. No parar. No esperar por nadie. Todo aquello que no esté adoctrinado. Eso es arte joven. Buscar y buscar. Hacer sin nada. No importa la edad biológica del semental. O usando criterios de género: no importa el óvulo. Hazlo florecer.

Conozco a jóvenes, por ejemplo, que no hacen arte joven. En la próxima entrevista pregúntame nombres, ya es hora de comenzar a citarlos. Arte joven es aquel que da miedo. Conmocionar. Fracturar. Arte joven también es lo que hace Ivette Vian con casi 80 años. Vive creando con las mismas convicciones y en continuo ascenso.

El libro Hermanas de intercambio fue finalmente publicado por Gente Nueva, luego de cierta espera editorial. Ya nacido el hijo-libro, ¿qué te ha quedado de esta experiencia más allá del objeto arte?

Experiencia. Eso quedó. Reconocimiento a lo anteriormente opacado por el humo, porque ni neblina llegó a ser y el viento se lo llevó. Quedó disfrutarlo, aún lo hago. Sacarle el mayor provecho y seguir tan claro como antes e incluso más. Encerrarme a leer y crear sin apuros. Sin solicitudes de ningún tipo. Lo he dicho otras veces incluso, si alguien tiene bien claro lo que quiere en la vida, ese soy yo. Casi desde niño. Y de pueril solo me quedan algunos de mis personajes. Yo sé cuál es mi tambor, el que debo seguir. Y bailo al ritmo de este, eso me oxigena.

Hay escritores incómodos, escritores que hincan, cuyas obras son agujas, ¿te consideras ese tipo de autor, consideras a tu obra dentro del rango de lo filoso?

¿Filoso? Como le dije una vez a Enrique, yo sigo armándome de un dedal y una aguja. Luchando contra molinos con cada vez menos cordura y más determinación. Acaso inteligencia.

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