Elizabeth Reinosa: cuando se desnuda el verso

Tomado de Cuba Literaria

El libro Striptease de la memoria, de Elizabeth Reinosa Aliaga, premiado en el Concurso de Décima Francisco Riverón Hernández y publicado en 2016 por Ediciones Montecallado, posee los ingredientes necesarios para establecer un diálogo con la intimidad más honda. Escrito desde los más profundos laberintos de la memoria: niñez, adolescencia, primera juventud, vistos a través del cristal implacable e impecable de la poesía, es capaz de asumir cada instante en su verdadera dimensión, en su significación más cierta, sin las concesiones que hace el amor, o el compromiso con seres cercanos y familiares. 


No hay aquí evocaciones idílicas del pasado. Todo lo contrario: el pasado se juzga sin cortapisas, sin nostalgia por tiempos que habitualmente siempre se recuerdan como mejores. Tampoco hay autoconmiseración, ira o rencor. Sencillamente se despliega la memoria, y se deja a la mano recorrer la página desnuda para que la vaya vistiendo con palabras, que luego serán las que desnuden a quien se escuda en ellas como en una fortaleza de aire. Todo un complicado ritual, tanto como es complejo el ser humano en su relación con otros seres humanos. El eterno compromiso que nos ata al hogar, a la familia, a la costumbre establecida por los ancestros, suele convertirse, para los espíritus libres, en lastre o dogal, sin que esto melle el natural afecto familiar. Simplemente se produce una rebelión interna que aflora en algún momento de la vida. Tal afloramiento suele convertirse en ese acto de soltar amarras cual prendas de vestir, en ese striptease que palabra a palabra, verso a verso conforma, finalmente, un testimonio poético compartible y compartido con los prójimos. Tal es este libro: un testimonio de lo que guarda el alma en recipientes de memoria, en anaqueles de recuerdos, conscientes o inconscientes, en cúmulos de sentimientos contradictorios que encuentran, en la palabra, el acomodo necesario para convivir en paz con ellos y con nosotros:                        

RAÍZ 
(Fragmento) 
  
  
    II 
 
Una palabra, 
un derrumbe, 
otro disparo en la nuca. 
Una historia que caduca, 
una mujer que sucumbe anónima 
—a nadie incumbe  
la sangre ajena—.

El final 
puede venir con la sal, 
con una cruz de madera. 
A nadie importa siquiera 
que el dolor sea real, 
que corte la guillotina, 
que el veneno se disfrace, 
que el arrecife amenace… 
Mi propia mano examina 
cada lesión,

 
cada espina, 
mi propia mano golpea, 
me conduce a la marea, 
pero mi cuerpo retorna a la semilla.                               

Con sorna:  
¿Tienes dios o eres atea? 
Buscamos definiciones, 
y la vida es movimiento, 
no existe florecimiento sin cambios, 
sin excepciones. 
Solo pedimos versiones mejoradas 
—lo perfecto— 
requerimos de un proyecto 
que exija cerrar la boca, 
pero la palabra evoca 
casi siempre lo incorrecto. 
Mi madre y sus girasoles 
no lo entienden, 
no discuten. 
Nadie pide que ejecuten otros bailes, 
otros roles, 
solo renegar de soles con dueños, 
que no iluminan  
a todos los que caminan  
o se arrastran, 
o tropiezan con sus pies…

Los que confiesan sus secretos  
se aproximan al patíbulo, 
me incluyo. 
Sé que no existen paredes sin oídos,  
solo redes infinitas,  
pero intuyo la salvación,  
crezco,  
fluyo 
en silencio como un pez  
sin público  
y sin el juez  
que me juzgue,  
no poseo máscaras,  
yo solo veo  
que estoy naciendo  
al revés…

Fuera de este embrión: 
no existo 
y aquí me he quedado sola. 
Este pensamiento viola 
el espacio, 
pero insisto en florecer, 
yo resisto la tentación de saltar. 
Aquí no queda lugar para bosque 
y utopías, 
solo encuentro piedras frías 
y no me puedo abrigar.

III 
La niña no tiene miedo, 
está lejos, 
no hay peligro. 
Yo me detengo, 
no emigro hacia la nada, 
me quedo sin estrategias, 
no puedo gritar, 
pero no me importa, 
porque el futuro se corta 
como un tallo, 
una cabeza, 
mi boca no es la que reza, 
mi útero no es el que aborta. 
Hay más niños, 
hay más flores 
creciendo sobre la escarcha; 
yo solo siento la marcha 
de ansiedades y temores. 
No distingo los colores 
porque lo vivo me duele 
y mi cuerpo nunca suele ir de rojo, 
le disgusta la expectativa, 
le asusta 
que la muerte también vuele disfrazada.

Hay tulipanes 
que hacen la realidad. 
Lejos queda la ciudad 
doliendo como alacranes en el pecho. 
¿No hay divanes para interpretar mis sueños? 
Serán nefastos, 
pequeños, 
imposibles, 
delirantes, 
neblinosos o brillantes, 
serán caprichos o empeños?

La campana no se anuncia, 
es la pérdida habitual. 
Esta obsesión no es normal, 
ni el temor, 
ni la renuncia. 
No soy yo la que pronuncia este discurso, 
el origen no lo contengo 
—corrigen mis palabras «los expertos»: 
En mi interior hay desiertos  
y columnas que se erigen solitarias—.

Ya no entiendo de cactus, 
ni sensitivas, 
solo plantas invasivas me rodean, 
no comprendo la ironía, 
yo dependo solamente de mis manos. 
Sin descendencia, ni hermanos, 
la casa no se sostiene. 
Pero Dios también previene 
la caída y los gusanos.

Fuera de este embrión:  
la muerte es elección,  
es un juego.  
No la busco, no la niego, 
no me asusta ni divierte. 
Solo escucho que me advierte 
de mis pasos, 
del futuro. 
Ni en las luces, ni en lo oscuro, 
ni tristeza, ni alegría: 
solo la casa vacía 
y un cántico que murmuro.

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