Arte hecho marioneta

Una semana después de que los titiriteros empacaran sus maletas y regresaran a casa, Ciego de Ãvila todavía respira el influjo positivo del buen arte y de una tradición que, en buena lid, parece haber llegado para quedarse, cuando cada noviembre el evento Títeres al Centro descorre el telón y la vis casi humana de los muñecos imanta.

En esta oportunidad, con una nómina de invitados más apretada que otros años y la incertidumbre atorada en el cuello por si alguna compañía llegaba o no, no hubo concesiones a la posibilidad de cancelar, y con meses de antelación se concibió un cronograma de presentaciones no solo amplio, sino capaz de moverse hacia escuelas y comunidades distantes, en el afán de acercarse a diversos tipos de público.

Como anfitrión indiscutible de las primeras presentaciones estuvo la compañía chilena Titerike, que nos visita por tercera vez, ahora con las obras Colmillo el vampillo y La voz de Wallontu Mapu.

La primera resultó ser una pieza fresca y sencilla trabajada con la técnica de títeres de guantes —ideal para espacios flexibles como lo es la Casa del Joven Creador—, que alude a las travesuras de un vampiro que para almorzar engaña a los niños, los hipnotiza y los lleva hasta su casa.

Así termina la jornada de la tarde en la 9na Jornada teatral Títeres al Centro….Un cuento Saludable…#porlasonrisadeunniño#artejoven33#titeresalcentro

Publicada por Alejandro Quiñones en Miércoles, 6 de noviembre de 2019

 

A pesar de mostrar un argumento sin grandes sobresaltos trasluce como mensaje nítido la importancia de limitar la confianza a los extraños y no mostrarse complaciente ante lo sospechoso. El final fue una agradable mezcla de horror y amor en la que el “vampillo†recibe su merecido, el sobrino de Lupe despierta de su letargo hipnótico, y esta encuentra el amor con el “hombre hermosoâ€.

Por su parte, La voz de Wallontu Mapu fue diáfana y con un tempo más lento que el acostumbrado para el auditorio asiduo a la sala Abdala, mas las interpretaciones resultaron coherentes y versátiles.

Con el empleo de la técnica de títeres de sobremesa cobraron vida el abuelo Nahuel, empeñado en buscar una medicina que aliviara el mal de estómago de su nieto Antu, y Machi Millaray, la sanadora que se adentrará en el bosque para encontrar la yerba capaz de calmar su dolencia.

A partir de aquí la banda sonora, con melodías típicas de la cultura mapuche, sirvió de telón de fondo para descripción de un paraje similar al de un desierto verde, donde las aves y los animales se han marchado por culpa de la contaminación y la tala indiscriminada. Este panorama lo describen el KereKere (ave) y el Ñurro (zorro) antes de escapar a Machi Millaray, quien no tiene más remedio que invocar a Wallontu Mapu (el espíritu de la tierra) para pedir consejo y ayuda.

Dicho así parece fácil, sin embargo, lo verdaderamente difícil fue mantener en alza la curva dramática y las expectativas de unos cuantos pequeños para quienes la decodificación de la puesta pudo chocar con su desconocimiento sobre el pueblo mapuche, su lengua (mapudungun), tradiciones y luchas. 

Lo que si no está en duda es el mensaje de paz y amor que emanó de esta media hora de actuación, donde se refuerza el valor del entorno natural, su preservación y el compromiso con su cuidado y respeto, así como las posibilidades de haber despertado el bichito de la curiosidad en los pequeños.

Cómo se originó la pieza también merece una mención especial, pues resulta un compendio de relatos recopilados por niños de la Escuela del Sol Naciente de Romopulli Huapi, ubicada en la región de la Araucanía chilena, hasta donde ha llegado Titerike como parte del trabajo comunitario que realiza.

La reposición de Cuentan, cantan, tanto y de Un cuento saludable corrieron a cargo de Polichinela, que las asumió con el rigor escénico a que nos tiene acostumbrado, por lo que mereció con creces los aplausos.

Con Federico y María, de la agrupación cienfueguera Cañabrava, se pudo disfrutar de una historia sensible y elocuente que narra el amor entre estos dos personajes, donde el uso de cortinas negras sostenidas por los propios actores para sugerir espacios y las sugerentes formas de sus figuras y los colores garantizaron el dinamismo del montaje.

Con la obra Paradigma o Ay, Shakira, Teatro sobre el Camino trajo temas siempre polémicos como la discriminación, la violencia infantil y los vicios de la sociedad de consumo. Mientras que El rey que rema, del conjunto espirituano Paquelé, mostró un guion dinámico que mantuvo en alza la atención de los espectadores.

Sin dudas las mayores satisfacciones volvieron con la Noche más larga del títere, espacio que resultó un maratón incansable de marionetas donde niños y adultos disfrutan por igual en plena calle para cerrar por todo lo alto estos seis días de presentaciones ininterrumpidas, así como con La trocha titiritera, que aun cuando no cumplió con la visita a todas la comunidades previstas, logró sacar a los artistas fuera del centro de la ciudad.

A estas alturas el prestigio que llega con la permanencia y la calidad de la oferta cultural han venido a consagrar a Títeres al Centro como un evento necesario que sacude la pereza a la ciudad y hace converger hoy los diversos modos de hacer el teatro de títeres en el país. Si además llega impregnado de espíritu joven y con un diseño atractivo cada año, estamos en deuda. 

El grupo Polichinela resulta anfitrión indiscutible de la cita. Fotos Nohema Díaz
El grupo Polichinela resulta anfitrión indiscutible de la cita. Fotos Nohema Díaz

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