Una llave que siempre fue pública

Corría la segunda mitad del año 2005. Se acercaba el fin de una presidencia de la Asociación Hermanos Saíz en Ciego de Ávila, que había logrado muchas cosas y donde Natacha Cabrera Cepero ostentaba el máximo cargo, Arlen Regueiro Mas y Vasily Mendoza eran sus vicepresidentes.

Yo era el jefe de sección de Literatura en ese momento y tenía varios eventos continuados, juegos florales, caminata cultural, boletines impresos como el Rajatabla, el sitio web de la Ahs avileña, entre otros. Llevaba rato fraguando un evento que fuera solo de narrativa y que tuviera un impacto verdaderamente explosivo en la oleada de jóvenes narradores que se veía venir en la provincia. Se quería que fuera un buen evento a la altura de lo aprendido en el Centro de formación literaria Onelio Jorge Cardoso, pero que no fuera exactamente igual. Se necesitaba un símbolo, una identidad.

Así surge el nombre de La llave pública, por ese libro hermoso de cuentos que nuestro Félix Sánchez había publicado en ediciones Ávila en los años noventa y que en el 2001 vio su segunda edición. Se haría un taller. Uno que diera herramientas novedosas y útiles a todos los narradores que, como nosotros mismos, apenas habíamos encontrado solución a cosas tan vitales para la escritura de cuentos. Nos centramos en dar charlas sobre cómo construir el diálogo, la función de los títulos, la construcción de un libro de cuentos y de una novela, los personajes en la ficción, entre otros temas que también eran imprescindibles.

Félix Sánchez sería el artífice mayor. Y su hermano Francis Sánchez y yo, fuimos el jurado de ese primer evento que nació en septiembre de 2005, en el municipio de Primero de enero, con la producción de Yoanys Soriano. Fue un primer encuentro casi mágico. Se llevaron a cabo todas las secciones de talleres diurnos durante cuatro días seguidos. Por las tardes hacíamos lecturas de textos para debatir y por la noche salíamos a varias instituciones para homenajear a Félix Sánchez y seguir hablando sobre libros y literatura.

Éramos más de diez escritores y algunos de otras provincias, como Camagüey, Santiago de Cuba, Guantánamo.  Lo que le dio al evento un carácter nacional. El concurso iba fraguándose en la medida que pasaban los días de lectura y debate de cuentos. Íbamos analizando los cuentos para ver los posibles ganadores. Habíamos preparado tres premios con sus respectivos diplomas artesanales con llaves de verdad incrustadas en la cartulina.

Tiempos hermosos donde con poco hacíamos mucho. Tuvimos como invitados, a valiosos escritores que supieron dar lo mejor de sí en cada encuentro. Así nos acompañaron Yunier Riquenes, Legna Rodríguez, Yoandra Santana, Miguel Vanderpoll, Eldys Baratute, Erich Estremera, Herbert Toranzo, y tantos otros entre los que estaban los mismos talleristas.

Las tres ediciones que se hicieron del evento sirvieron para aunar fuerzas narrativas y conseguir, al menos, que los jóvenes narradores de la AHS avileña tuvieran un espacio donde aprender lo que se nos hacía tan difícil adquirir por la inexistencia de manuales o literaturas a fin. Se hicieron en dos locaciones distintas, Primero de Enero y Majagua.

Eso nos ayudaba no solo a la concentración de los talleristas, sino también a la sana recreación del grupo que compartía hermosos momentos de camaradería. No teníamos la intención de publicar libro alguno con los resultados del taller. Pero la idea que se fraguó después, con la nueva forma que asumió el evento, es tremenda y es aplaudible desde todos los puntos cardinales. De alguna manera, el evento no ha muerto. Solo ha mutado de gestor y de tiempos. Se ha vuelto otro, distinto, pero el mismo. Es la llave, esa que un día fue pública y que ahora, por suerte, lo sigue siendo.

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