A veces uno necesita que no lo salven

Manuel Roblejo Proenza no es un escritor que se ha sentado a la sombra mientras espera que los años pasen y mejores épocas lleguen. Todo lo contrario: Manuel trabaja duro, sueña y cree en el oficio de la escritura, aunque sabe —y así lo ha demostrado— que no necesita que lo salven.

Con la irrupción de las redes sociales en nuestras vidas cotidianas se hace cada vez más simple que un autor y otro, aunque ruedas y ruedas de tierra los separen, se pongan en contacto y descubran los avatares dela vida y la creación. Así me ha sucedido con la obra de Manuel. Poco a poco, las redes me han permitido descubrir a un autor que ha demostrado no faltarle el valor para la escritura y el trabajo duro.

Y así, también a través de las redes, han llegado estas preguntas.

No eres graduado del Centro Onelio (la escuela por excelencia de los narradores cubanos) y tampoco miembro de la Asociación Hermanos Saíz pero, ¿te consideras un escritor autodidacta o crees que tu formación ha recorrido otros caminos alternativos?

Me considero, simplemente, un escritor. Y no porque haya logrado publicar algún libro o haya ganado algún premio literario, sino porque me siento escritor. No creo que sea ni más ni menos que eso: un ser humano que llega y trata de ocupar su espacio (que hay para todos, sí, creo) en este mundo de los que tratan de decir algo porque tienen algo que decir… y de alguna manera aprenden a escribirlo. Autodidacta, no sé. Creo que todo el que pone un pie, alguna vez, en una biblioteca (o en mi caso en la barbacoa de mi abuelo), tiene ante sí la oportunidad de dejarse formar por el mejor maestro posible: un libro.

¿Cuáles son los principales desafíos de un autor que ha apostado por construirse a sí mismo sin la influencia de una academia, una escuela o un centro de formación?

Los mismos desafíos que tienen los demás autores, si es que sienten esa hondísima necesidad de conmover. Si no existiera el Centro Onelio (y qué bueno que existe, caray), o nada parecido, ¿los noveles escritores no buscarían alguna otra manera de “aprender†a narrar?, habría que preguntarse entonces si eso es realmente un punto de partida. Descubrí, amé y soñé con la obra de Onelio Jorge Cardoso a los siete u ocho años, y me enteré que existía el Centro Onelio a los 35, cuando ya no tenía tiempo para entrar. Y aquí, de alguna manera, estoy.

“Creo que el desafío está en esa propia existencia del artista que no puede vivir sin esos sueños, en defender esa existencia. Alguna vez le he escuchado decir a alguien que, por ejemplo, escribe poesía… ¡que no lee poesía y que ahora ha comenzado a leer poesía! Y con el perdón de, incluso, algún jurado que lo premie, a ese no hay Onelio ni Centro que lo salveâ€.

¿Piensas que la literatura cubana actual y sus hacedores menosprecian, en alguna medida, aquellos sin una formación literaria tradicional?

Creo que no. O por lo menos yo nunca me he sentido así: menospreciado. La obra de uno va hablando por sí misma, a la gente al final le importa poco si te graduaste del Onelio, o si estudiaste Letras, Periodismo o Agronomía. Y, te digo, ojalá existiera la carrera de Escritura Creativa para amparar a los que, desde muy jóvenes sienten la inclinación hacia la escritura.4

“A lo mejor y yo la hubiera pedido, y no Telecomunicaciones. Sí existen los que se escudan en esa pequeña gloria y la ondean en su currículo como algo de otro planeta, pero son los menos. Yo, de verdad, pienso que, en su mayoría, la gente lo que aprecia es el valor de la obra del autor y, al final,  el valor del propio autorâ€.

¿Te resistes a la idea de considerarte un escritor “profesional�

No es que me resista: la cuestión está en si te importa o no que haya que ganarse ese cartelito para ser salvado. A veces uno necesita que no lo salven, para nada.

Me has comentado que fuiste un feliz niño de monte de los años 90, ¿hasta qué punto tu infancia y tu experiencia de vida han marcado tu creación?

Ahora mismo no recuerdo si lo dije con ironía. Pienso que todos los que teníamos conciencia de lo que estaba sucediendo en los 90 en Cuba tenemos ahora algo que decir; y muchas veces es todo lo que tenemos que decir. Los que eran (escritores) mayores pues escribieron sus crónicas en ese mismo tiempo y ahí está ese testimonio, publicado o no, para recordarnos una época tan complicada.

“Pero ver esa época a través de los ojos de un niño, de un niño que recuerda y que ahora es que comprende el porqué de lo que formó casi todo lo que es hoy, eso es otra historia. Y más si eras un niño de monte, donde esas carencias permanecían más alejadas del resto del mundo, y donde los libros llegaban a salvarte la vida. Nosotros nos salvamos de las esquirlas de la debacle con los libros, y hasta nos salvamos de una tarde de hambre con los librosâ€.

Para ti, como para muchos de nuestra generación, la partida de los amigos a otros contextos geográficos fue un parteaguas, un punto de cambio y de partida hacia nuevas experiencias y, sobre todo, un duelo. Me has comentado que tu contacto inicial con la escritura como profesión partió desde esa instancia. ¿Cómo ves la impronta de la emigración en la obra de los autores cubanos de las nuevas generaciones? ¿Sigue siendo una constante viva, una materia escritural que respira en la escritura actual?

Para siempre, para siempre, para siempre. Cada escritor cubano es una especie de isla, preso en sus propios demonios provincianos. Es muy difícil escapar. Es casi imposible, incluso cuando crees que has logrado escapar. Y precisamente eso es lo que hace que volvamos a llorar a los que se fueron, una y otra vez. Dicen que una isla solo es una isla si uno la ve desde el mar, y es verdad. A veces no nos damos cuenta de lo comunes que somos y otras veces subestimamos lo especiales que somos. El dolor de la separación es supremo, más que la certeza de la muerte, porque la esperanza sigue viva y ahí, atizándote las entrañas. Eso no cambiará, al menos por ahora.

Formas parte de una hornada de voces jóvenes que en los últimos cinco años han eclosionado en el panorama literario de la isla. ¿Qué podrían aprender otras generaciones de autores del impulso joven?

No le pediría a nadie que vuelva el tiempo atrás, y que vaya y viva, y vuelva y cuente; ya eso no es posible. Cada quién carga con su mochila de recuerdos, de experiencias, de puntos de vista y es trabajo de cada quién, si quiere y puede, buscar la manera de contarlas. Existen infinitas maneras de contar, tan infinitas como pueden ser los que pretenden contar, o incluso tan infinitas como las mañanas, las tardes y las noches del que pretende contar.

“Nunca es tarde para leer, para saber, y para querer saber. De niño quería saberlo todo, y todavía me pregunto cómo puede ser que alguien no quiera saberlo todo, cómo es que alguien puede dormir tranquilo sin al menos una pista de la verdad. Y sin embargo esta hornada, como tú la llamas, escribe impetuosamente. Y se inventan el peso en su mochila si no lo han acumulado. Y muchas veces te sorprenden, el corazón te lo sorprenden. Y eso, precisamente, es lo que todo el mundo debería aprender de ellosâ€.

En el 2017 obtuviste el Premio Nacional de Literatura Infantil Félix Pita Rodríguez, por el libro Niños del tiempo. ¿Consideras que cada obra es el testimonio o el testamento de un autor?

Creo que sí, que en cada libro hay un buen pedazo de su autor. Que en cada cuento para niños de Wilde, por extraño y contradictorio que parezca, hay un buen pedazo de Oscar Wilde. Por eso es que uno viene y lo ama, a pesar de los pesares. Por eso Wilde nos enamora, nos saca la sonrisa, y nos duele tanto a veces. Y eso es un escritor, o por lo menos lo que pienso ha de ser un escritor: una especie de actor de la realidad, de puente entre dos esternones, cosa que mueve y conmueve.

“Soy todos y cada uno de esos niños del tiempo; soy sus voces, sus maneras, sus vidas, en fin… No me avergüenza ser mis personajes. No me importa que piensen que soy exactamente igual a un personaje mío porque si tal vez en este momento no lo soy, en algún instante raro seguro que lo fuiâ€.

¿Cuáles son los temas que te interesan?

Me siguen gustando los mismos temas que de niño, cuando me pasaba los días leyendo en la cama antes de que me dejaran salir a mataperrear un poco. Es más fácil contestar qué cosas no me interesan. No me interesa lo que no logre enamorarme. Uno no tiene diez páginas de oportunidades para que el lector decida si sigue contigo o no: tiene una o dos, quizás.

“Pero si tuviera que ser más específico, me interesa mucho el mundo interior del ser humano, cómo funciona ese espacio terrible que es la mente del hombre en situaciones extremas. En quién o en qué podemos llegar a convertirnos en esos puntos de inflexión. Narrar ese camino es emocionante, y más si uno lo ha recorrido alguna vez. Creo que todos lo hemos recorrido alguna vezâ€.

¿Qué autor quieres llegar a ser? ¿Cuál no?

A veces uno lee un relato, una poesía, un libro que te deja esa expresión inconfundible de placer en la cara, de conformidad suprema, de admiración y buena envidia: yo quisiera llegar a ser el autor de esa obra. Lo que uno siente cuando lee Una flor amarilla, de Cortázar, u Oficio de tinieblas, de Carpentier. Eso. Y lo otro es lo que no quisiera, ¿pero, quién soy yo, en fin, para ser tan egoísta?

Es difícil aventurar qué sucederá en el futuro pero, si tuvieras la posibilidad de imaginarte en diez años, ¿qué quisieras sucediera con tu obra?

Algo. Menos desaparecer, lo que sea. Si no sucede nada, entonces, ¿cuál es el punto? No es bueno pensar en eso como tampoco lo es en la muerte. Aunque, al final, todos moriremos sin excepción. Menos Lezama, Martí, Virgilio Piñera. Pero todos los demás sí moriremos, eso seguro. Así que ahora es el momento, ¿no?

Y, finalmente, si pudieras modificar algo en el “mundillo†literario cubano, en la idea de la creación, la ética o la espiritualidad de los escritores, ¿qué cambiarías y qué mantendrías?, ¿cuáles crees que sean las principales bazas de triunfo de nuestra escritura?

No cambiaría absolutamente nada. ¿Por qué habríamos de compararnos a un día de otoño si aquí no hay otoño? No cambiaría nada en ese mundillo porque todo lo que se escribe en esta Isla, sea más o menos espiritual o ético, tiene una especie de “cosaâ€. Tiene su “cosa†la literatura cubana; siempre la ha tenido.

“Lo que no podemos permitir es que nos hagan creer que somos ese otoño naranja que alguien espera, o que nos vengan a meter el dedo en la nariz. Pero, fuera de eso, al lado tuyo, quien menos te imaginas, el día menos pensado saca un lápiz y derrama en una hoja la historia más increíble. ¿Y no es esa historia la nuestra, Ela?â€.

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