Woyzeck, las gotas mortíferas de la locura

Ya vez, el enemigo no te invade por fuera, pero te pudre por dentro.

(Raquel Carrió y Flora Lauten).

Otra vez el delicioso sonido de la campanilla da paso a la liturgia teatral. Como sucede en los mejores terrenos sagrados, hay un acto de sacrificio. El soldado Woyzeck nuevamente ha manchado sus manos con sangre inocente, sangre de su sangre.

Teatro Buendía ha vuelto a cautivar nuestra atención. Con el placer de una madre que da a luz a una criatura, así hace regresar a la escena cubana a Woyzeck la versión de Raquel Carrió y Flora Lauten, del original de Georg Büchner.

Antes, la tropa del Buendía había estrenado en 2007 el texto inconcluso del dramaturgo alemán Büchner, bajo el nombre de La balada para Woyzeck. No obstante, en 2019, el grupo habanero regresa la obra a su designación original, Woyzeck, un nombre propio que encierra resonancias ficcionales, históricas y sus propios traumas.

El gesto de titular la pieza teatral como la designó su autor no es un mero hecho formal, encierra algo más profundo: demuestra una necesaria reevaluación, replanteos de conceptos no solo artísticos, sino personales, sociales, de parte del núcleo creativo que dirige Flora Lauten. De ahí que en este minuto descubramos voces diferentes, otras significaciones, otros atisbos con respecto a la pieza que se estrenó un poco más allá de mediados de la primera década de los 2000.

Desde luego, no se podría esperar otra cosa de Teatro Buendía, reconocido por la calidad de sus entregas y perenne estado de investigación, que ahora se lanza a conquistar la escena en función de esta realidad actual y la suya propia como agrupación.

Porque, desde luego, el elenco actoral ha cambiado. Raquel Carrió y Flora Lauten, excelentes maestras fundadoras del Buendía, tampoco son las mismas. Lógicamente sus agudas visiones, las motivaciones, las inquietudes, las maneras de entender la creación escénica y la realidad actual, son otras. Algo que se puede comprobar claramente en puesta en escena de Woyzeck.

Del autor

Tanto La balada.., como su renovación actual, Woyzeck, comparten la cualidad de poseer un lirismo macabro, la capacidad para afectar al espectador más allá de la sala teatral.

Sin embargo, en el Woyzeck hay cambios muy atinados en la estructura y en el contenido, fundamentalmente, en relación con la obra de 2007. Goza de un mayor grado de síntesis (se han suprimido algunas escenas), se han fundido personajes, hay un prólogo que comienza en el sótano de la otrora iglesia ortodoxa. El lugar de representación ha cambiado perceptiblemente: el decorado se concentra más a los lados del escenario, dando más espacio a las evoluciones de los actores, así como en mostrar la plataforma alta en que aparecen el Doctor y Woyzeck, cada uno en distintos momentos.

También, hay escenas esenciales en las que se han cambiado determinadas acciones de los personajes (como cuando el Doctor experimenta con Woyzeck, que antes era dentro de una palangana, y en este momento es más intenso, dramático, pues el soldado pende de unas sogas que caen desde el techo). Deliciosa es la escena en que el Capitán narra el rapto de María, que es representado por los títeres el Señor y la Señora Culmier, un guiño al legado del Odin Teatret en nosotros.

No obstante, el cambio más sustancial, más atractivo, sucede en el interior de la fábula escénica: antes existía una propensión por denotar la relación matrimonial entre Woyzeck y María y su posterior descalabro.

En esta reposición lo más importante es remarcar, dejar claro los efectos nocivos que tiene un contexto donde las presiones, lo patológico, la ilusión y las consignas de una falsa situación bélica, la miseria y la manipulación no permitirán que el sujeto llegue a ser una nueva criatura, como lo espera el Doctor.

Todo lo contrario, el entorno, los tratos agrestes convertirán a Woyzeck en un asesino, un monstruo. La puesta en escena que nos presenta Flora Lauten es la representación pública, abierta, de ese lamentable proceso.

Tal y como sucedió hace 12 años atrás, Flora, en Woyzeck, ha optado por mantener los códigos, los guiños que caracterizan la poética de Teatro Buendía. No obstante, ha reducido hasta lo posible los efectos, la masa espectacular que marcó puestas como Lila la mariposa, La vida en Rosa, Otra tempestad o Bacantes. Se ha centrado mucho más en el actor y su devenir en la escena. Antes bien, no deja de seducirnos la artesanía, desde el punto de vista de los materiales utilizados, que refuerza la imagen escénica y el discurso teatral.

Como una metáfora de la mente irregular, esquizofrénica del protagonista y del propio universo tortuoso en que habitan los personajes; el lienzo ondulado con formas angulosas en algunas partes, dispuesto a los lados y encima de la escena; desprende una cierta sensación de paz por su blancura (tal vez por su color cercano a los hospicios donde se producen tratamientos mentales), pero enseguida cambia ese estímulo, se hace lobrego.

Del autor

Es la guarida donde residirán las escenas más pérfidas, lujuriosas, entre el Tambor Mayor y María. Será el lugar del cual emergerá Woyzeck cada vez más atormentado, en que permearán escondidos y aparecerán aquellos que condenarán al buen soldado a su fin.

Los sonidos lúgubres y la música en vivo, los cantos, formarán un armazón dramatúrgico que marcará de manera puntual cada suceso que acontece en escena. Construirán, junto al diseño de luces, que acentúa la lucha entre las sombras, una imagen perfecta, que será asfixiante y seductora, tensora de los sentidos. Fascinante metáfora del caos ha creado Teatro Buendía mientras despliega la penosa historia del soldado Woyzeck, un buen hombre abrumado y liquidado por la estupidez y el fanatismo.

Y como es de esperar de un colectivo teatral de más de una veintena de años de labor creativa e investigativa intensa, el trabajo del actor alcanza niveles de calidad poco usuales en la escena cubana. Vale la pena reconocer que el equipo de trabajo en su mayoría no es el mismo que estrenó La balada…, pero ha penetrado con organicidad dentro de las desesperadas naturalezas que diera al mundo literario Georg Büchner, a sus escasos 22 años, justo un lapso de tiempo antes de morir de tifus el 19 de febrero de 1837.

Otra vez Flora ha formado una generación de actores con potencialidades. Cuando los observamos, notamos que ninguno ha remedado, copiado los gestos de aquellos que protagonizaron la versión de la fábula teatral creada por Büchner. Cada cual ha labrado dentro de sí, ha buscado sus propias motivaciones, sus reacciones ante el rol.

Sereno por momentos, rígido en otros, atormentado casi siempre, cuidadoso al dosificar los estados de crisis, brillante en la escena de la administración del tratamiento por el Doctor, Leandro Sen, en el personaje Woyzeck, demuestra que quedan sólidos relevos en la nueva simiente que crece en Teatro Buendía.

La obra no ha sido en vano y comienza a dar su cosecha. Sen es un actor joven que indica conciencia y dominio de su corporalidad, procesa, se comporta escénicamente con una verdad insoslayable. En igual sintonía se encuentra Elbita Pérez como María. Seductora, dúctil, presa de una histeria y un miedo convincente, dulce y sensual en momentos, con una voz potente y afinada, aporta escalas ricas, cromatismo en un mundo donde el desequilibrio y el fanatismo parecen haberlo cegado todo.

Alejando Alfonso, permanece en el sinuoso Capitán. Ya conoce y se pasea por las fibras de este sujeto preso de sus delirios, manipulador. Sostiene en el manejo de los registros de su voz, en la mirada fija penetrante, en los gestos secos y bruscos, la imagen de la decadencia y el fracaso. Por su parte, Antonio R. Ojeda asume el Doctor, con cuidado traza una máscara facial que, unida a otros rasgos físicos y acciones, delatan su insuficiencia científica.

Del autor

Creo que la reposición de Woyzeck es un hecho cardinal para la escena cubana por varias razones. La primera de estas es que regresa a nuestros escenarios una de las obras imprescindibles de la dramaturgia universal en versión de una de las compañías más valiosas de la historia de nuestra escena.

La tropa que radica en la iglesia ortodoxa rusa de Loma y 39, Nuevo Vedado, retorna a su repertorio y nos devuelve su versión del clásico alemán de una manera original, no sencillamente volviendo sobre sus pasos. Esa voluntad de repensar el trabajo y no repetirse, de plantear nuevas inquietudes al espectador, es la que se agradece.

Teatro Buendía permanece como centro de investigaciones escénicas abierto a la renovación, a cuestionarse, a formar y abrir sus puertas a nuevas generaciones de artistas, al espectador interesado.

Sus fundadoras, las maestras Flora Lauten y Raquel Carrió, siguen teniendo tantas fuerzas y luces como en los primeros días. El equipo de jóvenes que las secunda (no puedo dejar de mencionar una joven tan comprometida como Amalia, asistente de dirección) que las acompaña, nos ha demostrado que Teatro Buendía no es solo mito, sino una célula que se renueva con cada una de sus entregas. Después de todo el teatro no es una cuestión de cantidad, sino de calidad.

*Maestrante en Estudios Teóricos de la Danza

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