El mar y la montaña


Capítulo # 4: Zona de confort

(historia de una piedra que observa y canta)

Un poeta es un ser que suda/escupe/finge/bosteza/canta. Sí, un poeta es una piedra que canta. Así pudiéramos definir a Roberto Fournier, guantanamero radicado en Santiago de Cuba. Pudiera hacer una biografía o ficha técnica sobre él como escritor, a la manera convencional de los textos sobre escritores, pero no. Hoy quisiera encontrarme con esa biografía a partir de sus versos, encontrar los carteles de neón que faltan para el poeta.

Mi primer contacto con su poesía fue en la feria del libro de Santiago de Cuba 2017, allí me firmó su libro. Era entonces La cantidad rosada, cuaderno que salía bajo el sello Editorial La Luz, de Holguín.

Aquel es un cuaderno de una voz propia. Duro. Experimental. Era el llamado de un hombre ante su derrota y sus victorias más personales. Aquel era un cuaderno escrito en dos territorios: “dentro de la jaula” y “fuera de ella”. Aquel es un libro con paisajes de la familia: un primo/el armario que gime/la madre que busca y sabe. Entre sus páginas se pueden encontrar vivencias/fantasías eróticas/cuerpos para deseo/canibalismo. Esas páginas poseen una sinfonía particular: quemadura con saliva.

Hoy, el poeta vuelve a la carga. Su causa no es menor, su espuela huele a salitre y estiércol.

Publicado por la editorial El Mar y la Montaña de su provincia natal, el 2019 nos deja Zona de confort. Este es su segundo libro/bocanada de aire/suicidio. Un tratado sobre la fragilidad personal de un ser que se coloca desnudo ante el lector. Una piedra que canta.

I

El libro hace tres registros vivenciales. El primero busca la definición del poeta. Un poeta terrenal que lidia con entidades que lo superan, imágenes para el rezo. Figuras donde se combinan identidad/fe/memoria/el mar como fuerza y angustia/la huida.

Estas primeras secuencias de poemas responden a un camino que no es llano, que no conduce a su carne sino a la superficie, a un espacio breve donde se escucha gemir. El agua es un elemento para purificar instantes sin una imagen total. Se trata de un ritmo que él necesita, un ritmo para el confort.  

No hay ángel que aferre la utopía,

el frágil sino de paseantes y balseros:

Oshún bajo los puentes,

abonando risas, memorias…

demasiado reposo…

No hay carteles de neón

para el poeta…          

Los versos anteriores son el telón de boca. Son las palabras para mentar la distancia propuesta. Luego aparecen otros nombres para ejercer su comportamiento. Resulta necesario encontrar al poeta tras sus dominios: una niña ahogada, los embarcaderos, Nelson, Playa Blanca, Yuseff, piedras, ZONA DE CONFORT.

Hay una conexión que nace desde la inconformidad con el agua, con el mar que se lleva personas, con la bahía que aparece ingenua a la vista del sol. Es un peón en cualquier arista y sabe que no quedará íntegro ante su condición de hombre-palabra.

Demasiado intrincadas

demasiados fragmentos

para un altar…

El poeta ha visto demasiado la misma imagen y sabe que ya no es efectiva. Renuncia a la voluntad de la memoria, renuncia a bailar sin complicidad y sin agonía. Suda. Cada palabra es un compromiso con la caída. Suda. Luego vuelve sobre la quietud y nace, es la fuerza que posee.

Formas de la quietud,

la misma fuerza que ejerzo

para nacer…

Ready to fly de Viela Valentin

II

El segundo registro que hace Fournier en el libro de su cuerpo y la memoria lleva un título: Formas de la quietud. Un verso que es utilizado con anterioridad y que ofrece una simbología específica al lector. Si bien en la primera parte encuentra la complicidad con imágenes que huyen de lo cotidiano, sin tanto protagonismo dentro de estas; en la segunda se muestra dentro de la imagen como un observador presente y definitivo. Nos recuerda a la voz más natural que pudiéramos encontrar en las páginas de La cantidad rosada, es un Fournier sin pesos en los hombros. 

En este segmento utiliza la prosa poética, diálogos, personajes y locaciones reales. Hace una revista de momentos significativos por su valor textual y asume una postura en la definición del yo-poeta. La voz cambia. Si en la primera parte la lírica definía el matiz y el ritmo pausado/respiracional, aquí hay una intención por mostrarse como la piedra que yace en el parque. Como la piedra que observa y canta.

Dos viejos alemanes pasan en traje de baño. Un manisero ¾frente a dos policías adolecentes¾, apunta al globo azul que estalla sobre la hierba, en los ojos de un “chico de a dólar”.

Como una piedra que suda frente a un muchacho hermoso, la poética de Fournier resbala y produce una transgresión sensible a la mirada. Allí donde todos habitamos, él encuentra voces, rostros, amapolas con olor humano, mierda de pájaros que cae.

Encuentra un apóstol a quien le dan las espaldas los cibernautas. Su realidad es la de un hombre-piedra. Una criatura que observa y no puede cambiar nada, solo contemplar y modificar el significado. Es un muchacho chévere, gentil, ausente, morboso, sincero, mágico. Sus deseos nacen de lo cotidiano, del día a día. Vaga el camino con exactitud y lo resignifica. Tiene el golpe de la POESÍA-SURF.

La palabra no puede sino alegar empacho, inapetencia, disfunción “herejtil”. Una vez articulada, ensanchada la zona pélvica, crece la mano…

En estas páginas el poeta se entrega. Abre el cuerpo y propone el goce, el juego, la acción que en parte lo mueve a ser una piedra humana, una piedra de am-bien-te. Roberto Fournier no solo tiene la necesidad de mostrar imágenes, también necesita el diálogo, necesita incorporar voces que lo construyan desde fuera de la jaula.

El poeta asume su papel en la jungla. No teme. Asume sus experiencias homoeróticas como material sensible. Ama sin censura y aboga por un abrazo.

Si el muchacho se queda una parada antes, la guagua que atraviesa la ciudad es otra.

Sus versos poseen la ternura de un adolescente y la libertad del futuro (donde nada es lo que será). Ser sincero es una condición que no puede evitar, que no podría corregir nunca. Allí te percatas que el poeta no solo es la piedra que observa y canta, también es el parque/los alemanes/los policías/el manisero/o el Apóstol. Entonces manda su carta (cifrada e inconclusa) al editor, al amigo Fraguela. Nada impide que le crea a Roberto, que descubra su biografía sensorial/carnal. Transito páginas sediento de imágenes y aparece una que define al autor frente a sus deseos:

La huida es un tatuaje para saberse puro.

III

La tercera parte del libro se titula Parte sensible. Tomado de un poema que aparece con anterioridad, utilizando así la misma conexión que en la segunda parte del cuaderno. Aquí declara que es un terreno sensible al que se enfrenta el lector, pero el lector ya no podría sorprenderse con los tópicos que lo envuelven. Fournier quiere ser profanado por el lector, revive sus experiencias porque quiere retratar con el poema todo lo que sucede. En este punto su lenguaje armoniza con la figura que se nos ha creado verso tras verso.

Lo que sigue no es La Guantanamera sino

lo que quiera o no mostrar el Decisor.

Se lanza a la aventura. Prueba que lo vivencial es su recorrido más exacto. Lengua/pene/Youtube/un virus. Su zona de confort está en las fórmulas que posee para dominar la experiencia de vida y transformarla en palabras. La ira no existe, todo posee calma, deshielo.

Sin embargo, es perceptible el dolor como una constante ante la violencia. Un travesti perseguido/una mujer degollada/aguacates caros. Su fuerza es humana y eso engrandece sus palabras.

Mañana, la misma cortadura.

Leña, el hombre adoctrinado.

Imagen-realizado-durante-la-grabación-de-Bitácora-Joven

Podemos decir que Roberto Fournier encontró la belleza. Su cuaderno es la resonancia de su imagen corporal y emotiva. Allí está la llave y el cerrojo de la jaula, allí está él sentado, como una piedra que observa y canta para recordar a un muchacho cualquiera en una guagua.

¿Hay oscuridad? Sí, y también hay luz. Su inspiración radica en el retrato de su biografía. Es arrastrado por el sexo, los elementos del mar y la tierra, deidades, amigos, familiares, amantes. Nada escapa a su mano. Nada obstruye el camino al poema. Los carteles de neón que le faltan como poeta ya están implícitos en sus textos; allí descansan al azar las imágenes con las que construye su zona de confort.


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