Cine Latinoamericano


La actuación es un juego: Sergi López va ganando

El viento arrasa con las hojas de los árboles. Hay verdes de varios tonos en la escena, también algunos amarillos, y el contraste resulta encantador. El Gringo se encuentra en sus tareas cotidianas, en el trabajo de atender y salvar automóviles junto a su hijo Tapioca. Entonces, como traído por la ventolera, llega a ese rincón de Argentina el reverendo Pearson, junto a su hija Leni. Son dos padres que chocan uno frente al otro en sus enormes diferencias. Mientras el reverendo se siente investido en una verdad única y superior, el obrero duda de sus propias habilidades, se emociona y aprende que no debe enjaular a su hijo; mientras el religioso ejerce una sutil violencia espiritual contra su hija (a quien manipula, controla y enjuicia por las impurezas de su alma), el otro padre es más tosco y evidente en sus errores en una crianza en solitario también. Ninguno de los dos es perfecto y eso lo sabe el actor Sergi López mientras juega a ser el Gringo, al ponerse ese disfraz en el cuerpo, al salir a defender una historia que no es suya y conseguirlo: nos devuelve a un hombre que aprende de sus errores y los enmienda, o al menos intenta repararlos con la misma tosquedad que le caracteriza. No sabe hacerlo de otro modo.

Sergi López luce aquí una barba espesa, ojos cansados, pero con una expresión que va de lo vacío a lo salvaje con facilidad, tiene el pelo alborotado y viste camisetas sucias. Es el Gringo a quien observaremos mientras estemos en el cine Acapulco, la noche del martes 12 de diciembre, frente a la película El viento que arrasa (Argentina, 2023). Todavía no conocemos al actor y le vemos ser parte de este juego de poder. Su fuerza es débil contra la capacidad oratoria del reverendo. Sentimos compasión mientras el hombre más fuerte no consigue vencer a aquel señor con ínfulas de superioridad.

Perderá, sabemos desde el inicio.

Sergi López debajo de esa piel de hombre cansado y derrotado, se divierte.

Este es un juego, dirá al día siguiente. Y él sabe moverse bajo las reglas de la actuación: darle voz y movimiento a personajes que estaban en papel apenas. Y no es nuevo en estas partidas. Su trayectoria incluye filmes memorables como El laberinto del fauno (2006) y recibió el premio al mejor actor europeo por Harry, un amigo que os quiere (2000) y el premio Pasinetti-mejor actor por su performance en Una relación privada (1999). La película Sólo mía (2001) en la que actúa es considerada la primera sobre violencia de género en España.

Es miércoles, 13 de diciembre, y Sergi López se encuentra sentado en un sofá color marrón en los jardines del Hotel Nacional, al fondo hay pavos reales, músicos, trabajadores sacando agua y fango que se acumuló la noche anterior. Se percibe, también, una vista hermosa del mar embravecido y el viento de una mañana gris y ligeramente fría. El actor que me saluda trae ropas veraniegas.

—Sí, hay una tendencia a la derechización. No soy tan consciente sobre la situación en Cuba, es la segunda vez que vengo y no la conozco profundamente. Pero tengo la impresión que es una tendencia bastante global— responde cuando conversamos sobre el filme El viento que arrasa (2023) y su reflexión evade los binarismos de buenos, demasiado buenos, y malos-malísimos— Es la conciencia del poder y el cómo la gente poderosa lo controla al dominar el discurso, la información sobre el pueblo. La película, además de la fe, habla de poder: ¿cómo se utiliza? De cómo cuando se tiene el don de la palabra y los medios de comunicación, el poder se da cuenta que puede manipular. Ellos dirán, diremos todos, cuando lo hacen otros es manipular, cuando somos nosotros es educar e informar. ¿No? Pero que la ideología es una hostia, es muy peligrosa, se contagia y es verdad que hay un resurgimiento de una religión más agresiva, que va a las redes sociales a conquistar seguidores. La espiritualidad necesaria, ayuda a sobrevivir a la soledad. Y me encanta mucho que la película no cae en los tópicos de de la muerte del cine estadounidense de matar, de matar, matar, matar. Sino que mi personaje reflexiona: ¿Qué vas a hacer ¿Realmente vas a matar al reverendo? ¿Vas a atar a tu hijo aquí con una cadena?

El Gringo, entre tanto, ve cómo su hijo se marcha en el auto del reverendo. Siente que le perdió para siempre. El viento continúa su viaje y los tonos verdi-amarillos tienen algo del azul de la mañana. El hombre se queda solo. La religión gana otra alma purísima.

—¿Te sirvo mucha o poca leche en el café?— señala las tasas blanquísimas con el brebaje negro.

—Un poco, mejor mucho—digo mientras deja caer la blancura que hace cambiar a tonos carmelitas y claros la oscuridad anterior— pero nada de azúcar.

—¿Pero qué tipo de cubana eres? El otro día, con mi mujer, dijimos que no tomamos azúcar y, entre extrañados, nos dijeron que acá todos tomaban— se ríe—.

Antes Sergie López sí acompañaba con dos cucharadas dulces los dieciocho cafés diarios. Un amigo, cuyo nombre no menciona, le dijo que así no sentiría jamás el verdadero sabor. Y un día no marcado en el calendario, sino en las nostalgias, probó tomarlo sin endulzante alguno. A la mañana siguiente, olvidado de la jornada anterior, casi de forma mecánica echó sus dos cucharadas habituales. No pudo tomarlo. Sintió un sabor raro y nunca más.

El capitán Vidal toma al bebé en brazos y dispara a Ofelia, la niña, quien entra así a un mundo de fantasía que habitaba bajo sus pies. La oscuridad reina, también metafóricamente, en el instante en que escapa sangre de la pequeña, y aquel hombre, un franquista que lucha contra las republicanos esparcidos en el monte, parece ganar. Tiene a su hijo, la continuidad de su linaje. Por él se esmeró desde el inicio, cuando ofreció una silla de ruedas a la esposa, por él dijo al doctor que, dado el caso, escogiera salvar al bebé por encima de ella, por él afirmó estar en esa pelea contra el republicanismo para limpiar a España.

El problema de ellos es que sienten que todos somos iguales, hará saber a su gente. Señalará a los otros como equivocados, es su verdad la importante, la suprema. La España fascista de Franco es merecedora de toda la sangre, pensará. Y no tendrá reparos en utilizar su pistola, una, dos, tres veces. Dispara. Mata. Dispara. Mata. Dispara otra vez. Bajo su piel de capitán, Sergi López se divierte. Es todavía más entretenido interpretar a un personaje malvado.

—Papá, tú me habías dicho que en esta película eras malo, pero no es cierto, eras muuuuuuy malo— le dice el hijo cuando siendo un niño de diez años apenas observó El laberinto del fauno (2006).

De pequeño, unas de las primeras actuaciones de Sergi López era la representación del diablo en obras sobre la Navidad. Vistió de rojo con cuernos y anduvo cabreado todo el tiempo. Eran comedias, donde también hizo de uno de los siete pecados capitales, la ira.

—Es divertido hacer de malo. Un malo te puede permitir cosas que tú en tu vida no te permitirías, o sea, no tiene esas fronteras— reconoce.

—¿Qué representó interpretar al capitán Videla?

—Fue genial. Es un monstruo, Guillermo del Toro. Es un genio, un tío con una capacidad, cuando dirige las películas tiene muy claro cada plano. He trabajado con otros directores más naturalistas, que los diálogos se pueden romper, donde haya más improvisación, para tener una cosa más más viva. ¿No? Él es lo contrario, el extremo opuesto, él hace un ensayo y me dice: «Mira, tú aquí estás, sentado, la sombra que proyecta la nariz coincide con el cuadro, tú levantas esto hasta aquí (se forma un ángulo de 90 grados perfecto), no hasta aquí (Sergi imita un movimiento más bajo). Cuentas, hasta tres, giras, respiras una vez, dices: “Buenas noches. Voy a tomar un café”. Cuentas hasta dos, vuelves aquí. Respiras una vez». Tú hacías lo que él te decía y funcionaba. La película está toda hecha así. Es decir, la niña se agacha con las gotas del somnífero y la cámara se agachaba con ella y tenía que hacer una, dos, tres contar a tres. Es de una precisión casi enfermiza, pero tiene razón. Además que después también esta cosa curiosa ¿No? Que un mexicano en España narra el fascismo, la guerra civil, todavía continúan los fascistas y los republicanos, conviven ambas fuerzas en esta España tan curiosa que vivimos. Pero es un cineasta que viene desde México, un país que acogió a muchos republicanos del exilio, que nos cuenta una historia sobre la guerra civil, en donde los monstruos más terribles son los seres humanos, es el capitán Vidal, que yo tengo el gusto y el honor de encarnar; y es quien más miedo da. Es la capacidad del ser humano de hacer daño. Es mucho más terrorífico que los monstruos fantásticos. ¿Qué representó interpretar a esa persona? Me encantó. Tengo la suerte y hago un trabajo de vocación. Siento el placer de actuar, ¿No?

El capitán Vidal sale con la criatura en brazos. Se encuentra rodeado por los republicanos. Entrega el hijo a Mercedes. Da pasos hacia atrás. Mira el reloj y pide que le digan al niño a qué hora ha muerto su padre (como hiciera tiempo atrás su propio progenitor). «Ni siquiera sabrá tu nombre», le responde ella. El hermano saca la pistola, dispara. El franquista, el fascista, consciente de que ha sufrido la mayor de las derrotas, la pérdida de la estirpe, toca su mejilla atravesada y sangrante, cae al suelo.

Sergi López se encuentra en el último curso, antes de ir la universidad. Lo suspende. Repite una vez. Otra vez más. El padre se encuentra nervioso cuando López suspende por tercera vez. Fue mal estudiante, en el sentido académico que evalúa solo un tipo de inteligencia y prioriza el aprendizaje mecánico, no cuestionador. El adolescente no podía concentrarse y ve cómo transcurren los dieciséis, diecisiete y los dieciocho en un ciclo en repetición constante.

—Tenía que tomar una decisión. ¿No?

Continuaría la pasión que había nacido entre pastores, pecados y el niño Jesús de cada Navidad, probaría el teatro. Junto a un amigo, compraron una furgoneta e irían por los pueblos de Cataluña, acompañados de un técnico, actuando como payasos. Empezó en el 86 y fue a estudiar a París en el 90 o 92. El cine fue una sorpresa feliz.

—En Cataluña hay escuelas, institutos y universidades de teatro, pero cuando era pequeño, no. La escuela de teatro catalana era esta obra que se hace en muchos pueblos en muchos pueblos de manera amateur y donde se representa una fábula, un poco cómica, sobre el nacimiento de Jesús. Es un tipo de teatro que permite que participe todo el pueblo: niños, niñas, adolescentes, gente mayor. Es una forma de entrar en el teatro. Primero hice de pastor, luego de pecado capital, la ira, luego del chico guay, el protagonista, el héroe y por último del demonio. Luego, me apunté a una escuela en Barcelona, de acrobacia, y ahí conocí a un chico. Hicimos una obra de teatro juntos, de payasos. Empezamos a actuar por los pueblos. Nos compramos una furgoneta vieja, muy vieja. Pude ahorrar suficiente dinero y al final decidí tomármelo en serio y me fui a París a estudiar en una escuela de teatro digamos ya profesional. El teatro me abrió puertas y ahí es donde empecé a hacer mis primeras películas. Ahí empecé, cien por ciento, sin saber muy bien cuánto duraría o hasta dónde llegaría y mira ahora.

—¿Tiene algún recuerdo de esa etapa en el teatro?

—Conservo esa imagen de la vieja furgoneta, de los pueblos de Cataluña: actuamos en teatros pequeños, actuamos en plazas, en medio del sol, sin recursos, sin focos, sin proyectores, sin luz. Lo hicimos en pleno día, debajo de una palmera, en salas pequeñísimas. Compramos la furgoneta de segunda mano y compramos también un equipo de luz, unos focos. Nos íbamos en la furgoneta a montar los focos, el decorado y hacer reír a la gente.  Fuimos a las prisiones, también. Pero yo me fui a estudiar del noventa al noventa y dos y cuando terminé volví a la furgoneta, a los focos durante muchos años. Continúo haciendo giras de teatro, es la primera vocación. El cine fue un accidente feliz, pero fue una cosa imprevista. Pero mi primera vocación fue el teatro y lo continué haciendo. El teatro y la escritura porque en el fondo en teatro todo lo que he hecho ha sido escritura propia. ¿Sabes? Una escritura a partir de improvisar en un escenario para desarrollar ideas, cosas, situaciones e ir construyendo algo ¿No? Y casi todos los años, al menos una vez, alquilo una furgoneta para hacer una obra de teatro.

—¿Qué significa para usted la actuación?

—Actuar es un juego. Es un trabajo basado en jugar y tiene una trascendencia enorme. Los actores, las actrices, hacen de intermediarios entre las ideas y el público que está sentado en el teatro o en el cine, que es un poco para mí el pueblo ¿No? El público o sea la gente, el colectivo. Actuar es un privilegio y es una responsabilidad también ¿Sabes? Entonces tú subes hacer una obra de teatro, ¿Qué haces? ¿De qué sirve y cuál es el discurso que vehiculas y qué estás diciendo tú a la gente? Es un juego, pero no superficial o banal. Existe una responsabilidad que se puede plantear: ¿de qué hablas? Es un privilegio y es una oportunidad.

*En colaboración con El Caimán Barbudo.


Justo Planas y el cine latinoamericano del desencanto

Cuando intentamos mapear críticamente la producción cinematográfica de América Latina en estas dos décadas del siglo XXI, incluso un poco antes, en diálogo o no con el Nuevo Cine Latinoamericano (NCL) —que como movimiento fue mucho más que la sencilla sumatoria de cinematografías nacionales integradas por el idioma, las historias similares y la semejanza de caracteres nacionales, pues sirvió como “estandarte audiovisual” de una época voluble y marcada por la utopía—, notamos que el ideal que preconizaban sus principales directores se torna, muchas veces, en desencanto y que este ha dado cuerpo a un número importante de filmes que caracterizan la mirada latinoamericana, la forma en que nos vemos, en el tercer milenio.

Si nos adentramos en esta producción —como bien lo hizo el investigador y ensayista Justo Planas en El cine latinoamericano del desencanto, publicado por Ediciones Icaic en 2018—, notaremos que prevalecen varias tendencias ideotemáticas, discursivas y genéricas que caracterizan el período. Predomina la hibridación, el pastiche y la intertextualidad, así como la coralidad, la violencia y la marginalidad. La otredad, enfocada hacia la racialidad, la diversidad sexual, el discurso femenino y el exilio y su correspondiente desarraigo, está presente en varios de estos filmes, mientras la desdramatización, la contemplación y slow cinema singularizan al nuevo autor. También el tratamiento de la intimidad y las familias en crisis, el criticismo y la inconformidad, se articulan con la desintegración, la distopía y el desencanto como temas afines.

Planas (La Habana, 1985) se pregunta en este libro hasta qué punto el séptimo arte latinoamericano más reciente conserva preocupaciones de orden social similares a las de sus predecesores del NLC, y lo hace a partir de un director importante, como el mexicano Carlos Reygadas, quien —junto a los argentinos Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, entre los ejemplos más visibles— fue una de las revelaciones del cine latinoamericano de autor en la primera década de este siglo. Con esta premisa, arma sus presupuestos teóricos, formula su tesis, disecciona las diferentes categorías y llega a atractivas conclusiones… A él le interesa Reygadas, pero sobre todo, más le importa Japón, su película de 2002, que es la columna vertebral, su objeto de análisis. Y lo hace porque Japón “destaca dentro de un grupo de cintas de la primera década de los 2000 que la crítica suele asociar con una enfática recurrencia hacia valores estéticos y escaso interés por factores sociopolíticos”. Su propósito, dice, es demostrar lo contrario y reivindicar varios títulos como continuadores (y cuestionadores) del NCL y sus postulados.

Aquí Planas combate, como escribe Juan Antonio (Juani) García Borrero en las palabras que sirven de prólogo a este volumen, “un conjunto de lugares comunes donde pareciera que, instalado el neoliberalismo como ideología dominante, el proyecto audiovisual de la región ha renunciado al compromiso político de los padres fundadores. Esto, por supuesto, tendría que ver con el lugar que ocupa en el corpus de filmes latinoamericanos realizados en las dos últimas décadas, el pensamiento utópico que otrora fuera la razón de ser de muchos cineastas del área”.

De los clásicos de la década del 60, a cuajar como movimiento en 1967 durante el I Encuentro de Cineastas Latinoamericanos, a la persecución y el exilio de sus más notables realizadores y el desinterés de muchos gobiernos por financiar proyectos cinematográficos nacionalistas, rechazados aún más por el marcado izquierdismo y el aura de denuncia social de estas películas, a la exploración del cine de género en la década del 80 y del melodrama y la comedia, herencia de la Época de Oro de varias cinematografías nacionales, como la mexicana y la argentina… las obras del NCL fueron dándole tirones a la utopía, al punto de disolverse en la sospecha su antigua novedad. ¿Qué heredó el cine de los noventa y sobre todo, el actual cine de la región, de una propuesta que se caracterizó más por lo que no quería ser que por lo que era, ahora en un contexto donde irrumpieron las nuevas tecnologías audiovisuales, la distribución directamente en Internet, el crecimiento del consumo hogareño, la caída en la asistencia a la salas…?

Justo Planas asegura que inscribir Japón —una historia de redención, ambientada en el universo rural mexicano, fotografiado bajo una luz que lo despoja de cualquier rasgo folclorista, y al que viaja el protagonista, un hombre decidido a alejarse del mundo para buscar la muerte, y donde conoce, además, a una anciana ermitaña con la que descubrirá el amor— dentro de cierta tendencia continental, y hermanarlo con títulos argentinos, brasileños, bolivianos… hace que su discurso (el de este filme) se vuelva mucho más diáfano e inteligible. La película comparte búsquedas con filmes como La ciénaga, de Lucrecia Martel, de 2001; Suite Habana, de Fernando Pérez, de 2003; La teta asustada, de la peruana Claudia Llosa, de 2007… en evidente relación con la realidad continental. Planas busca situar sus perspectivas sobre la región y sus respectivos países, en un diálogo con disciplinas sociales y humanísticas. Además realiza un análisis de las metodologías que han seguido las cintas seleccionadas para acercarse al universo social; y rompe fronteras por nacionalidad, género cinematográfico o estética autoral, para desandar la hipótesis de una o varias tendencias o poéticas colectivas latinoamericanas y contemporáneas evidentes cuando cartografía nuestro continente desde el cine.

Luego de profundizar en las características de una tendencia continental hacia los 2000, el ensayista se centra en Japón e investiga la impronta que puede tener el espacio urbano en este filme de Reygadas: la ciudad como símbolo polisémico de lo moderno y europeo, con consecuencias directas sobre el cuerpo, el sentido del placer y la identidad cultural en el cruce de siglos. De la misma manera que profundiza en lo rural, la naturaleza, y en última instancia lo teológico, en diálogo con otras obras, no solo cinematográficas, para subrayar que en Japón Reygadas destaca “la crisis de los paradigmas modernos y la necesidad de un nuevo mapa que redunde en la plenitud del individuo y su entorno”, sin ser intercambiables (lo rural y lo urbano).

Finalmente, Justo Planas, en el capítulo “Desencanto y posmodernismo de oposición”, identifica en la cinematografía posterior al 2000 dos formas de reacción ante lo que asumimos como una crisis de la Modernidad: el posmodernismo celebratorio y el posmodernismo de oposición, según la división realizada por el filósofo Boaventura de Sousa. En el primero aparecen películas de Reygadas, Martel, Eimbcke, Fernando Pérez, Miguel Coyula, Lisandro Alonso, Pablo Larraín y Alonso Ruizpalacios; mientras que en el segundo encontramos filmes de Cuarón, González Iñárritu, Guillermo del Toro, Mariano Llinás, Damián Szifron y José Padilha.

Con esto y partiendo siempre de Japón, y también de otros filmes de Reygadas, Justo Planas se adentra en el tratamiento a la utopía, la ciudad, lo rural y otras categorías para sugerir, incluso, una nueva cartografía que permita comprender el Nuevo Cine Latinoamericano de hoy; un cine en el que, en los rejuegos de la posmodernidad y su propia diversidad, “la antigua noción de la utopía colectiva” ha desaparecido, asegura García Borrero, pero “no la utopía en sí”.


Ecos de un Festival para “cinéfilos de provincia”

El recién Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, una de las proezas culturales de la región, expandió, en su edición 44, sus ecos hacia otras provincias, entre ellas Holguín, con la proyección de filmes presentados en ediciones anteriores del evento surgido en 1979 en La Habana, con las premisas del Nuevo Cine Latinoamericano (NCLA) como guía.

¿Qué es el NCLA y que nos llegó, en las películas que vimos en esa muestra, de su apogeo hace más de 50 años y sus continuas permutaciones y búsquedas? El NCLA fue más que la sumatoria de cinematografías nacionales aunadas por el idioma, las historias comunes y la similitud de caracteres nacionales, pues se convirtió en el respaldo audiovisual, en uno de los modos de representación, de una época cambiante y signada por las utopías de izquierda y los constantes cambios políticos, con sus turbulencias. Si bien los primeros avances del movimiento surgen a fines de los años 50, con obras en Argentina y Cuba, no se fortaleció y cobró conciencia de conjunto hasta el cierre de la década siguiente, en Viña del Mar, Chile, para volver a despuntar en La Habana, enfocando sus miras al subdesarrollo, la dependencia y la opresión como características que documentales como los iniciáticos El mégano (Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea, 1955) y Tire dié (Fernando Birri, 1960) ya habían abordado.

Las películas que llegaron a Holguín no fueron parte de la competencia por el Coral en esta 44 edición del Festival, pero sí son filmes importantes a la hora de cartografiar la producción latinoamericana más reciente. Algunas en mayor medida, como ese clásico que es La historia oficial (1985) del argentino Luis Puenzo, o las premiadas y promocionadas Amores perros (2000), del mexicano Alejandro González Iñárritu y las también argentinas La ciénaga (2001) de Lucrecia Martel, y El secreto de sus ojos (2009) de Juan José Campanella. Todos son, de alguna manera, filmes destacables, en los que están presentes muchas de las singularidades del cine de la región: desde la desdramatización y la contemplación (la obra de la Martel) hasta el reciclaje genérico, con el cine histórico, como en La llorona (2019) del guatemalteco Jairo Bustamante, el melodrama, el cine criminal (El ángel, 2018, de Luis Ortega), la comedia (la argentina La odisea de los Giles, de 2019, de Sebastián Borensztein, con la que inició la muestra, cuyas proyecciones se han realizado en una pantalla al aire libre, frente al cine Martí). Desde la presencia de la hibridación, el pastiche y la intertextualidad, hasta el predominio de la violencia y la marginalidad, como en la propia Amores perros. Desde el llamado culto a la otredad, enfocado desde el discurso femenino (nuevamente Lucrecia Martel y su atractiva ópera prima, La ciénaga), la racialidad, los exilios y desarraigos y la diversidad sexual, como en Una mujer fantástica, 2017, del chileno Sebastián Lelio, hasta la presencia, como rasgos también del cine regional del presente siglo, del criticismo y la inconformidad, del desencanto, la distopía y la desintegración, junto a miradas a la intimidad y a las familias en crisis, como en Roma (2018) del mexicano Alfonso Cuarón.

Fotos Robert Rodríguez

Volviendo a la pregunta inicial: el NCLA creció y se fortaleció desde las especificidades sociales, económicas y culturales de cada país. Como han subrayado Joel del Río y María Caridad Cumaná en Latitudes del marguen. El cine latinoamericano ante el tercer milenio, este cine tuvo que hacerse a veces más simbolista y metafórico, condicionado por circunstancias políticas; otras veces se dejó permear por las influencias documentales. Si algunos realizadores optaron por la linealidad narrativa y clásica, otros se afianzaron en la metáfora y la ruptura lingüística. Visto en perspectiva, el NCLA se apoyaba más en el nacionalismo cultural y en programas sociales y políticos de las izquierdas latinoamericanas, que en la coherencia estética o en un estilo representacional predeterminado. Siempre se destacó más por lo que no quería ser, que por imponer lineamientos con carácter normativo o programático, aunque hoy sí son subrayables tres grandes principios del NCLA: la contribución al desarrollo de culturales nacionales lo suficientemente fuertes como para retar la penetración y el colonialismo cultural; la determinación de perspectivas continentales a los problemas del subdesarrollo común, o sea, la lucha por la integración; y el incremento de la conciencia popular, a partir de mostrar críticamente los conflictos sociales. Todo ello se resumía en potenciar una agenda ideológica y política, y un compromiso con los ideales de la izquierda, con características diversas en cada país, en Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, México, Uruguay y Venezuela, sobre todo; pero, en general, por ser fiel a las prácticas marginales, alternativas, vanguardistas, oposicionales y anti-mainstream en el cine.

Las estéticas y la ética de los fundadores del NCLA —ese cine imperfecto y revolucionario en el sentido más amplio de la palabra, al decir de Julio García Espinosa; el cine de una cámara en la mano y una idea en la cabeza, según el brasileño Glauber Rocha— continuaron reverdeciendo (y lo sigue haciendo, pues es parte de su esencia y de la propia realidad del país y el continente) en cualquier lugar del área donde existe avidez por imágenes cercanas a la verdad, ansias por confirmar la identidad nacional, como en las búsquedas iniciales, y valentía y moral para denunciar, desde el audiovisual, las penurias materiales y espirituales de una región multicultural, diversa y martiana, que se extiende desde el río Bravo hasta la Patagonia, como lo confirmó esta selección de filmes del Festival que recién se exhibió en Holguín.


Otorgan a trovador Silvio Rodríguez Coral de Honor del Festival de Cine

El trovador y compositor cubano Silvio Rodríguez Domínguez recibió este viernes el Premio Coral de Honor de la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano desarrollado en La Habana.

   En el cine Charles Chaplin,  se reconoció el aporte de Rodríguez Domínguez a la banda sonora del séptimo arte cubano en filmes como El hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez Paredes, y Elpidio Valdés, de Juan Padrón.

   Acepto este premio en nombre de mis compañeros ausentes del Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), como Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González,  Leonardo Acosta, Emiliano Salvador, entre otros, afirmó.

   Hizo mención, además, a sus colegas Vicente Feliú, Santiago Feliú y Lázaro García, integrantes del Movimiento de la Nueva Trova que este 2022 celebra medio siglo de existencia.

   Espero que nuestras instituciones sean cada vez más sabias e inclusivas y eso será, sin dudas, lo que nos acercará a lo que queremos soñar, añadió.

   Su intervención al recibir el Coral de Honor culminó con un ¡Abajo el bloqueo!¡Viva Cuba!

Bolivia, Argentina y Brasil, máximos ganadores de festival en Cuba

Las cinematografías de Bolivia, Argentina y Brasil demostraron este viernes su solidez en el séptimo arte latinoamericano al arrasar en varias categorías en el 43 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

El realizador boliviano Kiro Russo fue el gran vencedor en el certamen tras coronarse con el Coral al mejor largometraje en tanto también venció en el apartado de dirección, sonido y edición.

Otra de las grandes premiadas de la cita fue la película Argentina, 1985, de Santiago Mitre, cuya historia sobre los juicios posteriores a la dictadura cívico-militar (1976-1983), le valió un Coral al gran actor Ricardo Darín por su papel del abogado Julio Strassera. La cinta también ganó en dirección artística y guión.

Prensa Latina transmite a continuación la lista de premios del certámen habanero, en el que concursaron 103 obras de una decena de países.

Largometraje:

Coral de ficción: El gran movimiento, de Kiro Russo (Bolivia)

Coral especial del jurado: Regra 34, de Julia Murat (Brasil)

Coral de dirección: Kiro Russo, por El gran movimiento (Bolivia)

Coral de actuación femenina: Julia Chávez, por El otro Tom (México)

Coral de actuación masculina: Ricardo Darín, por Argentina 1985 (Argentina)

Coral de sonido: Mercedes Tenina y Mauricio Quiroga, por El gran movimiento (Bolivia)

Coral de dirección artística: Micael Saiegh, por Argentina 1985 (Argentina)

Coral de guión: Santiago Mitre y Mariano Llinás, por Argentina 1985 (Argentina)

Coral de música original: Muleta 100 Calcinha, por Mato seco em chamas (Brasil)

Coral de fotografía: Joana Pimienta, por Mato seco em chamas (Brasil)

Cora de edición: Kiro Russo y Pablo Panigua, por El gran movimiento (Bolivia)

Cortometraje:

Coral al mejor cortometraje: Chao de fábrica (Una historia de obreras), de Nina Kopko (Brasil)

Coral especial del jurado: Estrellas del desierto, de Katherina Harder (Chile)

Ópera prima:

Coral a la mejor ópera prima: Amparo, de Simón Mesa (Colombia) Coral especial del jurado: 1976, de Manuela Martelli (Chile)

Coral a la contribución artística: La jauría, de Andrés Ramírez (Colombia)

Menciones:

Clara Sola, de Nathalie Alvarez (Costa Rica)

Noche de fuego, de Tatiana Huezo (México)

Documentales:

Coral de largometraje documental: Eami, de Paz Encina (Paraguay)

Coral de cortometraje documental: Abisal, de Alejandro Alonso (Cuba)

Coral especial del jurado de largometraje: El silencio del topo, de Anais Taracena (Guatemala)

Coral especial del jurado de cortometraje: Cadé Heleny?, de Esther Vital (Brasil)

Animación:

Coral de animación: Bob escupe, no nos gusta la gente, de César Cabral (Brasil)

Coral de cortometraje: Bestia, de Hugo Covarrubias (Chile)

Coral especial del jurado: Mi casa está en otra parte, de Carlos Hagerman y Jorge Villalobos (México)

Coral de postprodución: La suprema, de Felipe Caro (Colombia)

Mejor cartel: Agua, de Gonzalo Fontao (México)

Guión inédito: Micaela, de José Fernández del Río (Perú).

Otros premios:

Premio Arrecife: Un varón, de Fabián Hernández (Colombia)

Premio Signis: Argentina, 1985, de Santiago Mitre (Argentina)

Premio Fipresci: Mato seco em chamas, de Adirley Queirós y Joana Pimenta (Brasil)


De Cuba para Frank González: « ¡Hasta la vista, compay!» (+tuits)

El reconocido actor cubano de radio, televisión, teatro y cine Frank González, Premio Nacional de Televisión 2019, falleció en horas de la madrugada de hoy en esta capital, a los 73 años de edad.

De acuerdo con una nota de prensa compartida por el Consejo Nacional de Artes Escénicas, González trascendió no solo como excepcional actor, sino por su don de vocalizar a los más disímiles personajes, hasta convertirse en un maestro del doblaje.

Como creador de voces que serán recordadas para siempre, basta citar al coronel mambí Elpidio Valdés, el personaje animado más popular de Cuba, indica la institución, y añade que él no solo tenía la habilidad de cambiar la voz, sino que le imprimía vida a los personajes a partir de una caricatura.

Frank descubrió su afición por las artes escénicas en el Servicio Militar, etapa en la que participó en varios festivales; en 1967 ingresó al Instituto Cubano de Radio y Televisión y pasó un curso con la gran actriz y directora Martha Jiménez Oropesa, a quien, según confesó en una entrevista, le debía el dominio de la voz, de la dicción y del aparato fonético.

Lea aquí: Elpidio Valdés tiene mucho machete que dar todavía (+Fotos)

En la radio entró por la puerta grande, grabando novelas, teatros, cuentos y policiacos; en la Televisión grabó más de catorce aventuras y participó en telenovelas, series, teatros y cuentos.

Actuó en el teatro de la mano de Raquel Revuelta, en Teatro Estudio, y en el cine estuvo en coproducciones y largometrajes cubanos como Se Permuta, Baraguá, En Tres y Dos y en Dolly Back, Premio Coral del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana.

Al morir Frank González ostentaba el Premio Nacional de Televisión, la Distinción por la Cultura Cubana, el Premio ACTUAR por la obra de la vida, el Micrófono de la Radio, y el Premio CARICATO de actuación, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Envía Alpidio Alonso condolencias por fallecimiento de Frank González

El ministro de Cultura de Cuba, Alpidio Alonso, envió hoy sus condolencias por el fallecimiento en esta capital del reconocido actor de radio, televisión, teatro y cine cubano Frank González, a los 73 años de edad.

En su perfil oficial en Twitter, Alonso destacó la trayectoria del destacado artista, Premio Nacional de Televisión 2019, conocido por su talento multifacético, carisma y rigor profesional.

El titular de Cultura además recordó el trabajo de Frank González como la voz de Elpidio Valdés, personaje animado más popular de Cuba, creado por Frank Padrón hace 50 años, que representa a un coronel mambí de la guerra de independencia (1868-1898).

«Con honda tristeza despedimos al gran actor cubano Frank González, quien seguirá siendo siempre la voz de Elpidio Valdés. Su talento multifacético, carisma y rigor profesional lo mantendrán como un referente entre nosotros. Lleguen nuestras condolencias a sus familiares y amigos», tuiteó Alonso.

González actuó en el teatro de la mano de Raquel Revuelta, en Teatro Estudio, y en el cine estuvo en coproducciones y largometrajes cubanos como Se Permuta, Baraguá, En Tres y Dos y en Dolly Back, Premio Coral del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana.

Al morir Frank González ostentaba el Premio Nacional de Televisión, la Distinción por la Cultura Cubana, el Premio ACTUAR por la obra de la vida, el Micrófono de la Radio, y el Premio CARICATO de actuación, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

 


Mairyn Arteaga: «Creo que las historias me buscan a mí» (+poemas)

Mairyn habla poco y hace mucho”; así definen sus compañeros de la Agencia Cubana de Noticias (ACN) a una de las voces jóvenes del periodismo cultural en Villa Clara.

Desde que se graduó de la Universidad de La Habana, Mairyn Arteaga Díaz ha reportado el acontecer cultural de esta central provincia para la ACN, el Grupo Guamo, donde trabaja actualmente, y otros espacios.

Si bien la frescura de sus 29 años se traduce en su hacer y su persona se aviene con la sed de los imberbes que le entran con ganas a la profesión, quienes la conocen o la leen coinciden en ese algo más que habita a la reportera.

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

Y es que detrás de sus espejuelos ocasionales, su andar casi en solitario, su joven apariencia y su discreción a prueba de bala, emergen en ella la autoexigencia y el olfato de los periodistas viejos. Quizás porque a Mairyn la noticia comenzó a quemarle los dedos desde la infancia.

“En quinto grado decidí que quería ser periodista, porque me gustaba mucho escribir, incluso cuando tenía que redactar composiciones largas trataba de imitar la estructura de los textos de los periódicos. Y eso fue algo que mantuve todo el tiempo hasta la vocacional.

“Al principio lo que me atraía era el hecho de no estar encasillada en una oficina ocho horas, pero el periodismo para mí ha sido mucho más que esto. Es una profesión que te exige casi estar en constante movimiento, además de que te permite vivir otras vidas ¡Eso es lo que más me atrae aún! Ponerme en el lugar de otras personas y a veces vivir un poco a través de ellos para poder contar sus historias”.  

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

Trabajos suyos han sido replicados por diversos medios como la revista Bohemia, Radio Habana Cuba, La Jiribilla, Cuba Sí, Adelante, Periódico de Mayabeque, Tiempo 21. Varios medios nacionales y extranjeros, impresos y digitales, entre ellos Cubadebate y La Calle del Medio. También se ha desempeñado como escritora del programa radial Hablemos, de la emisora CMHW. Egresada del Taller de Técnicas Narrativas del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Mención en el Concurso de Periodismo Cultural de la revista Caimán Barbudo del año 2016, con la crónica Abuelo Risei. Pero el primer momento importante de su carrera estuvo marcado desde el día que eligió su tema de tesis.

“Yo fui con un grupo de amigos a conocer la Isla de la Juventud en abril de 2012, cursaba el tercer año de la carrera. Una de las salas que sirven hoy de museo en el Presidio Modelo está dedicada al encierro de los japoneses, alemanes e italianos durante la Segunda Guerra Mundial, algo que yo no sabía, que se me quedó archivado. Cuando me pidieron un tema de tesis, aquel recuerdo me halaba. Al principio tuve mis dudas porque tenía que entregar una estrategia de fuentes para que me aprobaran el tema y yo no tenía ni idea de cómo encontrar a los descendientes vivos de esas personas. Había pasado mucho tiempo del holocausto, pero no me importó, sentí que debía hacerlo, y como soy testaruda…”

«En la Isla de la Juventud hubo un samurái». Así comienza la primera crónica del libro La Isla de los Confinados, Ediciones Sed de Belleza, 2016, en el que la joven periodista de Villa Clara narra, con intimidad y elocuencia, la triste epopeya de nipones confinados en el Presidio Modelo durante la Segunda Guerra Mundial.

“Fue un poco difícil el hecho de tocar un montón de puertas, de tratar temas sensibles y hurgar en momentos de sus vidas que a lo mejor ellos no querían contar y más a una extraña, pero fíjate, aunque al principio me recibieron un poco recelosos, todos me abrieron las puertas, sí hablaron y me contaron hasta donde sabían, y yo les agradezco muchísimo que confiaran en mí.”

En el libro aparecen 20 crónicas y 19 familias niponas, de una se narran aparte la historia de la madre y del padre, pero Mairyn entrevistó a muchas más personas. “Algunos conservan recuerdos mínimos de aquellos momentos porque eran muy pequeños o no habían nacido aún, otras fuentes se negaron a contar las historias completas, o al menos a que fueran publicadas, pero ayudaron a entender un poco más todo el hecho”.

“Con muchas historias me conmovía, incluso lloraba, ¡uno se siente como más viejo después que pasas por algo así!

“Pero cuando salió La Isla de los Confinados ellos se quedaron agradecidos de que hubiese decidido mirar hacia esa parte de la historia que al menos para ellos es importante.”

Este, el primer libro de Mairyn Arteaga, nacido de su tesis de diploma, no solo ha sido acogido con beneplácito por críticos, lectores y protagonistas; sino que resultó una marca en el estilo de futuras entregas para La Jiribilla, Bohemia, La Calle del Medio o el Caimán Barbudo. Periodismo investigativo que prefiere exponer los hechos, así como quien cuenta desde los artilugios de la literatura la realidad misma, ¿y por qué no? si al fin y al cabo estas vidas que ella nos relata, superan por mucho la ficción.

“Es que yo creo que a mí las historias me sorprenden, un poco. De pronto estoy en un lugar y permanezco muy atenta a las cosas que puedan surgir en los alrededores. Si voy a una cobertura no me encasillo en la cobertura, sino que intento ver lo insólito. Pero no es que ande buscando un tema para escribir, sino que yo creo que ellas, las historias, son las que me buscan a mí.”

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

¿Además de tu libro te ha pasado esto en otras ocasiones?

“Bueno, yo soy de un pueblecito en las montañas de Artemisa, llamado Niceto Pérez (Rancho Mundito); pasé toda mi infancia escuchando hablar de los acuáticos que creen en los poderes curativos del agua. Se sustentan con lo que sean capaces de producir con sus manos y no beben agua que no sea del arroyo.”

“Llegó el momento en que yo dije, ¡ya, esto lo tengo que hacer!”

“Los acuáticos viven en un pueblo mucho más intrincado, donde el carro entra cada tanto, cuando no está roto. Sin las cosas que traen el desarrollo y que según ellos llevan a la destrucción del hombre, como, por ejemplo, la electricidad. Fui hasta allá y conté un poco de su historia”.

“Para mí es el mejor modo de hacer un periodismo más ameno, más cercano y de que la gente se reconozca en mis textos. Impacta más el hecho de que cuentes la historia como una historia y que no te lo pongas así como muy lejos de ti, sino que hagas que la gente se sienta cerca de esos hechos, tocar la piel de las personas más que quedarte en cifras y en la mera información.”

¿Qué aportó tu pueblecito a tu sentido social?

“Yo creo que es eso que los pueblitos tienen, todo el mundo se conoce, la gente es más cercana, y el hecho de no creerte por allá arriba de las personas, de sentirte parte de la gente, de diluirte en inframundos y capas, ser una más. Yo creo que sí tiene que ver.”

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

Sin embargo, cuando te graduaste comenzaste a trabajar en la Agencia Cubana de Noticias y allí permaneciste durante seis años haciendo un periodismo que exige inmediatez, productividad, lenguaje informativo…

“No sé si es una virtud, pero me gusta desdoblarme, sentirme como el agua que se adapta a los recipientes y a sus formas. Y así llegué a adaptarme al ABC de la Agencia como mismo hacía un reportaje con vuelo literario, servicio especial para Bohemia. ¿No sé si es que no soy buena en ninguna de las dos cosas?”

Se ríe casi nerviosa, “¡bueno!, la verdad es que cuando chiquita era gaga y tartamuda –un poco–, pero cuando cantaba no se me trababan las palabras y así descubrí que hablando rápido tampoco. Así que se me convirtió en un hábito y por eso siempre he sido de leer muy rápido, también escribo muy rápido, ¡ah!, y hablo rápido. Quizás esto me ha sido útil para procesar información, hacer transcripciones… y cumplir con las normas mensuales de medios como la ACN”.

Se vuelve a reír, bebe del té rosado –de flor de Jamaica– con miel que ha preparado para ambas y continúa.

“Además, en Cuba escasean mucho los medios para hacer periodismo narrativo. Y en la agencia, aunque tiene las características propias, muy delimitadas y bastante específicas para cada género, el hecho de tener varios clientes –revistas y periódicos–, te da la oportunidad de estos servicios especiales.”

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

También te permite ser testigo de momentos importantes en la historia cultural de la provincia.

“Sí, por ejemplo, después del paso del Huracán Irma por Isabela de Sagua fui con una brigada de la AHS a brindarles apoyo, y bueno, una vez allí era imposible no reportar lo que vivimos esos tres días. Fue una experiencia bonita y triste porque Isabela de Sagua estaba devastada, la gente allí se quedó sin nada y uno lo poco que podía hacer era conversar con ellos, dejarlos que se desahogaran y que contaran la experiencia.”

“También cubrí La Feria del Libro en La Habana en 2015, porque desde la Agencia Central pidieron apoyo de las Corresponsalías. Otra experiencia que me gustó mucho fue el Festival de Cine Latinoamericano en 2017, que nos dio la oportunidad de entrevistar a realizadores latinoamericanos, de hablar, de interactuar, de vivir la atmósfera del festival, y también es como que te foguea, te ayuda. Teníamos que hacer como tres o cuatro coberturas en el día, incluido el matutino y resúmenes. Después se te nota el cansancio de trabajar así contra cierre, pero en ese momento estás con otro tipo de gasolina.

“Me gusta mucho el cine, lo prefiero a las series. Sobre todo, el latinoamericano.”

¿Cómo repercute en ti el hecho de interpretar la vida cultural de Santa Clara?

“Cuando yo estaba en la universidad decía que iba a ser periodista de internacionales. El periodismo cultural lo veía como fácil, erradamente. Hasta que llegué a Santa Clara. Que tiene una vida cultural muy rica y un púbico muy exigente. Muchos artistas que vienen a Cuba quieren pasar. Las personas que llevan adelante la cultura son muy comprometidas con el arte, y no te queda otra que comprometerte y vivir un poco por eso.

 “Yo creo que nos falta muchísimo porque siempre nos quedamos en cubrir de un evento lo que pasa o lo que va a pasar y no vemos más allá, a las implicaciones que puede tener interpretar la vida cultural, hacer crítica, porque casi siempre lo que se hace es para ensalzar un producto no para ver lo mejorable que pudiera tener otro, y me hago la autocrítica, por supuesto.”

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

¿Cómo te ves en Guamo?

“Llevo redes sociales, es algo que voy aprendiendo porque es un mundo dentro de la comunicación relativamente nuevo, que tiene otros códigos para llegar a la gente y para ganar visibilidad.”

Mairyn practica yoga, cultiva plantas, toma té rosado con miel, y cuida dos perras enormes que se llaman Nala y Lluvia. Su sensibilidad y su sencillez se la deben quizás a la niña que nació entre lomas, allá por los munditos pródigos de Artemisa y que desde entonces se las agenció para andar con un libro a rastros, casi todo el tiempo.

“Si estoy en un lugar que no quiero estar o con gente que no conozco, pues yo abro el libro, me meto ahí y ya. Es como mi capa de invisibilidad. Sobre todo, si se trata de García Márquez.”

¿Prefieres al Gabo periodista o al escritor?

“Creo que es difícil separarlos.”

Me decías que además del cine te gusta la trova.

“Sí, yo creo que a mí me gusta un poco de todo.”

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

¿Algún sueño pendiente con respecto al periodismo ahora mismo?

“Tengo un libro de crónicas de viaje, inédito, contiene historias de lugares donde he ido y me han asaltado las historias.”

¿Si no hubieses sido periodista o escritora, qué hubieses querido ser?

“Ingeniera, aunque mi mamá hasta el último momento para elegir carrera quería que me pusiera la bata blanca”.

Alguien me dijo que escribes poesía.

“En momentos muy específicos me salen, en reuniones, por ejemplo”.

¿Unos dicen que eres laboriosa, otros que lacónica, que si tímida… qué cualidad te define mejor?

“La honestidad es mi arma fundamental”.

También eres perseverante.

“Más bien testaruda”.

foto: Alexis Rafael Pérez Soria

 

Nostalgias

Por Isla

¿Y qué queda de los amigos que se van?

Una sandalia rota por tu perra,

una cama recién tendida, y azul,

la casa vacía,

una que otra foto subida en la nube,

un puntico verde en esa red social.

El sabor extraño de la añoranza,

la esperanza de verlos por ahí, algún día,

en algún sitio, que puede ser el tuyo o el de ellos,

o simplemente cualquier otro.

La certeza de lo efímero,

y estas letras que te saltan de pronto,

cuando tratas de llenar,

con el trabajo que debes,

una página en blanco.

 

Afortunada

He visto una herradura en el cielo,

una herradura hecha de nubes blancas,

en un cielo azul.

Luego, por andar mirando hacia arriba,

he puesto el pie derecho

sobre una pila de excremento.

 Sí, hoy debe ser mi día de suerte.


«El camino fácil sería traicionarme»

Nos conocimos mientras cursábamos estudios en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Por aquellos días siempre me llamó la atención la huella fotográfica que se palpaba en sus cuentos. Cerrabas los ojos y parecía que estabas viendo una película. Tiempo después supe que estudiaba Dirección de cine.

José Luis Aparicio Ferrera nació en 1994, en Santa Clara. Ha ganado en tres ocasiones la Beca de Guion que convoca la Asociación Hermanos Saíz. Integró el Jurado Mezcal del 33 Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) y el jurado del Premio Sara Gómez del 40 Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano. Es miembro de la Junta Directiva de la Muestra Joven ICAIC. Sus trabajos han sido seleccionados y exhibidos en festivales de varios países.

Este joven realizador, a pesar de su corta edad, tiene mucho que expresar, y su discurso se va consolidando poco a poco en cada una de sus obras. Entre sus principales fortalezas podrían estar la persistencia, la búsqueda constante y dedicación, armas necesarias para emprender un camino en el complejo universo cinematográfico.

José Luis Aparicio. foto cortesía del entrevistado.

Desde joven tienes una marcada inclinación por el séptimo arte. ¿De dónde proviene esta pasión?

No sabría explicarlo. Mi primera pasión fueron los libros, sobre todo las novelas de aventuras, fantasía y ciencia-ficción. Devoré cuanto título pude de la editorial Gente Nueva, nada más que me enseñaron a leer. Luego, cuando tenía ocho o nueve años comencé a escribir poemas y cuentos policiacos. En ese entonces soñaba con una vida de escritor.

El cine se convirtió en algo serio durante mi adolescencia. Desde niño no me despegaba del televisor, veía todo tipo de series y películas, omnívoramente. El descubrimiento de directores como Woody Allen, Stanley Kubrick o David Lynch me hizo más consciente de las posibilidades expresivas del medio. Después llegaron las cámaras de video caseras, comenzó el rejuego con la técnica, el componente artesanal… El cine se transformó en una obsesión, casi enfermiza, que persiste hasta el día de hoy.

Eres graduado en Dirección de Cine, Radio y Televisión de la Facultad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) de la Universidad de las Artes (ISA). Cuéntanos sobre esta etapa. ¿Cómo es el proceso de formación de los jóvenes realizadores en Cuba?

La verdadera formación de los cineastas, en Cuba y en el resto del mundo, es fundamentalmente autodidacta. Las mejores escuelas de cine te proporcionan ciertas nociones técnicas o teóricas que complementan tu desarrollo, pero la pelea real es la de uno mismo con la tradición, y se realiza en privado, en el bullicio de una beca o en la soledad de una sala de cine.

Hay que ver películas, todas las que se puedan, constantemente… y hay que leer, y filmar, y consumir todo el arte posible. Solo así hay esperanzas.

La FAMCA es una facultad muy limitada económicamente, pero esto no debería ser excusa para justificar sus principales problemas. En el último año y medio, por ejemplo, hemos presenciado una vuelta de la censura y el fundamentalismo político, por encima de la libertad de creación de sus alumnos.

Lo anterior, junto al eterno problema de los planes de estudio, rígidos y obsoletos, y a la escasez de profesores verdaderamente capacitados, conforma un panorama difícil. Sin embargo, conservo muy buenos recuerdos de esa etapa. Los debo, en su mayoría, a profesores como Joel del Río, Gustavo Arcos, Mario Masvidal, Jorge Molina, Alán González y Marta Díaz… A ellos y a otros pocos les estaré siempre muy agradecido.

¿Qué propuesta estética ofreces desde tus materiales audiovisuales?

No creo que se pueda hablar de una estética específica, única, bien definida, en los audiovisuales que he realizado hasta la fecha. Tampoco es algo que me quite el sueño. Desconfío de los artistas que encuentran una fórmula que se les da bien y la repiten obra tras obra. Tengo miedo a acomodarme, a no tomar riesgos. Muchos de los creadores que prefiero cambian constantemente, se retan y salen de sus zonas de confort. Mutar o desaparecer, como los Beatles. Ese es mi mantra. Solo me interesa conservar el misterio, la ambigüedad… El camino fácil sería traicionarme. Prefiero el fracaso.

El Secadero. foto cortesía del entrevistado.

¿Cuáles referentes artísticos han marcado tu obra?

Jorge Luis Borges, Woody Allen, David Lynch, Guillermo Cabrera Infante, Paul Thomas Anderson, Virgilio Piñera, Agnes Vardà, René Magritte, Roman Polanski, Salvador Dalí, Quentin Tarantino, los Hermanos Coen, Stanley Kubrick, Charlie Kaufman, Hayao Miyazaki, Orson Welles, Edward Hopper, Werner Herzog, Martin Scorsese, Maya Deren, David Cronenberg, Chris Marker, Monty Python, Les Luthiers… Es una lista larga que crece constantemente. No estoy seguro de que hayan marcado mi obra, pero sí mi visión del arte y la vida, mis actitudes, mi educación sentimental.

También cursaste el Taller de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. ¿Qué te aportó en el proceso creativo de los guiones?

La “Onelio” fue muy importante, no solo por el contacto con profesores como Eduardo Heras León y Raúl Aguiar, sino también porque me permitió tomar el pulso a los escritores de mi generación. Eso como cineasta lo considero fundamental: escapar a la vida cultural fragmentada o sectaria que a veces sufrimos en nuestro país.

 La influencia en mi trabajo como guionista es evidente, pues las técnicas narrativas no son patrimonio exclusivo de un medio u otro. A partir de mi paso por el centro, mis narraciones se hicieron más sólidas y conscientes, más complejas y a la vez más precisas en su despliegue técnico.

La FAMCA, por otro lado, carece de la especialidad de guion. La “Onelio” vino a suplir muchas lagunas en mi formación, me hizo recuperar el placer y la pasión por la lectura que experimenté en mi niñez y adolescencia.

Has obtenido diversos premios con tus cortometrajes y has participado en el 39 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y en el 14 Festival Internacional de Cine de Gibara. ¿Qué influencia ejercen estos eventos en la carrera de un joven realizador?

Una influencia decisiva. Sería ingenuo decir lo contrario. Si no has participado en un festival o recibido algún premio, estás en desventaja a la hora de, por ejemplo, aplicar a un fondo de ayuda a la producción o solicitar una beca de cualquier tipo.

La calidad artística, por estos lares, no siempre es lo esencial para salir adelante. También es necesario algún respaldo o reconocimiento, al menos en un sentido estratégico. Hacer currículo, como solemos decir.

No obstante, la oportunidad de compartir tu trabajo, de polemizar y debatir al respecto, no puede ser tomada por sentado, más en nuestro contexto, donde escasean los festivales y las ventanas de exhibición y distribución, así como los espacios de crítica y pensamiento.

 Mantener y desarrollar eventos como la Muestra Joven, con lo difícil que esto resulta en ocasiones, es una preocupación que debería ser de todos los cineastas en el país.

El secadero. foto cortesía del entrevistado.

¿Cuáles son los principales retos que enfrenta actualmente el cine independiente en Cuba?

Es una pregunta complicada de responder, sobre todo porque atravesamos un período de cambios, de incertidumbre… Más allá de las dificultades económicas y prácticas de la producción, creo que los principales retos se enfrentan en el campo de lo estético.

El cine cubano tiene muchas deudas, no siempre se hace las preguntas adecuadas. Yo quisiera ver un cine más diverso, más preocupado por la memoria de la nación, más complejo y menos complaciente, donde coexistan las películas de entretenimiento con las de autor, el cine de género con el realismo social…

 El principal reto es actualizarse, eliminar el rezago que nos separa de nuestros espectadores naturales y del resto del mundo. Desde hace décadas, salvo contadas excepciones, las películas que hacemos no se ven en ninguna parte, ni siquiera en la isla.

Las que mejor suerte han corrido son las independientes, para mí las más arriesgadas, las más interesantes. Es una lástima que el abandono legal, la censura y la desidia hayan coartado este desarrollo. Sin embargo, no han podido detenerlo.

Una de tus últimas creaciones es el cortometraje de ficción El secadero, ganador de los Premios a la Mejor Producción y del Público en la 18va Muestra Joven del ICAIC, que recientemente en este mes obtuvo el Premio a Mejor Ficción del Bannabáfest, Tercer Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos de Panamá. Háblanos un poco del proceso creativo de esta obra.

El Secadero es un corto de 28 minutos que transcurre en La Habana de 1993, una Habana inventada por nosotros pero que conserva algunos lazos con la realidad.

Su guion está inspirado en algunos personajes y situaciones de La máquina, un cuento del escritor cubano Jorge Enrique Lage, pero en este caso se trata de una versión extremadamente libre. Un asesino en serie decapita policías. Mario, un oficial desencantado, encuentra la cabeza de la séptima víctima. Junto a su compañero, Camacho, debe llevarla a la estación. Una distracción momentánea conduce al extravío de la cabeza, que es robada junto a sus bicicletas policiales. Ambos descenderán al underground habanero para recuperarla…

Así comienza una historia con tintes de neo-noir, pero que es realmente una comedia negra, con mucha influencia de Tarantino y los Hermanos Coen. Es mi último corto y con el que más feliz me siento hasta la fecha.

Debía representar mi tesis de graduación de la FAMCA, pero fue censurada por la nueva dirección de la facultad. Sin preverlo, terminó convertida en mi primera obra verdaderamente independiente. Se realizó gracias a una campaña de crowdfunding y con el apoyo de varias productoras no estatales. Luego de los premios en la Muestra Joven, ha tenido un recorrido internacional por festivales de Chile, Argentina, Alemania, Estados Unidos, Panamá y México. Espero que cuente con más oportunidades de exhibirse en nuestras pantallas.

Recientemente fuiste seleccionando para la III Residencia Internacional de Cine Castello Errante, dedicada a la formación de jóvenes cineastas italianos y latinoamericanos. ¿Qué te llevas de esta experiencia?

Castello Errante es una de las mejores experiencias que he tenido en mi formación profesional. Tener la oportunidad de conocer la cultura italiana, de visitar Roma y recorrer los pasillos del Centro Sperimentale di Cinematografia o los foros de Cinecittà, es algo realmente invaluable.

 Más importante aún fue estrechar lazos profesionales y personales con un puñado de jóvenes cineastas de diversas procedencias, italianos y latinoamericanos. Los 35 días que compartí junto a ellos me cambiaron, me devolvieron fuerzas para seguir intentando este oficio tan difícil.

A todos ellos y al staff de la residencia les agradezco mucho, así como a la Muestra Joven, al ICAIC y a la Embajada de Cuba en Italia, que lo hicieron posible.

¿En qué proyecto te encuentras trabajando en estos momentos?

Ahora mismo estoy terminando la post-producción del largo documental Sueños al pairo, sobre la vida y obra del músico cubano Mike Porcel, un proyecto que co-dirijo junto a Fernando Fraguela.

Sigo enfrascado en la distribución de El Secadero y entro en la pre-producción de un nuevo corto, cuyo título provisional es El Tikrit, con guion del cineasta santiaguero Carlos Melián.

 También estoy desarrollando dos proyectos de largometraje: La zona muda, una ficción situada en el universo ficcional de El Secadero, co-escrita junto al guionista Daniel Delgado, y Distintos modos de cavar un túnel, un documental sobre el poeta cubano Juan Carlos Flores, que concebí junto al también poeta Ramón Hondal.

Hay más ideas, más proyectos… Es el tiempo que no alcanza.