Las difíciles margaritas de Eldys

A propósito de “Deshojando margaritas. Historias de muchachas complicadas”

De muchachas complicadas trata este libro, de jóvenes que se deshojan como flores sin renunciar al tallo común que la sostiene, integrado, a su vez, por el empecinamiento de ser auténticas, de enarbolarse a pesar de escollos de diversas índoles. Entre los atractivos de este ramillete de narraciones (de eso se trata: de un manojo de flores-cuentos por y para muchachas), está el afán de incitarnos a descubrir en qué consiste la peculiaridad de cada una de las protagonistas del libro, dónde radica el carácter exclusivo que las diferencia y agrupa al unísono, de qué manera el autor nos revela la atipicidad de ocho mujeres en flor, que a través de cincuenta y dos páginas nos describen sus tormentos, sus anhelos, las noxas que las sacuden, como si se encontraran todas en medio de un mar de incomprensiones.

El nexo entre estas muchachas que no se conocen entre ellas, es la determinación a no dejarse vencer. Desde la primera, una que se echa a volar con el silencio de la noche, hasta la última de las criaturas que pueblan el volumen, una jovencita desmemoriada, todas y cada una termina por cumplir la voluntad que las impulsa incluso a admitir sus diferencias, y aun más allá: a crecerse. Las protagonistas de los cuentos que abren y cierran este abanico, Palmira y Aitana, han extraviado la cordura y la memoria, respectivamente, y ambas, sobreviven a las circunstancias como mejor pueden: rindiéndose ante la evidencia de la terquedad de la vida. Si no pueden recuperar lo perdido, pues se adaptan y le escamotean a la existencia las plausibles depresiones que sus carencias podrían suponer.

En el interregno del libro, Eldys nos regala un poema (“Entre mares y arenas”); una revisitación lorquiana a la insoslayable influencia de la señora llamada Bernarda Alba, dama impositiva en toda su magnificencia (“La casa de la otra…”); una modernidad lingüística y escabrosa con los términos que nuestros jóvenes suelen utilizar para comunicarse entre ellos, sin importarles los aporreos con los cuales laceran el idioma castizo (“Amor de 160 caracteres”), narración esta que amén de causar mucha gracia, demuestra la observancia del autor en términos de actualidad, desenfado y reto, otras tres damitas más, transgresoras enfáticamente.

Una joven llamada Dayana, poseedora de un trastorno de personalidad múltiple (las penta Dayanas, cabría decirse) convive con sus cinco consciencias, la peor de las cuales depende de drogas que la mantienen en el estado de limbo que sus otros cuatro temperamentos critican con razones tan grandes como templos. Para dilucidar quién o quiénes triunfan en tal amasijo de caracteres, el público lector debe asimilar la complejidad de la narración, y el vertiginoso ritmo que Baratute imprime entre los saltos de una expresión mental a la siguiente, demostrando, de paso, su habilidad técnica, en términos de dominio escritural. Por su parte, la muchacha llamada Alicia, que comparte algunos de los desafueros de las Dayanas, se contempla en un espejo muy de Lewis Carol, pero con la particularidad de que su imagen no es exactamente la de su figura, sino de quién querría ser: una especie de Gabriel juguetón. Ojo: de un varón. La Alicia de este cuento ama en silencio a otra muchacha, inconfesable delirio juvenil, que esta niña solo comparte con el alter ego masculino que le regala, también a escondidas, un espejo mágico. Por último, en el cuento “Jaque Mate, Capablanca”, Eldys despliega su intencionalidad juguetona, esa que prima en los libros infantiles que él sabe dominar, para disponer de nosotros a su antojo, colocándonos en un tablero de ajedrez. Somos, por breves instantes, piezas blancas, o negras, moviéndonos entre cuadros bicromáticos, y nada de esto sucede por mero azar, sino todo lo contrario. Una pareja interracial se debate, se esconde y por último triunfa: ella es negra, él es blanco, qué felices son los dos. La familia blanca habla en los cuadros blancos, mientras que las casillas negras del tablero son ocupadas por los otros parientes, hasta que nos perdemos en las ubicaciones, porque saltamos de un argumento al otro, y volvemos al inicio para asegurarnos de no equivocar la evolución del juego. Como cabría esperarse, no solo porque así debe ser sino, y sobre todo, porque así es, los jóvenes terminan mezclando lo que jamás estuvo nítidamente desvinculado, y aunque no se habla de perdices, es obvio que fueron felices.

Celebro la aparición de un libro como este, donde Eldys Baratute parece decirnos: todas somos muchachas complicadas, todas deshojamos margaritas, porque todas atravesamos espejos y volamos en la noche de silencios, mientras el resto contempla el viaje maravilloso que la imaginación permite. Agradezco al autor la complicidad, el ingenio y la solidaridad de este volumen, exento de prejuicios, pletórico de amor.

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