Luces para un relato sombrío

Fue letra impresa por primera vez en las páginas del Southern Literary Messenger y las reacciones no se hicieron esperar. Los lectores, profundamente horrorizados ante la violencia física referida en sus párrafos, expusieron las quejas al director del diario, quien exigió al autor la creación de una versión más «ligera», publicada cinco años después. Se trata de Berenice, relato dado a conocer por Edgar Allan Poe en 1835, y uno de los primeros en la vasta obra narrativa del también poeta, periodista, crítico y editor estadounidense.

El fallecimiento de la mujer amada, la fugacidad de la belleza física, las angustias del entierro prematuro, las obsesiones de la mente enferma: Berenice reúne varios de los principales ingredientes utilizados por Poe a la hora de narrar. Egaeus, su protagonista, sufre de un trastorno psiquiátrico llamado monomanía. Es decir, que solo puede pensar en una idea; en este caso, contemplar los dientes de su prometida; quien, a su vez, está aquejada por otro extraño padecimiento que desemboca en una inhumación en vida y la correspondiente profanación del supuesto cadáver. Dichos elementos, combinados con un riguroso pulso narrativo y una indiscutible capacidad de sugerencia, hacen de esta pieza literaria un verdadero clásico de la literatura de terror.

En él se inspiró el joven artífice Omar Batista Jiménez para gestar las piezas de Berenice, muestra personal que por estos días acoge la galería Rubén Martínez Villena. Dicha propuesta, consecuencia de la más reciente Beca de Creación El reino de este mundo otorgada por la Asociación Hermanos Saíz (AHS), recoge siete ilustraciones, transformadas en cajas de luz, que recrean varios pasajes del relato rubricado por el autor de los no menos célebres cuentos Ligeia, La caída de la Casa Usher y El corazón delator.

A simple vista percibimos la habilidad de Omar para trabajar el dibujo. La economía de recursos es notable, pues con un solo color (rojo) recrea espacios arquitectónicos, personajes, muebles, objetos y vestuario. Las atmósferas resultan lúgubres y teatrales, ricas en golpes de luz dados por el adecuado empleo de los valores (blanco y negro, tratados igualmente en calidad de colores), lo cual guarda estrecha relación con la especialidad que actualmente cursa el artista. La mayoría de las figuras fueron resueltas de la manera más sencilla posible y estructuradas a partir de áreas casi puras, poco contaminadas con las siluetas circundantes. También destaca el adecuado tratamiento de la tipografía escogida para insertar los fragmentos del relato en cada ilustración; así como, su distribución al interior de las composiciones. Las frases van desgranándose paulatinamente, aumentando poco a poco la curiosidad de los espectadores, quienes, tras recorrer la muestra, habrán de interesarse por la historia completa o volverán a ella en busca de ese singular placer que solo proporcionan las relecturas.    

 

No menos interesante resulta el hecho de que la realidad pictórica haya desbordado su fronteras e invadido los alrededores, cuyos muros fueron transformados en amplificadores visuales o enormes «pantallas» que potencian detalles específicos de cada obra. La galería Villena devino, entonces, en un espacio interactivo, cuyos límites apenas logran contener la esencia de los relatos visual y literario propuestos, respectivamente, por Omar y Allan Poe.

Este estrecho vínculo entre el contexto, técnicas tradicionales (los dibujos fueron originalmente ejecutados en plumilla sobre cartulina), nuevas tecnologías y el ejercicio del enviroment no deja fuera las vivencias del artista, cuyo evidente gusto por la literatura queda explícito en esa última frase que deviene testamento vital o terrible confesión del propio Egaeus. Como mismo el desdichado antihéroe invirtió años de infancia y juventud devorando libros, el ilustrador se ha dejado seducir por los irresistibles cantos de sirena que emiten las páginas de un buen relato o de una buena novela, hasta el punto de urdir un ejercicio visual cuya concepción devela problemáticas vinculadas a la lectura; a saber: su importancia en el desarrollo personal e intelectual del individuo y la necesidad de impregnar con ella los espacios cotidianos. Vemos, entonces, que la idea de la obsesión se reitera y es empleada con acierto e inteligencia: obsesión de Egaeus por la dentadura de Berenice, obsesión del lector por la palabra impresa, y obsesión del dibujante porque líneas y frases lo invadan todo, nos rodeen y abracen con su poder y calidez, con su belleza y horror.

No obstante, pienso que el estrecho diálogo entre imagen, texto, diseño y espacio ofrece tanto ventajas como dificultades. En primer lugar, devolvió una exposición inusual y sugerente dentro del arte gráfico cubano más actual, donde no abundan las muestras o los proyectos curatoriales encaminados a visibilizar y mostrar el trabajo de nuestros ilustradores. Además, el soporte seleccionado por el creador aportó valor simbólico, pues las cajas de luces remiten tanto a las prerrogativas del acto escritural (en cuanto intento por arrojar luces sobre el umbroso caos que representa toda historia pendiente a ser contada) como al acto iluminador que implica leer.

Sin embargo, las cajas (protagonistas reales de la muestra) tienden a disolverse en las imágenes de fondo. O sea: que en ocasiones no existe una clara jerarquía entre las piezas principales y sus «amplificaciones», entre las obras como tal (llega el punto en que se puede prescindir de ellas) y los dibujos sobre las paredes, lo cual pudiera entorpecer la apreciación de los espectadores y debiera trabajarse con mayor claridad en el futuro. Estamos, pues, ante una muestra perfectible, que pudiera madurar aún más y ofrecer desde lo museográfico soluciones más nítidas y acertadas, pero sin perder su capacidad de sugerencia.  

Nuevamente las becas y premios otorgados por la Asociación Hermanos Saíz (AHS) evidencian el rol protagónico que desempeñan en el desarrollo profesional de los jóvenes intelectuales del patio. Berenice da prueba de ello, pues constituye un nuevo paso en el camino estético que Omar Batista Jiménez ha escogido recorrer. Solo espero que repita la experiencia tomando como punto de partida obras de escritores cubanos, pues sin lugar a dudas contamos con varios exponentes de la literatura fantástica y de terror (entre ellos Oscar Hurtado, María Elena Llana, Ángel Arango y Marcial Gala) cuyas febriles páginas aguardan por dibujantes e ilustradores que, tecnología y talento de por medio, sean capaces de transformarlas en ventanas luminosas.

Mientras llegan esos posibles trabajos, acerquémonos a las ilustraciones de que hoy nos propone Omar y reparemos en el instrumental ensangrentado, en los libros que esperan, en esas treinta y dos blancas piezas de marfil (fetiche psicoanalítico, psicosis narratológica) que, si bien no aparecen en los dibujos, están allí, camufladas por la cruda luz derramada en cada escena.

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