Eliseo Diego en la inmensidad de las pequeñas cosas

Este año celebramos el centenario de Eliseo Diego, uno los autores más importantes del corpus literario cubano y, añaden los investigadores, entre los grandes poetas en lengua española.

Eliseo, quien nació en La Habana el 2 de julio de 1920 y falleció en México, el 1 de marzo de 1994, supo calar profusamente lo que Cintio Vitier llamó “lo cubano en la poesíaâ€, y como pocos, su obra ha ganado, según pasan los años, en vigencia y actualidad, al punto de influir en hornadas de jóvenes escritores que ven en el autor de Por los extraños pueblos, Inventario de asombros y El oscuro esplendor una de los altas cimas de la literatura cubana de todos los tiempos.

La obra de Eliseo Diego está influida, de una parte, por el mundo de su infancia, experimentado como paraíso perdido –ausencia que viene a sumarse para este escritor católico a aquella primera del Edén–, y de otra parte, a su temprana y total participación en el grupo Orígenes, esa familia que formaron en torno a la figura paterna, absoluta, de José Lezama Lima: Eliseo Diego y Cintio Vitier y sus respectivas esposas Bella y Fina García Marruz, Octavio Smith, Agustín Pi, el padre Ãngel Gaztelu, Cleva Solís, Gastón Baquero, Lorenzo García Vega, los músicos Julián Orbón y José Ardevol, los pintores Roberto Diago, Mariano Rodríguez y René Portocarrero, el escultor Alfredo Lozano, y el mecenas y coeditor de la revista Orígenes, José (Pepe) Rodríguez Feo (revista en la que colaborara en sus inicios Virgilio Piñera).

Sus primeros libros fueron en prosa: En las oscuras manos del olvido (1942) y Divertimentos (1946). Este último destila su apasionada lectura a los cuentos de Perrault, Andersen, los hermanos Grimm, Dickens, Stevenson y Lewis Carroll, entre otros, libros que lo acompañaron asiduamente desde su niñez; y está integrado por pequeños textos de temas diversos que forman, según Vitier, “un encaje, postales de viejas playas mordidas de irrealidad, miniaturas de aire y terrorâ€. Con estas narraciones de carácter alegórico o sobrenatural, Eliseo exorciza los miedos de la infancia, mientras hace volar la fantasía por los reinos de la magia y la ensoñación.

Sin embargo, se consideró, sobre todo, poeta: “Soy de oficio, poeta, es decir, un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en versos. Y lo hago, no por vanidad, ni por el deseo de brillar o qué se yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemasâ€, dijo en una ocasión. Después de Divertimentos, publicó en 1949, también por Ediciones Orígenes, su primer libro de poesía, En la Calzada de Jesús del Monte, texto decisivo de su trayectoria poética, que representó el deseo de Eliseo por acercarse, con sus propios y diría él, pobres medios, y desde una perspectiva estética muy diferente, a esa “rauda cetrería de metáforas†que, según el padre Gaztelu, era “Muerte de Narcisoâ€, de Lezama Lima. Si Lezama en el primer verso de ese poema (“Dánae teje el tiempo dorado por el Niloâ€) se transportaba al mítico pasado de la estirpe humana, y abrió la “otra escena del orden simbólicoâ€, Eliseo Diego, desde el primer verso de su libro (“En la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvoâ€) sacaba del anonimato a aquella vía habanera que le servía habitualmente de trampolín para saltar al paraíso perdido de la infancia y de la historia de sus antepasados, situándose en un no-tiempo compuesto de un pretérito donde predomina la añoranza y la memoria.

El “Primer discurso†de este poemario –escribe Lezama– “era un precioso y sorprendente regalo, suficiente para llenar la tarde con aquella palabra que nacía para uno de los más opulentamente sobrios destinos poéticos que hemos tenido. Fue más que suficiente para que todos nos diéramos cuenta del verbo que nacía y que se imponía por la necesidad de su escritura. (…) Desde los primeros versos ese más bien enorme, le daba una peculiar dimensión a la Calzada que la inundaba totalmente con las luces de un nacimientoâ€. Y más adelante añade Lezama Lima en las notas que sobre Eliseo incluyera en la antología Una fiesta innombrable: “Hoy la generación de Orígenes y la poesía cubana muestran como uno de sus esplendores En la Calzada de Jesús del Monte y a su autor como una de sus más logradas cimas poéticasâ€.

Mario Benedetti escribiría tiempo después que “En la Calzada… es un libro fundamental, ejemplar en más de un sentido, y considero que, en la irradiación a las más jóvenes promociones cubanas, su lección de autenticidad es verdaderamente inapreciableâ€. Mientras María Zambrano celebrara su poesía, que permite “prestar el alma, la propia y única alma, a las cosas para que en ellas se mantengan en un claro orden, para que encuentren la anchura del espacio y el tiempo, todo el tiempo que necesitan para ser y que en la vida no se les concedeâ€.

Además de los mencionados, Eliseo Diego publicó otros textos, como Muestrario del Mundo o Libro de las Maravillas de Boloña, A través de mi espejo, Soñar despierto, Cuatro de Oros, Poemas al margen, En otro reino frágil, Noticias de la Quimera, y Libro de quizás y de quién sabe.

Su labor intelectual lo llevó, además, por varios caminos: el ensayo, la pedagogía y las traducciones. En Conversación con los difuntos, reeditado por Ediciones Holguín, en 2016, Eliseo reunió sus diálogos poéticos con varios de sus amigos muertos, mediante la traducción literaria; esos que le hablaban desde las páginas de un libro, a través de la poesía. Así tradujo la obra 12 poetas de habla inglesa que, en varios momentos de su vida, conversaron y acompañaron, como tutelares resguardos, su existir cotidiano: Andrew Marvell, Thomas Gray, Joseph Blanco White, Robert Browning, Coventry Patmore, Ernest Dowson, Rudyard Kipling, G. K. Chesterton, Walter de la Mare, Edna St. Vincent Millay, William Butler Yeats y Langston Hughes.

En las últimas décadas de su vida, Eliseo recibió numerosos reconocimientos y vio su poesía publicada y reeditada: viajó a varios países, donde participó en encuentros y festivales, impartió conferencias, recibió reconocimientos y vio publicada su obra, como la Unión Soviética, Hungría, Suecia, Bulgaria, Nicaragua, Estados Unidos, España, México, Perú, Inglaterra, Colombia, entre otros.

En Moscú le otorgan el Premio Máximo Gorki por sus versiones al español de poemas de grandes escritores rusos; devela una tarja dedicada a Heredia en las Cataratas del Niágara, Canadá; la Casa de las Américas edita un disco, en su colección Palabra de esta América, con 20 poemas leídos en su voz; recibe la Orden Félix Varela de Primer Grado que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba; obtiene varias veces el Premio de la Crítica; en Bogotá, recibe el Doctorado Honoris Causa de la Universidad del Valle en Cali, la Distinción Gaspar Melchor de Jovellanos que otorga la Federación de Asociaciones Asturianas de Cuba, y el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, otorgado con fallo unánime por diferentes instituciones económicas y culturales mexicanas, y que anteriormente recibieron Nicanor Parra y Juan José Arreola. En 1986 recibió el Premio Nacional de Literatura, junto a José Soler Puig y José Antonio Portuondo. Falleció a consecuencia de un infarto del miocardio vinculado a un edema pulmonar agudo. Al conocer la noticia, Octavio Paz dijo: “Solo faltaba la muerte a Eliseo Diego para convertirse en leyenda de la Literatura Latinoamericanaâ€. Fue enterrado en el Cementerio de Colón, en su Habana natal, muy cerca de la tumba de su amigo Lezama Lima.

Eliseo Diego, “uno de los más grandes poetas de la lengua castellanaâ€, nos recuerda Gabriel García Márquez, trasmitió en las formas breves –esos diminutos “fuegos vagabundosâ€, dijo Octavio Paz– la inexorable fugacidad de la vida y el carácter fragmentario de la memoria: la infancia, los antepasados, la ciudad y la familia, pero también el olvido, la pérdida, la muerte y su silencio final, que constituyen motores fundamentales de su escritura. Él insistió, como un padre prudente y sabio, que la poesía acompañara nuestros días. Dejémosle entrar entonces, conversemos con el necesario amigo Eliseo, bajo la luz eterna de la poesía y la mirada del poeta, con la seguridad de que “un poema no es más/que una conversación en la penumbra/ del horno viejo, cuando ya/ todos se han ido, y cruje/ afuera el hondo bosque; un poema/ no es más que unas palabras/ que uno ha querido, y cambian/ de sitio con el tiempo, y ya/ no son más que una mancha, una/ esperanza indecible;/ un poema no es más/ que la felicidad, que una conversación/ en la penumbra, que todo/ cuanto se ha ido, y ya/ es silencioâ€.

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