Un sábado entre latidos compartidos

El pasado sábado cumplió para mi familia las expectativas de lo que creemos debe ser el primer día del fin de semana, el tiempo para la diversión, para despejar, en fin para pasarla bien.

En la tarde nos fuimos a ver el espectáculo del grupo Teatro Papalote de Matanzas. Presentaron una entretenida puesta de payasos que se disfrutó de principio a fin, con un altísimo grado de profesionalidad que partió desde el lenguaje y la renovación de los códigos expresivos, desde la limpieza del acto y sobre todo, desde el carácter interactivo que impone un teatro realizado en estos tiempos y para niños dignos del siglo xxi; este último elemento distingue el arte de Papalote, la experimentación con las técnicas de animación, buscando mayor cercanía con el público.

Más tarde nos fuimos al Pabellón Cuba, en su escenario central se presentaba en concierto Ivette Cepeda, una de las mujeres más auténtica de la música cubana. Resulta atractivo este espacio informal o alternativo si se quiere, pero sobre todo muy acertado en tanto se presentan artistas  que el público casi puede tocar; se enriquece el proceso artístico-comunicativo, están tan cerca que se vuelven una sola cosa. Imagínese si este fenómeno se sucede con la espectacular Ivette Cepeda que tanto se involucra con quien la escucha; si se le ve emocionarse, si se le ve vibrar ante cada nota.

Durante más de una hora treinta minutos, entregó piezas de varios géneros que fueron desde la canción al bolero, al merengue, todas bajo un sello distintivo, sí, porque la Cepeda no solo vive lo que canta, sino que transforma la obra de otros y la convierte en suya; con sus pautas y su brillante voz nos devuelve una nueva obra, toda fusión.

Interpretó canciones de Pablo, de Silvio, de Formell, de Sabina, de Tony Pinelli y de otros, que son habituales en su repertorio, acompañada del grupo Reflexión. Su público le pidió y ella complació con esa energía que la caracteriza, con ese espléndido deseo y posibilidad de comunicarse con tantos en una sola voz, en una canción.

Se siente uno en confianza, se siente como en casa cuando se escucha a Ivette. Ella logra crear una atmósfera de complicidad donde todos participan, donde todos son importantes, donde todos son protagonistas. No  se sienten las horas que se lleva de pie, solo se piensa en que no se acabe, en que haya una nueva canción.

Fue este concierto un canto al hermano, al amor, a la amistad, a los latidos compartidos, a alzar las voces, a la cubanía, que es lo que verdaderamente define a Ivette Cepeda. Es tan potente su voz y ella toda, como Cuba.

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