El pequeño inventario de Maikel

A la hora de enfrentar la página en blanco no duda ni teme: otro es su proceso de creación. Maikel José Rodríguez Calviño crece sin inquietud, sin enfrentarse a largas y agotadoras instancias de la competencia. En su historia de vida florecen ya algunos de los más relevantes premios que, dentro de nuestra Isla, se otorgan a los autores de literatura infantil y juvenil. En sus libros, uno puede imaginar al Maikel niño, al Maikel escritor, al Maikel-de-otro-mundo, a las páginas de Maikel, las suyas, las que escribe para darle voz a ciertos personajes que, desde quizás una dimensión paralela, aguardan por él.

En tu ejercicio cotidiano de escritura, ¿percibes una diferenciación en cuanto a tu proceso de trabajo cuando te enfrascas en la creación para niños y jóvenes si tuvieras que compararla, por ejemplo, con tu trabajo como crítico de arte?

Ante todo, me considero un escritor. Escribo narrativa, escribo comentarios o reseñas sobre artes visuales, pero escribo, al fin y al cabo. El asunto está en cotejar las ideas y las palabras en función de lo que cada especialidad presupone. Las estrategias que te permiten construir un cuento o redactar un artículo sobre la obra de determinado creador son diferentes, pero tienen puntos en común. Yo trato de respetar las diferencias y aprovechar las similitudes. Suelo «narrar» cuando asumo el estatus crítico, y muchas veces incluyo motivos artísticos en los argumentos de cuentos o novelas. Nunca he establecido una diferenciación clara entre una u otra cosa, como tampoco veo fronteras demasiado precisas entre artes visuales y literatura. Ambas conforman lo mismo: el arte. Asimismo, narrar o criticar son dos de las tantas facetas que posee la literatura.

¿Hasta qué punto influyen la visualidad, el mundo de las artes plásticas y el oficio de crítico en tu trabajo como escritor de literatura infantil y juvenil?

Desde que empecé a escribir, siempre me propuse acercar a los jóvenes al mundo del arte mediante la narrativa, y para eso hago constantes referencias a pinturas, esculturas y edificios que pudieran encontrar a su alrededor, o ver en las páginas de un libro. También me intereso por esas manifestaciones que conforman el patrimonio inmaterial de la humanidad: mitos, leyendas, sistemas de creencias y pasajes folklóricos de diversas culturas. A veces, en medio de una novela o de un cuento, emito criterios de valor sobre esta o aquella obra, describo una pintura, explico el significado de algún símbolo o alegoría… todo en función de la historia que quiero escribir. Por consiguiente, mis oficios de crítico y narrador están muy relacionados, y creo que no podría separarlos aunque quisiera. Tampoco es algo que me preocupe. Ambos conforman lo que soy y los defiendo con la misma pasión.

Por otra parte, la visualidad es un elemento muy importante en mi obra. Suelo visibilizar detalladamente a los personajes ante de hacerlos hablar o moverse, y me gusta describir los espacios donde estos se desenvuelven. A veces, mientras escribo, me da la impresión de estar viendo una película que ocurre frente a mis ojos, y que yo trato de llevar al papel. Hay cuadros que narran una historia. Entre mis grandes frustraciones está el no haber sido pintor. Por consiguiente, al escribir, trato de pintar con palabras.

¿Cómo enfrentas el proceso creativo? Un libro, para ti, ¿qué debe poseer para resultar interesante?

Solo escribo cuando estoy bastante seguro de lo que quiero decir. Suelo elaborar mentalmente la historia durante mucho tiempo, «ensamblando» la trama principal, diseñando personajes, aclarando dudas y colocando en su lugar los detalles que me parecen más importantes. De alguna manera, el cuento o la novela se van construyendo solitos, en algún apartado rincón de mi cerebro. Allí se alimentan, crecen, se expanden y, cuando vengo a ver, ya están bastante crecidos. Durante ese proceso, suelo investigar a fondo los temas que voy a trabajar. Una vez he reunido la información suficiente, me acomodo frente al teclado (escribo directamente en Word, sin manuscritos ni anotaciones previas) y empiezo a verter la historia a la página en blanco. Nunca me he puesto a contemplar el cursor para ver «qué se me ocurre», ni he dejado de escribir porque no sé a dónde van los protagonistas, o cuál será el próximo punto de giro en la trama.

Respondiendo a la segunda mitad de la pregunta, pienso que un buen libro debe ser una mezcla muy precisa de entretenimiento, calidad literaria y valor comercial. La lectura es un encuentro con la maravilla y con nosotros mismos, y ese encuentro debe ser agradable, proponer un reto, entretener y educar al mismo tiempo. Sin ñoñerías, tapujos, didactismos baratos o simulaciones de ningún tipo. Por extensión, los libros constituyen desafíos, son puertas que se abre a lo terrible y lo desconocido, a la belleza y al goce, a la aventura y lo inconcebible, y uno debe de trabajar en función de eso. Con los ingredientes adecuados, un poquito de alquimia y sin recetas fijas, se pueden lograr maravillas.

¿Cómo ha sido tu experiencia en los concursos? ¿Los consideras la mejor manera que posee un joven para abrirse paso en la jungla literaria que nos ha tocado vivir?

A todos nos gusta obtener premios, ser reconocidos por lo que hacemos, garantizar la publicación de algún libro. En este sentido, los concursos contribuyen a visibilizar la obra de autores jóvenes o desconocidos, y eso es muy importante. También implican un ejercicio de selección (de «curaduría», para aplicar un concepto propio de las artes plásticas), y sin lugar a dudas contribuyen a abrirnos paso en esa tan mentada y temida jungla. Hay autores que los aprovechan y se arriesgan; otros no creen en ellos, o no se sienten motivados a participar. Mi experiencia ha sido positiva, y me ha servido para dar a conocer parte de mi trabajo. De hecho, de los tres libros que ha leído el público cubano, dos han visto la luz a raíz de sendos galardones literarios, y el otro obtuvo un premio tras su publicación. O sea, que en materia de concursos me ha ido bastante bien, y me siento muy afortunado por ello.

¿Sientes que existe un estilo “jovenâ€, “posmodernoâ€, “actualâ€, de escribir la literatura enfocada en los niños y/o jóvenes?, ¿o tal vez crees que cada proceso parte de la individualidad, del espíritu propio de cada creador, con sus rasgos independientes?

Pienso que el acto escritural es un ejercicio solitario e individual, que parte y depende de tus carencias, aprendizajes, deseos y necesidades. A la hora de escribir, apuesto por la sinceridad y el respeto a tu voz interior, lo cual trasciende modas u oportunismos en materia creativa. Apuesto por celebrar las diversidades y ensalzar lo que nos une. Amén de particularidades y diferencias, el trabajo de muchos pintores contemporáneos conforma una corriente, un estilo, una tendencia. Lo mismo ocurre con los escritores: juntos vamos construyendo el rostro literario de nuestra nación, y mientras más plural y diáfano sea ese rostro, más atractivo resultará para quien lo contemple.

Ahora, determinar si existe un estilo joven, posmoderno o actual en la literatura infanto juvenil producida hoy en Cuba, requeriría de una investigación detallada y profunda. En este sentido, espero que los filólogos estén haciendo lo suyo. No obstante, sí creo distinguir un interés en determinados autores por reflejar problemáticas actuales que atañen de manera directa a niños y jóvenes. Durante mucho tiempo, los autores de LIJ cubana han producido obras destinadas a una infancia idílica, bucólica, libre de conflictos, inseguridades, temores, odios: o sea: a una infancia que nosotros deseamos para nuestros hijos, en la que creemos que ellos viven, o que intentamos construir para evitar que nada malo les suceda, o tal vez para que no sufran los mismos traumas o golpes que sufrimos nosotros.

Afortunadamente, está demostrado que la niñez es un periodo tan complejo, rico y fascinante como la juventud, la adultez o la tercera edad, y que está plagado de problemáticas y situaciones conflictivas de muy diverso tipo. En ese período se construyen las identidades, nos cuestionamos nuestro lugar en el mundo, aprendemos a conocernos y a conocer a los demás, sufrimos las consecuencias que se derivan del comportamiento de los adultos… Por consiguiente, necesitamos autores capaces de abordar esos problemas, e incluso de proponer soluciones. Debemos apostar por una literatura infantojuvenil que sea espejo de sus audiencias, que esté en estrecho contacto con los conflictos de quienes la consumen, que no esté desfasada con respecto a su público, y que no ofrezca una imagen distorsionada, edulcorada o «sinflictiva» de la niñez. En este sentido, cabe destacar el trabajo de autores jóvenes como Eldys Baratute o de otros con mayor experiencia, como Enrique Pérez Díaz o Luis Cabrera Delgado, quienes han trabajado en varias ocasiones tópicos incómodos, difíciles, pero igual de apasionantes, útiles y necesarios.

Se ha hablado mucho del temor a la página en blanco, ¿te sucede?

Nunca me ha ocurrido, ni tampoco he sufrido el llamado «bloqueo del escritor». Eso sí: creo que me asustaría mucho el día en que no se me ocurra una buena idea para escribir un cuento o una novela.

En tu aval de premios se recogen algunos de los más importantes lauros que se conceden en Cuba a los escritores de LIJ: La Edad de Oro, La Rosa Blanca, la Beca “La Noche†y ahora, finalmente, también el Calendario toca a tu puerta, ¿cómo valoras esta travesía, este recorrido de satisfacciones? ¿Cuáles son los aspectos positivos y negativos de obtener premios de tamaña envergadura?

Hasta el momento, el viaje ha sido emocionante y vertiginoso, lo cual me llena de felicidad y agradecimiento. Aún me faltan varios premios por ganar, pero confieso que no trabajo en función de ellos. Cuando las convocatorias llegan a mí, busco entre los proyectos literarios que tengo aquel que mejor responde a las bases, y lo presento. Muchas veces eso es un problema, pues tengo la mala costumbre de escribir libros largos (sobre todo en el caso de las novelas), y con la mitad de los capítulos cubro el máximo de cuartillas que exigen las convocatorias. Eso trae como consecuencia que mis mejores textos, esos en los que dejo fluir al narrador con total libertad, no pueden participar en concursos debido a su extensión. En mi opinión, una historia debe ocupar tantas páginas como necesite, pero desgraciadamente los que organizan las convocatorias o habrán de imprimir el libro no opinan lo mismo.

Por otra parte, ganar concursos de esa relevancia implica tremenda responsabilidad. Un reconocimiento así es algo que te acompaña toda la vida, y uno debe honrarlo con los trabajos posteriores. Obtener el Premio La Edad de Oro o La Rosa Blanca, y después escribir algo que yo mismo escondería en el hueco más oscuro y polvoriento de mi librero, no me parece muy coherente que digamos.

Con respecto al Calendario, no quería abandonar la AHS sin obtenerlo. Es un reconocimiento que todos los jóvenes escritores del patio hemos soñado con ganar en algún momento. El año pasado obtuve mención en el mismo certamen por la novela Cerezas al óleo (actualmente en proceso de publicación por una editorial colombiana), y recibí el reconocimiento con mucho gusto, pero supongo que no me conformé con eso y decidí participar nuevamente.

¿Crees que se puede hablar de una competencia sana entre el gremio de escritores cubanos, fundamentalmente entre los jóvenes? ¿Existe una ética de la escritura?

Competencia implica formar parte de una carrera por ocupar un puesto, y yo soy muy poco dado a ese tipo de contiendas. De hecho, apenas me relaciono con otros escritores (no sé si eso es una ventaja o un problema), aunque trato de conocer sus trabajos y leerlos con ojo crítico. Me preocupo más por escribir, lo cual es, en última instancia, el objetivo primordial de todo autor. La literatura no es un título nobiliario que exhibir, ni un puesto que defender, sino, ante todo, creación, y eso implica tantos dolores de cabeza que no me queda tiempo para preocuparme por carreras de velocidad o de relevo.

Unos ven en el acto de escribir una oportunidad para expresarse y dar rienda suelta a los demonios que les bullen dentro; otros piensan que es una oportunidad para ganar prestigio y sobrevivir económicamente. En realidad, la ética escritural que fundamenta el trabajo de determinado autor es algo que no podemos controlar, pues no depende solo de los que nos preocupamos por ella. Más me interesa que apliquemos una ética editorial, o sea: que se trate de publicar lo mejor y más interesante, no importa de dónde venga ni quién lo haya escrito.

Si tuvieras que quedarte con uno de tus libros —uno solo—, ¿cuál sería y por qué?

Quiero a todos mis libros con igual intensidad (incluso a los que aún no se han publicado), pero con cariños diferentes. Si debiera escoger uno solo para mantenerlo a mi lado, sería el Pequeño inventario de monstruos, un ensayo sobre mitología comparada que permanece inédito. En él reúno alrededor de 250 criaturas fantásticas de diversas mitologías del mundo. Es un libro muy divertido y bastante extenso, en el que he trabajado durante cuatro años, y que está inspirado en los antiguos bestiarios medievales. Es uno de esos textos que surgen por «necesidad»: o sea, que no encuentro al entrar a las librerías y, por consiguiente, decido escribirlo yo mismo. Casi toda mi obra se sustenta en ese principio. Además, al ser un libro tan largo, de seguro podrá hacerme compañía hasta que yo pueda escribir otro.

Con La isla iluminada te alzas con el Premio Calendario 2017 en la categoría de LIJ, ¿qué esperas del libro y qué podrías comentar a los lectores sobre él?

La isla iluminada recoge nueve cuentos, protagonizados por niños y niñas, que exploran diversas problemáticas relacionadas con el universo infantil y juvenil. Entre esos tópicos están los procesos de construcción de identidades, los conflictos que se generan al interior de las familias disfuncionales, la violencia psicológica entre padres e hijos, el uso de la imaginación como estrategia de supervivencia en un medio hostil, la relación entre los niños y sus mascotas, el acoso escolar, el valor de la amistad y la importancia de aceptarnos tal cual somos, e incluso de sacarle provecho a nuestras supuestas desventajas. Algunas historias poseen un fuerte carácter intertextual, e incorporan a criaturas o deidades pertenecientes a la mitología grecolatina (las diosas Tyche, Iris y Nix, o monstruos como las harpías, la Quimera y la Esfinge), mientras que otros proponen una mezcla entre humor, ironía, desacralización y terror, algo que también está presente en muchos de mis cuentos ya publicados. Me gustan los libros capaces de generar más preguntas de las que responden, y creo que La isla iluminada entra en esa categoría. Como siempre, espero que el público lo disfrute y me dé sus opiniones luego de leerlo.

¿Crees en las influencias que puedan ejercer sobre ti la escritura de otros autores? ¿Cuáles serían estas?

Suelo decir que los narradores somos la suma de todos los narradores que hemos leído. De alguna manera, sus obras se transparentan en las nuestras; ellos viven en nuestras palabras, como mismo nosotros vivimos otras vidas al leer las suyas. Influencias tengo muchas, clásicas y contemporáneas, cubanas y extranjeras, que van desde Hesíodo y Ovidio hasta Dan Brown y Stephen King, pasando por Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Lovecraft, Manuel Mujica Láinez, Tolkien, Oscar Hurtado y Samuel Feijóo (la lista puede ser bastante larga). De ellos, que releo constantemente, trato de aprender lo mejor e identificar lo menos acertado. Sin embargo, a la hora de escribir, intento crear un estilo distinguible, sustentado en el correcto manejo de la información y la resolución de conflictos interesantes, con altas dosis de rigor histórico, fantasía, intertextualidad y humor. Algunos amigos que leen mis obras me catalogan de escritor culterano, y es posible que así sea. En efecto: el arte, la literatura, y la cultura en general cuentan entre mis más grandes motivaciones a la hora de escribir.

El primer libro que te cambió la vida.

Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez.

Un sueño literario (inconfesado).

Obtener el Premio Andersen (soñar no cuesta nada, ¿verdad?).

¿Hasta dónde quieres llegar?

Hasta escribir todas las historias que tengo en la cabeza.

Un autor con el que te gustaría escribir tu próximo cuento o novela a cuatro manos.

Carlos Ruiz Zafón.

Un personaje de LIJ que te habría encantado escribir.

Gollum, de El hobbit.

Un personaje de LIJ que te habría encantado ser.

Peter Pan.

La definición de un libro inolvidable.

Una huella grabada para siempre en el alma y el corazón.

La definición de un libro olvidable.

Un montón de palabras que se lleva el viento.

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