¿Crisis o recuperación en La Potajera?

En el arte, como todo en la vida, cuando los fenómenos no se replantean o cambian definitivamente, por muy esenciales que se tengan, avanzan a su ocaso. En una situación como esta lamentablemente se encuentra un proyecto artístico que ha sido esencial en sus dos años existencia en la cartelera de las artes escénicas pinareñas: La Potajera.

Desde su aparición en 2018 hasta los primeros meses de 2019, La Potajera se mantuvo como una zona de debate y disfrute bajo la dirección del dramaturgo Irán Capote y el elenco creativo de Teatro Rumbo.

De hecho, entre las peñas que auspicia mensualmente el Consejo Provincial de las Artes Escénicas de Pinar del Río, las cuales dejan mucho que desear, ha sido la más completa; un espectáculo a la manera de café-teatro donde, a través del humor, la parodia, la sátira, la ironía, se abordaban temas cardinales de la vida cotidiana del cubano, devolviéndonos una laudable estampa de nuestra herencia vernácula[1].

Sin embargo, con el paso del tiempo el brío de este espacio ha decaído. Fundamentalmente a partir de este año, los espectáculos que han subido a La Potajera están erigidos bajo una básica premisa argumental desprovista de bien concebidos enredos argumentales y profundidad en sus abordajes[2], para erguirse en temas populacheros, baladíes que surgen y se resuelven muy elementalmente.

Del autor.

La improvisación de los actores que en 2018 tanto aplaudíamos y que nos revelaba unos histriones capaces de cantar, bailar, actuar, ajustándose a la dramaturgia de la puesta en escena, en los primeros meses de 2019, en su abuso, ha dilatado la acción a punto de estancarla. Por tanto, en los predios de este año la teatralidad y su discurso quedaron relegados ante lo vacuo y superficial.

Se repite el mismo cuadro que vivieron nuestros bufos cubanos del siglo XlX y principios del XX, quienes encontraron fórmulas, relatos, temas que interesaron al público de su momento, pero que dejaron de ser atractivos al descuidarse la construcción de la representación teatral, su esencia (conflictos bien delineados, tratamiento preciso y profundo de temas, historias bien resultas), para aferrarse a efectivos, chistes de mal gusto y otras bagatelas que llevaron al bufo cubano a su fin en el Teatro Alhambra (1890-1935).

Recientemente, el cambio dirección artística de La Potajera alentó la idea que este proyecto escénico recuperaría su vitalidad preliminar. No obstante, parece reafirmarse la premisa que los proyectos nacen y se cierran cuando sus gestores principales, creadores, ya no están presentes o los abandonan definitivamente[3].

Si bien La Potajera ya estaba en una etapa de decadencia a principios de 2019, a fines de este mismo año tampoco ha cambiado su suerte. Yacey Muñoz, quien en este minuto encabeza dicha propuesta teatral, ha intentado establecer puntos de distancia estéticos entre los espectáculos que subieron en 2018 y principios de 2019, y aquellos que en este momento se han gestado bajo su égida y que conforman la fisionomía actual de La Potajera.

Antes bien, no ha logrado este propósito porque no ha conseguido erigir una voz propia, una manera de hacer que, sin traicionar el espíritu vernáculo y agudo del proyecto, muestre una nueva cara.

Se ha aferrado a los viejos moldes y sobre estos, ha tratado de construir o reciclar lo trillado en las noches de los segundos sábados de cada mes. En pos de ello, ha recurrido a subterfugios que desde nuestro punto de vista son poco producentes: acudir a historias antes representadas y sobredimensionar la importancia de recursos de poca transcendencia en el bios de La Potajera.

Con relación al primero de estos escollos podemos referir que la dirección artística se ha privado de la posibilidad de producir estrenos que en su tratamiento temático y estructuración, visualidad, forma de articular la trama y relaciones entre la escena y el público, caracterización o creación de personajes, expresen sus intereses e inquietudes. Esto fundamentalmente ha privado que La Potajera pueda erguirse con una revitalizada identidad, y más que esto, llegar a establecer sustanciales diálogos con el espectador de este minuto.

Por si fuera poco, para agravar más el estado de salud del proyecto, en los argumentos escénicos que apenas se sostienen por su endeblez, se despliegan recursos que fueron favorables en los primeros momentos[4], pero que en la actualidad sólo ostentan la categoría de efectismos, presencias que lastran la vitalidad de los espectáculos que se presentan.

Del autor.

Nos referimos a la amplificación e indiscriminada recurrencia al travestismo, la vana carnavalización, improvisaciones de los actores que rayan en lo cansón y poco atinado, la parodia de temas musicales populares y foráneos, la búsqueda de chistes intrascendentes, los cuales, en su desgaste, pierden valía, su probado sentido teatral. Algo que se acentúa mucho más porque no se insertan de manera verosímil a la acción escénica, dilatándola innecesariamente.

De forma que estas escaramuzas, recursos poco dosificados y en ocasiones mal manejados, más que poner en crisis determinados elementos de la realidad, conducen al estado de lo caótico la existencia de este espacio artístico.

Ese rico programa vernáculo que todos perseguíamos por su agudeza y tremenda comicidad, que hacía que el patio del Teatro Milanés pareciera pequeño para tantos espectadores, ha menguado en poder de convocatoria.

La razón de todo esto no se haya en el cambio de dirección artística de este programa teatral, sino en su escasa renovación estética y temática, quizás en una falta de cordura en el balance los elementos; quizás, en cierto grado de confianza que ha dado al traste a seguidas y nefastas improvisaciones, a la evidente endeblez de una dramaturgia escénica que se dispersa a cada rato y que ya no dialoga con el espectador.

Esas son las fisuras que en este momento golpean a La Potajera. Creemos que más que una posibilidad, es un hecho perentorio que, como apuntamos, la nueva dirección artística procure encontrar, exteriorizar con hondura sus propias inquietudes.

Cuando de desplegar comicidad se trata, los actores, el elenco creativo de Teatro Rumbo, ha dado muestras de su talento. También han patentizado que, en medio de tanta inopia creativa, están comprometidos con el arte de sembrar vida en los escenarios pinareños.

Mas tienen que salir de las zonas de confort y encontrar nuevas vías, intereses, temas que revitalicen los espectáculos que cada mes acoge. No basta sólo con intenciones, sino se requiere hechos objetivos que nos devuelvan latente el teatro.

De ahí que nuestros reclamos a la tropa que conforma La Potajera sean y serán cada vez mayores, pues tenemos a este proyecto como uno de los fundamentales que se haya ofrecido en materia teatral al público pinareño.

Por tanto, ya es parte de nuestro acervo escénico y no podemos perderlo bajo ninguna circunstancia. Sean estas palabras un incentivo a sostener La Potajera desde una probada calidad.

[1] La Potajera, sin temor a dudas, durante casi año y medio abandonó la categoría de peña para erigirse cada mes en un estreno teatral de valía, una puesta en escena en que los intérpretes ganaban más en capacidades, la dramaturgia se fortalecía a partir de evitar facilismos, lugares comunes, de ser un nuevo y abierto abordaje de nuestra realidad actual. Por ello era tan seguida.

[2] Los primeros espectáculos que transitaron por La Potajera se caracterizaron por tener varias líneas temáticas y de acción, con enredos que complicaban y enriquecían sus tramas escénicas.

[3] La Potajera es una idea original, un texto y dirección artística de Irán Capote, quien decide abandonar este proyecto a principios de 2019, aunque todavía se encuentra colaborando con él en la escritura de guiones para los espectáculos. La dirección artística de La Potajera actualmente corre a cargo del actor Yacey Muñoz.

[4] Mas, lo fallido  en ello no está en tratar de insistir en esos gags, esos detalles que en cierto momento contribuyeron al éxito del espectáculo pinareño de los segundos sábados de cada mes (defenderlos es una acto de legítima sabiduría que contribuye a salvaguardar la identidad del espacio), sino en el exceso o en el defecto del tratamiento de los mismos, en la falta de originalidad en muchos casos.

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