«La escritura puede ser un largo viaje hacia la noche»

Leonardo Estrada Velázquez es un joven dramaturgo que persigue a la escritura en su largo viaje hacia la noche. Con motivo de la publicación de su obra teatral Ludoteca, bajo el amparo del sello de Ediciones La Luz, me acerqué a él. En este diálogo, muy semejante a otros que hemos tenido en la Asociación Canaria de Cuba o en el Instituto Superior de Arte (ISA), Leonardo revela sus sueños, sus influencias, sus obsesiones como escritor, la senda que lo conduce en busca de un nuevo texto y una historia por contar.

¿Sientes que al elegir la dramaturgia como tu campo de creación fundamental sucedió un cambio en tu concepción poética del mundo? 

Sí. La dramaturgia es un concepto semánticamente complejo y abarcador. Complejo porque hay muchas dicotomías sobre qué significa la dramaturgia y cuál es su marco conceptual y formal. Muchas personas sitúan la dramaturgia en el mundo netamente de la escritura; sin embargo, ella nos ofrece un amplio abanico de posibilidades que se adentran en planetas visuales, sonoros, cinematográficos, danzarios… como vía láctea de la creación. 

El concepto de dramaturgia comienza a concebirse durante el Teatro de la Ilustración. Existe, entre los ilustrados, un investigador y crítico alemán llamado Gotthold Lessing quien, en su libro La Dramaturgia de Hamburgo, recopila una serie de ensayos en el cual analiza el teatro alemán de su época. Dentro de sus notas aparece el término dramaturgie, o sea, dramaturgia. Pero, obviamente, es una noción compleja pues ya en Grecia, Esquilo, Sófocles y Eurípides eran conocidos como poetas, y si hoy se les presentara quizás se haría utilizando el denominativo dramaturgo.

Asimismo, resulta abarcador porque la dramaturgia no solo nos ayuda a componer, estructurar, delinear las capas, niveles y categorías de un texto escrito, sino también actúa en los otros rubros que te mencionaba. Cada uno posee textualidad específica y autónoma, un lenguaje, signos que articulan su trazado. Hay muchísima dramaturgia en los gestos, movimientos y miradas de una persona, como mismo en la simetría, en el uso de la línea, el color o la luz concernientes a un cuadro; hay muchísima dramaturgia en la agógica, el ritmo, el compás, la instrumentación de una pieza musical; hay, por así decirlo, muchísima dramaturgia en la vida y sus situaciones.

Todo lo anterior representa mi noción del mundo. Admitir ese mundo sin procesos dramatúrgicos equivaldría a la inexistencia de mi yo. Quizás te puedo decir que antes de conocer la dramaturgia, mi cosmos intelectual se notaba difuso. Solo al conocer la dramaturgia cobró personalidad, forma y sentido.

¿Cómo se transmuta la poesía en dramaturgia, y viceversa?

Es un proceso orgánico y fluido, pero también de convivio, es dialéctico, efímero, denso y contradictorio. Desde hace muchísimos siglos atrás la poesía y la dramaturgia eran asumidas como ese acto creativo, imitativo y comunicativo de una persona que contenía una determinada sensibilidad gracias a ser poseído por alguna deidad o fuente cósmica. Los poetas o dramaturgos (si se quiere) eran sencillamente creadores, y no existía esa diferenciación de oficios o términos. Los músicos (coreutas) que cantaban ditirambos en honor a Dionisos fueron nombrados poetas (los textos de Platón y Aristóteles así lo constatan), incluso eran poetas los aedos y rapsodas que iban de pueblo en pueblo tocando la lira o aquellos que escribían para las procesiones en la Hélade.

Había tanta poesía y dramaturgia en los poemas eróticos de Safo a Lesbia, en La Epopeya de Gilgamesh o la Ilíada, de Homero como en Las Bacantes, de Eurípides, en la construcción del Oráculo de Delfos o el agón entre el coro y el corifeo —seguido del hypokrités—, que marcó un salto cualitativo en el origen del teatro. Todo este primer panorama es crucial para entender cómo puede transmutarse la poesía en dramaturgia y viceversa.  

En mi caso, como escritor, puedo aseverar que el poeta no solo escribe desde esa condición espiritual de interpretar la vida misma y sus interioridades (mucho menos hoy, en donde el mercado juega un rol fundamental). El poeta, como el dramaturgo, requiere de una especialización, un oficio; luego, la maestría o dominio del saber hacer nos habla de la técnica. Es esa técnica la que facilita nuestro alumbramiento sobre las leyes de cualquier universo poético o dramático, y que nos induce a crear con un sentido pragmático, empleando formulas casi matemáticas una y otra vez. Significa una trasmutación de corte más científico, en la cual la poesía deviene signo y la dramaturgia resulta la poetización de ese signo.

El problema se agudiza cuando llegamos al espectador: cómo se trasmuta la poesía en dramaturgia y viceversa. Por situar dos tipos de receptores, está el consciente (como yo le digo) que tiene todo el feedback para decodificar ese lenguaje y experimentarlo, pero habrá quien no tenga toda esa consciencia y de todas maneras sienta, llegue a una realidad, su realidad, mediante ese acto comunicativo.

En resumen, poesía y dramaturgia se contienen, necesitan, desean y, por ende, trasmutan. La poesía y la dramaturgia como concepciones modernas quedan reducidas al género literario y escritural;  sin embargo, pueden estar en todo, solo hay que aprender a observarlas, interpretarlas y sentirlas con la técnica y el corazón.

¿Cuáles son las diferencias esenciales entre Leonardo poeta y Leonardo dramaturgo?

El Leonardo poeta saca a la luz mi yo espiritual, ese que me remonta a mis orígenes como escritor en la Asociación Canaria de Cuba, de la mano de mi otrora profesor y padre de la escritura, Rafael Orta Amaro. En aquella centuria, escribía más bien con el afán de expresar algo, sin reparar en públicos y publicaciones o la definición de qué era aquello que había plasmado en una hoja de papel. ¡Eran tiempos vírgenes y hermosos!, como un niño que da sus primeras pisadas y mira con asombro todo a su alrededor.

Mi parte dramatúrgica caracteriza otra etapa de mi vida que tiene que ver mucho más con el despertar de una madurez como escritor (cuando digo escritor no me refiero a mi escritura netamente teatral, sino a cualquier tipo de texto que he redactado). Estudié Dramaturgia casi de casualidad (porque me comentaste con pasión la similitud de tales aprendizajes con el perfil del escritor) en la Universidad de las Artes (ISA): son teorías y técnicas que he ido puliendo a merced de trabajos concretos y que van en continuo aprendizaje.

Tras horas y horas de desvelo, desgaste, asperezas e incomprenciones debido a quienes no entienden o valoran tu trabajo, el Leonardo dramaturgo ya no solo escribe por amor o espiritualidad, sino pensando en hacer visible y también en comercializar la obra mediante un libro, una publicación digital o física, o a través conferencias, charlas, clases, talleres… Hay técnica y oficio en esta etapa, manipulas mucho más las palabras, las frases, los sonidos, los silencios y las acciones.

¿Al estudiar Dramaturgia, tu oficio de poeta quedó relegado a un segundo orden de importancia?

Quisiera pensar que no. Para mí la poesía representa ese aleph borgiano que nunca te abandona, espaciotemporalidad infinita donde todo confluye y que te transporta a lo más recóndito del universo. La poesía es luz, alma y vida, expresión cósmica y tangible del ser y el estar; aunque realmente ha pasado un torreón de años desde la última vez que escribí un texto poético puro.

Yo empecé muy enamorado de la poesía: redactaba sonetos, décimas, cuartetas, también verso libre. Gracias a la poesía gané mis primeros premios (como el Ángel Ganivet Internacional o los nacionales Ala Décima, Farraluque y Oscar Hurtado) y me inserté en un mundo intelectual donde había mucho de romanticismo tras cada palabra, lectura o tertulia.

Luego, una vez en el ISA, mis tiempos se redujeron y con ellos mis encuentros furibundos con la señorita poesía. Recuerdo que me seleccionaron para pasar el curso de la Escuela de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Vinieron años en que practiqué como narrador, más tarde la escritura teatral y, paralelamente, el ensayo. En realidad, para graduarme como dramaturgo debía escribir teatro y, para vencer asignaturas teóricas, debía redactar ensayos, investigar. Así, una vez concluida la universidad, quedó esa savia en mis venas y la canalicé en los trabajos realizados como ensayista, periodista y crítico, hasta que se envaneció mi parte poeta, y la poesía y yo quedamos aislados, en galaxias dispares.  

No obstante, quisiera creer que cuando nuestras supernovas se alineen, nos reencontraremos. Es imposible no amar a la poesía. Es imposible no desearla. Es imposible no volver a ella. La poesía se expresa en todo mi ser: cada parte de lo que pienso, siento, escribo o analizo. Mis ilusiones, enigmas, transiciones y necesidades corresponden irremediablemente a ella. La poesía vive en mí: me guiña un ojo, coqueta y desenfadada, recordándome que me pertenece y yo le pertenezco, como en una relación matrimonial.

¿Qué temas te interesa abordar en un campo y otro de la producción estética?

De manera global, me interesa todo tema que evalúe el ser desde lo social y lo existencial. Intento tomarle el pulso a los conflictos entre un individuo o un grupo de individuos con su contexto, a partir de sus intereses, objetivos, motivaciones, necesidades y urgencias.

Me apasionan temas en donde haya una suerte de destino prefijo que ahoga a los personajes y que ellos tratan de cambiar a toda costa; claro, muchas veces este destino los supera. Pacto con la violencia y el erotismo, también con la religión y la filosofía, en un corpus dramático que fusiona todo y se expresa desde una misma voz.

Por cierto, nunca faltan en mis textos seres con problemas patológicos: los psicóticos, psicópatas, delirantes, ladrones, asesinos… Me fascinan todos los matices que los componen. Incluso tiendo a colocar adolescentes en mis obras, y a sus reacciones dentro de toda esa gama de engendros.

¿Cómo transcurre tu proceso creativo?  

Hay cuestiones genéricas que delinean todos mis procesos creativos: una metodología según el tipo de texto que voy a redactar, su género y para qué espacio o público lo estoy concibiendo. Mucha pasión: si no me interesa el tema que estoy abordando no lo termino ni aunque me ofrezcan la Piedra Filosofal. Investigación: para poder crear cualquier obra debo tener referentes, y no solo me refiero a los intelectuales, sino también a la investigación del tema mediante el viaje de la vida y, por último, espiritualidad, que para mí no es otra cosa que inyectar mis ideas más humanas al discurso de mi obra de arte, y que estas ideas puedan generar cambios —con el favor de Dios— en nuestra especie.

De modo específico, te puedo comentar sobre dos textos teatrales. Utopía es una obra teatral (en proceso, aunque ya pasó la primera etapa) que trata sobre una adolescente quien, tras un intento de violación y el asesinato de sus padres frente a ella, queda inerme a un proceso de coma. La terminé en 24 horas. Toda una noche, mañana y tarde del día siguiente sin dormir absolutamente nada. Escribí y escribí y escribí como si me estuvieran dictando la obra o, más bien, como si la estuviera mirando dentro de mi cabeza.

A decir verdad, Utopía le debe la vida a otro texto que trataba sobre una niña que llevaban a un santuario de reclutamiento y allí la entrenaban para ser una asesina. Me di a la tarea de intervenir y contextualizar ese texto. Para ello potencié una idea dramática (A es violada por B. Llegan C y D y B los asesina. A cae en coma.), cuyo núcleo le diera oxígeno al nuevo manuscrito.

Luego aparecieron los tiempos y espacios de la acción. Yo quería contar todo lo que podía padecer esa muchacha mediante un lenguaje simbólico, poético, onírico e introspectivo, y el medio para hacerlo era su psiquis. Utilicé su psiquis para recrear toda una gama de personajes imaginarios que prueban, fragmentan, hieren su inconsciente en pos de que tome una decisión final: salir o no salir del coma.

A mí me interesaba cómo evolucionaba ese personaje a partir de un proceso complejo y desgarrador, qué tipo de personalidad adoptaría, su visión del mundo tras esa tragedia… y expresar todo eso mediante imágenes.

Fueron mis 24 horas más duras como creador. Me apegué muchísimo al personaje protagónico y sentí miedo, dolor, alegría, angustia, tristeza… Fue terrible aquello, pero al mismo tiempo hermoso por la obra que quedó. Y te confieso, no sentí abrupto el proceso creativo gracias a tenerlo claro en mi cabeza (también ya había investigado anteriormente), y gracias también a una estructura flexible y un texto base dispuesto a mi carnicería literaria.

13 días es una pieza que se inició tras los talleres del Royal Court de Inglaterra, de la mano de la coordinadora Elyse Dogson. Versa sobre un veterano de la guerra de Angola que vive en un contenedor con su hija de doce años y que, cuando recibe la noticia de que van a construir una cadena hotelera allí, busca un nuevo hogar.

El proceso creativo está conectado a dos años en los que tomé las clases de los profesores ingleses y sus notas. En cada sesión surgieron pautas, preguntas, creamos ideas dramáticas, espacios y tiempos imaginarios, posibles historias y sucesos… También, desde un punto de vista personal, me ayudaron los libros y documentos consultados, las entrevistas y testimonios recibidos, incluso el derrumbe de una casa del vecindario que presencié como en una suerte de efecto de realidad.

Con 13 días experimenté toda la desesperación que padece un hombre cuando ve cómo su ideal se demuele sin respuesta. Lo más duro para mí fue traducir todo ese quebranto en la relación del veterano de guerra y su hija. Para él, ella es su única razón de existencia y, cuando la muchacha le pierde la fe debido a su incapacidad para darle un hogar, sencillamente su mundo colapsa, deja de existir.

¿De qué manera el conocimiento del ajedrez como juego ciencia influyó en tu concepción artística del mundo?

Para mí, el ajedrez es teatral y espectacular, es una puesta en escena donde convergen personajes en contradicción representados por piezas. Cada partida vislumbra un planeta lleno de arte, poesía y vida. El ajedrez me recuerda al Principito y los planetas que descubre poco a poco. También me recuerda a Horacio, el protagonista de Rayuela, cuando le explica la causalidad de las cosas a un Roland que no ve más allá de lo tangible. O a Cien Años de Soledad y todo ese universo mágico que se construye desde los sucesos más cotidianos.

Yo fui primero jugador (aficionado) de ajedrez antes de estudiar literatura. Aprendí primero todo el mundo artístico que existe en las combinaciones, sacrificios y ataques que se gestan para capturar una pieza o decirle eufórico a un rival: “¡jaque mate!”. Lo aprendí incluso antes que conocer la caja china, el dato escondido, o qué cosa es un narrador omnisciente. El ajedrez fue ese primer espacio mágico que me acogió sin discriminación y me dotó de una sensibilidad otra que luego vertería en mis escritos.

Al juego ciencia le debo debo además la posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico y analítico, la posibilidad de mejorar la concentración, ser alguien mucho más serio en situaciones que lo ameritan. Cada posición en el tablero te obliga forzosamente a formularte hipótesis y estudiarlas y analizarlas en la mente antes de efectuar una jugada.

Todo ello me ayudó muchísimo a darle una dimensión de arte y profundidad a cada cosa que realizo y funge como parte intrínseca de mi mundo. El ajedrez, más que un tablero y unas piezas cualquieras, es un mundo.

Ediciones La Luz lanzará, en fechas próximas, tu obra teatral Ludoteca…

Ludoteca fue la obra que escribí para graduarme del ISA, así que imagínate la carga espiritual, existencial, emocional, semántica y de todo tipo que contiene. Es un texto sobre la fatalidad y el valor, asumido a través de un muchacho de 12 años que quiere devenir ajedrecista profesional, aunque su sino cambia tras jugar una partida por dinero para salvar a su profesor de una deuda que arrastra de su pasado penitenciario.

Me interesó toda la violencia o peripecias negativas que pueden acontecer ante un acto noble. La vida es un gran tablero de ajedrez y nuestros actos van acompañados de procesos complejos y no siempre felices. A veces la infelicidad es provocada por fuerzas mortales, seres humanos que nos enredan porque esas acciones parecen contrapuestas a ellos; a veces, es provocada por fuerzas trascendentes, espíritus, energías, presencias que tejen el equilibrio del mundo y cuando actuamos con demasiada autonomía nos recuerdan que no tenemos todo el control, como si fuéramos piezas de ajedrez que mueven a su antojo.  

Ludoteca fue un proceso de múltiples versiones y sensaciones. Escribí mucho, muchísimo. Primero nació como un texto sobre espionaje trabajado una y otra vez porque no se armaba bien su desarrollo argumental, luego fue mutando hasta que dejó de tratar ese tema. Así arribé a la sinopsis que te comentaba anteriormente.

Con Ludoteca, el proceso fue bastante metodológico, necesario y guiado por mi tutor, el dramaturgo Yerandy Fleites. Se gestaron ideas a partir de sucesos concretos, se conformó una fábula, seleccionamos un cronotopo específico y lo que me interesaba decir a mí como dramaturgo de la Cuba de ese momento. Fleites guió ese proceso en torno a sus charlas, notas y pautas específicas de trabajo. Me enseñó a urdir en mi biografía como ajedrecista mis inquietudes y relaciones con el juego para darle una dimensión humana a la historia.

¿Te preocupan la perfección y la maduración de las obras? ¿Qué ventajas te confiere el hecho de regresar a textos ya culminados y mirarlos con nuevos ojos? ¿No temes acaso viciar o comprometer tu mirada como dramaturgo?

Opino que resulta ventajoso examinar algo a través de los ojos de la experiencia, y un dramaturgo sin experiencia de todo tipo dista de entender la magnitud de su trabajo. El proceso en Ludoteca fue condicionado por el acto formal que representaba, es decir, mi graduación. Además, el tiempo que teníamos para acabarla marcaba una suerte de tensión. Pasaron los años y sentí la necesidad de retomarla porque ese texto, desde su calvario, me seguía susurrando nuevas ideas en términos de estructura, lenguaje, niveles de teatralidad… Entonces respondí a sus llamados para ver si sacaba una versión distinta.

Los riesgos son muchos, también los vicios: zonas erráticas, repeticiones, lugares comunes que te ciegan de tanto verlos; pero es el mismo riesgo que uno corre cuando escribe un libro cualquiera y le pasa por arriba una y otra vez. En tal sentido, muchas veces no se termina. La escritura puede ser un largo viaje hacia la noche. Publicas el trabajo y le encuentras elementos que pueden seguir mejorando. Con el teatro sucede peor porque, cuando lo ves en escena, te ruborizas de todo lo que podría mutar si lo reescribes. La suerte con Ludoteca es que la dejé reposar bastante sobre las arenas del tiempo: transcurrieron años sin volver a dialogar con  ella y ese estado de reposo, de incomunicación, me ayudó.   

Tu cercanía, tanto temporal como física, con otros dramaturgos de tu misma generación, ¿te ha influido, te ha marcado? ¿Cómo intentar ser auténtico cuando otras tantas voces tienen búsquedas estéticas semejantes a las tuyas?

No me preocupa mucho la autenticidad en los términos de si mis creaciones son semejantes a otras, o al comparar estilo, temática, lenguaje, ficción… Me interesa lo que tengo qué decir y cómo lo voy a decir. Mis búsquedas, mis giros, mis soluciones… Obviamente, sí entiendo todo lo contaminado que estoy por signos, símbolos, referentes, estrategias y discursos ecos de mi generación. Entiendo, inclusive, todo lo contaminado que resulto ante una posmodernidad trasdisciplinaria, pastiche, collage y sus volúmenes grandilocuentes de información.

De todas maneras, deseo filtrar mis ideas en consonancia con una realidad determinada, lo que yo pienso de tal tema, y canalizarlo en una praxis creativa concreta. Busco la autenticidad a partir de la sinceridad conmigo mismo y el worldbuilding que diseñe. Ansío transitar —sin mirar atrás como Orfeo— esa coordenada luminosa que me saqué del Inframundo del miedo al plagio. Persigo mis espasmos más fieles y los traduzco en imágenes, palabras y arte.

¿Con cuáles poéticas escénicas, o nombres puntuales del mundo teatral cubano, te interesaría dialogar desde la dramaturgia? ¿Has pensado acaso en la dirección teatral como un posible camino para ti o prefieres concentrarte solo en búsquedas específicas desde el mundo de lo textual?

Una vez pensé, frente al espejo de mi alma, en la dirección teatral y me deslumbré. Eso fue hace años, cuando aún era estudiante y con todo un banco de enigmas sobre mi verdadera vocación. Me inquietaba también la idea de que mis obras de teatro fueran devoradas por el tiempo y su boca milenaria debido a no hacerse cuerpo y vida en escena. Luego desestimé esa opción porque la existencia misma me arrastró hacia otros rumbos.

Sobre los nombres puntuales que debo agradecer se encuentra Abel González Melo, quien fungió como uno de los primeros dramaturgos que leí. Me acerqué a Chamaco, verbigracia, y me cautivó su estructura, la poetización de sus didascalias, la verdad tan grande y profunda de sus personajes. También hojeé a Yerandy Fleites y de él aprendí que se podía crear un teatro que hablara de nuestra realidad tomando como eje otra realidad contenida en tiempos mitológicos.

Luego pacté con la generación teatral llamada «los novísimos»: descubrí en ellos una práctica escritural que dialogaba con una letra performativa, risomática, que resonaba en mí mediante metáforas, símbolos, acciones cuyo epicentro difuminaba mi noción de lo real… Esa dramaturgia me ayudó a entender los personajes como personas, las acciones como actos y, más que representar una ficción, supe que podía crear un teatro que se presentara al espectador sin máscaras, como un pacto lúdico.

A decir verdad, no puedo asegurarte con exactitud que sigo un modelo específico, que esos dramaturgos me impulsaron a crear una obra puramente realista o performática. Mi dramaturgia navega sobre uno y otro mar. Bebí de ellos porque son los dramaturgos cubanos cercanos a mi generación. También bebí de otros textos que me encantaron, como La noche de los asesinos, Electra Garrigó, Réquiem por Yarini o La casa vieja.

Respecto a las puestas en escenas, te puedo decir que he hecho de igual forma. Beber y beber y beber aunque me atragante. Siempre hay catas más deseadas que otras, claro. Recuerdo con beneplácito Jerry viene del zoo, de la tropa de Antonia Fernández, Vida y obra de Pier Paolo Passolini, de Carlos Celdrán, Calígula, de Carlos Díaz, Delirio Habanero, de Raúl Martín… las cuales han marcado mi personalidad artística y, por ende, mi escritura.

¿Quién es, más allá de la página en blanco, Leonardo Estrada?

Alguien a quien le fascina el conocimiento. Me encanta encontrar/experimentar nuevos universos y las musas arcanas que allí habitan, solo para hacernos creer que aún existen los efectos poéticos de la vida.  Ahora mismo encontré una. Me hallo avocado a un proceso de estudio de todo lo que tiene que ver con el Marketing Digital. El Marketing tiene mucho de arte, poesía y dramaturgia, por eso me llena de afanes y sueños. Además he aprendido que para nosotros, los escritores, existe un lúcido camino de trabajo dentro de esta ciencia que se llama copywriting y que es una suerte de escritura persuasiva o publicitaria.

Soy alguien que adora el ajedrez, aunque no sea jugador profesional. Durante la cuarentena llegué de casualidad al mundo del ajedrez online. Trabajé para una revista de ajedrez como editor y traductor de francés durante un tiempo. Asimismo, lideré un equipo con 50 ajedrecistas y, a base de corazón y triunfos en competencias internacionales, he logrado que contemos hoy con más de 800 miembros.

Soy además un romántico y humanista en tiempos demasiado rápidos. Ese que sigue con las cuerdas de su corazón los paradigmas de Víctor Hugo y José Martí, ese que vislumbra una metáfora herida y aún así se aferra a cuidarla, ese que cree de súbito en las vidas pasadas y futuras porque a veces se aburre de su presente pero, sobre todo, ese que sabe que el Universo tatuó en las estrellas una misión para él: escribir, escribir y escribir.

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