A las escondidas, estreno de Polichinela

Con el leit motiv de presentar un reino donde cada planta y animal vive en perfecta armonía hasta que la aparente calma se ve trastrocada por la llegada de los gavilanes, prestos a devorar a cualquier ser vivo, la compañía de teatro Polichinela  introdujo una historia diáfana y elocuente, que sirvió de homenaje al Día del Teatro Cubano.

Otras singularidades llegarían con el empleo de un diseño de vestuario sin grandes artilugios y un argumento parco en el empleo de títeres o esperpentos, pero desenfadado y agradable gracias a la actuación en vivo de los actores, su gestualidad y la música, razones que apenas en los minutos iniciales quedaron claras.

Al centro del conflicto aparecen la Abeja, el Sapo y el Lagarto, quienes le cuentan a su amiga Flora sobre el acecho de los gavilanes y cada uno da fe de sus habilidades para mimetizarse con la naturaleza, pues no estaban dispuestos a renunciar a su rutina. Entonces deciden jugar a las escondidas.

En el momento en que los gavilanes no encuentran presa y resuelven disfrazarse de “palomas coristas†para infiltrarse en el bosque sin ser descubiertos sucede un punto de giro importante hacia la comicidad. Quienes habían permanecido escépticos hasta aquí confiaron en la propuesta y con la entrada de la Torcasa las carcajadas no se hicieron esperar.

Este curioso personaje viste de modo estrafalario y no está al tanto de lo que ocurre, por lo que grita a voz en cuello, busca la acción, se jacta de su belleza y en un acto de puro narcisismo rechaza el amor del Sapo, ante la reprimenda generalizada del resto de los animales y la advertencia de buscar escondite.

Para entonces ya asechaban los gavilanes y justo cuando se desata el caos, llega el final, y como casi todos, este también fue feliz. Los animales se rebelaron y luego de asestarles unos cuantos golpes recuperaron el control de sus vidas.

El texto original, fruto de la imaginación de Yosvany Abril, director de la compañía, más que grandilocuente o de vis cómica, es mesurado o casi escueto, al punto de poner en boca de cada actor los parlamentos precisos, sin dejar de aludir a los juegos de palabras, las verosimilitudes y el aprendizaje.

Quizás los ejemplos más precisos sean el uso del término mimetismo, entendido como la habilidad que poseen ciertos seres vivos para asemejarse a otros organismos o a su propio entorno para obtener alguna ventaja funcional, y la preocupación de uno de los gavilanes por dañar su moral masculina al tener que asumir el papel femenino y bailar.  

La acertada caracterización de cada personaje a partir de la gestualidad y los movimientos, el uso de la voz, la deconstrucción del espacio, las figuras y volteretas trazadas sobre el tabloncillo y las aparentes coreografías interpretadas resultaron golpes de gracias bien recibidos, que aportaron al dinamismo. Sin olvidar que el diseño de luces contribuyó también a transmitir sensaciones y atmósferas.

Lo otro sería reconocer el papel jugado por la música que, a cargo de Oscar Solís, apostó por lo tecno y ritmos populares en ese afán ya establecido de la compañía de congeniar con público adolescente y arrastrarlo hasta la sala Abdala.

Como ensayo de lo que pudiera ser resultó una pieza agradable, que como reconociera el propio Abril todavía está en construcción, por lo que, sin dudas, vendrán cambios. Enhorabuena para estos jóvenes que no paran de crear.

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