Orishas


Tres mujeres: entre lo real y lo maravilloso

El día 8 de marzo se considera como un día festivo y conmemorativo; sin embargo, hubo acontecimientos históricos que condujeron a que ese día se convirtiera en el Día Internacional de la Mujer. Fue en la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas (Copenhague, 1910) en donde se constataba que las mujeres estaban ocupando un vigoroso lugar en las luchas de la clase obrera, al punto de “convertirse en una fuerza social que no puede ser ignorada en el proceso de la lucha por la igualdad de género”, y donde se votó por este día anual de lucha por la emancipación de la mujer.

Antoñica Izquierdo, la milagrosa cubana que curaba con el agua/ tomada de tococuba

Allí se dejó la fecha de realización a cada país. En Cuba, este día ha servido para homenajear y recordar a grandes mujeres que han marcado la historia de la nación. Pero nunca se recuerda a las mujeres que han sido portadoras de las tradiciones y los imaginarios sociales que sostienen culturalmente el archipiélago cubano.

La primera de esas mujeres es Antoñica Izquierdo, famosa espiritista que nació en Pinar del Río en 1899 y que se decía que curaba con agua. Según cuenta la tradición, cuando uno de sus hijos estaba muy enfermo y no había modo de curarlo por la precariedad en la que vivía, la Virgen María se le apareció y le enseñó cómo podía curar con agua.

Antoñica hizo lo mismo que le dijo la Virgen y, milagrosamente, su hijo se sanó. Tiempo después, La Madre de Dios le comunicó que hiciera lo mismo con las demás personas y con la frase «Perro maldito,  vete al infierno» libraba a las personas que buscaba su caridad de la enfermedad que padecían. La vida de ella se refleja en la película Los días del agua, del año 1971 del realizador Manuel Octavio Gómez. Como era una figura apolítica le decía a sus seguidores que se abstuviera de participar en cualquier acto político, por eso los decisores de la época la internaron en Mazorra alegando que estaba loca y que sus prácticas no eran más que actos de brujería. En dicho lugar murió en el año 1945. Hoy día, en Viñales, en uno de sus mogotes, se pueden encontrar sus seguidores conocidos como los «Acuáticos».

La tumba de Leocadia Pérez Herrera: uno de los sitios más visitados del Cementerio de Colón/ tomada de todocuba

Otra mujer de igual fama y caridad fue la habanera Leocadia Pérez Herrera, nacida el 9 de diciembre de 1893 en el poblado de Güines. Como era una espiritista que practicaba el llamado “espiritismo cruzado” cuando caía en trance pasaba un ser llamado Hermano José, que según se cuenta, realizaba milagros. Las investigaciones contrarias a lo que cuenta la tradición oral aseguran que Leocadia solo consultaba con perfume, flores y agua, y lograba conectarse con el Hermano José que muchos llamaban Tá José.

Uno de los mitos que acompañan esta leyenda es el retrato del Hermano José; se dice que el espíritu esclavo se le apareció a un pintor ciego y este, guiado por el ente, captó cada trazo de su rostro. Dicho cuadro precedía las consultas espiritistas.

Muchos fueron los hombres y mujeres de fama que Leocadia acogía en su casa, entre los que destacaban artistas y políticos. También fue muy venerada por personas de bajos recursos a la que ayudaba sin recibir retribuciones.

Leocadia Pérez Herrera murió el 3 de junio de 1963 y fue enterrada junto al lienzo del Hermano José, en un féretro de bronce. En la barriada de la Víbora se le construyó un templo, en su honor, en la calle Santa Beatriz No. 52.

En la actualidad, Leocadia Perez Herrera y el Hermano José son venerados por muchas personas, quienes les hacen ofrendas en su tumba que se encuentra en el Cementerio de Colón en La Habana, al tiempo que tocan las argollas piden deseos y colocan los ramos de flores. Se dice que es la segunda tumba más visitada en dicho cementerio, después de la de La Milagrosa. Cada 19 de marzo, día de San José, el lugar se llena de personas que van a escuchar también el violín que le ofrecen, donde es posible escuchar temas como El Ave María y La Bella Cubana.

La última de estas mujeres fue Aurelia Crespo (Ochún Miguá), una santera que nació el 9 de junio de 1909 en Corral Falto, un poblado de Matanzas. La trascendencia de Aurelia radica que fue la primera santera en instaurar la tradición del Violín para Ochún.

tomada del mundo místico y de los orishas

Según cuanta la historia, la Venus Lucumí se le apareció en un sueño y le pidió para su celebración una música diferente a los tamboreros que tan comúnmente se escucha en las fiestas a los Orishas (Wemileres). Es así que se le ocurre darle el Violín para Ochún, hecho que ocurrió el 12 de septiembre de 1941 en la calle San Rafael, esquina San Diego del barrio de Pueblo Nuevo de la ciudad de los puentes.

Aurelia Crespo murió el 29 de septiembre de 1977 y es reconocida en el mundo de la santería por este hecho. Parte de los objetos que rituales que utilizaba para la adoración de su Ángel de la Guarda se encuentran en el Castillo de San Severiano y San Carlos de Matanzas, donde las personas pueden conocer sobre la vida y obra de estas mujeres y las tradiciones de matriz africana en esa urbe del occidente del archipiélago cubano.

Como Antoñica, Leocadia y Aurelia a lo largo de la historia han existido diferentes mujeres con estos dones como Titina en las Tunas, Juana Pérez de Camagüey y La Milagrosa de Contramaestre. Por eso sirvan estas palabras para homenajear a todas las mujeres que son portadoras de la cultura popular tradicional cubana, en el día especial de las féminas.


Hacia una nueva “travesía”

Para nadie es un secreto que en los últimos años el Conjunto Folclórico de Pinar del Río no transitaba por sus mejores momentos. Sin embargo, ahora mismo nos ha sorprendido. Travesía, el nuevo espectáculo que presenta este elenco, encierra una serie de valores artísticos y humanos que nos demuestra el salto cualitativo y cuantitativo que, en menos de un año, ha experimentado en el plano creativo la agrupación de danza folclórica.

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Bailar con los orishas

Ha sido todo un éxito la presentación los días 5, 6 y 7 de setiembre del Ballet Folclórico de Oriente en Pinar del Río.

Lo primero que observamos y nos complace en el programa que subió al Teatro Milanés, es un amplio muestrario de obras de diferentes vertientes dentro de la danza folclórica, que evidenció la efectividad de la investigación y el rescate de estas, llevado a cabo en todo lo más naciente del país (Tunas, Yateras, Santiago de Cuba, Guantánamo) por el Ballet Folclórico de Oriente.

Cada día, en el coliseo pinareño predominó una práctica danzaria folclórica determinada: el jueves 5, danzas franco-haitianas, viernes 6, selección yoruba, y el 7, repertorio popular (carnaval fundamentalmente) que han sido hitos en la nómina creativa histórica de la agrupación santiaguera. 

En los llamados Frescos[1], “Bembé”, “Biche”, “Petró”,“Los Oggunes”, “Tempo Nagó”, “Ivo y Congo”, “Maní”, “Estampa del carnaval” y las obras de mayor formato, El nacimiento de Oggún Balenyó, de Ernesto Armiñán; Yemayá y el pescador y Oda al tambor, coreografías de Antonio Pérez, apreciamos y nos cautiva fundamentalmente la intensidad, el dinamismo, la belleza en la composición escénica, la simpleza pero la precisión del movimiento coreográfico y los cuerpos danzantes que derrochan energía, y que nos devuelven viva la herencia danzaria folclórica del oriente, con sus particularidades a la hora de concebir la movimentalidad en el caso de los bailes de los orishas.

Particularmente en Yemayá y el pescador, la más definida y lograda como relato escénico entre las piezas que presenciamos, vale mucho el gesto del coreógrafo que hace coexistir, híbrida la danza folclórica, la herencia yoruba, con el legado de la danza moderna cubana, (que es una apropiación muy particular de la Técnica Graham), para ofrecernos un resultado nuevo, rico en sus matices (nuevos pasos), que no traiciona el legado tradicional, sino que lo actualiza (una gran virtud de la que necesita contaminarse nuestra creación folclórico danzaria nacional).

La obra se mueve entre momentos verdaderamente extasiantes por su intensidad, fuego santiaguero, graficado perfectamente en el solo que ejecuta Yemayá, o por su lirismo en el caso del dúo del pescador y el personaje que asumimos como hija de la orisha.

Del autor.

 Como coreografía, como espectáculo danzario, tiene la cualidad, Yemayá…,  como las demás obras que vimos y que tienen más de 20 años en repertorio de la compañía santiaguera, de mostrarse activa, como que surge ahora mismo para el espectador, porque no renuncia a la esencia de la tradición, a la posibilidad de expandirse por la sala y dialogar con él.

No menos se espera del acompañamiento musical que complementa cada una de las obras que muestra El Ballet Folclórico de Oriente. En ese sentido, hay que reconocer la alta calidad de los músicos instrumentistas y los cantantes, que sin temor alguno se puede decir que como estos hay pocos en el país. Porque más allá de su calidad probada como músicos, se siente realmente que estos no acompañan, estos danzan, con sus voces y toques, junto a los bailarines.

La danza –ha quedado demostrado– puede tener autonomía de la música, pero en este caso, en las obras del Ballet Folclórico de Oriente, prescindir de ella, es descompletar, descolocar cada una de las piezas, pues entre músicos/coreografía/ bailarines existe una rara relación de hermandad, complementariedad, que los hace un todo lustroso.

El Ballet Folclórico de Oriente ha cumplido 60 años de labor ininterrumpida, sin embargo, su cuerpo (obras, bailarines, músicos, maestros) permanece tan activo y juvenil, tal vez como el primer día en que se presentó un 14 de junio de 1959.

 Pinar del Río agradece inmensamente su visita no solo por la calidad artística de las propuestas que llevaron a escena, sino porque movilizaron, como nunca antes, al público, e hizo repensar seriamente la necesidad de sostener espectáculos folclóricos en Vueltabajo, de invitar artistas, de dinamitar la quietad, de crear en serio para el pueblo. Todo eso, en solo tres días, lo logró la agrupación. Sea entonces ovacionada su visita.

[1] Que son llamados “frescos”, los cuales no son más que un muestrario de danzas de diversas proyecciones folclóricas, franco- haitianas, yoruba, populares.


¿Secretos de una tierra?

Hace varios días la Compañía de Danza Folclórica pinareña presentó en el Teatro Milanés un nuevo espectáculo, Secreto de una tierra. Sin embargo, debemos confesar que ni en el pasado año ni en este 2019 habíamos visto una propuesta escénica cuyos méritos artísticos en Vueltabajo fueran tan cuestionables.

Siendo precisos, nuestras inquietudes con relación al más reciente espectáculo que presenta la Compañía de Danza Folclórica pinareña abarcan tanto lo extra como espectacular del hecho danzario. Cuando me refiero a extra espectacular, lo hago pensando propiamente en las notas al programa; las cuales, si bien son breves, se caracterizan por perfilarse desde una vaga retórica que no aclara ni expone cuestiones imprescindibles relacionadas con el núcleo conceptual o los presupuestos estéticos sobre los que se levanta la propuesta.

No han cumplido el objetivo que siempre debe perseguir este tipo de paratexto, el cual tiene la función vital de servir como presentación, comentario e, incluso, de salvaguarda de un fenómeno (en este caso artístico). Así, pues, en el mismo instante de comenzar la puesta, todavía no sabemos qué veremos: ¿un estreno de un clásico, una nueva producción o una simbiosis de los espectáculos anteriores de la folclórica pinareña, los cuales no fueron los más seductores?

Nos queda solo el beneficio de la incertidumbre. Con todo, el detalle de las notas al programa de mano, en el mejor de los casos, puede ser tolerable, pues aunque no cumplen su función, concretamente no definen o establecen la calidad de la proposición danzaria que nos ocupa.

Con relación a Secreto de una tierra apuntamos que, como estreno anual, esperábamos que estuviera defendido por una plausible calidad y precisión discursiva. Pero lamentablemente no se ha cumplido nuestro horizonte de expectativas. Tratamos seriamente de penetrar y rastrear entre las estructuras que apuntalan la más reciente presentación de la Compañía y no encontramos, en primer lugar, un motivo temático concreto, ni siquiera su atisbo. Lo esencial no está expresado tan siquiera de manera abstracta.

Del autor

Una falla garrafal en vista de que si algo es imprescindible en la danza, es la presencia y desarrollo de un motivo temático, ya que de este dependen la implementación y correcto despliegue de los demás sistemas que conforman el hecho danzario (coreografía, bailarines, luces, música). En su libro El arte de componer una danza, Doris Humphrey, señala que todo “comienza –y termina– con el paso más importante: la decisión sobre la idea básica de la cual surgirá la danza. Todo lo demás fluye de esto[1]”.

Por su parte, Ramiro Guerra, padre de la danza contemporánea en Cuba, afirma que “el contenido ya sea concreto o abstracto de la obra (…), debe ser expresado clara y nítidamente a través de la forma danzaria, con independencia total de las notas al programa[2]”. Cosa que, como se ha dicho, no sucede en la puesta de la agrupación de danza folclórica pinareña.

Ante Secreto de una tierra tenemos la extraña sensación que solo apreciamos una mera teatralización de un hecho folclórico, o una presentación de una parte del repertorio musical que se ha creado alrededor de lo folclórico, pero nada más. No hay reflexión alguna que nos podamos llevar. Una realidad que nos incomoda y decepciona, pues creemos que desde la danza aún quedan muchas cosas que decir, y que los profesionales de este arte en Vueltabajo debían cobrar sentido de ello. No son tiempos de la banalidad del arte, de la reproducción vacía y fría, sino de concebir un arte discursivo, de acción.

Estructurada a través del procedimiento coreográfico aleatorio, donde se suceden cuadros danzarios y musicales, debemos confesar que esperábamos mucho más, o por lo menos, una presentación esencialmente danzaria, donde los lenguajes artísticos (música y danza) se sustentaran de manera orgánica.

Sin embrago, curiosamente notamos que las intervenciones de musicales (solistas) tienen mayor peso –se extienden más– que las danzarias. En el hecho coreográfico hay una vaguedad de enfoque de presupuestos creativos y técnicos que hace que nos preguntemos si estamos ante un resultado danzario folclórico o una revista musical con tema folclórico.

Las intervenciones danzarias no han sido pensadas en función de su unidad de estilo y coherencia. Los cuadros de danzas de los orishas no guardan relación unos con otros. En su evidente inconexión, parecen un frío muestrario que no busca nada más que la trillada y arbitraria ilustración de los bailes de santos. Cosa que hubiera sido hasta cierto punto posible (pero no menos cuestionable), en un momento de nuestra historia, donde estos bailes eran casi desconocidos y se trataban de socializar, de reconocerse como nacionales.

Mas, semejante proceder en este momento parece inconcebible, hasta ingenuo. Como también no menos lo parece que, sin la menor justificación, en medio de cuadros de bailes protagonizados por los orishas, aparezca la “Chancleta” y la consiguiente representación escénica a su alrededor. ¿Acaso no hay un criterio sobre lo que es producente en materia de coexistencia de estilos danzarios dentro de un espectáculo de carácter folclórico (visto como teatralización de lo ritual o numénico)?

Ello, desde luego, sucede porque en el espectáculo no hay de fondo una cuidada dramaturgia escénica que haya determinado que la fragmentación, la diversidad de estilos o vertientes danzarias estuviera solo atravesada y en pos de sostener un mismo leitmotiv. Por eso, Secreto de una tierra no se sostiene en una contundente estructura escénica.

Deslices de concepción, técnicos, que hubieran sido hasta cierto punto permisibles a una agrupación novel y de elenco artístico amateur, pero no para un corp de ballet profesional con más de una década de fundado. A cada cual se le exige según se le ha dado, según tiene.

Creemos que la Compañía de Danza Folclórica pinareña debe trabajar seriamente en determinar qué motivo temático defiende y, de ahí, edificar sus estructuras escénicas y una dramaturgia que sustente contundentemente sus espectáculos. Una posibilidad efectiva para esto es pensar en la teatralidad propia del hecho danzario folclórico.

La amplitud de los patakíes –que se debe al antropomorfismo de los orishas, los cuales, como los seres humanos, son presa de conflictos, intensas emociones, dualidades en los comportamientos– constituye un potencial para su teatralización y su puesta en escena danzaria. De la multiplicidad de caminos de los santos se pueden tomar disímiles líneas temáticas, encontrar puntos de contacto entre estas, trazar líneas de acción, encontrar una integración de las mismas y transformarlas en una fábula escénico-danzaria.

Así surgiría una coreografía original, todo un espectáculo novedoso, donde afloren procedimientos coreográficos, soluciones que estarían al servicio de abordar, desde lo narrativo o lo abstracto, un motivo temático. Se evitaría la linealidad, los vacíos en la acción escénica prolongada, el poco desarrollo del clímax en los cuadros danzarios, los lugares comunes, las reiteraciones básicas de la ritualidad y las prácticas danzarias folclóricas más elementales.

Por último, nos parece imperioso apuntar que la Compañía de Danza Folclórica debe trabajar en pulir la técnica (resulta necesaria la profundidad, la belleza, la expresividad de los giros, el movimiento de los hombros, las ondulaciones de la columna vertebral) y la figura de sus bailarines.

Con relación a esto último, no es que propongamos una estetización de la figura, lo que quizás se asocie a los bailarines clásicos, abogamos a que los intérpretes danzarios, sean folclóricos o no, deben tener y mantener como premisa una impecable presencia, un dominio, una plasticidad y una expresividad del aparato corporal. Algo que por ahora se extraña en el seno de la Compañía.

Secreto de una tierra, según las notas al programa, reclama “conocer lo cubano con mente amplia y científica, para poder comprendernos y comprender nuestro gerundio vital”. Pero nos preguntamos, ¿cómo este espectáculo defiende lo cubano, si no lo hace desde el abordaje de la realidad nacional y tampoco desde el cuidado de la técnica y la interpretación de la danza folclórica, que es parte de la esencia del cubano? ¿Qué tipo de investigación científica sustenta o puede tratar un espectáculo que no es coherente con los presupuestos conceptuales que se plantea y que es un remedo de lo ya trillado?

La danza folclórica en Pinar del Río debe transitar por otros caminos. El espectáculo al que nos acercamos no es el resultado de búsquedas bien orientadas, ya que nos hace preocuparnos seriamente sobre el destino y la continuidad de la danza folclórica profesional en Vueltabajo.

 

*Maestrante en Estudios Teóricos de la Danza

 

NOTAS

[1] Humphrey, D. (1972) En Arte de componer una danza. Ediciones: Instituto cubano del libro, p.34, La Habana, Cuba.

[2] Guerra, R. (1988) Lista de cuestiones para analizar una obra coreográfica. Ediciones: ISA, La Habana, Cuba.


La belleza de la idea

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