Marcelo Pogolotti en su oficio de soledad

Quedó ciego a los 36 años en el lienzo más oscuro de su vida. Se acodó entonces sobre el buró, resignado, en el vacío de una máquina de escribir y una hoja en blanco. El Intelectual (1937), obra afamada dentro su corto periplo por las artes plásticas, fue la revelación de ese estado angustioso que lo embargó un año después cuando perdió repentinamente la vista, debatiéndose en el propio semblante, por él figurado, de aquel hombre sin ojos.

Su hija, Graziella, reconoce en la pieza mucho de confesión personal, «… es todavía dueño de un espacio, pequeño sin dudas, el de su tarea, el de su conciencia, el de su responsabilidad. Ahí habrá de librar su combate. En ese, uno de sus últimos cuadros, había quizás también algo de premonitorio. Muy pronto, obligado a renunciar a la pintura, en la máquina de escribir continuaría su oficio de soledad y de búsqueda de comunicación».

Marcelo Pogolotti nació en La Habana el 12 de julio de 1902, pero vivió la mayor parte del tiempo fuera de Cuba. Con catorce años inició, casi por compromiso familiar, los estudios de ingeniería en Estados Unidos. La muerte de la madre alteró, sin embargo, sus aspiraciones. Decidió entregarse a la pintura e ingresó en el  The Art Students’ League de Nueva York. En 1927 regresó a la isla para participar en la Exposición de Arte Nuevo, evento que reunió a una generación de pintores enfrentada a la inercia del academicismo. Fue  para él su punto de partida. En Europa, luego, hallaría la armazón para llevar al óleo cada una de las inquietudes estancadas.

Como casi todos los vanguardistas cubanos de la época, hizo carrera en el viejo continente. Se apertrechó en París del surrealismo y del movimiento futurista italiano. Sus piezas transitaron del maquinismo estilizado a la conjugación con figuras humanas en composiciones cubistas y abstractas. No por gusto el novelista y crítico de arte Alejo Carpentier lo  consideró el pintor de técnicas e ideas más avanzadas en nuestro país. «Organiza mundos plásticos con elementos imaginarios… A veces, aventurándose más aún en terreno poético, Pogolotti nos ofrece concepciones encantadoras que tienen un valor de imágenes líricas, perfectamente logradas», apuntó el autor de El reino de este mundo.

Marcelo representó entonces la vertiente pictórica de mayor compromiso político. Consagró su arte a la defensa de la clase obrera como crítica a las condiciones de sometimiento y explotación, en cuadros; no obstante, dominados por los lenguajes de la modernidad. Algunos trasuntaron disímiles realidades del capitalismo (Cronometraje, Siglo XX, El matón); en tanto otros, reflejaron la lucha del proletariado nacional durante el periodo de la seudo-república. Tal es el caso de Paisaje cubano (1933), exponente cumbre de la problemática social de la época.

Sobre la vocación marxista inherente al quehacer del virtuoso, el ensayista Juan Marinello alegó: «Es frecuente combatir a un arte vital y revolucionario aduciendo que con él se cae en la propaganda debilitando su mejor destino. Creo que el dibujo y la pintura de Marcelo Pogolotti dejasen en evidencia esta maliciosa objeción. Bastaría con pedir respuesta a esta pregunta: ¿Pierde la obra de nuestro amigo su calidad, su singularidad eficaz, por acoger en ella la presencia palpitante de la lucha de clase, elevadas a pugnas culminantes y decisorias vividas por el creador? La buena pintura lo es cuando concentra valores plásticos auténticos […]. Buena parte de la pintura de Pogolotti se encarga de darnos noticias de la epopeya de nuestro tiempo. Por fortuna, la pintura social, revolucionaria, de Marcelo Pogolotti es la culminación de muchas búsquedas enriquecedoras. De ahí viene su poder y su excelencia».

Pese a vivir casi de modo permanente en el extranjero —incluso después de ciego radicó varios años en México—, la distancia no fue impedimento para sentir y encarnar a Cuba  con profundo conocimiento de su cotidianeidad, raíces y elementos identitarios.  Según Graziella, «nunca fue un desarraigado. Conservó siempre en su memoria, con mucha precisión la imagen de su ciudad, la descripción exacta de las calles, de la arquitectura de las casas y, sobre todo, del drama social de su país. Quizás el rasgo fundamental de su conducta fuera el de la fidelidad a su tarea de intelectual, a la patria, a los ideales del socialismo».

A 115 años de su natalicio, de él son casi nulas las referencias. La persona de Marcelo Pogolotti habita en inexplicable silencio aun cuando simboliza la cima más elevada de los vanguardistas cubanos, no solo por el carácter transgresor de la formulación artística, sino por el contenido ideológico que impregnó a sus lienzos. Encuentro entre dos épocas fue el último que pintó antes que la oscuridad lo cegara y debiera entregarse, sin remedio, a la escritura: absorto en la habitación, frente a la máquina de escribir, la hoja en blanco y la muerte siempre al acecho.

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