Hacia una nueva “travesía”

Para nadie es un secreto que en los últimos años el Conjunto Folclórico de Pinar del Río no transitaba por sus mejores momentos. Sin embargo, ahora mismo nos ha sorprendido. Travesía, el nuevo espectáculo que presenta este elenco, encierra una serie de valores artísticos y humanos que nos demuestra el salto cualitativo y cuantitativo que, en menos de un año, ha experimentado en el plano creativo la agrupación de danza folclórica.

Antes, en 2018, el Conjunto Folclórico de Pinar del Río había estrenado Secreto de una tierra, una puesta en escena que dejaba mucho que desear. El cuerpo de baile se mostraba diezmado y con serio descuido de la corporalidad. Secreto de una tierra, como espectáculo, pecaba por su falta de coherencia estilística, por deslices en la composición coreográfica y su cuestionable calco intrascendente del elemento religioso yoruba.

Mas, Travesía (2019) se nos muestra con otro rostro. En el aspecto más básico, pero no menos importante, vemos que conforman este espectáculo danzario nuevos bailarines con corporalidades más dúctiles y registros técnicos cuidados, lo que ha permitido que la agrupación exhiba un notable avance en lo coreográfico e interpretativo, hecho que se manifiesta en la complejidad y riqueza de sus movimientos.

Cuando nos acercamos a Travesía podemos avizorar que no se trata de un espectáculo formado a la ligera, al simple criterio de la danza por la danza[1], a la presentación de la danza folclórica por la mera ilustración de lo religioso, como muchas veces ha ocurrido –lamentablemente– con otras propuestas del Conjunto Folclórico pinareño y de otras agrupaciones que se pronuncian por la práctica danzaria folclórica.

Se puede percibir que Travesía está sustentada por un pensamiento y una escritura escénica que se ha rehusado a facilismos, zonas comunes, en función de hacer del hecho folclórico una producción artística con un discurso que busca establecer diálogo con estos tiempos.

Lo cual es agradecible en vista de que, en honor a la verdad, no hemos podido encontrar, al menos en los últimos años, propuestas de danza folclórica que sobrepasen el acto de mostrar las tradiciones nacionales o locales de los contextos donde se gestan[2]. Por ello es que nos complace que, a partir de un argumento original y desde el evidente despliegue escénico de una parábola[3] –esencia en Travesía–, se evoque en escena la historia de un esclavo, Cirilo[4], con el claro interés de reafirmar un gesto nacional y personal que nos ha caracterizado durante nuestra historia: la resistencia, vista como territorio de lucha y avance.

La evidente defensa de este núcleo conceptual en la escritura escénica de Travesía nos convence de que todavía en el folclor, en Vueltabajo, la danza puede ser un territorio desde el cual se pueda establecer miradas inteligentes a la realidad del espectador.

Foto Yanuar Valdés.

También encontramos otros méritos desde el punto de vista estructural. En ese sentido comprobamos que, a diferencia de otras puestas en escena del Conjunto Folclórico de Pinar del Río, aquí hay una dramaturgia mejor concebida y labrada escénicamente. Se articulan coherentemente los cuadros danzarios (Hacienda, Rumbita, Caminos de la muerte, Río, Monte, Coronado), a partir de una relación lógica de causa-efecto, con un sentido aristotélico, en que los conflictos bien definidos en escena (las oposiciones amo-esclavo, Oyá-Cirilo, Cirilo-Oggún), generan una teatralidad, un espesor de acción y sentido que cautiva al espectador.

El coreográfico, Arístides Pérez, logra narrar la fábula en torno a Cirilo, con claridad, haciendo uso creativo de recursos y procedimientos coreográficos. Uno de los momentos más importantes en Travesía es el cuadro nombrado Río. En esta parte de la obra Cirilo cruza el río ayudado por Oshún estableciéndose, desde lo coreográfico, cambios estilísticos, de dinámica, tempos y de relaciones de los bailarines, quienes nos regalan uno de los minutos más líricos y sensuales.

Igualmente vale apuntar que el cuadro, Río, tiene una significación importante no sólo para la danza en Pinar del Río, sino en nuestro país. Si bien no es algo nuevo,[5] resulta importante que la folclórica pinareña haya tenido la lucidez de crear en un cuadro nada más y nada menos que con la estructura de un pas de deux, en el que se hibridan elementos de la danza folclórica y la contemporánea, un tipo de experimento formal que rompe con paradigmas y dogmas que mantienen a la danza folclórica vertida en sí misma, con una resistencia a dejarse penetrar, en su concepción, por otros horizontes creativos danzarios. De ahí la importancia técnica del dueto entre Cirilo y Oshún[6].

Con relación a las interpretaciones podemos decir que sobrepasaron nuestras expectativas. La nueva savia que corre por las arterias del Conjunto Folclórico de Pinar del Río, las corporalidades físicamente dúctiles, entrenadas, con una técnica cuidada, aunque todavía perfectible, nos demuestran un crecimiento en todos los sentidos por parte del cuerpo de baile. Han sabido aprovechar el tiempo y quitar el polvo del camino. Ello se evidencia en la calidad de las interpretaciones donde se denota mayor trabajo con la energía, caracterizaciones más orgánicas, limpieza en los pasos y poses, el muelleo y trabajo de torso.

Travesía es un espectáculo que sin dudas aun cuando está en un estado de definición y perfectibilidad de sus partes, marcará un antes y un después en la creación artística del Conjunto Folclórico pinareño. En esta obra, más allá del evidente crecimiento de plantilla y técnico de los bailarines, de su cuidado en el aspecto coreográfico, de su marcada calidad como espectáculo, es destacable que sin dejar de ser folclor, abra su cuerpo a la posibilidad de ampliar el registro de lo que es la danza o los modos en que se puede perfilar esta manifestación de arte escénico, en función de una simbiosis de relación y diálogo con el espectador actual. Por ello es que es tan bien recibida esta nueva “travesía”.

[1] En el caso de la danza folclórica suele estar dado en la búsqueda, sin más trascendencia, de la espectacularidad o la evocación del componente religioso como mecanismo común para seducir de alguna manera al espectador.

[2] En ese sentido, las obras de danza moderna de Ramiro Guerra

[3] En la puesta los personajes tienen distintos grados de representación. El primero de todos responde a la propia historia y el folclor (el esclavo y el conocimiento histórico de sus penas y luchas por liberarse, resistir; los orishas con su caracterización religiosa, y el Palenque como lugar de posible liberación). La segunda posible lectura es el esclavo como síntesis y símbolo de la resistencia ante las adversidades; los orishas transforman su significación religiosa para representarse desde diferentes situaciones y vivencias, ya sean amorosas, penas, luchas, que experimenta una persona en su vida, y el Palenque como el bien deseado, la meta final o el triunfo por resistir. Todas estas lecturas se intenta evocar en dicha puesta en escena.

[4] Se fuga de la hacienda donde sirve y en el camino se encuentra con varios obstáculos que encarnan deidades como Oyá, Oggún, para finalmente llegar al Palenque.

[5] Ya en la danza moderna Ramiro Guerra lo había logrado en Suite Yoruba (1968) o Antonio Pérez, en Yemayá y el pescador, que todavía es parte del repertorio Conjunto Folclórico de Oriente.

[6] Es reconocible que se dé en Vueltabajo, donde apenas 10 meses atrás se presentaba en la escena del Teatro Milanés casi extractada del foco folclórico.

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