Cinco minutos de ovación para Acosta Danza

A las nueve de la mañana del miércoles empezaron a venderse las entradas. En poco menos de media hora cada butaca de la platea del Teatro Principal de Camagüey tenía dueño para esa noche. En esta tierra acostumbrada al ballet nadie quiso perderse la presentación única de Acosta Danza, la compañía de ese cubano del mundo que escogió este pedazo de Cuba para concluir su gira por el oriente del país.

Se precisaron sillas adicionales y aún así quedó público en los pasillos, de pie, felices de conseguir un sitio desde el cual sentir la música vibrante en las paredes, el repique de los pasos en la escena.

Con la pieza Fauno descorrieron las cortinas rojo escarlata. La coreografía de Sidi Larbi Cherkaoui mezcla a bailarín y bailarina al punto de hacer imposible la distinción de los límites entre uno y otra. Ella y él se tocan, se abrazan, se poseen a la manera de las lianas en La Jungla de Lam.

La música de Debussy al temo de dos cuerpos tropicales creó la atmósfera de universalidad que distingue a los clásicos.

As tears go by, Lady Jane, Paint it black, Play with fire…., los Rolling Stone alegraron la segunda salida de Acosta Danza en la que Enrique Corrales se rencontró con su público agramontino. El pinareño, formado en la técnica del ballet clásico de la escuela camagüeyana, no borró la sonrisa que un aguacero de aplausos le dibujó en el rostro.

A Rooster (coreografía de Christopher Bruce) le continuó El salto de Nijinsky, obra de la catalana María Rovira inspirada en esa estrella del ballet ruso que padeció de esquizofrenia. En Acosta Danza cada bailarín tiene reservado un momento para brillar, más no consienten juegos del ego, la armonía y el empaste del conjunto revelan la solidez de la Compañía nacida en el año 2015.

Con Mermaid el teatro olvidó las buenas costumbres que rigen el comportamiento de las audiencias en esta clase de espectáculos: chiflidos, aplausos, gritos de bravo a viva voz… Carlos Acosta había aparecido en escena. La coreografía fue una lección de humildad, el Premio Nacional de Danza hizo que su partener deslumbrara y al hacerlo también fascinaba él.

La excelente forma física de los bailarines quedó probada con Twelve. Ya el programa anunciaba que se estaría ante una danza-deporte, pero nadie imaginó lo que sucedería en el escenario, nadie calculó con exactitud la resistencia necesaria para correr, lanzar y saltar, todo ello en perfecta sincronía.

Acosta Danza consiguió que un carnaval de emociones desbordaran a su audiencia: a ratos reían con los coqueteos de Rooster, con Marmaid casi se podía tocar el estremecimiento de un silencio sepulcral, interjecciones de asombro ante la destreza de los protagonistas atravesaron cada presentación.

El destello de las palmas hizo que la Compañía permaneciera cinco minutos completos agradeciendo ovaciones que se repetían como un eco interminable, que anhelaban unos segundos más frente a los bailarines, que solo cesaron cuando, por última vez, volvieron a cerrarse las cortinas rojo escarlata del Teatro Principal de Camagüey.

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