Premio Calendario 2019


El mensaje más valioso de El mensajero

Al salir de la presentación de los premios Calendario 2019 estaba muy feliz, ya que pude comprar el premio en Narrativa Infantil El mensajero, de la autora Leidy González Amador, y este es un género que casi nunca alcanzo en este evento.  

El mensajero (Casa Editora Abril, Cuba) narra la historia de Manu que, tras la muerte de su padre Manuel Tejeda, quien era parte del Ejército Libertador, decide unirse a los mambises y a la lucha por la libertad de Cuba durante la guerra del 95. El mensajero es una historia de superación, amor a la Patria, honor, dedicación, cubanía, sacrificio y amistad, aderezada con solo una pizca de referencia a la acción de las batallas.

La novela está magníficamente narrada. La autora tiene un estilo elegante y atractivo que hace que la lectura fluya, atrape y puedas leerte el libro en un día, de un tirón. Cada uno de los personajes (Teresa, Encarnación, Julián, Cebiche, Panchito, Maceo, Máximo Gómez, Manu, e incluso Cernícalo y Quintín Banderas, quienes hicieron una aparición corta) está perfectamente caracterizado y son fáciles de identificar, aun cuando no se hace referencia a su nombre.

Foto: Tomada de Internet

 

Un valor agregado de esta novela son los datos históricos de la guerra del 95 y las referencias a las principales batallas peleadas por los generales Gómez y Maceo, con énfasis en el cruce de la trocha de Júcaro a Morón. La autora hace alarde de un amplio conocimiento de las costumbres mambisas, las armas y el momento histórico narrado. Gracias a eso, podemos disfrutar de pequeñas escenas de la arquitectura de la época, lenguaje, forma de vida de diferentes clases sociales, la idiosincrasia del cubano de entonces, sucesos históricos poco conocidos (disimulados en la ficción), un bosquejo de la vida de los familiares de los mambises. Incluso muestra un poco de las costumbres religiosas y medicinales de la época. Digo pequeñas escenas, ya que la autora, de manera muy sabia, supo colocar estos datos como pinceladas a lo largo de la narración para enriquecer la novela, sin abrumar de información innecesaria al lector.

Algo muy interesante de El mensajero es que, a pesar de estar en plena invasión de Oriente a Occidente, la guerra se muestra de forma referencial a través de los ojos de Manu. La autora se enfoca en las acciones de lo que ocurre en el campamento y se aleja de esas escenas bélicas lo más que puede.

Quizás el mayor logro fue el de la construcción del protagonista principal, Manu. Mayor logro y apuesta, ya que para nadie es desconocido que es muy difícil escribir y pensar como lo hiciera un niño. Y más aún, uno de aquella época. Sin embargo, el personaje protagónico resulta tan real y logrado que hizo que buscara, en los libros de historia e Internet, si este peculiar personaje realmente existió.

El mensajero expone la vida de Manu durante los años que duró la guerra de independencia. De forma muy sutil y elegante, página a página el lector logra ver cómo Manu crece ante sus ojos física y sicológicamente a través de los sucesos aquí relatados.

A pesar de todas estas maravillas encontradas en el libro, había algo que me hace ruido en El mensajero y no supe qué era a ciencia cierta mientras leía. No obstante, pude descifrar este ruido: en mi opinión, esta novela no es literatura infantil (LI). Juvenil, sí, pero no creo que pueda considerarse infantil, y en la carátula del libro dice que fue merecedora del premio en Narrativa Infantil.

Foto: Tomada de Internet

Es cierto que este género ha sido y es uno de los más difíciles de conceptualizar ya que todo depende de la objetividad de quiénes lo definen. No obstante, críticos, lectores y escritores han concordado en varios puntos que son imprescindibles en la literatura infantil.

La literatura infantil debe ser dirigida a los niños. El rango etario va desde recién nacidos hasta los 10 años, aproximadamente. O sea, debe funcionar para toda esta etapa, aunque hay dos subdivisiones: antes y después de los seis años, que es cuando los niños comienzan a leer. 

El lenguaje debe ser sencillo, no rebuscado y sin caer en “ñoñerías”, ya que una de las funciones de la literatura infantil es incrementar el vocabulario del niño. Sobre la trama, se dice que debe ser lineal o no muy compleja, ya que el niño debe entender de qué va historia del libro o se aburrirá. Lo recomendable para este público tan difícil es que el libro sea entretenido, alegre, sin violencia excesiva o escenas de extrema crueldad que lo asusten o provoque algún trauma o rechazo. En el caso de la violencia, debe estar disimulada, y lo menos descrita posible. Esta debe ser un medio para un fin. El tema debe ser interesante o atractivo para los niños, de modo que no suelten el libro.

La aventura y la acción son elementos claves en una novela para el público infantil. Esto se debe a que, aunque el texto puede tener varios niveles de lectura (para jóvenes o adultos). Y la lectura principal debe ser dirigida al lector infantil.

En mi opinión, aquí es donde está el ruido. Y le digo ruido porque no es un error de la autora. De hecho, el libro es magnífico. Solo que no para infantes. La historia principal tiene una profundidad que un niño común (ya que hay casos de niños genios) no logrará captar, y es algo muy importante para la comprensión total de la novela. Sobre todo, la última frase del libro. La novela tiene muchas acciones dramáticas, pero nada o casi nada de acción.

 En El mensajero no hay alegría en ningún momento. Comienza con una muerte, amenaza con varias en el transcurso de la novela y termina con otra. El protagonista pasa por situaciones muy fuertes y peligrosas. Si bien la autora no describió las peleas de la guerra, sí brindó una detallada visión del campamento mambí. Sobre todo, la de aquel que ejerció como figura paterna de Manu durante la invasión: un hombre traumado por la pérdida de su familia, alcohólico, violento y que lo alentaba a beber también.

Como dije antes, uno de los logros de la autora fueron las descripciones, con imágenes muy precisas y detalladas que denotan el gran oficio de Leidy González Amador. Sin embargo, eso le juega en contra en este caso, ya que, gracias a esa magnífica pluma, el lector logra ver y sentir el sufrimiento y el deterioro físico y mental de la madre de Manu causado por la preocupación y miedo de perder a su hijo. También, el dolor y odio de Julián Planazo. Y hasta el hambre y las carencias del campamento mambí.

El mensajero es la historia de la guerra del 95, y las guerras no son lindas. Manu estuvo a punto de morir de una fiebre. Caminó descalzo media isla, incluso caminaba afiebrado con la herida infectada y herido dificultándosele el paso. Tuvo que presenciar la muerte de cercanos a él, borracheras, entre otras crueldades propias de un campamento mambí. En toda la novela, la única cosa que se le puede llamar alegría la tuvo al final, y está tan rodeada de tristeza que pasa desapercibida.

Esta novela funciona perfectamente para el público adulto, incluso para el joven, ya que aporta datos curiosos de aquella época y una visión muy interesante, minuciosa y muy poco narrada de la guerra: la vida del campamento. Los lectores adultos y jóvenes disfrutarán muchísimo de esto en la novela, a mi entender. Es el fruto de una minuciosa investigación al parecer.

Toda esta visión la autora lo explica desde la inocencia de los ojos de un niño. Pero, que este sea el protagonista, no convierte al libro en una historia infantil. Pensar eso sería un error. Narrar enfermedades, muertes, violencia, abusos, odio y hambre a través de los “inocentes” ojos de un niño, no elimina el hecho de que siguen siendo enfermedades, muertes, violencia, abusos, odio y hambre; solo que mejor disfrazados.

El mensaje, el sentimiento patriótico, la tesis de El mensajero y la riqueza de la historia, solo podrán captarlo y disfrutarlo el público joven y el adulto. El infantil quedará esperando el final feliz, la aventura, la acción, el humor y la alegría. Enseñanzas…, es posible que adquiera alguna, en dependencia de la edad y si termina el libro. Sin embargo, el mensaje de El mensajero es posible que el niño no lo vea hasta que crezca.


Otro tren llamado Deseo (+Audio)

Porque los clásicos son útiles para discursar en todas las épocas, uno de ellos inspira el próximo estreno de Teatro Rumbo. Esta vez, el experimentado conjunto vueltabajero llegará a los escenarios con Este tren se llama Deseo, texto del joven dramaturgo Irán Capote Fuente, quien mereciera el Premio Calendario 2019.

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“No dejar nada gratuito”

María Lorente, quien obtuviera Mención en la más reciente edición del Premio Calendario por su texto teatral She is leaving home/Qué va a ser de ti, es una joven dramaturga con mucho por contar. Sabe que hacer buen teatro depende, en gran medida, de no dejar nada gratuito. Su historia como escritora y teatrista recién comienza y esta es la invitación para conocerla, en un ángulo mas cerrado de observación.

¿Cómo ocurre tu primer contacto con el mundo de la escritura y con el del teatro? ¿Cómo descubriste tu vocación?

Creo que mis padres son lo más importante al hablar de mi vocación. Ellos son escritores y en mi casa siempre viví un ambiente de libertad, de buen gusto, una visión lo menos prejuiciada del mundo. Siempre fui hiperactiva y mis padres tuvieron que encontrar maneras para que yo soltara toda aquella energía: cursos de ballet, fotografía, numismática, artes plásticas y, por supuesto, teatro.

 Sara Miyares, muy cercana a mi familia y Teatro Guiñol, Las Estaciones o El Arca, fue fundamental en mi inserción en el teatro desde pequeña. Crecí viéndola actuar en el Guiñol, me inscribió en mis primeros talleres de teatro, montó obras conmigo y los niños de mi aula y me llevó a formar parte de su grupo de entonces (Teatro de muñecos Okantomí). Fue allí donde tuve mis primeras experiencias dentro de un teatro.

Con Okantomí participé en La calle de los fantasmas y en Bebé y el señor don Pomposo, todavía guardo los programas de mano: hice de fantasma, de mendiga, de lazarillo y ayudaba a los actores en los cambios de ropa o en cualquier cosa que surgiera tras los telones. A partir de ahí tuve muy claro en mi niñez y parte de la adolescencia que quería ser actriz. Me presenté en las pruebas de la ENA y no aprobé, lo cual, para mi sorpresa, no fue el fin del mundo. Todo lo contrario. Empecé a escribir, a escribir con conciencia.

¿Cómo transcurre tu proceso creativo? ¿Cuánta importancia le concedes a la investigación dentro de este proceso?

Cuando escribo, me encierro. Me gusta estar sola, en un ambiente tranquilo, sin interrupciones. Sin embargo, el tiempo de escribir no coincide siempre con el de concepción, trabajo de la idea o investigación, por lo menos para mí. Me pasa que cuando estoy en la primera fase de producción de un texto, mi mente se enfoca en eso con mucha fuerza, tanto que todo lo que leo, estudio, escucho o percibo, lo relaciono directamente con ese proceso.

Creo que cada proceso requiere un tipo de investigación que responda a las particularidades del futuro material. La investigación vivencial y la bibliográfica son las que he practicado para enriquecer mis textos. Me parece que todo lo que he escrito es también una investigación sobre mí misma.

¿Qué universo de referencias, tanto literarias como visuales y teatrales, te acompaña?

He visto mucho teatro malo, y creo que todavía me toca ver otra gran cantidad. Ese teatro que yo considero malo o poco interesante me ha enseñado mucho, me ha dejado claro lo que no quiero hacer. Ver o leer el teatro que me gusta también es de gran ayuda. Estoy en una edad en la que dejarme influenciar y, de alguna manera, intentar copiar recursos de mis paradigmas, es muy productivo.

En lo literario, mi primera referencia son mis padres, y creo que por eso no me he aventurado en la poesía, porque sería trabajar en un campo muy trabajado por ellos. Soy fanática de la literatura latinoamericana: Cortázar, Vallejo, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Quiroga o Ricardo Piglia. También Dostoievski, Hemingway y Salinger causaron revoluciones en mi manera de escribir.

Háblame un poco de tu texto teatral She is leaving home/Qué va a ser de ti, que fuera reconocido con una Mención en el Premio Calendario 2019 de Teatro.

Es el primer texto teatral que escribo de manera seria y todavía sigo trabajando en él. Después de leer Aire frío, de Virgilio Piñera, hice varios intentos por escribir una obra cuyo centro fuera una familia cubana (otra más para la gran lista de muestra dramaturgia). Finalmente vi 10 millones, de Carlos Celdrán, y eso fue lo que me impulsó a escribir sobre mi familia, mi casa, mis preocupaciones. Tal vez de ahí tomé la autoficción, la frontalidad o lo narrativo.

Fueron dos influencias conscientes: Aire frío y 10 millones, luego se sumó La noche de los asesinos, de José Triana. She is leaving home/Qué va a ser de ti es sobre Lucía, una joven de 24 años que se separa radicalmente de sus padres, Ramón y María. El texto ya está en proceso de publicación en la editorial Aldabón, de Matanzas, y eso me tiene muy entusiasmada y trabajando más.

Desde el año 2018 has acompañado al proceso creativo de Carlos Celdrán y Argos Teatro como asistente de dirección. Esto te ha permitido asistir de cerca al nacimiento de los montajes de Misterios y Pequeñas Piezas (Premio Villanueva de la crítica en 2018) y Hierro (Premio Villanueva de la Crítica en 2019), ¿qué experiencia te ha otorgado esta cercanía y hasta qué punto has podido revertirla en beneficio de tu trabajo de escritura?

Siento la influencia de Argos Teatro desde muchísimo antes de tener la oportunidad de observar sus procesos de montaje. Por eso empezar a trabajar ahí ha sido un privilegio y, a la vez, una enorme responsabilidad. El trabajo de asistente de dirección es un término medio raro entre lo técnico y lo artístico. Este trabajo me deja mucho espacio para el aprendizaje, que es mi principal objetivo en el grupo. Ellos me han aportado tanto que estaré siempre en deuda.

Salí de la soledad de mi cuarto, de mi mundo de dramaturgia utópico, para insertarme de lleno en un teatro. Esa es una experiencia que todos los estudiantes deberíamos tener. Estar ahí, durante todo el proceso de montaje de una obra, cambia totalmente el punto de vista de uno con respecto al teatro.

 Como dramaturga lo que más me aportó fue ser testigo de la mutación del texto del papel a la escena. Además, fue muchísimo más productivo para mí el hecho de haber participado en dos montajes en los que el dramaturgo y el director eran la misma persona. Vi a Celdrán mirando desde la perspectiva de un director su propio texto, tratando de ser lo más objetivo posible, haciendo cortes, rescribiendo escenas y descubriendo facetas u objetivos nuevos que como dramaturgo no imaginó.

¿Piensas que el ISA es un paso necesario, o acaso imprescindible, para los jóvenes dramaturgos, o existen otros caminos posibles?

Un artista no necesita un título o una ley para legitimarse. Un artista necesita una obra. Creo que el ISA no es el único camino, sin embargo, sí es un puente, una valiosa guía para encaminarse en el arte. Al menos desde mi experiencia lo ha sido.

El ISA no hace al artista, le brinda herramientas y es el estudiante quien tiene que saber aprovecharlas. Uno no se puede quedar nada más con el ISA, hay que salir, que entrar en contacto directo con las cosas, participar en todos los eventos (los buenos, los malos y los peores) y estudiar también materiales que necesariamente no están en el plan de clases.

La Facultad de Teatro tiene la suerte de contar con profesores que son, a la vez, artistas y teóricos de referencia nacional. Ese diálogo que se establece con los profesores y futuros colegas es lo más valioso de la Universidad, desde mi punto de vista.

Si tuvieras que definir tu escritura, ¿qué palabras elegirías?

La definiría con las palabras claridad, transparencia y verdad. Ojalá y otras personas al leerme definieran mi escritura de ese mismo modo.

¿Cuáles son los temas que le interesan a tu teatro?

Las relaciones familiares, entre padres e hijos, y los conflictos de los personajes con su entorno. Sobre todo, temas y personajes que tengan posibilidades de cuestionar la realidad y de dialogar con el público cubano actual sin caer en estereotipos.

Me gustaría hacer un teatro que, aun partiendo de un contexto nacional particular, pueda rebasar esa frontera y hablar de algo universal. Esto se lo debo mayormente a Argos Teatro.

¿Sientes que el mundo de la intermedial y lo hipermedial permea de alguna forma, menos o más visible, tu creación?

Por supuesto. Esa es una realidad en la que nací. Mi generación ha vivido esa fugacidad con cierto atraso por ser Cuba, pero igual es apabullante. Desde que tengo conexión a Internet por el teléfono móvil, todo se mueve desde ahí. No he insertado de manera consciente estos medios en mi escritura, pero creo que de una manera u otra están ahí.

Por ejemplo, en She is leaving… las diferencias generacionales se pueden reconocer también por el modo en que cada personaje interactúa con la tecnología: los padres de Lucía no saben conectarse a Internet por el móvil y el padre no sabe manejar el teléfono inalámbrico, por ejemplo.

Como joven artista, ¿cuáles son los principales obstáculos espirituales, materiales o de cualquier orden que entorpecen la creación en los momentos que corren?

Siento que el mayor obstáculo para mí, soy yo misma. Lucho todo el tiempo en contra de mi vagancia para sentarme y seguir puliendo el material, en contra de la idea de que un texto ya está terminado, en contra de otro texto en proceso que puede hacerme dejar el anterior a medias, en contra de mis inseguridades y, la más dura, en contra de la autocensura. Pienso que la mejor manera de quedar bien ante un futuro lector o espectador es ser sincero, investigar de manera seria y pulir mucho el material, no dejar nada gratuito.


Líneas de tiempo desde las letras de Elizabeth Reinosa

*Tomado de Cubahora

La vida es un conjunto de líneas o una sola, a veces enrevesada, confeccionada por nosotros mismos y las circunstancias, una sucesión de pasos y decisiones, sueños, metas que no siempre se alcanzan.

En estos tiempos de coronavirus y aislamiento en las casas, leer es una de las opciones que salva, por eso les proponemos la novela Líneas del tiempo, de la joven escritora granmense Elizabeth Reinosa Aliaga (Bayamo, 1988), miembro de la Asociación Hermanos Saíz y graduada del Centro Nacional de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Desde la ficción, ella nos hace reflexionar sobre el significado de la vida misma a través de este libro, ganador del Premio Calendario 2019 y publicado por la Casa Editora Abril en 2020, en el cual hay tristezas, anhelos y desesperanzas con el reflejo de la existencia de su personaje protagónico desde la infancia hasta el fin.

Compuesta por 82 páginas, esta novela, se estructura en cuatro capítulos o líneas del tiempo, denominadas Infancia (1939-1955), Juventud (1956-1970), Adultez (1971-2000) y Vejez (2001-2016), con una armónica narración que presenta relatos breves, muchos de los cuales podrían funcionar de manera aislada, pero en verdad van creciendo con la trama.

Desde Patio (1943), fecha en la cual asumimos que el personaje tenía 4 años, hasta Retrospectiva (2016), el lector encuentra tristezas, miedos, golpes, sueños y también dolor y pesimismo, como en Estragos (1978), con la certeza de que “la felicidad solo dura unos minutos. Al final todo es sangre, todo raja la piel de un modo irreparable”.

Como expresó Rafael de Águila, integrante del jurado que otorgó el Calendario de Narrativa en 2019 junto a Francisco López Sacha y Ahmel Echevarría, Líneas del tiempo es “rotunda, dura, telúrica, viñética, angustiosa, escrita como a zarpazos tristes”.

La autora nos presenta un ser humano que conoce el sufrimiento desde pequeño, cuando es abandonado por su madre con el pretexto de un suicidio, crece y trabaja en el lugar que deseaba, pero no logra su mayor propósito. Elizabeth consigue una especie de doble sentido entre el título general, los de los capítulos, las partes de la narración y el ferrocarril y los trenes, pues estos dos últimos elementos atraen a su personaje desde la niñez, un ser que no tiene apellidos ni es ubicado en ciudad o poblado específico.

El lugar de los sucesos pudiera ser cualquiera, pero se siente mucho el sabor a Cuba, el ambiente de este país y el vínculo con algunos hechos de la historia nacional, incluidos Balseros (1994) y Presagios (1998). Esta es la vida de un hombre, que pudiera transcurrir en etapas sin definir, más allá de los años marcados. En su estilo preciso y limpio, la novela tiene también poesía; sin dudas una obra que despierta sensaciones agradables durante y después de su lectura.  

Ganadora de diversos reconocimientos, como los internacionales de poesía Voces Nuevas (España, 2016) y Décima al filo (Cuba, 2015); y los nacionales Francisco Riverón (2015) y Ala Décima (2017), Reinosa Aliaga es también autora de los libros Formas de contener el vacío (Samarcanda, España, 2016), Striptease de la memoria (Ediciones Montecallado, 2016), Las seis en punto (Editorial Sed de Belleza, 2017) y Brújulas (La Luz, 2018).